Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Martes, 30 de abril de 2024

Óleo de enfermos: bendición en el contexto de la Misa crismal

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

Introdución

El tejido de la liturgia está entrelazado de muchos elementos. Hay signos litúrgicos de una gran carga evocativa y espiritual (incensar, inclinarse, postrarse, extender las manos); elementos materiales, creados, como el óleo, el agua, el pan y el vino; incluye acciones rituales: unciones, baño de agua, imposición de manos, comida sacramental; hay Palabra, lecturas de la Escritura en las que Dios sigue hablando a los hombres, y Cristo proclama hoy su Evangelio (cf. SC 33); hay canto y música, para orar, alabar, entonar salmos e himnos. Y hay “Palabras litúrgicas”: la eucología –buenas palabras- que pronuncia la Iglesia dirigiéndose a su Señor; esta eucología mueve la inteligencia y la voluntad para orar y para proclamar rectamente los misterios de la fe.

Al elegir este tema y abordar un estudio así, lo hemos hecho movidos por una convicción muy arraigada: la necesidad de una mistagogia desde los mismos ritos de la liturgia y la contemplación sosegada del Misterio mediante la eucología. Cuando ésta es saboreada se abren nuevas perspectivas para la teología y para la espiritualidad, y viceversa: esta misma eucología reclama una profundización remitiendo una y otra vez a las fuentes fundamentales: la Biblia y la patrística, fuentes que siempre fueron la inspiración de la eucología.

Los bellísimos textos litúrgicos encierran las verdades de la fe con el ropaje de la liturgia, solemne, y con su estilo literario tan variado según el genio propio de cada familia litúrgica. Ellos, cuando son recitados con sentido y correcta entonación, cuando son meditados en la oración personal, nos unen al Señor con la plegaria de la Iglesia y nos adentran en los misterios de la fe. La liturgia deviene siempre así en maestra de la vida espiritual. Y alcanzamos otro beneficio: una visión nueva del misterio de la liturgia, en perspectiva teologal y teológica. La eucología es un elemento integrante de la liturgia y favorecedor de la oración y de la reflexión teológica, así como de la comprensión de la fe.

Al principio señalé que el objeto de este estudio lo acometía por una convicción muy arraigada en el valor e importancia de la eucología. Fue un descubrimiento apasionante para mi vida espiritual trabajar y saborear cordialmente la eucología mucho antes de entrar en el Seminario y desde entonces ha sido el método de trabajo interior. Asimismo, a lo largo de los años de ministerio ordenado, he comprobado el valor eficaz de la eucología cuando he abierto sus tesoros mistagógicamente en catequesis de adultos, en retiros y en Ejercicios espirituales, en homilías, en catequesis pre-bautismales y pre-matrimoniales, en preparación inmediata al sacramento de la Confirmación, etc. Quienes recibían esta mistagogia a partir de los textos litúrgicos y de los ritos, percibían la riqueza del sacramento y vivían la liturgia con una participación más plena, consciente, interior, activa, fructuosa (cf. SC 14).

Como consecuencia de lo dicho anteriormente, hemos decidido investigar un importante texto eucológico “mayor” que requiere, en cierto modo, un estudio interdisciplinar: ver el texto en sí, su estilo literario, sus fuentes inspiradoras o las fuentes que el mismo texto inspira, la teología que muestra explícitamente y lo que evoca implícitamente, la historia de su transmisión y de su empleo en la liturgia eclesial, el contexto litúrgico en que se pronuncia, etc. Por lo tanto había que acudir a la historia, a la dogmática, a la teología litúrgica, a las Escrituras, a la patrística, etc., para llegar a una visión completa de la oración litúrgica sin ignorar ninguno de sus aspectos.

Con este ánimo hemos estudiado lo más amplia y extensamente posible, dentro de los límites de una tesina de licenciatura, la plegaria de bendición del óleo de los enfermos en el contexto de la Misa crismal según el Misal romano de Pablo VI en su segunda edición típica.

Es un rito del todo especial, característico de nuestro rito romano, celebrado anualmente con solemnidad y con la participación de todo el pueblo de Dios (obispo, presbíteros, diáconos y fieles), es decir, la Iglesia. Rito impresionante, llamativo en el que participando la Iglesia local está presente la Iglesia Universal, la Católica. Sin embargo, había una primera impresión que luego se fue confirmando: la Misa crismal y su contenido sacramental e incluso los mismos óleos quedaban eclipsados por el aspecto clerical de la renovación de las promesas sacerdotales. En efecto, pocos estudios monográficos se hallan sobre la Misa crismal y las plegarias de bendición que en ella se efectúan. En los manuales de liturgia apenas una página, tal vez dos, para una somerísima presentación de la Misa crismal; tampoco los estudios sobre el año litúrgico amplían mucho más su consideración, salvo las honrosas excepciones de las obras de Righetti y Pascher. Igual suerte corrieron las plegarias de bendición de los óleos; la del santo Crisma es estudiada en algunos artículos especializados, pero la oración “Emitte”, centro de este estudio, o es mencionada de pasada en relación al Crisma, o lo que se ofrece de ella es apenas un comentario espiritual sin detenerse en su origen, fuentes, evolución, estructura, momento en que se recita y teología que encierra. Parecía, pues, un tema de estudio novedoso, en buena medida inédito, convirtiéndose en un reto para elaborar algo que fuera válido y no simple presentación o repetición de lo ya dicho en anteriores estudios.

Entre los pocos estudios que pudieran orientar, han resultado unos referentes claros el de Sorci, un artículo de Russo y otro de Farnés, como aparecen en la bibliografía y son citados numerosas veces a lo largo del estudio. Pero para conocer bien la Misa crismal y la plegaria “Emitte” había que acudir de primera mano a las fuentes litúrgicas y dejar que ellas hablasen sin intermediarios ni síntesis sobre el objeto estudiado: los sacramentarios Gelasiano Vetus, los Gelasianos del s. VIII, Gregoriano y Veronense; luego los Ordines Romani que describiesen la Misa del Crisma en la feria V; a continuación los Pontificales medievales, cada vez más prolijos y, finalmente, el Pontifical de Trento, el Ordo Hebdomadae sanctae de 1955, la edición del Pontifical de 1962, las primeras reformas de la Misa crismal en 1965 hasta llegar a los libros nacidos de la reforma litúrgica: el Misal romano de Pablo VI en su segunda editio typica y el Ordo de bendición de los óleos de 1970.

