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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Sacra Via Crucis

De Enciclopedia Católica

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Sacado del libro titulado TERROR DEL INFIERNO Y CAMINO REAL DE LA SALVACIÓN

NUEVAMENTE CORREGIDO LEÓN. 1888

  A CRISTO CRUCIFICADO Ese que ves tan pálido y sin vida, Desfigurado su semblante bello, Con sangre endurecido su cabello Y abierto el pecho con fatal herida. Ese Dios hombre que sucumbió al tormento Y ha expirado a fuerza de pesares, Vale más que la tierra con sus mares Y más que el hermoso firmamento. Vendrá tiempo en que príncipes y sabios Doblen ante El sumisos la rodilla, Deseando con humildad sencilla En sus sangrientos pies poner sus labios. Colocará su trono reluciente Mas allá del cielo diamantino, Y ante su rostro espléndido y divino, El querubín humillará su frente. A sus pies pasarán con vuelo inmenso Las potestades todas á millones, Que humildes le darán adoraciones Entre el humo y el aroma del incienso.


ADVERTENCIA Piadoso lector- Es grande el tesoro de gracias é indulgencias que te pongo a la vista, concedidas por los Santos Padres al Santo Ejercicio del Vía-Crucis. Cuando considero que vas a ocupar tu piadosa consideración en misterios tan elevados como son los de la Sagrada Pasión y muerte de nuestro amado Jesús, y dolores de su Santísima Madre, te pido procures sacar de él el debido fruto, aplicándolo en beneficio de las Santas Almas del Purgatorio.


INDULGENCIAS CONCEDIDAS AL VÍA-CRUCIS La Santidad del Señor Sixto V y Paulo V concedieron a todas las personas que devotamente practicaren el Vía-Crucis, trescientas setenta indulgencias plenarias, y sacar veinte y cuatro almas del Purgatorio; y por concesión particular, en las tres últimas estaciones se saca otra Anima más. El Sr. Obispo de Monterey, concedió doscientos días de indulgencia por cada palabra de las contenidas en este Ejercicio.



MODO DE PRACTICAR ESTE SANTO EJERCICIO Reunida la concurrencia que ha de practicar este Santo Ejercicio, se persignará, y a continuación dirá el Acto de Contrición que va en seguida; y continuará con el ofrecimiento, y cuando esté concluido se rezará un Padre Nuestro, Ave María y Gloria Patri, diciendo inmediatamente la siguiente Jaculatoria:

Adoramos Cristo y bendecimos, que por tu Santa Cruz vida Pasión y muerte redimiste al mundo. Amén.

Y a continuación la Estación.

Al fin de cada Estación se dirá:

Bendita y alabada sea la sagrada vida, Pasión y muerte de nuestro Redentor Jesús, y los dolores y angustias de su Santísima Madre y Señora nuestra, concebida en gracia sin la culpa original. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.


ACTO DE CONTRICIÓN Señor mío Jesucristo, mi Dios, mí Redentor; Padre de mi alma, a quien tanto he ofendido, pequé, Señor, contra tí y contra mí mismo, y más me pesa ser tú el ofendido que yo el perjudicador siento mi ingratitud que el que tú, Padre mío, me castiguéis; y más me pesa y aflige haberte ofendido, que el infierno todo que por mis muchos pecados merezco. Alma y corazón mío ¿qué aguardas? ¿qué esperas? ¿con que tuve atrevimiento para entregarte al demonio por el pecado, y no tengo valor para sacarte de su dominio? ¿Tuve corazón para agraviar a la suma bondad? y no tengo sentimientos de cristiano para sentir en mi corazón tan enormes ofensas? ¡Oh Jesús de mi alma! para qué me permitiste venir al mundo si había de aumentar con mis gravísimas culpas el número de los desdichados? Renuncio, Señor, el ser y el vivir, si te he de ofender; menos mal me fuera la infelicidad de la nada que la infelicidad de la culpa. Dadme, Señor, un dolor verdadero por medio de una constante penitencia de mis pecados, que llegue hasta mi muerte. Mas como creo, Señor, que tu misericordia es mayor que toda la miseria humana, espero por tu santísima Pasión y muerte salvarme. Te amo, Dios mío, más que a todo lo criado, y mientras más te amo, más y más deseo amarte; y como creo en un Dios verdadero, como espero en un Dios tan poderoso, y como amo a un Dios y Padre benigno, creo no puede faltar tu misericordia a mi fé, tu promesa a mi esperanza, y tu gracia a mi contrición. Aumenta, Señor, mi arrepentimiento, dame un eficaz odio a todos mis pecados, y muera yo de amor y de dolor de haberte ofendido. Amén.


