Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Domingo, 24 de noviembre de 2024

Jehan Fouquet

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar


(O JEAN FOUQUET)

Pintor francés y miniaturista, nacido en Tours ca.1415; muerto hacia 1480. Quizá era hijo de Huguet Fouquet, que, hacia 1400 trabajaba par los duques de Orleans en París. Al final del siglo catorce. La pintura francesa había alcanzado un período de incomparable brillantez. Todo anunciaba el Renacimiento (ver HUBERT AND JAN VAN EYCK), y poco faltó para hacerlo un movimiento claramente francés, pero que sin embargo el desastre de la monarquía lo impidió. París dejó de ser el centro de la nueva vida intelectual. El arte, separado de su centro, se retiró a las provincias del norte, este y Sur-este, al ducado de Borgoña. El centro principal era Brujas, mientras que otros centros secundarios se establecieron en Dijon en la Provenza. Cada uno de ellos tenía sus maestros y su escuela. El único resto de la vida verdaderamente francesa encontró refugio en el valle del Loira, en las cercanías de Tours, desde tiempos de S. Martín el verdadero corazón de la nación en todas las crisis de la historia francesa.

Aquí creció el primero de nuestros pintores que poseen no solo una personalidad definida sino también una fisionomía francesa. Fouquet era contemporáneo de Juana de Arco y su carácter es tan nacional como el de la misma heroína. Para la base de su estilo debemos buscar la escuela de Borgoña, una simple variación de la de Brujas. Tours no está lejos de Brujas y de Dijon y en la obra de Fouquet hay siempre alguna reminiscencia de Claus Sluter y de Van Eycks. Hay que añadir a ello algún manierismo italiano. No se sabe cundo fue Fouquet a Italia, pero fue alrededor de 1445, porque mientras estuvo allí pintó el retrato del papa Eugenio IV entre dos secretarios. Su famosa obra, preservada hace mucho en la Galería minerva, es conocida no sólo por unos grabados del siglo dieciséis. Filarete y Vasari hablan con admiración de ello, mientras que Rafael le rindió el honor de recordarle en su “León X” del palacio Pitti.

Fouquet permaneció bajo el embrujo del primer renacimiento italiano. La influencia de los bajorrelieves de Ghiberti y Della Robbia, de las pinturas de Masaccio, Paolo Uccello, Filippo Lippi, y Gentile da Fabriano a los que vio en Florencia y Roma se pueden notar en su obra. Parece que ya estaba en Francia en 1450. Algunos críticos creen que hizo un segundo viaje porque les resulta difícil creer que Fouquet no viera las “Vidas de S. Lorenzo y S. Esteban” de Fra Angelico en la capilla de Nicolás V. Estas obras italianas son las que más se parecen a su propia obra. La armonización de los dos movimientos del Renacimiento (Norte y Sur) , la intima natural fusión del genio de ambos en el alma creativa de un artista francés, sin ningún esfuerzo o sombra de pedantería, estrechez o sistema, constituye el encanto y originalidad de Fouquet.

El carácter francés consiste en una cierta difuminación de las características raciales, en el poder de asimilación cierto (cf. Michelet, Introduction à la philosophie del'histoire), y ningún artista ha sido más “francés” que Fouquet. Además no carece del “sabor “ de su país. No tiene poesía o profundidad de pensamiento, pero son chocantes dos características: al pintar el rostro humano, posee un raro grado don de plasmar la vida, como por sorpresa, de manera n que ni siquiera Benozzo podía contar una historia como él.

Conocemos, por medio de un contemporáneo que Fouquet pintó en la iglesia de Notre-Dame la Riche de Tours, pero no sabemos si eran murales o piezas de altar. Se sabe que se encargó la preparación de la entrada de Luis XI en la ciudad en 1461. : Sin embargo, de todas sus obras se conservan unos doce retratos y alrededor de cien miniaturas. El más antiguo de estos retratos parece ser el de “Carlos VII”, en el Louvre, que sorprende por su tristeza, su expresión preocupada y la fuerza de su fealdad y veracidad.. También está en el Louvre el retrato de "Guillaume Juvenal des Ursins", magníficamente obeso y abultado, radiante de oro. Hay otro retrato que tiene una historia curiosa, el de Etienne Chevalier, el gran patrón del pintor, que se podía ver antes en la iglesia de Melun. La obra encanta por la amplitud de su estilo. La figura de S. Esteban presentando a sus clientes recuerda a Giorgione por su vigor y delicadeza. En 1896 esta pieza acabó en el Muso de Berlín. Formaba parte de un díptico, la otra parte muestra a ala Virgen, rodeada de ángeles, atendiendo al niño Jesús. Esta virgen es también un retrato, el de la bella Agnes Sorel amante de Chevalier. Esta segunda parte está en Amberes. Ambas, separadas nunca volvieron a estar juntas, excepto pon un breve período en París durante la exposición de los “primitivos franceses” de 1904.