Con este estudio nos proponíamos alcanzar algunas metas en aquello que parecía menos explorado; primero, conocer la historia de la Misa crismal, su desarrollo en los distintos usos del rito romano (en Roma, en Galia y en Germania), su evolución y síntesis con el Pontifical romano hasta nuestros días. En segundo lugar, mediante los ritos, las lecturas y los textos, ver la teología que subyace en la Misa crismal teniendo presente su ubicación en el año litúrgico y el fin al que mira: la santa Vigilia pascual; en tercer lugar, considerando así el contexto, desgranar la oración “Emitte” en todos sus aspectos como otros estudios y artículos ya habían realizado con la plegaria de consagración del santo Crisma; en cuarto y último lugar, hallar el sentido y las gracias sacramentales de la Unción de enfermos a partir de esta plegaria de bendición del óleo.

El itinerario recorrido comienza por mostrar, en el capítulo I, el sentido de las unciones y su uso en la cultura en general, en el Antiguo y Nuevo Testamento y, finalmente, en la liturgia cristiana. En ésta, los óleos reciben una bendición para su aplicación sacramental, por lo que parecía conveniente ofrecer un elenco de bendiciones del óleo de los enfermos, de distintas épocas y familias litúrgicas, para ubicar luego mejor la oración “Emitte”.

El contexto de la Misa crismal ilumina el sentido y la teología de la plegaria “Emitte”. En el capítulo II, describiremos el origen de la Misa crismal, su evolución histórica hasta la reforma litúrgica emanada del Concilio Vaticano II con los libros litúrgicos actuales, incluyendo una presentación de sus actuales lecturas bíblicas y la eucología de esta Misa. La proximidad de la Misa crismal con la Pascua ofrece una luz nueva para interpretar el significado del óleo y de la santa Unción cuando se considera el valor de novedad de la Pascua, la sacramentalidad que brota de la Humanidad glorificada de Cristo, la creación redimida que ha entrado “ya, pero todavía no”, en el ésjaton definitivo, en el nuevo eón, porque los elementos materiales pueden ser ya instrumentos reales de la redención, portadores de gracia, transfigurados y traspasados por el Espíritu Santo del Kyrios glorioso. Todo ello desemboca, pues, en una preciosa teología, apenas esbozada.

Una vez visto el contexto, que nos orienta y ayuda en su explicación, pasamos a investigar la actual plegaria de bendición, abordando su análisis en el capítulo III. Como cualquier estudio eucológico, primero había que ver las fuentes bíblicas que de manera implícita o explícita conforman la plegaria litúrgica; después su redacción y transmisión en las fuentes litúrgicas: su presencia tanto en el sacramentario Gelasiano como en el Gregoriano (con leves variantes), y su permanencia, tal cual, hasta 1970. Desde entonces, con la promulgación del nuevo Ordo, la oración “Emitte” se enriqueció con algunos retoques, añadiéndosele la invocación a Dios y la parte anamnética. Tras el análisis litúrgico, un punto enriquecedor será su análisis celebrativo, ya que siempre se bendijo el óleo de los enfermos en el Canon, concluyendo con la fórmula “per quem haec omnia”. Práctica inmemorial de la Iglesia era bendecir alimentos y ofrendas en este momento, y en ese dinamismo de bendición se introdujo la bendición del óleo de los enfermos, uniendo creación y redención. Numerosísimos testimonios dan fe de ello brindando un panorama sugerente para la teología y la liturgia.

El capítulo IV se centra en el comentario teológico de la oración “Emitte”, siguiendo el esquema de las grandes plegarias: invocación, memorial y epíclesis-petición, destacando los temas teológicos en ella contenidos y sus raíces en la patrística.

La oración comienza con la invocación a Dios al que se le califica como Padre de todo consuelo y se rememora su acción consoladora mediante Cristo que fue enviado para cargar las dolencias y enfermedades de los hombres. Con estas expresiones se entronca con un lenguaje muy apreciado en la Tradición patrística y litúrgica, la de presentar a Cristo como Médico de los cuerpos y de las almas e incluso interpretar de forma nueva la parábola del buen samaritano refiriéndola a Cristo como sujeto de la acción misericordiosa.

La epíclesis suplica la bendición al Padre derramando desde los cielos el Espíritu Santo Defensor. Esta mínima referencia pneumatológica, sin adjetivos ni frases de relativo que amplíen la actuación del Paráclito, no deja de ser reveladora, pues al llamarlo Defensor apela a la acción del Espíritu que defiende al enfermo del mal de la enfermedad, del mal del dolor, del pecado y la tentación y del Maligno. Se derrama esta bendición sobre el aceite del leño verde, del olivo creado para alivio del hombre: Cristo será el verdadero, verde y fructífero olivo que todo lo unge, haciéndonos participar de su Unción en los distintos momentos y circunstancias de la vida, consagrándonos, santificándonos, dándonos su Espíritu Santo.

La oración prosigue con la petición donde se enumeran los efectos sacramentales que se esperan alcanzar con la santa Unción, efectos unos de tipo corporal y otros de tipo espiritual. Como el hombre es un ser unitario, creado con cuerpo y alma, el sacramento que incide sobre algo en principio corporal, el dolor y la enfermedad, debe tener repercusión sobre la carne del enfermo: así lo atestiguan las fuentes y la plegaria misma de la Iglesia; a la vez, su alma necesita fortaleza, alivio y paz en el sufrimiento y una perspectiva sobrenatural para vivir su fe, que será la de unirse al Señor en su misterio pascual.

