Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Martes, 23 de abril de 2024

Apostolado de la Piedad Popular: A San San Gabriel Perboyre, Perfecto Adorador del Santísimo Sacramento

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar
Error al crear miniatura: Falta archivo
12002239 10153608875838210 3897989510273487780 n.jpg
Perb27.jpg
Portrait-Of-Jean-Gabriel-Perboyre-1802-40.jpg

Acto de Contrición

Santísima, Amabilísima y Misericordiosísima Trinidad, postrado humildemente ante vuestra adorable presencia, me reconozco indigno de levantar hasta Vos mis humildes súplicas, pero alentado por vuestra infinita bondad, Os pido el perdón de mis culpas y la gracia del verdadero arrepentimiento para no cometerlas más, por los méritos infinitos de la Sangre, Pasión y Muerte de mi Señor Jesucristo, por los dolores y lágrimas de María Santísima, y por los méritos e intercesión de todos vuestros santos, especialmente del bienaventurado coro de los mártires. A mí me pesa de haberos ofendido por ser Vos quien sois, Dios infinito, bondad suma, misericordia inagotable, me pesa, porque he pecado contra Vos delante del cielo y de la tierra, propongo firmemente, no volver a ofenderos jamás, enmendar mi vida y procurar seguir el ejemplo y las virtudes de los bienaventurados, que después de peregrinar por el mundo os bendeciré en el cielo, es especial de vuestro glorioso mártir San Juan Gabriel Perboyre, por cuya santidad y triunfo, os rindo infinitas gracias, y por cuya intercesión os pido me concedáis benignamente lo que en esta novena solicito, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra y bien de mi pobre alma. Amén.

Oración para todos los días

Gloriosísimo Padre mío San Juan Gabriel Perboyre, dichosísimo mártir de Cristo, que en nuestros días has tenido el honor de derramar tu sangre y dar tu vida por el nombre de Jesús. Cuánto me regocijo de que el Señor te haya elegido para dar testimonio de su doctrina delante de los grandes de la tierra, para fecundar con tu sangre la naciente Iglesia en las apartadas regiones de la China, para confundir la impiedad del siglo, desmentir los errores de la incredulidad, llenar de gozo a los hijos de la Cruz, y de terror a Lucifer y sus secuaces. Tú, bienaventurado Juan Gabriel, eres como una preciosa flor, llena de fragancia y de lozanía, brotada en los jardines de la Iglesia Católica en medio de la tempestad que la agita, tú eres como una hermosa palmera, que simboliza una nueva victoria en el mismo campo donde nuestros enemigos se empeñan en proclamar su triunfo, tu eres como un recuerdo de las promesas del Señor que afirma nuestra fé y alienta nuestra esperanza. Ea pues, glorioso Mártir, se nuestro abogado ante el trono de Dios, alcánzanos la gracia de imitar tus virtudes y seguir tus ejemplos, de amar a Jesús como tu lo amaste, y a María Santísima, nuestra amable madre, ruega por todos tus hermanos y devotos y se nuestro constante intercesor en el Cielo, para que cesen las calamidades públicas y privadas que nos afligen. Amén.

