Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Jueves, 21 de noviembre de 2024

Carlos Waterton

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

Naturalista y explorador, nacido en Walton Hall cerca de Wakefield, Yorkshire, Inglaterra, en 1782; murió allí en 1865. Su familia, originalmente de Linconshire, había emigrado a Yorkshire varios siglos antes y sus miembros antes de la Reforma fueron en muchos casos eminentes en el servicio del Estado. Firmes realistas y católicos, sufrieron por los cambios de fe y lealtad de Inglaterra, y por las constantes exacciones y multas de las épocas penales se empobrecieron mucho. La madre de Carlos era una Bendingfeld de Inburgh, Norfold, nieta de Sir Henry, el tercer baronet, y su abuela paterna fue Mary More, la séptima en descendencia de Santo Tomás, el canciller martirizado.

A los diez años Carlos fue enviado a una pequeña escuela católica en Tudhoe, cerca de Durham, el primer hogar inglés del Señor Jutine Ushaw. De allí pasó en 1796 para sus estudios avanzados a Stonyhurst. Sus cuatro años de estancia en Stonyhurst, mientras lograron hacerle un buen erudito de latín, desarrollaron aún más su pasión temprana por la historia natural, especialmente por el estudio de la ornitología. “Por un acuerdo mutuo”, escribe en su “Autobiografía”, “fui considerado cazador de ratones para el establecimiento y también cazador de zorros, matador de hurones y cargador de ballesta en la temporada de la crianza de grajos jóvenes… Yo seguí mi vocación con gran éxito. Las sabandijas desaparecieron por la docena; los libros fueron moderadamente manoseados; y según mi entendido de las cosas, todo iba perfectamente bien.” Al dejar la escuela, la Paz de Amiens en 1802 le dió la primera oportunidad de viajar y fue a España, donde dos de sus tíos maternos se habían establecido. Estaba con ellos en Málaga cuando la Gran Plaga pasó allí, y, aunque escapó la infección, volvió algo deteriorado de salud. En búsqueda de climas más templados, hizo cargo de la administración de las propiedades de sus tíos en Guyana y residió en Georgetown de 1804 a 1812, con visitas ocasionales a casa. Mientras tanto, en 1806 su padre murió, dejándole como heredero de Walton Hall. Después de devolver las propiedades en las Indias Occidentales a sus dueños, decidió empezar a explorar el interior de Guyana y en intervalos de cuatro años, comenzando en 1812, hizo las cuatro expediciones aventurosas que están descritas en el conocido “Wanderings in South America”. Para esta labor su larga residencia en la colonía le había dejado provisto excepcionalmente bien e hizo muchas valiosas adiciones a la suma del conocimiento humano sobre la fauna, especialmente la vida de las aves de esa parte de los trópicos. El objetivo principal de su primer viaje fue recoger la mayor cantidad posible del veneno mortal “wourali”, que induce un inmediato y profundo parálisis y, por lo tanto, se esperaba que probaría ser un específico contra el tétano de hidrofobia. Ese resultado no se ha obtenido; pero, los experimentos de Waterton con el veneno probaron que sus efectos mortales podían ser neutralizados manteniendo la respiración artificial durante el período de su actividad. Sus otros servicios a la ciencia han sido más valiosos y permanentes. Combinando un conocimiento sin rival de los hábitos vivientes de la creación salvaje con un nuevo método de preservar pieles, levantó (para usar las palabras del Doctor Moore) “la taxidemia de una artesanía lamentable a un arte”. En 1829, cinco años después de su última expedición, Waterton se casó con la hija de un viejo amigo de Demerara, que, sin embargo, murió menos de un año después, dejándole con un hijo, un niño, bien conocido después como un anticuario. Sus viajes subsecuentes, de los cuales ha dado un resúmen en la “Autobiografía”, fueron limitados al Continente, pero durante su último viaje en el Nuevo Mundo visitó dos veces a los Estados Unidos, no considerando, como había dicho, la educación de un inglés completa hasta que hubiera estado allí.

Después de sobrevivir tantos peligros en el extranjero, Waterton encontró la muerte en su propio parque tropezándose con la raíz de un brezo. Esto fue en 1865 cuando tenía la edad de ochenta y tres años: una herida interna resultó en su muerte en unas pocas horas. Estaba tan acostumbrado a las penurias que se habían convertido en hábito. Durante los últimos treinta años de su vida durmió siempre sobre tablas, envuelto en una sábana y con un bloque de roble como almohada. De ese lecho se levantaba a medianoche para pasar unos minutos en la capilla; se levantaba de nuevo a las tres, encendía su fuego y se acostaba de nuevo hasta las tres y media, cuando se vestía y pasaba una hora en oración. El desayuno seguía otras tres horas de trabajo o lectura y el resto del día era pasado en su propiedad atendiendo los negocios de caballero de campo. Había amurrallado el parque y prohibía cualquier destrucción de vida salvaje dentro de sus límites, o sea que se convirtió en un paraíso perfecto de la naturaleza animada. Su caridad por los pobres era constante y sin ostentación, y su piedad personal inafectada y profunda. Su fe era tan firme y sincera que era contínuamente manifestada, hasta en los lugares menos esperados, como en sus informes científicos. De su fuerza de voluntad y de su intrépida valentía, sus propios escritos dan mucha prueba indirecta, porque generalmente no se tomaba en serio sus hazañas. El valor de su trabajo fue reconocido por Darwin, quien le visitó en Walton Hall, y su amigo Thackeray, en un conocido pasaje en “The Newcomes”, atestigua su valor moral: “No podría sino sentir una bondad y una admiración por el buen hombre. Sé que sus obras están ajustadas a su fe; que come corteza, vive tan casto como un hermita y da su todo a los pobres.”

Aparte de las obras del autor mencionadas en el texto y sus Essays on Natural History, ed. MOORE, vea: GERARD, Stonyhurst Centenary Record, viii; MOORE, in Dict. Nat. Biog., s.v.

JOSEPH KEATING Transcrito por Thomas M. Barrett Dedicado a la memoria de Charles Waterton Traducido por María Lourdes Quinn