Sin duda, la bendición del óleo de enfermos y su contexto, la Misa crismal, es un tema apasionante y novedoso, y a medida en que nos sumergíamos en él, más espacios de investigación y objeto de nuevos estudios, en los que no nos podemos detener en esta tesina (ya que hemos delimitado el objeto de nuestro trabajo) que pueden servir para nuevas investigaciones, como por ejemplo: el estudio de la eucología de la Misa ritual III: En la administración del viático; o las Misas y oraciones por diversas necesidades: Por los enfermos, 32; Por los moribundos, 33; Para pedir la gracia de una buena muerte, 46, etc.


Nos decía el beato Juan Pablo II en la Misa crismal del 8 de abril de 2004: “se trata de una celebración solemne y significativa, durante la cual se bendicen el santo crisma y los óleos de los enfermos y de los catecúmenos. Este rito invita a contemplar a Cristo, que asumió nuestra fragilidad humana y la hizo instrumento de salvación universal. A imagen suya, todos los creyentes, llenos de la unción del Espíritu Santo, son "consagrados" para convertirse en sacrificio agradable a Dios” (Juan Pablo II, Hom. en la Misa crismal, 8-abril-2004).

Es la riqueza de la liturgia actuando “per ritus et preces” (SC 48) la que siempre fascina a quien se acerca, con temblor y temor respetuosamente, a la obra de Dios Uno y Trino.

Capítulo 1

Las unciones y bendición de los óleos

La liturgia cristiana, desde el principio, asumió las unciones tal como era práctica común reflejada en las Escrituras. Era un signo adecuado y una expresión clara de la acción de Dios. No tardó mucho en bendecir el óleo o consagrarlo con una plegaria que expresara su significado y el destino al que se emplearía. De esta manera se llega al óleo de los enfermos, al óleo para el exorcismo (o de catecúmenos) y al óleo de consagración (Crisma en Occidente, Myron en Oriente). Así, “los elementos naturales y su significado son asumidos y utilizados para indicar las intervenciones de Dios en la historia salutis... La novedad esencial del simbolismo bíblico se da –por consiguiente- por su carácter histórico-salvífico” [1].

Es conveniente, pues, adentrarse en el simbolismo del mundo bíblico para ser capaz de percibir el simbolismo específico de la liturgia y su alcance real; después, ver el uso del óleo en la liturgia y, finalmente, diversas bendiciones de los óleos en la eucología eclesial.

1. El aceite y sus diversos usos

El aceite y la unción son usados en toda la antigüedad en muchas culturas [2], en particular en la cuenca mediterránea, donde el olivo es muy abundante, árbol típico en su paisaje; se adapta bien a la tierra árida y sedienta, y su tronco retorcido y nudoso muestra su fuerza y longevidad. En esta cultura, el aceite de oliva ocupa un lugar esencial. “Las propiedades del aceite hacen de él en la antigüedad un elemento fundamental sobre todo en ámbitos no religiosos: por ejemplo en la medicina, donde protege, cura y alivia el dolor; en el deporte, por cuanto tonifica el cuerpo y da fuerza a la musculatura; en la cosmética utilizado para purificar la piel y para conferirle esplendor, o bien unidos a las esencias como perfume” [3].

El aceite evoca la abundancia y la prosperidad. Es el alimento esencial con el que Dios sacia a su pueblo fiel (Dt 11,14) y cuya privación es signo de castigo (Mi 6,15; Ha 3,17); expresa la felicidad que conocerá la comunidad de los elegidos en el mundo escatológico (Os 2,24) [4].

El aceite por sus propiedades lenitivas se emplea como remedio (Is 1,6; Jr 8,22; Mc 6, 13; Lc 10,34; St 5,14-15); “era un procedimiento médico o paramédico del que se esperaba la curación o, también, un cierto alivio. Se curaban con óleo las llagas y las heridas” . Formaba parte de la farmacopea de los antiguos. Los rabinos determinaron los casos en los que se podía hacer una unción de aceite y vino en sábado [6] .Incluso es utilizado en la purificación del leproso (Lv 14,15-18. 26-29).

El aceite evoca la luz como combustible que se consume al iluminar (Ez 27,20; Mt 25,3-5) y es empleado en la cocina para condimentar los alimentos (Ex 29,23; Lv 2,4) o para freír (1Cro 9,31; 1Cro 23,39; Lv 2,5) [7].

Perfumado, el óleo da suavidad, belleza, frescura; mantiene tersa la piel y la fortifica. Mezclado con esencias perfumadas, el óleo es símbolo de fiesta y alegría (Prov 27,9; Sal 132,2; Is 61,3; Am 6,6). Pero privarse de él, unido al ayuno, va unido a la tristeza o al duelo (Dn 10,3; 2S 12,20; Mi 6,15).

Es dispensado como gesto honorífico al huésped a quien se acoge; así se le brinda un signo de honor (Sal 22,5; Mt 26,6-13; Lc 7,38).

Otra aplicación de la unción, “es preparar a los difuntos por una unción a la vida en el otro mundo” .[8]. Al asear el cadáver, “el uso de aceites perfumados se impuso en los países de Oriente... En el momento en que se generaliza la fe en la resurrección de los muertos, el óleo perfumado tuvo que ponerse en relación con el óleo paradisíaco que devolverá la vida a los elegidos” [9] Dos alusiones hallamos en el evangelio a esta aplicación sobre el cuerpo de Jesús: una premonitoria, en Betania (Jn 12,7), y otra cuando en la mañana del domingo las mujeres miróforas van al sepulcro a ungir el cadáver (Mc 16,1; Lc 24,1).

El aceite es derramado para consagrar algo al Señor, dedicarlo en exclusiva a Él, como memorial de su acción salvífica: por ejemplo, Jacob en Betel (Gn 28,18; 35,14) o Moisés en la Tienda del encuentro y el altar de los holocaustos (Ex 40,9-10). Se emplea en los ritos consecratorios, marcando el paso del mundo profano al mundo sagrado. Así, la unción real expresa el poder de la elección divina (1S 10,1; 16,13; 2R 9,6; 1R 1,39) y así queda coronado el rey. También en la consagración del sacerdote se derrama el óleo [11]. Sumemos también la unción de los profetas (1R 19,16; Is 61,1) [12].

