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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Lollardos

De Enciclopedia Católica

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Nombre dado a los seguidores de Juan Wicleff, un grupo herético muy numeroso en Inglaterra, de la última parte del siglo catorce y primera del quince. El nombre se deriva de lollium, una tara, o cizaña, pero en Flandes se usaba en el siglo catorce en el sentido de hipócrita y la frase “Lollardi seu Deum laudantes” (1309) apunta a la derivación de lollen, cantar suavemente. Otros dicen que significa perezoso, holgazán. La primera vez que se utiliza, se refiere e los seguidores de Wicleff en 1382 cuando el cisterciense Henry Crupme les aplicó el mote en público, en Oxford. Se usó en documentos episcopales en 1387 y 1389 y pronto se hizo habitual.

En la biografía de Wicleff se enumeran las doctrinas, su procedencia intelectual y su desarrollo a lo largo de su vida. Este artículo trata de las causas generales que llevaron a la difusión de lolardismo, de la historia de la secta y de las doctrinas por las que los lolardos fueron condenados individual y colectivamente por las autoridades eclesiásticas.

Causas de la difusión del Lolardismo

Inglaterra había permanecido notablemente libre de herejía en la última parte del siglo catorce. Los movimientos maniqueos del siglo doce y trece que amenazaron a la Iglesia y a la sociedad en el sur de Europa y esporádicamente en el norte de Francia y Flandes, no habían causado ninguna impresión en Inglaterra. Los pocos herejes de los que se oía hablar eran extranjeros y no parece que hallaran seguidores en el país.

Pero había mucho descontento. Eran frecuentes las protestas populares contra los ricos, contra el poder y el orgullo del clero, secular y regular, y en determinados momentos se expresaban con violencia extrema. Así, durante la revolución que expulsó a Eduardo II en 1327, los alborotadores entraron el la abadía de Bury S. Edmundo y atacaron la de S. Alban. Con el avance del siglo se fueron viendo señales de desorganización nacional y de descontento social y religioso.

En Francia, la guerra, a pesar de las glorias de Crécy y Poittiers, era una maldición tanto para los vencedores como para los vencidos. Las últimas compañas eran expediciones de botín y los hombres que infligían tales crueldades ya estuvieran bajo bandera inglesa o bajo bandera de las Compañías de mercenarios, volvían a casa con un espíritu desordenado, mientras que el sistema militar ayudaba a que se produjera una nobleza muy poderosa, avariciosa y con frecuencia anti-clerical. En los estratos más bajos de la sociedad se daba un crecimiento similar de independencia subversiva e incontrolada.

La emancipación de los campesinos había ido avanzando normalmente hasta que la Peste Negra desorganizó las relaciones entre los señores los campesinos que trabajaban las tierras. Al dar a los trabajadores una ventaja económica enorme en un país despoblado llevó a que los señores fueran cediendo los derechos legales y económicos.

En la iglesia había casi tanto desorden como en el Estado. La pestilencia había desorganizado al clero parroquial, rompiendo el antiguo sistema penitencial mientras que el lujo, al menos entre unos pocos, iba creciendo. Predicadores, ortodoxos o herejes ,poetas como Langland, Glover y Chaucer describen unánimemente con sombríos caracteres la condición del clero, secular y regular. Aunque se exagerara, está claro que se necesitaba urgentemente una reforma. Pero desafortunadamente, los papas franceses de Avignon, hasta cuando eran reformadores, tenían poca influencia en Inglaterra. Más tarde el cisma dio a los ingleses un papa de cuyo patriotismo no había duda, pero que fue un obstáculo para la autoridad de la Iglesia.

A estos desordenes sociales y religioso hay que volver la vista para encontrar las causas de la Revolución de los campesinos y el movimiento lolardo. Ambos eran manifestaciones del descrédito de la autoridad y de la tradición. La revuelta de 1381 es única en la historia inglesa por el espíritu revolucionario y anárquico que la inspiró y que le sobrevivió parcialmente, así como el Lolardismo es la única herejía medieval que floreció en la Inglaterra medieval. La situacion de desorganizacion de la sociedad y el violento anti-clericalismo de aquel tiempo hubiera llevado, probablemente, a un ataque a la autoridad dogmática y al sistema sacramental de la Iglesia, aunque Wycleff no hubiera estado allí para liderar el movimiento.

