Neopitagorismo
De Enciclopedia Católica
La sociedad ético-religiosa fundada por Pitágoras, que floreció principalmente en la Magna Grecia en el siglo quinto A.C., desaparece completamente de la historia en el siglo cuarto, cuando la filosofía alcanzó el cenit de su perfección en Atenas. Aquí y allá, sin embargo, suele aparecer un filósofo quien regresa a la doctrina pitagórica de los números, y de forma general manifiesta la tendencia general de la escuela hacia éticas religiosas y las prácticas de ascetismo. Comenzando a mediados del primer siglo A.C., se hizo un intento más sistemático para restaurar la filosofía especulativa de los pitagóricos y combinarla con la práctica de la astrología y la hechicería. El primero de estos neo-pitagóricos sistemáticos fue Figulo, un filósofo romano que vivió en Alejandría hacia la mitad del siglo primero A. C., y que fue amigo de Cicerón. Otros romanos también contribuyeron con el movimiento, cuyos jefes fueron Vatinio y los Sextianos. Fue, con todo, en Alejandría donde los más influyentes de los neo-pitagóricos enseñaron. En el segundo y tercer siglo de la era cristiana, los filósofos de esta escuela se volvieron, por así decirlo, apóstoles de su culto, y viajaron a través del Imperio Romano. Los nombres más prominentemente asociados con esta activa campaña filosófica son los de Moderato de Gades, Apolonio de Tiana, Nicómaco de Gerasa, Nemesio, y Filóstrato. Como los neo-platónicos (véase NEO-PLATONISMO), los neo-pitagóricos colocaron definidamente su filosofía a disposición de los oponentes paganos del Cristianismo. Su objetivo original — salvar al mundo pagano de la ruina moral y social mediante la introducción del elemento religioso en la filosofía y conducta — fue, desde luego, concebido sin ninguna referencia a los reclamos de la Cristiandad. Pero tan pronto como la religión cristiana vino a ser reconocida como un factor en la vida política e intelectual de Imperio Romano, la filosofía, bajo la forma de neo-pitagorismo, hizo campaña activa contra los cristianos, proclamó su propio sistema de regeneración espiritual, y sustentó, en oposición a Cristo y los Santos, a los héroes de la tradición y leyenda filosófica, especialmente a Pitágoras y a Apolonio de Tyana.
SISTEMA ESPECULATIVO Los neo-pitagóricos fueron eclécticos metódicos. Admitían dentro de su sistema especulativo no sólo las enseñanzas tradicionales de la escuela pitagórica, sino que también elementos de platonismo, aristotelismo y estoicismo. Además, derivaron de religiones orientales con las que tuvieron contacto, tanto en Roma como en Alejandría, una noción altamente espiritual de Dios. Había, naturalmente, muy poca coherencia en un sistema desarrollado desde principios tan divergentes. Tampoco había consentimiento dentro de la escuela ni siquiera al respecto de las doctrinas fundamentales. Sin embargo, se podría decir, en general, que la escuela colocaba a Dios, el Uno supremamente espiritual, a la cabeza de toda realidad. Esto, por supuesto, era oriental en su origen. Tras esto, interpretaron la doctrina pitagórica en un sentido platónico, cuando enseñaron que los números son los pensamientos de Dios. En tercer lugar, tomándolo del estoicismo, se dirigieron a mantener que los números, emanando como fuerzas desde los pensamientos divinos, son, de hecho no la sustancia de las cosas, pero sí las formas acorde con las cuales son modeladas las cosas. De Aristóteles tomaron la doctrina de que el mundo es eterno y que hay una distinción entre la materia terrestre y la celestial. Su cosmología, a pesar de esta influencia aristotélica, está dominada en gran medida por la creencia de que las estrellas son deidades y que las potencias del aire, tierra y cielo son demonios.
