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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Ejercicio a Jesús con la Cruz a cuestas

De Enciclopedia Católica

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EJERCICIO MUY DEVOTO PARA ACOMPAÑAR A NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CON LA CRUZ ACUESTAS

DISPUESTO POR EL BACH. D. SALVADOR ANTONIO VERDÍN, SACERDOTE DE LA CONGREGACIÓN DEL ORATORIO DE S. FELIPE NERI DE GUADALAJARA, Á PETICIÓN DE UNA RELIGIOSA CAPUCHINA DEL CONVENTO DE SR. S. JOSÉ DE LA VILLA DE LAGOS. ZACATECAS. 1905


CONSIDERACIÓN I. Ea, alma amante de Jesús, son ya las once del día: llégate con presteza a la casa de Pilatos, y lleva prevenidos mares de lágrimas para llorar lo que allí verás. Acércate a oír el ruido, gritos y vocería de los soldados; el estruendo de las armas; y mira el espectáculo más tierno y doloroso que vieron los siglos. Atiende cómo después de más de cinco mil azotes que ha recibido tu. Redentor en su sacratísimo cuerpo; después de tener su santísima cabeza traspasada con setenta y dos agudísimas espinas que penetraban hasta el cerebro, llegan aquellos malditos verdugos, y con palabras feas y malas, ponen sobre sus molidos hombros el pesadísimo madero de la cruz, que, según San Gregorio Niceno, era de encino, y tenía quince palmos de largo, que hacen tres varas y tres cuartas; y ocho de brazos, que componen dos varas. He aquí al inocente Abel, a quien la envidia saca al campo para quitarle la vida: al obediente Isaac, que lleva en sus hombros la lefia al monte, en donde ha de ser sacrificado. Mira cómo a golpes y empellones le hacen salir a andar aquel largo camino de mil trescientos veintiún pasos, que tanto había, como dice Andricomio, de la casa de Pilatos al monte Calvario. Toma ánimo, abre los ojos, éntrate por la multitud de gente que ha ocurrido: mira, mira como ya lo sacan estirando de una soga al cuello como jumento: atiende cómo va temblando todo el santísimo cuerpo, rasgadas y despedazadas sus carnes y desvanecida la cabeza con el dolor de las espinas, con los gritos y falta de sangre: ciega la vista y turbada por la hinchazón de los ojos; tapados con la misma sangre los oídos y las narices; abierta la boca santísima y toda ensangrentada; acelerada la respiración por el peso de la cruz y la violencia con que lo llevan, que era tanta por el deseo de quitarle la vida, que estirando violentísimamente el que llevaba la soga, y rempujado con un grandísimo empellón los que venían atrás, a los ochenta pasos cayó en tierra tu dulcísimo Redentor, y dio con sus santísimas rodillas en las piedras, renovándose a la fuerza del golpe todos los dolores de su cuerpo. ¡Oh alma, alma cristiana! ¡para cuándo son las lágrimas de sangre! ¡Para cuándo partirse de dolor el corazón! ¿Conoces a este hombre? ¿Sabes quién este preso? ¿Quién le ha puesto en esta figura? ¿Quién le ha derribado al suelo tan a pocos pasos con tan lastimosa caída? ¡Quién había de ser, sino las caídas de los malos pensamientos con que tan ligeramente corriste los primeros pasos de tu niñez! Ellos, ellos son los cruelísimos verdugos que con su desenfreno, soberbia y altivez han tirado por los suelos a tu dulcísimo Redentor ¡Oh caídas, oh pecados de pensamiento cuál es vuestra crueldad y tiranía!