El comienzo del Lolardismo.

Durante la primera parte de su carrera pública, Wicleff se había mostrado como aliado de la nobleza anti-clerical y anti-papal, sobre todo de Juan de Gante. Había afirmado que los señores temporales tenían derecho a tomar los bienes del clero indigno y, como consecuencia necesaria, había atacado al poder de excomulgar. Era muy popular entre la gente y sus enseñanzas filosóficas y teológicas le habían dado mucha influencia en Oxford. Su ortodoxia había sido puesta en duda con frecuencia y hasta Gregorio XI había condenado algunas de sus conclusiones, pero aún no era el líder de una secta herética. Hacia 1380 comenzó a tomar una postura mucha más hostilidad hacia la Iglesia. Atacó al papa y a los frailes con violencia descontrolada y fue probablemente por esta época cuando envío desde Oxford a sus “pobres sacerdotes” a difundir sus enseñanzas a las gente del campo y por las ciudades de las provincias.

La necesidad de darles un evangelio definitivo pudo haberle llevado a expresar con más claridad sus enseñanzas heréticas, y es ciertamente por entonces cuando comienza a atacar la transustanciación inaugurando asi lo más característico de la herejía de los Lolardos.

El Wicleffismo ya no era solamente una cuestión de disputas escolásticas ni siquiera de violento anti-clericalismo; se había convertido en propaganda herética y las autoridades de la Iglesia y el Estado pudieron por fin atacarlo con éxito. En 1382 , un concilio en Londres presidido por el arzobispo de Courtenay condenó 24 de las “Conclusiones” de Wicleff: 10 como herejías y 14 como errores.

Aunque poco se hizo contra el mismo Wicleff, se comenzó a purgar la universidad. Oxford, celosa siempre de sus privilegios, se resistió, pero a la larga, los líderes del movimiento wicleffita Hereford, Repingdon y Ashton hubieron de presentarse ante el arzobispo. Los dos últimos abjuraron totalmente y sus carreras fueron diferentes en adelante: Repingdon llegó a ser con el tiempo abad de Leicester, obispo de Lincoln y cardenal, mientras que Ashton volvió a sus tendencias heréticas predicando el lolardismo. Nicolás Hereford debió ser un hombre de espíritu poco común, porque en Oxford había sido más extremista que Wicleff, justificando , aparentemente, hasta el asesinato del obispo de Sudbury por los rebeldes, y fue e Roma a apelar al papa contra Courtenay Hecho prisionero allí, fue liberado debido a que hubo un levantamiento popular; volvió a Inglaterra y predicó el lolardismo en el oeste, aunque finalmente abjuró y murió siendo cartujo.

Con esas medidas se evitó la influencia wicleffita en Oxford, pero la energía de los predicadores lolardos, la extraordinaria actividad literaria del mismo Wicleff en sus últimos años, y las revueltas circunstancias de aquellos tiempos, todo llevó a una gran difusión del movimiento. Sus centros principales fueron Londres, Oxford, Leicester y Coventry y en las diócesis de Hereford y Worcester.

Las doctrinas Lolardas

En el siglo catorce la palabra “Lolardo” se usaba en un sentido muy amplio. Se llamaba lolardos y fanáticos a los caballeros anticlericales de la región que deseaban echarse atrás en las donaciones a la iglesia, a los administradores revoltosos de una abadía impopular, a los parroquianos que no querían pagar los diezmos; como a Swynderby, ex-ermitaño de Leicester, a los apocalíptico visionarios galeses como Walter Brute y a los que llamaríamos wicleffitas normales que negaban la autoridad de la Iglesia y atacaban la doctrina eucarística. Nunca se extendió tanto el lolardismo como al principio. Las crónicas de Leicester decían que uno de cada dos hombres era lolardo. Pero esta misma propagación del nombre hace difícil dar cuenta precisa de las doctrinas relacionadas con ellos, hasta de las más extremas.

