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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Uso de los Números en la Iglesia

De Enciclopedia Católica

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Ningún lector atento del Antiguo Testamento puede dejar de notar un cierto carácter sacro que parece asignarse a ciertos números específicos, por ejemplo, siete, cuarenta, doce, etc. No sólo la recurrencia frecuente de estos números sino su uso ritual o ceremonial, lo que resulta tan significativo. Consideremos, por ejemplo, el juramento de Abraham (Gen., xxi, 28 sqq.) después de separar (para el sacrificio) siete corderos hembra, sobre todo cuando recordamos la relación etimológica entre el término nishba, prestar un juramento, con el término sheba, (siete). Indicios del mismo uso místico de los números se encuentran también con frecuencia en la superficie del Nuevo Testamento, sobre todo en el Apocalipsis. Un autor tan antiguo como San Ireneo (Haer., V, xxx) no vacila en explicar el número de la bestia 666 (Apoc., xiii, 18) con el término "Lateinos" dado que el valor numérico de las letras (griegas) que lo componen da el mismo total (30+1+330+5+10+50+70+200=666); mientras que algunos críticos sobrios de nuestra época se inclinan por resolver el misterio con base en los mismos principios cambiando simplemente el término Latinus por las palabras Nero Caesar, escritas en caracteres hebreos, que dan el mismo resultado. Bajo el término "Simbolismo" se dirá algo acerca de el origen último del significado místico asignado a los números. Baste anotar aquí que aunque los Padres han condenado repetidamente el uso mágico de los números que descendió de las fuentes babilónicas hasta las épocas pitagóricas gnósticas de su tiempo, y aunque denunciaron cualquier sistema de filosofía basado en fundamentos exclusivamente numéricos, consideraron casi unánimemente los números de la Sagrada Escritura como algo con pleno significado místico y consideraron la interpretación de estos significados místicos como una rama importante de la exégesis. Para ilustrar el grado de precaución con el que procedieron, basta referirse a uno o dos ejemplos notables. San Ireneo (Haer., I, viii, 5 y 12, y II, xxxiv, 4) analiza a fondo la interpretación numérica gnóstica del santo nombre de Jesús, como el equivalente a 888, y sostiene que al escribir el nombre en caracteres hebreos se requiere una interpretación totalmente distinta. Una vez más, San Ambrosio, al comentar los días de la creación y el Sabbath, sostiene, "EL número siete es bueno, pero no lo explicamos según la doctrina de Pitágoras y de otros filósofos, sino según la manifestación y la división de la gracia del Espíritu; puesto que el profeta Isaías ha enumerado los principales dones del Espíritu Santo como siete" (Carta a Horontianus). Igualmente, San Agustín, en su respuesta a Ticonio, el donatista, observa que, "Si Ticonio hubiera dicho que estas reglas místicas revelaban algunos de los aspectos oscuros de la ley, en lugar de decir que revelaban todos los misterios de la misma, habría dicho la verdad" (De Doctrina Christiana, III, xlii). Pueden citarse muchos pasajes de San Crisóstomo y otros Padres que indican la misma precaución y la misma renuencia de los grandes maestros cristianos de los primeros siglos de enfatizar este reconocimiento del significado místico de los números hasta grados extremos.

Por otra parte, no cabe duda de que, principalmente por influencia de los preceptos bíblicos, aunque también, en parte, por la prevalencia de toda esta filosofía de los números alrededor de dichos preceptos, los Padres, hasta el tiempo de Beda, e incluso después, prestaron mucha atención al significado sagrado y místico, no sólo de ciertos números en sí mismos sino de los totales numéricos resultantes de las letras que conforman ciertas palabras. Uno de los ejemplos más evidentes proviene de uno de los primeros documentos cristianos, no incluido en el canon de las Escrituras, es decir, la llamada Epístola de Bernabé, que, según Lightfoot, provendría de fecha tan remota como el año 70 o 79 D.C. Este documento hace referencia a Gen., xiv, 14 y xvii, 23, como una indicación mística al nombre y a la oblación propia del Mesías por venir. "Ha de saberse, por lo tanto", dice el autor, "Que Abraham, quien primero dispuso la circuncisión, vio al futuro en espíritu, hasta Jesús, cuando se circuncidó, habiendo recibido las órdenes de tres letras. Porque dice la Escritura, Y Abraham circuncidó dieciocho y trescientos hombres de su familia. '¿Cuál fue entonces el conocimiento que se le otorgó? Entiéndase que él dijo primero dieciocho y, después de una pausa, trescientos'. En el [número] dieciocho [la IOTA griega] significa 10, [la ETA griega] significa ocho. 'Aquí tenéis a Jesús (IESOUS [en griego]). Y debido a que la cruz [TAU en griego] estaba destinada a poseer gracia, dijo también trescientos'. Por consiguiente, reveló a Jesús en dos letras y, en la restante, a la cruz" (Ep. Bernabé, ix). Se entenderá, claro está, que el valor numérico de las letras griegas iota y eta, las primeras letras del Santo Nombre es 10 y 8, 18, mientras que Tau, que presenta la forma de la cruz, significa 300. Por consiguiente, en una época en la que la Iglesia estaba dado forma a su liturgia y cuando los maestros cristianos estaban tan dispuestos a encontrar significados místicos subyacentes a todo lo relacionado con los números, no cabe prácticamente ninguna duda de que debió haber un propósito simbólico que guiara constantemente la repetición de actos y oraciones en el ceremonial del Santo Sacrificio y, de hecho, en todo el culto público. Aún en las fórmulas de las oraciones en sí mismas encontramos huellas inequívocas de este tipo de simbolismo. En el Sacramentario Gregoriano (Muratori, "Liturgia Romana Vetus," II, 364) encontramos una forma de Bendición en algunos códigos (también se encuentra en el Misal Leófrico), asignada a la Circuncisión u Octava de Navidad, que concluye con las siguientes palabras: "Quo sic in senarii numeri perfectione in hoc saeculo vivatis, et in septenario inter beatorum spirituum aginina requiescatis quatenus in octavo resurrectione renovati; jubilaei remissione ditati, ad gaudia sine fine mansura perveniatis. Amen".

Por consiguiente, hay cierta justificación para que se lean las letanías por grupos de tres, cinco y siete repeticiones, para el número de repeticiones del Kyrie eleison y Christe eleison, para el número de signos de la cruz que se trazan sobre la oblata en el canon de la Misa y para el número de unciones utilizadas al administrar el último sacramento, o para las oraciones en la coronación de un Rey (en al forma antigua en el llamado Egbert Pontifical, estas oraciones fueron cuidadosamente numeradas), para los intervalos asignados a la frecuencia con la que se deben decir misas por los muertos, para el número de lecciones de las profecías que se leen en ciertas estaciones del año, o para las absoluciones pronunciadas sobre los restos de los obispos y prelados, o, también, para el número de subdiáconos que acompañan al Papa y de acólitos que portan los candelabros delante de él; hay justificación, decimos, cuando se asigna cierto significado místico a aquellas cosas que tal vez no hayan sido concebidas con mucha exactitud por quienes instituyeron estas ceremonias pero que , sin embargo, tuvieron alguna influencia en la determinación de su elección de la razón por la cual la ceremonia debería realizarse en una determinada forma y no en otra. (Para una explicación del signado místico comúnmente asignado al uso de los números, véase SIMBOLISMO.)

HERBERT THURSTON Trascrito por Fr. Rick Losch Traducido por Rosario Camacho-Koppel www.catholicmedia.net