Día Primero

Fé de San Juan Gabriel

Consideración

No era la fé de nuestro glorioso mártir, la fé fría y casi apagada que en los modernos tiempos dicen tener algunos que se precian de católicos, esa fé pronunciada apenas con los labios y sumamente enemiga de las obras; no, Juan Gabriel poseía una fé viva, ardiente, eficaz, cual convenía al que por la confesión de ella iba a sufrir cruelísimos martirios. Refiriéndose a él, dice un piadoso eclesiástico: “he tenido la ocasión de ver muchísimas personas animadas de una fé viva y práctica, pero nunca eh encontrado una en que fuese más ardiente, más sincera, más sólida y más viva.” En efecto, su fé nunca recibió un menor eclipse, ni en medio de las contrariedades de su vida, ni en los obstáculos que parecieran oponerse a su vocación, ni cuando el mar alborotado parecía hacerle naufragar, ni durante la prueba de desamparo a que Dios lo sujetó, ni en la prisión, en los suplicios, ni en el patíbulo. Creía en la bondad de Dios y confiadamente se dejaba conducir por su mano, creía en la verdad de la doctrina de Jesucristo, y el constante anhelo de su vida fue derramar su sangre por ella. La fé le hacía ver en sus superiores, y en especial en el Sumo Pontífice, los representantes del mismo Dios, en el hombre redimido, el templo del Espíritu Santo, en la Sagrada Escritura, sus Divinos Oráculos, por lo que la leía de rodillas y con la cabeza descubierta. Postrado ante el Santísimo Sacramento, parecía por su profunda reverencia uno de aquellos ángeles que en el cielo están prosternados en presencia del Trono del Eterno. ¡Oh que diferente es nuestra fé de la de Juan Gabriel! Proclamamos nuestra fé y sin embargo la menor contrariedad nos turba, como si Dios no interviniese en todo con su adorable Providencia. Nos resistimos a contribuir, no con nuestra sangre, ni con sacrificio alguno, pero ni aun con ligera mortificación al triunfo de nuestra santa causa, que es la de nuestro Divino Maestro, e indiferentes miramos el progreso del error, e irreverentes entramos a los templos y profanamos su santidad, y disipados nos acercamos a la Sagrada Mesa como si ignoráramos que allí reside en cuerpo, alma y divinidad el Dios de las eternidades. ¿esto es tener fé? ¡Oh Señor! enviadme la luz de esa celestial antorcha para disipe las sombras de mi entendimiento y los errores de mi corazón. Quiero creer en Vos con la firmeza de vuestro mártir Juan Gabriel, y, si es posible, dar mi vida, como el, en conformación de esta fé. Haced que todo el mundo crea en Vos y en vuestra Divina Doctrina. Dispénsese ya los errores, vean nuestros ojos el día que, triunfante nuestra Santa Madre Iglesia, sean confundidos sus enemigos, haced que la luz de la fé ilumine aquellas regiones bárbaras donde se ha derramado la sangre de nuestros mártires. ¡Oh Jesús, Dios nuestro! Permitid que en medio de esta desecha borrasca, digamos como los apóstoles: “sálvanos Señor, que perecemos.” Levantaos Dios misericordioso, y aplacad la tempestad, pero no nos reprendáis por la falta de fé. Bienaventurado Juan Gabriel, pide por nosotros la fé viva y práctica, alcánzanos con tus ruegos el aumento de esta virtud celestial que hemos recibido en el Bautismo.

Preces

-Bienaventurado Juan Gabriel Perboyre R/: Ruega por nosotros.^

-Ilustre Mártir de Cristo.

-Viva Imagen del Crucificado.

-Fiel discípulo de Jesús.

-Celoso apóstol de la religión verdadera.

-Dechado de virtudes.

-Modelo de misioneros.

-Honor y prez de la Congregación de la Misión.

-Propagador de la Celestial doctrina del Verbo Encarnado.

-Hijo amado de María Santísima.

-Fragua de caridad.

-Rayo de luz consoladora entre las nieblas del siglo presente.

-Gloria de tu patria.

-Astro brillante de tu Orden.

-Motivo de gozo para la Iglesia Universal.

-Víctima de amor de Dios.


-Cuando nos aflija la tribulación.

-Cuando vacile nuestra fé.

-Cuando los sobrecoja el temor.

-Cuando se enfríe nuestro fervor.

-En los días de persecución.

-Cuando nos asalten los enemigos de nuestra salvación.


-Para que amemos a Dios con toda nuestra alma.

-Para que veamos el triunfo de la Iglesia Católica.

-Para que alcancemos el remedio de nuestras necesidades temporales y espirituales.

-Para que se conviertan las naciones bárbaras.

-Para que los misioneros católicos recojan copiosos frutos de bendición.

-Para que se aumente el número de los justos.

-Para que obtengamos una buena muerte.


Oremos: Os suplicamos, Omnipotente Dios, nos concedáis, que, pues celebramos la festividad de vuestro mártir, el bienaventurado Juan Gabriel, se aumente y crezca en nosotros por su intercesión el amor de vuestro nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Se rezan tres Padres nuestros, Aves Marías y Glorias a Jesús Sacramentado, dándole las gracias por la fortaleza que concedió al Bienaventurado Mártir Juan Gabriel, en medio de los tormentos y pidiéndole nos sea eficaz su intercesión.


