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Miércoles, 13 de noviembre de 2024

Sabana Santa, Ruta del polen

De Enciclopedia Católica

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En 1977, Max Frei, estudioso de botánica, anunció el descubrimiento en la Sábana Santa de gránulos de polen pertenecientes a especies vegetales que existen en Oriente Medio pero no en Europa. Desde entonces Emanuela Marinelli ha recogido sobre la Síndone unos ochocientos volúmenes y un número enorme de artículos, pero en especial trescientos artículos científicos, y ha escrito muchos libros sobre el tema. Emanuela Marinelli, naturalista, es una de las mayores expertas italianas de la Síndone. Carácter decidido e impulsivo, es autora también de una vasta producción de tipo más informativo sobre un tema que desde luego no es sencillo tratar con equilibrio, especialmente ante una divulgación a menudo aproximativa y, de un modo o del otro, llena de prejuicios.

La tela de lino – o Síndone – guardada en Turín ha sido objeto durante el pasado siglo de numerosos estudios que han investigado con métodos de varias disciplinas científicas (incluyendo en esta expresión también los distintos aspectos de la investigación histórica y arqueológica) las características de la imagen que aparece en ella –la impronta frontal y dorsal de un hombre con evidentes heridas de crucifixión –, y en especial se han preguntado – hasta el momento sin éxito – sobre las modalidades de su formación.

Datos objetivos que razonablemente se pueden aceptar como ciertos

El interés científico por la Sábana Santa nació a finales del siglo XIX, en 1898, cuando en las primeras fotografías, realizadas por Secondo Pia, resultó evidente que parte de las imágenes impresas en la tela de lino tienen características parecidas a las de un negativo fotográfico. Digo “parte de las imágenes” porque estas características son propias de la doble huella que aparece en el lino – frontal y dorsal – del hombre con heridas idénticas a las de Jesús crucificado descrita por los Evangelios, pero no de las manchas, que luego resultó sangre humana, que en correspondencia con las heridas en parte parecen cubrir la imagen “negativa” y que en realidad se imprimieron en la tela antes que ésta.

El primer dato absolutamente cierto, demostrado por estudios diferentes e independientes, es, pues, que el revestimiento rojo de los hilos de lino en correspondencia con las heridas es sangre humana del grupo AB. Este resultado lo confirman investigaciones con microespectroscopio, la cromatografía y la reacción a la bencidina. Además, el revestimiento rojo sobre los hilos queda disuelto completamente por las proteasas. También el test de enzimas proteolíticos demostró la ausencia de colorantes.

En correspondencia de la zona de los pies se ha encontrado un glóbulo rojo y algunas células epidérmicas humanas. La sangre contiene ADN humano masculino. La elevada cantidad de bilirrubina encontrada en la sangre indica que se trataba de una persona fuertemente traumatizada antes de la muerte.

Además, en numerosos pliegues hay evidentes componentes hemáticos típicos de las distintas fases de la coagulación: la costra (con la formación de los puentes de fibrina por parte del factor XIII) y el exudado seroso; es, pues, evidente que estas huellas se formaron por contacto directo del lino con un cadáver.

Los halos de suero son invisibles a simple vista, pero aparecen si se les aplica luz ultravioleta. La sangre, coagulada sobre la piel herida, ha pasado a la tela por fibrinólisis, fenómeno que provoca una lisis parcial (es decir, redisolución) de los coágulos de sangre durante las primeras treinta y seis horas de contacto.

La imagen “negativa” frontal y dorsal del Hombre de la Síndone

La imagen del cuerpo está impresa de manera científicamente inexplicable aún hoy. Pese a los más variados intentos experimentales llevados a cabo (algunos de los cuales, hay que decirlo, fueron defendidos y publicitados con insistencia a pesar de su evidente fracaso), las técnicas actuales más sofisticadas no permiten construir detalladamente una imagen similar a la de la Síndone.

Ésta muestra características tridimensionales, no tiene líneas claras de demarcación y se ha formado sin duda alguna tras la deposición de la sangre sobre el lino, porque bajo las manchas de sangre no está presente. El tono amarillento del lino que forma la imagen interesa solo a un estrato extremadamente superficial de las hebras del lino con que está fabricado el tejido.

