Doble conciencia de Cristo
De Enciclopedia Católica
Este título y tema nos hace entrar a un campo de pensamiento misterioso y controvertido, sobre el cual ¡mucho se ha escrito! ¿Quién es Jesús de Nazaret a sus propios ojos? ¿Qué dijo Jesús sobre sí mismo? ¿Había una zona inconsciente en su psicología humana? Luego de un preámbulo sobre el significado del vocabulario usado, consideraremos, en el contexto de la fe de la Iglesia Católica, los siguientes tres aspectos: 1) la conciencia divina de Jesucristo 2) Su conciencia humana como una Persona Divina y 3) los efectos de su conciencia humana de ser el Hijo de Dios sobre su misión como Revelador y Salvador. Concluiremos con una perspectiva sintetizada sobre la conciencia Eucarística de Cristo.
Todo este estudio puede ser interpretado como una introducción a una fructífera lectura de mi folleto sobre “el Conocimiento Humano de Cristo” publicado por las Hermanas de San Pablo. En ese pequeño libro consideré principalmente el conocimiento de Jesús en su naturaleza humana, y sólo someramente el misterio de Su conciencia de Sí mismo; aquí trataré de hacer lo contrario.
Una palabra sobre metodología: mucho más que tratar de demostrar cualquier cosa en el delicado nivel de la apologética, desde una reflexión racional de datos históricos, deseo exponer qué pueden decir los teólogos católicos, dentro de la fe en la divina Revelación, sobre la misteriosa conciencia de Jesucristo.
Preámbulo sobre el vocabulario:
Vamos a repasar brevemente el significado de las siguientes cuatro palabras: conciencia, persona, naturaleza, sujeto.
El vocabulario filosófico de conciencia está lejos de ser unánimemente establecido. Para algunos—y probablemente para la mayoría—conciencia significa una experiencia inmediata de uno mismo; para otros, una realidad más compleja, si no confusa. Aquí prefiero entender la conciencia como una experiencia inmediata de uno mismo; o, por lo menos una experiencia íntima del yo. En otras palabras, todo el tratamiento teológico del tema podría ser diferente si adopto otra definición filosófica de conciencia.
Conciencia viene del latín conscientia, forma abreviada para cum alio scientia: conocimiento junto con algo más. En esta línea, conciencia significa el conocimiento reflexivo que un conocedor tiene de sí mismo y de sus actos en el proceso de conocer algo diferente a sí mismo. Conciencia es experiencia, experiencia íntima de sí mismo y de sus actos. En los seres humanos, conciencia no implica necesariamente el conocimiento de la propia naturaleza o esencia, pero por lo menos de la propia existencia. Conciencia no siempre es conocimiento.
Como consecuencia, conciencia es no sólo el conocimiento que tiene el sujeto de su ser aquí y ahora, pero también de sus pasados estados de pensamiento y emoción, experimentados previamente y retenidos en la memoria; conciencia también los incluye cuando no están más en el campo de la percepción.
La persona es una individualidad concreta existente en sí misma, como una sustancia, no un accidente de otro, y en una naturaleza intelectual, esto es, en una naturaleza abierta a todos y refiriéndose ella misma a todos los seres a través de sus actos. El sujeto es a nivel psicológico lo que la persona a nivel ontológico.
La naturaleza es un principio de operaciones, por ejemplo, de actos de conciencia. Todos estos conceptos están entendidos aquí en el contexto de la visión de Tomismo de Bernard Lonergan.[1]
La Conciencia Divina de Cristo como Dios e Hijo de Dios
1) Si la conciencia es una cualidad inmanente a las operaciones intelectuales, es claro que nuestro conocimiento analógico de Dios nos permite e incluso nos obliga a decir que Dios es un Acto Infinito de Ser y Amor, perfecta e infinitamente consciente de sí mismo. Dios es conciencia infinita y eterna. Dios se conoce a Sí mismo perfecta e infinitamente.[2] Dios es Luz. En Dios no hay inconsciencia. Su plenitud del Ser está llena de conocimiento y de conciencia. Cristo como Dios es auto-conciencia infinita, Luz infinita.
