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Martes, 5 de noviembre de 2024

Eugenio IV, Papa

De Enciclopedia Católica

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Gabriello Condulmaro, o Condulmerio, nacido en Venecia el 4 de marzo de 15 y fallecido en Roma el 23 de feb de 1447. Procedía de una rica familia veneciana y era sobrino, por parte de madre, de Gregorio XII. Su presencia personal era principesca e imponente. Alto, delgado con un notable rostro de triunfador. Cuando ya tenía mucha edad entró en posesión de una gran riqueza. Distribuyó 20.000 ducados al los pobres y dando la espalda al mundo entró en el monasterio agustiniano de S. Jorge en su ciudad natal. A la edad de veinticuatro fue nombrado por su tío para obispo de Siena, pero como la gente de esa ciudad se oponía al gobierno de un extranjero, renunció al obispado; en 1408, fue creado cardenal-presbítero de S. Clemente. Rindió señalados servicios al papa Martín V por sus trabajos como legado en Picenum (Marca de Ancona) y más tarde reprimiendo una sedición de los boloñeses.

Como reconocimiento a sus habilidades, el cónclave reunido en Roma en la iglesia de Minerva, después de la muerte de Martín V, eligió al cardenal Condulmaro como papa en el primer escrutinio. Tomó el nombre de Eugenio IV, similar al de Eugenio III. Su reinado estaba destinado a ser tormentoso y hay que reconocer que muchas de esas dificultades se debían a su propia falta de tacto que le enajenaron todos los partidos. Por los términos de la capitulación que firmó antes de la elección y que fue después confirmada por una bula, Eugenio aseguró a los cardenales la mitad de todos los ingresos de la iglesia y prometió consultarles en todas las cuestiones de importancia relativas a los asuntos espirituales y temporales de la iglesia y los estados pontificios. Fue coronado en S. Pedro el 11 de marzo de 1531. Eugenio continuó en el trono con la simple rutina de la vida monástica, dando muy buen ejemplo por su regularidad y verdadera piedad. Pero su odio del nepotismo, el único defecto de su gran predecesor, le llevó a un fiero y sanguinario conflicto con la casa de los Colonna, que hubiera resultado desastroso para el papa si Florencia, Venecia y Nápoles no hubieran venido en su ayuda. Se organizó una paz en virtud de la cual los Colonna rendirían sus castillos y pagarían una indemnización de 75.000 ducados. Apenas se había evitado este peligro cunado Eugenio se vio envuelto en un asunto más serio, que duraría todo su pontificado.

Martín V había convocado el Concilio de Basilea que se abrió con una asistencia muy escasa el 23 de julio de 1431. Desconfiando del espíritu reinaba en el concilio, Eugenio lo disolvió con la bula del 18 dic., 1431, para que volviera a reunirse dieciocho meses después en Bolonia. No hay duda de que el ejercicio de esta prorrogativa papal hubiera sido necesario más tarde o más temprano, pero parece poco prudente el haber tomado esta decisión antes de que el concilio hubiera dado pasos en la dirección equivocada de una forma abierta. Se enajenó a la opinión pública y pareció dar la razón a quienes decían que la Curia se oponía a las medidas de reforma. Los prelados de Basilea rehusaron separarse y sacaron una encíclica a todos los fieles en la cual proclamaban su determinación de continuar sus trabajos. En esto tenían el apoyo de todos los poderes seculares y el 15 de feb. de 1432, reafirmaron la doctrina galicana de la superioridad del concilio sobre el papa ( ver CONCILIO DE CONSTANZA). Una vez que fallaron todos los intentos de que Eugenio retirara la bula de disolución, el concilio, el 29 de abril, reclamó la presencia del papa y todos sus cardenales en Basilea antes de tres meses o serían condenados por contumacia. El cisma parecía inevitable aunque Segismundo, que había llegado a Roma para su coronación (31 de mayo 1433), logró retrasarlo. El papa retiró la bula y reconoció al concilio como ecuménico el 15 de diciembre de 1433.

En mayo de 1434, estalló una revolución en Roma, fomentada por los enemigos del papa. Eugenio, disfrazado de monje, y apedreado, escapó por el Tíber hacia Ostia, desde donde los amigables florentinos le llevaron a su ciudad y le recibieron con una ovación. Residió en el convento dominicano de Santa María Novella y envió a Vitelleschi, militante obispo de Recanati, para restaurar el orden en los estados Pontificios.

La prolongada estancia de la corte romana en Florencia, que entonces era el centro de la actividad literaria, dio un enorme ímpetu al movimiento humanístico. Durante su estancia en la capital toscana, Eugenio consagró la hermosa catedral, recientemente terminada por Brunelleschi.

Mientras tanto la ruptura de la Santa Sede y los revolucionarios de Basilea fue completa ahora que estaban completamente controlados por el partido radical dirigido por el cardenal d'Allemand, de Arlés. En este momento nuestras simpatías están completamente de parte del pontífice, porque la camarilla que asumió el nombre de autoridad de un concilio general era completamente subversivos de la constitución divina de la iglesia. Al abolir todas las fuentes de los recursos papales y restringir de toda forma posible las prerrogativas papales, trataban de reducir a la cabeza de la iglesia a una mera sombra. Eugenio contestó con una llamada digna a los poderes europeos. La lucha llegó a su crisis en materia de las negociaciones para la unión con los griegos. La mayoría de Basilea estaba a favor de celebrar un concilio en Francia o Saboya. Pero la geografía estaba contra ellos. Italia era más conveniente para los griegos y declararon a favor del papa, lo que provocó al partido radical de Basilea que entonces emitió (3 julio) un monitum contra Eugenio, amontonando toda clase de acusaciones sobre él.

