Jerusalén (antes de 71 d.C.)
De Enciclopedia Católica
Este artículo trata sobre la Ciudad de Dios, el centro político y religioso del Pueblo de Israel, y su destrucción por los Romanos después de haber sido el escenario de la Redención.
Este tema se dividirá como sigue:
Nombres
Según la tradición judía (Josefo, Antiq. Jud., I, 10, 1; Tárgum Onkelos, Génesis 14, 18), Jerusalén se llamó, originalmente, Salem (Paz), y fue la capital del rey Melquisedec (Génesis 14, 18). Esta tradición ha sido confirmada por las tablillas cuneiformes descubiertas en 1888 en Tell Amarna, en Egipto (Véase abajo, en Historia III). Cinco de estas tablillas (cartas, n.d.t.), escritas en Jerusalén alrededor del año 1400 antes de Cristo, nos informan que la ciudad, por aquel entonces, se llamaba U-ru-sa-lim. Aparece en algunas inscripciones asirias bajo el nombre de Ur-sa-li-im-mu.
De acuerdo con los silabarios asirios, uru y ur significan ciudad (Hebreo ir). En varias tablillas de Tell Amarna la palabra salim se usa en el sentido de paz. Ursalim, por lo tanto, quiere decir Ciudad de Paz. El salmista, también, relaciona Salem con Sión: su tienda está en Salem, su morada en Sión [Salmo 75 (76), 3] (BJ, nueva edición Desclée de Brouwer, Bilbao, 1984 n.d.t.). Cuando los israelitas entraron en la Tierra Prometida, Jerusalén, estaba en poder de los Jebuseos, y llevó el nombre de Jebús. Los Hebreos, sin embargo, no ignoraban su antiguo nombre; a menudo la llamaron Jerusalén ( Josué 10, 1; Jueces 19, 10; 2 Samuel 5, 6, etc.). En otros pasajes de la Biblia también se le llama Jerusalén (1 Crónicas 3,5; Jeremías 26, 18; Ester 2, 6. etc.). Los Setenta escriben su nombre Ierousalem. Bajo las influencias helenizantes que invadieron Palestina, Salem se convirtió en Solyma (Antiq. Jud., I, x, 2), y Jerusalén ta Ierosolyma (La Santa Solyma) (1 Macabeos 1, 14.20; 2 Macabeos 1, 10; Bell. Jud., VI, 10; etc.). El Nuevo Testamento emplea a veces la forma de los Setenta y otras veces aquella de los Macabeos, lo que la Vulgata traduce por Jerusalén y Jerosolyma. La Versión Siríaca muestra Uris lem, una forma muy cercana a la Asiria. Cuando el Emperador Adriano reconstruyó la ciudad, año del Señor 136, le dio el nombre de Aelia Capitolina. Desde la conquista mahometana de Palestina, en el siglo séptimo, hasta nuestros tiempos, los Árabes la llaman El Quds, La Santa la ir haq qodes, o Ciudad Santa, de II Esd., xi, 18 (Nehemías, n.d.t.) (cf. Mateo 4, 5, etc.).
Entre todos los demás pueblos el nombre Jerusalén se sigue usando hasta hoy.
Topografía
Posición Geográfica
Jerusalén está situada en 31º 46' 45 de latitud Norte y 35º 13' 25 de longitud Este, Greenwich, unas 32 millas inglesas (51,49 Km.) (ésta anterior y todas las mediciones del sistema métrico decimal que en adelante aparecen, entre paréntesis, son n.d.t.) en línea recta desde el Mediterráneo al oeste, y 13 (20,92 Km.) desde el Mar Muerto al este. Se encuentra en la cima de una cadena de montañas que atraviesa Palestina de norte a sur, estando su punto más alto, en la esquina noroeste de la ciudad, a 2577 pies (785,46 metros) sobre el nivel del Mediterráneo, y 3865 pies (1178,05 metros) sobre el nivel del Mar Muerto. Debido a esta diferencia de nivel la ladera oeste de estas montañas, hacia el Llano de la Sefela, que se extiende hacia el Mediterráneo, es suave, mientras que la del este es empinada. Un cinturón de altas colinas rodea la ciudad, formando una especie de terraplén natural. Al norte está el Monte Scopus (2705 pies) (824,48 metros), cerca de él, al este, el Monte de los Olivos (2665 pies) (812,29 metros), más allá del cual se encuentra también el Monte de la Ofensa (2410 pies) (734,56 metros) (1 Reyes 11, 7; 2 Reyes 23, 13). Al sur está el Monte del Mal Consejo (2549 pies) (776,93 metros), el cual constituye el límite este del Llano de Refaím, y cerca, al sudoeste, se sitúa una colina (2577 pies) (785,47 metros) a la que no se le ha dado nombre alguno. Hacia el noroeste la ciudad está más descubierta; a cierta distancia en esa dirección está dominada por el Nebi Samwil, el antiguo Maspha, el cual tiene una altitud de 2935 pies (894,58 metros). No obstante la dificultad del acceso en su situación natural, Jerusalén es el centro de una red de antiguos caminos que la conectan, al este, con Jericó y el Jordán; al sur, con Hebrón y Gaza; al oeste, con Jaffa y Cesarea; al norte con Samaría y Galilea. Estuvo, sin embargo, situada al otro lado de las grandes rutas militares y comerciales entre Egipto y Asiria.
Lugar; Colinas y Valles
La antigua ciudad ocupaba la misma posición que al presente, exceptuando el extremo sur que ha permanecido fuera de los muros desde el reinado de Adriano (año del Señor, 136). Sin embargo, gracias a las excavaciones sistemáticas realizadas por ingenieros ingleses, americanos y alemanes, gran parte del viejo muro sur ha sido sacado a la luz. Mientras que en muchos lugares montones de ruinas han cambiado la apariencia del terreno, es cierto que las excavaciones y perforaciones verticales hechas en los últimos cincuenta años, han permitido a los investigadores dibujar mapas suficientemente exactos de la primitiva configuración. El suelo en que Jerusalén se asienta, dentro de este anillo de montañas a su alrededor, de ninguna manera es uniforme en sus características: en tres de sus lados este, sur y oeste- se levanta sobre alturas abancaladas limitadas por profundos valles que le dan la apariencia de un promontorio sobresaliendo hacia el sur. La ciudad misma está surcada por algunas quebradas que la cortan en un cierto número de pequeñas colinas. El más largo de estos valles mide escasamente dos millas y media (unos 4000 metros); todos ellos se han formado por erosión, debido a las lluvias torrenciales del período cuaternario. Al norte de la ciudad toman la forma de simples depresiones del suelo y a medida que descienden, sumiéndose enseguida en la roca calcárea de las montañas, se convierten pronto en profundos cañones, cayendo todos juntos en el ángulo sudeste de la ciudad a un nivel 600 pies (183 metros) por debajo del punto de partida. Las dos colinas principales se encuentran al sudoeste y al este respectivamente. La primera de estas colinas se llama Monte Sión porque, según Josefo (Antiq. Jud., XVI, vii, 1), Eusebio y todos los escritores judíos y cristianos que les han seguido, la ciudad de Jebús, o Sión la ciudad de David- estuvo aquí. Esta idea, sin embargo, es negada por ciertos modernos palestinólogos, que localizarían a Sión en el declive norte de la segunda de estas colinas, Monte Moria (2 Crónicas 3, 1), donde estuvo el Tempo de Yahvéh.
(a) El Monte Sión está limitado al oeste por un valle que comienza cerca de la antigua piscina llamada Birket Mamilla (véase abajo, D), alrededor de 1000 pies (304,80 metros) al noroeste de la propia colina. Este valle, siguiendo la dirección sudoeste hasta la Puerta de Jaffa, la antigua puerta de los jardines (Gennath) (Bell. Jud., V, iv, 2) gira allí al sur y forma un embalse de agua llamado Birket es Sultán, con un sólido dique, que fue rehecho en los siglos doce y dieciséis. Esta es la Fuente del Dragón (tannin) a la que vino Nehemías cuando salió de la ciudad por la puerta oeste (D.V., fuente dragón, Nehemías 2, 13). Josefo la llama Piscina de la Serpiente (Bell. Jud., V, iii, 2); la palabra hebrea Tannin expresa tanto dragón como serpiente. Los nativos lo llaman Wadi Rababi; en la Biblia aparece bajo el nombre de Ge Hinnom, o Ge Ben Hinnom, Valle de Ennom (en A. V., Hinnom) o del hijo de Ennom un personaje desconocido- (Josué 15, 8; 18, 16; Nehemías 11, 30; Jeremías 19, 2). Debajo de Birket es Sultán, se vuelve al este, pasa por debajo de Haceldamá (q.v.), y llega al Valle de Cedrón. En el entronque de los dos valles se halla el vergel el jardín del rey (o, en D.V., la guardia del rey) citado en IV Reyes, xxv, 4 (2 Reyes 25, 4, n.d.t.); Jer., xxxix, 4 (Jeremías 29, 4, n.d.t.); II Esd., iii, 15 (Nehemías 3, 15, n.d.t.). También, en la entrada del Valle de Hinnom se sitúa Tofet, el alto donde Acaz y Manasés establecieron el culto de Baal-Moloch (2 Crónicas 28, 3; 33, 6). Josías, el rey justo, profanó este execrable lugar, desparramando huesos humanos sobre él (2 Crónicas 34, 3-5), a pesar de lo cual Joaquín restauró el infamante culto a Moloch. Desde el tiempo de los nefastos fuegos que se mantuvieron ardiendo en ese lugar durante cerca de un siglo y medio fuegos a través de los cuales los Judíos apóstatas hicieron pasar a sus hijos para consagrarlos o inmolarlos a Moloch- Ge Hinnom (en Arameo, Gehennam) recibió el nombre de Geenna tou pyros, Gehenna de Fuego, y llegó a ser símbolo del infierno (en el texto griego, Mateo, v, 22, 29, 30; Marcos, ix, 43, 45). El Valle de Cedrón, desde Hinnom hasta el Mar Muerto, todavía se le conoce como Wadi en Nar, Valle del Fuego.
Al norte, el Monte Sión limita con un valle, hoy día relleno en gran parte, que va en línea recta desde la Puerta de Jaffa al este a los pies del Monte Moria. En la pendiente de este valle hay un gran embalse con el nombre árabe de Birket Hamman el Batrak, Piscina de los Baños del Patriarca, y en los itinerarios de los peregrinos Piscina de Ezequias. Josefo lo llama Amygdalon, nombre que, según Conder, puede razonablemente venir derivado de ham migdalon, de cara a la gran torre, ya que el embalse mira hacia la Torre de Phasael. Este valle, como todos los que pasan por la ciudad, no tiene nombre propio en la Biblia; ni tampoco en Árabe; convencionalmente se le conoce como el Valle Transversal. Un tercer valle empieza fuera de la Puerta de Damasco (Bab el Amoud) y baja hacia el sur, con una ligera curva al este, dividiendo la ciudad en dos; hasta unirse al Valle de Hinnom. Después de pasar el principio del Valle Transversal, forma una garganta de cierta profundidad que separa el Monte Sión del Monte Moria. Los ingenieros ingleses han encontrado su lecho de roca 69 pies (21,03 metros) por debajo de la superficie actual del suelo cerca de la Wailing Place, y a 85 pies (25,90 metros) del ángulo sudoeste del Templo. Incluye, cerca de su final, la Piscina de Siloé, la cual recibe por un canal subterráneo las aguas de la Fuente de la Virgen que sale de la depresión de Cedrón. Un poco más adelante, en el valle, se ha construido una presa con un muro de 233 pies (71,01 metros), la cual, embalsando toda el agua de lluvia del valle, formaba una alberca conocida por Nehemías como la piscina del rey (en D. V., el acueducto del rey, Nehemías 2, 14). En la Escritura este valle figura bajo el nombre de Nahal, barranco, o torrente de invierno (Nehemías 2, 15). Josefo lo designa en un lugar como el valle ancho (Bell. Jud. V, iv, 1), y los árabes lo llaman simplemente El Wad, el valle. En los trabajos de Tierra Santa lleva la etiqueta de el valle central.