Oración para todos los días

Dichoso mártir San Juan Gabriel, esforzado atleta de nuestro Salvador Jesús, que victorioso en los suplicios, has merecido ser coronado en la soberana corte del Rey Inmortal y remunerador, nave feliz, que cargada de buenas obras y merecimientos, después de mil peligros y tormentos, lograste arribar al puerto de la gloria, humilde peregrino, que marchando por la tierra, desconocido del mundo, pobre y despreciado de los que el cielo llama grandes, encontraste al fin de la jornada la patria prometida a los mansos y humildes de corazón, desde esa mansión de paz y felicidad en que habitas, desde ese trono de luz que ocupas entre los bienaventurados, vuelve los ojos hacia nosotros y mira las angustias que nos cargan y las calamidades que por todos lados nos rodean. Grandes son los peligros que corremos, desprovistos de virtudes y rodeados de tantos peligros enemigos de nuestra salvación, apenas tenemos fuerzas para oponerles débil resistencia, la iglesia católica es víctima de la más desencadenada persecución, el Santo Padre sufre por los perseguidos, los vicios todo lo inundan, el error todo lo oscurece, las almas se pierden en pasmoso número, las inundaciones, los terremotos, las enfermedades, los incendios asolan al mundo. A ti pues recurrimos, en demanda de tu intercesión, para que Dios, se apiade de nosotros, para que haga brillar su poder y su misericordia, cambiando esta tempestuosa noche en sereno día de paz. ¿Qué podrá negarte el Señor a ti que diste tu vida por él? Tu has sido elevado a la corte del Monarca Celestial, como José a la de Egipto, para hacer valer tu mediación en favor de tus hermanos. Pide a Jesús y a María la conversión de los pecadores, la libertad de la Iglesia y la salvación de nuestras almas. Pide por tu patria y en especial por la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl, por todas las ramas de esta gloriosa familia de caridad, por la juventud católica, por los misioneros de todas las órdenes religiosas, y para todos nosotros, alcánzanos gracias especiales para defender nuestra Santa Religión, y si nos fuese posible para dar la vida en testimonio de nuestra fé, sobre todo en la hora de nuestra muerte auxílianos con tu poderosa mediación, para que seamos heridos de verdadero arrepentimiento. Amén.

Día segundo

Esperanza de San Juan Gabriel

Consideración

Esta virtud consoladora fue practicada en grado superior por nuestro glorioso misionero. Fijos los ojos en Dios como en su norte, camino seguro por los escabrosos senderos del mundo. En el bullicio social, en el silencio del retiro, en las dulzuras del divino amor, en la sequedad y tribulación, en la pena y en la tentación, nunca perdió de vista la sabiduría, el poder y la misericordia de Dios que todo lo ordena y lo dispone para nuestro bien. Niño aun dejó la casa de sus padres y el seno de su familia para consagrarse al servicio del Señor, fiando en sus manos su porvenir, joven abandonó su patria, y se internó en las desconocidas regiones de la China, sin contar con otro apoyo que el de la Divina Providencia, vilmente calumniado ante los jueces, solo Dios esperaba su vindicación. Aunque su profunda humildad le hacia creerse el mayor de los pecadores, tenía firme esperanza de salvarse por los infinitos méritos de Nuestro Señor Jesucristo, “Si nuestros pecados nos hacen indignos, decía, de ser escuchados por Dios, la Santidad de Jesucristo y el fervor con que ruega por nosotros, hacen olvidar a su Padre nuestra indignidad…” de aquí la inalterable serenidad de su espíritu en medio de las más grandes borrascas interiores, y de las mayores vicisitudes de la vida. Un año de continuos suplicios, cuyo fin no se podía vislumbrar, no le ocasiona el menor desaliento, sabe que Dios así lo permite y descansa tranquilo en sus brazos, arrullado por las más dulces esperanzas, conducido al pie del patíbulo, todavía ora y espera. Ha llegado al final de su peregrinación, la muerte va a abrirles las puertas, tras las cuales, con más firmeza que nunca, esperar encontrar, dulce y benigno, a su Salvador. Se prolonga su cruel agonía, y entre indecibles angustias, espera en Dios y muere con la sonrisa en los labios. ¿esperamos nosotros con tan segura confianza en Dios? Pues como nos turbamos ante las contrariedades, como desmayamos a cada paso, como la queja se exhala a todas horas de nuestros labios, como hacemos a nuestro Salvador recriminaciones ofensivas a su adorable Providencia. En el discurso de nuestra vida esperamos en nuestros esfuerzos, en nuestra habilidad, en los amigos, en todo, menos en Dios, por eso el desengaño nos hiere constantemente y la vida se nos hace odiosa, y negra melancolía nos conduce con harta frecuencia a la desesperación. ¿Qué otro origen tiene esos horribles crímenes, esos suicidios que casi diariamente hacen estremecer de horro a la sociedad? No son hombres ateos o protestantes, son católicos, mujeres y niños que atentan contra su vida. ¡Ah! Es que la religión, entre los mismos que la profesan, va reduciéndose a vana formula, que la esperanza divina va alejándose del corazón. Celestial esperanza que embelleces hasta el postrer suspiro del verdadero cristiano ¿para que nos empeñamos en arrojarte de nuestra alma? Haz, Dios mío, que aumente más y más en mi esta preciosa virtud, haz que yo y todos los hombres nos arrojemos a los brazos de tu Providencia con entera confianza, cualquiera que sea la tribulación que nos aflija, la enfermedad que nos postre, la tentación que nos combata, los peligros que nos rodeen, haz que en ti descansemos como los pequeños niños e ignorantes en el regazo de su madre, y sobre todo a la hora de morir, tu Cruz, tu Pasión, tu Sangre, tu Muerte, vengan a fortificar más en mi en esta preciosa virtud, los dulces nombres de Jesús y de María sean entonces dos enlazadas estrellas de mi esperanza, y pueda decirte con entera piedad: “En ti, Oh Señor, eh puesto toda mi esperanza, no sea confundido eternamente” San Juan Gabriel, alcánzanos del Señor esta virtud consoladora.

