Junípero Serra
De Enciclopedia Católica
Biografía
Nacido en Petra, isla de Mallorca, el 24 de noviembre de 1713 y fallecido en Monterrey, California, el 28 de agosto de 1784.
El 14 de sept. 1739 entró en la orden franciscana. Por su gran progreso en los estudios fue nombrado lector de filosofía antes de ser ordenado sacerdote. Mas tarde recibió el grado de Doctor en teología de la universidad Luliana de Palma, donde ocupó la cátedra Duns Scoto de filosofía hasta que se unió al colegio misionero de San Fernando en Méjico (1949). Mientras viajaba a pie desde Veracruz hasta la capital, se hirió en la pierna y el sufrimiento le acompañó toda su vida, aunque continuó viajando a pie siempre que pudo. A petición propia fue asignado a las misiones indias de Sierra Gorda, no lejos de Querétaro. Sirvió allí por nueve años, parte del tiempo como superior, aprendió el idioma de los indios Pame y tradujo el catecismo a su idioma.
Llamado a Méjico, se hizo famoso como fervoroso y efectivo predicador de las misiones. Su celo le llevó frecuentemente a emplear medios extraordinarios para mover a la gente a la penitencia. Se golpeaba el pecho con una piedra en el púlpito o se aplicaba una antorcha encendida a su pecho desnudo. En 1767 fue nombrado superior de un grupo de quince franciscanos para las Misiones Indias de la baja California. A principios de 1769 acompañó a la expedición por tierra de Portola a la California Alta. Por el camino (el 14 de mayo) estableció la Misión de S. Fernando de Velicatá, Baja California. Llegó a S. Diego el 1 de julio y el 16 fundó la primera de las 21 misiones en California que lograron la conversión de los nativos de la costa llegando lejos, hasta Sonoma al norte. Las que estableció el P. Serra o se hizo durante su administración fueron las de San Carlos (3 junio, 1770); San Antonio (14 julio, 1771); San Gabriel (8 sept, 1771); San Luis Obispo (1 sept, 1772); San Francisco de Asís (8 octubre, 1776); San Juan Capistrano (1 nov,. 1776); Santa Clara (12 enero, 1777); San Buenaventura (31 marzo, 1782).
También estuvo presente en la fundación del presidio de Santa Bárbara (21 abril, 1782), y no pudo ubicara allí la misión en ese momento por la animosidad del gobernador Felipe de Neve. Dificultades con Pedro Fages, el comandante militar, obligaron al P. Serra en 1773 a presentar el caso ante el virrey Bucareli. En la capital de Méjico, por orden del virrey, presentó su "Representación" en treinta y dos artículos. Todo se decidió a su favor, excepto dos puntos sin importancia y volvió a California a finales de 1774. En 1778 recibió la facultad de administrar el sacramento de la Confirmación. Después de ejercer eses privilegio durante un año, el gobernador Neve le ordenó que suspendiera la administración del sacramento hasta que pudiera presentar el Breve papal. Durante dos años, el P Serra se retuvo y entonces el virrey Mayorga dio instrucciones en el sentido de P. Serra estaba en su derecho.
Durante los restantes tres años de su vida visitó una vez más las misiones de S. Diego hasta S. Francisco, seiscientas millas, para confirmar a todos los que habían sido bautizados. Sufría intensamente por una pierna mala así como por el pecho pero no pudo usar remedios. Confirmó a 5309 personas que, con pocas excepciones, eran indios convertidos durante los catorce años desde 1770. Además de esta extraordinaria fortaleza, sus virtudes más conspicuas eran un celo insaciable, amor al sacrificio, negación de si mismo y absoluta confianza en Dios. Sus habilidades ejecutivas han sido advertidas especialmente por escritores no católicos. La estima que se tiene de su memoria por todas las clases en California se puede deducir del hecho de que la Sra. Stanford, no católica, hizo que se construyera un monumento de granito en Monterrey. Una estatua de bronce de proporciones heroicas le presentan como un predicador apostólico en el Parque Golden Gate de S. Francisco. En 1884 la Legislatura de California emitió una resolución convirtiendo el 29 de agosto de ese año, centenario del entierro del P. Junípero Serra, en fiesta legal.
De sus escritos, han sobrevivido muchas carta y otros documentos; los principales son su “Diario” del viaje de Loreto a San Diego, que publicó en "Out West" (marzo a junio 1902) y la "Representación" arriba mencionada.
Carta de despedida
Jesús, María, Joseh».
Carísimo amigo en Cristo Jesús, Padre Francisco Serra. Ésta va de despedida, pues estamos ya para salir de esta ciudad de Cádiz y embarcarnos para México. El día fijo no lo sé, pero están ya cerrados los baúles de nuestros trastillos, y se dice que dentro de dos, o a lo más en 3 ó 4 días, se hará a la vela el navío llamado Villasota, en el que hemos de embarcar. Habíamos pensado que fuera más pronto; por esto os escribí que para cerca de San Buenaventura, pero se ha retardado hasta ahora.
