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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Parlamento

De Enciclopedia Católica

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En el siglo XVIII Inglaterra constituía, junto con Holanda, una isla dentro de la Europa absolutista. La revolución del siglo XVII había dado lugar a una monarquía de poder limitado. En primer lugar, con el reconocimiento del Habeas Corpus de 1679, fundamentó el principio de la libertad individual, que garantizaba que nadie podría ser detenido e inculpado sin ser puesto a disposición de un juez a las 74 horas de su detención, quien debería notificarle la causa de la misma y poner a su disposición un abogado. Se ponía freno así a la arbitrariedad del poder y se institucionalizaba una justicia independiente, que garantizaba la libertad de los ciudadanos.

En el año 1689, tras acabar con la monarquía absoluta de los Estuardo, el Parlamento inglés obligó al nuevo monarca, Guillermo de Orange, a jurar la Declaración de Derechos (The Bill of Rights), en la cual se limitaba los poderes del monarca y se sometía algunas de sus decisiones al Parlamento.

Toda una serie de medidas, a lo largo del siglo XVIII, fueron precisando los poderes del Parlamento frente al monarca, aunque éste conservó muchas atribuciones: designaba ministros, podía gobernar sin el apoyo del Parlamento y, hasta finales de siglo, el gobierno no fue plenamente responsable ante el Parlamento. Por tanto, no se puede hablar de régimen parlamentario, es decir, de un sistema en el que el gobierno no puede ejercer sus poderes sin el apoyo de la mayoría del Parlamento, compuesto por diputados elegidos.

Pero a pesar de ello Inglaterra fue el primer país en el que no existió monarquía absoluta: el soberano debía tener en cuenta la voluntad nacional que se expresaba en el Parlamento y los poderes ejecutivo y legislativo se habían separado. Asimismo, un tercer poder, la justicia, era independiente a los ciudadanos tenían garantizada la defensa de su libertad individual. Además, poco a poco una serie de reformas fueron ampliando los poderes del Parlamento y sometiendo al gobierno a su control.

Sin embargo, el régimen inglés no era en absoluto una democracia: sólo una minoría (grandes propietarios, burgueses, rentistas) tenía derecho de voto (15% de la población), los habitantes de las colonias no estaban representados y la esclavitud continuaba siendo aceptada. A pesar de ello, el control del poder absoluto del monarca y la división de poderes inglesa constituyeron un ejemplo y una inspiración para los filósofos franceses.