Día tercero

El Amor de Dios de San Juan Gabriel

Consideración

Grande fue el amor a Dios que inflamó el corazón del bienaventurado Mártir desde la infancia. Este amor fue el que lo convirtió en pequeño apóstol de su aldea, cuando no teniendo más que ocho años de edad, se rodeaba de los niños y labradores para hablarles de Dios y de sus preceptos. El amo a Dios le obligó a encerrarse en los colegios y en el claustro para aprender, enseñar y amar con entera libertad. Dios premiaba la fidelidad de su siervo, haciéndole gastar los raudales de su dulzura, y entonces el bienaventurado, no pudiendo contener en su corazón gozo tan inexplicable, amor tan intenso, solía interrumpir sus labores y se paseaba agitado o bien, entonaba místicos himnos para exhalar de alguna manera el celestial transporte que le oprimía- su conversación, según dicen respetables testigos, estaba impregnada de unción y alegría, y oyéndole uno se sentía impulsado a amar a Dios. Este amor fue el que le lanzó a la China en busca de almas que salvar, y de sufrimientos y de martirio para ofrecerse como víctima al que amaba más que a su vida. Sujeto a la dura prueba del aparente abandono espiritual, se le vio languidecer, enfermar y casi morir, hasta que el Divino Salvador se dignó aparecerle y poner fin a la prueba, devolviendo a aquella alma afligida la paz y la dicha que no le faltaron ya ni en medio de los crueles suplicios ni en presencia de la misma muerte. ¡Oh! ¡Si nosotros amáramos a Dios como Juan Gabriel! ¡Si le amaramos siquiera como tenemos obligación de hacerlo todos los cristianos! ¡Ah! ¡Cuán lejos estamos de cumplir este precepto divino! Ni el deber, ni la gratitud nos mueven a amar a nuestro Creador y Salvador, el que nos sostiene la vida y nos colma de beneficios. Todos decidimos que le amamos y no cesamos de ofenderle, y no queremos devolver su gloria cuando en nuestra presencia se ultraja, y ¡Cosa inaudita! Hasta nos causa enojo, cansancio y fastidio el que una persona piadosa nos hable de Dios y de lo que a el pertenece, con alguna frecuencia… ¡Oh locura la nuestra, oh insensatez! Solo el mundo pérfido tiene para nosotros encantos y atractivos, solo las criaturas miserables, que, como nosotros, se arrastran por la tierra, tienen poder para encadenar nuestra voluntad y afecto, por todo el tiempo de nuestra vida. Por eso el mundo esta anegado en un diluvio de vicios y crímenes, porque el corazón, formado para amar a Dios y voluntariamente apartado de él, no encuentra satisfacción en las criaturas a que se entrega, y en su aburrimiento inventa locuras y extravíos criminales. ¡Oh Señor y Dios mío! ¿hasta cuándo mi corazón endurecido estará apartado de Vos? ¿Cuándo será aquel día que con toda verdad puede decir: te amo con todas las fuerzas de mi alma? ¿De qué sirve que mis labios lo repitan siempre, cuando mi corazón está lejos de Vos? Abrasa mi alma con una centella del Divino Amor, no quiero la vida si he de vivir sin amarte. Por tu infinita misericordia dame tu gracia y tu amor a la hora de mi muerte. San Juan Gabriel, intercede para que alcancemos la gracia de amar a Dios.

