Masacre del día de San Bartolomé
De Enciclopedia Católica
En esta masacre las víctimas fueron los protestantes. Ocurrió en París el 24 de agosto de 1572 (la fiesta de S. Bartolomé) y en las provincias francesas durante las semanas siguientes y ha sido motivo de agrias disputas históricas.
El primer punto de debate era si la masacre fue premeditada o no por parte de la corte francesa - Sismondi, Sir James Mackintosh y Henri Bordier mantienen que lo fue y Ranke, Henri Martin, Henry White, Loiseleur, H. de la Ferrière y el Abbé Vacandard, que no lo fue. La segunda cuestión debatida era hasta dónde fue responsable de este ultraje la corte de Roma. Sólo unos protestants excesivamente apasionados claman que la Santa Sede fue cómplice de la corte francesa: esta postura implica la creencia en la premeditación de la masacre, que ahora niegan la mayoría de los historiadores. Para llegar a una solución satisfactoria de esta cuestión hay que distinguir cuidadosamente entre el intento de asesinato de Coligny el 22 de agosto y su asesinato en la noche del 23-24 de agosto, y la masacre general de protestantes.
La idea de una ejecución sumaria de los líderes protestantes, como medio de poner fin a una discordia civil que había causado tres “guerras religiosas” en Francia, 1562-1563, 1567-1568 y 1569-1570 respectivamente, había estado hacía largo tiempo en la mente de Catalina de Médicis, viuda de Enrique II y madre de tres reyes sucesivos, Francisco II, Carlos IX y Enrique III. También su hijo le había dado vueltas al asunto. Ya en 1560 Miguel Suriano, embajador de Venecia, escribía: “Francisco II (1559-1560) quería caer sobre los líderes protestantes, castigarles sin piedad y así extinguir la conflagración”. Cuando en 1565, Catalina de Médicis con su hijo Carlos IX (1560-1574) y sus hijas Margarita de Valois e Isabel, esposa de Felipe II, investigaron las cuestiones políticas y religiosas de sus días en las conferencias de Bayona, el Duque de Alba que estuvo presente en las tres ocasiones, escribió a Felipe II:” Una forma de deshacerse de los cinco o a lo más seis que son los cabecillas de la facción y la dirigen, sería cogerlos y cortar sus cabezas o al menos confinarlos donde les resulte imposible renovar sus conjuras criminales”.
Casi el mismo tiempo, Álava confiaba al mismo rey español su negros presagios:” preveo que estos herejes serán completamente aniquilados.” En 1569 católicos y protestantes estaban armados unos contra otros y el embajador veneciano, Giovanni Carrero, hizo notar:”Es opinión común que al principio hubiera sido suficiente deshacerse de cuatro o cinco y no más”. El mismo año, el Parlamento prometió una recompensa de 50.000 ecus a quien apresara al almirante de Coligny (1517-72), líder del partido calvinista, y el rey añadió que a quien lo entregara vivo o muerto. Maurevel intentó apresarlo y asesinarlo pero sólo logró matar a uno de sus oficiales. Así que vemos que la idea de una ejecución sumaria de los líderes del protestantismo estaba en el aire desde 1560 a 1570 y más aún, estaba de acuerdo con la doctrina del asesinato políticos que surgió en el siglo dieciséis cuando los principios de moralidad social y política cristiana elaborados por la teología medieval, eran remplazados por la laica y pagana doctrina del maquiavelismo, que proclamaba el derecho del más fuerte o del más hábil.
La paz firmada en Saint Germain en agosto de 1570 entre la corte y los protestantes pareció restablecer el orden. Fue sancionada por la conferencia de La Rochelle en la que por una parte se planeó una guerra contra Felipe II a la que se suponía que se unirían todos los nobles calvinistas y por la otra, la boda de Enrique de Bourbón, futuro Enrique IV, calvinista, y la del hijo de Juana de Albret con Margarita de Valois, hermana de Carlos IX. El 12 de septiembre de 1571, el almirante de Coligny llegó a Blois, donde residía Carlos IX, para supervisar e implementar la nueva política. Da la impresión de que el rey era sincero al requerir entonces el apoyo de Coligny y los protestantes contra Felipe II. Mientras, Catalina de Médicis intentaba astutamente conseguir apoyos por todas partes.
