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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Novena de Ánimas

De Enciclopedia Católica

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NOVENA EN SUFRAGIO DE LAS BENDITAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO


Tomada del devocionario “Áncora de Salvación”,

compilado y publicado por el Padre José Mach, SJ en 1860


Imprímatur de Mons. Antonio Rocca, Vicario General del Arzobispado de Buenos Aires,

31 de Marzo de 1949.



Por la señal ✠ de la Santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos líbranos, Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.


ACTO DE CONTRICIÓN

Señor mío Jesucristo, Creador, Padre y Redentor mío, en quien creo y espero, a quien amo y quisiera haber siempre amado sobre todas las cosas; me pesa, sí, una y mil veces me pesa de haberos ofendido, por ser Vos quien sois, bondad infinita; pésame también porque merecí las terribles penas del Purgatorio, y ¡ay!, tal vez las eternas llamas del Infierno. Propongo firmemente nunca más pecar, y apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, ayudado de vuestra divina gracia. ¡Oh! Tenga yo, Jesús mío, la dicha de confesarme bien, enmendar la vida y perseverar hasta la muerte. Os lo pido por esas benditas Ánimas, por vuestra Sangre preciosísima y por los dolores de vuestra afligidísima Madre. Amén.



ORACIÓN AL PADRE ETERNO PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA

Padre celestial, Padre amorosísimo, que para salvar a las almas quisisteis que Vuestro Hijo unigénito, tomando carne humana en las entrañas de una Virgen purísima, se sujetase a la vida más pobre y mortificada, y derramase su Sangre en la Cruz por nuestro amor; ¿cómo? ¿Dejaríais sufrir largo tiempo a esas almas en el Purgatorio, habiendo costado tanto a Jesucristo y siendo vuestras amadísimas hijas? ¿Permitiríais fuese malograda Sangre de tan grande valor? Compadeceos, pues, de esas pobrecitas almas, y libradlas de aquellas horrorosas llamas. Compadeceos también de la mía, y libradla de la esclavitud del vicio. Y si vuestra Justicia divina pide satisfacción por las culpas cometidas, yo os ofrezco todas las obras buenas que haga en este Novenario. ¡Ay! De poquísimo, de ningún valor son, en verdad; pero yo las uno con los méritos infinitos de vuestro Hijo divino, con los dolores de su Madre santísima, y con las virtudes heroicas de cuantos justos han existido en la tierra. Miradnos a todos, vivos y difuntos, con ojos de compasión, y haced que celebremos un día vuestras misericordias en el eterno descanso de la Gloria. Amén.



DÍA PRIMERO

MEDITACIÓN DE LA EXISTENCIA DEL PURGATORIO


PUNTO PRIMERO

Es un artículo de fe que las almas de los que mueren con alguna culpa venial, o sin haber satisfecho plenamente a la Justicia divina por los pecados ya perdonados, están detenidas en un lugar de expiación que llamamos Purgatorio. Así lo enseña la santa Madre Iglesia, columna infalible de la verdad; así lo confirma la más antigua y constante tradición de todos los siglos; así lo aseguran unánimemente los santos Padres griegos y latinos: Tertuliano, San Cirilo, San Cipriano, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Agustín, y tantos otros; así lo han definido los sagrados Concilios de Roma, Cartago, Florencia, Letrán y Trento, dirigidos por el Espíritu Santo. Y aunque la Iglesia no lo enseñase así, ¿no lo dice bastante la misma razón natural? Supongamos que sale de este mundo un alma con algún pecado venial: ¿Qué hará Dios de ella? ¿La arrojará al Infierno y, siendo su hija y esposa amadísima, la confundirá con los réprobos y espíritus infernales? Eso repugna a la Justicia y Bondad divinas. ¿La introducirá en el Cielo? Eso se opone igualmente a la santidad y pureza infinita del Creador; pues sólo aquel cuyas manos son inocentes y cuyo corazón está limpio subirá al monte del Señor. Nada manchado puede entrar en aquel reino purísimo. ¿Qué hará, pues, Dios de aquella alma? Ya nos lo dice por Malaquías: “La pondré como en un crisol, esto es, en un lugar de penas y tormentos, de donde no saldrá hasta que haya plenamente satisfecho a la Justicia divina”. ¿Crees tú eso, cristiano? Creas o no creas, te burles o no te burles de ello, la cosa es y será así. Negar el Purgatorio, sólo poner en duda deliberadamente su existencia, es ya pecado grave. ¿Crees tú esta verdad, y con esa indiferencia miras tan horribles penas? ¿Crees en el Purgatorio y con tus culpas amontonas tanta leña para arder en el más terrible fuego?


Medita un poco sobre lo dicho.


PUNTO SEGUNDO

Es también un artículo de fe que nosotros podemos aliviar a aquellas almas afligidísimas. Sí; en virtud de la Comunión de los Santos, hay plena comunicación de bienes espirituales entre los Bienaventurados que triunfan en el Cielo, los cristianos que militamos en la tierra y las Ánimas que sufren en el Purgatorio. En virtud de esta comunicación de bienes, podemos con mucha facilidad y mérito nuestro bajar al Purgatorio con nuestros sufragios y, a imitación de Jesucristo después de su muerte, librar a aquellas almas, y alegrar al Cielo con un nuevo grado de gloria accidental, procurando nuevos príncipes y moradores a aquella patria felicísima. ¡Oh admirable disposición de la Sabiduría divina! ¡Oh! ¡Qué dicha y felicidad la nuestra! Viéndose Dios obligado a castigar a aquellas sus hijas muy amadas, busca medianeros que intercedan por ellas, a fin de conciliar así el rigor de la Justicia con la ternura de su Misericordia infinita. Y nosotros somos estos dichosos medianeros y corredentores; de nosotros depende la suerte de aquellas pobres almas. Haz, pues, amado cristiano, con fervor este santo Novenario. No faltes a él ningún día; ¿Quién sabe si abrirás el Cielo a alguno de tus parientes y amigos ya difuntos? ¿Y serás tan duro e insensible que les niegues este pequeño sacrificio, pudiéndoles hacer ese gran favor a tan poca costa?


Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.


EJEMPLO

Entre las muchas apariciones que confirman el dogma del Purgatorio y lo adeptos que son a Dios los sufragios que ofrecemos por los difuntos, es muy notable la que tuvo el gran caudillo de los ejércitos de Dios, Judas Macabeo. Había este piadoso general derrotado a Gorgias, aunque no sin pérdida de varios soldados que murieron en la batalla, y conociendo, por las alhajas que se les encontraron ocultas en los vestidos, que habían muerto en castigo de un robo cometido en el templo de Jamnia, exhortó al ejército a que rogase por aquellos infelices. Hizo una cuestación, y reuniendo doce mil dracmas de plata, las envió a Jerusalén para que se ofreciesen sacrificios en sufragio de aquellas pobres almas. Conducta admirable, que el Espíritu Santo alabó con estas memorables palabras: “Santa y saludable cosa es rogar por los difuntos, para que se les perdone el reato de sus pecados”. Conducta que le alcanzó de Dios una insigne victoria, pues habiendo sucedido a Gorgias el soberbio Nicanor, y venido con un crecidísimo ejército y gran número de caballos y elefantes, la víspera, cansado Judas de combinar el plan y de hacer los preparativos de la batalla, se queda dormido; cuando he aquí que se le aparecen el profeta Jeremías y el Sumo Sacerdote Onías, ya difuntos, y presentándole una espada muy preciosa, le dicen: “Recibe esta espada santa como una prenda que Dios te envía: con ella abatirás a los enemigos de mi pueblo Israel”. Armado con esta visión y armado con esta espada divina, embistió con un pequeño ejército al enemigo y mató a treinta y cinco mil, siendo uno de los principales el mismo Nicanor.



ORACIÓN A JESÚS SUDANDO SANGRE EN EL HUERTO

¡Oh Jesús amantísimo, alegría de los Ángeles y gloria del Cielo! ¡Cómo os contemplo anegado en un mar de amargura en el huerto de Getsemaní! ¡Ay!, responde San Agustín, “Rogabais y sudabais sangre por las horribles penas que habían de sufrir las almas en el Purgatorio”. ¡Y que no pueda yo consolaros, oh Dios mío, y regocijar a la celeste Jerusalén, librándolas de tan terribles tormentos! A lo menos aceptad, oh Padre celestial, la tristeza y agonía que Jesús sufrió por ellas y por mí. Sí; por mí está su alma triste hasta la muerte; por mi causa bajó un Ángel del Cielo a consolarle; mío este sudor, mía esta Sangre preciosa que baña la tierra. Yo os la ofrezco, oh Dios de amor; aceptadla en expiación de mis culpas y sufragio de las Ánimas. Y pues es sangre de valor infinito, dejad caer una gota sobre mi corazón y quedarán borradas mis culpas. Caiga una gota siquiera en el Purgatorio y se apagarán sus horribles llamas. ¡Ay!, no merecemos tan gran favor; pero muévaos el afecto con que acudimos a vuestra divina Majestad. Amén.


Ahora se dirán cinco Padre nuestros y cinco Ave Marías, y un Gloria Patri en sufragio de las Benditas Ánimas y para impetrar de Dios Nuestro Señor la gracia que se desea recibir.