Probablemente el mejor sumario del Lolardismo, en sus primeras etapas se halla en las doce “Conclusiones” que se presentaron al Parlamento y se clavaron en las puertas de la abadía Webminster y de S. Pablo en 1395. Se quejan de las corrupciones de Roma en las apropiaciones etc. Roma es una madrastra; atacan el celibato de los clérigos y de las órdenes religiosas, el fingido “milagro sacramental”, el fingido poder de la absolución, las falsas indulgencias, llaman a los sacramentos juegos malabares fraudulentos y declaran que las peregrinaciones no están muy lejos de la idolatría. Las oraciones por los muertos no debieran ser una ocasión para dar limosna y los clérigos que tienen beneficios no debieran ocupar puestos seglares. No hay ninguna alusión en estas conclusiones a la doctrina de Wicleff de que “el dominio está fundado en la gracia”, aunque la mayoría de los primeros lolardos enseñaban de alguna manera que la validez de los sacramentos era afectada si el ministro el ministro era o no pecador.

Esta oposición a distinguir el carácter oficial y personal en el sacerdote ha vuelto a aparecer en diferentes épocas de la historia de la Iglesia. Se vuelve a ver entre los partidarios populares de las reformas en tiempos de S. Gregorio VII. Los concilios reformadores prohibían a los fieles aceptar las administraciones de clérigos no reformados, pero las multitudes reformadoras de Milán o Flandes fueron mucho más lejos y trataron con contumelia tanto a los sacerdotes como a sus sacramentos.

Wicleff les dio una especie de base filosófica en este asunto en su doctrina del “Dominio”, aunque lo aplicó más a la propiedad y autoridad del clero a que a sus poderes sacramentales. El hacer que la validez del bautismo o la consagración en la Eucaristía dependieran de la virtud del sacerdote, no era otra cosa que un gran paso para negación completa del sistema sacramental, y este estadio ya se había alcanzado en las conclusiones de 1395. Asi, la doctrina de la transubstanciación era una pregunta acostumbrada en los juicios de lolardismo, decía así: ¿Crees que la sustancia del pan permanece después de la consagración? Los herejes aceptaban con frecuencia las expresiones más vagas de la doctrina ortodoxa, pero a veces declaraban francamente que “el sacramento no es mas que un bocado de pan”. Las peregrinaciones y otras prácticas piadosas de los católicos eran objeto de violentos abusos: Nuestra Señora de Walsingham era conocida entre ellos como la Bruja de Walsingham."

Pero hay una chocante omisión en las “Conclusiones” de 1395. Nada se dice sobre si la Biblia es la única regla de fe, aunque esta doctrina fue probablemente la más original de las que produjo el movimiento. Los principales oponentes al lolardismo en el siglo quince Thomas de Walden y Richard Pecock hicieron notar que la creencia en la suficiencia de la Escritura está en la misma raíz de la doctrina de Wicleff, que suministraba una alternativa a la autoridad de la Iglesia. Parece que tenía menos importancia entre los primeros lolardos que entre los posteriores, porque al principio había mucha confusión mental sobre todo lo referente a la cuestión de la autoridad. Hasta los más ortodoxos debieron sorprenderse en tiempos del Cisma, como después por la lucha entre el papa y los concilios. Los no ortodoxos aún lo tenían peor y esto puede ser la causa de las frecuentes retractaciones de aquellos a quienes los obispos citaban a declarar. En el siglo quince, los Lolardos se convirtieron en un cuerpo más compacto, con negaciones más definidas, cambio que puede ser explicado por el lapso del tiempo que confirma a un hombre en sus creencias y por la represión más enérgica ejercida por las autoridades eclesiásticas. La brecha con la tradición de la Iglesia era ya irremediable y los Lolardos de la segunda generación buscaban el apoyo en sus propias lecturas e interpretación de la Biblia. Wicleff ya había sentido la necesidad de todo esto. Había insistido en la suficiencia de la Escritura y había mantenido que era la última autoridad hasta en cuestiones de ley civil y política.

