Diferencia entre revisiones de «Usos y costumbres de la Navidad»
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La [[Navidad]] es una fiesta de resonancia universal. Ya sólo el hecho de que todo el planeta se rija oficialmente por el [[calendario]] cristiano, que divide la Historia en antes y después del nacimiento de Jesucristo, indica la trascendencia que tienen estas fechas para la humanidad en general. Alrededor de ellas ha surgido toda una [[cultura]], que se manifiesta en dos estilos de celebración: el [[sagrado]] y el [[profano]]. El primero se centra en la [[fe]] en el misterio de [[la Encarnación]] del Verbo y en los valores que de ella se derivan; por eso es, sobre todo, una fiesta de la familia (la familia humana debe estar imbuida del espíritu de la Sagrada Familia, que es, a su vez, espejo de la Familia Trinitaria). El otro estilo de celebración de la Navidad se ha apropiado de la festividad cristiana, fagocitándola, vaciándola de su sentido primigenio y transformándola en una mera ocasión para el ocio y la diversión, sin ningún sentido religioso o con éste muy amortiguado y ahogado por la fiebre consumista y comercial que todo lo invade. Ya el saludo con el que se felicita en este período denuncia el estilo de celebración que se asume: “Feliz Navidad” al modo cristiano; “Felices Fiestas” al modo paganizante que se ha puesto de moda.El presente escrito busca el sentido católico de la entrañable festividad que nos recuerda el nacimiento del Hijo de Dios según la carne. | La [[Navidad]] es una fiesta de resonancia universal. Ya sólo el hecho de que todo el planeta se rija oficialmente por el [[calendario]] cristiano, que divide la Historia en antes y después del nacimiento de Jesucristo, indica la trascendencia que tienen estas fechas para la humanidad en general. Alrededor de ellas ha surgido toda una [[cultura]], que se manifiesta en dos estilos de celebración: el [[sagrado]] y el [[profano]]. El primero se centra en la [[fe]] en el misterio de [[la Encarnación]] del Verbo y en los valores que de ella se derivan; por eso es, sobre todo, una fiesta de la familia (la familia humana debe estar imbuida del espíritu de la Sagrada Familia, que es, a su vez, espejo de la Familia Trinitaria). El otro estilo de celebración de la Navidad se ha apropiado de la festividad cristiana, fagocitándola, vaciándola de su sentido primigenio y transformándola en una mera ocasión para el ocio y la diversión, sin ningún sentido religioso o con éste muy amortiguado y ahogado por la fiebre consumista y comercial que todo lo invade. Ya el saludo con el que se felicita en este período denuncia el estilo de celebración que se asume: “Feliz Navidad” al modo cristiano; “Felices Fiestas” al modo paganizante que se ha puesto de moda.El presente escrito busca el sentido católico de la entrañable festividad que nos recuerda el nacimiento del Hijo de Dios según la carne. |
Revisión de 13:41 11 dic 2017
Contenido
Consideraciones
La Navidad es una fiesta de resonancia universal. Ya sólo el hecho de que todo el planeta se rija oficialmente por el calendario cristiano, que divide la Historia en antes y después del nacimiento de Jesucristo, indica la trascendencia que tienen estas fechas para la humanidad en general. Alrededor de ellas ha surgido toda una cultura, que se manifiesta en dos estilos de celebración: el sagrado y el profano. El primero se centra en la fe en el misterio de la Encarnación del Verbo y en los valores que de ella se derivan; por eso es, sobre todo, una fiesta de la familia (la familia humana debe estar imbuida del espíritu de la Sagrada Familia, que es, a su vez, espejo de la Familia Trinitaria). El otro estilo de celebración de la Navidad se ha apropiado de la festividad cristiana, fagocitándola, vaciándola de su sentido primigenio y transformándola en una mera ocasión para el ocio y la diversión, sin ningún sentido religioso o con éste muy amortiguado y ahogado por la fiebre consumista y comercial que todo lo invade. Ya el saludo con el que se felicita en este período denuncia el estilo de celebración que se asume: “Feliz Navidad” al modo cristiano; “Felices Fiestas” al modo paganizante que se ha puesto de moda.El presente escrito busca el sentido católico de la entrañable festividad que nos recuerda el nacimiento del Hijo de Dios según la carne.
Empecemos por los adornos navideños. Los dos principales son el belén y el abeto navideño. El primero es de más antigua e inequívoca tradición cristiana, pues fue san Francisco de Asís quien, en la Nochebuena de 1223, inauguró la costumbre de escenificar el nacimiento del Señor. En una gruta del monte Lacerote, cerca del castillo de Greccio en Umbría, dispuso un pesebre hecho con paja y sobre él colocó una imagen del Niño Jesús, haciendo traer junto a él a un buey y un asno vivos. Desde entonces en los conventos de las órdenes seráficas se hizo común la práctica de representar el portal de Belén por Navidad, lo cual pronto fue imitado por el pueblo fiel. Con el tiempo de fueron añadiendo personajes y otros elementos de modo que los belenes se llegaron a convertir en todo un arte, descollando en éste Nápoles, España y las Indias.