OFRECIMIENTO Oh Soberano Emperador de los cielos y Rey Supremo de los reyes! Qué coronado os veo con amargos laureles de penetrantes espinas, que la heredad de mis maldades produjo para castigo de vuestra inocencia y aseverar más las penas y dolores de vuestra angustiada Madre. ¡Oh sazonada uva del racimo más floreciente de virtudes! Qué pendiente os veo en ese lugar maravilloso de la Cruz, exprimiéndoos todo con ansia de que los pecadores, vuestros hijos, lleguen a gustar del dulce maná que destilas por esas cinco fuentes que la gravedad de mis culpas os causó. Hoy llega a vuestras plantas, gran Señor, el más ingrato pecador de vuestros hijos, cansado de seguir al mundo y sus vanidades; pero desengañado ya de su perdición, cual otro Hijo Pródigo de quien nos habla el Evangelio. Y pues que vos, amoroso Padre mío, me dejasteis como piadoso, tantos y tan eficaces remedios en la meditación de vuestra Pasión santísima en este santo ejercicio de la Vía Sacra, te ofrezco, por lo mismo, todo cuanto en él hiciere, meditaré y rezaré; que á tí te sea agradable, y a mí, por tu inmensa bondad, de algún mérito. También hago intención de ganar todas las indulgencias que han concedido los Sumos Pontífices, tus vicarios en la tierra, y te las ofrezco en satisfacción de todos mis pecados, y particularmente por el descanso eterno de las Almas Santas del Purgatorio, o sea por las almas de mis mayores obligaciones, y por el feliz estado de nuestra Santa Madre Iglesia, unión, paz y concordia entre los príncipes cristianos y conversión de los infieles, o como más agradable á tí fuere. Concédeme también, Señor, aquella humildad y perfección con que vuestra dolorida Madre os meditó en todo el tiempo de su vida después de vuestra dichosa muerte; y recibiendo en vuestras divinas manos nuestras súplicas, por intercesión de tu Santísima Madre, nos concedas una feliz y dichosa muerte, por la cual vayamos todos a veros y gozaros eternamente en la gloria. Amén.




PRIMERA ESTACIÓN Azotes mandó le dieran A Jesús el cruel Pilato, Y que por el mundo ingrato En una vil cruz muriera.

Considera, alma cristiana, como el inconstante ministro Pilato, faltando a la palabra que había dado de dejar libre al Salvador, y después de haberle mandado azotar contra razón y justicia, lo sentencia a muerte de Cruz y lo entrega a la voluntad de sus sangrientos enemigos. Medita también cómo le notificaron la sentencia, y el amantísimo Cordero la acepta sin hablar palabra, resignándose en la voluntad de su Eterno Padre. Alabado sea mi Dios y Señor.

No bastaron cinco mil y más azotes con que a la violencia de seis feroces soldados, que descansando unos y entrando otros de nuevo con nudosos nervios de animales, os rasgaron vuestras inocentes y virginales carnes hasta descubrir los huesos. ¿No bastaban tantas espinas que por mil partes penetraron vuestras sienes? ¿Tampoco bastaban Señor, tantos oprobios e injurias? ¡Mas ay de mí, que mis culpas a tanta pena os condenan! Bendita sea vuestra misericordia y piedad, pues por librarme a mí de la pena eterna que merezco, admitiste pena tan acerba y afrentosa. ¿Con que yo Señor, soy el reo y vos el sentenciado? ¿Con que os pagaré Dios mío, tanto amor? Dadme dolor de haberte ofendido. Señor, pequé ten piedad de mí, pecamos y nos pesa, ten piedad y misericordia de nosotros.





SEGUNDA ESTACIÓN Advierte lo que le cuestas, Alma ingrata a tu criador, Pues por ser tu Redentor Cargó con la cruz a cuestas.

Considera, pecador, como después de la sentencia, cargaron el pesado leño de la Santa Cruz, sobre los lastimados hombros del Señor, aquellos ministros de maldad; repara que no les mueve a lastima la suma flaqueza de nuestro dulce Jesús que estaba todo desangrado con los azotes y corona de espinas; llegando cuando le azotaron casi al último término de su vida; las fuerzas eran casi ningunas y la carga insoportable, y aunque el Señor sabia le había de rendir su peso, se abraza con la cruz gustoso diciéndole mil ternezas: ¡oh cruz bendita! ¡oh cruz amada! Dame tus brazos y recíbate yo en los míos para hacer dulce tu aspereza y que mis criaturas te quieran por mí ¡Alabado sea mi Dios y Señor!

¡Oh Rey caritativo! ¡Oh inocente y pacientisimo Isaac, que caminas con la lefia del sacrificio a ofrecerte victima olorosa para la salud de todo el mundo! ¡Oh ejemplar vivo de obediencia! ¿Quién rehusara obedecer a sus mayores, si tú obedeces a unos sayones? ¡Oh pecadores, oh pecados! ¿Cómo así maltraíais al que es inocente? ¡Oh pesada carga! ¿Como no siento yo tu peso si al mismo Dios tanta pesa? Dadme, Señor, pesar de mis culpas, dadme parte de vuestros tormentos, dadme dolor y sentimiento de haberte ofendido.





TERCERA ESTACIÓN Pecador ¿qué te disculpa? Mira, advierte, y considera, Que en esta Estación tercera Me postró en tierra tu culpa.

Considera como camina poco el Salvador, cargado con nuestras culpas y sus penas; la suma flaqueza no le permite dar un paso, mírale con los ojos del alma, y veras su cuerpo inclinado, oprimido con una dura soga a la garganta, el rostro sangriento y afeado con inmundas salivas, polvo, sudor y sangre; sus bellos ojos casi ciegos; mirémoslo aquí caer debajo de la Santa Cruz, en donde le dan para que se levante muchos palos, golpes y puntapiés. Alabado sea mi Dios y Señor.