Día Cuarto

'La Caridad para con el prójimo de San Juan Gabriel

Consideración

Siempre se mostró San Juan Gabriel, verdadero discípulo de Nuestro Señor Jesucristo y digno hijo de San Vicente de Paúl, por su caridad con el prójimo. En todos los hombres veía a sus hermanos y como a tales los amaba. Los buenos le llenaban de amor mezclado de veneración, los malos, de inmenso dolor, los pobres, de eterna compasión, los niños, de especial ternura. A ejemplo de su Divino Maestro, nadie recurrió a el que saliera desconsolado. Siempre tenía consejos para los unos, remedio para los otros, oración para todos. Además de aquellos con quienes ejercía la caridad en conformidad con las reglas de su Instituto, tenía cierto número de pobres particulares a quienes socorría. Si se veía obligado a reprender, lo hacía con singular dulzura. Uno de sus alumnos era incorregible, no obstante, las continuas amonestaciones que se le hacían, un día San Juan Gabriel, le dijo con acento penoso, “que tristes momentos m haces pasar, amigo mío, a los pies de Jesús Crucificado.” Al momento el alumno pide perdón y cambió de conducta. Según dice un eclesiástico, el bienaventurado Juan Gabriel, en su trato con el prójimo no solo era dulce sino dulzura misma. Cuando oía murmurar se llenaba de profunda tristeza, y al punto trataba de cambiar la conversación. Basta el siguiente rasgo para entrever hasta donde llegaba el heróico de su caridad para con el prójimo. Uno de los mayores tormentos que sus enemigos le impusieron, fue el hacerle dormir durante ocho meses con un pie prendido en un cepo de madera, por cuyo motivo se le agangrenó la mitad del pie y se le secó un dedo, compadecidos sus mismos carceleros de tan atroz sufrimiento, obtuvieron de las autoridades permiso para eximirlo de este cruel martirio, pero como en la misma prisión habían insignes criminales, que sufrían igual tortura, San Juan Gabriel, considerando el dolor que tenían aquellos infelices viendo que estos, continuarían sufriendo mientras el descansaba, rogó, suplicó y consiguió de sus pasmados carceleros, que continuasen poniendo su destrozado pie en el cepo. A ejemplo del Divino Maestro, cuando después de los interrogatorios, acompañados de bárbaros suplicios, casi sin vida, lo devolvían a su prisión, oraba pidiendo a Dios perdón para sus verdugos. ¿amamos nosotros así el prójimo? ¿nos miraos unos a otros como hijos de un mismo padre y de una misma madre, dulce y amabilísima? ¡Ah! Que a menudo no parecemos hermanos, sino acérrimos enemigos, guerra implacable y cruel nos hacemos a cada hora. Aunque la apariencia encubra mucho, en realidad los vínculos fraternales están rotos. Las familias divididas por secretas rencillas e intereses mezquinos, la sociedad hirviendo en reconcentrados odios, los pueblos ardiendo de guerras civiles, las naciones prontas a despedazarse unas a otras, parece que la caridad huyendo de la tierra se hubiese regresado al cielo. Los pleitos se multiplican y ya no causan escándalo, la crítica, la murmuración, la mordacidad han concluido con la amistad verdadera, se da la muerte mortal y material con una serenidad que estremece, el egoísmo todo lo domina, se explota la necesidad del pobre sin remordimiento, y se aplasta sin misericordia. ¿Dónde está Dios mío, la caridad que nos enseñaste a practicar? ¿no nos dijiste: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”? ¿no nos enseñaste a derramar el bien por todas partes, a perdonar las ofensas, a rogar por los que nos persiguen y calumnian, a sacrificarnos por los que nos aborrecen? Dios de amor, de paz y de dulzura, haz que brote de nuestro corazón la perfumada rosa de la caridad, para que la paz se albergue en el seno de nuestras familias, de la sociedad y de las naciones católicas, y sobre todo en nuestras almas, haz que la caridad endulce los sufrimientos de la vida, y que los pobres sean socorridos en tu nombre y por tu amor. Jesús que eres el sol de la caridad, inflama al mundo de los incendios de tu amante corazón. San Juan Gabriel, alcánzanos la gracia de amar al prójimo como a nosotros mismos.