Después de conocer la victoria española en Lepanto (7 oct. 1571), echó en cara a Carlos IX su falta de política al cortar las relaciones con Felipe II y en junio de 1572 intentó arreglar un matrimonio entre su tercer hijo, el duque de Alençon y la protestante Isabel de Inglaterra así como comenzó la preparación del matrimonio de Margarita de Valois con Enrique de Bourbon, poniendo todos los medios para que se celelbrara solemnemente en París. Mientras, Coligni con dinero que le había dado en secreto Carlos IX, sin que lo supiera Catalina, envió 400 hombres en ayuda de Mons que estaba cercado por el Duque de Alba. Fueron derrotados (11 julio 1572) y el duque de Alba que se aseguró de que Carlos IX había participado en el intento de derrotarle, mantuvo en adelante un apostura muy hostil respecto al rey francés. Charles IX, muy irritado, comenzó la preparación abierta para la Guerra contra España, confiando en la ayuda de Coligny. Pero repentinamente, el 4 de agosto, Catalina se puso en contacto con Carlos IX, que cazaba en Montripeau, e insistió que si no abandonaba los planes contra Felipe II ella se retiraría a Florencia llevándose consigo al duque de Anjou. En una conferencia, Coligny, queriendo apoyar a sus correligionarios en Flandes, exigió la guerra contra España, pero se rechazó unánimemente la idea. Coligny audazmente amenazó al rey y a Catalina que si no se llevaba a cabo la guerra contra España, habría otra guerra, de lo que Catalina dedujo que el partido protestante, con el almirante como portavoz, amenazaba al rey de Francia con una guerra que sería la cuarta en diez años.
En el momento de la boda de Enrique de Bourbon y Margarita de Valois (18 de agosto) la situación era la siguiente: Por una parte estaban los Guisa con sus tropas y por la otra Coligny y sus mosqueteros, mientras que Carlos IX, aunque reconociendo a ambas partes, se inclinaba más hacia Coligny y Catalina hacia los Guisa, con la intención de vengarse de Coligny y de recobrar su influencia ante Carlos IX. Precisamente en este momento Felipe II pensaba que el rey de Francia debía dar un golpe definitivo a los protestantes, de lo que tenemos prueba en una carta escrita al cardenal Come, secretario de Estado de Gregorio XIII por el arzobispo Rossano, nuncio en España. Decía el nuncio: El rey (Felipe II) me ordena decir a su Muy Cristiana Majestad purgar su reino de sus enemigos, el tiempo es ahora oportuno, y poniéndose de acuerdo con él (Felipe II) Su Majestad podría destruir a los que quedan, ahora, precisamente cuando el almirante está en París donde la gente es católica y está unida a su rey, le sería muy fácil( a Carlos IX) deshacerse de él (Coligny) para siempre.
Es probable que Felipe enviara sugerencias similares a sus ministros en Paris y que éstos conferenciaran con Catalina y con el Duque de Anjou, ofreciéndole ayuda militar para luchar contra los protestantes. Esta intervención ayudaría a Catalina a planificar el asesinato de Coligny y en una reunión a la que llamó a Madame Nemours, viuda del Gran duque de Guisa, se decidió que Maurevel prepararía una trampa para el almirante. Así se hizo con el resultado de que en la mañana del 22 de agosto, un tiro de mosquete disparado por Maurevel le hirió aunque sólo levemente. Los protestantes se agitaron y Carlos IX se enfadó, declarando que debía observarse el edicto de paz. Fue a visitar al herido Coligny acompañado de Catalina, pero por petición de Coligny ella hubo de retirarse, si damos crédito al relato del duque que Anjou (Enrique III) el admirante, bajando la voz, advirtió a Carlos IX contra la influencia de su madre. Entonces Enrique tuvo la idea de castigar a Enrique de Guisda, del que sospechaba que había sido instigador si no perpetrador de atentado contra la vida de Coligny. Catalina concibió una masacre general ante el fallo del ataque a Coligny. “Si el almirante hubiera muerto del disparo, escribió Salvani al nuncio, ningún otro hubiera muerto”.
Los historiadores que opinan que la masacre fue premeditada explican que Catalina había solemnizado el matrimonio de Margarita y Enrique de Bourbon en París para atraer a los líderes protestantes para asesinarlos. Pero esta interpretación se basa en un dudoso comentario atribuido al cardenal Alejandrino, del que hablaremos más tarde, y no era del estilo de Catalina, que había siempre intentado aplacar a los varios partidos con maniobras sutiles y deliberación cuidadosa como para inaugurar ahora una serie de ultrajes irreparables. Como veremos, la decisión de recurrir a la masacre surgió en la mente de Catalina bajo la presión de alguna clase de locura, viendo en ello un medio de preservar su influencia con el rey y en previsión de la venganza de los protestantes exasperados por el ataque a Coligny.