2) Cristo no es solamente Dios. El es Dios de Dios, Luz de Luz. El es el Hijo Unigénito de Dios. El está eternamente consciente de estar siendo engendrado por el Padre, y de recibir del Padre su naturaleza divina y su conciencia divina. El está eternamente consciente de ser amado por el Padre y de amarle recíprocamente, de ese modo aspirando y “respirando” su Espíritu indiviso.
3) Sin embargo, el Hijo Eterno de Dios no solamente está consciente de Sí mismo, de su Ser absoluto. El también está consciente de estar creándome incesantemente, de la nada. Dentro y consigo mismo, el Hijo de Dios conoce todas Sus ideas, particularmente la idea que tiene de mí eternamente -una idea amorosa y misericordiosa. Es como conciencia infinita de Sí mismo que el Hijo de Dios me conoce, me ama y me crea. Yo soy eternamente un aspecto de la Divina Conciencia de la Palabra, Verbo del Padre.
4) Más profundamente, el Hijo de Dios es la expresión eterna e increada del conocimiento que el Padre tiene de Sí mismo y de toda la creación, incluyéndome a mí. En el espejo de la Divina Esencia, idéntico a Sí Mismo, Dios nuestro Padre ve todas las posibles criaturas. El me ve y expresa su conocimiento sobre mí en la eterna pronunciación de Su única Palabra, su Hijo Unigénito. Paralelamente, según el Padre y el Hijo se aman mutuamente, amando su común amabilidad, ellos aman todas los posibles reflejos e imágenes de esta mutua amabilidad (entre las cuales estoy yo) y ellos producen “aliento”, su único y eterno Vínculo Espiritual como un desbordarse eterno de su amor por mí. (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I.37.2.3).
5) En otras palabras, cada uno de nosotros está, y así estoy yo, eternamente presente en la conciencia recíproca de los Tres Divinos Yo. Precisamente, llegamos aquí a un último e importante punto sobre la conciencia divina del Hijo de Dios: la ciencia y conciencia divinas están al lado de la naturaleza común de los Tres. Según en el hombre la conciencia habilita a la naturaleza humana y no necesaria e inmediatamente a la persona, (la cual permanece aún cuando él está inconsciente, como durante el sueño), así, de manera análoga, hay una única conciencia divina común a las Tres Divinas Personas, estos Tres Divinos Sujetos están cada uno conciente de sí mismo y de los otros dos a través de una única conciencia. Su naturaleza es única, así también lo es su conciencia. Por esta razón Ellos son tres sujetos conscientes de Sí mismos a través de una sola conciencia.
Este punto ha sido bellamente enfatizado por Lonergan.[3] Esto significa que, a pesar de que el Hijo de Dios es infinitamente diferente a su Padre y al Espíritu Santo, Su conciencia sobre mí en sí mismo es la misma que el Padre y el Espíritu Santo tienen de mí.[4] Y el Hijo de Dios recibe del Padre esta conciencia divina, con su Naturaleza Divina.
La Conciencia Humana del Hijo de Dios hecho hombre
Según sabemos por la Revelación y por la fe, en Cristo hay dos naturalezas: una divina y la otra humana. Esto es, hay dos principios de acción. Por consiguiente, la conciencia es inmediatamente una cualidad de la naturaleza, hay dos conciencias en Jesús: una divina y la otra humana.
Sin embargo, todas las acciones de la naturaleza humana de Cristo, todas las acciones propuestas por su naturaleza humana, son en última instancia adscritas a la Divina Persona del Verbo actuando a través de su naturaleza humana. (No olvidemos que el mismo Verbo, Hijo de Dios, actúa tanto como Dios, al poseer la naturaleza divina, y como hombre, a través de su naturaleza humana.) Por lo tanto, los actos de conciencia humana del Hijo de Dios Encarnado son siempre dispuestos por su Persona divina actuando a través de su naturaleza humana. El Ego Divino del Hijo es siempre el Sujeto y objeto final de estos actos.
En otras palabras, debido a la única Persona de Cristo que es divina, no hay conciencia humana de Cristo, la cual sería la conciencia de una persona solamente humana. Cuando Jesús dice Yo, su Persona divina expresa en este concepto y palabra humana su conciencia humana de Yo divino.