La imagen dorsal, en fin, no está influida por el peso del cuerpo. Se puede decir también con seguridad que la imagen no está pintada: no existe ningún pigmento orgánico o inorgánico en la tela, y el color amarillo traslúcido de la imagen no es debido a ninguna sustancia de aposición, sino que está causado por la deshidratación y oxidación de las hebras más superficiales; veinticinco tipos distintos de disolventes, entre ellos el agua, no degradan o cancelan la imagen.

Y se puede decir también que no ha sido conseguida por quemadura: es imposible conseguir una imagen con las mismas características químicas y físicas de la de la Sábana Santa usando, por ejemplo, un bajorrelieve calentado.

Otras conclusiones a partir del análisis interno de la tela y de las sustancias que a lo largo del tiempo se han ido depositando en la tela de lino

Por lo que se refiere a la manufactura, se hiló a mano con la torcedura “Z”, difundida en el área sirio-palestina en el siglo I d.C. La trama del tejido, de “espina de pescado”, nos lleva a un telar de pedal rudimentario; presenta, en efecto, saltos y errores en su composición. El tejido de espina de pescado es de origen mesopotámico o sirio.

En los hallazgos de tejidos judíos en Masada, Israel, está documentada una tipología especial de ribete, igual al que tenemos en la Sábana Santa, en el período comprendido entre el 40 a.C. y la caída de Masada, en el 74 d.C. En la Sábana Santa también hay un cosido longitudinal, idéntico al que tenemos en fragmentos de tejido procedentes de los citados hallazgos de Masada.

Así pues, la técnica de fabricación y la tipología del tejido dan como indicio una datación coherente con la época de Cristo. Se puede añadir que las medidas de la tela (aunque el tamaño puede ser variado significativamente debido a las repetidas exposiciones, y todas las operaciones de enrollado, despliegue, tensiones y estiramientos que conllevan) se pueden poner en relación con números enteros expresados en cúbitos sirios, una unidad de medida de longitud usada en el antiguo Israel.

Otros sistemas de unidades de medida parecen corresponder menos, en términos de unidades enteras, a los valores de longitud y amplitud de la tela. Es interesante también señalar que en las partes del tejido de la Síndone que se han podido examinar no se han hallado trazas de fibras de origen animal, respetando la ley mosaica que obliga a tener separada la lana del lino (Dt 22, 11); las únicas y poquísimas huellas de otras fibras encontradas en la tela son de algodón del tipo Gossypium herbaceum, difundido en Oriente Medio en tiempos de Cristo.

Por lo que respecta a las sustancias que durante el tiempo se han ido depositando en la tela, se ha descubierto que partículas de material terroso encontradas en la Sábana Santa en correspondencia con las huellas de los pies, contienen aragonito con impurezas de estroncio e hierro; muestras tomadas en las cuevas de Jerusalén son muy parecidas.

Otro elemento encontrado en la tela es el natrón (carbonato básico hidrato de sodio), utilizado en Egipto en el embalsamamiento por su propiedad de absorber el agua, y utilizado también en Palestina para la deshidratación de los cadáveres.

También se ha hallado en la Sábana Santa áloe y mirra, sustancias que se usaban en Palestina en tiempos de Cristo para la sepultura de los cadáveres. Algunos experimentos han demostrado que los halos de aspecto aserrado dejados por el agua en la Síndone se forman solo en una tela anteriormente empapada de áloe y mirra.

En fin, el análisis de los pólenes presentes en la Sábana Santa confirma que estuvo expuesta en Palestina, en Edesa y en Constantinopla. De las cincuenta y ocho especies de pólenes identificados en la Síndone por el botánico Max Frei, unos treinta son de plantas que no existen en Europa, pero crecen en Palestina y muchas son típicas y frecuentes en Jerusalén y alrededores (entre ellas, la Acacia albida, muy difundida en el valle del Jordán y alrededor del Mar Muerto; la Gundelia tournefortii, planta de lugares rocosos o salados; la Hyoscyamus aureus y la Onosma orientalis, presentes en las murallas viejas de la fortaleza de Jerusalén; la Prosopis farcta y la Zygophyllum dumosum, muy frecuentes alrededor del Mar Muerto; la Haplophyllum tuberculatum y la Reaumuria hirtella , plantas del desierto).