El Nuevo Testamento habla también de manera simbólica de la unción del cristiano para designar el don del Espíritu (2Co 1,21; 1Jn 2,20. 27) ; “aunque sin excluir una referencia al bautismo, aquí se trataría sobre todo del Espíritu Santo” [14].

Cabe recordar asimismo la utilización del aceite por los luchadores que se embadurnaban de él para resbalar fácilmente entre las manos del contrincante, y su empleo por los deportistas en los masajes. Da fuerza y agilidad a los músculos antes y después de las luchas y actividades.

Pero un uso nuevo es la unción a los enfermos que hallamos en Mc 6,7.13 y en St 5,14; “no tiene solamente un fin médico; es también salvífico” [15]. Consideremos con algo más de detenimiento este uso ya que es el objeto central de nuestro estudio. Según el contexto, Jesús les dio expresamente el poder de curar con el óleo (Mc 6,7) [16]. Si los apóstoles ungieron a los enfermos es porque “pensaron que ésta [la unción] se hallaba incluida en el mandato misional de Cristo” [17], y, “aunque el relato no afirma que Jesús encargara a los Doce ungir con aceite, tal unción se ajusta, sin duda, a sus designios, de forma que podemos equipararla a las acciones simbólicas del mismo Jesús” [18].En la carta del apóstol Santiago, se da una primacía de la oración sobre la acción de ungir [19]evitando una acción mágica o supersticiosa: su virtud curativa se da en función de la oración de fe. “La unción, el óleo, entonces, acompañada por la plegaria de la fe, hace presente la acción salvífica del Señor Jesús, que curó a tantos enfermos y ahora está sentado glorioso en el cielo” [20]salvando al enfermo, sea en su cuerpo, sea en su alma. Con mucha naturalidad se recomienda esta unción con la plegaria, lo cual hace suponer que se basa en una praxis vigente en esa región (tradiciones judías y esenias) [21], sin inventar rito alguno [22]; de esta forma, el uso medicinal habitual en las culturas antiguas es acogido y recibe un nuevo significado en Mc 6 y St 5,13 [23].

El aceite en la liturgia cristiana

Era una prolongación natural que el aceite, usado en la vida de Israel y mostrado en la Escritura, se integrara en la liturgia cristiana como elemento creado puesto al servicio del orden de la Gracia. Tan sólo una visión panorámica, sin entrar en detalles ni en el desarrollo histórico, nos puede orientar en los distintos óleos y sus usos litúrgicos.

El óleo es la materia central del sacramento de la Unción de enfermos. El rito romano incluye la oración del sacerdote, la imposición de manos al enfermo y la unción con una fórmula sacramental. En otros ritos, este sacramento es celebrado de forma más solemne y desarrollada: “entre los Sirios, su duración es de alrededor de tres horas. En todos los ritos requiere, a ser posible, la participación de varios sacerdotes” [24], y entre los bizantinos, “el Oficio del Óleo santo está confiado a siete sacerdotes que hacen cada uno de ellos una unción. Y cada una de ellas va acompañada de una doble lectura, epístola y evangelio” [25].

Tras el bautismo un óleo diferente, el de acción de gracias, era administrado por los presbíteros y a continuación el Obispo crismaba a los neófitos [26]. En los ritos de la iniciación cristiana, el óleo comunicaba el don del Espíritu Santo. Se unge con Crisma al párvulo recién bautizado y es el signo sacramental de la Confirmación. En Oriente, sin embargo, el párvulo es crismado por el sacerdote en el bautismo y recibe también la Eucaristía [27]. En el rito hispano-mozárabe, tras el bautismo, se crismaba al neófito en la frente haciendo la señal de la cruz y el Obispo le imponía las manos recitando una plegaria, tanto a los niños como a los adultos [28].

Con la unción con el santo Crisma, la configuración del cristiano con Cristo es plena mediante el Espíritu Santo. Remite, así pues, a “la realidad constitutiva del cristiano” junto al subrayado de su “consagración cristológica” [29]; se confiere el don del Espíritu Santo “que renueva en el crismado la experiencia de Pentecostés, según la tradición bíblica y la tradición litúrgica de las iglesias de Oriente y Occidente”, es símbolo del don permanente del Espíritu que es llamado “Sello”, tiene “valencia cristológica” y, finalmente, por ser óleo perfumado, se significa “la misión que el Espíritu asigna de difundir el buen perfume de Cristo” .[30].

El santo Crisma se emplea, no como materia sacramental, en el sacramento del Orden para los obispos y presbíteros en el rito romano, aquéllos ungidos en la cabeza, éstos en las manos [31]. La unción con el Crisma es un uso romano, desconocido en Oriente; sólo aquellas Iglesias que han recibido un influjo latino en su liturgia la han incorporado, como la liturgia maronita y la liturgia armenia [32]. Incluso en el rito hispano, la vinculación que tiene el obispo con el Espíritu Santo, llevó a que en las exequias del obispo uno de los ritos fuese derramar Crisma en la boca del difunto epíscopo: “et aperiens ei os, mittit crismam in ore” [33] ; y aunque las fuentes nada dicen de la crismación en el rito de ordenación, hay quien piensa que este gesto de verter Crisma sobre el obispo difunto es un recordatorio de su unción en el rito de ordenación [34].

El ritual de la dedicación de iglesias y consagración del altar incluye la unción con el Crisma del altar y de los pilares, cuatro o doce [35]. En nuestro rito hispano-mozárabe tenemos un vestigio de esa práctica: un canto con su antífona “ad oleandum altare” . Los ritos orientales practican igualmente la unción del altar con el Myron, en Siria a mediados del siglo IV, en Bizancio en el siglo VI [37]. Entre los Caldeos y los Coptos, el único rito para dedicar una iglesia “es la unción del altar recién erigido con el myron o con un aceite solemnemente consagrado para tal fin” [38] por el obispo en el transcurso de la misma celebración [39].Se da, además, un paralelismo evidente entre la iniciación sacramental del cristiano (baño, unción, vestidura, cirio, comunión eucarística) y la dedicación de la iglesia (aspersión, unción, vestición del altar, iluminación del templo, celebración eucarística) [40].

