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Sábado, 27 de abril de 2024

El Guerrero del Caballo Blanco

De Enciclopedia Católica

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Presentación

Al tiempo de celebrar la cultura mexicana quinientos años de haberse gestado, con el ánimo de contextualizar una pieza por demás interesante y relacionada a tal efeméride, se ofrece en este apartado el análisis iconográfico del relieve de Santiago “Mataindios” [2] que se conserva en el altar principal de la iglesia a él dedicada en Tlatelolco.

La imagen

Desde hace ya muchos años, la iconografía se ha desarrollado como un instrumento en la historia del arte, que gracias a las herramientas desarrolladas por Aby Warburg, Erwing Panofsky y Ernst H. Gombrich permite describir, analizar y clasificar con soltura, profundidad y relevancia las imágenes de personajes, temas o tradiciones, por lo que parece oportuno aplicar este análisis al relieve jacobeo conocido como Santiago Mataindios que llega hasta nuestros días como evidencia del gran retablo que ocupaba el altar mayor de la segunda iglesia levantada por los hermanos menores en Tlatelolco bendecida y dedicada en 1610.

Este relieve elaborado en madera estofada y policromada, realizado muy probablemente por un entallador indígena llamado Miguel Mauricio, “de mucho y delicado ingenio”, alumno del Colegio Imperial de la Santa Cruz de Tlatelolco, atribución que se realiza con base a las crónicas de fray Juan de Torquemada, quien deja constancia de haber sido este, uno de los partícipes principales en la elaboración del retablo que ocupó el templo.[3]

En los albores de la Conquista de México, el culto a Santiago el Mayor (santo patrón de España) se expandió rápidamente por Mesoamérica, transformando la interpretación eurocéntrica del intrépido jinete sobre corcel blanco que apareció en la batalla de Clavijo, y que es conocida como Santiago Matamoros, por el Santiago Mataindios, esto, a raíz de varias batallas libradas en la conquista del nuevo mundo, en las que se tienen diversos testimonios de su protección sobrenatural en la que su intervención fue decisiva para alcanzar la victoria, por ello no es ajeno que las representaciones del apóstol-guerrero, como arquetipo de los conquistadores, se encuentren a lo largo del territorio que otrora ocuparon los virreinatos que dependían de la monarquía española.

Descripción de la imagen

Ahora bien, sobre el relieve que es motivo de este análisis, ha de enfatizarse que es una obra única por los motivos que en él se observan. En un espacio de formato vertical se presenta ante un cielo abierto, una enérgica escena de lucha en la que sobresale la figura de un hombre maduro barbado de tez clara que va sobre un gran caballo blanco con los arreos propios, el jinete porta un sombrero de ala ancha con plumas de avestruz y del que sobresale la figura de un león, viste dorada túnica ceñida a la cintura y una capa, luce una especie de pechera- escapulario en la que destaca a la altura del pecho una cruz latina roja de gules que simula una espada y en sus brazos remata con una flor de lis, ambas manos lucen cubiertas por guantes que se extienden a lo largo del brazo, teniendo la mano siniestra controlando el corcel y la diestra dando señal de avanzada enarbolando una espada, y bien posicionadas sobre los estribos del caballo, se posan sus piernas cubiertas por mallas blancas y botas que le llegan por debajo de las rodillas. Este caballero aparece acompañado de un grupo de cuatro guerreros armados que surgen al costado izquierdo de la composición, vestidos a la usanza peninsular, portando yelmo y peto de hierro.

Hacia el extremo inferior derecho se observan tres hombres de piel morena y rasgos amerindios, los cuales se cubren las partes pudendas con una especie de maxtlatl entre la cintura y los muslos, se observan instrumentos de guerra llamados macahuitl y espadas de obsidiana, estos lucen vencidos y desmembrados, junto a unos paños y lo que serían otras extremidades mutiladas, personajes sobre los que pareciera dar un brinco el caballo para abatirlos, muy cerca de ellos, al fondo aparecen dos guerreros jaguares, uno portando un tocado de plumas llamado copilli.

Consideraciones

Es así como el entallador interpretó seguramente por indicaciones de fray Juan de Torquemada, la historia de Santiago Matamoros, adaptándola al contexto mexicano, con relación a las batallas acaecidas en Tlatelolco. Patricia Díaz Cayeros resalta lo complejo y bien ideado de esta composición basada en la iconografía jacobea originada en España y a la pictografía prehispánica, en primer lugar plantea que Santiago se enfrenta a los indígenas que están bajo el caballo, los cuales se pueden identificar como tlatelolcas- mexicas, que a diferencia de los guerreros jaguar que se encuentran de pie, se posiblemente son representaciones de los aliados tlaxcaltecas y no enemigos de batalla. Sobre la presencia de los cuerpos desmembrados enfatiza que estas imágenes eran usadas sólo en las escenas de sacrificio ritual o cosmogónico, del que dice, ejemplificaban el inicio de un nuevo ciclo. [4]

En este ámbito, el proceso que se vive con la conquista de los territorios mesoamericanos, aún en los albores del siglo XVII, se presenta el bien ideado esquema ejecutado en este relieve, como parte de una nueva época, exaltando el papel del apóstol Santiago, que igual que en España se tomó como defensor de la fe, planteando esta imagen ante el pueblo de los conquistados como paradigma de la hegemonía, lo cual generó una nueva cosmovisión que permitió integrar, especialmente en los naturales al Señor Santiago, como un poderoso protector, convirtiéndolo en Santo Patrón a quien se dedicaron bastantes iglesias y pueblos, desatándose incluso narraciones en las que ahora Santiago interviene a favor de los indígenas.

Si bien en el arte novohispano se encuentran bastantes representaciones del santo jacobeo, como apóstol, peregrino, o guerrero, es difícil encontrar más ejemplares con las particularidades del relieve que se encuentra en la iglesia franciscana de Tlatelolco, convirtiéndolo así en una pieza notable, no sólo por la calidad técnica o vestigio material de que ha logrado llegar íntegra hasta nuestros días, sino también por el mensaje iconográfico tan complejo que posee, convirtiéndolo en una evidencia memorial del proceso histórico que se gestó en este lugar hace cinco siglos.

Héctor Quintero López

Notas

[2] Nombre reciente que adquiere esta representación a causa de la publicación realizada por Francisco de la Maza, especialista de arte novohispano a mediados del siglo pasado, que varía por mucho en la forma que los indios conquistadores entendieron en su tiempo esta representación al apropiarse del culto jacobeo.

[3] Torquemada, Fray Juan de. Monarquía Indiana, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1977, 255.

[4] Patricia Díaz Cayeros, Revelaciones. Las Artes en América Latina, 1492-1820, México, Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 269.