Esto significa que el mismo y único Ego divino se conoce a sí mismo como divino por un lado y humano por el otro. No es un ego humano que se podría conocer a sí mismo humanamente, como en nuestro caso. Es un Ego divino que se conoce a Sí mismo no solo divinamente, sino también humanamente.
¿Cómo? En el fundamento último del Nuevo Testamento, en la base más inmediata de la teología Católica tradicional (reconociendo desde el siglo XIII, por lo menos, la existencia de Jesús, desde su concepción, que el acto de Visión Beatífica afecta su inteligencia humana), muchos teólogos Católicos modernos han concluido que hay un enlace entre este acto y Su conciencia humana de su Yo divino. Sin la elevación permanente de la mente humana de Jesús a la Visión Beatífica, o sea, a ver cara a cara a Su Padre Eterno y su propio Ego eterno y divino, no hay explicación posible para su conciencia permanente de su identidad divina.
Si la conciencia es conocimiento íntimo y experiencia de sí mismo, si el Sujeto en Cristo es una Persona divina, humanamente Él no se puede percibir a Sí mismo de manera inmediata sin el acto de Visión Beatífica. Ni la experiencia sensorial, ni la reflexión o el razonamiento, podría llevar a Jesucristo—en su mente humana—a una conciencia intuitiva de su Persona divina. Ni siquiera un conocimiento conceptual infuso de tipo profético podría realizar tal resultado.[5]
En otras palabras, nada más que un acto permanente de Visión Beatífica, dado a Jesús desde el primero momento de la creación de su alma humana, inmaterial e inmortal y desde que el Verbo la asumió, podría dar a su alma el conocimiento inmediato de pertenecer a una Persona divina.
La conclusión a la cual llegaron todas las escuelas de teología Católicas, desde por lo menos los siglos XII o XIII, es que Jesús disfrutó de la Visión Beatífica en la tierra desde el momento de su Concepción.
Especialmente, muchos teólogos y exegetas católicos han visto en las repetidas alusiones a la visión del Padre por el temprano pre-pascual Jesús de Nazaret del Evangelio de Juan (1,18; 5,19-20; 6,46; 8,38), una fuerte base bíblica para esta afirmación. Estos textos muestran que Jesús fue el vidente humano permanente del Padre y de la acción y plan del Padre respecto a la salvación de la humanidad. Y ¿cómo podía Jesús, en su mente humana, ver al Padre cara a cara sin verse Él mismo en su Padre?[6]
Por ejemplo, citemos aquí al famoso exegeta inglés Dodd comentando sobre Juan 6,46: “El conocimiento que Cristo tiene de Dios tiene la cualidad de visión directa la cual reclamaban los místicos helenísticos---falsamente a juicio del Evangelista—y la cual, para los pensadores judíos, estaba reservada para la vida sobrenatural de la Edad por Venir.[7]
Más importante aún, el conocimiento de Cristo como vidente del Padre es trans-conceptual, incomunicable como tal.[8] Mientras que el conocimiento de Cristo, como profeta y revelador, de la información que transmitiría a la humanidad en nombre del Padre es indirecto y mediado a través de conceptos; tal conocimiento no explica sus conocimientos y experiencias humanos e inmediatos de Su propio Ego e identidad divina a pesar de que lo presupone.
De este modo, aún sin la base bíblica precisa y particular provista por el Evangelio de Juan, el testigo bíblico general de la divinidad de Jesús nos obligaría a postular por Él, que desde la creación y asunción inmediata de su alma por el Verbo, esta visión beatífica, esta experiencia inmediata y beatificante de su Persona divina por su inteligencia humana—en otras palabras, su conciencia humana de su Ego divino. Mientras que, nosotros, seres humanos ordinarios, podemos ser admitidos a la visión beatífica solo después de la creación de nuestra alma, Jesucristo, el Hijo de Dios, es el único Hombre que es y siempre fue Dios; así mismo, no podemos admitir la irrupción repentina, en lo que podría haber sido una psicología humana ordinaria o aún una extraordinaria y profética, de una conciencia de ser Dios, la cual hubiese reemplazado a una conciencia de ser hombre puramente humana, inconsciente de Su divinidad. Nada en los Evangelios indica que Jesús se volvió consciente de una identidad previa desconocida: ni siquiera las primeras palabras humanas registradas por Lucas como pronunciadas por Jesús en el Templo de Jerusalén, cuando Él le dijo a María:“Yo debía estar en la casa de mi Padre.” (Lc 2.48-50, (refiriéndose obviamente no a José, sino su Padre Eterno[9]), ni la primera declaración del Padre Eterno atestiguando a su amado Hijo durante su bautismo en el Jordán por Juan. Jesús no aprendió quién era Él: Él siempre lo supo: según el Obispo Belga escribió en 1967, “nadie tuvo que decirle quién era El.”