Uso hermoso y significativo es verter el Crisma durante la plegaria de bendición del agua bautismal. En el rito hispano-mozárabe, después de exorcizar las aguas, se derrama el óleo; “Ildefonso ve en esta mezcla del óleo con las aguas la presencia del Espíritu Santo” [41]. Los ritos orientales, por su parte, incorporaron la infusión del Myron durante la plegaria de bendición del agua bautismal [42].La infusión del Crisma y el óleo de los catecúmenos en la bendición del agua bautismal duró en el rito romano hasta el Misal de 1970, que simplificó los ritos durante esta plegaria [43]. Esto hace que el rito romano en la actualidad sea uno de los pocos cuya bendición del agua bautismal no emplea el signo de la infusión del santo Crisma.

Finalmente, un tercer óleo, llamado algunas veces “óleo de exorcismo” y comúnmente ahora “óleo de los catecúmenos”. Es ésta una unción de combatiente; fortifica al catecúmeno para la lucha suprema contra las potencias del mal, disponiéndolo a la renuncia a Satanás, a la profesión de fe cristiana y a sumergirse en las aguas bautismales. Antes de bendecir el agua bautismal, los catecúmenos reciben una unción pre-bautismal en las familias litúrgicas orientales, con el óleo de los catecúmenos al que llaman “óleo de alegría” [44]. En el rito hispano-mozárabe, los catecúmenos, durante el oficio matutino del Domingo de Ramos, serán ungidos con el óleo trazando el signo de la cruz en las orejas y en la boca mientras el Obispo recita la fórmula Epheta [45]. En el rito romano, los catecúmenos son ungidos durante el catecumenado en distintos momentos y los párvulos también antes de la bendición del agua bautismal.

Las bendiciones de los óleos

La práctica de bendecir el óleo es antiquísima. Los textos litúrgicos hacen alusión a ello y ya en los siglos V-VI se empieza a reservar a una Misa solemne o a una liturgia especial, según las distintas familias litúrgicas. La Misa crismal, cuya historia veremos en el siguiente capítulo, es un ejemplo significativo.

Cada óleo recibe su bendición: el óleo de catecúmenos, el santo Crisma y el óleo de los enfermos; son bendiciones que expresan la teología contenida en cada unción y de las que tenemos una gran cantidad de formularios a lo largo de la historia de la liturgia.

Referente al óleo para la Unción de enfermos, objeto de nuestro estudio, la tradición litúrgica nos ha legado bastantes piezas eucológicas que, sin alcanzar la solemnidad y el desarrollo literario de la consagración del Crisma, ofrecen en su formulario una visión de los efectos que se esperan alcanzar al ungir al enfermo. La variedad de formularios para bendecir el óleo revela que “el acento se desplazó muy pronto de la oración por el enfermo a la oración sobre el óleo... El efecto de la acción que se efectúa con el enfermo se atribuye casi siempre al aceite, el cual recibe su virtud del Espíritu Santo, a quien se invoca en la epíclesis” [46]. De hecho, las oraciones más antiguas que se conservan no son oraciones sobre el enfermo sino de bendición del óleo ; “tal bendición realizada por el obispo desde el principio constituye el gesto considerado como fundamental. En efecto, la bendición es considerada “sacramento” y no la acción misma de la unción” [48].

Ofrecemos, a modo de elenco, algunas de estas bendiciones sin entrar en su análisis detallado [49].

El documento litúrgico más antiguo que poseemos, referente al óleo de enfermos, es la Traditio Apostolica atribuida a Hipólito. Contiene una fórmula de bendición después del Canon –junto a la bendición del queso, uvas, etc.- dando gracias sobre el óleo:

“Si alguno ofrece óleo, que [el obispo] dé gracias, a la manera como se hizo la oblación del pan y del vino; no con las mismas palabras, sino con el mismo sentido, diciendo: Así como, santificando este aceite, tú concedes, oh Dios, la salud (santidad), a quienes son ungidos con él (se sirven de él) y lo reciben, te pedimos que este óleo, con el cual has ungido a los reyes, sacerdotes y profetas, procure del mismo modo refrigerio a quienes lo gustan y la salud a quienes lo utilizan” (n. 5) [50].

Las Constituciones Apostólicas, en el libro VIII, ofrece una bendición del óleo y del agua en cuyos efectos se enumera la curación y el exorcismo. Es un texto del siglo IV en la provincia de Siria muy difundido:

“Oh Señor de los ejércitos, Dios todopoderoso, creador de las aguas y dador del óleo, misericordioso y amigo de los hombres. Tú has dado el agua como bebida y como purificación y el óleo que hace brillar el rostro en el gozo y la alegría: santifica ahora tú mismo por Cristo esta agua y este óleo, a favor de aquél o de aquélla que lo han traído, y concédeles la fuerza de producir la salud, de expulsar las enfermedades, de poner en fuga a los demonios, de proteger la casa y de destruir todas las insidias, por Cristo nuestra esperanza; en Él a ti la gloria, el honor y la veneración en el Espíritu Santo por los siglos. Amén” [51].

El Eucologio del obispo Serapión, del siglo IV en el Bajo Egipto, nos ofrece “la más rica de las oraciones primitivas para la bendición del óleo de enfermos” [52]. Presenta una oración para el óleo de los enfermos o para el pan o para el agua, que incluye un exorcismo; es terapéutica y alude a la causa última de la enfermedad que es el pecado; pide a Dios que conceda fuerza curativa al aceite:

“Concede la fuerza de la salud a estas criaturas, de modo que se aleje toda fiebre, todo demonio, toda enfermedad, y su recepción se convierta en remedio para la salud y en remedio para la integridad en el nombre de tu Unigénito Jesucristo.

