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Domingo, 22 de diciembre de 2024

San Andrés Avelino y la importancia de la preparación para la muerte

De Enciclopedia Católica

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Hoy, 14 de Agosto, la Iglesia celebra la festividad de San Andrés Avelino, sacerdote y religioso teatino, que es invocado para evitar tener una muerte súbita. Es curioso que fuera éste precisamente el género de fallecimiento que le tocó a este varón de Dios, que pasó de este mundo a la vida eterna después de sufrir una apoplejía fulminante al pie del altar, mientras comenzaba la celebración de la Santa Misa. Y es que, en realidad, aunque la muerte se presentó de repente, San Andrés Avelino estaba preparado para afrontarla, por lo cual, en lugar de ser una desgracia se trató de una merced de Dios, que le ahorró los sufrimientos de la agonía a un cuerpo cuya alma siempre se halló vigilante. En este mismo sentido hay que entender la anécdota de uno de sus más célebres devotos: el papa Pío XI. La copiamos de las memorias del maestro de cámara pontificio Mons. Alberto Arborio Mella di Sant’Elia, que llevan el sugestivo título de Instantáneas inéditas de los cinco últimos Papas (Ed. Paulinas, 1961).

«Entretanto los inviernos se iban sucediendo. Los paseos por el jardín se fueron haciendo menos frecuentes y también menos recreativos. Los sinsabores y penalidades sufridas habían dado un zarpazo a la salud del Papa. El Padre Santo me había dicho varias veces que iba a durar poco, pero que esperaba no morir de enfermedad. No quería caer en manos de los hombres, sino directamente en las de Dios.

“Rezo todos los días un Padrenuestro, Avemaría y Gloria en honor de San Andrés Avelino para que me ayude a tener una muerte repentina tan hermosa como la que tuvo él” “¡Qué horror, Dios mío!” – exclamé. “Sí, algo de susto para los que me rodean, pero… así es mejor… Se da menos quehacer…” “No, Beatísimo Padre: A subitánea et improvisa morte libera nos, Domine – repliqué. “¿Qué dice usted?” – me respondió el Papa. “La invocación de la Iglesia, Padre Santo: A subitánea et improvisa morte libera nos, Domine”. “Pero, ¿qué dice usted? – repitió más fuerte –. ¿No comprende que para nosotros los sacerdotes nunca es la muerte súbita e imprevista, aunque sea repentina? ¡Nosotros siempre estamos preparados y dispuestos para morir!” ¡Qué lección! Quedé impresionado, ejemplarizado con aquella advertencia que me hizo mucho bien».

La anécdota que antecede nos hace reflexionar, a propósito de la festividad de San Andrés Avelino, en la necesidad de estar habitualmente en estado de gracia y en la conveniencia de meditar en los Novísimos, según aquello de la Sagrada Escritura (Ecclo. VII, 40): “Memento novissima tua et in aeternum non peccabis” (Acuérdate de tus postrimerías y nunca más pecarás). La muerte debería ser para nosotros los católicos un tema tan natural como la vida y nuestras aficiones. Si la tuviéramos presente en nuestro pensamiento con más asiduidad de la habitual (y no sólo a través de los aldabonazos que nos la recuerdan cada vez que golpea a las puertas de nuestra familia y allegados) tendríamos más cuidado en procurar que nos fuera propicia para la salvación.

Enseña el P. Royo Marín que a la muerte se prepara uno de dos maneras: 1) remota y 2) próxima. La remota depende de nosotros: es el mantenimiento del estado de gracia mediante una vida auténticamente cristiana y siempre vigilante, hecha de oración, de penitencia, de limosna, de frecuencia de los sacramentos y uso de sacramentales, de buenas obras, de ejercicio de las virtudes teologales y cardinales, etc. Es ésta la preparación propia de las vírgenes prudentes, que tienen a punto sus lámparas para cuando llega el Esposo. La preparación próxima, en cambio, depende de la Iglesia, que dispone los medios necesarios para asegurar la salvación de sus hijos en el último trance: la extrema-unción, la confesión general, el viático, la bendición apostólica in articulo mortis, las oraciones por los agonizantes y ciertos sacramentales.

Partiendo de estas dos clases de preparación, el insigne teólogo dominico distingue cuatro clases de muerte:

a) Con preparación remota y próxima. Es la muerte ideal, la muerte de los justos. Aunque su vida haya sido recta, siempre es convenientísimo disponer de los últimos auxilios que ofrece la Iglesia, lo cual puede, además, acortar el Purgatorio. Es la muerte de los justos por excelencia y su modelo es el Glorioso Patriarca San José, varón justo, que tuvo el consuelo de morir asistido de Jesús y de María.

b) Con preparación remota pero no próxima. Es menos perfecta que la anterior, pero moralmente permite suponer la salvación del que tiene este tipo de muerte. Suele sobrevenir repentinamente, por accidente físico u orgánico, sin dar tiempo a recibir los últimos sacramentos. Aquí se aplica a la muerte aquello que se dice del Día del Señor: que viene como ladrón en la noche, sin que se sepa el día ni la hora. Pero para quien ha vivido cristianamente y en estado habitual de gracia no tiene por qué suponer una desgracia. Su modelo es San Andrés Avelino.

c) Sin preparación remota, pero con preparación próxima. Es la muerte de los pecadores arrepentidos, a quienes hasta un punto de contrición abre los cielos. Es una clase de muerte que muestra la extrema misericordia divina, que quiere hasta el extremo que el pecador se convierta y viva, pero no es deseable por lo incierta y porque el pecador habitual corre el peligro de endurecerse y desesperar de la salvación. Su modelo es San Dimas, el Buen Ladrón, que se convirtió en el patíbulo de la cruz después de una vida miserable de pecado y de delitos.

d) Sin preparación remota ni próxima. Es la muerte del renegado, del que ha vivido una vida a espaldas de Dios y ni en el último instante se vuelve hacia Él. Es una muerte horrible como que es la peor de todas: “mors peccatorum pessima” (Psalm. XXXIII, 22). Ésta es la muerte que se pide a Dios apartar de nosotros en las Letanías de los Santos: “A subitánea et improvisa norte libera nos, Domine”. Su modelo es el rico Epulón, a quien sorprende el paso de este mundo al otro inopinadamente.

Después de estas consideraciones sacamos en claro la utilidad de la devoción a San Andrés Avelino, a quien podemos pedir que nos alcance del Señor las gracias necesarias para vivir píamente y poder morir en brazos de la Iglesia y rodeados de sus últimos cuidados, ya que no podemos pretender alcanzar una santidad como la suya, que le permitió entrar en la gloria desde el altar de la Santa Misa, al pie del cual se disponía a celebrar. Invoquémosle, pues, con sincera devoción, para lo cual copiamos esta oración:

Oh San Andrés Avelino, digno hijo de San Cayetano, yo tu devoto ruégote, por amor de Dios, te constituyas en abogado mío ante el Altísimo y me obtengas de su misericordia la gracia de vivir de tal manera que merezca morir con los auxilios de nuestra Santa Madre Iglesia. Te pido ahuyentes toda asechanza del enemigo maligno a lo largo de mi existencia terrena y sobre todo en mis últimos momentos. Haz que el Señor me libre de una muerte súbita e imprevista, de modo que pueda prepararme convenientemente a comparecer ante Él y pueda oír de tan justo y misericordioso Juez una sentencia benigna y clemente. Así sea.

Rodolfo Vargas Rubio