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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Orden de los Caballeros de Cristo

De Enciclopedia Católica

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Una orden militar que surgió a partir de la famosa Orden del Templo (Ver Caballeros Templarios). Tal como Portugal fue el primer país en Europa donde se instalaron los Templarios (en 1128), así también fue el último en preservar los postreros remanentes de esa orden. Los Templarios Portugueses habían contribuido a la conquista de Algarve de los musulmanes; ellos estaban todavía defendiendo esa conquista cuando fueron suprimidos (1312) por el Papa Clemente V (q.v.). el rey Diniz, que entonces regía a Portugal, lamentó la pérdida de aquellos valiosos auxiliares sobre todo porque, en los juicios a que había sido sometida la orden en toda la Cristiandad, los Templarios de Portugal habían sido declarados inocentes por la corte eclesiástica del Obispo de Lisboa. Para ocupar su lugar, el rey instituyó una nueva orden, bajo el nombre de Christi Militia (1317). Obtuvo entonces para esta orden la aprobación del Papa Juan XXII, quien, por una Bula (1323), daba a estos caballeros la regla de los Caballeros de Calatrava (Ver Calatrava, Orden Militar de) y los puso bajo el control del Abate Cisterciense de Alcobaca. Más tarde, por otra Bula (1323), el mismo Papa autorizó al rey Diniz para hacer entrega a la nueva Orden de Cristo de las propiedades portuguesas de los extintos Templarios, y, la gran precipitación por convertirlos en Caballeros de Cristo, puede claramente ser explicado como el fundamento de Don Diniz en su intención tanto en lo personal como en lo territorial de una continuación en Portugal de la Orden del Temple. Instalados primero en Castro Marino, y más tarde (1357) establecidos definitivamente en el monasterio de Thomar, cerca de Santarem.

Para esta época, sin embargo, Portugal ya había liberado su suelo del musulmán, y parecía que la Orden de Cristo sería un despilfarro de fuerzas en ociosidad, cuando el príncipe Enrique el Navegante, hijo del rey Joao I, abrió un nuevo campo para su utilización llevando la guerra contra el Islam dentro de Africa. La conquista de Ceuta (1415) fue la primera etapa hacia la formación de un gran imperio portugués más allá de los mares. Esto puede en el presente ser aceptado como demostrado, y que el motivo que esta gran empresa no fue mercenario, sino religioso, con su pretensión de conquista de Africa para Cristo y Su Fe. Nada podía haber estado más de acuerdo con el espíritu de la orden, que, bajo el principe Enrique mismo como su gran maestre (1417-65), enfrentaba este proyecto con entusiasmo. Esto explica los extraordinarios favores otorgados por los papas a la orden -- favores prometidos para fortalecer un trabajo de evangelización. Martín V, por una Bula cuyo texto está perdido, otorgó al principe Enrique, como Gran Maestro de la Orden de Cristo, el derecho de representación de todos los beneficios eclesiásticos para ser instituidos más allá de los mares, junto con una completa jurisdicción y la disposición de ingresos de iglesia en esas regiones. Naturalmente, el clero de esas primeras misiones foráneas era reclutado de preferencia entre aquellos sacerdotes que eran miembros de la orden, y en 1514, una Bula de León X confirmó a ella los derechos de presentación a todos los obispados más allá de los mares, entre cuyos privilegios después surgiría la costumbre entre los titulares de llevar puestas las cruces pectorales de la forma particular de la Orden de Cristo. Después de esta campaña el rey Manuel de Portugal, a fin de superar la aversión de los caballeros a permanecer en las guarniciones africanas, estableció treinta nuevas encomiendas en el territorio conquistado. León X, para promover un aumento en el número de establecimientos de la orden, otorgó un ingreso anual de 20.000 cruzados para ser derivados desde la propiedad de la iglesia de Portugal, y, como resultado de toda esta asistencia material, de un total de setenta encomiendas de la orden al inicio del reinado de Manuel se transformaron en cuatrocientas cincuenta y cuatro a su término, en 1521. Mientras esas expediciones extranjeras mantenían vivo el espíritu militar de la orden, su disciplina religiosa fue disminuyendo. El Papa Alejandro VI, en 1492, modificó el voto de celibato por el de castidad conyugal, alegando el predominio entre los caballeros de un concubinato para el que un matrimonio regular era lejos preferible. La orden se fue haciendo menos monástica y más secular, y fue tomando más y más el carácter de una institución real. Después del príncipe Enrique el Navegante, el cargo de gran maestre fue siempre sostenido por un principe real; bajo Manuel esto se hizo definitivamente, como aquellos de Aviz y Santiago, una prerrogativa de la corona; Joao III, sucesor de Manuel, instituyó un concejo especial (Mesa das Ordens) para la conducción de esas órdenes en el nombre del rey. El Hermano Antonius de Lisboa, en un intento de reforma, resultó causante de la completa aniquilación de la vida religiosa entre los caballeros de la orden. Los sacerdotes de la Orden de Cristo fueron forzados a recluirse en vida conventual en Thomar, el convento mismo se convirtió en un claustro con el cual los caballeros desde entonces mantenían sólo una conexión remota. El joven rey, Don Sebastián, trató de revertir este nocivo cambio (1574), pero la gloriosa, aunque inútil muerte, en África, del último de los cruzados (1578) detuvo el cumplimiento de sus proyectos. Durante el período de la dominación española (1580-1640) otro intento de revitalizar el carácter monástico de toda la orden resultó en los estatutos emanados por un capítulo general, en Thomar en 1619, y promulgados por Felipe IV de España, en 1627. Los tres votos fueron reestablecidos, incluso para los caballeros que no vivían en las casas de la orden, aunque con ciertas mitigaciones, el matrimonio, por ejemplo, sería permitido para aquellos que podían obtener una dispensa papal. Las condiciones de admisión eran un noble nacimiento y ya sea dos años de servicio en África o tres años con la flota, pero las encomiendas podían ser dirigidas sólo por aquellos que habían servido tres años en África o cinco con la flota.

