La Iglesia en el Perú: Partera de la Independencia y sepulturera de la República
De Enciclopedia Católica
Nota del Director: A propósito de las Fiestas Patrias del Perú del año 2025, algunas personas han considerado de utilidad volver a publicar (con mínimas correcciones) este texto escrito el año de 2016, en el contexto de la preparación de la celebración del Bicentenario de la proclamación de la Independencia del Perú. Fue leído en el ámbito universitario en 2020, en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima.
Ocasiones como éstas son inmejorables para ver lo que fuimos, lo que somos y lo que llegaremos a ser. Todo periodo jubilar, todo Fasto Patriótico viene aparejado, siempre de orgullo, esperanza, sueños y deseos de superación.
Sin embargo, la crisis constitucional e institucional, que arrastramos desde el año 2015 nos llena de rabia, nos signa con el escarnio y nos embarga de desesperanza, como si estuviésemos condenados a ser, inapelablemente, todo aquello que no queremos ser.
La voz de la Iglesia estuvo presente en la independencia. Y de facto fue su partera. Pero en la actualidad la falta de bríos en el combate hace de ella la sepulturera de lo que trajo al mundo. Hay ahí una doble responsabilidad; la de la Jerarquía por no vigilar y denunciar, y de la Cátedra Universitaria por no teorizar, polemizar, triunfar dirimir y definir.
Tenemos que hacer confesión pública de nuestra responsabilidad por haber permitido que creciera la injusticia, por no haber impedido de que se agigantaran los poderes en manos de los malos, y por haber puesto nuestra nuestra suerte y destino en manos de incompetentes, homicidas y concusionarios. Y peor aún, de haber llegado a reírnos de la virtud, a reírnos de la honra, a tener vergüenza de ser honrados, parafraseando al Poeta Rui Barbosa.
El catolicismo además de la Fe, la doctrina y la coherencia de vida supone un esfuerzo adicional: el estudio permanente y una catequesis progresiva que debe traducirse en Cultura difusiva.
Es propio del catolicismo enseñar, educar y civilizar. La Iglesia hizo del <<pagano energúmeno un catecúmeno>>, y del <<catecúmeno un neófito>>. A la luz del Evangelio florecieron las artes las ciencias, las Letras y los Estudios.
Es una tragedia que la Cátedra haya dejado de doctorar, que el Catedrático haya dejado de perorar, que la Doctrina haya dejado de dirimir y definir y, lo que es peor: ¡que el pedagogo haya dejado de enseñar según la enseñanza de la Iglesia! El pedagogo no puede, sin culpa, excusarse de subir los peldaños de la escala de la sabiduría, de impregnarse del sagrado polvo de las Bibliotecas.
Nada más contrario al espíritu católico que el infantilismo en la fe y la devoción de estampita, en los adultos. Nada repugna más al concepto de Universidad Católica que el Catedrático sin ciencia, el educando sin hambre de saber y el plan curricular feble. Son peor aun que el cura sin doctrina, porque si éste ultimo se ha vuelto agente embrutecedor del fiel, el primero se hace agente y cómplice de la corrupción de la sociedad.
Luis Angell de Lama, el célebre Sofocleto, dijo una vez: «Si Kafka hubiese sido peruano, sería considerado “escritor costumbrista”».
Se quedó corto.
Por evitarnos el esfuerzo de buscarla y alcanzarla, hemos renegado de la “Promesa de la Independencia”. En menos de dos siglos, la “Promesa” está a punto de convertirse en una distopía que combina el mundo al revés, la barca de los locos, la danza macabra, el entierro de la sardina y los pedos de Sancho Panza.
La elección de la forma republicana de gobierno y del sistema democrático, como todo lo rectamente pensado y creado, estaba orientada a un fin superior: el bien común, tal como lo define Santo Tomás de Aquino. Al parecer, algún cartesiano geniecillo maléfico ha distraído nuestra atención y obnubilado la razón colectiva, mientras un “demiurgo al revés” operaba los disturbios que preceden y anuncian el caos.
Lo que está en juego en en la crisis constitucional e institucional del Bicentenario, no es lo político, lo económico, lo ideológico o lo institucional. No nos engañemos y que no nos engañen: lo que está en juego es la salud espiritual y moral de la nación .
