Pastoral y Coronavirus: Una visión desde la Ortodoxia Oriental
De Enciclopedia Católica
¡Oh vivificadora Cruz!
Gracias, Coronavirus, estamos muy agradecidos contigo:
En el tercer domingo de la Gran Cuaresma, nuestra santa Iglesia ortodoxa nos reúne para celebrar la Veneración de la Preciosa y Vivificadora Cruz. Es así que nuestra Iglesia, justo a la mitad de nuestro ayuno, nos trae la Cruz como inspiración y motivación para que podamos llegar a la victoria de la Resurrección. Más que nunca, durante estos días de contingencia por el Covid-19, en los que no podemos estar reunidos físicamente en la iglesia, necesitamos la Cruz: es el punto intermedio que nos da fuerza y nos permite continuar hasta que la pandemia finalice.
La Cruz nos indica hacia dónde debemos dirigirnos: hacia la crucifixión de nuestro Señor y su santa Resurrección. Así, debemos encaminarnos hacia la crucifixión de nuestra propia voluntad para que podamos cumplir la voluntad de Dios, y de este modo resucitar a la vida que el Señor tiene contemplada para nosotros.
Por ello, estemos llenos de fe, crucifiquemos en la Cruz de nuestro Señor y Salvador Jesucristo el temor que sentimos a causa del Coronavirus, que no es otra cosa que el mismo miedo a la muerte.
Digámosle al Coronavirus: gracias por darnos la oportunidad de detenernos y percatarnos de cuán perdidos estábamos, inmersos en las cuestiones materiales, lo cual nos impide dedicar siquiera un poco de tiempo a las cosas más imprescindibles. Gracias porque hoy podemos hacer a un lado nuestros problemas cotidianos para advertir aquello que realmente es importante. Gracias, Coronavirus, porque esta crisis sanitaria nos ha sacudido de tal manera que nos damos cuenta de que dependemos totalmente de Dios Todopoderoso, el Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Te agradecemos también, Coronavirus, porque nos has mostrado nuestra propia debilidad, nos has obligado a permanecer en casa y dedicar tiempo a la reflexión sobre el significado esencial de nuestra vida. Gracias porque nos brindas la oportunidad de arrepentirnos, de ver nuestros pecados y de acercarnos más a Dios. Te decimos: “Gracias, por dejarnos asumir nuestra debilidad y confiar, de este modo, más en Dios”. Recordemos las palabras de san Pablo: “Mi gracia te basta, pues mi fuerza se realiza en la debilidad” (2Cor 12: 9). Te damos gracias, Coronavirus, por mostrarnos nuestra realidad humana, como iguales entre nosotros, pues ante ti no hay rico ni pobre, ni blanco ni negro, ni hombre ni mujer; no hay distinción entre ortodoxos griegos y ortodoxos eslavos; entre orientales y occidentales: todos somos seres humanos… todos somos Adán-humanidad.
Gracias, Coronavirus, porque nos has llevado a recordar el verdadero sentido de la Iglesia: “una, santa, católica y apostólica”, donde “No hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3: 28).
Gracias, Coronavirus, porque con esta crisis nos has permitido, al clero y a los laicos, recordar que debemos orar más, confiar más en Dios y mostrar más amor y unidad.
De este modo, durante esta pandemia, queremos decirte, Coronavirus, que después de la Crucifixión llega la Resurrección. Somos hijos de la Resurrección.
Por ello, no te tememos a ti, sino a nuestra muerte espiritual, la cual nos granjeamos al ser pecadores, al alejarnos de Cristo; en palabras de nuestro Señor: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en el Infierno” (Mt 10: 28). Entonces, confesaremos nuestros pecados y nos arrepentiremos, pues los pecados son los verdaderos virus que se propagan como en una pandemia.
Cambiaremos para bien, trabajaremos en nuestra transformación personal, en nuestra “metanoia”. Derramaremos lágrimas frente al icono de la Santísima Theotokos y le rogaremos que interceda por nuestra salvación, pues ella es nuestra tierna madre que, al igual que Dios, nunca nos abandona. Como podemos leer en palabras del profeta Isaías: “¿Acaso olvida una mujer a su niño, sin dolerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque esas personas se olvidasen, yo jamás te olvidaría” (Is 49: 15).
Así, confiando en la compasión de nuestro Dios, amaremos más, ayunaremos más y oraremos más; convertiremos nuestros hogares en iglesias, uniendo nuestros corazones y nuestras mentes para pedirle al Señor que derrame su gran misericordia sobre nosotros. Recordemos, nuevamente, al profeta Isaías: “Pueblo mío, entra en tus cámaras y cierra tu puerta tras de ti, escóndete un instante hasta que pase la cólera” (Is 26: 20).