En respuesta el papa publicó (18 de septiembre) una bula en la que trasladaba el concilio a Ferrara. El concilio declaró inválida esa bula y amenazó con deponer al papa, pero en verdad fue un golpe mortal para los adversarios de la supremacía papal. Los líderes mejor dispuestos, sobre todo a los cardenales Cesarini y Cusa, les abandonaron y fueron a Ferrara donde se reunió el concilio. Eugenio lo inauguró el 8 de enero de 1438, bajo la presidencia del cardenal Albergati.

Las deliberaciones con los griegos duraron algo más de un año y se concluyeron en Florencia el 5 de julio de 1439 por el Decreto de Unión y aunque la unión no era permanente aumentó mucho el prestigio papal. La unión con los griegos fue seguida por la de los Armenios, el 22 de noviembre, la de los Jacobitas en 1443 y de los Nestorianos en 1445. Eugenio se empleó a fondo para levantar a las naciones de Europa para resistir a los avances de los Turcos. Una poderosa coalición se formó en Hungría y una flota salió hacia el Helesponto. Los primeros éxitos de los cristianos fueron seguidos, en 1444, por la tremenda derrota de Varna.

Mientras tanto el cada vez más disminuido conventículo de Basilea avanzaba por la senda del cisma. El 24 d enero de 1438 se pronunció la suspensión de Eugenio paso al que siguió su deposición el 25 de junio de 1439 acusado de conducta herética respecto al concilio general. Y para coronar todo esto, los sectarios, ahora reducidos a 1 cardenal y 11 obispos, eligieron a un antipapa, el duque Amadeo de Saboya: Felix V. Pero la Cristiandad que había experimentado los horrores del cisma, repudió este paso revolucionario y antes de su muerte, Eugenio tuvo el consuelo de ver a todo el mundo cristiano, al menos en teoría, obediente a la Santa Sede. Los Decretos de Florencia han sido desde entonces una base sólida de la autoridad espiritual del papado.

Eugenio se aseguró su posición en Italia con un tratado, 6 julio 1443, con Alfonso de Aragón, al que confirmó como rey de Nápoles y tras un exilio de casi diez años entró triunfalmente en Roma el 28 de sept. 1443. El resto de sus años los dedicó a mejorar la triste condición de Roma y a la consolidación de su autoridad espiritual entre las naciones de Europa. Fue incapaz de hacer que los tribunales franceses suprimieran la antipapal Pragmática Sanción de Bourges (7 julio, 1438), pero a través de prudentes compromisos y la habilidad de Æneas Silvius, tuvo notable éxito en Alemania. La víspera de su muerte (5 feb.1447) firmó con la nación alemana el llamado Concordato de Francfort o del Príncipe, una serie de Bulas en las que tras largas vacilaciones y contra el consejo de muchos cardenales, reconocía, con alguna reserva diplomática, las persistentes llamadas alemanas a un nuevo concilio en una ciudad alemana, el decreto obligatorio de Constanza (Frequens) sobre la frecuencia de tales concilios, su autoridad ( y la del los concilios generales), pero a la manera de sus predecesores, de los que declaró que no tenía intención de diferir. El mismo día publicó otro documento, el llamado "Bulla Salvatoria", en el que afirmaba que a pesar de esas concesiones, hechas en su última enfermedad cuando estaba incapacitado de examinarlas con cuidado, no pensaba hacer nada contra las enseñanzas de los Padres, o contra el derecho y autoridad de la Sede Apostólica ( Hergenröther-Kirsch, II, 941-2). Ver PIo II; GREGORIO de HEIMBURG.


Bibliografía.


RAYNALDUS, Annales, ad ann. 1431-47; VESPASIANO DA BISTICCI, Commentario della vita di Eugenio IV e Nicola V etc. in MURATORI, Script. rer. Ital., XXV, 251; POCCOLOMINI, ibid., III (ii), 868-904; Tiara et purpure Veneta (Venice, 1761), 5-15, 50-53, 344-48; CHRISTOPHE, Hist. de la papauté au XV siècle (Paris, 1863), II, 94-359; ALBERT, Papst Eugen IV (Mainz, 1885); ARNOLD, Rep. Germ. etc. (Berlin, 1897), I; GEBHARDT, Die Gravamina d. deutsch. Nat. gegen den röm. Hof (Breslau, 1895); PASTOR, Gesch. der Päpste, etc. (6th ed.), I, 280 sqq., ibid. tr. ANTROBUS (St. Louis, 1902); HEFELE, Conciliengesch., VII (ii); DÜX, Der deutsche Kardinal Nich. Von Cusa und die Kirche seiner Zeit (Ratisbon, 1847); MONTOR, Hist. of the Popes (New York, 1867), II; see also literature on the Councils of Basle and Florence and on Humanism and Renaissance in CHEVALIER, Bio-bibl., 1399-40, and HERGENRÖTHER-KIRSCH, dKirchengesch. (1904), II, 907-9.


JAMES F. LOUGHLIN

Transcrito por WGKofron , con agradecimiento a Fr. John Hilkert, Akron, Ohio.

Traducido por Pedro Royo