Según la clasificación de otros nuevos diecinueve tipos de pólenes (en total, pues, son setenta y seis), resulta también que la Síndone atravesó las altas tierras de Líbano. Entre los pólenes encontrados, dos no existen ni en Europa ni en Palestina, pero una de estas especies (Atraphaxis spinosa) existe en Urfa (Edesa) y la otra especie (Epimedium pubigerum) existe en Estambul (Constantinopla).

Toda la serie de elementos señalados apuntan a atribuir la Sábana Santa a la época de Jesús, y también a confirmar algunos datos de la tradición histórica que identifica la tela con el Mandylion, la imagen del rostro de Jesús conocida en Oriente desde los primeros siglos del cristianismo

La referencia a la tradición histórica es importante porque, sobre este tema, a menudo, se ha dejado a un lado el dato histórico favoreciendo solo el científico, considerado demasiadas veces como valor absoluto frente a la presunta opinabilidad de la tradición literaria (a partir de los Evangelios), arqueológica, iconográfica, numismática y archivística. A menudo, por ejemplo, se repite que sobre la Sábana Santa no existen documentos antes de su aparición en Francia de mediados de 1300 en manos de un noble cruzado, Geoffroy de Charny. Algunos deducen superficialmente que debe haber sido fabricada en aquella época, y corroboran esta deducción citando una carta enviada en 1389 por el obispo de Troyes, Pierre d’Arcis, al antipapa Clemente VII, en la que se declara falsa a la Sábana Santa porque así lo había confesado el pintor que la había pintado.

Pero todos los análisis realizados sobre la tela excluyen que esa imagen sea pintura: así que, ¿qué valor puede tener semejante testimonio, que la crítica histórica, colocándola en su contexto preciso, puede demostrar fácilmente que no es verdadera? No se va discutir aquí todos los indicios históricos e iconográficos que se refieren a la Sábana Santa antes de 1300, pero es seguro que por lo menos desde el siglo VI se difunde un tipo especial de retrato de Cristo que tiene muchas características comunes con el rostro de la Sábana.

El estudio de los pliegues de la tela nos permite comprender que durante cierto tiempo tuvo que haber sido expuesta doblada, para mostrar solo el rostro de Cristo, y posteriormente colgada en vertical mostrando también parte del cuerpo, parecido a la imago pietatis, representación de Cristo muerto que sobresale del sepulcro en posición erecta hasta la cintura, representación que arranca quizá de esta manera especial de exposición de la Sábana Santa.

Por no hablar de la miniatura de la sepultura de Cristo contenida en el Manuscrito Pray de Budapest, que se remonta a 1192-1195, derivada claramente de la Sábana Santa. Esta, además, es citada en 1204 por un caballero francés, Robert de Clari, que la vio en Constantinopla durante la IV cruzada.

¿Cómo se justifica, pues, todo esto, si el carbono 14 ha dado una datación entre 1260 y 1390? ¿Tenemos que presuponer la existencia de una verdadera Sábana Santa desaparecida, de la que la actual es solo una imitación? Esto también iría en contra de los datos, en gran parte incontrovertibles, que se deducen del análisis de la tela y de los residuos presentes en ella de los que hemos hablado antes. Además, iría en contra de la imposibilidad de reproducir, incluso hoy con la tecnología más moderna, la imagen de la tela.

La misma precisión anatómica, en sus mínimos particulares, de la imagen del Hombre de la Síndone excluiría –aparte de las pruebas científicas que ha ilustrado– que pueda tratarse de un producto de época medieval, cosa imposible por el grado de conocimiento del cuerpo humano que entonces se tenía

Pero hay más: en la imagen del Hombre de la Síndone existen huellas realmente sorprendentes, que nos indican que la Sábana Santa envolvió sin lugar a dudas el cadáver de un hombre que fue torturado y muerto precisamente como los Evangelios nos describen la muerte de Jesús. Ante todo el Hombre de la Sábana Santa fue azotado. Todo el cuerpo fue sacudido con un flagrum taxillatum romano, menos el pecho. Las heridas indican dos distintas zonas de procedencia de los golpes, y se puede suponer, de este modo, que eran dos quienes azotaban. Esta flagelación no tenía que ser mortal, y fue infligida como pena en sí misma, más abundante que el acostumbrado preludio a la crucifixión: se le dieron unos ciento veinte golpes en vez de los veintiuno normales. Son los que se cuentan en la tela. No se trata de una flagelación judía porque los judíos, por ley, no superaban los treinta y nueve golpes. Cada golpe provocó seis contusiones provocadas por otros tantos huesecillos colocados en las extremidades de las tres cuerdas del flagrum.