¿Qué es esto, Redentor y dueño mío? ¿Qué es esto? ¿Cómo rendido y en tierra? Mis pecados sin duda os han hecho caer. ¡Oh cuánto debo sentir vuestros trabajos y penas! ¿Mi Dios caído y por mí? Dadme, Señor, compasión para tenerla de mí mismo: llore yo por ver si mi llanto os alivia el peso intolerable que os oprime; cuésteme a mí lágrimas y no a vos baldones el haberos así caído; cayendo manifestáis vuestra misericordia y piedad, pues para levantar a un caído, forzoso parece que el Señor se incline.





CUARTA ESTACIÓN Considera cual seria En tan recíproco amor, La pena del Salvador Y el martirio de María.

Considera, alma, con ternura de corazón, como la benditisima Virgen por ver más cerca a su Hijo, lo esperó en la calle de la Amargura. Piensa lo que sentiría su corazón al oír el pregón público, las roncas trompetas, la gritería de la gente y lo que, es más, las angustias de su alma, al ver al Hijo de Dios y suyo, tan llagado y desfigurado, tan dolorido y maltratado, que a no tenerlo en si conocer. Advierte también cuanto sentiría el Señor las angustias de su dolorida Madre a quien tan tiernamente amaba, perdido el color, desmayado el aliento, sin vida el alma y oprimido entre mil ayes el más puro corazón. Alabado sea mi Dios y Señor.

¡Oh dolor, oh pena de la mejor Madre por tal Hijo! oh dolor del mejor Hijo por tal Madre! ¡Oh dolor de ambos por las consecuencias del pecado! oh fortaleza invencible! oh resignación y magnanimidad inefable! oh Virgen purísima! oh Madre amada de mi pobre y miserable corazón. ¿Cómo vuestro dolor no se traslada a mi alma para acompañaros en tan justos sentimientos? Encended con los ardores y llamas de vuestra abundantísima candad a todos vuestros esclavos, para que con sentido amor, sientan algo de lo mucho que aquí sentiste, y si bien no puede haber dolor en nosotros pecadores, que supla el vuestro, gran Señora, y si con lágrimas os podemos aliviar, dádnoslas vos, que con eso sentirán los corazones lo que pronuncia la voz.




QUINTA ESTACIÓN Perdió la ira el compás Cuando dispuso severa, Que algo menos padeciera Porque padeciera más.

Considera alma piadosa, como temiendo los judíos que se les muriese el Señor en el camino con rabiosas ansias de crucificarlo vivo, alquilaron un hombre de Cirene, llamado Simón, para que ayudase a llevar la Santa Cruz al Redentor: desea tú ser aquel dichoso hombre. Alabado sea mi Dios y Señor.

¡Oh alma! no perdamos esta ocasión; no, salgamos al encuentro a los sayones, y ofrezcamos nuestras fuerzas y corazones por una candad tan piadosa. ¡Oh dichoso cirineo, ¡si lo que llevas tu pagado lo hiciera yo de valde. ¡Oh cruz bendita, si yo te tuviera en mis hombros! ¡Oh mi cansado Jesús, qué fatigado y desmayado os mira este esclavo vuestro! ¡Oh si mereciera ayudaros sin más interés que el de serviros! ¡Dadme, Señor, gracia para que en todo os imite; no me aparte yo jamás de vos yo os he puesto cual os veo! ¡Oh y qué mal hice!




SEXTA ESTACIÓN La Verónica ¡oh Señor! Tu bello rostro limpió Del polvo, sangre, salivas, Y de aquel mortal sudor.

Considera, alma cristiana, como yendo el Salvador sumamente fatigado, y borrada la hermosura de su rostro, tuvo ánimo aquella bendita mujer para llegar a limpiarlo, sacando por premio de su piedad la imagen del Salvador en tres dobleces del lienzo. Alabado sea mi Dios y Señor

¡Oh rostro bello de mi Jesús! ¡oh candor de la eterna luz! ¿Quién os ha afeado con golpes, herido a bofetadas y lleno de sucias é inmundas salivas? ¡Oh Dios y Señor mío, a qué extremo de miserias os han traído mis culpas, pues tenéis necesidad de que se limpien de sus horrores! ¡Oh corazón mío! ablanda tu dureza y sean tus telas toalla suave para el Hijo de la Virgen. ¿Pero qué alivio tendrá mi Jesús con un corazón que es más duro que el diamante? Ablandadlo vos, mi Dios, y si no dadme licencia para que con lágrimas de vuestra Madre se ablande, o dadme otro corazón para que sienta vuestras penas y mis culpas.




SÉPTIMA ESTACIÓN Tus culpas fueron la causa Del peso que le rindió, Pues segunda vez cayó; No hagas en llorarlas pausa.

Considera, pecador, como después de andar el Señor por las calles públicas de Jerusalén al salir por la puerta Judiciaria cayó segunda vez en tierra Mira como aquellos crueles verdugos le hacen con violencia levantar, estirándole uno de los cabellos, otros de la soga que llevaba al cuello añadiendo á tan indigno tratamiento mil oprobios y palabras injuriosas: llamábanle hipócrita, engañador, embustero, hombre maldito y fingido. Alabado sea mi Dios y Señor.

