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Martes, 3 de diciembre de 2024

Experiencias carismáticas

De Enciclopedia Católica

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El siguiente artículo reproduce los comentarios de uno de los mejores teólogos del período post-conciliar, el internacionalmente conocido teólogo jesuita Fr. Bertrand de Margerie (ya fallecido), quien habló en Búfalo para el Capítulo Credo de la CUF el 29 de abril de 1976. En una sesión de preguntas y respuestas luego de su magnífica conferencia sobre “Los Dones del Espíritu Santo a la Iglesia” (publicada en la Revista de Justicia Social, febrero de 1977), se le preguntó qué pensar de las alegadas “experiencias carismáticas”, y su respuesta se informa a continuación: James Likoudis

Experiencias Mediatas e Inmediatas: Problemas con los Carismas

En cuanto a las preguntas de nuestro amigo James Likoudis se refiere, yo diría que ciertamente hay problemas difíciles. La gente que reclama el don de hablar en lenguas, de causar curaciones, bien, si ese es el caso, si reclaman tales dones, esto me dejaría bastante perplejo y particularmente me haría temer que si los dones fuesen auténticos, al ser reclamados se perderían. Es decir, recuerdo que en general (y aunque uno podría citar a San Pedro en Hechos 3,1-12, en el sentido contrario) los santos que poseían estos dones, particularmente el de hacer milagros, sanaciones, etc., más bien deseaban esconderlos que reclamarlos. Ahora bien, esto, por supuesto, no agota el problema, y así, pienso que ustedes saben bien que en el mundo moderno muchos no tienen un gran interés en los misterios de ángeles y demonios. No, y ustedes saben también que una pequeña minoría de apóstoles de cultos satánicos está muy fascinada. Sin embargo, me parece que uno no puede entender el Misterio de la Iglesia y varios dones sin recurrir a la consideración de los santos ángeles en la Iglesia y de las posibles actividades de los diablos contra ella.

Esta tarde, mientras me preparaba para nuestra reunión, leía los artículos de la Suma de Santo Tomás de Aquino referentes a las posibilidades de que los diablos profeticen y que hagan milagros. En el tratado sobre Profecía en la Parte II de la Parte II, Pregunta 173, art. 5, I, quedé muy impresionado de ver que Santo Tomás reconoció que, después de todo, los diablos, puesto que son ángeles, espíritus puros y dominan el mundo cósmico, pueden hacer muchas cosas que los hombres y mujeres de esta tierra no podemos.

Conocen muchas cosas, incluso en un modo real, que nosotros no podemos conocer. Y así, a base de su conocimiento, ellos simulan profecías y milagros. El Doctor Angélico no cree que puedan hacer verdaderos milagros, que puedan ser verdaderos profetas, pero sí pueden, dice él, comunicar algunos aspectos de su conocimiento al hombre. Me parece que, si leemos el capítulo 7 del Evangelio según San Mateo, Cristo explícitamente prevé que los demonios harán cierta cantidad de cosas extraordinarias---alegadas cosas extraordinarias---y de algún modo pondrán en dificultad a los propios discípulos de Cristo.

“Muchos me dirán aquel Día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios y en tu nombre hicimos muchos otros milagros?’ Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí, apartaos de mí, agentes de iniquidad!’” (Mt. 7,22).

Y los Padres de la Iglesia, los Doctores de la Iglesia, al reflexionar en tales textos, han reconocido que podría haber cosas reclamadas por los hombres como profecías y milagros, y que en realidad son operadas por los diablos en base a su poder natural. Esto no significa, por supuesto, que proceden de los demonios todas las curaciones, todas las profecías de las que oímos. Esto significa que no es tan fácil estar seguro de su procedencia.

