Bicentenario de la restauración de la Compañía de Jesús
De Enciclopedia Católica
LOS JESUITAS Y LOS ORTODOXOS HOY
Este año se celebran 200 años de la restauración de la Compañía de Jesús y es la primera vez que la iglesia catóbeca es dirigida por un papa de origen jesuitas, que además ha demostrado un gran interés en la reunificación de la iglesia y ha dado muestras importantes de un pensamiento más acorde con la lógica ortodoxa. Por eso me gustaría comentar el esencial papel que jugó una soberana ortodoxa y una tierra ortodoxa en la supervivencia de la orden, que habiendo sido suprimida en todo el mundo, se mantuvo viva y creciente en ese suelo bendito que le dio cobijo durante los peores tiempos.
La Compañía de Jesús fue fundada en 1539 por San Ignacio de Loyola en la ciudad de Roma, siendo aprobada por el Papa Pablo III en 1540. Famosa por la excelencia de sus universidades y por la profundidad de su, espiritualidad, la compañía se dedicó a fortalecer la posición de la iglesia católica romana en todo el mundo, ejerciendo su influencia mediante misiones, política, diplomacia, y en ocasiones, el comercio y la inteligencia militar.
En Europa Oriental y Oriente Medio, los jesuitas se granjearon la animadversión de las iglesias ortodoxas, que veían en las negociaciones jesuitas no una forma de reunificación de la iglesia, sino un intento de forzar a los ortodoxos a sujetarse a un liderazgo cuya legitimidad no se basaba en la Santa Tradición Apostólica.
El trabajo de la Compañía de Jesús en Occidente y América le ganó enemigos poderosos que a la larga lograron que expulsaran a los jesuitas de Portugal primero, y después de España, y finalmente de Francia y otros países católicos, en un proceso que acabaría en la supresión definitiva de la orden.
La supresión de los jesuitas ocurrió en 1773, cuando los reyes de Francia, España, Portugal y de las Dos Sicilias le exigieron al Papa Clemente XIV la desaparición de la Compañía por razones políticas. El Papa cedió y suprimió por completo la Compañía de Jesús. El Padre General, Lorenzo Ricci, y su Consejo de Asistentes fueron apresados y encerrados en el Castillo de Sant'Angelo sin juicio, y los sacerdotes fueron dispersados en todo el mundo.
Ahora, para hacer efectiva la supresión, los obispos de cada diócesis debían publicar el edicto papal, y por poco tiempo en Prusia, el edicto no fue promulgado. Pero sería en Rusia donde se prohibiría definitivamente a los obispos católicos publicar el edicto, dejando a la Compañía en libertad de crecer, trabajar y extenderse dentro del reino. Jesuitas de toda Europa aceptaron la oferta de refugio hecha por la zarina Catalina la Grande, quien, con el apoyo intelectual de la Compañía, continuaría la obra de modernización del país iniciada por Pedro el Grande.
Cuarenta años después, con los efectos de la revolución francesa, las guerras napoleónicas y las guerras de independencia en Hispanoamérica, la restauración universal de la orden parecía la respuesta al desafío de quienes eran en ese entonces los enemigos de la Iglesia: la masonería y los liberales, principalmente. Así, el Papa Pío VII decidió restaurar la Compañía.
Dicha restauración pudo lograrse casi de inmediato gracias a la existencia de cientos de jesuitas que habían sobrevivido como orden protegidos por Catalina en Rusia. La Compañía de Jesús se caracterizaba por su incondicional apoyo a la autoridad del Papa. Por eso, poco tiempo después de la restauración, el Zar expulsó a los jesuitas de Rusia.
Desde 1814 y hasta el Concilio Vaticano II de 1962, la Compañía de Jesús estuvo asociada con las corrientes más conservadoras y elitistas de la Iglesia Católica Romana. El Concilio Vaticano II supuso la gran conversión de los jesuitas que, de ser una orden dedicada a la academia, la enseñanza y las élites, pasó a empeñarse también en las vanguardias de la Iglesia, el trabajo con los pobres y la promoción humana, llegando a identificarse en muchos casos con la Teología de la Liberación en América Latina.
Fue entonces cuando en El Salvador empezaron a pagar con la vida. Allí fueron asesinados varios jesuitas, entre ellos el cardenal Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, por su denuncia profética de la violencia y el odio. Esa transformación de la Compañía de Jesús le valió al carismático superior general, el padre Pedro Arrupe, una ruptura con el entonces Papa Juan Pablo II. En una ocasión, el Padre Arrupe comentó a la prensa: ‘Cuando hoy vemos actuar al Opus Dei, es como mirarnos en el espejo para decir: así fuimos y así no podemos seguir siendo’. Y cambiaron.
Antes del concilio, eran 36.000 en la compañía. El concilio les desangró. Perdieron cerca de 10.000, al mismo tiempo que empezaron a incursionar en nuevos campos de acción. Así, encontramos jesuitas en prácticamente todas las áreas del trabajo intelectual dentro de la Iglesia católica, trabajando por un mundo más fraterno y solidario, buscando simultáneamente la justicia social y la proclamación evangélica, y llevando la palabra de Dios a la práctica con disciplina y sensatez.
Es este equilibrio de disciplina, oración y ciencia de los jesuitas el que vemos expresarse en la persona del Papa Francisco, quien con sencillez y firmeza va resolviendo poco a poco los problemas más graves de su iglesia, aplicando las dos máximas jesuitas: "En todo amar y servir" y "Para la Mayor Gloria de Dios".
Felicidades a los jesuitas por sus doscientos años de restauración, felicidades por sus cincuenta años de búsqueda de otras formas de ser católicos y felicidades por su primer año de tener un hermano Papa.
Abuna Emiliano
Iglesia Ortodoxa antioquena de México