¡Oh Santos Ángeles, testigos de tantos baldones! ¡Oh inteligencias soberanas, las que visteis debajo de las más infames plantas al Criador del universo! ¿Como no acudisteis a su alivio viéndole tan ultrajado? ¡Oh Virgen Purísima! ¿cómo permitisteis, gran Señora, que tratasen tan mal los hombres a vuestro Santísimo Hijo? ¡Oh Rey de la Gloria, oh inhumanos hombres! ¿Como con tanta indecencia amáis al que a lo menos es hombre como vosotros, ya que ignoráis otros misterios? ¿Pues qué mal os ha hecho Cristo que así os mostráis con él? Cuando tuviera alguna culpa mereciera compasión verle en tierra tan postrado ya, casi sin aliento. Mas ¡hay de mi contra quién me enojo yo, si soy el malhechor? Mis manos le hieren, mis pies le pisan mis pecados le arrastran, los cordeles de mis culpas le ahogan.




OCTAVA ESTACIÓN Si a llorar Cristo te enseña Y no aprendes la lección, O no tienes corazón O eres de bronce o de peña.

Considera, alma, como yendo Cristo sumamente afligido y lastimado, su Madre Santísima llorando tras él, unas piadosas mujeres lamentaban con amargura tan lastimoso espectáculo, gimen las penas de Jesús y de María con lágrimas arto devotas. Mira también como el celestial Maestro se detiene a consolarlas y enseñarlas a llorar Llorad, les dice, no sobre mi pena, orad sobre vuestras culpas y la de vuestros hijos presentes y venideros. Alabado sea mi Dios y Señor.

¡Oh piadosisimo Jesús, solícito de mi bien y olvidado de vos mismo, que llore yo mis pecados me mandáis; mucho, Señor, he de llorar, porque he pecado infinito. Hagan, Señor, eco en mi alma vuestras temerosas voces cuando dijisteis: si en mí ocasionan tantas afrentas las culpas ¿Qué será en el pecador que las comete? Pues, Señor si las lágrimas de mis ojos son medicina de vuestras dolencias aprobada por vuestra sabiduría dádmelas vos, Jesús mío; enderezad mi llanto a lo que más os agrade; leño seco soy, estéril y sin fruto; pero planta de vuestra heredad, pues vos me hicisteis cristiano; cristiano soy, aunque malo, hacedme, vos, Señor, bueno; llore yo mis errores y vuestros tormentos; llore, y el haberlos yo aumentado me divida el corazón de dolor.




NOVENA ESTACIÓN Tercera vez mi Jesús Te veo en la tierra postrado, Y también muy fatigado Con el peso de la Cruz.

Considera, ingrato pecador, como estando cerca del Monte Calvario, cayó tercera vez en tierra y quedo sin aliento en este paso, ¡tanto que dudaron los sayones si acaso había expirado! pero para salir de sus dudas le daban de palos en la corona de espinas, penetrando más las puntas hasta llegar a los ojos; le estiran fuertemente de la soga y le dan puntapiés, le pican con las alabardas, repiten las diligencias de las demás caídas; creen que ha muerto, y dicen: "Vaya arrastrado, que aunque sea después de muerto le hemos de crucificar. Alabado sea mi Dios y Señor,

¡Oh cristianos corazones, considerad devotos lo que harían estas voces en el corazón santísimo de Mana! ¡Oh inhumanos hombres! ¡oh crueles verdugos! ¿Cómo os enfurecisteis en un paso que os debiera hacer llorar? ¡Oh mi caído Jesús! ¡Oh mi maltratado dueño! ¡Oh flor de Nazareth ajada! ¡nadie os quiere, siendo tan digno de ser querido! Quieraos yo, mi alma os quiera, yo os adoro por mi Dios y Redentor, aunque caído y maltratado.





DÉCIMA ESTACIÓN Luego que al Calvario llega La túnica le han quitado, Y las llagas renovado Que en todo su cuerpo lleva.

Considera, compasiva alma, la crueldad con que despojaron los verdugos a Jesús, luego que llega al Calvario le quitan la túnica inconsútil que estaba pegada con la sangre a las heridas, quitaronsela con violencia, arrancándole al mismo tiempo la corona, de modo que muchas de sus agudas puntas se quebraron y quedando enterradas en su divina cabeza. Contempla la desnudez vergonzosa de un hombre que era la misma honestidad, pasmaronse los cortesanos del cielo en este caso, quedó la Madre sin vida mirando a su hijo avergonzado. ¡Oh como desearía cubrirlo con las alas de su purísimo corazón! Desea tú, cristiano, hacer aquello mismo.


¡Oh alma mía! No se en que eh de meditar, si en los tormentos que sufre o en la vergüenza de quedar desnudo. Todo, todo es devoto y eficaz, pues si el renovarle las llagas sacan sangre, al verse Jesús puesto a la vergüenza le haría bajar los ojos corrido y avergonzado. ¡Oh mi Dios! ¡oh Jesús mío! ¿Desnudo me reconcilias con vuestro Eterno Padre, y desnudo rae abrís las puertas del Paraíso? ¿Desnudo satisfacéis por mis culpas, y desnudo me mandáis que me desnude de mis terrenos afectos? Desnúdeme yo de todo cuanto os ofende, para que con la túnica de la gracia me haga digno de ir a veros a la gloria.