No es un problema crematístico, ni legislativo, ni técnico: es un problema CULTURAL. Cultura vs. Contracultura-anticultura-pseudocultura. Estamos recorriendo el camino inverso. En lugar de elegir entre lo bueno y lo óptimo, elegiremos entre lo malo y lo pésimo.
Ô tempora, ô mores!
Es inadmisible, irracional y escandaloso que los pretendientes a la primera magistratura sean delincuentes excarcelados, sujetos de pesquisa policial e inquisición judicial.
Padecemos una esquizofrenia colectiva: por un lado denunciamos la injusticia, reivindicamos derechos (objetivos o imaginarios), codiciamos una pseudo “libertad a la francesa” , exigimos la meritocracia y decimos estar sedientos de ciencia y hambrientos de cultura.
Por otro lado, a fuerza de convivir con él, hemos transigido con el delito hasta el punto de perderle el asco y la repugnancia. El ciudadano –léase el intelectual– peruano es un hypocrités de nuevo cuño: alterna con maestría el uso del prósopon ideológico: es a la vez fiscal, juez, carcelero y verdugo.
La trompeta del juicio, con tonante tañido, denuncia el homicidio y al homicida de ayer, como crimen y criminal que claman al cielo. La dignidad del hombre y los derechos inalienables de la persona así lo exigen.
Dicho de otra manera: la vida es un bien, y vivir es bueno; la muerte injusta es mala; por eso se castiga al homicida. Bien decía Safo: “Morir es un mal, porque de otro modo, los dioses habrían muerto”.
Sin embargo, el mismo actor, en la misma obra y en el mismo teatro, cambia la máscara. Es otro el parlamento y otro el personaje: para el muerto la vida es un bien que se le ha arrebatado; para el que está por nacer, la vida es un bien del que nunca gozará. Inexplicablemente, el acto de matar es –para quien ya mató– un delito repugnante, y un derecho para quien matará.
Una sociedad que no respeta y protege el bien mayor e invalorable de la vida, que legaliza el asesinato del niño, mientras protege la gestación de las bestias, bien merece el calificativo de contradictoria.
Todas la sociedades, todas las culturas, en todos los tiempos hicieron encomio de la paz, del saber, del honor, del heroísmo y de la santidad. Exaltaban el bien y vituperaban el mal. Concedían rango divino a todo lo verdadero, lo bueno y lo bello (lo que Platón llamaba los “transcendentales del Ser), que no podían provenir sino de lo divino [todo aquello que espiritualizaba al hombre y que le diferenciaba de la bestia.]
Hoy se califica de cultura a cualquier cosa, hasta a lo objetivamente aberrante; hemos patentado la contradictio in terminis; nos hemos convertido en metafísicos de lo absurdo y en mistagogos del oxímoron. Así, decimos sin pudor: “cultura de la muerte”, “cultura del delito”, “cultura de la impunidad”, "cultura del descarte". Quien mal piensa, mal discierne; quien mal discierne, mal habla; quien mal tose, mal escupe; quien mal engendra, mal pare, que diría Ricardo Palma.
En el Perú, Fray Donato Jiménez Sánz OAR, desde su cátedra universitaria ha dicho una y mil veces:
«Urge poner el lenguaje al día no solo para incorporar nuevos términos o acepciones cuando se requieran, sino también cuando, por tergiversaciones o desvíos interesados, hay necesidad de corregir el abuso y rectificar su trayectoria desde la autenticidad léxica. Cultura -de colere- se refirió primero a la agri-cultura. Y ya, en Catón el Viejo (s. III a. C.) “cultor vitis” es el que cultiva la viña; “cultores veritatis, fraudis inimici”, son, según Cicerón, los “amigos de la verdad y enemigos del fraude”; Marcial llama “cultor Minervæ” a quien cultiva las letras. Para Cicerón, “Philosophia est cultura animi” ; y el culto y práctica religiosa es “cultura Dei”. La cultura es, ante todo, una labranza o laboreo, esfuerzo de las potencias espirituales y materiales para la elevación del hombre. Es también el mejor resultado de ese esfuerzo conseguido a través del tiempo por los diferentes pueblos. Engloba todos los valores que elevan al hombre y su dignidad en los distintos niveles. La cultura da al hombre capacidad de encontrarse a sí mismo y facilita caminos de superación. Cultura es, pues, concepto y contenido positivos. Nos enseña responsabilidad. El hombre se reconoce a sí mismo como proyecto y busca valores que lo perfeccionen y lo trasciendan. Por el contrario, lo que se oponga a esta aspiración de ser mejores y al esmero ético de crecer en dignidad, será, según los casos, incultura, subcultura, seudocultura, anticultura, contracultura. El hombre no puede acceder a la verdadera y plena humanidad más que a través de la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores de la naturaleza. Por tanto, siempre que se trata de vida humana, naturaleza y cultura están en la más íntima conexión. Con la palabra "cultura" se indica, en general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus múltiples cualidades espirituales y corporales». [fin de la cita]
Vargas Llosa, el moralista sin moral, planteó mal la pregunta (“¿Cuándo se jodió el Perú?”); la respuesta y la explicación no está en la precisión que él exige (el cuándo), sino en el devenir del ¿cómo?.