La conciencia de Jesús es una conciencia filial,[10] manifestada especialmente por El cuando se identificó a sí mismo con el divino Yo Soy: "antes de que Abraham existiera, Yo soy." (Juan 8,58).
La conciencia de Jesús es también manifestada cuando El se llama a Sí mismo—no menos de setenta veces—el Hijo del Hombre: al llamarse a sí mismo el Hijo del Hombre, Jesús expresa la totalidad de su misterio. El conocimiento de Su preexistencia, de Su muerte redentora y de su futura Gloria: todo lo que está antes del tiempo, todo lo que Él realizó en el tiempo, todo lo que le espera al final de los tiempos… Ciertamente, este título es el que mejor expresa su conciencia de Mesías e Hijo, porque El enfatiza Su posesión al mismo tiempo de un origen humano verdadero y su origen celestial; con este título la Cristología del Nuevo Testamento está en su cúspide desde su comienzo.[11] A través de estos dos conceptos humanos—Yo soy, el Hijo del Hombre—Jesús pudo comunicar en un lenguaje humano el conocimiento supra-conceptual derivado de su conciencia humana de ser el Hijo de Dios. Es cierto que Jesús no pudo comunicarnos estas verdades en la forma como Él las veía en el seno de su Padre, pero su alma veía, en la pura luz de la visión beatífica, a través de qué conceptos y palabras humanas deficientes podía verbalizar los misterios que veía.[12]
Los efectos de esta auto-conciencia teándrica de Jesús sobre su misión como Revelador y Redentor
“Yo soy”. "El Hijo del Hombre": estos dos conceptos humanos, expresados en lenguaje humano, permanecían iguales cuando eran usados por el Hijo de Dios. Esto es obvio. Cualquier ser humano puede decir yo soy. También podemos decir, con Ezequiel, sobre cualquier profeta que “él es un hijo de hombre.” El uso y aplicación extraordinarios que Jesús hace de estos conceptos no cambia su naturaleza intrínseca; pero cuando Jesús los usa sobre su propia Persona y destino, ellos adquieren un peso trans-conceptual; cuando lo escuchamos diciéndonos: "Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces sabréis que Yo Soy." (Juan 8,28). Escuchamos a Alguien diciéndonos y haciéndonos entender que Él trasciende el tiempo y el espacio. Es, sin embargo, a través del uso de estos conceptos vinculados con el tiempo y el espacio que Jesús nos enseña Su eternidad y su Infinitud, así como su deseo de guiarnos a participar en Su felicidad infinita y eternal.
Para comprender mejor el uso revelador y salvífico que Jesús hace de nuestro lenguaje humano, vamos a recordar las declaraciones precisas y hermosas de un eminente teólogo Católico, Juan Alfaro:
Cristo adquirió, en la forma normal del aprendizaje humano, las representaciones conceptuales y los términos exactos con los cuales Él tradujo Su experiencia filial. Basta recordar la influencia primordial que ciertas imágenes, fórmulas, conceptos del Antiguo Testamento (por ejemplo el Siervo de Yahvé, el Hijo de Hombre, etc.) ejercieron en su mensaje. Pero estos mismos conceptos recibieron de la experiencia personal de Cristo una dimensión nueva y trascendental. Lo que es más, esta experiencia pudo contribuir a la formación de conceptos y nuevos términos. Por ejemplo, la invocación Abba (Mc 14,36) con la cual Cristo expresó su experiencia íntima de filiación divina fue una creación original. Más que la formación de nuevos conceptos, la experiencia personal de Cristo contribuyó al modo de vivir los eventos de su existencia a la luz transcendental de Su relación filial con Dios, y bajo esta misma luz El entendió que las palabras de los profetas se realizaban en Su Persona (Mc 1,11, 2,28, 8,31, 9,7, 14,62, Lc 4,18, etc.). La absoluta certeza con la cual Cristo pronuncia su doctrina, afirma su filiación divina al riesgo de Su vida y requiere del hombre una adhesión incondicional a su Persona, esta es un reflejo de esa luz íntima y metaconceptual en el campo de su conciencia conceptual.[13]
Gracias a su permanente y único acto de visión beatífica, Jesús, el vidente del Padre, consciente de ser el Hijo, puede usar su conocimiento del lenguaje y conceptos humanos y de las verdades divinas para realizar su misión como Revelador.