La muerte del almirante fue premeditada, la de los demás, repentina, escribió Diego de Zúñiga a Felipe II, el 6 de septiembre de 1572. En esto está la diferencia; el atentado contra la vida de Coligny fue premeditado, mientras que la masacre fue el resultado de un impulso cruel. La noche del 22 de agosto, Catalina de Médicis se consideró postergada en la consideración de su hijo. Supo por un Bouchavannes que los huonotes se iban a reunir en Meaux el 5 de septiembre para vengar el atentado contra Coligny marchando sobre París. Sabía que los católicos se estaban preparando para la defensa e imaginó que el rey estaría solo y sin poder entre los dos partidos. Oyó al hugonote Pardaillan decir que se haría justicia aunque el rey se opusiera y el capitán Piles, otro hugonote , era de la opinión que “aunque el almirante perdiera un brazo habría muchos otros que quitarían tantas vidas que los ríos del reino llevarían sangre”. Las amenazas de los hugonotes y la consternación de su hijo impelió a Catalina a intentar evitar la guerra civil organizando una masacre inmediata de los protestantes.
Pero Carlos IX había de ser convencido. En el relato de los terribles sucesos, que dio el duque de Anjou después, alude a una conversación entre Catalina y Carlos IX el 23 de agosto, pero Tavannes y Margaret de Valois mencionan dos, la segunda de las cuales tuvo lugar muy avanzada la noche. Los testimonios son poco claros. El duque de Anjou afirma que Carlos IX, repentinamente convertidlo a la cause por la permanente insistencia, gritó:” ¡Buen Dios! si opinas que hay que matar al almirante, estoy de acuerdo, pero entonces han de morir igualmente todos los hugonotes de Francia para que no quede ninguno que me pueda sorprender.”. Cavalli, el embajador veneciano, mantenía en su informe que el rey estuvo en suspenso durante hora y media y finalmente cedió por la amenaza de Catalina de marcharse de Francia y el miedo de que su hermano, el duque de Anjou, fuera nombrado capitán general de los católicos. Margarita de Valois afirmó en fin tuvo éxito en conseguir el consentimiento del rey. ¿Es entonces cierto como aseguran ciertos documentos que hacia media noche Carlos IX volvió a tener dudas?. Quizás. De todas las manera fue él quien el 24 de agosto , un poco después de media noche ordenó a Le Charron, Prévot des Marchands, al cargo de la policía de París llamar a las armas a los capitanes y burgueses de los barrios para que el rey y la ciudad pudieran estar protegidos contra los conspiradores hugonotes. Catalina y el duque de Anjou se habían asegurado la cooperación de Marcel Prévot des Marchands. Mientras Charron, sin ningún entusiasmo, dirigía a los burgueses que debían abortar el posible levantamiento de los hugonotes, Marcel levantó a las masas sobre las que tenía influencia ilimitada, y que junto con las tropas reales debían atacar y saquear a los hugonotes. Las tropas reales fueron especialmente encargadas para matar a los hugonotes nobles y la horda popular, movilizada por Marcel, debía amenazar a las tropas burguesas en caso de que decidieran pasarse a los hugonotes. Carlos IX y Catalina decidieron que la masacre no debía empezar en la ciudad hasta que el almirante hubiera sido asesinado - después Catalina confesó que solamente se sentía responsable en conciencia de la muerte de seis, Coligny y otros cinco, pero que habiendo encendido deliberadamente las pasiones de la multitud sobre los que Marcel tenía control absoluto, debería ser considerada responsable de toda la sangre derramada.
LA MASACRE.
Hacia la media noche las tropas se levantaron en armas alrededor del Louvre y rodearon la residencia de Coligny. Un poco antes del amanecer el sonido de un disparo de pistola asustó a Carlos IX y a su madre, que en un momento de remordimiento habían enviado un noble a Guisa para ordenarle que no atacara al almirante, pero la orden llegó demasiado tarde: Coligny ya había sido asesinado. Apenas oyó el duque de Guisa la campana de S. Germán de Auxerre, avanzó con unos pocos hombre hacia la mansión de Coligny. Besme, uno de los íntimos del duque subió a la habitación del almirante. “¿Es Vd. Cloigny?”, preguntó. “Lo soy” replicó el almirante, “Joven debería Vd. respetar mis años, pero haga como le plazca; no me acortará demasiado la vida.”
Besme hundió una daga en el pecho del almirante y arrojó su cuerpo por la ventana. El Bastardo de Angulema y el duque de Guisa que estaban fuera, patearon el cuerpo y un italiano, servidor del duque de Nevers, le cortó la cabeza. Inmediatamente los guardas del rey y los nobles que estaban con Guisa asesinaron a todos los nobles protestantes a los que Carlos IX unos días antes, cuando aún quería proteger al almirante de las intrigas de Guisa, había albergado en los alrededores de su mansión del almirante. La Rochefoucauld, con quien el rey había estado bromeando hasta las once de la noche, fue apuñalado por un criado enmascarado. Téligny, yerno de Coligny, fue muerto en un tejado por un disparo de mosquete y al Señor de la Force y a uno de sus hijos les cortaron el cuello, mientras que el otro hijo, un niño de doce años, permaneció oculto bajos sus cadáveres durante todo un día. Los sirvientes de Enrique de Bourbon y el Príncipe Condé que vivían en el Louvre fueron asesinados en el vestíbulo por mercenarios suizos. Un noble huyó al apartamento de Margarita, que acababa de casarse con Enrique de Bourbon, y ella obtuvo su perdón. Mientras sus sirvientes eran asesinados Enrique de Bourbon y el Principe Condé fueron llamados ante el rey, que intentó hacerles abjurar, sin éxito.