UNDECIMA ESTACION Su cuerpo descoyuntaron Al clavarlo los sayones, Y en medio de dos ladrones En la Cruz lo enarbolaron.

Considera, alma mía, como aquella inhumana é impía gente, manda con soberbia al Señor que se extienda sobre la Cruz, a quienes luego humildemente obedece. Míralo tendido en ella y que su dolorida Madre llega a recibir la bendición de su Dios, de su querido Jesús, del Hijo de sus entrañas. Empiezan luego a clavarlo: oye los golpes que dan los martillos en los clavos duros; repara como penetran manos y pies del Señor traspasando al mismo tiempo el corazón dolorido de María. Alabado sea mi Dios y Señor.

¿Qué es esto Redentor y dueño mío? ¿Así se enclavan las manos obradoras de tantas maravillas? ¿Pues qué no estuvieran mejor libres para remediar al mundo? Mas ¡ay! Que como en el padecer está nuestro mayor Interés, padece gustoso Dios para remediar a sus hijos. Lleguemos, si el dolor nos lo permite, a recibir su bendición antes que lo levanten. Lleguemos que como está clavado no nos herirán sus manos: no, antes ahora manirroto nos desea hacer beneficios. ¡Oh Dios amoroso, qué afligido os veo! ¡qué estirado en ese palo os contemplo! ¡qué cosido a ese árbol dichoso os medito! ¿No bastaba a vuestro cariño abrazaros con la Cruz, sino que en ella os enclaven? Sean esas esquinadas puntas las que hieran nuestras almas; para que con el dolor lloren los ojos lo mucho que os ofendimos.





DUODECIMA ESTACION Ya murió mi Redentor En la cruz atormentado, Si la causa fué el pecado ¿Cómo vive el pecador?

Considera, alma cristiana, como después de enclavado el Hijo del Eterno Dios en el árbol santo de la Cruz, lo levantaron en alto dejándolo caer de golpe en el hoyo que tenían hecho en una dura peña, poniéndolo a vista de todo el pueblo en medio de los ladrones, que también ajusticiaron en su compañía: desangrábase el Salvador por las roturas de los pies y manos que se iban alargando con el peso de su santísimo cuerpo. Alabado sea mi Dios y Señor.

¡Oh almas! por aquí os convida Salomón: venid, venid y oiréis la confusa vocería de las gentes divididas. A unos veréis llorar, pero muy pocos, a muchos blasfemar y maldecir. Acérqueme yo á los que lloran, y huya de los que maldicen y blasfeman. Este es el espectáculo más doloroso que pudieran imaginar todos los siglos. ¿Un Dios humanado entre ignominias? ¿Jesús en medio de dos ladrones? ¿Una Madre que no hay voces para decir sus ahogos, su llanto y desconsuelo? Entre el cielo y la tierra han puesto nuestros pecados al Supremo Hacedor de la tierra y cielo, y no me admira se quebrantasen unas con otras las piedras, que el velo del templo se dividiese, que se abriesen los sepulcros, que el sol y la luna se eclipsasen, y que la naturaleza toda se alterase, pues que padece el autor que la conserva. ¡Oh Cruz dichosa! ¡oh Cruz amada! ¿cómo retiráis de nosotros a nuestro amoroso bien? Ya conozco que no lo merece el mundo, pues ni aun conocerlo quiso: más ya lo confiesa el alma y lo adora el corazón.

Dadnos, leño santo, a nuestro amante Jesús, despréndelo de tus brazos y entrégalo a María, para que descanse en los suyos. ¡Pero ay dolor, que está a punto de espirar! ¡Oh quién llegara al Calvario antes que acabara la vida para oír alguna palabra tierna que consolara mi alma! Pues, cristiano mío, escucha siete que son las últimas que habló. Perdonó a sus enemigos: dió a su Madre por hijo a su amado discípulo Juan: señaló a este por hijo de la más angustiada y dolorida de todas las madres: prometió el Paraíso al buen ladrón Dimas: pidió de beber, porque con las ansias de la muerte tuvo sed y le dieron hiel y vinagre: lamentó su desamparo, y, por último, ya espira nuestro muy amado Jesús, y con voz trémula y balbuciente levanta sus moribundos ojos al cielo, y la última palabra que dice a su Eterno Padre, es: Padre mío: en tus manos encomiendo mi espíritu, é inclinó la cabeza. Se reza un Credo.

Ya murió mi amor, ya acabó mi Jesús, pendiente de tres duros clavos, desnudo y avergonzado, en medio de dos ladrones, y acusado de todo el pueblo, quedando su Santísimo Cuerpo exánime, desfigurado, denegrido y lleno de llagas: pies y manos barrenados con duros clavos de hierro, la cabeza taladrada con juncos marinos, su rostro afeado, escupido y abofeteado, el que era la flor de Nazaret, la belleza de los cielos, el espejo del Eterno Padre, el encanto de su tiernísima Madre, el recreo de los ángeles y el escogido entre millares: quedó con las inmundas salivas desfigurado, descompuesto á estirones, quebrantado y desunido todo el artificio de la naturaleza, despreciada la divinidad, despedazada la humanidad, y, en fin difunto el que nos anima y conserva la vida. Así lo miraba su Santísima Madre; desaliñado y sin adorno, de que nadie lo reputara por hombre, sino por el más desdichado gusano; así lo dice su Majestad.