No fue un suceso aislado, es un proceso –siempre negativo– de pendiente. Quien no sube los peldaños de la escala de la cultura humanista, empieza a rodar por el despeñadero que conduce a la cueva del troglodita.
Hasta no hace mucho, la formación apuntaba a la solidaridad. Hoy se postula la “competitividad”. El prójimo ya no es un hermano : es un rival. Fundamos el éxito personal en el fracaso de los otros. Se buscaba el bien común y se enaltecía al héroe, al santo, al sabio y al justo. El egoísmo sensualista del presente, deifica el deleite, se ríe de la moral, y desprecia el saber, no necesita mas guía que la pulsión fisiológica: el humano privado de la transcendencia traga, defeca y se aparea.
Hace 30 años, “La República” –diario sensacionalista y escandaloso donde los haya– y la televisora Canal 2 introdujeron el “art nouveau” del periodismo de escándalo y acuñaron el concepto “espectáculo de la noticia”.
La prensa y los periodistas ya no son instrumentos de juicio y orientación en el laberinto de la mundo actual. Mil inexactitudes no se convertirán nunca en una sola verdad. No es lo mismo “libertad de prensa” [que hace del periodismo un cuarto poder, una especie de “tribuno de la plebe”] que el libertinaje de hoy [hace treinta años] . Se ha exaltado todo lo malo: la noticia-espectáculo ha gratificado y publicitado el mal obrar, ha “dignificado” lo indigno y lo vil».
La infamante “página policial”, es ahora primera plana y tema editorial. Los escándalos de chulos y rameras atraen la atención de las mayorías. El público satisface su concupiscencia engullendo cualquiera de las mil y una inmundicias del banquete mediático, se entretiene con la cobertura de crímenes, robos y asesinatos. Inconscientemente, a fuerza de de ver repetirse el paradigma, perfila una contra-moral: “para ser famoso haz algo escandaloso”, “ser malo es más divertido”, “robar es mas rediticio que trabajar”, “no hay delito si no te descubren”.
Como comunidad de destino, el Perú es una especie de Sísifo colectivo, carne de presidio y mancebía, que intenta vanamente llegar a la cima del éxito con el peso de tanta barbaridad, que siempre le hace caer. En lo moral, nos parecemos a la raflessia de Sumatra: parásitos que emanamos un hedor que refunde el almizcle de la mujer pública y las miasmas de las letrinas del estadio.
Como proyecto político no estamos muy lejos de fundar la primera república delictiva de la Historia.
Seamos nosotros los que pautemos el debate político: que se hable de valores, ideas, y programas. La política no puede ser un eterno carnaval (phylaxocracia), el Estado no puede ser el botín del codicioso (cleptocracia); el poder no debe crecer y agigantarse en las manos de los peores (oclocracia).
Defendamos la vida y la educación para la vida: si cultivamos al niño hoy, cosecharemos mañana al ciudadano.
Hay que preferir el heroísmo y dignidad de Sócrates; no hagamos nuestro el despreciable y descarado cinismo del cínico y crapuloso Diógenes. Razonemos con la sabiduría de Platón y procedamos con el pragmatismo de Confucio.
Dejemos que el charlatán suba a la tribuna de los demagogos… porque no está muy lejos de precipitarse por la roca Tarpeya.
Dejemos a Dios el Juicio, el premio o el castigo de los Pastores que deberán dar cuenta exacta de lo tenían que hacer y no hicieron.
José Gálvez Krüger
Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima
Lima, 1 de febrero de 2016 años de la era cristiana