Rodeado por todos sus lados por estos hondos barrancos, el Monte Sión presenta una superficie de cuatro lados que mide alrededor de 2600 pies (792,48 metros) de norte a sur y 2000 pies (609,60 metros) de este a oeste. Es la más espaciosa de las colinas de Jerusalén, la más alta y la única completamente aislada. Su punto más alto alcanza una altitud de 2558 pies (779,67 metros) y se eleva 531 pies (161,85 metros) sobre su base en el ángulo sudeste. Su superficie es considerablemente variada, estando realmente dividida por una pequeña depresión que se bifurca hacia la mitad del Valle Transversal y desciende de forma oblicua hasta la Piscina de Siloé. Por consiguiente, el Monte Sión consiste en dos altiplanicies conectadas entre sí, una (la más baja) se alarga en dirección oeste, la otra (la más corta) en dirección noroeste. La primera es claramente uniforme y mide 2300 pies (701,04 metros) de largo de norte a sur, y 920 pies (280,41 metros) de ancho. Después de bajar unos 100 pies (30,48 metros) hacia el noroeste, el suelo se levanta unos 20 pies (6,09 metros) formando un promontorio redondeado frente al Templo, acabando en un precipicio de 195 pies (59, 43 metros) encima del lecho del anterior El Wad.
(b) El Monte Moria, la Colina del Este, es un promontorio estrecho que conecta con el Monte Bezetha, cuyo punto más alto es la Colina de Jeremías, con una altitud de 2556 pies (779.06 metros). Esta lengua de tierra acaba al sur cerca de la Piscina de Siloé; El Wad lo cierra por su lado oeste, y el Valle de Cedrón por el este. En su cima (2443 pies) (744,62 metros) estuvo la propiedad de Ornan (Arauná), el Jebuseo, donde Salomón construyó el Templo y sus palacios. Esta es la cumbre llamada Moria; sur del barrio real, la colina (2300 a 2050 pies) (701,04 a 624,84 metros) tiene el nombre de Ofel (2 Crónicas 27, 3). Cedrón, que desde el siglo tercero después de Cristo ha sido nombrado también el Valle de Josafat, empieza cerca de las así llamadas Tumbas de los Jueces, y desciende, bajo el nombre de Wadi ed Djoz (Valle de los Nogales), al sudoeste, al pie de Scopus, y entonces al sur, convirtiéndose en una garganta que separa el Monte Moria del Monte de los Olivos y del Monte de la Ofensa. 1300 pies (396,24 metros) más allá del ángulo nordeste de la ciudad, está cruzado por un puente que reemplazó a otro del período Judío. Este antiguo puente Judío daba acceso, a su derecha, a una escalera tallada en la roca que se encamina al lado norte del Templo, y, a su izquierda, a otra escalera similar que se dirige al Monte de los Olivos. A la izquierda del puente está el Huerto de Getsemaní (véase), con la Tumba de la Bendita Virgen, de donde los Árabes llaman a esta parte del Cedrón Wadi sitti Mariam, o Valle de la Señora María (la traducción es literal para respetar el origen no cristiano del nombre dado por los árabes, si bien se expresaría mejor como Valle de Nuestra Señora María-, n.d.t.). Enseguida vienen dos magníficos monumentos de estilo Greco-Romano-Judío (segundo al primer siglo antes de Cristo) excavados en la roca. El primero se ha llamado, desde el siglo cuarto después de Cristo, la Tumba de Absalom; el segundo, la Tumba del Profeta Zacarías. Entre ambos se halla una grandiosa tumba Judía del mismo período, perteneciente a la familia de Beni Hezir. Un poco más adelante, sobre el sitio del Monte de la Ofensa, se puede ver una tumba labrada en la roca, de arquitectura Egipcia. En la misma pendiente se cuelga el pueblo de Silwan, con sus casas construidas frente a largas filas de sepulcros, la mayoría de los cuales están tallados en un vasto espacio de roca calcárea, popularmente conocido como Ez Zehwele. Enfrente, al pie de Ofel, un tramo de treinta y dos escalones desciende a una caverna, en la que hay una fuente de agua ligeramente salada. Esta fuente presenta el fenómeno de un sifón natural (subterráneo) que produce un flujo intermitente; el agua sale a intervalos de tres a seis veces al día- con un extraño murmullo, de una hendidura de la roca. El agua de esta fuente va a la Piscina de Siloé por un túnel curvo. Los Árabes llaman a la fuente Ain Sitti Mariam, en honor de la Virgen Bendita, y también Ain Oumm Daradj, Fuente de la Madre de las Escaleras; su nombre Bíblico es, de acuerdo con unos, En Rogel; según otros, Gihon de Arriba (ver abajo, D). Cedrón aquí comienza a ensancharse y se cubre con fértiles huertos, los huertos del rey, mencionados en la Biblia. Recibe el Hinnom, junto con El Wad y el pequeño valle que baja, de forma oblicua, desde el Monte Sión. Su descenso a lo largo de alrededor de dos millas y media (4,022 Km.) es de 550 pies (167,64 metros) aunque en su segunda mitad se encuentra lleno, entre quince y cincuenta pies (4,57 a 15,24 metros), de residuos.
Al norte del Monte Moria un valle más comienza cerca de la Puerta de Herodes (Bab Zahira), pasa, al sur sudeste, bajo el ángulo nordeste de la explanada del Templo, y termina en el puente de Cedrón. Las numerosas albercas de esta depresión, cerca de la iglesia de Santa Ana, el lugar de nacimiento de la Virgen Bendita según la tradición, han sido excavadas (no naturales, n.d.t.). Aquí debió estar situada la Piscina Probática, o Piscina de Bethsaida (A. V. Bethesda), con sus cinco pórticos (Juan 5, 2). También se ha localizado al norte la Birket Israil, una represa de 359 pies (109,42 metros) de largo por 126 pies (38,40 metros) de ancho, frente al muro exterior del Templo.
(c) El Monte Gareb (en D. V., la colina Gareb Jeremías 31, 39) (la cuesta de Gareb, según BJ, n.d.t.) se alarga entre el Valle Transversal, al sur, y el curso superior de El Wad, al este. Es un tanto abrupto hacia el noroeste pero no tiene prominencias particularmente altas exceptuando la roca del Calvario (2518 pies) (767,48 metros). En el Año del Señor 70, Gareb estaba todavía cubierto, fuera de los muros, por huertos regados por fuentes (Bell.Jud., V, ii, 2)
Todavía se discute si Sión, la Ciudad de David, ocupaba el tradicional Monte Sión u Ofel; pero por todos se admite que antes del reino de Ezequias (727 antes de Cristo) la ciudad de Jerusalén se extendía sobre ambas colinas, dentro de los límites de los primeros muros.
Historia
La historia de Jerusalén, hasta un cierto punto, no se puede distinguir de la de Israel. Será suficiente para ello prestar atención a los acontecimientos más memorables de la ciudad.
Desde su origen hasta la Conquista por David
Como hemos visto más arriba, Jerusalén es la antigua Salem, capital de Melquisedec, rey y sacerdote del Altísimo. Teniendo conocimiento de la vuelta de Abraham (entonces llamado Abram), quien había vencido a Kedorlaomer y sus aliados, Melquisedec se presentó ante el patriarca (Hebreos 7, 1) en el valle de Savé, que es el valle del rey (Génesis 14, 17). El valle del rey es el Valle del Cedrón, que nace al norte de la ciudad (2 Samuel 18, 18; Antiq. Jud., I, 10:2. Cf. 2 Reyes 25, 4; Jeremías 39, 4). Como toda la tierra de Canaán, Jerusalén estuvo sometida a Caldea durante muchos siglos; después del tiempo de Abraham pasó al dominio de Egipto. Alrededor del año 1400 (ésta y las sucesivas fechas son antes de Cristo, n.d.t.) mientras Israel soñaba con la liberación del yugo egipcio, cierto pueblo Cosseano, llamado Khabiri, invadió Palestina, probablemente por instigación de los Caldeos o los Hititas, y tomó posesión de las plazas fuertes. Abd Hiba, rey de U-ru-sa-lim, viendo su ciudad amenazada, despachó seis cartas sucesivas a su señor feudal, Amenofis III, implorando ayuda. Pero fue en vano; Egipto mismo estaba en su propia crisis. Probablemente fue en este período cuando Jerusalén cayó bajo el poder de los Jebuseos, que la llamaron Jebús.
Cuando los Hebreos entraron en la Tierra Prometida, el Rey de Jebús era Adonisedec (Señor de Justicia) un nombre que, tanto en la forma como en el sentido, recuerda a Melquisedec (Rey de Justicia). Aunque Adonisedec pereció con la coalición de los cinco reyes de Canaán contra Israel (Josué 10, 26; 12, 10), Jerusalén mantuvo largamente su independencia gracias a su fuerte posición. En la distribución de la tierra entre los hijos de Israel, le fue asignada a los descendientes de Benjamín. La frontera entre esta tribu y la de Judá corre desde En Semés, en el camino de Jericó, hasta En Rogel, en el valle del Cedrón, entonces, siguiendo el valle del hijo de Ennom (Josué 15, 7-8) o de los hijos de Ennom (Josué 18, 15, 16) de los Jueces, Judá y Benjamín intentaron tomar posesión de ella, pero en vano, aunque pasaron a sus habitantes por la espada e incendiaron la ciudad (Jueces 1, 8); la ciudad de la que aquí se habla, como señala Josefo (Antiq. Jud., v, ii, 2) es, solamente, la ciudad baja o suburbios. Jerusalén permaneció (Jueces 19, 12) independiente de Israel hasta el reinado de David.
Desde David hasta la cautividad de Babilonia
Habiendo llegado a ser rey de las Doce Tribus de Israel, David contempló el hacer de Jerusalén el centro religioso y político del pueblo de Dios. Reunió todas las fuerzas de la nación en Hebrón, y avanzó contra Jebús. Después de largos y penosos esfuerzos, David conquistó la fortaleza de Sión y se instaló en la fortaleza y la llamó ciudad de David. Y construyó una muralla en derredor desde Mil-ló hacia el interior (2 Samuel 5, 7.9). Esto ocurrió hacia el año 1058 antes de Cristo (No obstante, la BJ sitúa la conquista sobre el año 1000, y que el reinado de David duró de 1010 al 970 antes de Cristo, n.d.t.). El rey ordenó traer del Líbano madera de cedro y obreros de Tiro, para construirse un palacio. Poco después el Arca de la Alianza fue traída solemnemente a la ciudad de David y colocada en un tabernáculo. Un día el rey vio al ángel exterminador planeando sobre el Monte Moria, dispuesto a atacar la Ciudad Santa. El Señor detuvo su brazo, y David, en acción de gracias, compró la era de la cima de la colina, propiedad de Arauná (A.V. Araunah), u Ornan, el Jebuseo, y construyó allí un altar sobre el que ofreció holocaustos (2 Samuel 24; 1 Crónicas 21). A partir de entonces el Monte Moria fue destinado a recibir el templo del Altísimo. David preparó los materiales y dejó a su hijo la ejecución del proyecto.