Y reconozco que cierto número de ellos puede proceder del Espíritu Santo; algunos pueden ser puros fenómenos naturales. Sin embargo, creo que el punto principal es hacer lo que hacían los santos---relativizar todo esto: dones de lenguas, dones de sanación---todo esto es secundario. A los ojos de Pablo, el don de profecía (es decir, la explicación carismática de las Escrituras) es a su vez secundario en comparación con el supremo carisma de la Caridad. Ciertamente, me parece que hoy día hay en nuestro mundo una fascinación (especialmente, debo reconocer en el mundo anglo-sajón, pero no sólo en él) una fascinación alrededor de este término “EXPERIENCIA”. Y, por supuesto, los carismáticos, en el sentido de miembros de la Renovación Carismática, saben mejor que yo cuáles son no sólo las ventajas sino los peligros que conlleva el Movimiento. Y así, probablemente ellos saben también mejor que yo, como este recurso (del que oímos tan a menudo hoy día) a la experiencia es realmente la ocasión de graves confusiones.

Si buscan en diccionarios filosóficos la definición del término “experiencia”, encontrarán unanimidad en que experiencia implica evidencia e intuición. En otras palabras, la experiencia es un conocimiento inmediato. Ahora bien, es precisamente contra la pretensión de un conocimiento inmediato y terrenal de Dios y de su acción, que San Pablo advirtió a los corintios en los capítulos 13 y 14 de la Primera Epístola a los Corintios. Es una doctrina de fe lo que Pablo expuso en el capítulo 13 cuando dijo que “Aquí abajo vemos como en un espejo” y es sólo después de la muerte (excepto, por supuesto, en la hipótesis de un acto de visión beatífica antes de la muerte que algunos teólogos han considerado posible) que llegamos a la evidencia, la intuición, la experiencia inmediata de Dios---si con esperanzas, llegamos a ella.

Y así veo hoy día la necesidad urgente de recordar tales verdades que me parecen sorprendentemente ausentes del panorama teológico contemporáneo, y de nuevo, particularmente asombrosamente ausentes de las reglas generales cautamente elaboradas, criterios teológicos sobre los carismas presentados en Bélgica hace tres o cuatro años por un grupo internacional de teólogos católicos, quienes también le dieron a esto tan fascinante modo de la exaltación de la experiencia. Después de todo esto, deseo añadir que uno puede hablar de la experiencia mediata. Y creo que esto es lo que realmente tiene en mente mucha gente dentro y fuera de la Renovación Carismática. Ellos en realidad no quieren, si son razonables, hablar de una experiencia inmediata; ellos desean hablar de una experiencia mediata.

Pero las consecuencias de tal distinción son de mucha trascendencia. Por ejemplo, este grupo de teólogos internacionales en Lovaina hablaba de una experiencia más o menos mediata del Espíritu Santo. No puedo en el nivel de mis sentidos ni incluso de mis ideas---sin la revelación en palabras y obras (la revelación a través de la mediación de palabras y hechos humanos)---no puedo distinguir al Espíritu Santo del Padre o el Hijo, ni puedo aquí abajo ver (si no estoy admitido a la visión beatífica) la esencia divina del Espíritu Santo. Y no puedo, por supuesto, a base de las convicciones de fe (que es diferente de la experiencia, pues fe es un conocimiento por medio de conceptos humanos de la palabra divina en lenguaje humano)---a base de la fe puedo decir que probablemente experimento la acción del Espíritu; puedo juzgar sin pretender una certeza infalible que estoy en un estado de gracia. Si tengo una experiencia inmediata del Espíritu, podría estar absolutamente seguro de estar en un estado de gracia. Y esto es, sin revelación privada (en palabras), imposible aquí abajo.

Y así parece que debemos corregir nuestros modos de hablar para evitar el lenguaje de experiencia o justificarla con el adjetivo mediata. De otro modo, puesto que aquellos que nos oyen también leen y oyen a las personas que usan la palabra “experiencia” en su significado filosófico normal y universalmente aceptado de evidencia inmediata, los estamos induciendo al error. Incluso aunque nuestra caridad alcanzase a Dios inmediatamente, y aunque la acción de Dios sobre nosotros también pueda ser inmediata, no tenemos experiencia inmediata de ella.