Medita este primer paso el tiempo que tu devoción te moviere, después dirás el siguiente:

ACTO D E CONTRICION ¡Oh Jesús dulcísimo! ¿Qué es esto que he visto? ¿Qué espectáculo ha pasado por mis ojos? ¿Es posible, amor mío, es posible que algún tiempo fui tan malo? ¿Es posible que me criaste y nací para servirte; y cuando sólo había de tener entendimiento para conocerte, voluntad sólo para amarte; ¿cuándo aún eran pocas primicias de mi obligación haberse ardido de amor mi corazón, me aparté de ti a los primeros pasos de mi niñez con el desvarío de mis locos y malignos pensamientos, corriendo con ellos con tanta ligereza, que parece sólo había sido criado para injuriarte, sólo había nacido para ofenderte? ¡Oh Dios mío amantísimo! ¿Cómo puedo acordarme de esto y quedar vivo? Ahora conozco que soy más que de piedra: te miro tan lastimosamente caído por mis primeras caídas, y no me caigo muerto de dolor. ¿Para cuándo guardo mi vida, habiendo sido causa de tu muerte? Yo, Dios mío, yo merezco esos dolores, afrentas é ignominias, pues son mis culpas quien las ha causado. ¡Oh, quién muriera de dolor al considerarte ofendido! ¡Oh bondad infinita, tan inicuamente por mi atrevimiento despreciada! Ea, dulce bien mío, Padre de misericordia, levántate de esa lastimosa caída, mis lágrimas y el dolor que tengo de haber pecado. ¡Oh si antes hubiera mil veces perdido la vida! Y si ingrato he de volver a ofenderte, piérdala luego en este instante, que no la quiero más de para amarte, servirte y agradarte hasta la muerte. Amén. Rezarás un Credo.


CONSIDERACIÓN II. Llégate, alma devota, a tu amorosísimo Jesús, caído en el suelo por tus culpas; y pues ellas fueron los ingratos verdugos que le arrojaron, ofrécele, para que se levante, tu corazón lleno de dolor y arrepentimiento, y acompáñale en el largo camino que le queda. Considera cómo con esta caída y los golpes que se dio en las piedras, y los que le dieron los verdugos, quedó aquel santísimo cuerpo sumamente quebrantado: míralo cómo va caminando con mayor flaqueza y temblor; y como, los pasos van ya más lentos y cansados, crece la furia de sus enemigos y le dan más crueles y recios golpes. Mira cómo pasando tu humildísimo y dolorosísimo Redentor bajo de los balcones y ventanas, le arrojan de ellas asquerosísimas aguas, diciéndole muchas injurias, como afirma San Buenaventura. Oye, haciéndosete pedazos de dolor el corazón, oye la sentencia que le van pregonando, dictada por tus pecados y ejecutada por la judaica malicia: Poncio Pilato, presidente de Jerusalén, manda y decreta que sea crucificado Jesús Nazareno por falso profeta, engañador de las, gentes, inquietador de la república, sembrador de doctrinas falsas y nigromántico que, con pacto con los demonios, obra fingidos milagros, valiéndose para ello de Belcebú, príncipe del Infierno: y por tirano usurpador de reinos, y traidor al César, emperador de los romanos. ¿Qué dices, alma cristiana? ¿Te pasmas? ¿Te asombras de oír contra la santidad por esencia tan execrables testimonios? ¿Te espantas de ver cómo corresponde aquel ingrato pueblo a tantos beneficios? Pues pásmate, y suelta sin cesar las corrientes a tus ojos, viendo que tú, tú has sido la ingrata, que con licenciosas palabras has dictado la sentencia, después de hallarte obligada con los muchísimos beneficios que sabes has recibido de este mismo Señor, a quien has sentenciado, y otros innumerables que no conoces. ¡Oh Dios santísimo! ¡Oh alma ingratísima! Coteja la paciencia, amabilidad y modestia de tu Redentor, al oír tan infames injurias, con tu ira, desasosiego e inquietud al oír cualquiera palabrilla de desprecio; al imaginar que no eres respetado como tu altivez y soberbia te representa que se debe; y mira cómo la rabiosa furia y prisa de sus enemigos, dando más recios golpes a tu Redentor, le hicieron caer segunda vez en la puerta judiciaria, como dice Andricomio, ensanchándose con nuevo dolor y pena todas las heridas anteriores. ¡Oh caídas! ¡Oh culpas de palabras, y qué caro costáis á mi Redentor!