En el cuarto año de su reinado, Salomón comenzó la construcción del Templo bajo la dirección de artesanos enviados por Juram, Rey de Tiro. Juram también aportó madera de cedro y de ciprés; 70,000 hombres se emplearon para transportar madera desde Joppe (Jaffa) a Jerusalén y 80,000 más en sacar piedra de canteras de las cercanías y tallarla. El grandioso monumento estuvo terminado, en sus aspectos esenciales, en siete años y medio, y el Arca de la Alianza, con gran pompa, fue traída desde la Ciudad de David al nuevo santuario (2 Samuel 6). Las edificaciones se levantaron sobre una gran plataforma construida con inmensos muros de contención. Al oeste se levantó el Santo de los Santos, rodeado por una serie de cámaras en varios niveles, enfrente del cual, al este, estuvo una monumental fachada formada por dos altas torres adosadas. Enfrente de esta entrada levantaron dos grandes columnas de bronce, como obeliscos. Hacia el este estaba el gran patio de los sacerdotes, cuadrado, rodeado de porches, con el altar de los holocaustos, el mar de bronce, y otros utensilios para los sacrificios. Este patio estaba rodeado de otros que también estaban embellecidos con galerías y soberbios edificios (ver TEMPLO DE JERUSALÉN). Salomón, después, dedicó treinta años a erigir, al sur del Templo, la casa del Bosque del Líbano, su palacio real, con el de su reina, hija del Faraón, así como los edificios destinados a su numerosa familia, a su guardia, y a sus esclavos. Entonces unió el Templo y el nuevo barrio real con la Ciudad de David con un muro envolvente, fortificó el Mil-ló (en D. V., Mello, 1 Reyes 9, 15), y cerró la brecha de la Ciudad de David (1 Reyes 11, 27). El pueblo comenzó a protestar por los impuestos y los trabajos forzados.
Estalló la insurrección cuando el orgulloso Roboam, hijo de Salomón, comenzó su reinado (981-65). Diez tribus se le sublevaron y se unieron para formar el Reinado del Norte, o de Israel, y Jerusalén dejó de ser algo más que la capital de las tribus de Benjamín y Judá. Por invitación de Jeroboam, elegido soberano del nuevo reino en Judá (976), Sosac (Seshonq) tomó
Jerusalén y saqueó los inmensos tesoros del Templo y del palacio real (1 Reyes 14, 25, 26). Asa (961-21) y Josafat (920-894) enriquecieron el Templo después de sus numerosas victorias sobre los pueblos vecinos. Bajo Joram (893-888) los Filisteos, aliados con los Árabes del Sur, a su vez, saquearon el Templo y se llevaron todos los hijos del rey excepto el más joven, Ocozías, o Joacaz, el hijo de Atalía (2 Crónicas 21, 16, 17). Al asesinato de éste, Atalía eliminó a sus nietos, y se apropió del poder. Sólo Joás, un niño de un año, fue salvado de la masacre por el Sumo Sacerdote Yehoyadá y criado en secreto en el Templo. A la edad de seis años fue proclamado rey por el pueblo, y Atalía fue apedreada hasta morir. Joás (886-41) restauró el Templo y abolió el culto de Baal; pero más tarde se pervirtió e hizo que el Profeta Zacarías, hijo de Yehoyadá su salvador, fuese muerto. Él mismo pereció a manos de sus sirvientes (2 Reyes 12; 2 Crónicas 22) (En realidad la historia sigue en el capítulo 24 del libro segundo de las Crónicas. n.d.t.). Bajo Amasías los Israelitas del Norte derrotaron a los del Sur, atacaron Jerusalén, y abrieron brecha de cuatrocientos codos en la muralla de Jerusalén desde la puerta de Efraín hasta la puerta del Ángulo. Los tesoros del Templo y del palacio real fueron llevados a Samaría (2 Reyes 14, 13, 14). Ozías, o Azarías (811-760), reparó la brecha y fortificó la muralla con sólidas torres (2 Crónicas 26, 9). Su hijo Jotán (759-44), un sabio y justo rey, reforzó la ciudad construyendo “la puerta superior de la casa de Yahvéh, e hizo muchas obras en los muros de Ofel.” “sur del barrio real (2 Crónicas 27, 3; 2 Reyes 15, 35).
Mientras los Reyes de Siria e Israel marchaban contra Jerusalén, Dios envió al Profeta Isaías al Rey Ajaz (743-27), que se encontraba “al final del caño de la alberca superior”. Allí el Profeta le predijo el rechazo del enemigo y al mismo tiempo le anunció que el Mesías Emmanuel, nacería de una virgen (Isaías 7, 3-14), Ajaz gastó los bienes del Templo en pagar tributo a Teglatfalasar, Rey de Asiria, cuya protección había buscado contra los Reyes de Israel y Siria; fue lo suficientemente impío como para sustituir el culto de Yahvéh poniendo en su lugar el culto de Baal-Moloc.
Ezequias (727-696) aceleró la abolición del culto de los ídolos. Alarmado por la caída del Reino de Israel (721), levantó un segundo muro para proteger los suburbios que habían sido construidos al norte del Monte Sión y del Templo. Hizo alianza con Egipto y con Merodac Baladán, Rey de Babilonia, y rehusó pagar tributo a Asiria. Por esto, Senaquerib, Rey de Nínive, que estaba en guerra con Egipto, invadió Palestina desde el sur, y envío a su jefe de oficiales (Copero mayor, BJ, n.d.t.) desde Lakís a Jerusalén, con un numeroso ejército, para emplazar al rey a la rendición sin condiciones. Pero, por consejo de Isaías, el rey rehusó la rendición. A fin de cortar el agua al enemigo, cegó la salida superior del Guijón y trajo el agua al oeste de la ciudad de David (2 Crónicas 32, 3, 4 y 30). Una tablilla Asiria (Prisma de Taylor, col. 3) informa que Senaqueríb, después de derrotar a los Egipcios en Altaka y habiendo tomado cuarenta y seis poblaciones de Judea, encerró a Ezequías en Jerusalén “como un pájaro en una jaula” (Inscripciones Cuneiformes de Asia Oeste, I, PI. 39). Esto coincide con la narración de la Biblia; en el momento en que Senaquerib iba a asaltar Jerusalén, fue informado que Tharaca, Rey de Etiopía, avanzaba contra él, y de seguida, dejando la Ciudad Santa, se puso en marcha para Egipto; pero su ejército fue milagrosamente destruido por la peste (2 Reyes 18, 13; 19, 35-37; 2 Crónicas 32, 9-22; Isaías 36 y 37). Senaquerib organizó otro ejército en Nínive y derrotó a Merodac Baladán de Babilonia, protector de Ezequias. Por consiguiente resultó que, según las inscripciones Asirias, Manasés, hijo de Ezequias, se encontró a sí mismo como tributario de Assaradon y de Asurbanipal, Reyes de Nínive (Prisma de Assaradon, obra citada, III, p. 16; G. Smith, “Historia de Asurbanipal”, p. 30). Manasés, poco después, intentó sacudirse el yugo Ninivita. El año 666 los generales de Asurbanipal vinieron a Jerusalén, encadenaron al rey y lo llevaron a Babilonia, como vasallaje a Nínive (II Par., xxxiii, 9-11) (2 Crónicas 33, 9-11. n.d.t.). Sin embargo Manasés obtuvo pronto su libertad y volvió a Jerusalén, donde reparó los males que había causado. También restauró los muros de la ciudad que habían sido construidos por su padre (2 Crónicas 33, 12-16).
Amón, uno de los peores reyes de Judá, fue asesinado después de dos años de reinado. Josías, su hijo (641-08), aconsejado por el Profeta Jeremías, destruyó los altares idolátricos y restauró el Templo (621). En esas circunstancias el Sumo Sacerdote Jilquías encontró en un salón del santuario una vieja copia de la Ley de Yahvéh dada por medio de Moisés (2 Reyes 22, 8-14; 2 Crónicas 34, 14-21). El año 608 el Faraón, Nekó II, marchó contra Asiria. Movido por un escrúpulo de conciencia, el buen rey intentó cerrar el paso al adversario de su protector, y fue muerto en la batalla de Meguiddó (2 Reyes 23, 29-30). Joacaz, o Sellum, su sucesor, después de reinar tres meses, fue depuesto por Nekó, y llevado cautivo a Egipto, mientras que Elyaquim, a quien el conquistador dio el nombre de Yoyaquím (D. V. Joakim) fue puesto en su lugar (607-600). El año 601 Nabucodonosor (Nebuchadnezzar) entró en Judea para consolidar el poder de su padre. Se llevó cautivos a Babilonia cierto número de notables de Jerusalén, junto al joven Profeta Daniel. Yoyaquín se sublevó contra el yugo de Babilonia, pero su hijo Joaquín (Jehoiachin), se rindió a Nabucodonosor. La ciudad fue saqueada y 10,000 de sus habitantes, incluido el rey, fueron deportados a Babilonia (2 Reyes 24, 1-16; cf. 2 Crónicas 36, 1-10). Sedecías, tercer hijo de Josías, sucedió a su sobrino (596-587). Impulsado por los partidarios de Egipto, él, también, se rebeló contra su protector. Nabucodonosor volvió a Siria y envió a su general, Nabuzardán, contra Jerusalén con un formidable ejército. La ciudad se rindió después de un asedio de más de dieciocho meses. El Templo, los palacios reales y otros edificios importantes fueron incendiados, y la ciudad desmantelada. Los vasos sagrados, y cualquier otra cosa de valor, fueron llevados a Babilonia; sólo el Arca de la Alianza pudo ser ocultada por los Judíos. Sedecías, quien, en el último momento, se dio a la fuga con su ejército por la puerta del sur, fue alcanzado en la llanura del Jordán, y le fueron arrancados los ojos. El sumo sacerdote, los jefes militares, y los notables del país fueron masacrados, y el resto de los habitantes transportados, con su rey ciego, a Babilonia. Solamente agricultores y pobres quedaron en el país, con un gobernador Judío llamado Godolías (Gedaliah), quien puso su residencia en Mispá (2 Reyes 24, 18-20; 24 y 25; 2 Crónicas 36, 11-21).