Amigo de mi corazón, me faltan en ésta palabras, aunque me sobren afectos para despedirme y para repetiros la súplica del consuelo de mis padres, a quienes no dudo no les faltará su aflicción. Yo quisiera poder infundirles la gran alegría en que me encuentro, y pienso que me instarían a seguir adelante y no retroceder nunca.
Deben advertir que el cargo de Predicador Apostólico, y máxime adjunto con el actual ejercicio, es lo más que ellos podían desear para verme bien establecido.
Que su vida, como son ya tan viejos, es ya muy deleznable, y casi preciso que sea breve. Y si la saben comparar a la eternidad verán claramente que no puede ser más que un instante. Y siendo así, será muy del caso y muy conforme a la santísima voluntad de Dios que reparen poco en la poquísima ayuda que yo les pueda hacer en las conveniencias de esta vida para merecer de Dios nuestro Señor que, si no nos volvemos a ver en esta vida, estemos juntos para siempre en la Gloria.
Decirles que yo no dejo de sentir el no poder estar más cerca de ellos, como estaba antes, para consolarles, pero pensando también que lo primero es lo primero, y que antes que ninguna otra, lo primero es hacer la voluntad de Dios cumpliéndola; por amor de Dios los he dejado, y si yo por amor de Dios y con su gracia, tengo fuerza de voluntad para dejarlos, del caso será que también ellos, por amor de Dios, estén contentos al quedar privados de mi compañía.
Que se hagan cargo de lo que sobre esto les dirá el confesor y verán que, en verdad, ahora les ha entrado Dios por su casa. Con santa paciencia y resignación ante la divina voluntad, poseerán sus almas, porque alcanzarán la vida eterna.
Que no atribuyan a nadie, sino sólo a Dios Nuestro Señor, lo que lamentan, y verán cómo les será suave su yugo y se les mudará en gran consuelo lo que ahora tal vez padecen como una aflicción. No es hora ya de alterarse ni afligirse por ninguna cosa de esta vida, y así de conformarse en un todo con la voluntad de Dios, procurando prepararse para bien morir, que es lo único que importa de cuantas cosas pueda haber en esta vida, pues alcanzando aquélla, poco importa que se pierda todo lo demás; y si no se alcanza, nada aprovecha todo lo demás.
Que se alegren de tener un sacerdote, aunque malo y pecador, que todos los días, en el Santo Sacrificio de la Misa, ruega por ellos con todas sus fuerzas y muchísimos días aplica por ellos solamente la Misa, porque el Señor los asista, porque no les falte lo necesario para el sustento, les dé paciencia en los trabajos, resignación a su santa voluntad, paz y unión con todo el mundo, valor para resistir a las tentaciones del demonio y, finalmente, cuando convenga, una muerte lúcida y en su santa gracia.
Si yo, con la ayuda de la gracia de Dios, llegase a ser un buen religioso, serían más eficaces mis oraciones y no serían ellos poco interesados en esta ganancia; y lo mismo digo de mi querida hermana en Cristo, Juana, y Miguel mi cuñado: que no piensen en mí por ahora sino para encomendarme a Dios para que yo sea un buen sacerdote y un buen ministro de Dios; que en esto estamos todos muy interesados, y esto es lo que importa. Recuerdo que mi padre, cuando tuvo aquella enfermedad, tan grave que lo extremaunciaron, y yo, que ya era religioso, lo asistía, pensando que ya se moría, estando él y yo a solas, me dijo: «Hijo mío, lo que te encargo es que seas un buen religioso del Padre S. Francisco». Pues, padre mío, sabed que tengo aquellas palabras tan presentes como si en este mismo instante las oyera de vuestra boca. Y sabed también que para procurar ser un buen religioso emprendí este camino.
No estéis afligidos porque yo haga vuestra voluntad, que es también la voluntad de Dios.
De mi madre sé también que nunca se descuidó de encomendarme a Dios con el mismo cariño para que yo fuese un buen religioso. Pues, madre mía, si tal vez por vuestras oraciones Dios me ha puesto en este camino, estad contenta de lo que Dios dispone y decid siempre en todos los trabajos: «Bendito sea Dios y hágase su santa voluntad».
Mi hermana Juana ya sabe que no hace mucho que se vio a las puertas de la muerte y el Señor por los méritos e intercesión de María Santísima, le restituyó la salud perfecta. Si hubiera muerto, a estas horas no tendría pena el que yo estuviese o no en Mallorca; pues que dé gracias al Señor y acate lo que Él dispone, ya que lo por Él dispuesto es lo que conviene, y es muy creíble que el Señor le concediese a ella la salud para que pudiera servir de consuelo a los buenos viejos, ya que yo habría de irme.
