Hogar para Mujeres Abandonadas de Santa Zita
De Enciclopedia Católica
Fue fundada en 1890, en el 59 este de la calle 24, en Nueva York por Ellen O’Keefe (Madre Zita). Nacida en el Condado Limerick, Irlanda, la señorita O’Keefe emigró a los Estados Unidos en 1864. Eligió ser enfermera y durante sus dos años de entrenamiento en el hospital de la ciudad, la Isla de Blackwell, por primera vez concibió la idea que le daria una nueva dirección a su vida. Movida por su piedad hacia aquellas mujeres desafortunadas con las que allí se familiarizó, y cuyos expedientes eran tan pobres que constituian un impedimento para encontrar empleo, decidio buscar una casa donde pudieran encontrar refugio y la oportunidad de reformar sus vidas. Con sus propios ahorros, fundó ella sola la casa en la calle 24 pero después se le unieron dos amigas (Mary Finnegan y Katherine Dune). Cada mujer que solicitaba admisión era recibida sin una solicitud formal y sin importar su forma de pensar o su reputacion. Este trabajo caricativo tuvo desde su comienzo la aprobación de las autoridades eclesiásticas, y a medida que se fue conociendo más, aumentó mayormente el número de solicitantes, por lo que fue necesario su traslado a una vivienda mayor.
La señorita O’Keefe había siempre valorado la idea de formar una comunidad normal para la perpetuidad de su trabajo y para hacer reparación a nuestro Salvador en el Santisimo Sacramento. El arzobispo (cardenal) Farley, aprobó su instituto en septiembre de 1903, bajo el título de “Hermanas de Reparación de la Congregación de María”. A la señorita O’Keefe se le nombró superiora de la congregación con el título de Madre Zita, Katherine Dune (Hermana María Magdalena), habiendo tomado el hábito en su lecho de muerte. Una postulante de un año y una novicia de dos, tenían que servir; los votos perpetuos se hicieron después de cinco años. En 1906, la Madre Zita visitó su tierra natal y regresó con cinco novicias, elevando para el 1912 el número de miembros a quince. En 1907, una sucursal de la casa se fundó en el este de la calle 79. Una de las hermanas siempre dormía cerca de la puerta, puesto que uno de los reglamentos de la comunidad era que a nadie se le negaría la admisión, a cualquier hora del día o de la noche; la observancia de este reglamento hizo necesario que las hermanas le cedieran sus propias camas a los humildes huéspedes. A las mujeres se se les resguardaba por el tiempo que ellas quisieran quedarse allí. Si eran de cuerpo sano, tenían que ayudar en el lavadero o en la costura, el único sustento de la casa; si estaban enfermas se les cuidaba o se ls enviaba al hospital. A los internos se les exigía que atendieran a la misa los domingos y los días santos por obligación, pero esta era la única distinción entre los internos de diferentes religiones. Las hermanas también visitaban a los pobres en los hospitales y les proporcionaban comidas gratis a los hombres que se encontraban sin trabajo. El número de mujeres acomodadas cada noche era de 100 a 125. El promedio de comidas suministradas a los hombres sin trabajo eran 65.
Traducido al español por Carlos B. Vega