Hay que mencionar aún otro retrato de Fouquet: el busto de un joven (colección Lichtenstein) de 1456, que es notable por la intensidad del toque de las mezclas de colores, con sus tonos grises y una reserva deliberada. Este sería el retrato del maestro si no fuera por el precioso y pequeño esmalte del Luovre en el que está pintado en líneas doradas sobre un fondo negro.

Su obra como miniaturista, en este momento, comprende tres series: (1) los fragmentos del "Livre d'heures d'Etienne Chevalier" (1450-60), cuarenta de los cuales están en Chantilly, dos en el Louvre, uno en la Bibliothèque Nationale y uno en el Museo Británico; (2) veinte feuillets le las “Antigüedades Judías” de Josefo en la Biblioteca Nacional. El segundo volumen, descubierto por Yates Thomson fue presentado a la República francesa por el Rey Eduardo VII en 1908 (Durrieu, op. cit. infra); (3) parte de las ilustraciones de las "Chroniques de France" (Fr. 6465, Bibl. Nat.). A esto hay que añadir: (4) el frontispicio y miniaturas de una traducción al francés de las obras de Boccacio en la Biblioteca Real de Munich (c. 1459), y el frontispicio y las estatuas de la Orden de S, Miguel (c. 1462) en la Biblioteca nacional.

La más importante de estas obras, además de ser la más famosa y bella, es sin dúdale “Libro de las Horas” de Etienne Chevalier, que es uno de los tesoros de Chantilly. De las cuarenta y cuatro páginas del “Libro de las Horas”, recuperadas hasta ahora, veinticinco (siguiendo el orden del Breviario) cuentan la historia del Evangelio y la vida de la Virgen , catorce son escenas de las vidas de los santos , una que trata de la historia de Job, es una escena del Antiguo Testamento y una, ”El Juicio Final”, es del Apocalipsis

El frontispicio, dos páginas que reproducen el díptico de Melun, y la página del Oficio de Difuntos, se consagran a la memoria de Etienne Chevalier. Nos impresiona inmediatamente la exquisita claridad, animación y vida. Los manierismos italianos abundan en detalles; el artista habla con un lenguaje más florido que en sus retratos. Esta es una obra gozosa en la que la imaginación deleita en caprichos amorosos. Hay angelotes de monfletudos, graciosas tapices y vestimentas, lujo borgoñón con grandes dobleces de sus tapices; a un están los niños que juegan (putti), músicos de Prato y Pistoia, nichos sobre pilastras, cornisas clásicas, el acanto corintio y los vegetales arquitectónicos como los cipreses y los tejos florentinos.

Su estilo es extremadamente complejo. En ningún Otoro sitio están los elementos tan nítidamente hábilmente combinados. Hay oro por todas partes, cielos dorados y techumbres doradas un tejido delicadamente dorado. Dese entonces nadie ha sabido dominar el proceso, que es de hecho la radiante atmósfera de las ideas del artista y el color de su espíritu. La nota fundamental es maravillosamente sostenida por la apariencia de improvisación juguetona. Aunque el artista se deleita en dejar que actúen libremente las reminiscencias agradables y ha hecho uso de sus apuntes de viaje como adornos de sus ideas, la base de todo es un ardiente amor de la realidad, y los mira solamente para refrescar su memoria. Como narrador y dramaturgo respeta la letra y el texto que ha de ser el rasgo histórico importante de los pintores franceses, Puossin y Delacroix. Pero sobre todo, él siente la pasión por la verdad, que bajo los embellecimientos de su estilo, constituye el mérito real de sus miniaturas y sus retratos. Fouquet es un “naturalista” de convicción; a su propia manera pero tan verdadero como Van Eyck o Filippo Lippi. Se les parece por ser de su tiempo, pero difiere de ellos en tanto en cuento la imitación nunca prevalece sobre so apasionada adoración de la naturaleza Este naturalismo era tan fuerte que Fouquet carecía del poder de concebir lo que no había visto. Tenía modelos y sus obras no solo eran observadas sino posadas. Falla completamente en las escenas ideales y las de expresión intensa (e.g. Calvary) del que no pudo tener modelo. Si su “Juicio Final” es una pintura tremenda, es por la memoria del trabajador de los vitrales vino en ayuda del pintor, porque el artista concebía el cielo como un rosetón de las catedrales (Dante, Parad., xxxi). En "El martirio de Santa Apolonia” pinta muy claramente una escena de un misterio popular; es, en verdad, el más exacto documento que poseemos sobre los efectos escénicos de los misterios medievales (Emil Mâle, "Le renouvellement de l'art par les mystères" en "Gazette des Beaux-Arts", 1904, I, 89).

Esta influencia del teatro se nota a través de todo el “Libro de las Horas”, en los vestidos, la decoración, el color local, la apariencia grotesca y caprichosa que procede directamente del almacén de accesorios, del atrezzo y de los adornos del oropel de los actores. Así concebía Fouquet la historia de la pintura. Finalmente otra costumbre de Fouquet iba a proporcionar el fondo de las escenas de la Biblia o el Evangelio; en vez de palestina , que no conocía, Francia o Touraine, que conocía tan bien.

