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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Estampas del Ángel de la Guarda»

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'''Nuestros deberes frente a los santos ángeles (Pío XI a los niños, 2 de septiembre de 1934''')
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San Bernardo, el devoto de María, el amigo del Corazón de Jesús es también, se puede decir el chantre, el heraldo de los Ángeles guardianes. El santo doctor dice a cada niño, a cada ser humano que tiene un ángel, que jamás debe olvidar ese compañero de vida y rendirle “el respeto por su presencia, la devoción por su benevolencia y la confianza por su buena guardia”. El ángel de Dios nos acompaña, en efecto, con su presencia, y nos defiende con su buena guardia: Ves enseguida las disposiciones con las cuales san Bernardo nos sugiere tan bien responder a semejante bondad:
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“El respeto por la presencia”. No hay que olvidar jamás la presencia del Ángel guardián, de ese príncipe celeste que jamás debe enrojecer ante nosotros. Justamente el gran doctor agrega, explicando el sentido de ese deber de respeto, y hablando de sí mismo: “No hagas en presencia del ángel lo que no harías en presencia de Bernard”. De la misma manera, estos queridos niños no deberían nunca hacer nada que pudiese ofender al ángel que tiene cuidado de su persona, no hacer lo que no harían delante del papa, delante de su propio padre y su propia madre, ni tampoco delante del más humilde de sus compañeros. Y es bueno recordar, siempre a este respecto, lo que agrega el mismo san Bernardo cuando, jugando con las palabras, agrega enseguida que en todo ángulo se encuentra un ángel”: en todo lugar, en todo momento el ángel está presente. Por tanto, “el respeto por la presencia; es decir una continencia siempre respetuosa y diferente, un homenaje conforme a la dignidad del cristino, templo del Espíritu Santo, amigo de Jesucristo, admitido a la comunión del Cuerpo y la Sangre divinos después de haber sido regenerado por el agua del bautismo, en esa sangre preciosísima.
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“La devoción por la benevolencia”. El ángel guardián no sólo está presente, sino su compañía desborda de ternura y de amor; lo que requiere además de nuestra parte, respecto de él, un amor hecho de ternura, es decir la devoción. La devoción agrega algo a la piedad filial, incluso a la que se experimenta y se muestra hacia Dios. Una piedad devota quiere decir una piedad delicada que trae consigo la donación de toda el alma, de todo el corazón. El ángel de Dios está siempre con nosotros, en nuestra vida, con su solicitud y su afecto excepcional. Por lo tanto, hay que serle devoto: no solamente rendirle afecto por afecto, sino devoción. La devoción se actualiza en la práctica de cada día, invocando su ángel al principio y al fin de cada día. Los invitamos, queridos niños, imitar en este punto al papa. Al principio y al fin de cada día de su vida, invoca a su Ángel guardián; y a menudo renueva esta invocación a lo largo del día, especialmente cuando las cosas por hacer son un poco complicadas y difíciles, lo que ocurre a menudo. Ahora bien, tiene que decir, siempre por deber de reconocimiento hacia su Ángel guardián, que se siente siempre asistido por él de manera admirable, aunque una gratitud particular viene a asociarse a otros tantos motivos por los cuales se siente deudor respecto del espíritu celeste que lo asiste. A menudo ve y percibe que su ángel está ahí, cerca suyo listo a asistirlo, a ayudarlo. Es igualmente lo que hacen los ángeles de todos estos queridos pequeños: siempre presentes, siempre amantes, siempre vigilantes. De ahí, repitámoslo, la necesidad de recurrir frecuentemente a ellos con devoción.
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“La confianza por la buena guardia”. Saberse guardado por un príncipe de la corte celestial, por uno de esos espíritus elegidos, de los que el Señor –hablando propiamente de los niños- ha dicho que ven siempre la Majestad de Dios en el esplendor del paraíso, lo que no sólo inspira respeto y devoción sino también suscita la mayor confianza. La confianza, que es bien distinta de la audacia terrestre, es necesaria y debe sostener, especialmente cuando el deber es difícil y se encuentra abrumador el conjunto del buen propósito. En ese momento, de manera más acentuada, se debe esperar la ayuda, la defensa y la guarda de los santos ángeles; y verdaderamente en ese sentimiento de confianza, se destaca además y de manera más evidente la necesidad de la oración, que es precisamente la expresión auténtica y espontánea de la confianza.
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Y de nuevo insistimos con gran solicitud paternal en la necesidad del respeto, del amor y de la oración confiada por parte de los niños católicos hacia sus propios ángeles bajo la conducción y según la sublime invitación de san Bernardo.
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Apropiándonos de esta palabra del santo, que hemos tenido la suerte de encontrar en los comienzos de nuestra vida, hemos podido conocer y sentir la luz benéfica. Contribuyó con todo lo que pudimos realizar por la gracia divina en nuestra vida. Y seguramente a él le debemos el apoyo y la confianza necesarios para todo el tiempo de existencia que plazca a Dios concedernos todavía. Por eso deseamos tanto y deseamos que ese sea el programa luminoso de la vida de estos niños privilegiados, gracias al cual podrán ser siempre dignos de la presencia continua, a su lado, de un príncipe celeste; siempre tiernamente devotos a este amigo tan fiel, tan grande, y siempre estado de gozar y de beneficiarse de su guarda benefactora y sabia.
  