ORACIÓN A LAS ÁNIMAS EN EL PURGATORIO

Esposas muy queridas del Señor, que encerradas en la cárcel del Purgatorio sufrís indecibles penas, careciendo de la presencia de Dios hasta que os purifiquéis, como el oro en el crisol, de las reliquias que os dejaron las culpas; ¡con cuánta razón desde aquellas voraces llamas clamáis a vuestros amigos pidiendo misericordia! Yo me compadezco de vuestro dolor, y quisiera tener caudal suficiente para satisfacer deuda tan crecida; y aunque más pobre que vosotras mismas, os ofrezco y aplico cuantas indulgencias pudiere ganar en este día, y cuantas obras de supererogación hiciere, a excepción de aquellas que por alguna necesidad particular aplicare. Pero siendo tan pobres mis méritos para satisfacer por vosotras a la Justicia divina, apelo a la piedad de los Justos, a los ruegos de los Bienaventurados, al tesoro inagotable de la Iglesia, a la intercesión de María Santísima y al precio infinito de la Sangre de Jesucristo. Conceded, Señor, a esas pobres Ánimas, sobre todo al alma de N., el deseado consuelo y descanso. Pero confío también, almas agradecidas, que tendré en vosotras poderosas medianeras que me alcancen del Señor gracia con que deteste mis culpas, adelante en la virtud, sojuzgue mis pasiones y llegue a la eterna bienaventuranza. Amén.



LAMENTOS DE LAS BENDITAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO

Oíd, mortales piadosos,

Y ayudadnos a alcanzar

Que Dios nos saque de penas

Y nos lleve a descansar.


¡Oh vosotros, caminantes,

Suspended, oíd, parad!

Bastará solo el oírnos

A mover vuestra piedad:

Hoy pide nuestra aflicción

Que queráis cooperar


¡No hay dolor, angustia, pena,

Ni martirio el más cruento,

Que llegue a sombra o pintura

De nuestro menor tormento!

Sólo alivia nuestros males

De vuestro amor esperar


Aquí estoy en Purgatorio,

De fuego en cama tendido,

Siendo mi mayor tormento

La ausencia de un Dios querido:

Padezco sin merecer,

Por mí no basto a alcanzar


¡Ay de mí, ay Dios severo!

¡Ay llama voraz y activa!

¡Ay bien merecido fuego!

¡Ay conciencia siempre viva!

¡Ay Justicia que no acabas!

Ay, ¿cuándo se ha de llegar?


¡Ay culpa, lo que me cuestas!

Nunca pensé en tu fiereza:

Pues con tanto fuego pago

Lo que juzgué ligereza.

¡Cielos, piedad! ¡Basta, Cielos!

¿Cuándo el día se ha de llegar?


Todo lo que aquí padezco

Es justo, santo y debido,

Pues no se purga con menos

Haber a un Dios ofendido.

¡Ay, que pude no ofenderle!

¡Ay, que no hay más que esperar!


Padres, hermanos, amigos,

¿Dónde está la caridad?

¿Favorecéis a un extraño

Y para mí no hay piedad?

¡Ea, venga una limosna,

Un sufragio o un rogar!


Hijo ingrato que paseas

Tan ricamente vestido,

Y a costa de mis sudores

Descansas en tanto olvido:

¡Mira a tu padre quemando,

Y lo puedes remediar!


Quizá en ti no será arbitrio,

Sí obligación de justicia,

Pues no cumples testamentos,

Aquí estoy por tu perezosa malicia.

¡Abre los ojos, despierta!

Paga, haciendo acelerar.


Hermanos todos en Cristo,

Los que oís estos suspiros,

Si queréis podéis sacarnos

De estos lóbregos retiros,

Con sufragios, sacrificios,

Y devotamente orar


El más alto sacrificio

Del Cordero Inmaculado

Nos es el primer sufragio

Para purgar el pecado.

Su santa Cruz y Pasión

Son medios para lograr


De Getsemaní en el Huerto

Sangre sudó el Redentor,

Contemplando de estas penas

El gran tormento y rigor:

Al Padre Eterno se ofrece,

No cesando allí de orar


Es María del Monte Carmelo

Y su ilustre Cofradía,

Quien nos libra de los males

Y nos colma de alegría:

Su nombre el mal nos mitiga,

Siendo el medio de alcanzar


En vista de tal piedad,

No te olvides, oh mortal,

De este pío camposanto,

Cementerio de hospital.

Sigue, pues, la Cofradía

Que tierna te insta a clamar


Atiende y mira, cristiano,

Que en aqueste cementerio

Tal vez tus padres y deudos

Esperan de ti el remedio.

A la Virgen y a los santos,

Pedidles, quieran mediar


Cofrades, fieles, amigos,

Dad crédito a estos lamentos:

Obrad bien, evitad culpas,

Para huir de estos tormentos.

¡Socorro, piedad, alivio!,

Concluimos con gritar:


Oíd, mortales piadosos,

Y ayudadnos a alcanzar

Que Dios nos saque de penas

Y nos lleve a descansar.


Antífona: Dales, Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz perpetua.

L/: Y oí del Cielo una voz que me decía.

R/: Bienaventurados los que murieron en el Señor.


ORACIÓN

Oh Dios, Creador y Redentor de todos los hombres, conceded a las almas de vuestros servidores y servidoras, la remisión de todos sus pecados, a fin de que obtengan por nuestras humildísimas oraciones el perdón que ellas siempre han deseado. Vos que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.


OBSEQUIO: En sufragio de las santas Ánimas, tomar la generosa resolución de asistir al Novenario cada día o de suplir haciendo la Novena en casa, si alguno estuviese impedido de ir a la iglesia.




DÍA SEGUNDO

MEDITACIÓN: SOBRE LA PENA DE SENTIDO EN GENERAL


PUNTO PRIMERO

Ven, mortal, tú que vives como si después de esta vida no te quedase nada que temer ni que esperar; ven, penetra con el espíritu en aquellos horrendos calabozos donde la Justicia divina acrisola las almas de los que mueren con algún pecado venial; mira si, fuera del Infierno, pueden darse penas mayores, ni aun semejantes a las que allí se padecen. Considera todos cuantos dolores han sufrido los enfermos en todos los hospitales y lugares del mundo; aquellos dolores de cabeza y de vientre tan agudos, aquellos tan rabiosos de costado y de muelas, aquellas convulsiones y contorsiones espantosas de miembros, aquellas llagas y postemas insoportables, aquellos dolores y males de corazón tan vivos que han acabado con la vida de tantas personas; ¿igualarían todos estos males reunidos a los dolores que padece un alma en el Purgatorio? “No, –dice San Agustín– pues éstos exceden a todo cuanto se puede sentir, ver o imaginar en este mundo”. Añadid a todos estos males los suplicios y tormentos que la crueldad de los Nerones, Dioclecianos, Decios y demás perseguidores de la Iglesia inventaron contra los cristianos. Aquellas tenazas y garfios de hierro con que les despedazaban las carnes, aquellas parrillas con que los asaban vivos, aquellas catastas y ecúleos con que les descoyuntaban los miembros, aquellas ruedas de navajas y puntas de hierro, aquellas prensas y máquinas con que los martirizaban; todo este horrible aparato de dolores y tormentos acerbísimos, ¿no igualaría al Purgatorio? “Tampoco, –dice San Anselmo– pues la menor pena de aquel lugar de expiación es más terrible que el mayor tormento que se pueda imaginar en este mundo”. Pues, ¿qué penas serán aquéllas? ¡Ah! “Son tales, –dice San Cirilo de Jerusalén– que cualquiera de aquellas almas querría más ser atormentada hasta el día del Juicio con cuantos dolores y penas han padecido los hombres desde Adán hasta la hora presente, que no estar un solo día en el Purgatorio sufriendo lo que allí se padece”. Pues todos los tormentos y penas que se han sufrido en este mundo, comparados con los que sufre un alma en el Purgatorio, pueden tenerse por consuelo y alivio. “Solátia erunt”. ¡Ah! ¡Quién no tiembla!


Medita un poco sobre lo dicho.


PUNTO SEGUNDO

¿Y quiénes son esas Ánimas tan horriblemente atormentadas en el Purgatorio? ¡Ay! ¡Qué motivo éste tan grande para hacernos temblar! Son obra maestra de la mano del Omnipotente, y vivas imágenes de su divinidad; son amigas, hijas y esposas amadísimas del Señor; ¡y no obstante son tan severamente castigadas! Dios las amó desde la eternidad, las redimió con la sangre de sus venas, ahora las ama con un amor infinito, como que están en su gracia y amistad divina; ¡y no obstante sufren penas imponderables! ¡Ay! ¡Purgatorio! ¡Purgatorio! ¡Cuán claramente nos manifiestas la justicia y santidad de Dios! ¡Qué horror debes inspirarnos al pecado! Pues si con tanto rigor trata Dios a sus estimadísimas esposas por faltas ligeras, ¿cómo serás tratado tú, pecador, tú que vives abandonado al arbitrio de las pasiones? “Si en el árbol verde hacen esto, en el seco ¿qué harán?”. Si el hijo y heredero del Cielo es así castigado por faltas que a muchos parecerán virtudes, ¿cómo serás castigado tú, pecador y enemigo de Dios, por vicios y pecados tan horrendos y abominables? Piénsalo bien y enmienda tu vida.


Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.


EJEMPLO

Refiere Tomás de Cantimprato que, a un hombre muy virtuoso, pero que a causa de una larga y terrible enfermedad, estaba muy deseoso de morir, se le apareció el ángel del Señor y le dijo: “Dios ha aceptado tus deseos; escoge, pues: o pasar tres días en el Purgatorio y después ir al Cielo, o ir al Cielo sin pasar por el Purgatorio, pero sufriendo todavía un año de esa enfermedad”. Eligió lo primero: murió y fue al Purgatorio. No había aún pasado un día, cuando el Ángel se le presentó de nuevo. Apenas le hubo visto aquella pobre alma, “no es posible –exclamó– que tú seas el ángel bueno, pues me has engañado así. Me decías que sólo estaría tres días en este lugar, ¡y hace ya tantos años que estoy sufriendo aquí las más horribles penas!” “Tú eres quien te engañas –contestó el ángel–; todavía no ha pasado un día; tu cuerpo está aún por enterrar; si prefieres sufrir un año más esta enfermedad, Dios te permite aún salir del Purgatorio y volver al mundo”. “Sí, ángel santo –replicó–; no sólo esta enfermedad durante un año, sino cuantas penas, dolores y males haya en el mundo sufriré gustoso, antes que padecer una sola hora las penas del Purgatorio”. Volvió, pues, a la vida y sufrió con admirable alegría un año más de aquella enfermedad, publicando a todos lo terrible que son las penas del Purgatorio.



ORACIÓN A JESÚS PRESO POR NUESTRO AMOR

¡Oh Padre celestial! No me espanta el ver a vuestras amabilísimas esposas presas y tan severamente castigadas en el Purgatorio. Las infelices ofendieron un día a vuestra divina Majestad y pisaron vuestra ley santísima. Lo que me pasma es ver entregado por el traidor Judas y preso como un facineroso por hombres vivísimos e inhumanos ¿a quién? A Jesús, centro de vuestras complacencias infinitas. ¡Ah! Le veo con una soga al cuello, tirado por tierra, atadas sus manos, cargado de oprobios y de cadenas. Mas, por otra parte, ¡oh dichosas cadenas! Ellas son mi esperanza, y serán el consuelo y alivio de las benditas almas del Purgatorio. Sí, Padre de clemencia; usad con ellas y conmigo de misericordia; y pues Jesús se deja prender por darnos libertad, aceptad las ignominias, injurias y golpes cruelísimos que padece por nuestro amor. Aceptadlas en remisión de nuestras culpas y en sufragio de nuestros hermanos difuntos; dadles la libertad, que con ansia esperan, para alabaros eternamente en el Cielo. Amén.


Ahora se dirán cinco Padre nuestros y cinco Ave Marías, y un Gloria Patri en sufragio de las Benditas Ánimas; la oración a las Ánimas y los Lamentos se rezarán todos los días


OBSEQUIO: Asistir mañana y todos los días que se pueda, al santo sacrificio de la Misa en sufragio de las Almas del Purgatorio.





DÍA TERCERO

MEDITACIÓN SOBRE EL FUEGO DEL PURGATORIO


PUNTO PRIMERO

Considera, amado cristiano, el tormento que causa a las almas el fuego abrasador del Purgatorio. Si el fuego de este mundo, creado para servicio del hombre y efecto de la bondad divina, es ya el más terrible de todos los elementos; si es ya tal su virtud, que consume bosques, abrasa edificios, calcina mármoles durísimos, hace saltar piedras y murallas espantosas, derrite metales y ocasiona horrendos terremotos, ¿qué será el fuego del Purgatorio, encendido por un Dios santísimo y justísimo, para con él demostrar el odio infinito que tiene al pecado? “Es tal, –dice San Agustín– que el fuego de este mundo, comparado con él, no es más que pintado”. “Tanquam ignis depíctus!”. Dios mío, ¡qué expresión! ¡Las llamas que vomitan los Vesubios, las que devoraron a Roma y tantas otras ciudades, el fuego de Babilonia, el que Elías hizo bajar del Cielo, hasta el diluvio de llamas que en tiempo de Lot llovió sobre las nefandas ciudades de Sodoma y Gomorra, todo es fuego pintado en comparación del que atormenta a las Almas del Purgatorio! Tanquam ignis depíctus! Ahora bien: si tener el dedo en la llama de una vela sería para nosotros insoportable dolor, ¿qué tormento será para aquellas almas estar sepultadas en un fuego que es, dicen Santo Tomás y San Gregorio, “igual en todo, menos en la duración, al del Infierno”? Sí; escuchadlo, almas tibias, y estremeceros. Con el mismo fuego se purifica el elegido y arde el condenado, con la única diferencia que aquél saldrá cuando haya satisfecho por sus culpas y éste arderá allí eternamente. ¿Y en esas abrasadoras llamas quieres tú caer por tu tibieza? ¡Oh ceguera! ¡Oh locura sin igual!


Medita un poco sobre lo dicho.


PUNTO SEGUNDO

Considera cuáles son las faltas por las que Dios infinitamente bueno y misericordioso castiga a sus amadísimas esposas con tanto rigor y verás que son faltas leves, y a veces un solo pecado venial. ¡Oh! ¡Y qué mal tan grave debe ser éste delante de Dios, cuando es tan severamente castigado en el Purgatorio! En efecto; el pecado venial es leve, si se le compara con el mortal, pero en sí es mayor mal que la ruina de todos los imperios y que la destrucción del universo; es un mal tan espantoso, que excede en malicia a todas las desgracias y calamidades del mundo; es un mal tan grande, que si cometiéndolo pudieses convertir a todos los pecadores, sacar a todos los condenados del Infierno, librar a todas las almas del Purgatorio, aun entonces no debieras cometerlo, pues todos estos bienes no igualarían la malicia del pecado más leve, porque aquéllos son males de la criatura y éste es un mal y una ofensa hecha al mismo Creador. ¿Puedes oír esto sin horrorizarte y sin mudar de conducta? Pero ¡Ay! ¿Qué es tu vida, sino una serie ininterrumpida de pecados? ¡Pecados cometidos con los ojos, con los oídos, con la lengua, con las manos, con todos los sentidos! ¡Cuántas culpas por la ignorancia crasa y olvido voluntario de tus obligaciones! ¡Cuántas indiscreciones por la distracción de tu espíritu, por la violencia de tu genio, por la temeridad de tus juicios, por la malicia de tus sospechas! ¡Cuántas faltas por no querer mortificarte, ni sujetarte a otro, por tu ligereza en el hablar! ¡Ay! Llora, cristiano, tu ceguedad; y a la claridad del fuego espantoso del Purgatorio, comprende por último cuán grande mal es cometer un pecado venial. Pero ¡ay!, es un mal tan grande; ¡y tú, lejos de llorarle, lo cometes sin escrúpulo, a manera de juego, pasatiempo y diversión!


Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.


EJEMPLO

Nada hace tan sensible la malicia del pecado venial como las muchas almas, de que consta por varias y auténticas apariciones, que han expiado en el Purgatorio faltas, según nuestro modo de hablar, muy ligeras. Unas fueron condenadas a él por haber hablado en la iglesia sin necesidad, como una niña de siete años, según refiere Cesáreo de Heisterbach; otras, como la hermana de San Pedro Damián, por haber escuchado con gusto una canción profana cuando se levantó a Maitines. Murió Vitalina, noble doncella romana, tenida por Santa Mónica en tan buena opinión que encomendaba a su hijo Agustín en sus oraciones; y a pesar de esto, se apareció muy triste a San Martín obispo diciéndole: “Estoy ardiendo por haberme lavado dos o tres veces la cara con demasiada vanidad”. Un religioso fue al Purgatorio por no haber hecho inclinación de cabeza al decir el Gloria Patri al fin de los Salmos; otros por estarse a la lumbre más de lo ordinario en tiempo de invierno; allá fue a parar San Severino obispo coloniense por ciertas negligencias en el rezo divino; un niño de nueve años por no haber pagado o devuelto algunas frioleras que había tomado; muchos años estuvo en aquel fuego un padre de familia por haber descuidado la buena educación de sus hijos; San Valero por haber favorecido demasiado a un sobrino suyo; y así de otros muchos.


ORACIÓN A JESÚS CONDUCIDO DE TRIBUNAL EN TRIBUNAL

¡Oh Padre amantísimo! Cuando considero las innumerables ofensas que cada día cometí contra vuestra soberana Majestad, cuando me veo siempre iracundo, soberbio, vengativo, falto de virtudes y lleno de defectos y vicios, no puedo menos que temblar al postrarme a vuestros pies. ¿Y cómo me atreveré yo a interceder por las afligidas almas del Purgatorio, siendo merecedor de penas más graves que las suyas? No obstante, me anima vuestro benignísimo y pacientísimo Hijo. ¡Ah! Si le veis cargado de cadenas y conducido de tribunal en tribunal, es por mi amor; sí, a pesar de ser Juez de vivos y muertos, oye las más inicuas acusaciones y falsos testimonios; si le veis insultado, escupido, abofeteado y pisoteado, es por mi amor. Aceptad, pues, oh Padre amantísimo, la paciencia inalterable de mi dulce Redentor; aceptad su silencio, humildad y mansedumbre asombrosos. Estas virtudes confunden y condenan, es verdad, mi altivez, mis impaciencias e ímpetus de ira y de venganza; mas, por tan sublime santidad, perdonaréis a las pobres Ánimas del Purgatorio, y purificándome de mis defectos y manchas, me transformaréis todo en Vos. ¡Oh! Concededme estas gracias, Jesús mío benignísimo. Amén.