Después, la masacre se extendió por París y Crucé, un orfebre, Koerver, un vendedor de libros y Pezou, un carnicero, golpeaban en las puertas de las casas de los hugonotes. Una tradición, que se ha creído durante mucho tiempo, dice que Carlos IX se colocó en un balcón del Louvre y disparaba sobre sus súbditos, aunque Brantôme, cree que tiraba al blanco desde las ventanas de de su apartamento- dormitorio. Pero nada de eso parece cierto puesto que el balcón desde el que se dice que disparaba no estaba allí en 1572 y en ninguno de los relatos de la Masacre de S, Bartolomé enviado a sus gobiernos por los varios diplomáticos que estaban entonces en París habla de ello. Esto se mencionó por primera vez en un libro publicado en Basilea en 1573: Dialogue auquel sont traitées plusieurs choses advenues aux Luthériens et Huguenots de France", reimpreso en 1574 bajo el título "Le reveille matin des Français". Este libero es obra de Bernauds, un nativo del Delfinado, protestante muy poco apreciado por sus correligionarios y cuyas calumnias hicieron que un noble francés le insultara en público. El "Tocsin contre les auteurs du Massacre de France", otra narración de la Masacre de S. Bartolomé, que apareció en 1579, no hace alusión a ese siniestro pasatiempo de Carlos IX y los relatos, veinte años después, de por Brantôme y d'Aubigné no están de acuerdo. Más aún, la anécdota citada por Voltaire, según la cual el Mariscal de Tessé había conocido entonces a un caballero de cien años de edad que se encargaba de recargar los mosquetes de Carlos IX, es muy dudosa, y el absoluto silencio de los diplomáticos que dirigieron a sus gobiernos detallados informes de la masacre parece un fuerte argumento contra esa tradición.
A la mañana siguiente la sangre corría como riachuelos; las casas de los ricos fueron sometidas a pillaje sin tener en cuenta las opiniones religiosas de los propietarios. “Ser hugonote”, dice enfáticamente el historiador Mézeray, era “tener dinero, una posición envidiable o herederos avariciosos”. Cunado a las doce del medio día el Prévot Le Charron vino a informar al rey de esta epidemia de crimen, se emitió un edicto prohibiendo continuar la matanza, pero la masacre se prolongó durante varias días más y el 25 de a gusto, Augusto Ramus, el celebrado filósofo, fue asesinado a pesar de la prohibición formal del rey y de la reina. Se desconoce el número de víctimas. Se pagaron 35 livres al enterrador del Cementerio de los Inocentes pro enterrar a 1100 cadáveres, pero muchos fueron arrojados al Sena. Ranke y Henry Martin estiman que en París hubo unos 2000 muertos. En las provincias también hubo masacres. La tarde del 24 de agosto un mensajero trajo al Provost de Orléans una carta con el sello real que le ordenaba tratar a todos los hugonotes como a los de París: que se les exterminase “teniendo cuidado de no filtrarlo con astuto disimulo para cogerlos de sorpresa”. Aquel mismo día el rey había escrito a M. d'Eguilly, Gobernador de Chartres, de que era simplemente una lucha entre Guisa y Coligny. El 25 de agosto se emitió una orden para que se matase a los facciosos y al día siguiente el rey anunció solemnemente e una sesión abierta que sus decisiones del 24 de agosto fueron la única manera de frustrar la conspiración y el 27 de agosto de comenzó a prohibir todos los crímenes los crímenes y al día siguiente afirmo que el castigo contra el almirante y sus cómplices no era por su religión sino por su constipación contra la corte, despachado cartas mandando a los gobernadores que reprimieses a las bandas . El treinta de agosto ordenó al pueblo de Bourges matar a cualquier hugonote que se reuniera, pero revocó “todas las órdenes verbales que había dado cuando tenía una buena razón para temer un suceso siniestro”.