Desde la vuelta de la Cautividad a la Dominación Romana
El año 536 antes de Cristo, Ciro, Rey de Persia, autorizó a los Judíos a volver a Palestina y reconstruir el Tempo del Señor (Esdras 1, 1-4). La primera expedición, con 42,000 Judíos, fue despachada bajo el liderazgo de Zorobabel, un príncipe de Judá. Se apresuraron a restaurar el altar de los holocaustos, y en el segundo año pusieron los cimientos para otro templo, el cual, sin embargo, debido a las dificultades puestas por los Samaritanos y otros pueblos vecinos, no se completó hasta el sexto año del reinado de Darío (514). Los ancianos no pudieron contener sus lágrimas al ver el carácter modesto de la nueva edificación. El año 458, bajo Artajerjes I, Esdras vino a Jerusalén con 1500 Judíos como gobernador de Judea y terminó la restauración política y religiosa de Israel. Treinta años más tarde, Nehemías, con el permiso de Artajerjes, completó definitivamente la restauración de la Ciudad Santa.
Por la victoria de Issus y la toma de Tiro, Alejandro el Grande, Rey de Macedonia, se convirtió en el dueño de Asia Occidental. El año 332 marchó contra Jerusalén, que había permanecido fiel a Darío III. El Sumo Sacerdote Jaddus, creyendo que la resistencia no serviría para nada, salió al encuentro del gran conquistador, y lo indujo a dejar a salvo a los Judíos (Antiq. Jud., XI, viii, 3-6). Después de Alejandro, Jerusalén sufrió mucho por el largo forcejeo entre los Seleúcidas de Siria y los Tolomeos de Egipto. Palestina cayó ante Nicanor Seleúcida, pero en el 305 Soter Tolomeo consiguió entrar en Jerusalén gracias a una estratagema en el día del Sábado, y se llevó un cierto número de Judíos a Egipto (Antiq. Jud., XII, i, 1). Un siglo más tarde (203) Antíoco el Grande, otra vez, arrancó la Ciudad Santa de las garras de Egipto. Cuando, el 199, cayó una vez más en el poder de Scopas, un general de Tolomeo Epifanes, los Judíos ayudaron a las tropas de Antíoco, que acababa de derrotar al ejército de Scopas, para sacar definitivamente la guarnición Egipcia fuera de la ciudadela de Jerusalén (Antiq. Jud., XII, iii, 3). Los Seleúcidas concibieron la infeliz idea de introducir modos y conceptos helénicos, es decir, paganos- en el pueblo Judío, especialmente en los sacerdotes y la aristocracia civil. El sumo sacerdocio llegó a ser un cargo corrupto; Jasón fue suplantado por Menelao, y Menelao por Lisímaco. Estos indignos sacerdotes, al final, tomaron las armas unos contra otros, y la sangre corrió libremente en varias ocasiones por las calles de Jerusalén (2 Macabeos 4). Bajo la excusa de sofocar esta agitación, Antíoco Epifanes en el año 170 entró en la Ciudad Santa, asaltó las fortificaciones del Templo, lo despojó de sus más sagrados objetos, masacró 40,000 personas, y se llevó muchas más al cautiverio (1 Macabeos 1, 17-25; 2 Macabeos 5, 11-23). Dos años después envió a su general Apolonio a suprimir por la fuerza la religión Judía y reemplazarla en Jerusalén por el paganismo Griego. La ciudad fue desmantelada, y la Akra (Ciudadela en griego, n.d.t.), la ciudadela que dominaba el Templo y servía de cuartel a los Sirios y de refugio a los Judíos renegados, fue reforzada. La estatua de Júpiter Olímpico fue erigida en el Tempo del Altísimo, mientras por todas partes se desató una cruel y sangrienta persecución contra los Judíos que seguían siendo fieles a sus tradiciones (1 Macabeos 1, 30-64; 2 Macabeos 5, 25, 26; 6, 1-11).
El sacerdote Matatías de Hasmón y sus cinco hijos, conocidos como los Macabeos, organizaron una resistencia heroica. Judas, que sucedió a su padre a la muerte de éste, obtuvo cuatro victorias sobre la armada Siria, ocupó Jerusalén (164), purificó el Templo, consolidó las fortificaciones, y erigió un nuevo altar para los holocaustos. También reparó los muros de la ciudad, pero no pudo apoderarse de la ciudadela (Akra), en poder de una guarnición militar Siria. Después de varios rechazos y victorias hizo una alianza con el Imperio Romano (1 Macabeos 8). Jonatán le sucedió y mantuvo el conflicto con no menos heroísmo y éxito. Construyó un muro entre la ciudad superior y el Akra, como barrera contra los Sirios. Simón tomó el lugar de su hermano cuando Jonatán cayó a causa de una traición (142). Tres años más tarde, sacó la guarnición Siria fuera de Akra, arrasó la fortaleza, e incluso niveló la colina en la que había estado, una tarea gigantesca que ocupó a toda la población durante tres años (Antiq. Jud., XVIII, vi, 6; Bell. Jud., V, iv, 1). Demetrio II y después de él Antíoco Sidete, por fin, reconocieron la independencia del pueblo Judío. Simón, con dos de sus hijos, fue asesinado por su yerno, y su tercer hijo, Juan Hircano I (135-06), le sucedió en el trono. Antíoco Sidete, con un gran ejército, llegó a sitiar Jerusalén, pero consintió en retirarse por un rescate de 500 talentos, e Hircano cogió la suma de los tesoros del sepulcro real (Antiq. Jud., XIII, viii, 24; Bell. Jud., I, ii, 5). A Hircano I le sucedió su hijo Aristóbulo I, quien compaginó el título de pontífice con el de rey, reinando, sin embargo, sólo un año. Su hermano y sucesor Alejandro Janneo (105-78) agrandó considerablemente los límites del reino por sus muchas y brillantes victorias. Después de su muerte, Alejandra su viuda, tomó las riendas del gobierno en sus manos por nueve años, después de lo cual ella confió el sumo sacerdocio y la corona a su hijo Hircano II (69), pero su hermano Aristóbulo se levantó en armas para disputarle la posesión del trono. En virtud de la alianza con Roma que Simón había concertado, Pompeyo, el general Romano, vino desde Damasco a Jerusalén, en el año 65 antes de Cristo, para poner fin a la guerra civil. Los partidarios de Hircano abrieron las puertas de la ciudad a los Romanos, pero los de Aristóbulo se encerraron dentro de las fortificaciones del Templo, y no pudieron ser desalojados hasta después de un asedio de tres meses. Su resistencia fue vencida, por fin, en Día de Sábado; tantos como 12,000 Judíos fueron masacrados, y Aristóbulo fue llevado al exilio. Pompeyo repuso a Hircano en el sumo sacerdocio, con el título de etnarca, y declaró a Jerusalén tributaria de Roma (Antiq. Jud., XIV, iv, 1-4; Bell. Jud., I, vii, 1).
Bajo la Dominación Romana; hasta el 70 año del Señor
César permitió a Hircano reconstruir los muros demolidos por Pompeyo; pero en el año 48 antes de Cristo nombró a Antípatro, el Idumeo, gobernador de Palestina, y este último, cuatro años después, consiguió el nombramiento de su hijo mayor, Fasael, como prefecto de Jerusalén, y a su hijo menor, Herodes, como gobernador de Galilea. Cuando Antípatro murió (43), Antígono, el hijo de Aristóbulo II, se hizo con el trono, envió a Hircano II al exilio en medio de sus aliados, los Partos y encarceló a Fasael, quien, desesperado, se suicidó (Antiq. Jud., XIV, xiii, 5-10; Bell. Jud., I, xiii, 1-10). Herodes huyó a Roma, donde el Senado lo proclamó Rey de los Judíos (40). Pero esto fue tres años antes de que arrebatara Jerusalén a Antígono, y sólo después de provocar conflictos y derramamientos de sangre en la ciudad.
Antígono, el último de la dinastía de los Asmoneos, fue condenado a muerte (Antiq. Jud., XIV, xiv, 4; xvi, 1; Bell. Jud., I, xiv, 4; XVIII). El año 24 antes de Cristo, Herodes el Grande se construyó un espléndido castillo en el lugar de la Torre de Baris, o de Birah (Nehemías 2, 8), la llamó Antonia, en honor de Marco Antonio, y puso allí su residencia (Bell. Jud., V, v, 8; Antiq. Jud., XV, xi, 5). También construyó un teatro y un anfiteatro para las luchas de gladiadores.
El 19 antes de Cristo, el rey, cuyo origen así como su crueldad lo habían hecho odioso a los Judíos, creyó ganarse su voluntad reconstruyendo el Templo de Zorobabel, poco a poco, hasta que pareciera tan espléndido como el de Salomón. También agrandó el santuario extendiendo las galerías hasta la fortaleza Antonia, al norte, y uniéndolo, al sur, con el lugar del palacio de Salomón, como para erigir allí una soberbia stoa, o basílica. La inauguración del nuevo Templo tuvo lugar en el año 10 antes de Cristo (Antiq. Jud., XV, xi, 3-6) pero miles de obreros siguieron trabajando en él hasta el año del Señor 64 (Antiq. Jud., XX, ix, 7). Hizo construir un segundo castillo-fortaleza en el ángulo noroeste del Monte Sión, y lo flanqueó con tres soberbias torres -Hípico, Fasael y Mariamme. Abrió la tumba de los reyes de Judá, en busca de tesoros, después de lo cual, para aplacar la indignación popular causada por su sacrilegio, erigió un monumento de mármol blanco a la entrada de la tumba (Antiq. Jud., VII, xv, 3; XVI, vii, 1). Herodes se aproximaba al fin de su reinado de casi cuarenta y un años cuando Jesús, el Divino Salvador, nació en Belén. Unos pocos meses después de la visita de los tres Sabios de Oriente, y la masacre de los Inocentes, murió de horrible enfermedad, odiado por todo su pueblo (4 antes de Cristo) (Existe una contradicción, ya que Herodes no pudo exterminar a los Inocentes a causa del nacimiento de Cristo y morir después de ello, pero cuatro años antes del nacimiento de Cristo; esto se debe a un error de cálculo cometido al establecer el inicio de nuestro actual calendario gregoriano, del siglo XVI; en el siglo VI Dionisio el Exiguo estableció el nacimiento de Cristo en el año 753 de la fundación de Roma; n.d.t.).
Arquelao, su hijo, cogió el título de rey, pero en el curso de ese mismo año Roma lo dejó con el sólo título de Etnarca de Judea, Samaría, e Idumea. Diez años más tarde fue depuesto, y Judea quedó reducida al estatuto de provincia Romana. Coponio, Marco Ambivio, Annio Rufo, Valerio Grato (14, año del Señor) y Poncio Pilato, sucesivamente, fueron nombrados procuradores del país. Pilato dio ocasión a varias sediciones que ahogó con una extrema brutalidad. Bajo la administración de Poncio Pilato, Jesús Cristo fue arrestado y condenado a muerte. La Pasión, Resurrección y Ascensión del Divino Salvador han hecho de Jerusalén -la que ya era gloriosa- la ciudad más celebrada del mundo entero. El entusiasmo con el que, después del Día de Pentecostés, millares de Judíos se declararon discípulos de Jesucristo provocó una violenta persecución de los Cristianos, en la que el diácono Esteban fue el primer mártir (Hch 6, 8-15). Poncio Pilato había cogido un día los fondos del Corban para pagar la construcción de un acueducto, y se produjo un levantamiento de los Judíos. Convocado a Roma para dar cuenta de su conducta, fue desterrado por Calígula (Antiq. Jud., XVIII, iii, 2). Dos años después, el emperador hizo a Herodes Agripa I, nieto de Herodes, tetrarca de los países de más allá del Jordán; en el 41 Claudio lo nombró rey de Judea. Agripa se comprometió a construir un tercer muro, al norte de la ciudad (Antiq. Jud., XIX, vii, 2; Bell. Jud., V, iv, 2). Para agradar a los Judíos, hizo decapitar a Santiago el Mayor, e intentó lo mismo con San Pedro, pero vino un ángel y liberó de sus cadenas al Príncipe de los Apóstoles (Hch 12, 1-19). Poco después, principio del 44, el rey murió miserablemente en Cesárea (Hch 12, 23; Antiq. Jud., XIX, 8, 2).