Sea cual sea su parte en la traducción al inglés, de lo que no hay duda es de que urgió a todos a que leyeran tales traducciones y que lo hizo en parte para fortalecerlos en la oposición a las autoridades eclesiásticas. Mantenía que ni siquiera el papa debía ser obedecido a no ser que sus órdenes estuvieran garantizadas por la Escritura.

A medida que los lolardos, a lo largo del siglo quince, se convirtieron en un grupo cada vez menos culto, vemos una tendencia creciente a tomar la Biblia en el sentido más literal y a sacar de ella conclusiones prácticas fuera de toda armonía con el mundo que les circundaba. Se pusieron objeciones, por ejemplo, al domingo cristiano o a que se comiera cerdo. Así, Pecock reclamaba con urgencia que se aplicara el sentido común y la razón contra interpretaciones tan estrechas, de la misma forma que Hooker haría más tarde contra los Puritanos.. Mientras tanto las autoridades eclesiásticas habían limitado el uso de las traducciones a aquellos que tuvieran permiso del obispo y la posesión de partes de la Biblia Inglesa, en general con prefacios de Wicleff, por personas no autorizadas, constituía una de las pruebas de pertenencia al lolardismo. Sería interesante, si lo permitiera el espacio, comparar las doctrinas lolardas con herejías medievales anteriores y con las varias formas del protestantismo del siglo dieciséis; señalemos, al menos, que hay pocas señales de que se llegara a construir un sistema lolardo, poco más allá de la creencia de que la Biblia podía aportar una regla de fe y vida práctica. Se ponía mucho más énfasis en la predicación que en la liturgia. Existe una inclinación a aceptar la supremacía del estado en las cosas externas de la religión.

Resumen de la Historia de los Lolardos

En los días revueltos de Ricardo II, al terminar el siglo catorce, el Lolardismo se expandió con facilidad y la llegada de la Casas de Lancaster en 1399 fue seguida por un intento de reforma y de restauración de la autoridad constitucional en la iglesia y el Estado, aunque a la larga resultó una tarea más allá de las posibilidades de la dinastía, a pesar de que algo se hiciera para remediar los perores desórdenes del reinado anterior. Para terminar con la oposición a lo religioso, calmar las resistencias a la religión, el estado emitió en 1401, en apoyo de la iglesia, el decreto "De Hæretico Comburendo", es decir, sobre la quema de herejes. El decreto dice en su preámbulo que está dirigido contra cierta secta nueva” que pensaba de forma condenable de los sacramentos y usurpaba el oficio de la predicación “.

Autorizaba a los obispos a arrestar, encarcelar y examinar a los delincuentes y entregarlos al brazo secular si eran relapsos o se habían negado a abjurar. Los condenados “habían de ser quemados” en un lugar elevado, ante el pueblo. Este decreto se debió probablemente a la influencia del obispo Arundel, pero no era otra cosa que la aplicación a Inglaterra de una ley común en la cristiandad. Una vez aprobada inmediatamente se aplicó a William Sawtrey, un sacerdote londinense, que había abjurado previamente pero que era relapso que ahora se negaba a declarar su creencia en la transubstanciación o reconocer la autorizada de la iglesia.

No volvió a haber ejecuciones hasta 1410 y el decreto fue misericordiosamente aplicado por los obispos. Se hicieron grandes esfuerzos para examinar las pruebas cuando un hombre negaba su herejía y a los relapsos se les daba casi siempre el beneficio de una nueva abjuración y de hecho los quemados fueron pocos y las retractaciones muchas. Consta que se quemaron 11 herejes hasta el acceso de Enrique VII en 1485, aunque es verdad que otros fueron ejecutados como traidores por estar implicados en actos de abierta rebelión.