En esta serie d instrucciones contradictoras hay que detectar el antagonismo entra la idea fija de Catalina y las dudas de Carlos IX, pero en casi todo el país siguió la política del derramamiento de sangre. La opinión por toda Francia fue que el rey tuvo que matar a Coligny por auto-defensa. El presidente Thou alabó a Carlos IC, el fiscal genenral de Faur du Pibrasc escribió in apología de la masacre, Jodelle, Baif y Daurat, poetas de la “Pleiade” insultaron al almirante en sus versos, en el parlamento se presentó un pleito contra Coligny y sus cómplices vivos o muertos y el resultado inmediato fue el ahorcamiento de Briquemaut y Cavaignes, dos protestantes que habían escapado de la masacre. Esta severidad del Parlamento de París sirvió de ejemplo en otros lugares y en muchos el exceso de celo llevó a un incremento de la brutalidad. En Lyons, Toulouse, Burdeos en hubo también masacres. Tantos cadáveres bajaron por el río Ródano desde Lyón, que los artesianos no quisieron beber el agua durante tres meses. En Bayona y Nantes se rehusó cumplir las órdenes reales. Los intervalos entre masacres prueban que el primer días la corte no emitió ódenes formales en todas direcciones. Por ejemplo la masacre de Toulouse no ocurrió hasta el 23 de septiembre y la de Burdeos hasta el e de octubre. El número de víctimas en las provincias desconocido. Las cifras varían entre 20000 y 100.000. El "Martyrologe des Huguenots", publicado en 1581 so eleva a 15.138 pero solo menciona 786 muertos Sea lo que fuere poco tiempo después los reformadores se estaban preparando para una cuarta guerra civil.
De las consideraciones anteriores se sigue: Que la decisión real de la que resultó la masacre de S. Bartolomé no tuvo nada que ver con las revueltas religiosas y estrictamente, ni siquiera tuvo motivos religiosos, La masacre fue un asunto político perpetrado en nombre e los principios inmorales del maquiavelismo contra una facción que molestaba a la corte. Que la masacre en si misma no fue premeditada y que hasta el 22 de agosto, Catalina de Médicis solo había considerado – y eso por largo tiempo – la posibilidad de deshacerse de Coligny y que el ataque criminal a éste fue interpretado por los protestantes como una declaración de guerra y que ant4 el inmediato peligro Catalina forzó al irresoluto Carlos IX a consentir en la horrible masacre. Tales son, pues las conclusiones que hay que tener en cuenta cuando se entra a discutir el otro teme: la responsabilidad de la Santa Sede.
LA SANTA SEDE Y LA MASACRE
A. Pio V ( 6-May 1, 1572)
Píos V, que estaba permanentemente informado de las guerras civiles en Francia y de las masacres y depredaciones cometidas allí, miraba a los hugonotes como un grupo de rebeldes que debilitaban y dividían el reino de Francia justamente cuando la cristiandad requería fuerza y unidad para dar el golpe definitivo a los turcos. En 1569 había enviado a Carlos IX 6000 hombres bajo el mando de Sforza, conde de Sata.Fiore, para ayudar a las tropas reales en la tercera guerra religiosa, se había alegrado de la victoria de Jarnac (12 de marzo, 1569) y el 28 de marzo había escrito a Catalina de Medici: “Si su majestad continua luchado libre y abiertamente (aperte ac libere) a los enemigos de la Iglesia Católica hasta su destrucción, nunca le faltará la ayuda divina”. Después de la batalla de Moncontour en octubre de 1569, había pedido al rey que sólo permitiese en adelante en ejercicio del catolicismo en su reino, “de lo contrario, decía, su reino será la escena sangrienta de una sedición continua”. La paz concluida en 1570 entre Carlos IX y los hugonotes le causó mucha ansiedad. Había intentado disuadir al rey de firmarla y había escrito a los cardenales de Bourbon y Lorena: “El rey tendrá más que temer de las trampas ocultas y traiciones de los herejes que de del bandidaje al descubierto durante la guerra”. Lo que Pío V quería era una guerra abierta y clara de Carlos IX y los Guisas contra los hugonotes. El 10 de marzo de 1567 le dijo al embajador español, D. Juan de Zúñiga: “Los dueños de Francia están meditando algo que yo no puedo ni aconsejar ni aprobar y que obliga en conciencia: quieren destruir con medios ocultos al Príncipe de Condé y al Almirante”. El sueño inexorable de de Pío V era restablecer la paz política y la unidad religiosa con la espada real, pero no se le puede juzgar con los estándares modernos de tolerancia, pero aunque consideraba que el fin valía la pena, no podía justificar los medios propuestos para conseguirlo, ya que no sancionó intrigas y cinco años antes de la Masacre de s. Bartolomé desaprobó los medios deshonestos con los que Catalina soñaba para deshacerse de Coligny.