Si Él fuera solamente el Vidente del Padre sin un conocimiento en términos conceptuales, Jesús no podría comunicar Su mensaje al hombre. Él necesita su conocimiento humano para hacerlo.
Si El fuera solo el Vidente del Padre, sin un conocimiento infuso en términos conceptuales, Jesús no habría podido merecer para nosotros nuestra salvación aún desde su entrada a este mundo: "Por eso al entrar en este mundo dice: He aquí que vengo a hacer tu voluntad." (Hb 10,5.9). Muchos intérpretes han visto en esta afirmación inspirada de Hebreos, en esta oblación sacrificial, inicial y redentora, la presencia en Jesús de un conocimiento infuso desde el primer momento de la Encarnación. Ciertamente, el acto de Visión Beatífica como tal no es un principio de mérito; es sólo a través de actos realizados en conexión a su conocimiento vivencial adquirido o profético que Jesús pudo merecer el premio de nuestra salvación.
Sin un conocimiento infuso, conceptual y universal, Cristo el Hijo de Dios, el Vidente humano consciente y testigo de su super ego divino, no podía merecer, como Redentor, nuestra felicidad eterna ni conocer o expiar nuestros pecados como Redentor, ni ser nuestro Juez, como Hombre. Pero todo su conocimiento como Redentor estaba totalmente penetrado y transfigurado por su auto-conciencia de ser el Hijo Encarnado, vidente del Padre y de nosotros en el Padre.
Recapitulemos las razones por las cuales la conciencia humana de Cristo Jesús trasciende de manera incomparable nuestra auto-conciencia.
a) Nosotros fuimos auto-conscientes después de haber sido inconscientes del yo. Nuestra auto-conciencia está mediada por el conocimiento del mundo exterior. No es un accidente permanente, como manifiesta el sueño. Nosotros somos sólo parcialmente auto-conscientes porque muchos de nuestros actos pasados se han vuelto inconscientes y estamos totalmente inconscientes de nuestros actos futuros, así la gran mayoría de nuestras acciones humanas escapan a nuestra conciencia presente; tal fue el caso aún en María.
b) Mientras que en Jesucristo su conciencia humana del yo y todas sus acciones humanas son siempre reales y presentes; nada en sus acciones pasadas escapan a su auto-conciencia. Antes de la Pascua, Jesús conocía todas sus acciones futuras. Su conciencia humana era siempre directa y no necesitaba ningún medio exterior. En Jesús la auto-conciencia humana de Su identidad divina era un accidente permanente, y no transitorio, acompañando siempre la sustancia de su naturaleza humana.
c) Hay una trascendencia última de la auto-conciencia de Jesús como Hijo de Dios, a la cual me gustaría llamar tu atención.
Jesús, en virtud de Su visión beatífica, aún antes de la Pascua, fue el único Hombre capaz de ver aquí abajo, constantemente, a Su Padre creando—de la nada—Su humanidad, su propia conciencia humana de ser el Hijo de Dios. Nosotros no vemos desde aquí abajo la creación de nuestras propias almas inmortales y de nuestra auto-conciencia al ser creadas por Dios de la nada.