ÉTICA Y RELIGIÓN En su teoría de la conducta los neo-pitagóricos aúnan gran importancia al ascetismo personal, a la contemplación y adoración de una deidad puramente espiritual. Al mismo tiempo, es una parte esencial de su sistema ético que la liberación de los impedimentos de la materia y la unión final con Dios deben ser obtenidas únicamente invocando la ayuda de espíritus benéficos, de hombres enviados por Dios e venciendo los esfuerzos de demonios malignos. Este ultimo principio les llevó a la práctica de magia y hechicería y eventualmente a un buen tanto de charlatanería. El principio de que espíritus benéficos y las almas de los enviados especiales de Dios ayudaban al hombre en su lucha por perfección espiritual les llevó a la práctica de rendir honor e incluso deificar a los héroes de la antigüedad y también a los representantes de sabiduría, tales como Pitágoras y Apolonio. En vista de este propósito los filósofos de esta escuela escribieron “Vidas” de Pitágoras las cuales están llenas de cuantos fabulosos, historias en las que más que sabiduría natural, habilidad, y santidad son atribuidas al héroe. No dudaban en inventar ahí donde la exageración fallaba en cumplir su objetivo, al grado de que solamente dieron mucha justificación a los críticos modernos en la descripción de su obra biográfica, en tanto que representa la “Edad de Oro de la Literatura Apócrifa”. En este espíritu y con este propósito en la mira Filóstrato, alrededor del año 220 d. C., escribió una “Vida de Apolonio” que es importante porque, aunque no es una declarada imitación de los Evangelios, fue evidentemente escrita con la visión de rivalizar con la narrativa evangélica. Apolonio nació en Tiana de Capadocia cuatro años antes de la era cristiana. A una edad temprana se hizo devoto, bajo varios maestros, del estudio de la filosofía y la práctica del ascetismo. Después de los cinco años de silencio impuestos por la regla de Pitágoras, empezó sus viajes. A través de Asia Menor viajó de ciudad en ciudad enseñando las doctrinas de la secta.
Después emprendió un viaje al Lejano Oriente en busca de la sabiduría de los magi y de los brahamanes, y, después de su regreso, volvió a tomarla tarea de enseñar. Más adelante fue a Grecia, y posteriormente a Roma, donde vivió un tiempo bajo el emperador Nerón. En el 69 estuvo en Alejandría, donde atrajo la atención de Vespasiano. Llamado a Roma por Domiciano, fue condenado a prisión, pero escapó a Grecia, y murió dos años después. El lugar de su muerte es diversamente asignado a Éfeso, Rodas y Creta. En el marco de estos hechos Filóstrato teje una trama de supuestos eventos milagrosos, profecías, visiones, y prodigios de varios tipos. Es importante remarcar en crítica a la narrativa de Filóstrato, que él vivió cien años después de los eventos que describe. Aún más, acorde con el propio decir de Filóstrato, Apolonio no dio lugar a proclamas a prerrogativas divinas. Él creía que la “virtud” que poseía debía ser atribuida a su conocimiento de la filosofía pitagórica y la propia observancia de sus preceptos. Mantuvo como principio general que cualquiera que poseyera el mismo grado de sabiduría y ascetismo podía adquirir el mismo poder. Luego, el paralelo que fue esbozado entre sus actos extraordinarios y los Milagros narrados en los Evangelios no soporta el veredicto de la crítica. Nuestro Señor proclamó ser Dios, y apeló a sus milagros como prueba de Su divinidad. Apolonio consideró sus propios poderes como naturales. Finalmente, debe ser recordado que los biógrafos pitagóricos abiertamente reconocieron “el principio de permitir exageración y fraude en aras de la causa de la filosofía” (Newman). Las “Vidas” de Pitágoras y Apolonio han de ser juzgadas por los estándares de la ficción y no por los cánones del criticismo histórico. Entre aquellos quienes, desestimando esta distinción, han tratado de armar capital contra el cristianismo desde esta clase de literatura pitagórica son Lord Herbert y Blount, mencionados en el ensayo de Newman sobre Apolonio, y Jean de Castillon, quien fue instigado por Federico el Grande.
La Vida de Apolonio de Filóstrato, y las cartas escritas al primero fueron publicadas en PHILOSTRATUS, Opera Omnia (Leipzig, ed. OLEARIUS, 1709); Ibid. (ed. KAYSER, 1870-71); los trabajos de NICÓMACO OF GERASA están incluidos en IAMBLICHUS, Theologumena Arithmeticœ (ed. AST, Leipzig, 1817); ZELLER, Philosophie der Griechen, III, 2 (3rd ed., Leipzig, 1881), 79 ff.; NEWMAN, Historical Sketches, I (London, 1882), 301 ff.; TURNER, History of Philosophy (Boston, 1903), 204 ff.
WILLIAM TURNER. Transcrito por Douglas J. Potter Traducido por Mauricio Villaseñor Terán Dedicated to the Sacred Heart of Jesus Christ