¡El oprobio de los hombres y el desecho de la plebe es mi Hijo, mi Redentor y Padre! Afligida la Señora del mundo, al verse tan pobre y destituida de todo cuanto era Señora, que ni tenía escala para bajarlo, sábana para envolverlo, sepulcro para enterrarlo, ni fuerza para ejecutarlo, porque estaba más muerta que viva la Madre de la misma vida. San Juan y la Magdalena llenos y ocupados de notables sentimientos, unos y otros vivían de milagro; pues los desahogos de sus amorosos corazones todos eran lágrimas de tribulación, y estas muy copiosas y abundantes. La ocupación de los sayones toda, era sortear las vestiduras: la de la plebe despreciar al Señor crucificado, y reprender con mofas, risadas y escarnios a María Santísima. ¡Oh bárbaros, insensatos! ¡oh ignorantes, oh infames! ¿Qué mejor Hijo, ni qué mejor adorada Madre? Todas estas blasfemias y burlas añadían penas sobre penas, martirios sobre martirios, a aquel purísimo corazón. Todas las amorosas ansias de esta gran Señora eran de dar sepultura a su Hijo querido: tocábale de justicia este cuidado, porque era después de Dios única dueña de aquel tesoro. Quejábase con San Juan y la Magdalena, hablaba con los santos ángeles y les decía: Ministros del Altísimo, ayudadme a bajar de la Santa Cruz al que ama mi corazón, a mi querido Jesús; o a lo menos presentad, ante el divino acatamiento mis justas quejas: n cuando estando en estos tiernos, cuanto dolorosos coloquios, se acerca un tropel de gente de a caballo, y oyendo a estos, dijo la afligida Madre: ¡Ay de mí, que llega ya el dolor hasta lo sumo de mi corazón, que se me divide en el pecho! ¿Si por ventura no estarán satisfechos los judíos de haber muerto a mi Hijo y Señor? ¿Si pretenderán ahora alguna nueva ofensa contra su sagrado cuerpo ya difunto? Así fué como se lo avisó su recelo en cuyo momento llegados que fueron, un soldado llamado Longinos, arrimándose a la Cruz de Cristo nuestro Redentor, le hirió con una lanza, penetrándole su santísimo costado, abriéndole una profunda herida de la que salió hasta la última gota de sangre que tenía aquel sacrosanto cuerpo ya difunto. Esta herida que ya no pudo sentir el yerto cadáver, la sintió María Santísima, recibiendo en su sacro santo pecho aquel inmenso dolor, como si efectivamente recibiera la herida; herida fué para su alma, que viendo la nueva crueldad con que había abierto el costado a su difunto Hijo, olvidada de aquel tormento, la movió su abundantísima caridad y su inmensa piedad a decirle a Longinos: El Todopoderoso te mire con ojos de misericordia por la pena que has dado a mi alma. Aquí no más llegó su enojo, o por mejor decir, su abundantísima mansedumbre.

¡Oh llaga divina, oh puerta del amor! Deja que mi alma entre por ella. ¡Oh Señora de los cielos, y lo que os deben los hombres! Todo el dolor de la herida fué vuestro, y el provecho y utilidad para nosotros. ¡Oh ríos de misericordia indecibles! Lavad, gran Señora, con esa sangre preciosa, con vuestras lágrimas divinas, nuestras almas y corazones, y si por lanzada se da gracia, como sucedió á Longinos solo porque vos así lo pedisteis, muchos auxilios debo esperar de Dios, porque le he herido muchas veces con lanzadas de pecados.





DÉCIMA TERCIA ESTACIÓN Los clavos ¡qué compasión! Y corona le quitaron, Y a María los presentaron Partiéndole el corazón.

Considera, alma, que, habiendo llegado José y Nicodemo, habida la licencia de Pilatos, a donde estaba el Salvador y su Santísima Madre con todo lo necesario para bajar el sagrado cadáver, postráronse a los pies de María y la pidieron perdón con muchas lágrimas de no haber podido impedir el que quitaran la vida con tanta crueldad a su preciosísimo Hijo: no pudieron decir muchas palabras porque las lágrimas y sollozos les anudó la garganta, dejándolos sin aliento para hablar. Hacían los ojos el oficio de la lengua, y bañados en lágrimas de sentimiento, solo hallaban alivio en sus lamentos. Recibiólos la Señora con cariño de Madre: agradecióles la buena obra, y les prometió el premio de la caridad que con su hijo tenían: dióles licencia para que bajasen de la cruz al Salvador; subieron por las escaleras y le quitaron la corona de espinas, que bien halladas estaban por haber mejorado de sitio, por lo que se resistían algún tanto; presentáronla á la Señora que regó con lágrimas de sus ojos, y aplicándolas á sus hermosas mejillas, les decía: ¡Oh espinas de mi dolor! ¡oh puntas dichosas! ¿Cómo no mirasteis que era vuestro Hacedor a quien punzabais? ¿cómo heristeis la cabeza de mi amado Hijo por tantas partes, atravesándome a mí el corazón sin reparar lo que hacías? Dichosas las criaturas que os poseyeren en los futuros tiempos, pues mirándoos desde el cielo el que fué herido de vuestra crueldad inculpable, llenará de favores a quien os venere y adore.