Precisamente porque Jesús estaba incesantemente viendo—como un Hombre—la posición en ser—de la nada—de su alma humana y auto-conciencia, fue misteriosamente más fácil para El, tan consciente de su contingencia humana, aceptar y abrazar la voluntad del Padre Eterno sobre la muerte de su cuerpo mortal para la vida eterna del mundo: "Yo conozco al Padre y doy la vida voluntariamente… ésa es la orden que he recibido de mi Padre. (Jn. 10,15.18).[14]
La Conciencia Eucarística de Jesucristo:
Ahora podemos entender de alguna manera la hermosa declaración del Papa Pío XII en su encíclica doctrinal sobre el Cuerpo Místico de Cristo.:
El conocimiento y amor de nuestro divino Redentor, del cual fuimos objeto desde el primer momento de su Encarnación, son mayores de lo que cualquier corazón o intelecto humano pueda comprender. En el vientre de la Madre de Dios, El comenzó a disfrutar de la Visión Beatífica y en esa visión todos los miembros de su Cuerpo Místico estaban continua e incesantemente presentes ante Él y Él los abrazó a todos con su amor redentor. En el pesebre, en la Cruz, Jesús conoce y ama mejor a todos los miembros de Su Iglesia, mucho mejor que una madre conoce y ama a sus propios hijos, y mucho mejor que cualquier persona se pueda amar y conocer a sí misma.[15]
En otras palabras, Jesús, humanamente consciente de ser el Hijo de Dios y de su misión salvadora, es también—inseparablemente—como Hombre, amorosamente consciente de cada uno de nosotros; cada uno de nosotros puede y debe decir con el Apóstol Pablo[16] "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gal. 2,20). De lo contrario, “¿cómo habría Él expiado mis pecados? ¿Cómo habría redimido al hombre humanamente? Su kénosis no consiste en la (imposible) represión de su conciencia divina ni en la suspensión de su conocimiento humano, pero en asumir dolorosamente el conocimiento humano de los pecados y sufrimientos del hombre.
Él me amó no sólo en su “forma y condición” divina, sino también en su “forma humana”, en su “forma y condición de siervo.” (Fil. 2,6-8). Él me amó a pesar de mis pecados, para salvarme de ellos y es porque me conocía—y los conocía—en esa forma humana que se ofreció a Sí mismo en la Cruz y siempre se ofrece por mí en todos los altares del mundo.
La Iglesia nunca ha creído que el hombre Jesús me conocía en la Cruz sólo como Dios, me amaba en la Cruz sólo con un amor divino. Ni nunca ha creído que el hombre Jesús, como hombre, no conocía mis pecados y mi persona en el momento de morir por mi salvación.[17]
Cuando recibimos a Cristo Eucaristía[18], recibimos a Aquél que, en el vientre de Su Madre, en el pesebre, durante su agonía en el Huerto, durante la Última Cena, en la Cruz, siempre nos ha conocido y amado como Hijo de Dios y como Hombre. Siempre amorosa y humanamente consciente de ser el Hijo de Dios, Él quiere ayudarnos a ser, en la fe, hijos adoptivos de su Padre celestial, para guiarnos a la visión beatífica, eternamente, de su propia conciencia divina y de su conciencia humana indefectible de ser Nuestro Redentor y Salvador.
En esta visión beatífica, entenderemos mejor cómo Jesús, el Cristo, como Dios y como Hombre, ha estado siempre amorosamente consciente de cada uno de nosotros. Esto es, Jesucristo nunca se conoció a Sí mismo como Dios y como Hombre sin conocernos a nosotros en Sí mismo, El nunca se amó a Sí mismo sin amarnos en y con Él. En otras palabras, para Jesucristo "conscientia" es siempre "cum alio scientia". Si, como piensan ciertos psicólogos y filósofos, el sujeto humano se vuelve consciente gracias a un objeto exterior pero en el contexto de otro sujeto humano; si, consecuentemente, a nivel humano ordinario, la conciencia es intrasubjetiva, y si no olvidamos que el hombre es imagen de la Trinidad, entendemos mejor que, en Jesucristo, conciencia implica ciencia de Dios dentro de la ciencia del hombre, ciencia del hombre dentro de la ciencia de Dios, ciencia o conocimiento del Padre dentro del conocimiento del hermano y viceversa. En su conciencia humana, Jesús conoce y ama el Corazón de Su Padre, Su propio Corazón y todos los corazones humanos, incluyendo el mío.
Notas:
1. Hemos obtenido gran ganancia del estudio de N. Spaccapelo, S.J., "La coscienza di Cristo," Science et Esprit, 26 (1974) 5-37. Este estudio toma su inspiración de B. Lonergan.