Ahora se dirán cinco Padre nuestros y cinco Ave Marías, y un Gloria Patri en sufragio de las Benditas Ánimas; la oración a las Ánimas y los Lamentos se rezarán todos los días


OBSEQUIO: Mañana procuraremos sufrir con paciencia, así los trabajos que Dios nos envíe, como las molestias del prójimo, en sufragio de las benditas almas del Purgatorio.





DÍA CUARTO

MEDITACIÓN: SOBRE LA PENA DEL DAÑO


PUNTO PRIMERO

Por horrorosos que sean los tormentos que padecen las Ánimas en el Purgatorio, por espantosas que sean las llamas en que se abrazan, no igualarán jamás la pena vivísima que sienten al verse privadas de la vista clara de Dios. En efecto, aquéllas constituyen la pena de sentido, ésta la de daño; aquéllas son limitadas; ésta infinita; aquéllas privan a las almas de un bien accidental, cual es el deleite; por ésta carecen de un bien esencial a la bienaventuranza, en el cual consiste la felicidad del hombre, y es la posesión beatífica de Dios. Ahora no comprendemos esta pena; pero ella es atroz, incomprensible, infinita. ¡Ah! ¡Pobres Ánimas! Vosotras conocéis a Dios, no con un conocimiento oscuro, como nosotros, sino con una luz clara y perfectísima; veis que es el centro de vuestra felicidad, que contiene todas las perfecciones posibles, y en grado infinito; sabéis que, si cayera en el Infierno una sola gota de aquel océano infinito de delicias que en sí encierra, bastaría para extinguir aquellas llamas y hacer del Infierno el paraíso más delicioso. Comprendéis todo esto perfectísimamente, y así os lanzáis hacia aquel Bien infinito con más fuerza que una enorme peña desgajada de la montaña se precipita a lo profundo del valle; ¡y no obstante no le podéis abrazar ni poseer! ¡Qué pena! ¡Qué tormento! Absalón, privado solamente dos años de la amable vista de su padre David, vive desconsoladísimo; nada le alegra: ni riquezas, ni amigos, ni delicias; continuamente suspira por verle, hasta llegar a elegir la muerte antes que verse más tiempo privado de su presencia, siendo su padre un simple mortal; ¿qué será, pues, para vosotras el veros privadas de Dios, y con Él de todo bien, de todo consuelo y felicidad? Preciso fuera sentirlo, para formarse una idea cabal y completa de estado tan horriblemente angustioso.


Medita un poco sobre lo dicho.


PUNTO SEGUNDO

Si tan horribles penas sienten las Ánimas, viéndose privadas del hermosísimo rostro de Dios, ¿cuál debería ser tu desconsuelo, oh pecador, que vives privado de su gracia y amistad? Las almas benditas del Purgatorio no poseen aún a Dios, es verdad; pero están seguras de poseerle un día, porque son amigas, hijas y esposas suyas muy queridas. Pero tú, infeliz, sabes que, viviendo como vives, no poseerás jamás a Dios. Sabes que desde el momento en que te rebelaste contra Él perdiste su gracia, y con ella la rica herencia de la Gloria. ¡Ah! ¿Cómo dices “Padre nuestro, que estás en los cielos”? Te engañas: Dios ya no es tu padre, ni tu señor, ni tu rey. ¿Sabes quién es tu padre y señor? ¡Ay de ti! Es el demonio: “Vos ex patre diábolo estis”. A él te entregaste pecando, él es tu compañero inseparable; tú eres su esclavo. Si Dios rompiera el hilo delgado de tu vida, ¡ay!, el demonio se apoderaría de ti y arrastraría su presa al fuego del Infierno. ¡Ay! ¿Crees esto, pecador, y no obstante duermes tranquilo? Dios todopoderoso es tu enemigo, tiene firmada contra ti la sentencia de condenación eterna; ¡y tú, lejos de borrarla con una buena confesión, juegas, ríes, te diviertes, pasas días, meses, años y la vida entera en el pecado! ¡Oh deplorable ceguedad! ¡Oh insensibilidad más que de bruto irracional!


Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.


EJEMPLO

Refieren varios autores, entre ellos fray José de Jesús María OCD y el padre Pedro de Moncada SJ, que, estando un religioso carmelita descalzo en oración, se le apareció un difunto con semblante muy triste y todo el cuerpo rodeado de llamas. “¿Quién eres tú? ¿Qué es lo que quieres?” –preguntó el religioso–. “Soy –respondió– el pintor que murió días pasados, y dejé cuanto había ganado para obras piadosas”. “¿Y cómo padeces tanto, habiendo llevado una vida tan ejemplar?” –volvió a decirle el religioso–. “¡Ay! –contestó el difunto–; en el tribunal del supremo Juez se levantaron contra mí muchas almas, unas que padecían terribles penas en el Purgatorio y otras que ardían en el Infierno, a causa de una pintura obscena que hice a instancias de un caballero. Por fortuna mía se presentaron también muchos Santos, cuyas imágenes pinté, y dijeron para defenderme que había hecho aquella pintura inmodesta en la juventud, que después me había arrepentido y cooperado a la salvación de muchas almas, pintando imágenes de Santos; y por último, que había empleado lo que había ganado a fuerza de muchos sudores, en limosnas y obras de piedad. Oyendo el Juez soberano estas disculpas, y viendo que los Santos interponían sus méritos, me perdonó las penas del Infierno, pero me condenó a estar en el Purgatorio mientras dure aquella pintura. Avisa, pues, al caballero N. N., que la eche al fuego; y ¡ay de él si no lo hace! Y en prueba de que es verdad lo que digo, sepa que dentro de poco tiempo morirán sus dos hijos”. Creyó, en efecto, el caballero en la visión y arrojó al fuego la imagen escandalosa. Antes de dos meses se le murieron dos hijos, y él reparó con rigurosa penitencia los daños ocasionados en las almas, y en satisfacción hizo pintar cuadros de la Pasión de Cristo, de la Virgen y de otros Santos, con lo cual pudo salir libre el pintor.


ORACIÓN A JESÚS TRATADO COMO LOCO Y PROPUESTO A BARRABÁS

¿Qué decíais, oh Ángeles del cielo, cuando visteis a la Majestad y Sabiduría infinita tan vilmente despreciada en casa de Herodes y en el pretorio de Pilatos? ¿Cómo? ¡Vos, oh Jesús mío, vestido de ropa blanca y tenido por loco! ¡Vos, Rey de cielos y tierra, conducido así por las calles de Jerusalén, cargado de oprobios e ignominias! ¡Vos, el Hijo de Dios, pospuesto al más vil facineroso! Pero ¡Ay de mí! ¡Yo también os he tratado de necio, prefiriendo las locas máximas del mundo a vuestra ley sapientísima! ¡Yo también ingrato os he abandonado y pospuesto a un vil interés, a un sucio deleite, a un puntillo de honra por un miserable “qué dirán”! ¡Ay!, merecía estar por siempre privado de vuestra presencia amabilísima; pero, ya que por mí sufristeis escarnios tan crueles, tened compasión de mí y de las pobres Ánimas del Purgatorio. Sí, Jesús mío; por esas vuestras ignominias curad mi loca vanidad y soberbia; por aquel grito tremendo que oísteis en casa del juez, gritando todos a una voz: “Crucificadle, crucificadle”, haced que yo crucifique mis pasiones, para que, junto con las Ánimas del Purgatorio, logre un día alabaros eternamente en la Gloria. Amén.


Ahora se dirán cinco Padre nuestros y cinco Ave Marías, y un Gloria Patri en sufragio de las Benditas Ánimas; la oración a las Ánimas y los Lamentos se rezarán todos los días


OBSEQUIO: Mañana, en sufragio de las benditas Ánimas, y en satisfacción de las palabras altivas que hubiéremos dicho, besar tres veces la tierra; y el que quiera aún humillarse más, podrá hacer con la lengua una pequeña cruz en el suelo.




DÍA QUINTO

MEDITACIÓN DEL REMORDIMIENTO DE UN ÁNIMA EN EL PURGATORIO


Figúrate, cristiano que esto meditas, a un alma que haya llevado en este mundo una vida enteramente semejante a la tuya; que haya vivido tibia, inmortificada, distraída en los ejercicios de piedad como tú, sin tener horror más que al pecado mortal y al Infierno. Supongamos, no obstante, que haya tenido la dicha (no sabes si tú la tendrás) de hacer una buena confesión, morir en gracia e ir al Purgatorio. ¿Qué pensará en aquel horrible fuego entre penas y tormentos tan espantosos? ¡Ay!, dos pensamientos la afligirán sobremanera.