El último intento de una reforma para la orden fue la de la reina Doña María, hecha con la aprobación de Pío VI (1789). Este, el más importante de todos los esquemas de reforma diseñados para el beneficio de la orden, hizo del convento de Thomar una vez más el cuartel general de toda la orden, y en lugar del prior conventual, quien, desde 1551, había sido elegido por sus hermanos por un término de tres años, ahora habría un gran prior de la orden, reconocido por todos los rangos e investido con todos los privilegios y la total jurisdicción antiguamente otorgada por los papas. El soberano, sin embargo, se mantuvo como gran maestre, y los últimos Grandes Priores de la Orden de Cristo, como oficiales subordinados de las corona, no demoraron en entrar en los enredos políticos del siglo diecinueve. El último de todos, Furtado de Mendoça, fue identificado con el partido miguelista en las revueltas de 1829-32, y eso llevó a la confiscación general de las propiedades monásticas que siguieron a la derrota de Don Miguel con el convento de Thomar y las cuatrocientas cincuenta encomiendas perdidas. El rey de Portugal es todavía oficialmente "Gran Señor de la Orden de Nuestro Señor Jesús Cristo", y como tal confiere la calidad de miembro o socio titular de la orden, junto a la condecoración de la cruz carmesí ornamentada con otra cruz blanca, más pequeña.

La Orden de Cristo, como condecoración papal, u orden al mérito, es también una supervivencia histórica del derecho, antiguamente reservado a la Santa Sede, de aceptar nuevos miembros en la orden portuguesa. (Ver Condecoraciones papales).

Para la orden alemana a veces llamada la Orden de Cristo (Frates Militiae Christi) ver Espada, Hermanos de la.

Ferreira, Memorias e noticias da Ordem dos Templaarios (Lisbon, 1735); Definicoes e statutos dos Cavalleros da Ordem de Christo (Lisbon, 1621); Guimaraes, A Ordem de Christo (Lisbon, 1901). -- See also works on Portuguese history cited in bibliography of Aviz.

CH. MOELLER Transcrito por William D. Neville Traducido por Miguel A. Casas