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Martes, 3 de diciembre de 2024

Catalina de Medicis

De Enciclopedia Católica

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Nacida el 13 de Abril de 1519; muerta el 5 de Enero de 1589; era hija de Lorenzo (II) de Médicis, duque de Urbino, y Madeleine de la Tour d’Auvergne quien, por su madre, Catalina de Borbón, estaba emparentada con la casa real de Francia. Huérfana cuando sólo tenía unas semanas de edad, Catalina apenas había alcanzado los trece años cuando Francisco I, rey de Francia, ansioso de frustrar los proyectos del emperador Carlos V y ganar la amistad de Clemente VII, tío de Catalina, dispuso el matrimonio entre Catalina y su segundo hijo Enrique, yendo Clemente VII a Marsella en Octubre de 1533 para la ceremonia. Sin embargo, la muerte del pontífice durante el año siguiente impidió a Francisco I obtener las ventajas políticas que había esperado de esta unión. Habiendo aportado a la corte francesa sólo 100.000 escudos y escasa dotación, Catalina fue relegada a último término, donde permaneció incluso cuando, a la muerte del hermano mayor de su marido, alcanzó la dignidad de Delfina. Obligada a continuar en esta relativa oscuridad durante diez años por no tener hijos, toda su política mientras tanto consistió en intentar conservar el favor de Diana de Poitiers, la amante de su marido, y de la duquesa d’Etampes, amante de Francisco I. Al acceder al trono Enrique II, el 31 de Marzo de 1547, Catalina se convirtió en reina de Francia, pero aun así siguió siendo poco notoria, excepto durante la corta campaña de Enrique II en Lorena, cuando actuó como regente, e incluso entonces demostró su habilidad política.

Fue sólo a la muerte de Enrique II, el 10 de Julio de 1559, cuando comenzó realmente la carrera política de Catalina. Su hijo Francisco II, marido de María Estuardo, fue rey, y los Guisa, tíos de María Estuardo, estaban en el poder, una situación que superaba la paciencia de Catalina. Los hugonotes confiaban en ella porque todos sabían que los salmos de Marot siempre le habían deleitado, y que había prometido recientemente al príncipe de Condé y al almirante Coligny, que eran los dirigentes hugonotes, libertad y seguridad para sus seguidores. Pero los intrigantes hugonotes desarrollaron un Estado dentro del Estado en Francia, y Castelnau nos cuenta que en sus sínodos se les instaba a adoptar “todos los medios de autodefensa y ataque, a suministrar dinero a los militares y a intentar apoderarse de ciudades y fortalezas”. Catalina se vio obligada a permitir a los Guisa que sofocasen la conspiración de Amboise, en Marzo de 1560, y a ejercer durante unos meses una especie de dictadura católica. Luego para controlar y paralizar su poder, nombró canciller a Michel de l’Hôpital, un hombre cuya mujer e hijos eran calvinistas, y convocó una asamblea de notables en Fontainebleau (Agosto de 1560) en la que se decidió que se suspendiera el castigo de los herejes, y que los Estados Generales, de los que se esperaba la paz religiosa, se iban a reunir en Orleans en Diciembre. Mientras tanto murió Francisco II el 5 de Diciembre de 1560.