En aquella época vino a Jerusalén Sadan, quien era llamada entre los Griegos Helena, Reina de Adiabene, un país situado en el río Adiabas, que es afluente por el este del Tigris. Convertida al Judaísmo, junto a su numerosa familia, ella reconfortó a los pobres con su munificencia durante una terrible hambruna (cf. Hch 11, 28). Ella fue la que hizo que se excavara, para ella y su familia, al norte de la ciudad, el imponente sepulcro conocido como la Tumba de los Reyes (Antiq. Jud., XX, ii, 6; iv, 3). En este tiempo murió la Bendita Virgen, y fue enterrada en Getsemaní. San Pedro volvió de Antioquia para presidir el Primer Concilio Ecuménico (Hch 15, 1-3) (Ver JUDAIZANTES, apartado Concilio de Jerusalén). El Rey de Judea fue sustituido por un procurador, y Agripa II, hijo del Agripa precedente, fue nombrado Príncipe de Calcis y Perea, y encargado de cuidar del Templo de Jerusalén (Antiq. Jud., XX, ix, 7). Terminó el tercer muro, comenzado por su padre y finalizó las obras del santuario el año del Señor 64. Cuspio Fado, Tiberio Alejandro, y Cumano fueron sucesivamente los procuradores desde el 44 al 52. Vinieron después Félix, Festo, y Albino, desde el 52 al 66. Con los últimos cuatro, los desórdenes y las masacres se sucedieron ininterrumpidamente. Gesio Floro (66) superó la maldad de sus predecesores, y llevó al pueblo a sublevarse contra la dominación Romana; Agripa y su partido recomendaron paciencia y apelaron a Roma contra el procurador; pero después de varios días de guerra civil, el partido insurgente triunfó sobre el pacifista, masacró la guarnición Romana e incendió los palacios. Cestio Galo, Presidente de Siria, llegó el treinta de Octubre del año 66, con la Duodécima Legión, sólo encontró rechazo, y hubo de retirarse (Antiq. Jud., XX, xxi; Bell. Jud., II, xvii, 6; xix, 1-9). Los Cristianos, recordando la profecía de Cristo (Lucas 19, 43-44) se retiraron más allá del Jordán dentro de territorio de Agripa, guiados por su obispo, San Simeón (San Epifanio, “De mensuris”, XIV, XV). Nerón encomendó a su general Vespasiano, suprimir la insurrección, y Vespasiano, acompañado de su hijo Tito, invadió Galilea, el año del Señor 67, con un ejército de 60,000 hombres. La mayoría de las plazas fuertes ya habían sido ocupadas, cuando la muerte del emperador hizo suspender las hostilidades. Después de los efímeros reinados de tres emperadores, en total dieciocho meses, Vespasiano fue elevado al trono en Noviembre del 69.
Tito recibió de su padre el mando del ejército del Este, y al año siguiente, en el tiempo en que la Ciudad Santa estaba abarrotada con todos los que habían venido para la Fiesta de Pascua, comenzó su asedio. El décimo-cuarto día de Kanthic (Bell. Jud., V, xiii, 7), o del mes Hebreo de Abib el día de la Pascua, correspondiente al 31 de Marzo- Tito tomó posiciones en el Monte Scopus con las Legiones, Quinta, Séptima y Décimo-quinta, a la vez que la Décima ocupaba el Monte de los Olivos. En el otro lado, Juan de Giscala mantenía en su poder el Templo, la Antonia, y la ciudad nueva de Bezetha, con 11,000 hombres, y Simón, el hijo de Giora, resistía en la parte superior e inferior de la ciudad, en la colina del sudoeste, con 10,000 hombres.
Al atacar el tercer muro, el 9 de Abril, las legiones se hicieron con esa línea de defensa después de quince días de lucha. Una vez dueño de la ciudad nueva, Tito subió su posición hacia el oeste, en el lugar conocido como “el Campo de los Asirios” (Bell. Jud., V, vii, 2). Siguió inmediatamente un ataque al segundo muro. Cinco días más tarde, los Romanos entraron por una brecha pero fueron repelidos y se hicieron dueño de él solamente después de cinco días de feroz e incesante lucha. Tito pudo entonces aproximarse a la Antonia, la cual era la única vía de acceso al Templo y a la ciudadela de Herodes, y protegía el primer muro al norte del Monte Sión.
Tras tres días de descanso, las plataformas de elevación y las torres móviles estuvieron listas contra la torre Hippicus y la Antonia. Pero el 17 de Mayo todos los trabajos realizados contra la Antonia fueron inutilizados y destrozados por los soldados de Juan de Giscala, y dos días después las torres móviles que amenazaban el Hippicus fueron incendiadas por los hombres de Simón, mientras una lucha heroica se mantenía en ambos lugares. El general Romano empleó entonces todo su ejército durante tres días en cercar la ciudad con un terraplén de circunvalación, diseñado para cortar toda comunicación con la ciudad, y así rendir la plaza por hambre. Esto produjo pronto unos terribles resultados (Bell. Jud., XII, v, 2).
Después de tres semanas de puesta a punto, los arietes abrieron una brecha en el muro que conectaba la Antonia con el Templo, cerca de la Piscina de Strucio, pero en vano. Dos días más tarde, el muro se desmoronó en trozos sobre una mina preparada por Juan de Giscala, y un puñado de soldados Romanos ganaron la Antonia por sorpresa, a las tres de la mañana del 20 de Junio (Bell. Jud., VI, i, 1-7). Tito finalmente demolió la fortaleza a fin de utilizar los materiales en la construcción de montículos (o trincheras, n.d.t.) contra el Templo. Tres semanas defendieron los Judíos los pórticos exteriores y luego los interiores, a los que los Romanos sólo llegaron al costo de enormes sacrificios. Por fin el 23 de Julio, un soldado Romano arrojó una antorcha encendida dentro de una de las galerías cercanas al Santo de los Santos. En medio de una espantosa matanza el fuego se extendió a los edificios vecinos, y pronto toda la plataforma fue una horrible masa de cadáveres y ruinas (Bell. Jud., VI, ii, 1-9; iii, 1, 2; iv, 1-5). Luego los Romanos prendieron fuego al palacio de la depresión de El Wad, y al Ofel; el día después echaron a los Judíos del Akra y quemaron la ciudad baja hasta la Piscina de Siloé (Bell. Jud., VI, vi, 3-4). Todavía quedaba la tercera muralla, el formidable bastión de la ciudad alta, donde los defensores del Akra, cargados de botín, habíanse unido a los hombres de Simón. Dieciocho días se dedicaron a la preparación de terraplenes al noroeste y al nordeste de la fortaleza, pero apenas los arietes abrieron brecha en los muros cuando Juan y Simón se escaparon secretamente con sus tropas. El octavo día de Elul (1 de Agosto) la ciudad cayó definitivamente en poder de los Romanos, después de un asedio de 143 días. A los que le felicitaron, Tito replicó: “No soy yo quien ha vencido. Dios, en Su ira contra los judíos, ha usado mi brazo” (Bell. Jud., VIII, v, 2)
Los muros del Templo y los de la ciudad fueron demolidos. Pero Tito quiso preservar la fortaleza de la ciudad alta, con las tres magníficas torres del palacio de Herodes. Además, la ciudad alta resultó necesaria como cuartel fortificado para la Décima Legión, que quedó como guarnición de Jerusalén. Durante este asedio, uno de los más sangrientos que recuerde la historia- 600,000 judíos, según Tácito (Hist., V, xiii), o, según Josefo, más de un millón, murieron por la espada, la enfermedad o el hambre. Los supervivientes murieron en las luchas de gladiadores o fueron vendidos como esclavos.
Desarrollo de la Ciudad y sus Principales Monumentos
Sión, o la Ciudad de David, según la Tradición
“David conquistó la fortaleza de Sión y se instaló en la fortaleza y la llamó Ciudad de David. Edificó una muralla en derredor, desde el Mil-ló hacia el interior” (2 Samuel 5, 7-9). Cuando Salomón hubo terminado el Templo y la Casa del Bosque del Líbano, de 100 codos de largo, 50 codos de ancho, y 30 codos de alto, con un porche de 30 codos por cincuenta, erigió los palacios y otros edificios. Hacia abajo, por el sur, en el lugar que figura en los textos post-Exílicos como el Ofel, nos encontramos a los Gabaonitas (Josué 9, 22) y otros Natinitas -pueblos extraños puestos al servicio de los Levitas para proveerlos de madera y agua para los sacrificios (Esdras 2, 58; 7, 2f; 8, 20; Nehemías 3, 26; 11, 21).
¿Ocupó Sión, la Ciudad de David, la colina del este o la situada al sudoeste?
Antes del exilio, los Judíos no pudieron estar ignorantes de su localización, ya que el muro límite de Sión abarcaba los sepulcros del rey-profeta y catorce de sus sucesores; los últimos dos Libros de los Reyes repiten esto trece veces (1 Reyes 2, 10; 11, 43; 14, 9, 24, etc.; 2 Reyes 8, 24, etc.), y las Crónicas contienen testimonios similares. A su vuelta del exilio, los ancianos tienen que haber recordado en qué parte de la ciudad estaban situados los enterramientos de David y sus descendientes; de hecho, Nehemías no duda en usarlos como punto de referencia (Nehemías 3, 16). Hircano I y Herodes el Grande, incluso, abrieron estas tumbas de los reyes buscando tesoros (Antiq. Jud., VII, xv, 3: XIII, vii, 4; Bell. Jud. I, ii, 5). El monumento de mármol blanco levantado por este último, parece haber permanecido en pié hasta el año 133 del Señor (Dion Cassius, Hist. de Roma, LXIX, iv). En todo caso la tumba de David era bien conocida entre los Judíos y los discípulos de Cristo en tiempos de San Pedro (Hch. 2, 29). Ya Josefo, testigo ocular, dice que la ciudad Jebusea, que se convirtió en la Ciudad de David, ocupaba la altiplanicie oeste de la colina del sudoeste, ahora conocida como Monte Sión. En su tiempo se le llamó “la ciudad alta” (Antiq. Jud., XVI, vii, 1, etc.) y también el ágora superior, o mercado (Bell. Jud., V, 4, 1. Cf. 1 Macabeos 12, 36; 14, 36). La palabra Mil-ló (en D.V. Mello) se traduce siempre por Akra en los Setenta y en Josefo, y, de acuerdo con éste último, el Mil-ló, o Mello, ocupaba la altiplanicie del lado nordeste de la misma colina, y, en su tiempo, se le llamó Akra, “ciudad baja” y “mercado de abajo” (Antiq. Jud., XVI, 7, 1; Bell. Jud., V, 4, 1; 1 Macabeos 1, 38). Fue esta colina, que dominaba el Templo, la que fue nivelada por los Asmoneos (Antiq. Jud., XIII, vi, 6; Bell. Jud., I, ii, 2). Los Talmudistas están de acuerdo con el historiador Judío en cuanto a la posición de los dos mercados (Neubauer, “La Geografía del Talmud”, p. 138). Eusebio de Cesarea (Onomasticon, ver “Golgotha”), San Jerónimo (Ep. cviii, Ad Eustoch), San Epifanio (De mens., XIV), y los escritores posteriores, Judíos y Cristianos, localizan Sión, la Ciudad de David, sobre la colina sudoeste, la cual nunca tuvo otro nombre que el de Monte Sión.