Querido Coronavirus, no eres motivo de temor para nosotros, pues desde hace mucho tiempo tenemos la vacuna: nuestra fe en la Resurrección de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien “resucitó de entre los muertos, pisoteando la muerte con la muerte y otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros”.
No olvidemos que Jesucristo se sacrificó en la Cruz para liberarnos de la prisión de la tumba. Él no nos dio su soplo de vida para que pereciéramos en la tierra, sino para que estuviéramos unidos eternamente con Él en la santidad, “Porque, así como por un hombre vino la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos” (1Cor 15: 21).
Por su parte, el apóstol san Pablo dice: “Si nuestra esperanza en Cristo se limita sólo a esta vida, ¡somos las personas más miserables!” (1Cor 15: 19). En otras palabras, si no creemos que nuestro Señor resucitó, entonces nosotros mismos nunca resucitaremos y nuestro destino será la muerte y la putrefacción y, para disfrutar de nuestra corta vida, haremos todo lo posible para distraernos de la inutilidad de nuestra existencia, de manera que terminamos adorando el poder, el placer, los bienes materiales y cualquier otra cosa que mitigue nuestro temor a la muerte. Es así que hacemos de este mundo un dios falso en un esfuerzo fallido por obtener lo que creemos erradamente que es nuestra salvación.
Afortunadamente, nuestro Señor y Salvador Jesucristo fue crucificado y resucitó. Hoy nos prosternamos ante la Cruz, venerándola, porque por ella nuestro Señor ha vencido a la muerte, haciendo que incluso la tumba y el Hades formen parte de la senda hacia la vida eterna del Reino a través de su gloriosa Resurrección.
Al respecto, en el Evangelio de Mateo que corresponde al tercer domingo de la Gran Cuaresma, leemos las palabras de nuestro Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16: 24); es decir, debemos tomar, primeramente, la decisión, por el libre albedrío que Dios nos ha otorgado, de seguirlo. San Juan Crisóstomo ilustra las palabras de nuestro Señor de la siguiente manera: “No fuerzo, no obligo, sino que a cada uno lo hago señor de su propia elección”. Es a través de los actos de fe cotidianos que cada uno toma su cruz y sigue al Señor que se sacrificó en la Cruz para nuestra salvación. Sólo de esta manera seremos librados del miedo a la muerte y de todos sus efectos de corrupción en nuestras almas. Así es como adoraremos a la Cruz y llevaremos a cabo la celebración correspondiente, pues es la gran señal de nuestra esperanza, es la única respuesta verdadera a la trágica fragilidad de nuestra humanidad, como el madero que Moisés sumergió en las amargas aguas de Mará haciéndolas dulces y apropiadas para saciar la sed (Éx 15: 23-25).
Pero, ¿qué significa “tomar su cruz”? San Nicolaj Velimirovic responde a esta pregunta de la siguiente manera: “Significa la aceptación voluntaria de todos los medios de curación, por amargos que sean, que se ofrecen de parte de la Providencia. ¿Se ciernen sobre ti grandes catástrofes? Sé obediente a la voluntad de Dios como lo fue Noé. ¿Se te exige sacrificio? Entrégate a las manos de Dios con la misma fe que tenía Abram cuando iba a sacrificar a su hijo. ¿Se arruinó tu propiedad? ¿Tus hijos han muerto repentinamente? Padécelo todo con paciencia, uniéndote a Dios en tu corazón, como lo hizo Job. ¿Tus amigos te abandonan y te encuentras rodeado de enemigos? Sopórtalo todo sin quejarte y con fe, como los apóstoles. ¿Has sido condenado a muerte a causa de Cristo? Agradece a Dios por tal honor, como lo hicieron los miles de mártires cristianos”.
Así pues, nos entregamos en las manos de Dios con fe y esperanza, y desde lo más profundo del corazón de la humanidad, que sufre ahora a causa del Coronavirus, esperamos la Pascua, la Fiesta de las Fiestas, para proclamar: “¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!” Sin duda, llegará el día de la Resurrección, que no está lejos, y luego toda la creación resplandecerá con la luz de la Resurrección, la alegría y la esperanza.
Rev. Archimandrita Dr. Fadi Rabbat (Dr. en derecho, derecho canónico y teología) Profesor de Teología Pastoral y COO of The Antiochian House of Studies USA