La política de Catalina siguió siendo la que había sido durante el breve reinado de Francisco II. Continuó oscilando entre católicos y protestantes para asegurar el dominio de la familia real, y estuvo maniobrando entre la Inglaterra protestante, a cuya reina, Isabel, pretendió en ciertos momentos como nuera,.y la España católica, cuyo rey, Felipe II era su yerno. Así se esforzaba Catalina en garantizar la independencia y el autogobierno político de la monarquía francesa. Como Carlos IX, segundo hijo de Catalina y sucesor de Francisco II, apenas tenía diez años, Catalina fue la regente y virtualmente la soberana. Nombró a Antonio de Borbón, rey de Navarra y protestante, lugarteniente general del reino, aumentó el poder de l’Hôpital, infligió a los Guisa una especie de derrota política obstaculizando el matrimonio de María Estuardo con Don Carlos, hijo de Felipe II, y convocó la conferencia de Poissy en un esfuerzo de conseguir la comprensión teológica entre católicos y hugonotes. “Es imposible”, escribió a Roma, “reducir por las armas o la ley a los que están separados de la Iglesia romana, tan grande es su número”.También se opuso a su yerno, Felipe II de España, que pedía severidad contra los hugonotes, y el edicto de Enero de 1562 les garantizaba tolerancia. Los intereses políticos que coadyuvaban a enemistar a las facciones religiosas en discordia no disminuyeron: la arrogancia de los hugonotes exasperaba a los católicos, y la matanza de Vassy (Marzo de 1562) inició la primera guerra de religión, cuya único resultado fue una victoria para la política los Guisa y una derrota para la de la regente. Por un momento Catalina pensó en tomar partido por Condé contra los Guisa, y de conformidad con ello le escribió cuatro cartas, que los hugonotes posteriormente afirmaron que habían contenido sus órdenes a Condé de que tomara las armas, pero que Catalina declaró que habían sido alteradas. Entonces  los acontecimientos se sucedieron rápidamente, y sufrió la humillación de ver a Guisa traer de vuelta a París a Carlos IX. 


A partir de entonces Catalina fluctuó entre las fuerzas católica y hugonotes. Negociaba y vigilaba las intrigas de España cuando intervenía en favor de los católicos; de Inglaterra cuando se interesaba por los hugonotes; y del emperador, que sacaba provecho de la anarquía francesa para reclamar los tres obispados recientemente conquistados por Enrique II. El asesinato de Guisa por el hugonote Poltrot de Mere (18 de Febrero de 1563), apresuró la hora de la paz, y cuando el tratado de Amboise (12 de Marzo de 1563) hubo concedido ciertas libertades a los protestantes, Catalina, para demostrar a Europa que ya no existía discordia en Francia, envió tanto a católicos como a protestantes a recuperar Le Havre (28 de Julio de 1563), que el almirante de Coligny había cedido a los ingleses. Fue en realidad un gran periodo en la vida de Catalina. Carlos IX, que había alcanzado su mayoría de edad el 27 de Junio, declaró solemnemente que ella gobernaría más que nunca; el tratado con Inglaterra, 11 de Abril de 1564, aseguró Calais para Francia, y Catalina y el joven rey hicieron un recorrido por las provincias. La entrevista en Bayona entre Catalina y el duque de Alba (Junio 1565) produjo un renacimiento de la inquietud; los protestantes extendieron el rumor de que la reina madre había conspirado contra ellos con el rey de España, y que un importante acopio de armas estaba en marcha. Para el creciente odio de Catalina contra Coligny; su temor de que Carlos IX, susceptible a la influencia hugonote, se aliara con el príncipe de Orange e hiciera la guerra a España; su orden de asesinato de Coligny para poder recuperar el control sobre Carlos IX; y finalmente para la relación entre el asesinato de Coligny y la matanza del día de San Bartolomé y la responsabilidad de Catalina en este asunto, ver el artículo Día de San Bartolomé.
Carlos IX murió el 30 de Mayo de 1574, y Enrique, duque de Anjou, a quien Catalina había hecho rey de Polonia sólo recientemente, se convirtió en rey de Francia. Tenía mucho cariño a este tercer hijo, pero sólo tenía una limitada influencia sobre él. Las concesiones que hizo a los protestantes en el tratado conocido como “Paz de Monsieur” (5 de Mayo de 1576) produjeron la constitución de la Santa Liga para la protección de los intereses católicos. 