Sión en Ofel
En los últimos cincuenta años muchos escritores han refutado la tradición y buscaron información sólo en la Biblia, resultando unas veinte teorías topográficas diferentes. La teoría que coloca a Sión sobre Ofel es la única que (aparte de ciertas discrepancias en cuanto a los lugares de Mil-ló, el Akra, los palacios de Salomón, etc.) vale la pena considerarla por un momento. Los partidarios de esta teoría, la fundamentan en el siguiente pasaje: “Este mismo Ezequías cegó la salida superior de las aguas del Guijón y las condujo, bajo tierra, a la parte occidental de la ciudad de David” (2 Crónicas 32, 30). Sostienen que Sión estuvo en Ofel por las siguientes razones:
(a) En Rogel “la fuente Rogel”- un manantial del Valle de Cedrón (Josué 15, 7; 18, 16) es el Bir Eyub, o “Pozo de Jacob”, situado 2300 pies (701,04 metros) al sur de la Ain Sitti Maryam, o Fuente de la Virgen.
(b) En la antigüedad, como ahora, la Fuente de la Virgen era el único manantial que afloraba en las cercanías de Jerusalén.
(c) La Fuente de la Virgen, es, por consiguiente, el Gihón Superior de la Biblia.
(d) Ya fue Ezequías quien hizo el túnel de Siloé.
(e) Según este pasaje el rey trajo las aguas de la Fuente de la Virgen al oeste de Ofel, esto es, la Ciudad de David.
(f) Los Libros de los Macabeos establecen explícitamente que Sión estaba en el monte del Templo o Moria.
Se le hacen las siguientes objeciones:
(a) El Bir Eyub, es decir, el Pozo de Jacob, no es ni un manantial ni una fuente (en, o ain), sino un pozo (bir), de 125 pies (38,10 metros) en su condición actual, y se alimenta sólo de agua de lluvia y de infiltración. En el siglo sexto, Cirilo de Escitópolis (Vita S. Sabae, lxii), y Eutiquio de Alejandría (Anales), y Moujdir ed Din (“Hist. de Jerus.”, ed. Sauvaire, p. 188) nos dicen que, después de una gran sequía que duró cinco años (509-14), en el año vigésimo-tercero de Anastasio, Juan, Patriarca de Jerusalén, hizo cavar un pozo hasta una profundidad, según Cirilo, de alrededor de 255 pies (77,72 metros), o, de acuerdo con el historiador Árabe, de 10 codos (alrededor de 82 pies) (24,99 metros), pero sin encontrar agua. El Bir Eyub, por consiguiente, no es una fuente Cananea, y En Rogel tiene que ser necesariamente la Fuente de la Virgen, cuyas peculiaridades naturales tuvieron que hacerla famosa en el país y apropiada para servir de punto relevante en los límites de Bejamín y Judá. La gruta de este manantial, también, podría haber sido un buen escondite para los dos espías de David que se ocultaron en En Rogel (2 Samuel 17, 17).
(b) En los tiempos de Ezequías había muchos manantiales de agua corriente en la vecindad de Jerusalén, y el rey los cegó todos (2 Crónicas 32, 2-5). Josefo relata que cuando Tito asedió Jerusalén muchos manantiales fluían tan abundantemente que fueron suficientes no sólo para dar agua de beber a los Romanos sino hasta para regar los jardines (Bell. Jud., V, iv, 2). El Oeste de la ciudad estaba cubierto por jardines (Bell. Jud., VI, ii, 2; vii, 2) y esto es por lo que la puerta del oeste llevaba el nombre de Gennath, “Puerta de los Jardines”. Aquí Tito montó su campamento y aquí se detuvieron los oficiales de Senaquerib (2 Reyes 18, 17. Cf. Isaías 7, 3). Entre las aguas vivas de Jerusalén el Talmud de Babilonia conmemora el “Beth Mamilla” (Neubauer, op. cit., p. 146), esto es, el Birket Mamilla. Cirilo de Escitópolis (loc. cit.) cuenta que en la gran sequía de los cinco años “las aguas de Siloé y de las Lucilias cesaron de fluir”. Josefo, tardíamente, dice que un conducto por debajo de la Puerta de los Jardines trajo el agua a la Torre de Hippicus (Bell. Jud., V, vii, 3). Varios restos de antiguos acueductos se han descubierto bajo la Puerta de Jaffa y alrededor de Hammana el Batrak, comúnmente llamado el Pozo de Ezequías.
(c) Adonías, el hijo primogénito del rey David, reunió en secreto a sus numerosos partidarios sobre “la piedra de Zojélet, que estaba cerca de la fuente Rogel”, donde ofreció carneros y bueyes e iba a ser proclamado rey al final del banquete. Pero David, avisado de la conjura por el Profeta Natán, envió a Salomón, con el Profeta y la guardia real a Gihón, para recibir allí la unción sagrada sin el conocimiento de Adonías, y para ser proclamado rey al son de las trompetas. (1 Reyes 1, 5-9, 33-45). En el talud del Monte de la Ofensa enfrente de la Fuente de la Virgen, hay una inmensa cornisa roquera llamada Ez Zahweile. Ha sido identificado por Clermont-Ganneau con la piedra de Zojélet (“Quart. Stat.” 1810, p. 251). Wilson y Warren son de la misma opinión (La recuperación de Jerusalén, p. 305). Conder respalda la identificación defendida “por la opinión común de los doctos” (“Quart. Stat.” 1884, p. 242, n. 1) Si la Ciudad de David hubiese estado en Ofel, ¿hubiera Adonías llevado a cabo su banquete de traición bajo las ventanas del palacio real? ¿hubiera ignorado David esta larga y ruidosa concurrencia hasta la llegada de Natán? ¿hubiera enviado a Salomón al Valle de Cedrón, al pie de Zojélet? ¿no hubieran oído los partidarios de Adonías el sonido de las trompetas y los gritos del pueblo antes que la procesión real hubiera vuelto a Sión (1 Reyes 1, 41)? El hecho parece ser que, mientras Adonías se había apartado a un punto del Valle de Cedrón cerca de En Rogel, Salomón fue enviado al lado opuesto, donde estaba la fuente de Gihon.
(d) No hay documento alguno que, de alguna manera, atribuya la construcción del túnel de Siloé a Ezequías. Por otro lado, Isaías, en el reinado de Ajaz, padre de Ezequías, habla (viii, 6) de las aguas de Siloé (una palabra que significa Enviado Juan 9, 7) que corren mansamente (Según el texto de la Sagrada Biblia, BAC 7ª ed. Madrid 1957, n.d.t.). La inscripción Hebrea encontrada en 1881 en la pared del túnel es, de acuerdo con Sayce (Nueva Luz, Londres, 1883, p. 116), más temprana que Ezequías, y pudiera ser hasta del tiempo de Salomón. Conder, Maspero, Stade, Renán, y otros sostienen que es anterior al tiempo de Ezequías.
(e) Hoy no se hace cuestión del hecho que la piscina de Siloé estuvo siempre fuera de las murallas de la ciudad (Bell. Jud., V, iv, 2;ix, 4). Ezequías trajo las aguas de Gihón a una cisterna dentro de la ciudad (2 Reyes 20, 20; Sirácida 48, 19, fragmento del texto Hebreo). Isaías (xxii, 11) dice, un estanque hiciste entre ambos muros, es decir, entre el muro viejo y aquél de Ezequías, al noroeste del Monte Sión. Los Hebreos nunca distinguieron los puntos cardinales de la brújula.
(f) En los libros históricos Sión se aplica a la ciudad de Jebús, la cual, con el Mil-ló, se convirtió en la Ciudad de David. Pero en los textos poéticos Sión es, metafóricamente, sinónimo del Templo (Salmo lxxvii, 68), o de Jerusalén (Salmo cxxxii, 3; lxxxvi, 5). A veces Sión designa al pueblo de Israel (Isaías 10, 32; Sofonías 3, 14;), o Judea (Lam., iv, 22), e, incluso, a la comunidad Judía en la dispersión (Jeremías 31, 12; Zacarías 2, 7). En los días de los Macabeos la Ciudad de David, al oeste del Templo, era el enclave de los infieles (1 Macabeos 1, 35 ss.). El texto de la Biblia, estudiado e interpretado al momento, indica la misma colina para la localización de la sagrada Sión, la Ciudad de David, como hace la tradición. La Arqueología, también, positivamente confirma lo tradicional.
Sion, la Ciudad Alta
Las laderas del tradicional Monte Sión tienen un gran número de viviendas entera o parcialmente excavadas en la roca. Estas eran, de acuerdo con la opinión general, las casas de los primeros habitantes. Durante la construcción de la Escuela Gobat y el cementerio Protestante, en 1874-75, al sur de la planicie oeste de Sión, Maudsley descubrió la alineación de una antigua fortaleza. Su base es una escarpadura cortada verticalmente en la roca, alrededor de 600 pies (182,88 metros) de longitud, y 40-50 pies (12,19-15,24 metros) de altura. Al oeste y al este de esta colosal escarpadura hay unos salientes tallados en la propia roca, midiendo sus lados 40-50 pies (12,19-15,24 metros). Estos son los basamentos rocosos de las torres laterales. La primera es de 20 pies (6,09 metros) de alto, y se asienta sobre una planicie de roca bastamente configurada. A lo largo de la escarpadura corre una acequia, excavada también en la roca viva, con una profundidad de 5 a 10 pies (1,52 a 3,04 metros) y una anchura media de 18 pies (5,48 metros) (Conder, “La Roca Escarpada de Sión” en “Quart. Stat.” 1875, pp. 81 y siguiente). En 1894 Bliss tomó y continuó el trabajo de la exploración. Desde la torre este la escarpadura gira hacia el nordeste, siguiendo el trazado de la altiplanicie, y la acequia sigue, ininterrumpidamente, la misma dirección. Habida cuenta de que algunas casas son anejas al Sagrado Cenáculo, la exploración solamente pudo hacerse hasta la longitud de 185 pies (56,38 metros). La escarpadura estuvo una vez coronada por un muro (algunas de cuyas piedras, cortadas y biseladas, fueron encontradas in situ), y se levanta a una altura de 240 pies (73,15 metros) sobre el lecho del Ennom (Ginón) (ver Bliss). Esta fortaleza, que originalmente estuvo aislada, que fue construida con un arte maravilloso, y que era tan sólida como para resistir todos los ataques, ocupó la ciudad alta indicada por Josefo, “con mucho la colina más alta, derecha en su longitud, la cual, por razón de su fuerte posición, había sido llamada por David la ciudadela” (Bell. Jud., V, iv, 1). Era de unos 2300 pies (701,04 metros) de longitud y unos 800 (243,84 metros) de anchura. Al norte, por donde estaba protegida por un valle de no gran profundidad, Herodes hizo construir un castillo fuerte, lo que hizo la posición casi inexpugnable, incluso contra las legiones Romanas. Gracias a las dimensiones y otras indicaciones dadas por Josefo, se piensa que la Torre de Fasael puede ser reconocida en las primeras hileras de albañilería de la actual Torre de David, y la de Hippico en la torre del noroeste de la ciudadela; aquella de Mariamme debería flanquear el muro oeste. En el mismo lado, la Puerta del Valle, abría primeramente (2 Crónicas 26, 9; Nehemías 2, 13.15; 3, 13), y en el ángulo noroeste se levantaba la Torre de los Hornos (Nehemías 3, 11; 12, 37), la cual defendía la Puerta del Ángulo antes de que existiese la estructura Herodiana (2 Reyes 14, 13; 2 Crónicas 25, 23). La ciudad alta, la cual, según Josefo, era el barrio aristocrático, contenía el Cenáculo según la tradición, al sur, cerca, el palacio de Caifás, algo más allá, el de Anás, y en el ángulo sudeste del palacio de Herodes, la cárcel donde Santiago el Mayor fue decapitado.