PRIMER PENSAMIENTO

“Pude librarme de estas penas y no quise. Sí; ¡yo misma he encendido estas llamas! ¡Yo soy la causa de estas penas atrocísimas! Dios no hace más que ejecutar la sentencia que yo, en el mundo, pronuncié contra mí misma. ¡Qué medios no me había proporcionado para ahorrarme estos tormentos! Caricias, amenazas, beneficios, todo lo había agotado; gracias singularísimas de inspiraciones, buenos ejemplos, libros piadosos, padres vigilantes, celosos confesores, maestros y predicadores fervorosos, remordimientos continuos, todo lo había empleado. Mas, ¡qué locura tan grande la mía! ¡Por no privarme de un frívolo pasatiempo, por ir a bailes, por divertirme o jugar con tal compañía, por no abstenerme de una mirada, de un vil gusto, de una vana complacencia, por hablar de los defectos del prójimo, me sujeté voluntariamente a tantas penas y tormentos! Me lo decían todos los años, me lo predicaban y repetían; ¡mas yo no hacía caso!… ¡Dichoso San Pablo, primer ermitaño, dichosas Gertrudis, Escolástica, y tantos otros Santos que, habiendo satisfecho a la Justicia divina en el mundo, subisteis al Cielo sin pasar por el Purgatorio! ¡Yo podía hacer lo que vosotros, pero no quise! ¡Oh locuras mundanas, oh conversaciones frívolas, oh pasatiempos, oh vanidad, y qué caro me costáis ahora! ¡Oh amarga memoria! ¡Estoy sufriendo penas y tormentos acerbísimos; y yo los he querido! ¡Podía evitarlos fácilmente, y no quise!”.


Medita un poco sobre lo dicho.


SEGUNDO PENSAMIENTO que aflige, oh cristiano, al alma tibia, que vivió enteramente como tú vives.

“Yo querría librarme ahora del Purgatorio y no puedo. ¡Oh, si pudiera yo ahora volver al mundo! –dirá cada una de aquellas Ánimas–, ¡con qué gusto me sepultaría en los desiertos con los Hilariones y Arsenios! Haría penitencias más espantosas que las de un Ignacio en la cueva de Manresa, que las de un Simeón Estilita y de un San Pedro de Alcántara; pasaría noches enteras en oración, como los Antonios, Basilios y Jerónimos; me arrojaría en estanques helados y me revolcaría entre espinas, como los Benitos y los Franciscos; haría…” ¡Ah pobres e infelices almas! No era necesario nada de esto; con mucho menos podíais apagar esas abrasadoras llamas, sin hacer más que lo que hacíais cada día, pero haciéndolo con perfección, evitabais estos tormentos. Sí; los mismos Sacramentos, pero recibidos con mejores disposiciones; las mismas Misas, pero oídas con más recogimiento y atención; las mismas devociones, pero practicadas con más fervor; las mismas mortificaciones, ayunos y obras de misericordia, pero hechas con menos ostentación, únicamente por agradar a Dios, no sólo os hubieran librado de todas esas penas, sino también asegurado a vosotras y a muchas otras almas la posesión del Reino de los Cielos. Ahora no os canséis, vuestros deseos son inútiles; ya no es tiempo de merecer; ya ha llegado para vosotras aquella noche intimada por San Juan, en la que nadie puede hacer obra alguna meritoria; “ahora es necesario sufrir, y sufrir penas inexplicables, y sufrirlas sin mérito alguno. ¡Y yo lo he querido! ¡Pude facilísimamente evitar estos tormentos, y no quise! ¡Quisiera poder evitarlos ahora, y no puedo! ¡Dichoso cristiano que oyes esto! Tú tienes tiempo todavía; no es aún llegada para ti aquella noche tenebrosa. ¿Y perderás días tan preciosos? ¿No tomarás la seria resolución de confesarte bien, de enmendar tu vida?”.


Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.


EJEMPLO

Estaba Santa Brígida en altísima contemplación, cuando fue llevada en espíritu al Purgatorio. Allí vio, entre otras, a una noble doncella, y oyó que se quejaba amargamente de su madre, por el demasiado amor que le había tenido: “¡Ah! –decía–, en vez de reprenderme y sujetarme, ella me proporcionaba modas, novios; me excitaba a ir a los bailes, saraos, teatros, y hasta me engalanaba ella misma. Es verdad que me enseñaba algunas devociones, pero ¿qué gusto podían dar éstas a Dios, yendo mezcladas con tanto galanteo y profanidad? No obstante, como la misericordia del Señor es tan grande, por aquellas pocas devociones que hacía, Dios me concedió tiempo para confesarme bien y librarme del Infierno. Pero ¡ay! ¡Qué penas estoy padeciendo! Si lo supieran mis amigas, ¡qué vida tan distinta llevarían! La cabeza, que antes ataviaba con dijes y vanidades, está ahora ardiendo entre llamas vivísimas; las espaldas y brazos, que llevaba descubiertos, los tengo ahora cubiertos y apretados con hierros de fuego ardentísimo; las piernas y pies, que adornaba para el baile, ahora son atormentados horriblemente; todo mi cuerpo, en otro tiempo tan pulido y ajustado, ahora se halla sumergido en toda clase de tormentos”. Contó la Santa esta visión a una prima de la difunta, muy entregada también a la vanidad, y ésta cambió de vida en términos que, entrando en un convento de muy rigurosa observancia, procuró con rigidísimas penitencias reparar los desórdenes pasados y auxiliar a su parienta, que estaba padeciendo tanto en el Purgatorio.


ORACIÓN A JESÚS AZOTADO EN LA COLUMNA

¡Oh Jesús amabilísimo! ¡Vos, desnudo y azotado por mí! ¡Vos, la inocencia y santidad infinitas, despedazado por mi amor con innumerables azotes! ¡Ay! ¡Qué extraño es que se paguen caros en el Purgatorio los gustos del pecado, si así pagáis Vos en vuestro purísimo cuerpo las sensualidades del mío! ¡Ay infeliz de mí! Yo soy quien he pecado; yo merecía ese castigo tan humillante y riguroso; y no obstante, lejos de mortificar mis apetitos y de castigar con penitencias una carne impura, no busco sino delicias y regalos. Mas no será así en adelante, dulcísimo Jesús. Caiga sobre mi corazón una gota de esa Sangre preciosa y arrepentido abrazaré la mortificación, y quedaré todo encendido en vuestro santo amor. Y Vos, Padre celestial, ya que vuestro Hijo santísimo satisfizo sobreabundantemente a vuestra divina Justicia, perdonad mis culpas, usad de clemencia con las benditas Ánimas del Purgatorio, aceptad en sufragio de ellas todo cuanto yo sufriere en este día, aceptad la cruel flagelación de Jesús y los dolores de su Madre Santísima. Amén.


Ahora se dirán cinco Padre nuestros y cinco Ave Marías, y un Gloria Patri en sufragio de las Benditas Ánimas; la oración a las Ánimas y los Lamentos se rezarán todos los días


OBSEQUIO: Mañana no comer fuera de las horas acostumbradas, o hacer alguna mortificación corporal en sufragio de las benditas almas del Purgatorio.




DÍA SEXTO

MEDITACIÓN DE LA PACIENCIA Y RESIGNACIÓN DE LAS BENDITAS ÁNIMAS


PUNTO PRIMERO

Es verdad que las almas del Purgatorio padecen imponderables penas, y sin mérito, pero las padecen con una paciencia y resignación admirables. Conocen a Dios con luz perfectísima, le aman con purísimo amor y desean ardentísimamente poseerlo, pero al ver sus faltas, bendicen y adoran la mano justa y amorosa que las castiga. ¡Oh!, ¡y con cuánta más resignación que los hermanos de José, exclaman: “Mérito hæc pátimur!, Con mucha razón nos castigáis, Señor; pues cuando pecamos no temimos vuestro poder y justicia, frustramos los designios de vuestro amor y sabiduría, despreciamos vuestra majestad y grandeza, y ofendimos vuestras perfecciones infinitas. Justo es que seamos castigadas. Hombres sin conocimiento de la verdadera religión fueron agradecidos a sus bienhechores: Faraón hizo a José virrey de Egipto, porque le interpretó un sueño misterioso; Asuero elevó a Mardoqueo a los primeros empleos de la Persia, porque le descubrió una conspiración; hasta los osos y leones y otras fieras indómitas, agradecidas defendieron a sus bienhechores; y nosotras, creadas a vuestra imagen, redimidas con vuestra Sangre, honradas con bienes de fortuna y exaltadas con tantos dones de la gracia, ingratas, ¡ay!, os abandonamos en vida. Sí; purificadnos en este fuego; ¡por acerbas que sean nuestras penas, bendeciremos y ensalzaremos vuestra justicia y misericordia infinita! Justus es, Dómine, et rectum judícium tuum”. Todavía más: es tanta la fealdad del pecado, por leve que sea, que, si Dios abriera a esas Almas las puertas del Cielo, no se atreverían a entrar en él, manchadas como están, sino que suplicarían al Señor las dejara purificarse primero en aquellas llamas. No de otra suerte que una doncella escogida por esposa de un gran monarca, si el día de las bodas apareciese una llaga asquerosa en su rostro, no se atrevería a presentarse en la Corte, y suplicaría al Rey que difiriese las bodas hasta que estuviera perfectamente curada. ¡Oh pecado! Por leve que parezcas, ¡qué mal eres tan grave, cuando las mismas almas preferirían los horrores del Purgatorio a entrar en el Cielo con la menor sombra de tu mancha!


