Ateísmo
De Enciclopedia Católica
(“a” privativo, y “theos”: Dios. O sea, “sin Dios”) El ateísmo es ese sistema de pensamiento que formalmente se opone al teísmo. Desde que apareció, el término ateísmo ha sido utilizado en forma muy vaga, generalmente como epíteto de acusación contra cualquier sistema que dudara de las deidades populares del momento. De ese modo, así como Sócrates fue acusado de ateísmo (Platón, Apología. 26, c.) y Diágoras fue llamado ateo por Cicerón (Nat. Deor. I, 23), Demócrito y Epicuro fueron llamados “impíos”, con el mismo sentido (irrespetuosos con los dioses) a causa de la tendencia de su nueva filosofía atomista. En ese sentido también los cristianos fueron tildados de ateos por los paganos porque rechazaban a los dioses paganos. Y de tiempo en tiempo algunos sistemas religiosos y filosóficos han sido considerados ateos por semejantes razones.
Si bien el ateísmo, visto en su aspecto histórico, no ha significado nada más en la antigua negación crítica o escéptica de la teología de quienes han usado el término como reproche, y consecuentemente no tiene ningún significado estrictamente filosófico; si bien, no tiene un lugar definido dentro de la exposición de algún sistema consistente, sin embargo, considerado en su significado más amplio, como simple término opuesto al teísmo, podremos enmarcar todas las clasificaciones de sistemas que sean necesarias dentro de ese concepto. Al hacerlo así estaremos adoptando simultáneamente tanto la perspectiva filosófica como la histórica. Esto, debido a que el común denominador de todos los sistemas teístas y que el punto central de toda religión popular hoy día es sin duda la creencia en la existencia de un dios personal. Negar este fundamento es suscitar el reproche popular del ateismo. El Sr. Gladstone se dio cuenta de tal definición cuando escribió (Contemporary review, Junio 1876):
“Por ateo yo entiendo a quien no solamente se mantiene sin afirmar, como el escéptico, sino a quien decide por sí mismo, o es llevado a decidir, a negar todo lo que no se ve, o la existencia de Dios”.
Más aún, la amplitud de todo lo que queda comprendido en ese uso del término admite divisiones y subdivisiones. Sin embargo, al mismo tiempo limita el número de sistemas de pensamiento a las que, con alguna propiedad, se les podría aplicar. Por otro lado, si el término de utiliza de esa manera, como la contradistinción estricta del teísmo, y se planean los distintos modos en que puede ser aceptado, estaos sistemas de pensamiento aparecerán naturalmente en una proporción y una relación más claras.
El ateísmo, entonces, definido como una doctrina, o teoría, o filosofía formalmente opuesta al teísmo, sólo puede referirse a la enseñanza de esas escuelas, cosmológicas o morales, que excluyen a Dios como principio o conclusión de su racionamiento.
La forma más radical que puede adoptar el ateísmo es la negación dogmática y positiva de la existencia de cualquier causa primera espiritual y extramundana. Esto se conoce como ateísmo dogmático, o teórico práctico, aunque es difícil pensar que tal sistema haya sido, o pueda ser, sostenido seriamente. Definitivamente Bacon y el Doctor Arnold hacen suya la voz de las personas pensantes cuando expresan dudas acerca de la existencia de ateos que pertenezcan a tal escuela. Empero, hay algunas fases avanzadas de filosofía materialista que, quizás, podrían ser incluidas en esa categoría. El materialismo, que afirma encontrar en la materia su propia causa y explicación, puede ir aún más allá y excluir positivamente la existencia de cualquier causa espiritual. Claro que no es necesario demostrar que una aseveración dogmática de ese tipo es irracional e ilógica, pues es algo que no se sigue de los hechos ni queda justificada por las leyes del pensamiento. Pero el hecho de que algunas personas hayan abandonado la esfera de la observación científica exacta en aras de la simple especulación, y recurrido a dogmatismos negativos, ciertamente invita a incluirlos en esa categoría específica. El materialismo es la única explicación dogmática del universo que podría de alguna manera justificar la posición atea. Pero aún el materialismo, como quiera que sus seguidores puedan dogmatizar, no puede hacer otra cosa que presentar una base teórica inadecuada en la que se sustentaría una forma negativa de ateísmo. El panteísmo, que no debe ser confundido con el materialismo, también puede ser colocado en esta división bajo alguna de sus expresiones, como cuando niega categóricamente la existencia de una causa primera externa y superior al mundo.