Desde la Torre de Fasael el muro descendía, de oeste a este, sobre el declive sur del Monte Sión, y acababa en el recinto del Templo. Un importante fragmento de esta muralla ha sido descubierto al este de la Torre de David, y algo más allá, otro trozo, 290 pies (88,29 metros) de largo, flanqueado por dos torres, cuya piedra de la fachada, en el lugar en que encara el valle, permanece intacta en una altura de 39 pies (11,88 metros) (Warren, “Quart. Stat.”, 1884, pl.III). Este muro estaba partido por la antigua Puerta de Efraín (2 Reyes 15, 13; 2 Crónicas 25, 23) (La cita 2 Reyes 15, 13 es, al parecer, un error de escritura ya que, por la lectura del texto bíblico y la concordancia con citas anteriores cercanas queda claramente indicada la cita siguiente: 2 Reyes 14, 13, n.d.t.). De acuerdo con la tradición, San Pedro fue arrojado a la prisión en el suburbio de Ezequías; después de ser liberado por el ángel, se encaminó a la ciudad propiamente dicha, donde encontró abierta la puerta de hierro (Hch 12, 3-11). Tan tempranamente como en el siglo sexto una iglesia marcaba el lugar de la casa de María, la madre de Juan Marcos, cincuenta pasos al sur de este muro (Hch 12, 12-17). El muro sur del Monte Sión probablemente formaba parte del muro por el que David subió a la Ciudad de Jebús y el Mil-ló (el Akra de los Setenta). Esta colina, según Josefo, es la ciudad baja, el Akron de los Sirios, nivelada por los Asmoneos (Antiq. Jud., XIII, vi, 6). Abarcaba el palacio de los Asmoneos y el de Helen de Adiabene (Bell. Jud., VI, vi, 3).
Para volver al sur de la primitiva fortaleza, un muro de construcción más tardía desciende desde el ángulo exterior, sudeste de la torre este, hacia la piscina de Siloé. Es una obra de los reyes de Judá, si no de Salomón, pero, como Bliss ha subrayado, ha sido restaurado una y otra vez en la última ocasión, por la Emperatriz Eudocia (años del Señor 450-60). A una distancia de 130 pies (39,62 metros) desde el principio del muro, la exploración ha sacado a la luz restos de una entrada con tres pavimentos superpuestos de períodos sucesivos. Se abre sobre una calle bajo la cual pasa un desagüe que se dirige a Ennom. Esta es la Puerta del Muladar (Nehemías 2, 13), a la que Jeremías (xix, 2) llama Puerta de la Alfarería (o de las Tejoletas, BJ, n.d.t.); Josefo la llama Puerta de los Esenios, y señala su posición en el barrio de Bethso (del Hebreo Bethzoa, “una colina del estiércol”) (Bell. Jud., V, iv, 2). Aquí el Monte Sión está cruzado por dos antiguos acueductos de diferentes alturas, que traen agua desde el sur de Belén (Bliss, op, cit, pp.17-82). A unos 2000 pies (609,60 metros) de esta entrada, Guthe, en 1881, y, más tarde, Bliss, han comprobado la existencia de otra entrada, también con tres pavimentos y protegida por una torre. Esta es la Puerta de la Fuente (Nehemías 2, 14; 3, 15; “puerta del agua”, 12, 36) (12, 37, n.d.t.) y, probablemente, también “la puerta que está entre los dos muros que dan al jardín del rey” por la que escapó Sedecías ( Jeremías 52, 7; 2 Reyes 25, 4). Empezando desde la torre, el muro toma una dirección noroeste y gira bruscamente al norte, dejando la Piscina de Siloé fuera de la ciudad de acuerdo con lo que nos dice Josefo (Bell. Jud., V, iv, 2; ix, 4). Al sur de la Piscina de Siloé el valle está atravesado por un gran dique, 233 pies (71,01 metros) de largo, un vasto estanque de agua de lluvia. El dique es de un espesor de 20 pies (6,09 metros) y se continúa, a la mitad de su altura, en un muro de 10 pies (3,04 metros) de espesor, flanqueado por siete obras de igual fuerza. Sin embargo y a pesar de los reiterados refuerzos, no fue uniforme su resistencia a la presión del agua. La Emperatriz Eudocia construyó un segundo dique, cincuenta pies (15,24 metros) al norte del primero. Este es “el acueducto del rey” (o acequia) de Neh. 2, 14.
Bliss siguió el muro este del Monte Sión a lo largo sólo de 650 pies (198,12 metros), esto es, hasta 150 (45,72 metros) pies al norte de la Piscina de Siloé. Según Nehemías (Nehemías 3, 16-19), el muro pasaba frente a la calle de las escaleras que bajaban al sepulcro de David, allí por el estanque que Josefo llama Piscina de Salomón (Bell. Jud., V, iv, 2), y, por último, por la Casa de los Valientes “todos estos lugares todavía sin identificar. El muro entonces formaba un ángulo y después otro ángulo opuesto (Nehemías 3, 24) pero ignoramos el punto donde cruzaba el valle para ascender a Ofel. En el lado este de Ofel se ha confirmado que existe un pequeño fragmento de muro que va del sudoeste al noroeste y, 100 pies (30,48 metros) más lejos, una notable estructura hidráulica anterior en el tiempo al túnel de Siloé. Esta es una galería, labrada en la roca, que lleva a una pared que baja hasta el nivel de la superficie de la Fuente de la Virgen, de donde se sacaría agua con cubos y sogas (Wilson y Warren, op. cit., pp. 248 ss.). Más allá de dudas, la Puerta de las Aguas y la torre que permaneció de pie (Nehemías 3, 26; 12, 36) (12, 37, n.d.t.) deben situarse en estos alrededores. El muro ha sido descubierto otra vez a una distancia de 700 pies (213,36 metros) en la misma dirección; luego gira hacia el norte en una longitud de 70 pies (21,33 metros) y corre al interior del ángulo sudeste del recinto del Templo. En el recodo que forma esta pared, se levantó una torre, la “gran torre que quedó de pie” (Nehemías 3, 27), diseñada como defensa del palacio real. A lo largo del tiempo los reyes de Judá alargaron el muro de Ofel hasta proteger el enclave este del Templo. Esta alineación estuvo cortada por un gran número de entradas: “la entrada de los caballos” (2 Crónicas 23, 15; 2 Reyes 11, 16; Nehemías 3, 28), descubierta en 1902 por ingenieros Ingleses, que encara el ángulo sudeste del Haram, al que se llama “Establos de Salomón”; la entrada este (del Templo), que corresponde a “la Puerta de Oro”; la Mephkad, o “puerta de la inspección” (Nehemías 3, 30) frente a la Puerta de Oro; la Puerta de la Prisión (D.V. “puerta de la vigilancia”) (Nehemías 12, 38); la Entrada de los Caballos (2 Reyes 11, 6); “la puerta de los escuderos” (D.V.), o “de la guardia” (A.V.) (IV Reyes xi, 19) (2 Reyes 11, 19; n.d.t.); la Entrada de Bejamín (Jeremías 37, 12; 38, 7), son nombres de diferentes entradas que existían previamente o barrios protegidos que se extendían al norte del Templo desde el tiempo de Ezequías hasta el de Herodes. Por último, está la Puerta de las Ovejas (D. V. puerta del rebaño) (Neh. 3, 1; 12, 38) (12, 39, BJ, n.d.t.) cerca de la Piscina Probática.
Del antiguo Templo nada se puede ver hoy sino la roca sagrada y un número de cisternas. El Harami esh Sherif tiene cuatro lados, con ángulos rectos en el sudoeste y noreste. El muro sur mide 922 pies (281,02 metros) y está cortado por tres entradas: la Doble Puerta, la Triple Puerta, y la Puerta Sencilla notables obras del tipo de la Puerta de Oro y, como ella, restauradas en el siglo sexto de nuestra era. Los muros del este y del norte tienen una longitud de 1042 pies (317,60 metros); el del oeste 1601 (487,98 metros). Las piedras están cuidadosamente formadas y biseladas, 3 pies y medio (1,06 metros) de alto, y la más larga de 20 a 39 pies (6,09 a 11,88 metros), mientras que en el sur hay una fila, 600 pies de largo (182,88 metros), en la que las piedras son de 7 pies (2,13 metros) de altura. En el ángulo sudoeste este colosal muro desciende 85 pies (25,90 metros) por debajo de la actual superficie del suelo. Cuarenta pies (12,19 metros) al norte de este ángulo se pueden ver tres filas de piedras que forman una bóveda de 51 pies de ancho (15,54 metros), llamada “Arco de Robinson”, por el nombre del investigador que primero reconoció en estos restos los fragmentos de un viaducto. Los ingenieros Ingleses, de hecho, han descubierto, 54 pies (16,45 metros) al oeste de este fragmento de embovedado, y 55 pies (16,76 metros) debajo del actual nivel del suelo, tres filas de los correspondientes muros de carga. Al pie del Monte Sión, a 246 pies (74,98 metros) del Arco de Robinson, se han encontrado más restos del mismo viaducto, del que, verdaderamente, Josefo hace una mención muy clara (Antiq. Jud., XIV, iv, 2; Bell. Jud., I, vii, 2; VI, vi, 2). El muro de carga está sobre unos cimientos pavimentados, que, a su vez, están colocados sobre una capa de tierra de 23 pies (7,01 metros) de grosor. En esta masa de tierra, en la que no se han encontrado rastros de albañilería, yacen piedras de embovedado de 3 a 3 y medio pies (0,91 a 1,06 metros) de alto y de ancho, y siete pies (2,13 metros) de longitud, restos de una puente mucho más viejo. Los peritos han atribuido el primer viaducto a Herodes y el segundo a los Reyes de Judá, e incluso a Salomón. Muy al fondo del valle hay un canal tallado en la roca y embovedado al modo Fenicio; este es un acueducto que más tarde fue usado como alcantarillado (Wilson y Warren, op. cit., pp. 76-111; Perrot y Chipiez, Hist. del arte, II, 168. Cf. 1 Reyes 11, 27).