Medita el espacio que quieras.


ACTO DE CONTRICION ¡Oh inocentísimo Redentor de mi alma, Jesús dulcísimo, caído segunda vez con el peso de la cruz por las repetidas caídas de mis licenciosas, vanas y desenfrenadas palabras! ¿Cómo Dios mío, no se abren mil abismos para castigar mis desenfrenados atrevimientos? ¡Oh! ¡Quién tuviera mares de lágrimas para llorar incesantemente mis indecibles culpas! Yo, dolorosísimo Señor, yo he sido la causa de esta tan lastimosa caída. ¡Oh si al pronunciarlo me cayera muerto de dolor de haber ofendido tan cruelmente a tu amabilísima bondad! Me pesa Dios mío y quisiera que las voces con que lo digo fueran pedazos de mi corazón, que arrancados de dolor salieran por la boca, para satisfacer a tu Majestad. Quisiera tener las lenguas de todas las criaturas para alabarte, en satisfacción de lo eme con mis palabras te he ofendido. Ea, Dios misericordiosísimo, ya yo obré como quien soy obra tú como quién eres; dale a mi alma un dolorosísimo sentimiento de tus tormentos, que la tenga unida la muerte. Amén. Rezarás un Credo.


CONSIDERACIÓN III. Si el dolor del lastimosísimo espectáculo que hasta aquí has visto, no te ha sacado fuera de ti, acércate alma devota, y ayuda a levantará tu dulcísimo Redentor, para que no sean tantos los golpes que le dan sus enemigos. Para que se levante, dile con íntimos gemidos de tu corazón a esa maldita gente, que convierta su crueldad contra ti: que tú mereces esos golpes, injurias y oprobios: que no es Jesús quien ellos piensan: que, aunque le ven con traje de pecador, sepan que es la misma santidad y bondad por esencia, a quien el amor v misericordia por los pecadores puso en esa figura: que esas caídas no son suyas, sino tus depravados deslices: que descarguen en ti toda su furia v rigor que desahoguen en ti toda su crueldad y tiranía; y mira cómo habiéndose levantado tu pacientísimo Jesús con grandísimo trabajo, prosigue su doloroso camino con indecible flaqueza. Oye cómo crece el mido, algazara y blasfemias de aquellos cruelísimos sayones, y prevén mares de lágrimas de sangre para lo que verás. Mira cómo se ha encontrado en la calle de la Amargura con su Madre Santísima, que allí le aguardaba para verle. Ahora, si no te caes muerto de dolor, mira si hallas voces con qué ponderar el dolor y pena de los dos. ¿Qué sentiría el corazón de nuestra Señora, cuando le vió venir tan lastimado, ensangrentado y fatigado, que a las mismas fieras causara compasión? ¿Qué sentiría aquel clementísimo Señor, cuando alzando los ojos, se tropezó con los de su Madre amantísima que lo miraban? ¿Quién puede aquí explicar el dolor y quebranto de aquellos dos corazones? Si el tuyo, alma devota, al considerarlos, no se hace pedazos, y sale deshecho en lágrimas por los ojos, será tan de diamante como el mío al escribirlo. Quedó nuestra Señora tan yerta e inmóvil con aquella vista, que, a no haberla asistido la Omnipotencia con singularísima providencia, hubiera caído muerta en aquella calle, aunque hubiera tenido mil vidas. El Señor quedó tan traspasado con la lastimosa vista de su inocentísima Madre, que suspendió un tanto los pasos; y entonces, impacientes los verdugos de esta detención, tiraron con tanta fuerza y le dieron tan grande empellón, que cayó tercera vez como muerto y del todo