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Miércoles, 13 de noviembre de 2024

Joseph Sadoc Alemany

De Enciclopedia Católica

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Primer Arzobispo de San Francisco, California, en Estados Unidos; nacido en Vic, España, el 3 de julio de 1814; fallecido en Valencia (España) el 14 de abril de 1888. Entró tempranamente en la Orden de Santo Domingo, fue ordenado sacerdote en Viterbo en Italia, el 27 de marzo de 1837, consagrado en Roma Obispo de Monterey de California el 30 de junio de 1850, y fue transferido el 29 de julio de 1853 a la Sede de San Francisco como su primer arzobispo. Dimitió en noviembre de 1884, y fue elegido Arzobispo titular de Pelusio.

California había pasado recientemente de un gobierno mexicano a uno americano y todavía contenía una gran población española con costumbres y tradiciones españolas, por ello el nombramiento del Arzobispo Alemany como el primer obispo bajo las nuevas condiciones representó una medida providencial. Diez años de actividad misionera en Ohio, Kentucky, y Tennessee le habían permitido dominar el idioma inglés, que hablaba y escribía correcta y fluidamente, familiarizarse con las costumbres y el espíritu de la República e imbuirse de un amor hacia los Estados Unidos que llevó consigo hasta el día de su muerte. Su labor episcopal habría de comenzar entre una población compuesta por casi todas las nacionalidades.

Nacido en España, educado en Roma, y residente en América, su experiencia y su comando de varias lenguas le puso en contacto y simpatía con todos los elementos de su diócesis. Su humildad y simplicidad en el trato, aunque por naturaleza introvertida, le permitió entrar en los corazones de todas las clases.

Naturalmente su primer proyecto fue asegurar un cuerpo de sacerdotes y monjas como colaboradores en su nuevo campo; para esto hizo una provisión parcial antes de llegar a San Francisco. Las Misiones Franciscanas (cuya memoria y restos en el segundo siglo de su existencia son todavía atesorados no sólo por California sino por todo el país) habían sido confiscadas en el nombre de la "secularización", los misioneros apartados, y sus rebaños dispersos en gran medida; se hizo evidente que su trabajo era simplemente crear todo aquello que un nuevo orden requería, un orden único que obispo alguno jamás había encarado. El descubrimiento de oro en California unos años antes de su llegada había atraído a poblaciones de todos los rincones del mundo, la mayoría de los cuales poco pensaba en residir allí permanentemente. Muchos, sin embargo, trajeron la vieja Fe consigo e incluso en medio de la fiebre del oro se mostraron prestos para responder generosamente a una personalidad tal como la del joven obispo.

Cuando comenzó su trabajo, había sólo veintiún iglesias misioneras de adobe esparcidas a lo largo y a lo ancho del Estado, y no más de una docena de sacerdotes en toda California. Vivió para ver el Estado dividido en tres diócesis con una población de alrededor de trescientos mil Católicos, muchas iglesias de moderna arquitectura y de respetable dimensiones, un cuerpo de clérigos devotos, seculares y regulares, instituciones educativas y de caridad conducidas por las órdenes docentes de hombres y mujeres, para satisfacer, tanto como fuera posible dadas las circunstancias, las necesidades de una población en constante crecimiento. Procuró en adelante, como el primer objetivo de su trabajo, el bienestar espiritual de su pueblo, pero en los primeros años de su ministerio en California el arduo trabajo estuvo centrado en la protección de la propiedad eclesiástica de los "okupas", y al proceso de los reclamos del "Fondo Piadoso" contra México. A través del Departamento de Estado del Gobierno de los Estados Unidos obligó a México a respetar su propio acuerdo con la Iglesia de California para pagar por lo menos el interés a la fecha de la decisión sobre las divisas derivadas de las ventas forzadas de la propiedad Misionera en tiempos de la "secularización", y que habían sido entregadas al Tesoro Mexicano. Bajo su sucesor, en el año 1902, una última adjudicación del "Fondo Piadoso" en favor de la Iglesia de California fue lograda por un Consejo Internacional de Arbitraje en La Haya.