B. El cardenal Alessandrino, enviado a París en 1572 por la Santa Sede.
Algunos historiadores se preguntan si el cardenal Alessandrino, enviado por Pío V a Carlos V en febrero de 1572, para persuadir al rey de que se uniera a la Liga Católica contra los Turcos, no fue un cómplice en los planes asesinos de Catalina. En febrero Alessandrino que había intentado impedir el matrimonio de Isabel de Valois con el protestante Enrique de Borbón, cerraba su informe con estas palabras: “Me voy de Francia sin haber conseguido nada. Podría no haber venido”. Seamos tolerantes con su tono descorazonado y reconocimiento de su fracaso. En marzo, escribió: “Tengo otros asuntos especiales que informar a Su Santidad pero se los comunicaré oralmente….”. Cuando el cardenal volvió a Roma, Pío V estaba agonizando y murió sin saber quñe eran esas “asuntos especiales” a los que aludía Alessandrino. Sean los que fueron, no tienen influencia sobre las conclusiones sobre la masacre de las que había sido informado. Una vida de este papa publicada por Girolamo Catena en 1587 refiere una conversación que tuvo lugar tiempo después entre Alessandrino y Clemente VIII en a que el cardenal hablaba de su embajada anterior. Cuando estaba intentando disuadir al rey del matrimonio de Margarita con Enrique, el rey dijo:”No tengo otro medio de vengarme de mis enemigos y de los enemigos de Dios”. Este fragmento de la entrevista a provisto a quienes piensan que la masacre fue premeditada con una razón para mantener que el hacer tan solemnes las bodas en parís fue una trampa preparada con la concurrencia del nuncio papal. Los críticos más confiables se oponen a la autenticidad de esta entrevista, principalmente por relatarla tan tarde y por la imposibilidad de compatibilizarla con el desaliento manifestado por las notas de Alessandrino escritas al día siguiente de que tuviera lugar la conversación. Los argumentos contra la tesis de la premeditación tal como los hemos considerado uno por uno nos parecen suficientemente plausibles para permitirnos excluir toda hipótesis según la cual, Alessandrino fue advertido confidencialmente, seis meses antes del ultraje.
C. Salviati, Nuncio en Paris ein 1572.
El día de la masacre, era nuncio papal en París Salviati, un pariente de Catalina de Medicis. En diciembre de 1571, Pío V le había confiado una primera misión extraordinaria y al mismo tiempo Catalina, de acuerdo con lo relatado después por el embajador veneciano, Michaeli, “ Le había encargado secretamente que dijera a Pío V que pronto vería la venganza que ella y el rey preparaban contra aquellos de la religión ( de los hugonotes).“ La conversación de Catalina fue tan vaga que al siguiente verano, cuando Salviati volvió a Francia como Nuncio, ella pensó que había olvidado sus palabras. En consecuencia le recordó lo de la venganza que había predicho, pero ni en diciembre de 1572 ni en agosto de 1572 fue Salviati muy explícito en su correspondencia con la corte de Roma, ni como el 8 de septiembre de 1572, tres semanas después de la masacre, el cardenal Come, Secretario de Estado de Gregorio XIII escribió a Salviati:” Sus cartas indican que Vd. era consciente de la preparación del golpe contra los hugonotes mucho antes de que aconteciera. Hubiera hecho bien Vd. En avisar a Su Santidad a tiempo”.De hecho, el 5 de agosto, Salviati había escrito a Roma:” La reina dará un rapapolvo al almirante si va demasiado lejos (donnera à l'Admiral sur les ongles), y el 11 de agosto: “Finalmente espero que Dios me concederá la gracia de informar a Su Santidad de algo que le llenará de alegría y satisfacción “. Esto fue todo. Una carta posterior de Salviati reveló que esta alusión encubierta se refería a los planes de venganza que Catalina preparaba para asesinar a Coligny y otros pocos líderes protestantes, sin embargo parece que en la corte romana el asunto se refería suponía al restablecimiento de las relaciones cordiales entre Francia y España. Las réplicas del cardenal de Come a Salviati muestran que esa era la idea que absorbía la atención de Gregorio XIII y que la corte de Roma prestaba poca a tención a las amenazas de Catalina contra los protestantes.
A pesar de que Salviati era pariente de Catalina y que mantenía una atenta vigilancia, todos los documentos prueban, como dice Soldan, el historiador protestante alemán, que los sucesos del 24 de agosto se llevaron a cabo independientemente de la influencia romana. De hecho Salviati previó tan poco la Masacre de S. Bartolomé que escribía a Roma al día siguiente: “No puedo creer que tantos hubieran perecido si el almirante hubiera muerto del disparo de mosquete…No puedo creer que ni una décima parte de lo que ahora veo ante mis ojos”.