desasido, sin poderse mover debajo de la cruz, como lo reveló su Majestad a Santo Domingo. Ea, alma amante, mira aquí al Hijo Santísimo caído delante de su Madre, y a la Madre casi muerta delante de su dulcísimo Hijo. ¿Qué haces ahora, corazón mío? ¿Vives todavía, habiendo atendido a esto? ¡Oh caídas! ¡Oh culpas de obra, cuál es vuestro peso, pues llega a rendir los hombros de la infinita fortaleza! Pero atiende a mayores sentimientos. Mira cómo de todo punto irritados con esta tercera caída, los ministros le maltratan mucho más que en las otras; dábanle más recios golpes, tirábanle de la soga; pero todo en val de, porque con los mismos golpes que le daban para que se levantara, le imposibilitaban más hacerlo; y aunque tu dulcísimo Redentor forcejaba para levantarse, era tal el temblor de todos sus miembros, que flaqueaban y no podían sustentar el peso del sagrado cuerpo. ¡Oh infinita fortaleza, y cuál te han puesto mis caídas! Viendo los ministros la demasiada flaqueza del Salvador, (no por piedad, sino por deseo de que acabara de llegar al suplicio) buscaron entre toda aquella multitud uno que le ayudara a levantarse y llevar la cruz, y no hallaron quien quisiera, hasta que echaron mano de Simón Cirineo, hombre inculto y silvestre, que venía del campo, y ni aun él quería hacer aquel oficio, hasta que lo hubo de compeler, y así comenzó a ayudar a Jesús de muy mala gana. ¡Oh dulcísimo Redentor mío, cuán aborrecible es para las criaturas la cruz que por su amor tomaste! ¡Cómo no hay quien quiera ayudarte a llevarla! ¡Y los que la llegan a tomar, cuán de mala gana la llevan! ¡Oh centro de mi vida! ¡cuántas veces he imitado yo al Cirineo en la repugnancia con que he llevado la cruz del estado, en que por amor y misericordia indecible me has puesto! Atiende, alma devota, cómo ayudando el Cirineo a levantar la cruz, se levantó tu Afligidísimo Señor y prosiguió su doloroso camino: mira cómo, multiplicándose las injurias, lo llevan más arrastrando y cayendo, que, andando, hasta llegar a la falda del monte Calvario. Ahora, mira si tienes sentimientos para llorar esta pena, que a mí me faltan voces para explicarla. Era la cuesta del monte muy empinada: mira cómo la comienza a subir sin alcanzar resuello, llevándoselo a cada instante para atrás el peso de la cruz. Si a un hombre sano y robusto, al subir solo por una eminencia, se le fatigan, se le estremecen los miembros, se le pausa la respiración, que apenas la alcanza, considera a tu amantísimo Redentor, si el dolor no te saca de ti, cuál no subiría con el gravísimo peso de la cruz, con la infinidad de los dolores anteriores, con la demasiada flaqueza y con la prisa de sus enemigos ¡Oh alma amante, no se te olvide esta subida, cuando se te hicieren cuesta arriba las virtudes; y cuando te vieres cansada de tu cruz, mira con cuánta crueldad hacen subir con la suya a tu Dios, y con cuánta piedad y misericordia la lleva por ti! Llegó, en fin, a la cumbre del Calvario, en donde, descargándole con dolorosos golpes del peso de la cruz, se prepara la crueldad para el non plus ultra de la tiranía. Tú, alma devota, acompaña a tu Redentor en esa cumbre el espacio que quisieres, que ya a mi tibieza faltan voces para explicar el mar inmenso de sus penas.

Meditarás el espacio que quieras.