Te rogamos a ti, que posees toda fuerza y poder, salvador de todos los hombres, Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo: te suplicamos que el poder de curación se difunda sobre este óleo desde el cielo de tu Hijo único; que los que reciban la unción o participen de estos elementos sean librados de todo mal y de toda enfermedad para vencer toda potencia satánica, alejar todo espíritu impuro, expulsar todo espíritu malo, extirpar toda fiebre, temblor y debilidad, conceder la gracia y la remisión de los pecados, recibir el remedio de la vida y de la salvación, procurar la salud y la integridad del alma, del cuerpo y del espíritu y la plenitud de la fuerza, para que sea glorificado el nombre de Jesucristo que por nosotros fue crucificado y resucitó, llevó nuestras enfermedades y flaquezas y que volverá a juzgar a los vivos y a los muertos” [53].

La Iglesia Ambrosiana de Milán, a finales del siglo XI o principios del XII incorpora el ritual romano de la bendición del óleo de enfermos y desde entonces, como en Roma, este óleo se bendijo en la Misa del Jueves Santo con la fórmula Emitte. Pero antes, esta bendición la realizaba el presbítero en el momento de la Unción y mediante diferentes fórmulas que los manuscritos milaneses nos han conservado y algunas, además, se recogen en el Pontifical romano-germánico.

Una de estas fórmulas ambrosianas es la oración “Domine sancte, gloriose...” con parentesco con la fórmula romana “Emitte”:

“Señor santo, Dios glorioso, eterno, omnipotente: te suplicamos insistentemente tu sublime clemencia; que te dignes bendecir y santificar esta criatura del aceite y envíes a tu Espíritu Paráclito, que llenó el orbe terrestre, sobre este aceite que mandaste fluir del verde leño, para que, si alguno fuere untado con ella o la gustare, le sirva para fortaleza del alma y del cuerpo. Expulse la mala salud, sacuda las tentaciones del diablo, aparte los ardores crecientes de la fiebre y la causa de cualquier dolor, para que, robustecido en la fe santa, te dé gracias eternamente, Dios Padre omnipotente” .

Y una segunda oración ambrosiana es la “Domine qui studio”, destacando una economía salvífica mediante las criaturas para la salud de las almas y de los cuerpos:

“Señor, que por el deseo de la salvación del hombre comunicaste a tus criaturas la fuerza de bendición para que también por medio de las criaturas temporales se concediera la salud en nuestros tiempos para utilidad de la santificación de las almas, infunde tu santificación a este aceite, para que de aquellos cuyos miembros fueren ungidos ahuyente las insidias del poder adverso con la recepción del presente aceite, y expulse la debilidad con la gracia saludable del Espíritu Santo, y confiera plena salvación, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” .

La liturgia mozárabe y la galicana ofrecen fórmulas muy desarrolladas en la bendición del óleo, como es su estilo eucológico, prolijo, detallado.

Una primera fórmula es la oración “In tuo nomine” que pide a Dios, único médico, que comunique al óleo la fuerza de curar.

“En tu nombre, Dios todopoderoso, y en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, y por el poder del Espíritu Santo, exorcizamos y santificamos este óleo, puesto que el Señor en su bondad se ha dignado decir por boca de los Apóstoles: “si alguno de entre vosotros está enfermo, llame a los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre él, ungiéndolo con óleo en el nombre del Señor y la oración de fe salvará al enfermo, y si estuviera con pecados, se le perdonarán”; has enseñado incluso: “todo es posible a quienes creen”. Y para salvar al mundo entero en tu esplendor has dicho: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán”. Por esto, Señor, conociendo tu bondad inefable, rogándote humildemente, y poniendo nuestra fe sólo en ti, date prisa en librarnos de toda clase de males; a ti, verdadero médico, imploramos abras las puertas del cielo y hagas descender rápidamente tu Espíritu Santo a fin de comunicar con valentía la medicina de tu poder a este óleo.

Que descienda sobre este óleo el don de tu potencia, el esplendor y el origen de las virtudes, la suavidad y pureza de la salud. Que el óleo sea exorcizado por el signo de la cruz. Que sea bendecido por tu mano soberana. Que sea poderoso por la palabra de tu Hijo, nuestro Señor y nuestro Redentor. Que se hagan presentes aquí los ángeles, los arcángeles y todo el ejército celestial. Que se haga presente la oración de los apóstoles, de los mártires y de los sacerdotes, dignos servidores de los fieles. Cuando en su presencia nosotros apliquemos en tu nombre este ungüento, en forma de unción o bebida, a fin de aliviar las enfermedades en sus cuerpos, que salgan inmediatamente de su carne todas las violencias del dolor.

Sea útil a las fiebres y a la disentería de los que trabajan; aproveche a los paralíticos, mudos, ciegos y también a los vejados [vexatis].

Fiebres cuartanas, tercianas y cotidianas las expulse enfriándolas; despegue la boca de los mudos; restablezca los miembros secos; revoque por la ciencia la demencia de la mente; expulse el dolor de cabeza, la enfermedad de los ojos, manos, pies, brazos, pecho así como de los intestinos y de todos los miembros tanto externos como internos, y el dolor de la médula; infunda un sueño sereno y confiera la salud de la sanidad.

Si se generasen tumores malignos o venenosos en los cuerpos de cualquiera, el contacto de este ungüento seque de raíz todos los brotes de ellos.

Alivie los dolores por la mordedura de animales, la rabia de los perros, de los escorpiones, de las serpientes, de las víboras y de todos los monstruos, y recobrada la salud, apacigüe las cicatrices de las heridas.