Día quinto

La Humildad de San Juan Gabriel

Consideración

Humildísimo fue este dichoso siervo de Dios, por eso su corazón preparado, como un terreno feraz, produjo con el riego de la divina gracia, el fruto preciado de la santidad. Considerabase el último de los cristianos, el mayor de los pecadores y el más inútil miembro de la Congregación de San Vicente de Paúl. “Yo no soy misionero, escribía desde China, sino figurilla de misionero.” Jamás hablaba de si mismo ni de sus altos empleos, y gozábase en ser humillado. Si se notaba que algunas personas estaban prevenidas contra él, aunque sin motivo, iba a pedirles perdón en caso de haberles ofendido involuntariamente. Antes de participar para las misiones, reunió al noviciado, que estaba a su cargo, y de rodillas pidió perdón por los descuidos que había tenido y los malos ejemplos que había dado. Sencillez, candor y humildad, eran los distintivos de su carácter, así imitaba al divino modelo, que siempre tenía ante los ojos de su alma, así procuraba cumplir con el precepto del Divino Corazón que había dicho: Aprended de mi soy manso y humilde. La soberbia fue causa de la ruina de los ángeles y de los hombres, el origen de los demás pecados. Nunca la soberanía humana ha llegado a punto más alto que en nuestra fatal época. El hombre soberbio y orgulloso alza el estandarte de la soberbia en nombre de su razón extraviada. Como al principio del mundo pretende erigirse en Dios ¿Cuál es el origen del trastorno de la sociedad moderna? El orgullo, la soberbia. Nuestro corazón reboza de mal entendida altivez. Mientras más nos degradamos, cuanto más enlodados nos encontramos, tanto mayor insensato orgullo. Somos insectos repugnantes y nos creemos dioses de los demás, todo lo infecciona nuestro aliento emponzoñado, y pretendemos el homenaje, el respeto profundo de los mismos a quienes dañamos, y si no lo conseguimos, nos enfurecemos como la víbora pisoteada. Así los hijos se revelan contra los padres, los discípulos contra los maestros, los impíos contra la Iglesia, los hombres contra Dios. ¡Oh ceguedad, oh locura la nuestra! Tu, Señor, siendo Dios Omnipotente, tan abatido desde tu nacimiento hasta tu muerte, y nosotros, polvo y ceniza, tan orgullosos desde la infancia hasta el sepulcro. Tu tan dulce, manso y humilde de corazón, y nosotros tan soberbios, presuntuosos y henchidos de vanidad. En vano buscamos tu amistad si antes no nos humillamos en tu presencia, por que tú eres el Dios de los humildes, y solo con ellos tienes tus delicias. Los pequeños y humildes rodearon tu cuna, pequeños y humildes fueron las piedras sobre que levantaste tu Iglesia, a los pequeños y humildes revelaste los tesoros de tu Corazón, y Tú, según el sublime cántico de María; desposeíste a los poderosos y elevaste a los humildes. Concédenos pues, esta virtud, base y fundamento de todas las virtudes, haznos mansos y humildes de corazón como Tú. San Juan Gabriel, ruega a Dios para que seamos humildes.

Día sexto

La Pureza y Mortificación de San Juan Gabriel

Consideración

Desde sus más tiernos años resplandeció el bienaventurado mártir por su angelical pureza, que podía ser comparada a la del ilustre San Luis Gonzaga. Su modestia era el asombro y la edificación de cuantos lo conocían, y en su semblante y en sus palabras se reflejaba el candor y la pureza de su alma, como en los arroyos cristalinos se refleja el azul del cielo. Bien sabía San Juan Gabriel, que tan fragante lirio solo crece seguro entre las espinas de la mortificación, y muy pronto se entregó a la más austera penitencia. Su alimento era tan insignificante, que parecía imposible que pudiese vivir con él, y aun este lo amargaba con unos polvos que llevaba siempre consigo. El cilicio y la disciplina circundaban su cuerpo, y en medio de las fatigas de la misión, llevaba una cadena de hierro atada a la cintura. Su cama era una tarima sobre el duro suelo, la oración la mantenía en continua vigilia. Tenía tal dominio sobre si mismo que nunca, por cansado que estuviese, se apoyaba siquiera en el respaldo de la silla en que tomaba asiento. Así mientras se atenuaba su cuerpo, su espíritu se fortalecía y preparaba para el martirio. ¡Que distancia hay Señor, de la pureza del alma de tu siervo Juan Gabriel, a la de nosotros pecadores, envueltos en la abominación y pecado! Manchados por sin numero de vicios, nos arrastramos por el fango en vez de remontarnos a ti en alas de la mortificación de los sentidos. El mundo está lleno de escándalo y de iniquidades, la juventud se pervierte desde la cuna, parece que un diluvio de fango cubriera toda la tierra. Dios tres veces Santo, apiádate de nosotros, purifica nuestra alma y nuestro corazón, nuestros sentidos y potencias, nuestra conciencia y nuestra atención. Todo lo puedes tú, sálvanos `pues en el arca sagrada de tu Corazón, y haz que, haciendo penitencia de nuestros pecados y mortificando de alguna manera nuestros sentidos, veamos brotar en nuestra alma, una flor blanca y perfumada, que atraiga complacida tu santísima mirada. Bienaventurado Juan Gabriel, intercede por nosotros para que consigamos las dos excelsas virtudes de la pureza y de la mortificación.

