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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Necesidad de la Comunión cotidiana

De Enciclopedia Católica

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COMUNIÓN COTIDIANA Y CONFESIÓN FRECUENTE [SEPARATA]

Bertrand de Margerie s.j.

(Traducido del francés por José Gálvez Krüger)

INTRODUCCIÓN

Desde siempre, los cristianos se han preguntado sobre el ritmo de su práctica eucarística. Este ritmo ha variado, según las épocas, o los países. Después de un siglo, la iglesia católica recomienda explícitamente, a sus fieles, la comunión cotidiana. Querríamos, en cuatro capítulos sucesivos, mostrar, primeramente, las magníficas posibilidades que abren ciertos documentos de Vaticano II, y de la época posconciliar – siguiendo a san Pío X – con miras a facilitar el acceso a la comunión de cada día, en el contexto de una mejor comprensión del Padre Nuestro [1] . Luego, exponer las condiciones, ventajas y efectos de la comunión cotidiana, sea en general, sea, de manera indirecta, en la vida familiar, profesional, y socio-económica. Después, manifestar que constituye la entrada plena en un estado de vida, y finalmente, desplegar el rol que podría jugar su presentación en la pastoral individual; especialmente, en la pastoral de conjunto de la Iglesia futura. Sin olvidar responder, a algunas objeciones antiguas y nuevas, desarrollaremos las motivaciones teológicas, espirituales, sociales, históricas y pastorales, que hacen urgentes, el anuncio y la predicación de la ofrenda eucarística de cada día, por parte de diferentes “agentes pastorales”.

La comunión cotidiana en los documentos conciliares de Vaticano II y en los documentos Post-Conciliares

2. ¿Invitación anticuada?

Conviene tratar este asunto, especialmente hoy, porque muchos estarán tentados de considerar “anticuada” la doctrina y los consejos expuestos por san Pío X, en sus célebres decretos de 1905 y 1910, sobre la comunión cotidiana. Y sobre la edad de la primera comunión. Antes de citar, abundantemente, es útil recordar que el primer decreto de 1905, es citado y retomado, en la Instrucción Eucharisticum mysterium de 1967 (§ 37), y el segundo, de 1910, en el Apéndice al Directoire général de catéchèse, publicado en 1972 (AAS, t. 64, p. 173); ambos, son documentos de la Santa Sede.

Los decretos liberadores de san Pío X que facilitan el acceso a la Eucaristía, constituyen un acontecimiento importantísimo en la historia sobrenatural de la Iglesia durante el segundo milenio de su existencia.

Hace más de un siglo, Mons. De Ségur lo había previsto proféticamente, cuando escribía a Melle Tamisier: “Si yo fuese Papa, el fin principal de mi pontificado, sería restaurar la comunión cotidiana. Compartí esta idea con Pío IX…”. Agregaba: “El Papa que lo haga, bajo la inspiración del Espíritu Santo, será el renovador del mundo”. Escribió, finalmente, en un libro sobre “Nuestras grandezas con Jesús”: El santo que Jesús empleará para efectuar este regreso (a los hábitos de tiempos apostólicos) será el más grande benefactor que jamás haya producido la Iglesia.

Los fieles, en general, saben que la comunión cotidiana es posible. En numerosos países, pocos saben que es recomendada por la Iglesia. Hemos asistido, desde la Liberación, a dos momentos paralelos: La rarefacción de la comunión cotidiana [2] , y la mayor frecuencia de la comunión semanal. El primer hecho, es tanto más paradójico, cuanto la Iglesia ha querido facilitar el acceso de todos a la comunión cotidiana, por diversos medios, a menudo ignorados.

3. Vaticano II

Si es cierto que la constitución conciliar sobre la Liturgia no menciona explícitamente la comunión cotidiana, ésta, sin embargo, está fuertemente inculcada en el decreto de Vaticano II sobre las iglesias católicas orientales (§ 15). “Se recomienda, vivamente, a los fieles, recibir la Sagrada Eucaristía, aun todos los días” (enixe quotidie). Este texto está en perfecta armonía con la recomendación hecha a los sacerdotes de celebrar cada día la Eucaristía, acto supremo de su ministerio sacerdotal. (Ministerio de los Sacerdotes §13).

4. El clero, invitado a exhortar

En 1967, la Instrucción Eucaristicum Mysterium pide a los párrocos, a los confesores, y a los predicadores exhortar frecuentemente y con mucho celo al pueblo, una práctica tan preciosa y tan beneficiosa: Siguiendo a san Pío X, da como razón, el acrecentamiento de la unión con Cristo. Poco antes, la instrucción recuerda la conveniencia de la comunión eucarística, aun fuera de la Misa, cuando los fieles están impedidos de participar en ella, e insiste que esta comunión cotidiana se vuelva accesible a los enfermos y a los ancianos, a toda hora, incluso fuera de todo peligro de muerte.

5. Nuevo rito de la comunión fuera de la Misa

Con este mismo fin, la Santa Sede ofreció recientemente a la Iglesia una renovación de los ritos de celebración y de distribución de la Comunión fuera de la Misa, previendo un rito más largo, y un rito más breve, con un punto en común: La proclamación de la palabra debe esclarecer y acompañar la manducación del pan eucarístico, lo que constituye una aplicación particular de un principio general de la reforma litúrgica operada por el último concilio.