Manda, Señor, por la invocación de tu nombre, que sean expulsados del cuerpo de tus fieles los ataques de los demonios, o los asaltos de los espíritus inmundos, también las persecuciones de las legiones malignas, las tinieblas, los ataques y maleficios de los magos, los encantos de los adivinos y todas las fechorías sin distinción del espíritu inmundo, de las potencias nefastas y de las prácticas diabólicas. Que el enemigo sea echado fuera del cuerpo de tus siervos abatidos y probados, que él no deje mancha alguna en ellos. Que sea encadenado por tus ángeles y echado en el infierno, como lo exige un juicio justo, al fuego de la gehenna y que él no pueda más hacer mal a tus siervos; salvados de todos estos males, rindan en tu honor alabanzas eternas y que ellos sepan que tú eres Dios, Trinidad indivisible, que reinas por los siglos ahora y siempre y por siglos eternos. Amén”.

Otra hermosa plegaria de la liturgia hispana es la “Domine Iesu Christe”, del Liber Ordinum Sacerdotale, que subraya la curación del hombre entero y detalla los efectos de la aplicación del óleo. En opinión de Ramis, “nos inclinamos a pensar que, por el examen interno del mismo texto litúrgico, la bendición del óleo del LOS [Liber Ordinum sacerdotale] sería la correspondiente a la del óleo de los enfermos. Es el único texto, excepto el exorcismo, que no es polivalente, y que demuestra que el óleo que se bendice es para la unción de enfermos” [57].

Dice la plegaria:

“Señor Jesucristo, tú has dicho por boca de tus apóstoles: ‘si alguno de entre vosotros está enfermo, llame a los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre él, ungiéndolo con óleo en el nombre del Señor y la oración de fe salvará al enfermo, y si estuviera con pecados, se le perdonarán’.

Sea, pues, lo que tú has instituido. Santifica así este óleo, tú para quien nada es imposible, con esta potencia que no sólo puede curar las enfermedades, sino también resucitar los muertos. Comunica a esta tu criatura la potencia de tu Espíritu Santo, en el que se halla la plenitud de tu poder. Que por la invocación de tu nombre sean infundidos por el Espíritu el poder de curar la enfermedad y la gracia de la salud. Amén.

Sean ungidos con él los miembros de los débiles, se curen las úlceras de los pobres. Amén.

Disminuyan los dolores de los miembros artríticos, se sanen las enfermedades de los indefensos. Amén.

Esta unción salvadora por ti se enfrente a todas las enfermedades, a todas las causas internas y externas. Amén.

Ninguna enfermedad ni ninguna peste interior y exterior les afecte, sino que mueran todos los virus letales. Amén.

Limpie, expulse, evacue y venza, porque en tu nombre se bendice, y por él se salve toda criatura. Amén.

Porque nada existe bajo el cielo que pueda curarnos, sino Tú, nuestro Salvador y nuestro Redentor, bueno y justo, munificiente y generoso, Dios y hombre. Por eso te rogamos de manera especial a ti, fuente de piedad y de bondad, a ti que has cargado con nuestras enfermedades y que has curado tú mismo las enfermedades de los hombres indignos y pecadores a fin que a estas llagas, a estos males, a estas enfermedades, que tú has infligido a tu pueblo por sus pecados, concedas tú este ungüento que cura. Y así como los pecadores temen tu juicio, confíen también en ti. Amén” [58].

Otra plegaria que nos ha llegado es de origen galicano, en el Misal de Bobbio, perteneciente al siglo VII. Comienza con un exorcismo sobre el aceite para proceder luego a su bendición:

“Te exorcizo, espíritu inmundísimo, por Dios, Padre omnipotente, y por Jesucristo, su Hijo, Señor nuestro, para que se desarraigue y huya de esta criatura del aceite toda fuerza del adversario, todos los ejércitos del diablo y todo fantasma; y que aquel a quien aconteciere ser tocado con esta criatura del aceite, dondequiera que en sus miembros fuese tocado o ungido, perciba, con el auxilio de Dios, la bendición y merezca percibir la vida eterna.

Oh Señor Dios, Rey de la gloria de tu majestad, bendice esta criatura del aceite y santifícala. Infunde en ella, por el rocío celeste, el espíritu de santidad, para que quienquiera cuyo cuerpo o miembro fuese ungido o rociado, merezca conseguir la gracia de salud, y el perdón de los pecados, y la salud celestial. Por Jesucristo nuestro Señor.

Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios, suba nuestra oración hasta la sede de tu majestad y descienda tu bendición sobre nosotros y sobre esta criatura del óleo, para que todos los que sean ungidos con él o lo tomen bebido, tomen para sí la salud de los cuerpos y la protección del alma, sanos el intelecto y el sentido. Te mando a ti criatura del óleo en nombre de Jesucristo nazareno... que seas santificación y purgación de los hombres, porque quienes sean ungidos contigo o te beban, son los que Dios se ha dignado llamar a su gracia por nuestro Señor” [59].

La liturgia bizantina, como las demás familias orientales, bendice el óleo de enfermos en el transcurso del rito de la Unción de enfermos, cada vez que ha de emplearse. “La materia del sacramento es de aceite de oliva puro. Se bendice inmediatamente antes de la ceremonia por los siete sacerdotes. Después de usarlo, lo que sobra se quema en una lámpara o en un incensario o bien, si el enfermo fallece, se vierte en su tumba” [60].

Después de cantos, preces y antífonas, el primero de los sacerdotes pronuncia la siguiente fórmula en voz alta mientras que los otros sacerdotes la dicen en voz baja ya que concelebran:

“Señor, que en tu misericordia y compasión, curas los tormentos de nuestras almas y de nuestros cuerpos, Tú mismo, Maestro, santifica este óleo para que se convierta en un remedio para aquellos que sean ungidos con él y que él haga cesar todo sufrimiento, toda mancha carnal o espiritual, y todo mal. Para que en esto sea igualmente glorificado tu santísimo nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora, y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén”. Mientras, se cantan diversos troparios [61].

Cuando comienza la primera de las unciones, se reza una plegaria sobre el óleo antes de proceder a la unción, que posee un carácter epiclético:

“Así pues, Tú eres el Dios grande y admirable que conservas tu Testamento y tu piedad para aquellos que te aman; Tú que concedes la liberación del pecado por tu santo hijo Jesucristo; Tú que nos regeneras del pecado con un segundo nacimiento; Tú que iluminas a los ciegos y levantas a los que han caído, que amas a los justos y tienes piedad de los pecadores; Tú que nos renuevas y nos arrancas de las tinieblas y de la sombra de la muerte, diciendo a los que están encadenados: “Salid”, y a aquellos que están en las tinieblas: “Abríos a la luz”.