Día sétimo

De la Pobreza y Obediencia de San Juan Gabriel

Consideración

El desprendimiento de todas las cosas de la tierra y aspiración a las celestiales, hacía que San Juan Gabriel, hiciese gran estima de la pobreza, tan recomendada en el Evangelio. No poseía nada que pudiese tener valor material. Su cuarto desmantelado, apenas tenía los muebles indispensables y cuatro imágenes piadosas en lienzo con toscos cuadros unas, y otras sin ellos. Vestía la más vieja sotana del ropero de la comunidad, elegida por él, de suerte que parecía el último y más desgraciado de todos los de la casa, y solo la obediencia podía hacer que los días festivos vistiesen otra mejor. La obediencia es otra virtud tan necesaria al buen religioso, brillaba en esa alma privilegiada con singular brillo. Cifraba su mayor gloria en obedecer. La voz de sus superiores era para el de la del mismo Dios, y ya le confiriesen difíciles cargos, ya se los quitasen, ya le enviasen de una ciudad a otra, de una a otra misión, el bienaventurado no hacía otra cosa que obedecer con prontitud y alegría. Nosotros no procedemos así ciertamente. Nada nos desvela tanto como el deseo de las riquezas. Quieren muchos atesorar inmensamente, porque piensan que en la riqueza estriba la felicidad. Hoy una gran parte del mundo dobla la rodilla ante el becerro de oro, y a el se le sacrifican honor, reputación, tranquilidad, salud, patria, religión y vida. Y entre tanto las riquezas que se poseen, o que con tanto trabajo se adquieren, lejos de encerrar un átomo de felicidad, solo sirven para aumentar los sin sabores y la amargura hasta en el lecho de muerte. ¡Oh santa pobreza de Belén y del Calvario, como supiéramos apreciar tu valor inmenso! ¡Oh Señor! haz que no deseemos poseer más riquezas que las de tu Corazón, danos un perfecto desprendimiento de todas las cosas de la tierra, asócianos a la pobreza que escogiste para nacer, vivir y morir, para que seamos bienaventurados por la pobreza de espíritu y danos una sumisión perfecta a tus adorables disposiciones, y a la voz de nuestra Madre la Santa Iglesia, y de todos nuestros superiores, imitándote con la obediencia, a t que obedeciste hasta la muerte. San Juan Gabriel, ruega al Señor para que nos conceda estas dos virtudes.

Día Octavo

La Devoción a Nuestro Señor Jesucristo de San Juan Gabriel

Consideración

La devoción de San Juan Gabriel a nuestro Divino Redentor fue sólida, grande y llena de compasiva ternura. Tómalo por modelo de su vida y regla de todos sus actos, y la meditación continua de sus beneficios y excesos de amor, le tenían como transportado y fuera de sí. Celebraba todos los misterios de la Redención con sin igual amor, y sobre todo al celebrar el Santo Sacrificio, sentía en su alma incomprensibles transportes. Un día, el joven que le ayudaba en misa, vio que, en el momento de la consagración, el bienaventurado Juan Gabriel, arrobado en éxtasis, quedó suspendido en el aire. Postrado ante el Santísimo Sacramento, parecía un Ángel del Cielo, costándole penosísimo trabajo desprenderse de aquel lugar. Ante la Cuna del Dios niño permanecía en muda y estática adoración, y, fijos los ojos en el Crucifijo, sentía derretirse de ternura su corazón. Encendíase en deseos de sufrir por quien tanto sufrió por salvarnos, y anhelaba derramar toda su sangre para manifestarle su amor. ¡Oh, si nuestra devoción se pareciese a la de San Juan Gabriel! ¡Ah, cuantos creen tener una verdadera devoción! Y en realidad su devoción no pasa de una mera fórmula, de manifestaciones exteriores. ¿Qué fruto sacamos de la practica de tantas devociones? ¿mejora nuestra vida? ¿se purifica nuestra alma, amamos más a Dios, cultivamos o adquirimos las virtudes? Triste es confesarlo, permanecemos estacionarios, siempre pecadores, siempre vacos de toda virtud. Divino Salvador nuestro, enciende en nuestros corazones una sólida devoción, un constante fervor. Haz que procuremos imitarte, copiar tu hermosa imagen en nuestro corazón, hacer todo lo que te sea agradable, seguir tus ejemplos, y llevar tu Cruz. Jesús sed todo nuestro amor, toda nuestra aspiración, todo nuestro descanso y nuestro gozo. Bienaventurado Juan Gabriel, ruega a tu Divino Maestro, para que logremos una sólida devoción.