Así, puedo decir que sin embargo existen, y siempre han existido en la Iglesia durante los últimos veinte siglos, dones extraordinarios de sanación, de profecía (en el sentido de revelar anticipadamente eventos futuros, actos de libertad contingente, etc.) y de hablar en lenguas. Pero yo diría que precisamente es una de las trampas del diablo tratar de retener demasiada de nuestra atención acerca de estas cosas secundarias en detrimento del carisma mayor de profecía (en el sentido de transmisión de la Revelación Divina) y del aún mayor carisma de la Caridad. Así el mismo discernimiento de espíritus nos inclina a relativizar todas estas cosas secundarias, reconociendo en ellas posibles dones de Dios y a declarar que, después de todo, que para nuestra propia salvación y para la salvación de otros, no necesitamos conocer estas cosas. Sólo continuemos edificando la Iglesia con los carismas que ya hemos recibido y de los cuales no nos declaramos muy seguros.

[en respuesta a otra pregunta]

Lo que dije exactamente fue esto: que uno podría conocer a través de una revelación privada si uno está en un estado de gracia y conocerlo con certeza moral. Sin embargo, por supuesto, tenemos la enseñanza de San Juan de la Cruz que nos invita a ser muy cuidadosos con las revelaciones privadas. Y he ahí que vuelve a nosotros el problema de la autenticidad de una revelación privada. Vemos cómo los santos sufrieron con este problema. No quise decir---cuando dije que por medio de una revelación privada uno podía saber si estaba en estado de gracia---que esta revelación privada por sí misma era una experiencia inmediata de Dios (porque una revelación privada es en palabras u obras). Pero el objeto de la revelación privada, saber si uno está en estado de gracia, bien, trasciende un poco las palabras. De modo que no niego bajo este ángulo la posibilidad de conocer con certeza moral que uno está en estado de gracia. Pero aún así, saber eso aún no es la experiencia inmediata de Dios, la cual sólo puede ser la visión cara a cara.

En la medida en que estoy sólo en un estado de gracia y no todavía en el estado de gloria (incluso conociendo eventualmente con certeza absoluta que estoy en un estado de gracia) no tengo la experiencia inmediata de Dios. En otras palabras, lo que todo esto significa es que estamos todavía en un valle de lágrimas; todavía no estamos en el Paraíso ni en el Cielo; y hay un peligro que es precisamente el peligro señalado por San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios: pensar que ya pura y simplemente hemos resucitado de entre los muertos. En otras palabras, todavía estamos en la Iglesia Peregrina. Todavía no pertenecemos a la Iglesia Triunfante. Y detrás de toda esta fascinación por la experiencia hay un triunfalismo inconsciente. Esta no es una expresión quizás no muy usada aquí, pero sí en Europa, es decir, los sentimientos, el estado mental de aquellos cristianos que están siempre en victoria como si el cielo y la tierra ya hubiesen pasado y como si ya estuviesen instalados en la gloria de Dios.

[en respuesta a la última pregunta]

Pienso que esta pregunta (acusando a la Renovación Carismática de subjetivismo, elitismo y gnosticismo) nos recuerda que hay peligros que ya hemos señalado, por ejemplo, en la Carta Pastoral colectiva de la Conferencia Episcopal Canadiense. Pero no hay sólo peligros. En esa misma carta, los obispos canadienses también señalan cierto número de valores a los cuales la gente, muchos de entre los católicos carismáticos, están profundamente adheridos. Y debo reconocer que el subjetivismo es un peligro no sólo para los católicos carismáticos sino para todos y cada uno de nosotros. Y debo decir que es precisamente porque pienso que se ha puesto demasiado énfasis en los “Yo’s”, individualidad, etc., que escogí como título de mi conferencia “Los carismas datos por el Espíritu Santo a la Iglesia”---a través de la Iglesia, para la Iglesia, en la Iglesia. Y ciertamente reconozco con la persona que formuló la pregunta---y esta sería mi humilde súplica a nuestros hermanos carismáticos---que en su modo de hablar, aludan mucho menos, si es posible, a cualquier clase de experiencia individual, porque estas experiencias individuales son dudosas, e incluso si son ciertas, son incomunicables.

Y así parece altamente deseable que nos desliguemos de nuestros propios sentimientos particulares, etc.---para incorporarnos a la experiencia mediata de la Iglesia, y que sustituyamos el lenguaje de experiencia individual por el lenguaje de la experiencia mediata eclesial.


Traducido del inglés por Luz María Hernández Medina