Hay una segunda forma por la que el ateísmo puede ser sustentado y enseñado, como de hecho ha sido, y que se fundamenta básicamente en la carencia de datos físicos acerca del teísmo, o en la limitada inteligencia humana. Esta segunda forma puede ser descrita como ateísmo negativo teórico, y puede ser visto como cosmológico o psicológico, según sea su motivación: por un lado, una reflexión sobre la pobreza de datos duros que sirvan de argumento para probar la existencia de un Dios súper sensible y espiritual, y por otra, algo que es prácticamente equivalente, la atribución de todo cambio y desarrollo cósmico a las potencialidades inherentes a la materia eterna. O también, una estimación empírica o teórica del poder de la razón trabajando sobre los datos ofrecidos por la percepción sensorial.
No importa la causa de la que proceda, esta forma negativa de ateísmo va a recaer ya en el agnosticismo, ya en el materialismo, aunque el agnóstico queda mejor definido dentro de esta categoría que el materialista. Aquél, alegando un estado de falta de conocimiento, pertenece más propiamente a una categoría a la que pertenecen aquellos que desdeñan, más que explicar, la naturaleza sin Dios. Es más, el agnóstico puede ser un teísta si admite la existencia de un ser que está más allá de la naturaleza, aunque afirme que tal ser es incapaz de ser demostrado y conocido. El materialista pertenece a esta clase mientras meramente desdeñe, y no excluya de su sistema, la existencia de Dios. Al igual que el positivista, que ve la especulación teológica y metafísica como simples etapas efímeras del pensamiento a través de las cuales ha ido pasando la mente humana en su camino hacia el conocimiento positivo o empírico relativo. Obviamente, cualquier sistema de pensamiento o escuela filosófica que simplemente omita la existencia de Dios de la totalidad del conocimiento natural, sea que la persona individual crea en Él o no, puede ser clasificada en este tipo de ateísmo, en el que, hablando con propiedad, no se hace ninguna afirmación positiva, ni tampoco una negación, referente al hecho de su ser.
Hay además dos sistemas de ateísmo práctico o moral que deben llamar nuestra atención. Ambos están basados en los sistemas teóricos que acabamos de explicar. Un sistema de ateísmo moral positivo, en el que las acciones humanas no serían ni buenas ni malas en referencia a Dios, sino que derivarían naturalmente de la profesión del ateísmo teórico positivo. Es interesante constatar que aquellos a quienes a veces se les atribuye tal tipo de ateísmo, para explicar las sanciones de las acciones morales se ven forzados a introducir tales conceptos abstractos como deber, instinto social y humanidad. No parece haber razón alguna para que deban recurrir a esos conceptos, porque la moralidad de las acciones no se puede deducir de su obligatoriedad, puesto que la obligación, a su vez, sólo se puede entender como tal a partir de lo que es moralmente bueno. Un examen de la idea de obligación nos lleva a refutar el principio que con ella se trata de fundamentar, y nos señala la necesidad de una interpretación teísta de la naturaleza para poder justificarla. El segundo sistema de ateísmo práctico o moral puede ser referido al segundo tipo de ateísmo teórico. Se parece al primero en que no relaciona las acciones humanas con un ser extramundano, espiritual y legislador personal. Pero no lo hace así porque tal legislador no exista, sino porque la inteligencia humana es incapaz de relacionarlos. No se debe olvidar, sin embargo, que ni el ateísmo teórico negativo, ni el ateísmo negativo práctico, son, como sistemas, compatibles, en sentido estricto, con la fe en Dios. Se ha creado mucha confusión a causa del uso inapropiado de los términos “creencia”, “conocimiento”, “opinión”, etc.
Por último, hay una tercera clase que, quizás indebidamente, también está incluida en el ateísmo moral. “El ateísmo práctico no es un tipo de pensamiento u opinión, sino un modo de vida” (R. Flint, Antitheistic Theories, Lect. I). Esta clase puede ser más adecuadamente llamada como, según queda descrito, conducta sin dios, que no se fija en ninguna filosofía o ética, o fe religiosa. Se debe hacer notar que, a pesar de que hemos incluido el agnosticismo, el materialismo, y el panteísmo como tipos de ateísmo, en sentido estricto este último no necesariamente incluye alguno de aquellos. Un hombre puede ser sencillamente un agnóstico, o puede ser un agnóstico ateo. Puede no ser más que un científico materialista, o puede combinar el ateísmo con su materialismo. No se sigue de la simple negación de la posibilidad de conocer naturalmente una primera causa personal que lo que se niegue es la existencia de esa causa. Tampoco se sigue, de la afirmación de la autoexplicación de la materia, que se niegue críticamente a Dios. Por otra parte, el panteísmo, que intenta destruir el carácter extramundano de Dios, no necesariamente niega la existencia de una entidad suprema, sino que la afirma como la suma de todas las existencias, y como causa de todos los fenómenos mentales o materiales. Consecuentemente, así como es injusto clasificar a los agnósticos, materialistas o panteístas necesariamente dentro de los ateos, tampoco se puede negar que el ateísmo es perceptible en ciertas fases de todos esos sistemas.