6 Los laicos ministros extraordinarios de la Eucaristía

La institución reciente de los ministros extraordinarios de la comunión – religiosos, religiosas y laicos – permitiría en numerosos casos la efectiva realización de la comunión cotidiana, al seno de las parroquias y de las instituciones católicas de enseñanza. A condición, de que los pastores reconozcan, con la Iglesia, la licitud como el fundamento espiritual de la comunión fuera de horas de la misa, comunión, que no deja de ser participación en el Sacrificio


Notas

[1] Cf. J. Duhr, art. Comm. Fréquente, DSAM, T. II, 1953, COL, 1234-1237. Y San Pío X, Sacra Tridentina Synods, 1905: “Por esta comparación (Jn 6,59) con el pan y el maná, los discípulos podían comprender fácilmente, que el pan era el alimento cotidiano del cuerpo. El maná fue el alimento cotidiano de los Hebreos en el desierto; de la misma manera, el alma cristiana, podía nutrirse cada día del pan celeste. Además, cuando Cristo nos mandó pedir, en la oración dominical, nuestro Pan cotidiano, hay que entender, como casi todos los Padres de la Iglesia lo enseñan, no tanto el pan material, el alimento del cuerpo, sino el pan eucarístico que debe ser recibido cada día”.


[2]Cf. P. Fernesolle, prof en el Instituto católico de Parías, Pie X, Essai historique, Paris, 1953, t. II, p. 72: “La comunión frecuente y cotidiana sufrió después de la guerra (1939), y especialmente después de Liberación, un notable debilitamiento. Se puede constatar esta dolorosa realidad, en numerosas cartas pastorales de nuestros obispos, deplorando –como consecuencia natural de este debilitamiento – una disminución sensible de la fe, del sentido moral en el individuo, como en la vida familiar, la ausencia generalizada del sentido del pecado”. Desafortunadamente, el autor no cita ningún documento preciso, pero sería fácil para un historiador de las prácticas y de las doctrinas, preocupado por elegir un tema de tesis, a la vez reciente e interesante, encontrar la documentación en las Semaines religieuses, y redactar un volumen sugestivo para la pastoral actual. Un poco más adelante (p.73), el mismo autor cita un testimonio clarificador, en el mismo sentido del Padre Derely, s.j. La enseñanza luminosa de los decretos de Pío X, que se presume adquirida, es de facto demasiado ignorada por las nuevas generaciones; ha dejado de exponerse, comentada y retomada sin cesar delante de los fieles”

[3] El texto latino fue promulgado en Roma el 21 de junio de 1973 bajo el título “Ordo de sacra comuniones et de cultu mysterii eucharistico extra missam”. Se le encuentra en el notable y práctico “Enchiridion Documentorum Instaurationis Liturgicae”, publicado por R. Kaczynski, de la Congregación del Culto divino, Marietti, Roma, T. I (1963-1973), pp. 951-965. Una traducción francesa aprobada por la Santa Sede en 1978 acaba de aparecer en 1983 (AELF, Paris, Ed. CLD, 106 páginas). En el § 14 (p. 15 del texto francés) leemos. “Hay que conducir a los fieles, a comulgar en la celebración eucarística misma. Sin embargo los sacerdotes no se rehusarán a distribuir la comunión a los fieles que la pidan, incluso fuera de la Misa, por un motivo justo. Por otro lado, conviene que los fieles impedidos de asistir a la celebración eucarística de la comunidad, sean frecuentemente reconfortados por la Eucaristía, y que así se sientan unidos, no solamente al Sacrificio del Señor, sino – también- a esta comunidad, y sostenidos por el amor de sus hermanos”. El texto prosigue § 15. Se enseñará cuidadosamente a los fieles lo que sigue: Incluso cuando comulguen fuera de la Misa, se unen íntimamente al Sacrificio que perpetúa el Sacrificio de la Cruz”. Finalmente, al precisar § 18 que el “lugar donde se distribuye la santa Comunión fuera de la Misa, es el oratorio donde se celebra habitualmente la Eucaristía, o donde se conserva. El texto manifiesta suficientemente, en armonía con una práctica ya antigua, que es plenamente lícito, y de ninguna manera anti litúrgico, organizar y anunciar anticipadamente, un horario de distribución de la comunión en las parroquias, fuera de la Misa. Es necesario subrayarlo, porque algunos sacerdotes, se inclinan, hoy, a negarlo. Conviene recordar, en este contexto, Fénelon (Oevres, Paris, 1823, t. 17, pp.523 y 527: (Lettre sur fréquente communion) que la Iglesia de los Padres, conoció, desde el principio, la práctica de la comunión fuera de la Misa, y en relación con ella: después de haber evocado el testimonio de san Justino, en la primera descripción de la celebración eucarística, después de aquellas del Nuevo Testamento, el obispo de Crambai agregaba: “Se daba la especia del pan sagrado, en canastillas, a los fieles, para llevarlos a sus casas en tiempos de persecución…Tenían un cofre donde escondían este precioso tesoro: cada uno, tanto hombres como mujeres, se daban a sí mismos, diariamente, esta comunión doméstica, esperando que se pudiese, sin peligro reunirse en algún lugar a celebrar los misterios. Cuando se celebraban, los diáconos iban, después de la comunión de toda la asamblea a llevarlos a los ausentes. De esta manera, la ausencia misma, cuando no era voluntaria, no eran razón de privar de la comunión, en ningún día de asamblea, a ningún fiel. Se temía menos las irreverencias… que el inconveniente de privar de la comunión cotidiana.