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'''Enciclopedia Católica padre padres e hijos'''
 
'''Enciclopedia Católica padre padres e hijos'''

Revisión de 03:57 27 may 2014

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Nuestros deberes frente a los santos ángeles (Pío XI a los niños, 2 de septiembre de 1934)

San Bernardo, el devoto de María, el amigo del Corazón de Jesús es también, se puede decir el chantre, el heraldo de los Ángeles guardianes. El santo doctor dice a cada niño, a cada ser humano que tiene un ángel, que jamás debe olvidar ese compañero de vida y rendirle “el respeto por su presencia, la devoción por su benevolencia y la confianza por su buena guardia”. El ángel de Dios nos acompaña, en efecto, con su presencia, y nos defiende con su buena guardia: Ves enseguida las disposiciones con las cuales san Bernardo nos sugiere tan bien responder a semejante bondad:

“El respeto por la presencia”. No hay que olvidar jamás la presencia del Ángel guardián, de ese príncipe celeste que jamás debe enrojecer ante nosotros. Justamente el gran doctor agrega, explicando el sentido de ese deber de respeto, y hablando de sí mismo: “No hagas en presencia del ángel lo que no harías en presencia de Bernard”. De la misma manera, estos queridos niños no deberían nunca hacer nada que pudiese ofender al ángel que tiene cuidado de su persona, no hacer lo que no harían delante del papa, delante de su propio padre y su propia madre, ni tampoco delante del más humilde de sus compañeros. Y es bueno recordar, siempre a este respecto, lo que agrega el mismo san Bernardo cuando, jugando con las palabras, agrega enseguida que en todo ángulo se encuentra un ángel”: en todo lugar, en todo momento el ángel está presente. Por tanto, “el respeto por la presencia; es decir una continencia siempre respetuosa y diferente, un homenaje conforme a la dignidad del cristino, templo del Espíritu Santo, amigo de Jesucristo, admitido a la comunión del Cuerpo y la Sangre divinos después de haber sido regenerado por el agua del bautismo, en esa sangre preciosísima.

“La devoción por la benevolencia”. El ángel guardián no sólo está presente, sino su compañía desborda de ternura y de amor; lo que requiere además de nuestra parte, respecto de él, un amor hecho de ternura, es decir la devoción. La devoción agrega algo a la piedad filial, incluso a la que se experimenta y se muestra hacia Dios. Una piedad devota quiere decir una piedad delicada que trae consigo la donación de toda el alma, de todo el corazón. El ángel de Dios está siempre con nosotros, en nuestra vida, con su solicitud y su afecto excepcional. Por lo tanto, hay que serle devoto: no solamente rendirle afecto por afecto, sino devoción. La devoción se actualiza en la práctica de cada día, invocando su ángel al principio y al fin de cada día. Los invitamos, queridos niños, imitar en este punto al papa. Al principio y al fin de cada día de su vida, invoca a su Ángel guardián; y a menudo renueva esta invocación a lo largo del día, especialmente cuando las cosas por hacer son un poco complicadas y difíciles, lo que ocurre a menudo. Ahora bien, tiene que decir, siempre por deber de reconocimiento hacia su Ángel guardián, que se siente siempre asistido por él de manera admirable, aunque una gratitud particular viene a asociarse a otros tantos motivos por los cuales se siente deudor respecto del espíritu celeste que lo asiste. A menudo ve y percibe que su ángel está ahí, cerca suyo listo a asistirlo, a ayudarlo. Es igualmente lo que hacen los ángeles de todos estos queridos pequeños: siempre presentes, siempre amantes, siempre vigilantes. De ahí, repitámoslo, la necesidad de recurrir frecuentemente a ellos con devoción.

“La confianza por la buena guardia”. Saberse guardado por un príncipe de la corte celestial, por uno de esos espíritus elegidos, de los que el Señor –hablando propiamente de los niños- ha dicho que ven siempre la Majestad de Dios en el esplendor del paraíso, lo que no sólo inspira respeto y devoción sino también suscita la mayor confianza. La confianza, que es bien distinta de la audacia terrestre, es necesaria y debe sostener, especialmente cuando el deber es difícil y se encuentra abrumador el conjunto del buen propósito. En ese momento, de manera más acentuada, se debe esperar la ayuda, la defensa y la guarda de los santos ángeles; y verdaderamente en ese sentimiento de confianza, se destaca además y de manera más evidente la necesidad de la oración, que es precisamente la expresión auténtica y espontánea de la confianza.

Y de nuevo insistimos con gran solicitud paternal en la necesidad del respeto, del amor y de la oración confiada por parte de los niños católicos hacia sus propios ángeles bajo la conducción y según la sublime invitación de san Bernardo.

Apropiándonos de esta palabra del santo, que hemos tenido la suerte de encontrar en los comienzos de nuestra vida, hemos podido conocer y sentir la luz benéfica. Contribuyó con todo lo que pudimos realizar por la gracia divina en nuestra vida. Y seguramente a él le debemos el apoyo y la confianza necesarios para todo el tiempo de existencia que plazca a Dios concedernos todavía. Por eso deseamos tanto y deseamos que ese sea el programa luminoso de la vida de estos niños privilegiados, gracias al cual podrán ser siempre dignos de la presencia continua, a su lado, de un príncipe celeste; siempre tiernamente devotos a este amigo tan fiel, tan grande, y siempre estado de gozar y de beneficiarse de su guarda benefactora y sabia.


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  • Estampas del Ángel de la Guarda

Selección de imágenes: José Gálvez Krüger