Existen tantos matices y gradaciones de pensamiento por los que una forma de filosofía se funde con otra, tantas opiniones personales que se entretejen con las explicaciones individuales de los sistemas que, para ser imparcialmente justo, cada individuo debe clasificarse a sí mismo como ateo o como teísta. Más que a causa de alguna implicación manifestada en el sistema que se defiende, es por las afirmaciones propias, o por la enseñanza directa, que se logran estas clasificaciones. Y del mismo modo que es correcto considerar al sujeto desde este punto de vista, es asombroso darse cuenta en qué medida disminuye el número de miembros del grupo de los ateos. Junto con Sócrates, casi todos los griegos conocidos como ateos rechazaron fuertemente la acusación de que ellos enseñaran que no existían dioses. Incluso Bion, quien según Diógenes Laercio (Life of Aristippus, XIII, trad. de Bohn) adoptó la escandalosa enseñanza del ateo Teodoro, se volvió hacia los dioses a los que había insultado, y cuando llegó la hora de su muerte, demostró en la práctica lo que había negado en teoría. Como dice Laercio en su “Vida de Bion”, él, que “jamás había dicho ‘He pecado, pero perdóname’...
Fue entonces cuando este ateo se encogió y ofreció su cuello a una anciana para que en él le colgara amuletos; y ató sus brazos con dijes mágicos; cubrió sus puertas y ventanas con ramas de olivo, dispuesto a intentar cualquier cosa antes que morir”.
Epicuro, fundador de la escuela de física que limitaba las causas a las puramente naturales y, consecuentemente, sugería, el ateísmo aunque no lo afirmaba de hecho, es descrito como un hombre cuya “piedad hacia los dioses y cuyo afecto por su patria era inefable” (Ibidem, Life of Epicurus, V). E incluso cuando Lucrecio Caro habla de la caída de la religión popular que él quería llevar a cabo (De rerum natura, I, 79-80), él mismo, en su carta a Heneceo (Laercio, Life of Epicurus, XXVII), declara abiertamente su posición genuinamente teísta: “Los dioses sí existen; aunque nuestro conocimiento de ellos es poco claro. Definitivamente no tienen el carácter que el pueblo en general les atribuye”. Esta cita ilustra perfectamente el significado histórico del término “ateísmo”.
El panteísmo naturalista del italiano Giordano Bruno (1548-1600) se acerca, si no es que constituye una franca confesión de, al ateísmo. Por el contrario, Tomás Campanella (1568-1639), en su filosofía naturalista encuentra en el ateísmo la única cosa imposible de pensar. Spinoza (1632-77), por un lado defiende la existencia de Dios y por otro lo identifica de tal modo con la existencia finita que es difícil entender cómo puede defenderse de las acusaciones de ateísmo, incluso del primer tipo. En el siglo XVII, especialmente en Francia, los enciclopedistas expandieron las doctrinas del materialismo. La Mettrie, Holbach, Fererbach y Fleurens generalmente son considerados los ateos materialistas más representativos de esa época. Voltaire, si bien por un lado ayudó la causa del ateísmo práctico, defendió claramente la teoría contraria. Él, así como Rousseau, fue un deísta. Y hemos de recordar que Comte se negaba a ser llamado ateo. En los siglos recientes, Tomás Huxley, Charles Darwin y Herbert Spencer, con otros representantes de la escuela evolucionista de filosofía, fueron erróneamente descritos como ateístas positivos. Claro que esa descripción no tiene ningún sustento. El “andonismo” de Ernst Hackel avanza bastante en la formación de un sistema ateísta de filosofía, pero incluso éste admite que debe existir Dios, por más que lo conciba en una forma tan limitada y lejana de la deidad de los teístas que su admisión poco puede hacer para quitar su sistema de la primera categoría del ateísmo teórico. .
De vez en cuando se han encontrado ateos dogmáticos del primer tipo entre los poco científicos y filosóficos. Sin embargo, también aquí muchos de los conocidos popularmente como ateos podrían más bien ser descritos como algo distinto. Existe un raro tratado: “El ateísmo refutado en un discurso que prueba la existencia de Dios, por T.P.”, del Catálogo del Museo Británico. “T. P.” es Tom Paine, conocido popularmente en otro tiempo como ateo. Quizás ni los pocos que han mantenido una forma clara de ateísmo positivo teórico han sido tomados lo suficientemente en serio como para ejercer influencia alguna en las tendencias filosóficas y científicas del pensamiento. Por ejemplo, Robert Ingersoll puede ser destacado, pero si bien los oradores y escritores populares de ese tipo pueden causar algún tumulto poco educado, no son tratados con seriedad por las personas con criterio. Y es dudoso que puedan ocupar un lugar en alguna exposición histórica o filosófica del ateísmo.
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FRANCIS AVELING Transcrito por Beth Ste-Marie Traducido por Javier Algara Cossío