Luego tenía que haberse producido la liberación, pero en cambio el condenado fue crucificado (Sal 129, 3; Is 50, 6; Mt 27, 26; Mc 15, 15; Lc 23, 25; Jn 19, 1). La flagelación no tuvo lugar durante el traslado del patibulum porque existen señales de flagrum también en correspondencia de los hombros. Estas heridas son distintas de las otras presentes en todo el cuerpo porque están comprimidas por un cuerpo pesado.

El Hombre de la Síndone fue coronado de espinas: la cabeza presenta en toda su superficie unas cincuenta heridas causadas por cuerpos puntiagudos. Se trenzó un casco de espinas conforme a las coronas reales de Oriente. No se trató, pues, del círculo de espinas transmitido por la tradición occidental (Mt 27, 29; Mc 15, 17; Jn 19, 2). El pequeño reguero de sangre en forma de 3 al revés que se ve en la frente (detalle que entre otras cosas aparece en varias representaciones del rostro de Cristo en Oriente ya mucho antes del año Mil) corresponde a un lento y continuo descenso de sangre venosa causado por una espina clavada en la vena frontal; el particular aspecto del 3 al revés se debe a que se ha fruncido el músculo frontal bajo el espasmo del dolor. La mancha de sangre a la derecha, en la raíz del pelo, está formada por un coágulo circular de sangre arteriosa, porque sale intermitentemente.

En el rostro del Hombre de la Síndone son evidentes diversas tumefacciones y la ruptura de la nariz, probablemente provocada por un bastonazo que alcanzó también la mejilla derecha (Mt 27, 30; Mc 15, 19; Jn 19, 3).

El Hombre de la Síndone presenta una equimosis en la paletilla izquierda y una herida en el hombro derecho, relacionadas con el transporte de la parte horizontal de la cruz, el patibulum (Mt 27, 31-32; Mc 15, 20-21; Lc 23, 26; Jn 19, 17). En la zona de la equimosis, las heridas de flagrum no quedaron laceradas por el roce de la madera: en efecto, a Jesús se le hizo ponerse la ropa (Mt 27, 31; Mc 15, 20) que protegió las heridas del roce, pero que luego causó grandes dolores cuando se le quitó antes de la crucifixión (Mt 27, 35; Mc 15-24; Lc 23, 34; Jn 19, 23-24).

Las caídas, transmitidas por la tradición, quedan confirmadas por las partículas de tierra mezclada con sangre encontrada en la nariz y la rodilla izquierda. La atadura del patibulum le impedía al condenado protegerse con las manos. Se ha identificado una notable cantidad de material terroso también en correspondencia del talón.

El Hombre de la Sábana Santa no era ciudadano romano, de lo contrario no habría sido crucificado. Las heridas de las muñecas y de los pies corresponden a las de un hombre clavado en la cruz con clavos. En la imagen sindónica no se ven los pulgares: la lesión del nervio mediano, causada por la penetración del clavo en la muñeca, causa, en efecto, la contracción del pulgar.

Del análisis forense resulta que el Hombre de la Sábana Santa, cuando murió, estaba deshidratado (Mt 27-48; Mc 15, 36; Lc 23, 36; Jn 19, 28-29; Sal 69, 4; Sal 69, 22; Sal 22, 16). Para acelerar la muerte, muy a menudo se les rompían las piernas a los crucificados: de este modo el condenado moría por asfixia pues quedaba colgado por los brazos. Según la Síndone no le quebraron las piernas (Jn 19, 33; Es 12, 46). El Hombre de la Síndone fue atravesado por una lanza en el lado derecho de la caja torácica. Los labios de la herida son anchos, precisos y lineales, típicos de un golpe dado tras la muerte.