Medita un poco sobre lo dicho.


PUNTO SEGUNDO

Mira, cristiano, si puede darse locura mayor que la tuya... Te reconoces deudor a la Justicia divina de horribles penas por los pecados enormes que cometiste en la vida pasada, y por las innumerables faltas en que, al presente, caes todos los días; que no basta confesarte; que la absolución borra, sí, la culpa, mas, no condonando toda la pena, es preciso satisfacer a la Justicia divina en este o en el otro mundo; y no obstante, jamás te cuidas de hacer penitencia. Ahora podías expiar tus culpas fácilmente, y con mucho más mérito tuyo: una confesión bien hecha, una Misa bien oída, un trabajo sufrido con paciencia, una ligera mortificación, una limosna, una indulgencia, un Vía Crucis hecho con devoción, podría excusarte espantosos suplicios; y tú todo lo descuidas, todo lo dejas para la otra vida. ¡Ay! ¿Has olvidado, por ventura, cuán horribles son y cuánto tiempo duran aquellos tormentos? ¿No sabes que, según afirman ciertos autores, fundados en revelaciones muy respetables, varias de aquellas almas han estado siglos enteros en el Purgatorio, y otras estarán allí hasta el Juicio final? ¡Insensato! “Las Ánimas, -dice San Cirilo de Jerusalén- mejor querrían sufrir hasta el fin del mundo todos los tormentos de esta vida, que pasar una sola hora en el Purgatorio”; ¿y tú quieres más arder siglos enteros en el Purgatorio, que mortificarte en esta vida un solo momento? ¡Oh espantosa locura!


Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.


EJEMPLO

Refiere el venerable jesuita Pablo Señeri que había en Bolonia una viuda noble, que tenía un hijo único y muy querido. Estando divirtiéndose un día con otros jóvenes, pasó un forastero y les interrumpió el juego. Reprendióle ásperamente el hijo de la viuda, y resentido el forastero, sacó un puñal, se lo clavó en el pecho, y dejándole palpitando en el suelo, echó a huir calle abajo con el puñal ensangrentado en la mano y se metió en la primera casa que encontró abierta. Allí suplicó a la señora que por amor de Dios le ocultase; y ella, que era precisamente la madre del joven asesinado, le escondió en efecto. Entre tanto llegó la justicia buscando al asesino; y no hallándole allí, “sin duda –dijo uno de los que le buscaban– no sabe esta señora que el muerto es su hijo, pues si lo supiera, ella misma nos entregaría al reo, que indudablemente debe estar aquí”. Poco faltó para que muriese la madre de sentimiento al oír estas palabras. Mas luego, cobrando ánimo y conformándose con la voluntad divina, no sólo perdonó al que había matado a su único y estimado hijo, sino que le entregó todavía una cantidad de dinero y el caballo del difunto para que huyese con más prontitud; y después lo adoptó por hijo. Pero ¡cuán agradable fue a Dios esta generosa conducta! Pocos días después estaba la buena señora haciendo oración por el alma del difunto, cuando de pronto se le apareció su hijo, todo resplandeciente y glorioso, diciéndole: “Enjugad, madre mía, vuestras lágrimas y alegraos, que me he salvado. Muchos años tenía que estar en el Purgatorio, pero vos me habéis sacado de él, con las virtudes heroicas que practicasteis perdonando y haciendo bien al que me quitó la vida. Más os debo por haberme librado de tan terribles penas, que por haberme dado a luz. Os doy las gracias por uno y otro favor; adiós, madre mía, adiós; me voy al Cielo donde seré dichoso por toda la eternidad”.


ORACIÓN A JESÚS CORONADO DE ESPINAS

¡Oh amabilísimo Redentor mío! ¡Los pecadores se coronan de rosas, los reyes de la tierra se ciñen coronas de diamantes y perlas, y Vos, Rey inmortal de los siglos, estáis coronado de espinas! ¡Oh! ¡Si esa vuestra corona se clavase en mi cabeza, para arrancar de una vez mi soberbia y malos pensamientos! ¡Oh! ¡Si a lo menos una de esas espinas atravesara mi conciencia y no me dejara reposar hasta que hubiese mudado de vida! Señor, no quiero ya más coronarme de flores en este mundo, sino de espinas por vuestro amor. Y Vos, Padre Misericordiosísimo, aceptad, en sufragio de las pobres almas del Purgatorio, aquellas befas, humillaciones y dolores acerbísimos que sufrió vuestro amable Hijo cuando le coronaron de espinas. Por aquellas asquerosas salivas que recibía, por aquellos escarnios con que le ultrajaban, por aquella sangre que corría de su cabeza santísima, a fuerza de los cruelísimos golpes que sobre las espinas le daban, por aquel dolor que atravesó el corazón de su angustiadísima Madre, aliviad, os suplico, a las afligidas almas del Purgatorio y concededles pronto la corona incorruptible de la Gloria. Amén.


Ahora se dirán cinco Padre nuestros y cinco Ave Marías, y un Gloria Patri en sufragio de las Benditas Ánimas; la oración a las Ánimas y los Lamentos se rezarán todos los días


OBSEQUIO: En sufragio de las Ánimas del Purgatorio, aplicar las indulgencias parciales que se pueden ganar, cada vez, diciendo devotamente: Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.






DÍA SÉPTIMO

MEDITACIÓN: DEL DESCUIDO DE LOS MORTALES EN ALIVIAR A LAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO


PUNTO PRIMERO

¡Pobres almas! ¡Están padeciendo tormentos y penas inexplicables; no pueden merecer, ni esperar alivio sino de los vivos; y éstos, ingratos, no cuidan de ellas! Tienen en el mundo tantos hermanos, parientes y amigos, y no hallan, como José, un Rubén piadoso que las saque de aquella profunda cisterna. Sus tinieblas son más dolorosas que la ceguedad de Tobías, y no encuentran un Rafael que les dé la vista deseada, para contemplar el rostro hermosísimo de Dios. Se abrasan en más ardiente sed que el criado de Abraham, y no hallan una oficiosa Rebeca que se la alivie. Son infinitamente más desgraciadas que el caminante de Jericó y el paralítico del Evangelio; mas no encuentran un Samaritano, u otra persona compasiva que las consuele. ¡Pobres Almas! ¡Qué tormento tan grande será para vosotras este olvido de los mortales! ¡Podrían tan fácilmente aliviaros y libertaros del Purgatorio; bastaría una Misa, una Comunión, un Vía Crucis, una indulgencia que aplicasen; y nadie se preocupa de ofrecérosla! ¿Y quiénes son esos ingratos? ¡Ah! son vuestros mismos parientes y amigos, vuestros herederos, vuestros hijos mismos. Ellos se alimentan y recrean con los bienes que les dejasteis; y ahora desconocidos no se acuerdan ya de vosotras. Tal vez por haberlos estimado y complacido demasiado, por haberlos enriquecido con usuras y otros modos ilícitos, ardéis en esas llamas; y los ingratos se divierten ahora, sin compadecerse ni acordarse de vuestras penas… ¡Pobres almas! Con mucha más razón que David podéis decir: “Si un extraño que no hubiese jamás recibido ningún favor de mi mano, si un enemigo me tratara así, por sensible que me fuera, podría soportarlo con paciencia; ¡pero tú, hijo mío, que me debes tantos beneficios, y te sustentas y regalas con el sudor de mi rostro; tú, hija mía, por quien pasé tantos dolores y noches tan malas; tú, esposo; tú, esposa mía, que tantas pruebas recibiste de mi amor, siendo objeto de mis desvelos y blanco de mis incesantes favores; que tú me trates así, que descuidando los sufragios que tanto te encargué, me dejes en este fuego, sin querer socorrerme!”. ¡Ah! ¡Ésta sí que es ingratitud y crueldad superior a toda ponderación!


Medita un poco sobre lo dicho.


PUNTO SEGUNDO

¡Pobres almas! Pero más pobres e infelices seremos nosotros, si no las socorremos. “Acuérdate –gritan los difuntos– de cómo he sido yo juzgado, porque así mismo lo serás tú. A mí ayer; a ti hoy. Tú también serás del número de los difuntos, y tal vez muy pronto. Y por rico y poderoso que seas, ¿qué sacarás de este mundo? Lo que nosotros sacamos, y nada más: las obras. Si son buenas, ¡qué consuelo! Si malas, ¡qué desesperación! Como tú hayas hecho con nosotros, harán contigo”. ¿Lo oyes? Si ahora eres duro e insensible con las benditas Ánimas, duros e insensibles serán contigo los mortales, cuando tú hayas dejado de existir. Y no es éste el parecer de un sabio; es el oráculo de la Sabiduría infinita que nos dice por San Mateo: “Con la misma medida con que midiereis, seréis medidos”. Sí; del mismo modo que nos hubiésemos portado con las almas de nuestros prójimos, se portarán los mortales también con nosotros; y “¡Ay de aquel que no hubiese usado de misericordia, porque le espera –dice el Apóstol Santiago– un juicio sin misericordia!”. ¿Y no tiemblas tú, heredero y testamentario, insensible para con los difuntos? Si lleno de indignación el Juez supremo arroja al Infierno al que niega la limosna a un pobre, que tal vez era enemigo de Dios por el pecado, ¿con cuánta justicia y rigor condenará al que niegue a sus amadísimas esposas los sufragios de los bienes que le pertenecían?


Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.


EJEMPLO

Registra San Nicéforo de Constantinopla que, siendo derrotado por Cayano el ejército de Mauricio, y hechos prisioneros gran número de soldados, Cayano pidió al Emperador una moneda, y no de valor muy subido, por el rescate de cada prisionero. Mauricio se negó a darla. Cayano pidió entonces una de menos valor; y habiéndosela también rehusado, exigió por último una ínfima cantidad; la que no habiendo podido lograr tampoco, irritado el bárbaro, mandó cortar la cabeza a todos los soldados imperiales que tenía en su poder. Mas, ¿qué sucedió? Pocos días después, Mauricio tuvo una espantosa visión. Citado al tribunal de Dios, veía gran multitud de esclavos que arrastraban pesadas cadenas, y con horrendos gritos pedían venganza contra él. Oyendo el Juez supremo tan justas quejas, se volvió a Mauricio y le preguntó: “¿Dónde quieres más ser castigado: en ésta, o en la otra vida?”. “¡Ah! Benignísimo Señor –respondió el prudente emperador–, prefiero ser castigado en este mundo”. “Pues bien –dijo el Juez–, en pena de tu crueldad con aquellos pobres soldados, cuya vida no quisiste salvar a tan poco precio, uno de tus soldados te quitará la corona, fama y vida acabando con toda tu familia”. En efecto, pocos días después se le insurreccionó el ejército, proclamando a Focas por emperador. Mauricio, fugitivo, se embarcó en una pequeña nave con algunos pocos que le seguían; mas en vano: furiosas las olas lo arrojaron a la playa, y llegando los partidarios de Focas, le ataron a él y cuantos le seguían y los llevaron a Eutropia, en donde, ¡oh padre infeliz!, después de haber visto con sus propios ojos la cruel carnicería que hicieron de cinco hijos suyos, fue muerto ignominiosamente, y no pasó mucho tiempo sin que el resto de su familia sufriese la misma desgracia.

¡Ah! cristianos que oís esto: no son unos pobres soldados, son vuestros propios hermanos y vuestros propios padres los que han caído prisioneros de la Justicia divina. Este Dios misericordioso pide por su rescate una muy pequeña moneda; de gran valor, es verdad, pero muy fácil de dar. ¿Y seréis tan duros que se la neguéis? ¿Tan insensibles seréis a la felicidad de las Ánimas y a vuestros propios intereses?


ORACIÓN A JESÚS LLEVANDO LA CRUZ A CUESTAS

¡Oh dulcísimo Jesús, y qué sensible habrá sido a tu corazón mi olvido e indiferencia para con las almas del Purgatorio, pues tanto las amas, por una parte, y por otra eres tan caritativo, que cuando subías a la montaña del Calvario olvidaste tu dolor acerbísimo para consolar a aquellas piadosas mujeres que lloraban tu suerte! Aplaque, pues, oh Padre celestial, tu ira la caridad inmensa de tu Hijo santísimo. Acepta esos dolorosos pasos que da, oprimido con el enorme peso de la cruz; acepta esas tres lastimosas caídas, junto con los escarnios y con el sudor y sangre que derrama por nuestro amor. Yo te lo ofrezco todo, en remisión de mi poca paciencia en los trabajos y en sufragio de las pobres almas del Purgatorio. ¡Ah! Compadécete de sus lágrimas; enjúgalas, oh Padre clementísimo, y haz que dichosas participen cuanto antes de la gloria de tu rostro divino en la Patria celestial. Amén.


Ahora se dirán cinco Padre nuestros y cinco Ave Marías, y un Gloria Patri en sufragio de las Benditas Ánimas; la oración a las Ánimas y los Lamentos se rezarán todos los días


OBSEQUIO: El mayor sufragio que reclaman las benditas Ánimas, el más necesario para nosotros y el más adepto a Dios es hacer una buena confesión, sin callar pecado alguno al confesor.




DÍA OCTAVO

MEDITACIÓN DE CÓMO RECOMPENSARÁ EL SEÑOR A LOS DEVOTOS DE LAS BENDITAS ÁNIMAS


PUNTO PRIMERO

Supongamos, cristiano piadoso, que, movido por estas meditaciones, haces una sincera y dolorosa confesión, y ganando la indulgencia plenaria de este santo Novenario, sacas un alma de la horrenda prisión del Purgatorio. ¡Ah! ¡Y qué grande será tu dicha! Si perseveras, ¡qué galardón tan grande recibirás en el Cielo! Si los reyes de la tierra, siendo miserables mortales, recompensan con tanta munificencia al que libra a uno de sus vasallos de un gran peligro, o expone su vida sirviendo generosamente a los apestados, ¿cómo pensáis vosotros que premiará el Señor al que libre a una o más almas de las abrasadoras llamas del Purgatorio? Decid, padres y madres: si aquel hijo, que es la niña de vuestros ojos, cayese en un río o en el fuego y un hombre generoso os le sacara y presentara vivo, ¿cómo se lo agradeceríais? Si vosotros fueseis ricos y potentados, y él pobre, ¿cómo le premiaríais? Ahora bien: ¿qué tiene que ver el cariño del padre más amoroso con el amor que Dios profesa a aquellas Almas, que son sus hijas y esposas muy amadas? ¿Qué son todos los peligros y males de este mundo, comparados con las espantosas penas del Purgatorio? ¿Y qué comparación hay entre el poder y la generosidad de un miserable mortal y el poder y la generosidad infinita de Dios, que promete un inmenso premio de gloria por la visita hecha a un preso, a un enfermo, o por un vaso de agua a un pobre por su amor? ¡Ah, cristiano! No dudo decir que miro como asegurada tu salvación si logras sacar a una sola Ánima del Purgatorio. ¿Y no harás lo posible para lograrlo?


Medita un poco sobre lo dicho.


PUNTO SEGUNDO

No pienses, alma cristiana, que ésta es una reflexión piadosa; es una promesa formal de Jesucristo, verdad eterna, que no puede faltar a su palabra. ¿No nos dice en el sagrado Evangelio: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” Fundado en estas palabras infalibles: “Hasta ahora, -dice el Padre San Gregorio- yo no sé qué se haya condenado ninguno que haya usado de misericordia con el prójimo”. ¡Ah! Dios quiere mucho a las almas; todo cuanto se hace por ellas lo mira, agradece y premia como si a Él mismo se le hiciera: “En verdad os digo que todo cuanto habéis hecho con uno de esos pequeños hermanos míos, lo habéis hecho conmigo”. ¡Ah! Dichosos cristianos: si socorréis a las pobres Ánimas del Purgatorio, “venid –os dirá un día nuestro liberalísimo Juez–; venid, benditos de mi Padre celestial. Aquellas pobres almas tenían hambre, y vosotros comulgando las habéis alimentado con el pan de vida de mi sacratísimo Cuerpo; morían de sed y oyendo o haciendo celebrar Misa les habéis dado a beber mi Sangre preciosísima; estaban desnudas, y con vuestras oraciones y sufragios las habéis vestido con una estola de inmortalidad; gemían en la más triste prisión, y con vuestros méritos e indulgencias las habéis sacado de ella. Y no es precisamente a las Ánimas a quienes habéis hecho estos favores; a Mí me los habéis hecho: “Mihi fecístis”: pues todo cuanto hicisteis por ellas, Yo lo miro por tan propio como si lo hubieseis hecho para Mí mismo. Por lo tanto, venid, benditos de mi Padre celestial, a recibir la corona de gloria que os está preparada en el Cielo”. ¿Y no querríais, cristianos, lograr tanta dicha? Pues en vuestra mano está.


Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.


EJEMPLO

Cuenta el padre Gregorio Carfora CMR que tenía una pobre mujer napolitana una numerosa familia que mantener, y a su marido en la cárcel, encerrado por deudas. Reducida a la última miseria, presentó un memorial a un gran señor, manifestándole su infeliz estado y aflicción; pero con todas las súplicas no logró más que unas monedas. Entró desconsolada en una iglesia, y encomendándose a Dios, sintió una fuerte inspiración de hacer decir con aquellas monedas una Misa por las Ánimas, y puso toda su confianza en Dios, único consuelo de los afligidos. ¡Caso extraño! Oída la Misa, se volvía a casa, cuando encontró a un venerable anciano, que llegándose a ella le dijo: “¿Qué tenéis, mujer? ¿Qué os sucede?”. La pobre le explicó sus trabajos y miserias. El anciano, consolándola, le entregó una carta, diciéndole que la lleve al mismo señor que le ha dado las monedas. Éste abrió la carta, y ¿cuál no fue su sorpresa cuando ve la letra y firma de su amantísimo padre ya difunto? “¿Quién os ha dado esta carta?”. “No lo conozco –respondió la mujer–, pero era un anciano, muy parecido a aquel retrato; sólo que tenía la cara más alegre”. Leyó de nuevo la carta, y observó que le dicen: “Hijo mío muy querido, tu padre ha pasado del Purgatorio al Cielo por medio de la Misa que ha mandado celebrar esa pobre mujer. Con todas veras la encomiendo a tu piedad y agradecimiento; dale una buena paga, porque está en grave necesidad”. El caballero, después de haber leído y besado muchas veces la carta, regándola con copiosas lágrimas de ternura: “Vos –dijo a la afligida mujer–, vos, con la limosna que os hice, habéis labrado la felicidad de mi estimado padre; yo ahora haré la vuestra, la de vuestro marido y familia”. En efecto, pagó las deudas, sacó al marido de la cárcel, y tuvieron siempre, de allí en adelante, cuanto necesitaban y con mucha abundancia. Así recompensa Dios, aun en este mundo, a los devotos de las benditas Ánimas.