Alabemos a Dios, que Dios nos ama y nos estima a todos. Cuñado Miguel y hermana Juana: os suplico muy de veras lo que antes os encargué, esto es, que continuéis entre los dos con gran paz y quietud; que procuréis respetar, sufrir y consolar a los viejos, y que tengáis diligentísimo cuidado en la buena crianza de vuestros hijos; y a todos juntamente os encargo que seáis cuidadosos en ir a la iglesia a confesar y comulgar con frecuencia, practicando el ejercicio de la Vía Sacra, y que procuréis totalmente ser buenos cristianos.
Yo confío que así como hasta aquí me han sabido encomendar a Dios para que me asistiese no dejarán de hacerlo igual de aquí en adelante y que suplicando al Señor mutuamente yo por ellos y ellos por mí, el Señor mismo nos asista a todos y nos dé en esta vida su santa gracia y después de esta vida la gloria.
¡Adiós, padre mío! ¡Adiós, madre mía! ¡Adiós, Juana, hermana mía! ¡Adiós, Miguel, cuñado mío! Cuidado con que Miguelito sea buen cristiano y buen estudiante, y que sean buenas cristianas las dos chicas. Y confianza en Dios, que tal vez les valga de algo su señor tío. ¡Adiós, adiós!
Carísimo hermano Padre Serra, adiós. Mis cartas, de aquí en adelante, serán, según dije, más espaciadas; mas en lo que respecta al consuelo de mis padres, hermana y cuñado, atended al buen cariño que os he dicho, a vos primero y sin semejante, y después al Padre Vicario, al Padre Guardián, Padre Mestre, les digo y confío que «epistola mea omnes vos estis» [«todos vosotros sois mi carta», cf. 2 Cor 2,3]. El Padre Vicario y Mestre, si viene bien, que se encuentren presentes cuando se lea esta carta, si lo halla conveniente para mayor consuelo. Y que sea sin la reunión de otras personas, sino a solas, delante de los cuatro: padre, madre, hermana y cuñado.
Y si alguien más haya de oírlo sea la prima Juana, vecina, para la cual añadiréis muchas y cordialísimas memorias, como también a su marido, al primo Roig, la tía Apolonia Boronada Jorja y demás parientes.
Memorias a cada uno de los individuos de esa comunidad de Petra, sin omitir ninguno, y máxime fray Antonio Vives.
Memorias al Dr. Fiol, su hermano; al señor Antonio, su padre y a toda su casa.
Memorias muy especiales al Amon Rafael Moragues Costa y a su esposa; al Dr. Moragues, su hermano y a su señora, y lo mismo al Dr. Serralta; al Señor Vicario Perelló, señor Alzamora, al señor Juan Nicolau y el regidor Bartolomé su hermano y a toda la casa. Y para abreviar, a todos los amigos.
Al Padre Vicario, que confío en que llegará el libro del santo Negro, pues si no ha llegado de Madrid cuando yo saliere ya dejo orden aquí para que cuando vayan los Fornaris a Mallorca se lo lleven. Y que procure inducirle devoción hacia mi señor S. Francisco Solano.
La adjunta va a Mado Maxica, vecina del convento, y es de su hijo Sebastián, que ha llegado de las Indias y me parece que se da buen trato.
Finalmente, el Señor nos junte en la gloria y guarde de presente a Vuestra Reverencia muchos años, como os lo suplico.
De esta casa de la santa misión y ciudad de Cádiz, a 20 de agosto de 1749.
El lector Palóu da a Vuestra Reverencia muchísimas memorias y se las dará de parte de los dos al señor Guillermo Roca y a su casa.
Cordial amigo en Cristo, Fray Junípero Serra, indignísimo sacerdote. Reverendo Padre Fray Francisco Serra, Religioso Menor.
Carta al padre Serra
Bibliografía
- Relación histórica de la vida del V.P. Fr. Junípero Serra[1]
- PALOU, Noticias de la Nueva California (San Francisco, 1774); IDEM, Relacion historica de la vida y apostolicas tareas del Ven. P. Fr. Junípero Serra (Mexico City, 1787); Santa Barbara Mission Archives; San Carlos Mission Records; ENGELHARDT, Missions and Missionaries of California, I (San Francisco, 1886); GLEESON, Catholic Church in California, II (San Francisco, 1871); HITTELL, History of California, I (San Francisco, 1885); JAMES, In and Out of the Missions (New York, 1905).
ZEPHYRIN ENGELHARDT
Transcribed by Michael T. Barrett. Dedicado a los misioneros católicos
Traducido por Pedro Royo