Así, la representación de Job tiene un fondo decorativo del castillo de Vicennes. La “Cena Pascual” tiene lugar en una posada y a través de las puestas abierta se ve el tejado de Notre Dame de París. "Calvary" es puesto sobre la colina de Montrouge. Este exceso de naïveté no debe llevarnos a pensar que Fouquet no sabía lo que hacía. El anacronismo de los “Primitivos” es un sistema consciente y voluntario. Fouquet no era naif en absoluto, como se ha dicho demasiado frecuentemente, cuando en la escena de la Epifanía sustituí por unos de los magos de la historia el retrato del rey Carlos VII, en un manto ornamentado con flores de lis, rodeado por sus guardia y rindiendo homenaje a la Virgen.

Quizás esto era una manera de manifestar las enseñanzas del Evangelio y de expresar las verdades eternas y las realidades inmortales más que el incidente histórico. Sobre todo esa el parti pris la toma de partido de una edad que cansada de abstracciones y símbolos, experimentó una reacción apasionada hacia lo joven y hacia la vida. Ningún contemporáneo expresó la vida mejor que Fouquet. La amaba en todas sus formas, en el arte, ya italiano, flamenco, gótico o renacentista, en el teatro, de la misma manera que en la naturaleza. Amaba a los hermosos caballos, las bellas armas, los vestidos ricos, los colores alegres, la bella música, (sus obras están llenas de conciertos). Amaba la elegancia de la arquitectura, los apuntados chapiteles, los ventanales de las catedrales, los pináculos de los tejados. Mil detalles de la vida de su tiempo se hubieran perdido sin él ,por ejemplo una línea de muelles sobre las orillas del Sena a la salida de la ciudad, una vista de París desde Montmartre o el Pré aux Clercs, la representación de un misterio, una escena de un funeral el interior de la antigua basílica de S. Pedro. Es el mejor testigo de si época; al mismo tiempo es bondadoso, burlón, tierno y emotivo. Ni un soñador ni un místico, pero lleno de fe y pureza. Nada podía ser más casto que su obra, que atrae al mismo tiempo a los sabios y a las masas. La mente de este humilde miniaturista era una de las mejore informadas y mejor organizada de su tiempo.

Sobre todo tenía una parte creativa, pues él uno de los grandes pintores de paisajes del mundo. Nadie ha pintado tan bien como él los encantadores paisajes del campo francés. Nada puede ser más dulcemente rústico que su “Santa Margarita”. En esto Fouquet anuncia a Corot. Su “Monte de los Olivos” y su “Natividad” son dos de las más bellas escenas nocturnas jamás pintadas. Los Alpes de su “"Grandes Chroniques" son quizás el más temprano ejemplo de un paisaje de montaña.

La influencia de Fouquet ha sido considerable. Tuvo numerosos discípulos; los más conocidos son sus dos hijos (uno de ellos tiene un “Cavalry” en la iglesia de Loches) y Jean Colombe, hermano del escultor, pero el más grande fue Jehan Bourdichon, que en 1507 pintó las famosas “Horas” de Ana de Bretaña. Pero ninguno de ellos se acerca en méritos al maestro. Fouquet es el único tipo del Renacimiento Francés que murió con sus discípulos . Después de 1500, Italia tomó decididamente el liderazgo sobre el resto de Europa y Franco fue incapaz de competir con su prestigio. Durante más de dos siglos perdió hasta la memoria de su primer maestro original. Solo en los tiempos modernos ha sido sacado de la oscuridad y restaurado en su rango entre los hombres geniales más encantadores del temprano Renacimiento.


Fuentes

CURMER, Oeuvres de Jean Fouquet (Paris, 1865) (cromos); BOUCHOT, Jean Fouquet en Gazette des Beaux-Arts (1890), II, 273; LEPRIEUR, Jean Fouquet en Revue de l'Art (1897), I, 25; LAFENESTRE, Jean Fouquet en Revue des Deux Mondes (15 Jan., 1902); FRIEDLÄNDER, Die Votiftafel des Etienne Chevalier von Fouquet en el Anuario (Jahrbücher del Museo de Berlin (1897), 206; GRUYER, Les Quarante Fouquet ( de Chantilly), (Paris, 1900); MICHEL, Les Miniatures de Fouquet à Chantilly en Gazette des Beaux-Arts (1897), I, 214; DURRIEU, L'Exposition des Primitifs français en Revue de l'Art (1904), I, 82; FRY en Burlington Magazine (1904), I, 279; BOUCHOT, DELISLE, etc., Exposition des Primitifs français au Louvre (Paris, 1904); DURRIEU, Le Livre des Antiquités Judaïques (Paris, 1908).


Gillet, Louis. (1909).

Transcrto por Gerald Rossi.

Traducido por Pedro Royo, dedicado a Adriana