En efecto, la luz del conocimiento de tu rostro ha brillado en nuestros corazones desde que, para nosotros, Tú te has mostrado en la tierra, y has habitado entre los hombres. A aquellos que te recibieron, les has dado el poder de ser hijos de Dios, concediéndonos, por el baño de la regeneración, la gracia de la filiación divina y librándonos de la tiranía diabólica.

Como no has querido purificarnos mediante la sangre, has querido darnos el óleo santo como figura de tu cruz, para que seamos el rebaño de Cristo, sacerdocio real, pueblo santo, porque Tú nos has purificado en el agua y santificado en tu Espíritu Santo. Tú, Maestro y Señor, danos la gracia de servirte, como lo concediste a tu siervo Moisés, a tu querido Samuel, a Juan tu elegido, y a todos aquellos que, de generación en generación, han agradado a tu Majestad. Haz que nosotros también seamos ministros de tu nuevo Testamento, ministros de este óleo que has hecho tuyo por tu preciosa sangre, para que, despojados de los deseos del mundo, muramos al pecado y vivamos para la justicia, habiendo revestido a nuestro Señor Jesucristo por la unción santificante de este óleo que vamos a emplear.

Haz, Señor, que este óleo sea un óleo de alegría, un óleo de santificación, una vestidura real, una coraza de fuerza; haz que rechace toda acción diabólica, que sea un sello seguro, una alegría para el corazón, un regocijo eterno, a fin de que, aquellos que sean ungidos con este óleo de la regeneración sean temibles a sus adversarios, luzcan entre el brillo de tus santos, y que, no teniendo ya ni arruga ni mancha, sean admitidos en tu descanso eterno, y reciban el premio de la vocación celestial” .

Conclusiones del capítulo I

Las propiedades del aceite y su textura hicieron que su uso, en la cuenca mediterránea, fuera muy extendido convirtiéndose en un elemento básico, signo de abundancia y felicidad. Se empleó, y sigue su uso adaptado en nuestros días, como perfume al mezclarlo con esencias, como lenitivo por sus propiedades terapéuticas para heridas y enfermedades, como tonificante muscular para la agilidad en el combate y en competiciones deportivas, como condimento para la comida, combustible doméstico para las lámparas. Estos usos, por así decir, profanos, asumen un significado religioso y espiritual como atestiguan las Escrituras: consagración de personas y elementos materiales a Dios, unción a los enfermos, etc.

La liturgia cristiana con toda naturalidad asumió la práctica de Israel respecto al óleo. Veía en él un signo adecuado, elocuente, significativo, de la acción del Espíritu Santo y del poder del Señor, Jesucristo, y una manera sacramental de participar de la unción del Ungido.

El uso litúrgico acabó diferenciando tres óleos para tres usos distintos en el recorrido sacramental del cristiano a lo largo de su vida. Por este orden sacramental, el primero sería el óleo de catecúmenos, llamado también óleo de exorcismo, aplicado durante el catecumenado y en la Vigilia pascual, para fortalecerlos en su lucha contra el pecado, su conformación progresiva con el Evangelio y su capacidad para renunciar al pecado. El segundo óleo es el santo Crisma, mezclado con perfumes, para la consagración del neófito y la comunicación del Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación, así como en toda consagración de especial relieve (sacramento del Orden en el grado de presbíteros y Obispo, consagración del altar y dedicación de iglesias, bendición de las aguas bautismales). El tercer óleo es el óleo de los enfermos, materia sacramental de la santa Unción de enfermos, acompañado de la oración de fe. En la utilización de estos tres óleos coinciden todas las familias litúrgicas orientales y occidentales, variando la frecuencia de uso y la solemnidad con que se desarrollan los diferentes ritos de unción.

La tradición eclesial, y es otra práctica común en todas las familias litúrgicas, desde muy antiguo, como aparecen en testimonios del siglo III –como la Traditio Apostolica ya citada-, bendijo el óleo ofrecido con una plegaria. Esta fórmula de bendición invocaba a Dios dando gracias por el óleo, suplicaba la gracia del Espíritu Santo y su efusión sobre el óleo señalando, después, los efectos espirituales que se deseaban alcanzar a quienes fuesen ungidos. El mayor o menor desarrollo de la fórmula de bendición no sólo dependía del mayor o menor desarrollo del estadio evolutivo de la liturgia, sino de la importancia de cada óleo. Así, en general, la plegaria de consagración del Crisma es más completa, en razón de la dignidad del Crisma, que la del óleo de catecúmenos. Las fórmulas de bendición del óleo de enfermos, de las que conservamos un buen número, sin ser excesivamente largas (exceptuando las del rito hispano), sí son sumamente expresivas esperando la salud corporal y espiritual del enfermo. Es más, la bendición del óleo de enfermos se consideraba ya “sacramento” y con mayor importancia que su misma aplicación, de la que apenas poseemos las fórmulas; de ahí la importancia de ver una variedad importante de fórmulas de bendición enmarcando así la fórmula romana “Emitte” –centro de nuestro estudio- en el conjunto de las otras bendiciones.

Cuándo y cómo bendecir estos óleos es otra cuestión. Algunas familias litúrgicas bendicen el óleo de enfermos inmediatamente antes de su aplicación así como el óleo de catecúmenos; y el Crisma, de una manera más elaborada o más simple, es consagrado en la cercanía de la Pascua, en la Semana Santa. El uso romano-franco realizará un oficio propio, la Misa crismal, en la mañana de la feria V, para consagrar conjuntamente los tres óleos en una misma celebración. A ello dedicaremos el siguiente capítulo.

Javier Sánchez Martínez, Pbro.

Capítulo II=

Notas