2. B. de Margerie, S.J., Les Perfections du Dieu de Jesus-Christ, Paris, 1981, ch. VI, pp. 145-157.
3. B. Lonergan, S.J., De Deo trino, Rome, 1964, vol. II, pp. 186-196; cf. B. de Margerie, The Christian Trinity in History, traducido por E. J. Fortman, S.J., St. Bede's Publications, Still River, MA, 1982, p. 267.
4. Ibid.
5. Excepto si está ligado a la Visión Beatífica: cf. P. Galtier, S.J., De Incarnatione et Redemptione, Paris, 1947, section 334, p. 263, comentando sobre la Suma Teológica de Aquino, III.11.1.
6. Véase B. de Margerie, The human knowledge of Christ, Boston, 1980, sección 16, pp. 22 ff: "Si Cristo es un profeta inerrante, es precisamente porque El goza como hombre de la visión de Su Padre, la cual es la fuente suprema de infalibilidad e inmutabilidad en la percepción de la verdad por el alma humana del Hombre-Dios. Cristo mismo nos dice que Su enseñanza es digna de creerse porque El habla de lo que ha visto (Jn 3,11, 3,31- 32, 8,38). El Evangelio de Juan específicamente presenta a Cristo como superior a Moisés por dicha razón: Moisés no ha visto a Dios (cf. Jn 1,18) mientras que Jesús ha visto y continuamente ve al Padre, quien, en este contexto, atrae la humanidad hacia Su Hijo como un Maestro Infalible (Jn 6,45-46). Es precisamente para garantizar la verdad y credibilidad de Su enseñanza y Su Persona que Jesús se presenta a Sí mismo como el Vidente del Padre (Jn. 6,46). Juan usa el verbo ver en el tiempo perfecto griego (“eoraka”) recalcando el resultado duradero de la acción de ver. Jesús es siempre el Vidente del Padre. Veáse también sección 17.
7. Dodd, Interpretation of the Fourth Gospel, Cambridge, 1968, p. 167.
8. cf. B. de Margerie, Human Knowledge of Christ (citado n. 6), sección 26, n. 31: he ahí expuestas algunas bellas distinciones del Cardinal Billot (De Verbo Incarnato, Rome, 1912, p. 233 n. 2): Jesús sabía, en su visión trans-conceptual, los conceptos, los conceptos humanos a través de los cuales El quería comunicar su mensaje salvífico a la humanidad, el modo de su conocimiento, no el conocimiento en sí mismo era incommunicable.
9. Véase J. Galot, Esprit et Vie, 1982, p. 121.
10. Véase J.T. O'Connor, The Father's Son, Boston, 1984, p. 103: "El Hijo sólo se conoce a Sí mismo al conocer al Padre… Jesus, en Su auto-conocimiento humano se conoce a Sí mismo como desde el Padre, del Padre, y para el Padre.
11. Fr. Uricchio, OFM Conv., "Presenza della Chiesa primitiva nel Vangelo di S. Marco," Misc. Franc. 66 (1966) pp. 42-47; citado por B. de Margerie, The Human Knowledge of Christ, op. cit., section 42, p. 49.
12. Véase n. 8.
13. J. Alfaro, S.J., Encarnacion y Revelacion, Gregorianum 1968, pp. 455- 456; citado en The Human Knowledge of Christ, n. 53, pp. 70-71.
14. Véase B. de Margerie, Les sept yeux de l'Agneau, Divus Thomas (Piacenza) 86 (1983) p. 10: este estudio continúa el análisis de los expedientes bíblicos, patrísticos, magisteriales y teológicos presentados en El Conocimiento Humano de Cristo; para otra presentación de este tema, véase The Consciousness of Christ, Christendom College Press, 1980.
15. Pío XII, Mystici Corporis Christi, AAS 35 (1943) 230 y 215.
16. Podemos concluir, en el contexto de Fil. 2,5-11, que Pablo está hablando aquí de los dos amores de Cristo por mí: como Dios y como Hombre.
17. The Human Knowledge of Christ, section 49, p. 54-55.
18. J.M. McDermott, S.J., Luc XII, 8-9: Pierre angulaire, Revue Biblique, 1978, pp. 397-401: une conscience sacramentelle. 1 FAITH & REASON
Traducido del inglés por Luz María Hernández Medina para Aci Prensa
Revisado por José Gálvez Krüger