Durante doce años el poder de los Guisa en Francia fue constantemente en aumento, sirviendo sólo para fortalecerlo la despiadada guerra contra los hugonotes, y como consecuencia Catalina sufrió cruelmente. Rodeado de sus favoritos, Enrique III dejó caer su dinastía en el descrédito. El hijo menor de Catalina, Francisco de Valois, murió el 10 de Junio de 1584, y al no tener descendencia Enrique III, Enrique de Borbón, un protestante (el futuro Enrique IV), se convirtió en heredero de la corona de Francia. Y ahora la descorazonada reina madre y el rey sin hijos veían a Francia convertirse en la manzana de la discordia entre la Liga y el partido hugonote; la familia real de los Valois, destinada a la extinción, observaba la lucha como si fueran figurantes que asisten a una representación teatral. Catalina, siempre ambiciosa, presentó demanda a la corona de Portugal para un miembro de su familia, y soñó en vano con dar la corona de Francia al hijo de su hija, el marqués de Pont à Mousson; pero la cuestión seguía estando entre los Guisa y los Borbones. A fines de 1587 el dueño real de París ya no era Enrique III, sino el duque de Guisa, y el “Día de las Barricadas” (12 de Mayo de 1588) Catalina salvó el honor de su hijo yendo en persona a negociar con Guisa quien la recibió como lo haría un conquistador. Así ganó tiempo para que Enrique III huyera secretamente de París, y luego reconcilió provisionalmente a Enrique III con Enrique de Guisa mediante el “Edicto de Unión” (Julio de 1588). Esta intrigante mujer, que utilizaba estos medios para prolongar el disfrute de la corona por un Valois, estaba en Blois con su hijo, Enrique III, para la reunión de los Estados Generales, cuando supo, el 23 de Diciembre de 1588, que Enrique III se había librado de Guisa por medio del asesinato. Su sorpresa fue trágica. “Has cortado, hijo mío, pero debes coser”, exclamó al oír la noticia, y trece días después murió con la desesperación de dejar a su hijo en esta crítica situación. Terminó pronto, sin embargo, cuando, el 1 de Agosto de 1589, el puñal de Jacques Clement interrumpió la existencia terrenal de Enrique. Catalina siempre había colocado en primer término los intereses de sus hijos y de su familia, y murió oprimida por la ansiedad de si este último representante seguiría siendo rey de Francia hasta su muerte.

Dictatorial, sin escrúpulos, calculadora y astuta, la sutileza de su política hostigó a todas las partes implicadas y quizá contribuyó a la agravación de la discordia, aunque la propia Catalina se inclinaba a la pacificación. Además, al ser intensamente supersticiosa, se rodeó de astrólogos. Pero lamentablemente carecía de una fuerte fe religiosa, y actuó a favor del Catolicismo sólo porque al hacerlo así veía algún provecho para su corona. Nunca hubo un interés conjunto entre la Iglesia católica y la política religiosa de Catalina. En realidad sus métodos eran tan esencialmente egoístas que bordeaban el cinismo, y fue porque los intereses de Francia y de la monarquía eran en esa época idénticos por lo que Catalina, al obrar en favor de sus hijos, prestó incidentalmente un servicio político directo a Francia y, durante treinta años, evitó que los extranjeros interfirieran, o explotaran,  en sus discordias religiosas. Pese a sus muchas preocupaciones encontró tiempo para enriquecer la Biblioteca real, para que Philibert Delorme erigiera las Tullerías, y para que Pierre Lescot construyera el Hotel de Soissons. En una palabra, fue una mujer del Renacimiento, una discípula de Maquiavelo, y el objetivo de su política puede percibirse cuando se recuerda que fue una madre, coronada.

De Reumont, La jeunesse de Catherine de Médicis, tr. Baschet (París, 1864); Cheruel, Marie Stuart et Catherine de Médicis (París, 1858); Zeller, Le mouvement guisard en 1588: Catherine de Médicis et la Journée des Barricades in Revue Historique (1889); Lettres de Catherine de Médicis, ed. de la Ferriere, I IV, y de Puchesse, VII (París, Imprimerie Nationale); de Lacombe, Les débuts des guerres de religion: Catherine de Médicis entre Guise et Condé (París, 1899); Bouchot, Catherine de Médicis (París, 1899); Sichel, Catherine de Médicis and the French Reformation (Londres, 1905).

GEORGES GOYAU Transcrito por Carolyn R. Hust Traducido por Francisco Vázquez