La oficina episcopal que él había aceptado sólo bajo obediencia nunca fue, en un sentido humano, agradable al Arzobispo Alemany; su propio temperamento le inclinaba a ser simplemente un sacerdote misionero; en un sentido más amplio, continuó siendo tal hasta el día de su renuncia. Su característica devoción a los derechos de la Iglesia, su amor por un sentido común de libertad individual, y particularmente su admiración por las instituciones libres de la Unión Americana se manifestaron en ocasión de una visita que hizo a su tierra natal después de largos años de ausencia. Antes de que un espíritu infiel envenenase las mentes de muchos en el poder, hasta en los países Católicos, había sido costumbre en España, como en otras tierras católicas, que los sacerdotes usaran sus vestimentas sacerdotales en las calles. Este nuevo espíritu ciertamente le había conducido en España, cuando era estudiante, al deseo convertirse en un miembro de las ordenes proscritas, y cuando retornó para la ocasión en cuestión fue una novedad verle en las calles vestido como un Fraile Dominicano. Cuando su futuro custodio le advirtió para que se sacara su casulla para uso en exteriores, Alemany le mostró su pasaporte de ciudadano Americano, arguyendo que en su país adoptivo, donde los católicos eran la gran minoría, se le permitía usar cualquier tipo de abrigo que él prefiriese y que seguramente este privilegio no debía serle negado en la España Católica, su tierra natal. No se le negó, al menos, por esa ocasión. Tan comprometido estaba con la orden de Santo Domingo que cuando se convirtió en Obispo de Monterrey, y en adelante hasta su muerte, usó la casulla blanca de la Orden, y en letra y espíritu adhirió a la Regla de Santo Domingo tanto como le fue posible fuera de la vida comunitaria.

La exaltada oficina del arzobispado no creció en acuerdo con él con los años, y con la idea de renunciar y convertirse nuevamente en un sacerdote misionero, suplicó a Roma para que se le concediera un coadjutor, cum jure successionis , mucho antes de que uno le fuera dado. Cuando, sin embargo, sus súplicas fueron oídas, lo cual no fue sino hasta cuando alcanzó la edad escriptural de setenta años, amablemente transfirió a su sucesor el peso que había soportado por tanto tiempo y con tanta fidelidad por amor a su Maestro. Aunque tuvo la mayor consideración por la comodidad de otros, su propia vida fue austera. Nadie sino él mismo entraba en sus apartamentos, los cuales estaban tan conectados con la iglesia que podía hacer sus visitas al Santísimo Sacramento y mantener largas vigilias en una pequeña ventana de celosía mirando hacia el Tabernáculo. Nadie jamás le vio manifestar enojo; fue siempre amable pero firme con el deber. Tan considerado de los sentimientos de los otros que ciertamente nunca los hirió intencional o injustamente.

Muy considerado y cortés en todo lo que hacía, viajó unas mil millas a Ogden, Utah, en noviembre de 1883 para encontrarse por primera vez, acompañar y dar la bienvenida a San Francisco a su coadjutor y sucesor, el P. W. Riordan. Desde el primer encuentro y hasta su muerte la más cercana y tierna amistad existió entre ellos. Habiéndose su sucesor familiarizado completamente con los asuntos diocesanos y transferido a él como una "sociedad unimembre" toda la propiedad diocesana (de acuerdo con la ley que Alemany había promulgado a través de la Legislatura de California para mejor seguridad de la propiedad de la iglesia), el Arzobispo dimitió en 1884, retornó a su tierra natal y allí murió.

Su intenso amor por la vida misionera y su afán por las almas no terminaron con su dimisión, a pesar de que sus setenta años no le permitían un trabajo activo de tal naturaleza; sin embargo regresó a España con el sueño de fundar un colegio misionero para proveer sacerdotes para las misiones Americanas. Para éste propósito dejó tras de sí en San Francisco la recomendación de los sacerdotes y del pueblo de la diócesis como un pequeño reconocimiento por sus largos años de servicio y el ejemplo de su vida santa entre aquellos. Estipuló que, en caso de que él no la usara para tal propósito, debía ser empleada por su sucesor en propósitos religiosos y caritativos en San Francisco. Recibió el apoyo generoso de la diócesis, pero encontró el propósito del colegio misionero impracticable. De manera que, a su retiro después de treinta años de labor apostólica en California, dejó como legado a la diócesis el ejemplo de un verdadero apostolado, y murió como un apóstol, teniendo en su haber nada más que los méritos de sus "trabajos que se habían ido antes que él".


Bibliografía: Reuss, Biographical Encycl. of the Cath. Hierarchy of the U. S. (Milwaukee, Wis., 1898); Dominicana (San Francisco, 1900-6).

Fuente: Riordan, Patrick William. "Joseph Sadoc Alemany." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01282a.htm>.

Traducido por Eduardo Acuña.