ORACIÓN A JESÚS CLAVADO EN LA CRUZ

¿De qué trabajos puedo quejarme, oh Jesús dulcísimo, cuando os contemplo clavado en la cruz, desamparado de vuestro Padre celestial, padeciendo la más cruel sed y agonía por mi amor? ¿Cómo no esperaré cuando por todas esas llagas abiertas, como por otras tantas bocas o volcanes de amor, pedís misericordia y perdón? Sí; aliéntate, pecador; pronto está Dios a borrar culpas pasadas; alentaos también vosotras, almas benditas del Purgatorio; ya se acerca la hora de vuestro rescate y de vuestra libertad. Mañana, con las comuniones que se os ofrecerán, será el dichoso día de vuestra redención. ¡Oh! haced que así sea, dulcísimo Jesús, moved el corazón de estos fieles para que no nieguen este sufragio a las Ánimas, apagad la sed ardentísima que esas Almas tienen de veros, de gozaros, de reinar con Vos y bendeciros por siglos infinitos. Amén.


Ahora se dirán cinco Padre nuestros y cinco Ave Marías, y un Gloria Patri en sufragio de las Benditas Ánimas; la oración a las Ánimas y los Lamentos se rezarán todos los días


OBSEQUIO: Hacer una limosna en sufragio de las Almas del Purgatorio.





DÍA NOVENO

MEDITACIÓN DEL AGRADECIMIENTO DE LAS BENDITAS ÁNIMAS PARA CON SUS DEVOTOS



PUNTO PRIMERO

Ved aquí el día feliz; hoy, con las numerosas comuniones y sufragios que los fieles han ofrecido al Señor, no sólo en ésta, sino en tantas otras iglesias, muchas de aquellas almas, ayer tan afligidas y desgraciadas, han pasado a ser dichosos habitantes y príncipes felicísimos de la Corte celestial. Ya ven cara a cara la Hermosura y Majestad infinita; ya poseen a Dios, que contiene en sí cuanto hay de amable, de grande, delicioso y perfecto. Su entendimiento ya no puede experimentar ni más alegría, ni más suavidad, ni más dicha. ¡Ay! ¡Si pudieses, amado cristiano, penetrar hoy en aquella dichosa patria y contemplar el transporte de aquellos Bienaventurados! ¡Qué enhorabuenas, qué abrazos se dan tan amorosos! ¡Qué cánticos entonan en acción de gracias al Dios de las misericordias y a los generosos cristianos que las han sacado del Purgatorio! ¡Oh! ¡Cómo dan por bien empleadas las penas que en este mundo padecieron! ¡Oh! ¡Con cuánta alegría está diciendo cada una de ellas: “Dichosas confesiones y comuniones; dichosas las Misas que oía, las limosnas, oraciones, penitencias y obras buenas que yo practicaba; dichosas las burlas y escarnios que yo sufría por ser devota. ¡Y con qué magnificencia pagáis, Señor, hasta los sacrificios más pequeños e insignificantes que hice por vuestro amor!”! ¿No quisieras, cristiano, tener tú la misma suerte? Pues pelea contra las pasiones; que sin pelear no se alcanza victoria; sin pena, no hay felicidad.


Medita un poco sobre lo dicho.


PUNTO SEGUNDO

¡Y qué dicha, cristiano, la tuya, si has logrado librar del Purgatorio a alguna de aquellas almas! El Cielo debe a tus sufragios el nuevo regocijo y la nueva gloria accidental que ahora experimenta. Y aquellas almas dichosas te deben la libertad, y con ella la posesión de una felicidad infinita. ¿Qué súplicas, pues, tan fervorosas no harán a Dios por ti? ¿En qué necesidad podrás encontrarte que no cuiden de socorrerte? ¿Qué empeño pondrán en conseguirte las gracias necesarias para vencer las tentaciones, adquirir las virtudes y triunfar de los vicios? Y si alguna vez te vieres en peligro de pecar y de caer en el Infierno, ¡con cuánto más celo que el pueblo de Israel lo hizo en favor de Jonatán, dirán al Señor: “¿Y permitiréis, oh gran Dios, que se pierda eternamente un cristiano que me ha librado a mí de tan horribles penas? ¿No prometisteis que alcanzarían misericordia con el prójimo? ¿Y consentiríais ahora que cayese en el Infierno aquel que con sufragios me abrió las puertas del Cielo?”! ¡Ah dichoso cristiano! ¡Cuánto envidio tu dicha! Persevera, y tienes segura la palma de la Gloria.


Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.


EJEMPLO

Cuenta Dionisio Cartujano en su tratado de los Novísimos que Santa Gertrudis, aquella esposa tan regalada del Señor, había hecho donación de todos sus méritos y obras buenas a las pobres Ánimas del Purgatorio; y para que los sufragios tuviesen más eficacia y fuesen más adeptos a Dios, suplicaba a su divino Esposo le manifestase por qué alma quería que satisfaciese. Se lo otorgaba su Divina Majestad, y la Santa multiplicaba oraciones, ayunos, cilicios, disciplinas y otras penitencias, hasta que aquella alma hubiese salido del Purgatorio. Sacada una, pedía al Señor le señalara otra; y así logró librar a muchas de aquel horrible fuego. Siendo ya la Santa de edad avanzada, le sobrevino una fuerte tentación del enemigo que le decía: “¡Infeliz de ti! ¡Todo lo has aplicado a las Ánimas del Purgatorio y no has satisfecho todavía por tus pecados! Cuando mueras, ¡qué penas y tormentos te aguardan!”. No dejaba de acongojarla este pensamiento, cuando se le apareció Cristo Señor Nuestro, y la consoló diciendo: “Gertrudis, hija mía muy amada; no temas: los sufragios que tú ofreciste a las Ánimas del Purgatorio, me fueron muy agradables; tú no perdiste nada; pues en recompensa no sólo te perdono las penas que allí habías de padecer, sino que aun aumentaré tu gloria de muchísimos grados. ¿No había prometido yo dar el ciento por uno, pagando a mis fieles servidores con medida buena, abundante y apretada? Pues mira, yo haré que todas las almas libertadas con tus oraciones y penitencias te salgan a recibir con muchos Ángeles a la hora de la muerte, y que, acompañada de este numeroso y brillante cortejo de bienaventurados, entres en el triunfo de la Gloria”.


ORACIÓN A LAS BENDITAS ALMAS LIBERTADAS DEL PURGATORIO POR LOS SUFRAGIOS OFRECIDOS DURANTE EL NOVENARIO

¡Oh almas dichosas y felices, a quienes nuestro dulcísimo Jesús acaba de admitir hoy en su Patria celestial! Os felicitamos, y damos en nombre de toda la Iglesia mil enhorabuenas por esta dicha tan grande. Unimos nuestra alegría con la vuestra y con la de los Ángeles y Serafines; juntamos nuestras acciones de gracia con los cánticos y alabanzas que vosotras entonáis al Creador por tan inestimable beneficio. Sí, almas santas y dichosas; alegraos: ya se han acabado para vosotras las penas y tristezas, las aflicciones y trabajos, los peligros y tentaciones de esta miserable vida. Sólo os queda una eternidad de descanso, de alegría, de delicias y de bienaventuranza infinita. ¡Qué dicha también la nuestra, si con estos sufragios os hemos acelerado la posesión de tanta gloria! Sí, triunfad en el Cielo; pero no hagáis como hizo aquel ingrato copero de Faraón con José; no olvidéis a vuestros pobres hermanos, que militamos aún en este valle de lágrimas; echad una mirada compasiva sobre nosotros; ¡mirad de cuántos y cuán fieros enemigos nos vemos rodeados! Ahora que sois tan poderosas delante de Dios, interceded por nosotros, para que, siendo fieles y constantes en su servicio, podamos en vuestra compañía alabarle y glorificarle un día eternamente. Amén.


Ahora se dirán cinco Padre nuestros y cinco Ave Marías, y un Gloria Patri en sufragio de las Benditas Ánimas; la oración a las Ánimas y los Lamentos se rezarán todos los días


OBSEQUIO: Formar una firme resolución de ofrecer todas nuestras obras satisfactorias en sufragio de las pobrecitas Ánimas

Fuente: Apostolado de la Piedad Popular