El infarto seguido de hemopericardio se considera la causa más probable del fallecimiento. El hemopericardio es el momento terminal de un infarto de miocardio y está causado por espasmos coronarios por violento estrés psicofísico. La muerte por hemopericardio se deduce por la sangre que sale de la herida, en la que se notan grumos densos separados por un halo de suero; ello puede ocurrir en un hombre fallecido tras una notable acumulación de sangre en la región torácica. Esta acumulación puede explicarse por haberse roto el corazón y haberse derramado consiguientemente sangre entre el propio corazón y la lámina pericárdica exterior, que causa un dolor retroesternal penetrante. En el Evangelio se lee que Jesús antes de expirar lanza un grito (Mt 27, 50; Mc 15, 37; Lc 23, 46; Sal 69, 21; Sal 22, 15).

La herida, practicada con la lanza sobre el cadáver tras cierto tiempo, permitió que saliera la sangre que se había separado del suero (Jn 19, 34; Is 53, 5; Zc 12, 10; 1Jn 5, 6; Ez 47, 1).

La Sábana Santa es una tela de lino de rico tramado: los Evangelios nos dicen que la mortaja de Jesús fue comprada por José de Arimatea, un hombre rico (Mt 27, 57-60; Mc 15, 42-46; Lc 23, 50-53; Jn 19, 38-40). En la Sábana Santa se han encontrado huellas de áloe y mirra, las sustancias perfumadas llevadas por Nicodemo (Jn 19, 39-40). El Hombre de la Sábana Santa no fue lavado porque había sido víctima de muerte violenta.

Por los calcos hemáticos se deduce que su cuerpo fue envuelto en la sábana antes de pasar dos horas y media del fallecimiento y estuvo en la sábana menos de cuarenta horas. En efecto, no hay señales de putrefacción (Sal 16, 10).

En fin, el contacto entre el cuerpo y la sábana se interrumpió sin alterar los calcos de sangre que han permanecido extremadamente nítidos. Si el cuerpo hubiera sido extraído de la sábana, habría rebordes, que por lo contrario no se notan. Pero las huellas demuestran que no hubo extracción mecánica.

¿Cómo se explica la datación de 1260-1390 surgida de los análisis del carbono 14 de 1988?

Muchos estudiosos, al momento de la comunicación de los resultados de los análisis y también recientemente, se mostraron convencidos de que no pueden ser considerados válidos. Se ha dicho que la muestra examinada no era representativa de toda la sábana. En los hilos se ha encontrado la presencia de un revestimiento bioplástico de hongos y bacterias; además hay fibras de algodón e incrustaciones de colorantes, indicio de un remiendo invisible que puede haber invalidado la prueba.

Por desgracia ninguno de los tres laboratorios ofrecieron los datos brutos de los análisis, y esto impone el tener que aceptar el resultado sin siquiera una posibilidad parcial de contraprueba. Pero de estos análisis se ha hablado muchísimo, quizá demasiado, y en la opinión común se tiende a dar al carbono 14 un valor casi “milagrosamente” definitivo, cuando en realidad son análisis complejos que también están sujetos a error.

En un documental de la BBC, retransmitido recientemente también por la televisión italiana, el profesor Christopher Ramsey, actual director del laboratorio de Oxford, y que en aquel entonces firmó los resultados de los análisis, se ha mostrado posibilista en cuanto a la posibilidad de volver a discutir los resultados del 1988. Desde varias partes llegan voces de que podrían volver a ponerse en discusión Marinelli ha mantenido una correspondencia epistolar con él a propósito, precisamente, de este tema y su pensamiento ha sido en cierto sentido tergiversado, quizá para darle publicidad al documental. En pocas palabras, él afirma que frente a nuevos elementos estaría dispuesto a poner en discusión la cuestión, pero que en el momento actual no ve ningún motivo por el que haya de volver a abrirse.

Mejor esperar que con motivo de la nueva exposición prevista para 2010 pueda iniciarse un nuevo programa de investigaciones más amplio. El problema de los métodos de datación, que no deja de ser importante, es sin duda secundario con respecto al problema de cómo se formó la imagen en la tela de la Sábana Santa. Y el cómo nos ayudaría también a comprender el cuándo y el porqué.


Todo este contenido, ligeramente modificadfo, corresponde a una entrevista reliazada por Pina Baglioni a Emanuela Marinelli.

JGK. 03-03-2009