Quitaron luego los clavos y se cayeron los brazos que sustentaron y sustentan toda la máquina del mundo. Saludólos la Señora, besólos y venerólos; y bajando aquellos piadosos varones el cadáver difunto de Jesús con gran veneración, recibióle su Santísima Madre puesta de rodillas en sus purísimos brazos, y viéndose ya en la posesión de su amartelado Hijo, soltó el cauce de sus sentimientos y los diques de sus ojos. ¿Qué lengua podrá explicar lo tierno de este paso? ¿Qué voces serán proporcionadas para manifestar lo que la Señora hacia abrazada con su Hijo? Suelte cada uno las velas de su devoción y engolfe su alma en mares tan anchurosos de amarguras, de tribulaciones y penas que cercaron á Madre e Hijo. San Juan y la Magdalena, José y Nicodemo con las demás almas piadosas que asistieron a aquel doloroso espectáculo, y mudas con la pena, con la tribulación y amargura, no hacían otra cosa que llorar. Alabado sea mi Dios y Señor. Acerquémonos ¡oh corazón mío! Acerquémonos al Calvario, lleguemos a Jesús y María, acompañemos a San Juan y demás almas piadosas, para que con tan santa compañía demos culto al sagrado cuerpo de Cristo nuestro Redentor, que no es posible nos falten lágrimas para llorar, siendo tan justo el motivo del sentimiento.

¡Oh Jesús divino, oh mi sumo bien tan bueno! ¡Qué bien te pertenece el ser varón de dolores, pues no hay cosa ni parte sana en tu santo cuerpo! Desde las plantas de tus divinos pies hasta la cabeza te miro hecho una llaga: desolláronte vivo y te descoyuntaron todo. ¿Es posible que no tuviesen piedad con mi dueño? ¡Oh vida muerta! ¿Quién me hablará ahora palabras de eterna vida? ¡Oh mi difunto amor! dad licencia a esta alma que quisiera ser toda vuestra, para que llegue a vuestros sagrados pies, con el fénix de amor que la Magdalena. Menos, menos merezco, Dios mío, dejadme estar siquiera a la vista para ver gemir a vuestra tiernísima Madre, para atender a sus suspiros, para solicitar con mis lágrimas su alivio y para darle mi corazón de una vez. ¡Oh Señora mía! Mucho es vuestro desconsuelo, y yo lo tengo grande por haber sido la causa de vuestros ahogos sin cuento: besaré el suelo dichoso que regaron vuestras lágrimas, para que el flujo de ellas encienda en mi helado corazón el amor de mi Jesús.

¿Qué haré, madre mía, viéndoos tan triste? ¿Que haré viéndoos tan llorosa? ¿Qué hará mi alma para templar vuestra pena? ¿Cómo minoraré yo esa amargura? Mas ¡ay Señora, que, aunque os miro tierna, yo estoy más duro que una piedra. Vos dolorida y yo sin pena. ¡Vos triste y llorosa, y yo sin lágrimas! ¡Mis ojos enjutos y los vuestros bañados en sangre! ¿Cómo no grito de sentimiento? ¿Cómo no me mata e! dolor? ¿Por qué no espiro de una vez, conociendo que mis pecados pusieron así a Hijo y Madre? Yo por no dejar mis gustos di muerte a mi Redentor: mis culpas le quitaron la vida con afrenta é ignominia. ¡Qué mal hice! ¿Cómo desharé yo este yerro tan cruel? ¿Cómo volveré yo a su divina gracia? ¿Cómo alcanzaré su amistad? A vuestras plantas, Señora, humildemente postrado confieso mis muchas ofensas cometidas contra vos: pido a vuestra infinita misericordia el perdón de todas ellas, y confieso mis muchas miserias y mi suma obstinación; y solo lo que mi corazón siente es no morir de pena humillado a vuestros divinos pies.




DECIMA CUARTA ESTACION Puesto ya el cadáver Santo En los brazos de María, Contémplala tú alma mía Y acompáñala en su llanto.

Considera, alma cristiana, en esta última estación, como aquellos piadosos varones sepultaron al Señor, y al corazón de la Señora en un sepulcro nuevo que preparó la caridad y les dieron de limosna. Considera también la soledad de María, su desconsuelo y amargura; cómo quedó sin Padre, sin Hijo y sin Esposo; huérfana, viuda y triste. Considera su justo sentimiento y acompáñala en tanta aflicción. Un ave María.