Día noveno

La Fortaleza de San Juan Gabriel en los tormentos

Consideración

A las virtudes y la fidelidad de San Juan Gabriel, reservaba Dios una corona, esta era la del Martirio. ¿Quién no se estremece si considera los horribles suplicios a que fue condenado? ¿Quién no se asombra de que hubiera podido arrostrarlos, no uno ni tres días sino un año entero? Después de haber sido Apóstol en la China, paró a ser Mártir. Fue hecho prisionero y conducido entre los bárbaros mandarines que, por lo general, terminaban los interrogatorios imponiéndole atroces castigos. Y le hacían azotar hasta hacer correr su sangre, ya le colgaban en alto de los dedos pulgares o de los cabellos, ya hacían que dos hombres se balanceasen en un palo atravesado sobre sus piernas mientras permanecía arrodillado sobre cadenas y fragmentos de vidrio, unas veces le alzaban por medio de maquinarias al aire y le hacían caer para dañar sus huesos, otras le hacían sentar en bajísimos asientos a los cuales quedaba atado, y hacían pasar por bajo sus plantas, maderas o tiestos, otras le magullaban la cara haciéndosela apalear con varas de bambú, muchas veces le devolvían casi muerto. Allí, la compañía y frases de los criminales, los insectos y el cepo continuaban su no interrumpido martirio. Pero nada tan horrible para el como el presenciar las profanaciones de la imagen del Salvador, esto era lo único que le arrancaba gritos de dolor y lágrimas. Más, en medio de esta tortura del alma y del cuerpo, manteníase firme y sereno, y su admirable fortaleza no desmaya un solo instante. Algunas veces, en medio del tormento, absuelve a los cristianos que le acompañan en el suplicio y les exhorta y los anima con la palabra, el ejemplo, ora, y Dios le envía nuevas fuerzas, hasta que, colgado en una horca en forma de Cruz, entregó su hermosa alma en brazos de su Creador. Al punto brilló en el cielo una Cruz resplandeciente, y en torno de la frente del mártir resplandeció una aureola de luz. Bendito seas Señor, que así premiaste las virtudes de tu siervo, bendito seas Salvador mío, que tanta fortaleza le comunicaste a fin de que se llenase de méritos, que aumentaron más su gloria. Míranos a nosotros, débiles, como hojas que el viento del mundo y de las tentaciones arrastra a unos y otro lado, compadécete de nuestra flaqueza y fortalécenos con tu gracia para que podamos resistir a los combates de nuestros enemigos, empeñados a que adjuremos de tu Santa Ley y de tu Divina Doctrina. ¡Oh Salvador nuestro! No nos abandones un solo momento, porque segura sería nuestra perdición. Protégenos, guárdanos en tu Corazón adorable, que es el refugio de los miserables, y la fortaleza de los débiles, solo allí amparados podremos cantar un día victoria, en compañía de todos los santos. Concede también fortaleza a todos los misioneros católicos, y especialmente a los de la Congregación de San Vicente de Paúl, para que todos lleguen a ser dignos hermanos, por las virtudes de San Juan Gabriel. Da fortaleza al Romano Pontífice y a todos sus ministros en la tribulación que padece la Iglesia, e interpóngase a nuestro favor el bienaventurado Juan Gabriel Perboyre. Gloriosísimo Mártir Juan Gabriel, te damos la enhorabuena de tu felicidad, e imploramos tu protección. Ruega por nosotros y alcánzanos la virtud de la fortaleza y la perseverancia final. Amén.

HIMNO

Triunfo, amor, honor y gloria,


Al ya feliz Juan Gabriel,


Y al celebrar hoy su memoria,


Hagámonos bien dignos de él,


Por Dios en un país extranjero


Dulce cosa es el sufrir,


Como este Santo Misionero


¡Oh! cuan hermoso es el morir.


¡Oh Santo Mártir! Del amor de fuego


Encender quieres en la China infiel,


Más de tu celo y ferviente ruego


No se conmueve el Dios de Israel.


Pero vencido por tu fiel constancia


El cielo escucha al fin tu clamor,


Tu, generoso abandonas la Francia


Por predicar la fé del Redentor.


Vedle alegre, contento y propicio,


A manos llenas, sembrar la verdad


Sus divisas: Trabajo y Sacrificio


Jesús, mi corona en la eternidad.


El averno furioso se conmueve,


Como a Jesús, a Gabriel se vendió


Como Jesús, hasta las heces bebe,


El cáliz cruento que Jesús bebió.


Pero escuchad su postrimera plegaria


Eco sublime de la de Jesús,


“Padre, perdona su acción temeraria,


Dadles el cielo, Mansión de la Luz”


Santo querido, a través de los espacios,


Otros soldados irán como tú,


Alcánzales el que sigan tus pasos,


Si es necesario, morir por Jesús.


ORACIÓN: Oh Divino Jesús, que hiciste objeto de admiración a San Juan Gabriel, en medio de los pueblos de la China, por la inocencia de su vida, sus trabajos apostólicos y la gloriosa participación de vuestra Cruz, dignaos concedernos que la conformidad de sus enseñanzas y prácticas de la fé, de la caridad y de la paciencia, merezcamos ser asociados al esplendor de su gloria. A Ti, que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: Apsotolado de la Piedad Popular [1]