La actividad de los Lolardos durante los primeros treinta años del siglo quince fue enorme y su influencia se extendió por lugares del país que no habían sido afectados al principio. El este del país se convirtió al lolardismo y permaneció durante mucho tiempo como centro del mismo. Mientras tanto, las autoridades eclesiásticas continuaron reprimiéndolo. En 1407 un sínodo celebrado en Oxford, presidido por Arundel, emitió decretos para regular la predicación, la traducción de las Escrituras, la educación teológica en las escuelas y en la universidad. Un cuerpo de censores de Oxford condenaron en 1410 no menos de 267 proposiciones recogidas de los escritos de Wicleff y finalmente, el Concilio de Constanza, en 1415, le declaró hereje solemnemente.

Parece que estas diferentes medidas tuvieron éxito al menos entre los clérigos, de manera que el lolardismo se convirtió cada vez más en un movimiento laico, conectado con frecuencia con el descontento político. Durante el reinado de Enrique V su líder fue Sir John Oldcastle, comúnmente conocido como Lord Cobham, por su matrimonio con la heredera Cobham. Era un notorio lolardo hacía mucho tiempo, pero su posición y riqueza le protegían y no se procedió contra él hasta 1413. Después de muchas vacilaciones fue arrestado, juzgado y sentenciado como hereje, pero se escapó de la Torre y organizó un levantamiento en las afueras de Londres en 1414. El joven rey suprimió personalmente el movimiento, pero Oldcastle logró escapar de nuevo, permaneciendo oculto y , al parecer propiciando algunas asonadas esporádicas, especialmente durante la ausencia del rey Enrique en Francia. Por fin fue capturado en la frontera occidental, condenado por el Parlamento y ejecutado en 1417. Su actividad y personalidad dejaron una gran impresión en sus contemporáneos y sus pobres seguidores pusieron en el una confianza fanática. Sin duda produjo una opinión exagerada sobre el número y ubicuidad de los lolardos, porque Thomas Walden, que escribió sobre estos tiempos suponía que podían tomar el poder y estar en posición de perseguir a los católicos. Esta situación de inquietud se mantuvo durante la primera parte del reinado de Enrique VI. Hubo muchas retractaciones aunque pocas ejecuciones y en la Convocación de 1429 se lamentaban de que la herejía siguiera creciendo en las provincias del sur.

En 1413 hubo un pequeño levantamiento de herejes en Abingdon, pero desde esta fecha el lolardismo comenzó a declinar y cuando, alrededor de 1445, Richard Pecock escribió su desafortunado "Repressor of overmuch blaming the Clergy," apenas eran ya una amenaza para la Iglesia y el Estado, como habían sido en tiempos de Walden. Fueron disminuyendo en número e importancia, aunque las actas de los tribunales episcopales muestran que siguieron sobreviviendo en sus antiguas centros: Londres, Coventry, Leicester y el este del país. Eran , sobre todo, pequeños artesanos. William Wych, un sacerdote, fue ejecutado en 1440, pero era ya un anciano y pertenecía a la primera generación de Lolardos.

El aumento de citaciones por herejía en tiempos de Enrique VII se debió probablemente a la renovada actividad de los obispos en tiempo de paz más que a un renacimiento del lolardismo. Pero si que se dio ese resurgimiento bajo Enrique VIII, ya que en un mismo día fueron quemados dos herejes, en 1511, y diez años más tarde muchos fueron encausados en sus lugares de origen y hubo algunas ejecuciones.

Aunque el Lolardismo permanecía vivo “conquistado pero no extinguido”, como dijo Erasmo en 1523, hasta que la Ciencia Nueva entró en el país procedente de Alemania, fue un movimiento que al menos durante medio siglo apenas ejerció influencia en el pensamiento inglés. Los días de su popularidad habían pasado hacía ya tiempo y sus mártires apenas llamaron la atención. No se puede decir que este riachuelo de herejía inglesa haya aportado mucho a la marea protestante que venia del continente. Sin embargo dio testimonio de la existencia del descontento de los espíritus y puede haber preparado el terreno para la revuelta religiosa de los alrededores de Londres y de las zonas orientales, aunque no haya prueba de que ninguno de los primeros y más prominentes reformadores fueran Lolardos antes de ser protestantes.


F.F. Urquhart .

Transcrto por Tim Drake.

Traducido por Pedro Royo