ACTO D E CONTRICION ¡Oh vida de mi alma! ¡Oh Jesús santísimo, bondad y dulzura no conocida! Bien prueba mi corazón su insensibidad y dureza, cuando mirándote en la cumbre de tus penas, no se deshace en un abismo de dolor. Bien puedo asegurar, que mi dureza es mayor que las de las piedras, pues estas se partieron de dolor sin ser la causa de ella, y yo que con mis indecibles culpas he sido el motivo de tus dolores, aún persevero inmóvil a la vista de ellos. ¡Oh santo Dios, si seré yo de aquel infelicísimo número de los réprobos, a quienes, por no haberse aplicado la eficacia de tu preciosa sangre, quedan sus corazones empedernidos y destinados para el eterno fuego! Bien puede ser así, v mis perversas obras son fundamento para temerlo; pero, ¡oh Dios de misericordia! si así ha de ser, si yo con mis culpas me he fabricado la cárcel en que eternamente he de carecer de verte y de gozarte, no me niegues en esta vida la de amarte, servirte y alabarte, y haz de mí lo que quisieres. Échame en hora buena a los infiernos, y tome tu soberanía la venganza de mi osadía y atrevimiento. Vaya luego después a los infiernos; pero allí he de estar amándote, engrandeciéndote y alabando tu soberana justicia, que tan piadosamente castiga mis pecados; y si esto no es posible, no quiero condenarme. Mudad, Dios mío, mudad la sentencia, que bien sé que sabréis mudarla, si yo supiere enmendar mi delito. Sea glorioso triunfo de tus tormentos mi salvación. Tú eres mi Dios y mi Criador, y yo soy tu pobrecita miserable criatura. Quita lo que yo he hecho con mis culpas, y veras lo que tú formaste con tu omnipotencia y misericordia. Quisiera, Señor, darte una satisfacción infinita; pero, ¿qué he de hacer, si todo mi dolor es a la medida de mi ser? Ea, Cordero inmaculado, sacrificado por mi amor, ablande tu preciosísima sangre el diamante duro de mi corazón. ¡Oh Dios de mi vida, quien pudiera quedar enclavado en esa cruz para satisfacer a tu bondad! Yo, Señor, yo soy quien la merezco, pues que mi corazón lleno de vicios, es el áspero monte de donde se ha cortado ese dolorosísimo y piadosísimo madero. ¡Oh quién pudiera deshacer mis pasadas culpas, y darte con mi dolor y sentimiento tanta honra y gloria como mereces! Vuelve ya, Señor, a la casa de su Padre celestial el más desconocido pródigo, el más vicioso publicano, la más escandalosa Magdalena: no desprecies, Dios mío, mi corazón contrito y humillado. Tú qué sabes convertir las duras piedras en estanques y fuentes de dulces aguas, convierte el durísimo peñasco de mi corazón en un mar de continuas dolorosas lágrimas, con que pueda lavar las feísimas manchas de mis culpas. ¡Oh si yo fuera tan dichoso, que al entender cómo pierdes, por mi amor, la vida en este duro leño, cayera muerto de dolor! Pero ya que esto no merezco, haced, Dios mío, que, traspasado de esta pena, siempre viva muriendo, hasta que, llegada la inevitable hora de mi muerte, pase mi alma, como lo espero de tu misericordia, á alabarte en la gloria, donde vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Rezarás un Credo.


ACTO DE CONSAGRACION AL SAGRADO CORAZON DE JESUS Corazón Sagrado de mi amado Jesús, yo, aunque vilísima criatura, os doy y consagro mi persona, mi vida, mis acciones, penas y padecimientos, para no servirme de ninguna parte de mi ser, sino para amaros, honraros y glorificaros. Esta es mi voluntad irrevocable; ser todo vuestro y hacerlo todo por vuestro amor, renunciando de todo mi corazón a cuanto pueda desagradaros. Os tomo, pues, ¡oh Corazón Sagrado! por el único objeto de mi amor, el protector de mi vida, el garante de mi salvación, el remedio de mi inconstancia, el reparador de todos los defectos de mi vida y asilo seguro en la hora de mi muerte: sed, pues, ¡oh Corazón bondadoso! mi justificación para con Dios Padre, y alejad de mí los rayos de su justa cólera. ¡Oh Corazón amoroso! pongo toda mi confianza en Vos, pues, aunque lo temo todo de mi debilidad, sin embargo, todo lo espero de vuestra misericordia. Consumid en mí todo lo que os desagrada o resiste, y que vuestro puro amor se imprima tan íntimamente en mi corazón, que jamás pueda olvidaros ni ser separado de Vos. Os suplico por vuestra misma bondad, escribáis mi nombre en Vos mismo, pues quiero que toda mi dicha consista en vivir y morir como vuestro esclavo. Amén.






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