D. La actitud de Gregorio XIII al recibir las noticias de la Masacre de S. Bartolomé. Fue el 2 de septiembre cuando llegaron a Roma los primeros rumores de lo que había ocurrido en Francia. Danes, secretario de Mandelot, gobernador de Lyon, ordenó a M de JOU, comandante de S. Antonio, informar al papa de que los principales líderes protestantes habían muerto en París y que el rey había ordenado a los gobernadores de las provincias prender a todos los hugonotes. El cardenal de Lorena, al ser informado, dio al correo 200 écus y Gregorio XIII del dio 1000. El papa quería que se encendieran hogueras en Roma, pero Férals, el embajador francés, puso objeciones sobre al base de que antes debían recibirse las comunicaciones oficiales del rey y del nuncio. El 5 de septiembre Beauville llegó a Roma, enviado por Carlos IX. Dio cuenta de la Masacre de S. Bartolomé y pidió a Gregorio XIII que concediera, anticipándose, la dispensa requerida para contraer matrimonio legítimo entre Margarita de Valois y Enrique de Navarra, solemnizada tres semanas antes. Gregorio XIII pospuso la discusión de la dispensa y la carta del cardenal de Bourbon fechada el 26 de agosto y un despacho de Salviati, ambos recibidos en este tiempo, que le informaban debidamente de los que había sucedido en Francia. Escribió al cardenal de Bourbon: El dicho almirante era tan malvado que había conspirado para asesinar al citado reyes, a su madre, la reina y a sus hermanos…El (almirante) y todos los dirigentes del círculo de este secta fueron asesinados… Y lo que yo más recomiendo es la solución tomada por Su majestad para exterminar a estas alimañas.
En la carta en que Salviati describe la masacre, decía: “Me alegro de que Su Divina Majestad haya tomado bajo su protección al rey y a la reina-madre”. Así, toda la información recibida desde Francia daba a Gregorio XIII la impresión de que Carlos IX y su familia se habían salvado de un gran peligro. La misma mañana en que Beauvillier le entregó la carta de Salviati el papa celebró un consistorio y anunció que “a Dios le había complacido ser misericordioso”. Y con todos los cardenales se dirigieron a la Iglesia de S. Marcos para un Te Deum y rezaron y ordenaron rezar para que el Muy Cristiano Rey pudiera deshacerse y purgar todo su reino la plaga de los hugonotes. Creía que los Valois acababan de escapar de la más terrible conspiración que si hubiera triunfado hubiera impedido que Francia participara en la lucha contra el Turco. El 8 de septiembre tuvo lugar en Roma una procesión de acción de gracias y el papa en una plegaria después de la misa agradeció a Dios por “haber concedido al pueblo católico un triunfo glorioso sobre una raza pérfida” (gloriosam de perfidis gentibus populo catholico loetitiam tribuisti).
Un complot repentinamente descubierto, un castigo ejemplarmente administrado para asegurara la seguridad de la familia real, esa era la luz bajo la que Gregorio XIII veía la masacre de S, Bartolomé y tal era probablemente la idea sostenida por el embajador español que estaba allí con él y que, el 8 de septiembre escribió lo siguiente: “ Estoy seguro de que si el mosquete disparado contra al almirante fue una cuestión de varios días de premeditación y fue autorizado por el rey, lo que siguió fue inspirado por las circunstancias”. Esas circunstancias fueron las amenazas de los hugonotes “la insolentes insultos del partido hugonote” aludidas por Salviati Ens. Despacho del 2 de septiembre. Par decirlo brevemente, esas circunstancias constituían la conspiración. Sin embargo, el cardinal de Lorena, que pertenecía a la casa de Guisa y residía en Roma, quiso insinuar que la masacre había sido planeada con mucha antelación por su familia e hizo que colocaran solemnemente una inscripción sobre la entrada de la iglesia de S. Luis de los Franceses, proclamando que el éxito logrado fue una repuesta “a las oraciones, súplicas, suspiros y meditación de doce años”.
La hipótesis según la cual la masacre fue el resultado de una prolongada hipocresía, el resultado de largos subterfugios, se mantuvo inmediatamente después y con gran audacia, por Capilupu, el panegirista italiano de Catalina. Pero el embajador español refutaron esta interpretación: “Los franceses, escribía, habrían entendido que su rey meditara el golpe desde el momento en que firmo la paz con los hugonotes y ellos le atribuyen el una deshonestidad que no parece permisible ni siquiera contra los herejes y rebeldes”. El embajador estaba indignado de la locura del cardenal de Lorena por atribuir a los Guisa el mérito por haber preparado el engaño. El papa tampoco creía, igual que el embajador español, en una trampa de los católicos, sino que estaba convencido de que la conspiración había sido preparada por los protestantes.
Justamente cuando los turcos habían sucumbido en Lepanto, los protestantes habían sucumbido en Francia. Gregorio XIII ordenó un jubileo para celebrar ambos eventos y encargó a Vasari que pintara en uno de los espacios vaticanos escenas conmemorativas de la victoria de Lepanto y del triunfo del muy cristiano rey sobre los hugonotes, uno junto al otro. Finalmente hizo grabar una medalla representando el ángel exterminador golpeando a los hugonotes con su espada, con una inscripción que dice Hugonottorum strages. Había habido una matanza de conspiradores (strages) y la información que había llegado al papa era la misma que Carlos IX comunicaba a Europa.