Considera ¡oh alma mía! que habiendo acompañado la Reina del cielo a su santísimo Hijo en su lastimosa pasión hasta verle espirar y bajarle de la Cruz, viendo quitarle de sus brazos después y poner en el sepulcro el santo cadáver del Señor, primer paso de su soledad, con verdaderas lágrimas de madre y con cuanta ternura pudo su alma, suplicó a todos no le pusiesen en aquel sitio, sino que le depositasen en su pecho, para tener el consuelo de traer aquel Cordero de Dios. Y ya que no le podían hacer este favor, que le dejasen sola dentro del sepulcro con él, para esperar allí la luz de su resurrección. Y viendo que por muchas razones no podían acceder a la petición de la Virgen, arrojándose como herida sierva a la fuente de sus amarguras, abrazada con el santo cadáver, con aves, suspiros y congojas, se mona de dolor por haber de separarse de Jesús; y temerosos todos de que se quedase muerta en este lance; levantaron a la Virgen, y cerrando el sepulcro con una grande piedra, dió el mayor golpe en el corazón de María, no dejando ya el menor resquicio de alivio a su alma, pues ni vivo ni muerto veía ya a su crucificado Hijo. Y abrazándose con el sepulcro, bañándole con vivas lágrimas, que hasta hoy día perseveran impresas y congeladas en aquella piedra dichosa, en triste soliloquio, decía: ¡Oh amabilísimo Jesús de mi alma! ¡Cayó en este lago mi vida, y pusieron sobre mi corazón la piedra! Ya llegó, Hijo mío, la hora que se acabase nuestra compañía. Ya llegó la triste hora de que me lloren todas las criaturas, y ya llegó, por fin, la última de apartarme de tu sepulcro; pero ¿dónde iré y moriré sin tu compañía? ¿cómo podré vivir sin tu vista? ¡Oh Hijo de mis entrañas! Aquí en este sepulcro he de perseverar de noche y día, aunque me consuma el frío, el sol y el agua. Si tuve valor en mi pecho para verte crucificado, muerto, y el pecho abierto a mis ojos, también tendré aliento en mi alma para estarme en tu sepulcro sola. Gustosa aquí me estaría para estar siempre donde tú estuvieras, mas ya que no puede ser mi persona, sepultóse contigo mi alma, pues es tan tuya; aquí la pongo a tus pies con todo mi corazón, imprimiendo en esta piedra mis lágrimas, para eterna memoria de mi soledad. Se reza un ave María.



ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA Dios te salve, tiernísima María, divina, sagrada aurora, luna hermosa sin menguante, solitaria Madre, Corderita mansa, dolorida reina, que, angustiada y combatida de un mar de sangrientas penas, llorosa tortolita, buscaban tus ansias el desnudo tronco para llorar tu viudez, y el primero que encontraste fué el madero de la Cruz. Ya Señora y Madre mía, de aquella espada que empuñó la profecía del anciano Simeón, llegó hasta el monte Calvario su rigor, y hasta atravesar tu materno corazón las puntas de su crueldad, el tirano Hebreo no la dejó de esgrimir, pues registraron tus ojos en el mejor árbol de la mayor genealogía, la más soberana Sangre, pendiente de sus ramas, la mejor flor que la raíz de José produjo, cuyo renuevo glorioso labró el Espíritu Santo en la virginal tierra de sus entrañas purísimas, y a quien mis culpas, mis ingratitudes y maldades han ocasionado tanta borrasca de penas, tanta porción de llagas, tanta multitud de heridas, tanta tempestad de azotes y diluvio de tormentos. Por estos, por las siete palabras que habló en la Cruz, por las agonías que en ella padeció y por los agudos dolores que traspasaron tu alma cuando ya difunto tu Hijo te hallaste huérfana sin padre, viuda sin esposo, y Madre sin Hijo; y por el cruel desamparo que padeciste no hallando quien lo bajase de la Cruz, ni mortaja en que envolverle, ni sepulcro en que enterrarle, te suplico Señora y Madre mía, que en el trance último de mi vida, en las agonías de mi muerte, cuando no tenga boca para invocarte, ojos para verte ni acción para llamarte, entonces, Madre de piedad, vuelve a mí esos tus ojos misericordiosos: en aquel trance te espero: para aquella hora te aguardo y tu patrocinio imploro; no se pierda, Señora, pues tanto le cuesta a mi Jesús de penas, y á tí de dolores, mi pobrecita alma que desde este punto para entonces con el corazón detesto cuantas ocasiones y asechanzas pueden ofrecerme mundo, demonio y carne. Y puesto que eres vida y dulzura, en tí se afianza para esta partida la esperanza nuestra: para aquella extrema necesidad á tí llamamos los desterrados hijos de Eva; y para aquel trance á tí, María suspiramos; duélete Dolorosa reina, de nuestras miserias, haz que se parta mi corazón, y el de las criaturas todas, de un verdadero dolor, gimiendo y llorando las culpas que contraemos por nuestra mucha flaqueza en este valle de lágrimas, para que después de este destierro, mostrándonos por tus penas y dolores a Jesús fruto bendito de tu purísimo vientre, merezcamos oír de su boca aquella dulcísima palabra: hoy serás conmigo en el Paraíso de la gloria. Amen.


ORACIÓN Á CRISTO CRUCIFICADO ¡Oh Redentor de las almas, que diste la vida a la muerte, con la muerte de tu vida! Por aquellos pasos que anduvo esta Señora, bajando la calle de la Amargura, lavando con sus lágrimas vuestra sangre derramada, viendo donde cayó vuestra Majestad, donde os arrastraron, donde os encontró y miró con sus tiernísimos ojos, os suplico me deis verdadero conocimiento, y gobernéis mis pasos para que siguiendo en esta vida vuestras benditas pisadas, camine a la gloria, donde con el Padre y el Espíritu Santo para siempre vives y reinas. Amen.


Todas las personas que rezaren y propagaren esta piadosísima devoción, tienen concedidos por muchos Sres. arzobispos y Obispos, doscientos ochenta, días de indulgencias, y sacar ánima del Purgatorio.






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