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Miércoles, 8 de mayo de 2024

Iglesia de las Trinitarias de la Ciudad de los Reyes

De Enciclopedia Católica

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La explicación breve y sencilla del restaurador de la pintura <<decorativa>> de Trinitarias, permitido comprender, y agregar algunas ideas (a las ya expuestas) acerca de los trampantojos de muro enladrillado de las iglesias baluartes del Sagrario de Lima [1], siempre en armonía con las particularidades de cada sol emblemático [2] de sus fachadas, que <<danzan>> en torno del Sol [3] mayor alegorizado [4] en el centro de la Plaza Mayor.

Sol, que anuncia la Luz de la Gloria de Dios en la Jerusalén Celeste, de la que Lima es jeroglífico (político y religioso). Hoy, salvo mejor parecer y/o sujeto lo que revele la culminación de las obras en Trinitarias, se confirmaría una vez, el timbre escatológico de Lima.

Si nuestra percepción es correcta, como creemos que lo es, explicaría los colores particulares de la Soledad y la torre de la Basílica del Rosario. Y del conjunto conventual franciscano. Lo semejante se junta con lo semejante. Lo semejante forma un grupo, el grupo tiene un centro, y el centro una fuente: Esa fuente es la Sagrada Escritura.

1) La Impronta Barroca, en el ámbito doctrinal, litúrgico, estético, arquitectónico, alegórico, etc llegó a ser vista por la televisión. Y con todo su esplendor. Que no era otro que el esplendor de la Verdad; con toda su pompa real, que glorificaba a Cristo en la persona de su vicario, y con el misticismo divino de la Liturgia que dice: este es altar de Dios: arrollídate y adóralo.

Una beata de iglesia, un campanero iletrado o un catecúmeno con el misal de DOM Lefebvre podían comprender y explicar con sencillez, las cosas a las que hoy nos con la debida prudencia. Eran parte de su cotidianeidad. Y de la cotidianeidad den nuestros coetáneos [5], que vivíamos con los abuelos, que estudiábamos en colegios religiosos, y que tuvimos por educadores a sacerdotes y religiosos formados dos y hasta tres décadas antes del Concilio Vaticano II.

Quien no ha vivido el silencio reverencial de la tarde de Jueves Santos, ni oído a Tito Otero predicar las <<Tres horas>> que enmudecía las radios a la Hora Nona, ni ha sentido la tristeza del Viernes Santo no tiene ni la más remota idea, ni tiene la capacidad de imaginar qué creía, qué sentía, qué deseaba y qué esperaba la gente de esta ciudad.

Esa experiencia vital permite que los nacidos en la década del 60 puedan <<leers>> linealmente, comprender e interpretar -mutatis mutandis- lo que leían los limeños del Barroco, y los del tránsito a las formas neoclásicas, porque compartimos la <<gramática de lo visiual>>, que sirven a un solo Señor.