El 21 de septiembre escribió a Isabel de Inglaterra sobre el “inminente peligro” del complot que había destruido y al día siguiente escribía a La Mothe-Fénélon, su embajador en Londres: “Coligny y sus secuaces estaban listos para lanzar sobre nosotros el mimos destino que ha caído sobre ellos”. Envió a los príncipes alemanes información semejante. Ciertamente todo esto parecía justificar el decreto de la magistratura francesa ordenando que el admirante fuese quemado en efigie y que se hiciesen procesiones de acción de gracias y oraciones cada 24 de agosto, para agradecer a Dios el oportuno descubrimiento de la conspiración. No es sorprendente , entonces, que el 22 de septiembre, Gregorio XIII escribiera a Carlos IX: “Sire, agradezco a Dios que le pluguiera preservar y defender de la terrible conspiración a Su Majestad, a la Reina,-Madre y a sus leales hermanos. No creo que en toda la historia se mencione tan cruel malevolencia”. Y tampoco debe sorprendernos que el papa enviara al cardenal Orsini con felicitaciones por haber escapado. Y desde Roma, el cardenal Pellevé escribió a Catalina de Médicis: “Señora, la alegría de todo el pueblo honesto en esta ciudad es completa y nunca hubo mejores noticias que la de que Su majestad está libre de peligro.” El discurso de Muret, el humanista, del 3 de diciembre, era un verdadero himno de gracias por el descubrimiento de la conspiración tramada contra el rey y casi toda la familia real.
El partido hugonote de la conspiración debía ser castigado por sus intenciones regicidas y su castigo parecía poner a Francia de nuevo disponible para luchar contra los turcos. Ese era el doble aspecto bajo el que Roma consideraba la masacre. Pero la alegría del papa no duró mucho. Parece que el relato de Brantôme, nos lleva a pensar que, una vez que estuvo mejor informado, se enfadó por las noticias de tal barbaridad y es cierto que cuando, en octubre de 1572 el cardenal de Lorena quiso presentarle a Maurevel, que había disparado a Coligny el 22 de agosto, Gregorio XIII rehusó recibirlo, diciendo: ”Es un asesino”.
Sin duda los vagos despachos enviados pro Salviati durante las semanas precedentes a la masacre, a la luz de los hechos, parecían más comprensible y dejaban claro que el origen de estos trágicos acontecimientos fue el asalto del 22 de agosto. Sin dejar de alegrarse de que Carlos IX escapara de la conspiración que entonces se daba por cierta en Francia y en el otros países, Gregorio XIII juzgó al criminal Maurevel según sus méritos. La condena de Pío de las intrigas contra Coligny y la negación de Gregorio XIII de recibir a Maurevel “el asesino” establece la rectitud indomable del papado que , a pesar de estar ansioso de restablecer la unidad religiosa nunca admitieron las teorías paganas de una cierta raison d'état según la cual el fin justifica los medios. Y respecto a las felicitaciones y manifestaciones de alegría que provocaron las noticias de la masacre en Gregorio XIII solo pueden ser juzgadas limpiamente asumiendo que la Santa Sede, como toda Europa y desde luego muchos franceses creían en la existencia de una conspiración de hugonotes de cuyo descubrimiento presumía la corte y cuyo castigo había completado un complaciente parlamento.
Bibliografia y Fuentes
Mémoires de Marguerite de Valois (coll. Petitot, XXXVII); Discours du Roi Henri III (coll. Petitot, XLIV); Mémoires de Tavanne (coll. du Panthéon littéraire); Correspondance de la Mothe-Fénelon, VII (Paris, 1840); ed. LA FERRIÈRE, Lettres de Catherine de Médicis, IV (Paris, 1891); Négociations diplomatiques de la France avec la Toscane, III; THEINER, Annales ecclesiastici, I (Rome, 1856); MARTIN, Relations des ambassadeurs vénétiens Giovanni Michieli et Sigismond Cavalli (Paris, 1872); Archives curieuses de l'histoire de France (series I, VII, 1835). Obras modernas SOLDAN, La France et la St. Barthélemy, tr. SCHMIDT (Paris, 1855); WHITE, The Massacre of Saint Bartholomew, preceded by a History of the Religious Wars in the Reign of Charles IX (London, 1868); BORDIER, La St. Barthélemy et la critique moderne (Geneva, 1871); LOISELEUR, Trois énigmes historiques (Paris, 1883); LA FERRIÈRE, La Saint Barthélemy, la veille, le jour, le lendemain (Paris, 1892); VACANDARD, Etudes de critique et d'histoire religieuse (3rd ed., Paris, 1906).
GEORGES GOYAU
Traducido por Pedro Royo