La segunda entrada del Templo, llamada Puerta de Barclay, se abre a 180 pies (54,86 metros) en dirección norte; allí, más allá de la Plaza Wailing, viene una tercera entrada llamada Arco de Wilson. Esto es un arco de viaducto de 42 pies (12,80 metros) a lo largo del eje y 39 pies (11,88 metros) de luz, construido de bloques de 6 a 12 pies (1,81 a 3,65 metros) de largo. En el fondo del valle, alrededor del viaducto, Wilson ha descubierto algunas viviendas muy antiguas y piezas de artesanía que parecen ser de origen Fenicio. El viaducto, al que se le supone ser del tiempo de Herodes, fue reconstruido en el período bizantino. Conectaba el Templo con el Monte Sión y servía como acueducto para el canal que corre desde Belén. Cerca del Arco de Wilson hay una antigua piscina embovedada, Birket el Bouraq, a la que llega un acueducto desde la ciudadela. Josefo coloca el Xystus, gimnasio construido por el Sumo Sacerdote Jasón, entre los dos viaductos. Más allá del Arco de Wilson, el primer muro de la ciudad llegaba al recinto del Templo (Wilson y Warren, op. cit., pp. 76 ss.).
La Segunda Muralla
“El segundo muro”, dice Josefo, “empezaba en la entrada que se llama Gennath, la cual pertenece al primer muro de la ciudad. Abarcando sólo el distrito sur, continuaba hasta la Antonia” (Bell. Jud., V, iv, 2). Es el trabajo de Ezequías y Manasés. En 1881, en el curso de las excavaciones para los cimientos de una edificación, 20 pies (6,09 metros) al norte de la zanja de la ciudadela, salió a la luz un muro construido de grandes piedras, extendiéndose al este y oeste a una distancia de unos 100 pies (30,48 metros). En su extremo oeste forma un ángulo un tanto obtuso con un muro más fuerte y mejor construido que corre al norte (Selah Merill, Quart. Stat., 1886, pp. 21 ss.; 1887, p.217; 1888, p. 21). En el año 1900, y 180 pies (54,86 metros) más lejos, se construyó una escuela Griega de altos estudios, y se encontró que la roca está casi a nivel con el suelo del oeste, mientras que forma una contra-escarpadura al este. Se descubrieron restos de estructuras medievales en los sucesivos rellenos de la depresión; pero no se continuaron las investigaciones en este punto. Muchos Palestinólogos, sin embargo, ven aquí claras indicaciones de un canal. En la esquina nordeste de la escuela Griega, C. Schick (Quart. Stat., 1897, p. 219; 1883, p. 19) había confirmado ya que el muro vuelve, una vez más, en ángulo hacia el este. En este punto el muro de la ciudad bordea la Piscina de Ezequías a una distancia de 180 pies (54,86 metros) al oeste y 65 pies (19,81 metros) al norte. En la construcción del gran bazar Griego, sur de la Basílica del Santo Sepulcro, los obreros se encontraron con una pendiente que alguna vez estuvo coronada con un muro ancho, del que, in situ se encontraron todavía algunos bloques finos; el muro bajaba hacia atrás desde lo alto de la roca. (Schick, Quart. Stat., 1888, p. 571; 1894, p. 146). En ese tiempo, 1893, mientras se construía la iglesia Protestante Alemana que ocupó el lugar de Santa María la Latina, los ingenieros encontraron que el último edificio se hizo sobre terreno relleno. Excavaron 30 pies (9,14 metros) por debajo del nivel actual del suelo y llegaron a la roca, y allí bajo la gran nave de la vieja iglesia, encontraron un muro fuerte al este y al oeste, aunque mal conservado. Guarda, sin embargo, algo de su fisonomía en la forma de placas cuidadosamente revestidas. Guthe (en Zeitschrift des Deutschen Palestinavereins, XVII, p. 128) y Schick (en Quart. Stat., 1894, p. 146), con otros muchos, consideran éste como una parte del segundo muro.
En los tiempos de Cristo, el Calvario estaba por consiguiente fuera del perímetro del segundo cerramiento de la ciudad. En efecto, la existencia de enterramientos Judíos el Santo Sepulcro, otro más a 30 pies (9,14 metros) al oeste, y un tercero al nordeste- no dejan lugar a dudas en este asunto; porque sólo los reyes disfrutaban del privilegio de ser enterrados dentro de la ciudad. Hace unos treinta años ingenieros Ingleses aseguraron que el muro de Ezequías tiene que incluir, necesariamente, el Gólgota, porque este zigzageante muro de la ciudad, en otro caso, hubiese sido construido de manera contraria a todas las reglas del arte militar. Pero desde entonces la exploración de antiguas ciudades Judías y Cananeas ha revelado irregularidades de la misma naturaleza. Mientras que, y en la línea indicada, todas las excavaciones hechas sin orden en varias estructuras han sacado a la luz trozos de firme de un muro homogéneo, las comunidades religiosas del barrio Cristiano al noroeste del Gólgota han realizado en tiempos recientes importantes obras sin encontrar huella alguna de acequias o terraplenes.
La nueva Puerta de Efraín (Nehemías 12, 38) debió estar en el ángulo donde el muro se vuelve hacia el norte. Pero a partir de aquí no es tan fácil seguir el curso del muro. Fue, muy probablemente, sustituido en tiempos de Adriano por la calle encolumnada que lleva, casi en línea recta, desde el Monte Sión a la Puerta de Damasco, y que fue cimentada sobre la roca a todo lo largo. Siguiendo esta calle, pasamos, a la izquierda, las primeras hileras de la fachada de la Basílica de Constantino, que fue descubierta, por completo, en 1907 y, a la derecha, a 230 pies (70,20 metros) de esta estructura, el Khan ez Zeit, el cual está construido en una cisterna Judía en parte tallada en la roca. Al este de esta cisterna, en la pendiente de El Wad, la roca aparece oblicuamente. Algo más allá puede situarse la Puerta Vieja (Nehemías 3, 6; 12, 38). Donde la Calle de las Columnas estaba cruzada por otra que venía desde el oeste, cuatro torres marcaban la intersección; de ellas, todavía queda in situ una soberbia columna de mármol de 23 pies (7,01 metros) de alto, apoyada sobre un excelente muro de construcción Romana. Las investigaciones han demostrado la existencia, en un punto situado 200 pies (60,96 metros) al oeste de esta columna, de una contra-escarpadura y una profunda zanja que va de sur a norte (Schick, Quart. Stat., 1887, p. 154). Es por esta puerta, según la tradición, por la que Jesús salió de la ciudad hacia el lugar de Su crucifixión. Al norte de esta columna y ligeramente hacia el este, a una distancia de 100 pies (30,48 metros), se puede ver una escarpadura rocosa que se extiende unos 250 pies (76,20 metros) hacia el norte. Cerca de aquí el muro descendía hacia dentro de El Wad, donde llegaba a la Puerta de los Peces (2 Crónicas 33, 14; Nehemías 3, 3; 12, 38). Esta entrada se abría en el camino por el que los pescadores Tirios venían desde Jaffa (Cf. Nehemías 13, 16). Luego el muro cruzaba el Monte Bezetha, y la Torre de Jananel (Jeremías 31, 38; Nehemías 3, 1; 12, 38) debe ser situada en la cresta que descendía desde la Colina de Jeremías al Monte Moria, y que era el punto vulnerable de la Ciudad Sagrada. En esta misma cresta había otra torre, o baluarte, en un período tan temprano como el de los reyes de Judá; Nehemías, que la restauró, la llamó Birat, una palabra Aramea derivada de la Asiria biratu, palacio o fortaleza del templo (in D. V., torre de la casa; Nehemías 2, 8). Esta torre (ver 1 Macabeos 13, 53; etc.) tuvo, en tiempos de Josefo, el nombre helenizado de Baris. Bajo la dinastía Asmonea, toda la piedra sobre la cual estuvo esta torre fue removida en todos sus lados, 30 pies (9,14 metros) de profundidad al sur, y 15 pies (4,57 metros) al norte, siendo la longitud de la excavación de 350 pies (106,68 metros) de este a oeste. Al norte, donde existe una honda cisterna, la montaña fue igualada en 160 pies (48,76 metros) (Cf. 1 Macabeos 13,53). Herodes hizo embovedar el estanque, y construyó la fortaleza Antonia en la roca de Baris y en la explanada del sur (Bell. Jud., V, v, 8). En este edificio tuvo Poncio Pilato su pretorio, donde Jesús fue condenado a muerte. Diciendo que el segundo muro subía a la Antonia, Josefo no indica dónde terminaba, sino solamente su dirección. Él mismo no coloca la Antonia al final del muro de Ezequías; por el contrario, dice que los Romanos se pudieron acercar a ella solo después de hacerse dueños de la ciudad hasta el primer muro (Bell. Jud., V, ix). Desde la Torre de Jananel el muro fue prolongado hasta la Puerta de las Ovejas (o Rebaño) (Nehemías 3, 1.31; 12, 38), cerca de la Piscina Probática, con los cinco pórticos, y el otro gran estanque, necesariamente, estuvo dentro de los muros.
La Tercera Muralla
Desde el Año del Señor 41 al 44 Herodes Agripa I emprendió la construcción del tercer muro, que también empezaba en la Torre de Hippico y cruzó el Campo de los Asirios por el norte, hasta la octogonal Torre de Sefino (Antiq. Jud., XIX, vii, 2; Bell. Jud., V, iv, 3). Trazas de esta torre se encontraron en la esquina noroeste de la ciudad, en el lugar donde la Qasr Djaloud, o Torre de Goliat, fue erigida en el siglo doce. Desde entonces el muro de Agripa tomó la dirección este, hacia las Torres de las Mujeres, enfrente del sepulcro de Elena de Adiabene situado a 2000 pies (609,60 metros) al norte. Las Torres de las Mujeres, de las que se han encontrado algunos restos, protegían la entrada que correspondía a la Puerta de los Peces. Todavía permanece, en una considerable parte de su altura, aunque hundida en el suelo, debajo de la actual Puerta de Damasco, o Bab el Amoud. Desde allí el muro pasaba sobre las cavernas reales (Bell. Jud., V, iv, 3) para cruzar la cresta de Bezetha. La piedra de esta suave colina es de una calidad excelente, y pudo ser transportada en bloques inmensos tan lejos como hasta el Templo por medio de planos inclinados. Esto es por lo que, en los tempranos tiempos de Salomón, la colina fue usada como cantera, según muestra la figura de un angelito Fenicio tallado en la pared de una de las grutas reales. Ya perforada por numerosas cavernas, la colina fue cortada en dos bajo Agripa I y el corte sirvió como zanja para el nuevo muro de la ciudad. De este modo fue cómo la cima llegó a ser una colina separada, llamada, desde el siglo sexto, la Colina de Jeremías. De nuevo fue cantera en el período de las Cruzadas y su apariencia actual es la misma desde el tiempo de Cristo. Desde las grutas reales, el muro continuaba hacia el este hasta lo alto sobre el Cedrón, y luego giraba al sur para unirse al segundo muro de la ciudad. La alineación del tercer muro se ha mantenido, con ligeras modificaciones, hasta la alineación de la actual ciudad.
Fuente: Meistermann, Barnabas. "Jerusalem (Before A.D. 71)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/08344a.htm>.
Traducido de inglés a español por Andrés Peral Martín (2006)