El núcleo esencial del pesebre –y que basta para armarlo– es lo que se llama el Misterio, es decir: Jesús, María y José, que son los protagonistas de la Navidad. El buey o la vaca y el asno o la mula suelen ser infaltables aunque, como el resto de elementos, no sean imprescindibles. Pero es hermoso considerar que Jesús viene a restaurar todas las cosas y entre ellas la primigenia armonía de la Creación, la que existió en el Paraíso terrenal entre todas las criaturas salidas de la mano bondadosa del Padre. Los ángeles también constituyen parte del nacimiento, pues fueron ellos los que cantaron el Gloria in excelsis en la primera Nochebuena y anunciaron la gran noticia a los pastores. Éstos son asimismo representados con sus rebaños yendo a adorar al Niño. Los Reyes Magos tampoco faltan y en los belenes más elaborados figuran con sus animales de viaje y sus séquitos. En fin, a veces, la escena de la Navidad se inserta en un marco monumental y se representa ya no sólo el portal o cueva donde nació Jesús, sino toda la ciudad de Belén con escenas costumbristas.
El tiempo de comenzar a armar el pesebre varía según los usos locales o familiares. Hay quienes lo ponen ya el día de la Inmaculada Concepción; otros esperan al inicio de la Novena del Nacimiento (16 de diciembre); otros, en fin, lo preparan en el cuarto domingo de adviento o aún el día de la Vigilia de Navidad. Normalmente, se pone la mayor parte de las figuras, menos el Niño y los Reyes Magos. En la medianoche del 24 al 25 de diciembre o tras volver de la misa del gallo se coloca a Jesús, y sólo en la noche de Epifanía, la del 5 al 6 de enero, a Melchor, Gaspar y Baltasar con las figuras que los acompañen. El tiempo de quitar el pesebre también es variable: el 13 de enero, festividad del Bautizo de Jesucristo (antigua octava de la Epifanía) o incluso tan tarde como el 2 de febrero, fiesta de la Purificación de María y fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el Templo (la Candelaria). Sea como fuere que armemos cada uno nuestro pesebre, no debemos perder nunca de vista el hecho de que, mucho más que un motivo decorativo, se trata de una expresión plástica de la fe en la Encarnación del Verbo, por la cual nos vino la salvación. Las estatuas o figuras del pesebre, sobre todo si representan a la Sagrada Familia, son acreedoras de veneración y respeto por lo que representan y hay que inculcar a nuestros niños que no se trata de juguetes. Deberíamos tener la buena costumbre de hacer bendecir nuestros belenes o, al menos, las figuras principales y, por supuesto, el Niño Jesús. Sería muy loable que en la Nochebuena cada cabeza de familia adorara su imagen y la hiciera adorar por todos los de casa antes de ponerla devotamente en el pesebre, mientras se canta el Adeste fideles u otro cántico navideño.
Vayamos al árbol de Navidad. La costumbre de ponerlo en las casas y los sitios públicos es bastante más reciente que la del pesebre. Los árboles están cargados de un gran simbolismo en la mayor parte de las culturas humanas. Al erguirse hacia el cielo son como grandes dedos que señalan a lo divino. Su verde follaje sugiere la vida. En las distintas cosmogonías aparecen siempre desempeñando un papel importante y hasta decisivo. Nuestra santa religión nos habla del árbol de la ciencia del bien y del mal, plantado en medio del jardín de Edén, y canta las glorias del árbol de la Cruz, por el que nos vino la redención. Pero recordemos también, entre los mitos griegos, el árbol con las manzanas de las Hespérides y aquel en el que estaba colgado el vellocino de oro. Los hindúes y los persas tenían sus respectivos árboles paradisíacos y salvíficos. Los germanos pensaban que el universo era sostenido por un gran árbol en cuyas ramas pendían el sol, la luna y las estrellas (posible origen de la costumbre de poner luminarias al árbol navideño). Por eso consideraban sagrados los bosques, en los que creían se manifestaban sus divinidades, a las que ofrecían sacrificios humanos al pie de árboles como el roble.
San Bonifacio, monje misionero del siglo VIII que evangelizó Alemania (de la que es considerado apóstol), al considerar que era imposible desarraigar las creencias paganas de los germanos, decidió cristianizarlas. Desterró la costumbre de los sacrificios humanos y dio un nuevo significado a los árboles, que son fuente de vida y no de muerte, comparándolos a Dios, que da sustento y cobijo a sus criaturas. Eligió el abeto como el que mejor sugería las ideas cristianas: su forma triangular recuerda a la Trinidad y su perenne follaje verde simboliza la vida eterna. Se cree que lo proclamó “el árbol del Niño Jesús” y que con él comenzó a celebrar la navidad entre los paganos recién convertidos. Otra tradición atribuye esto al monje Winfrido, contemporáneo de san Bonifacio, el cual habría escogido un roble y no un abeto. Sin embargo, no se implantó el uso del árbol navideño tal como lo conocemos hasta el siglo XVII (aunque los protestantes aseguran que fue Martín Lutero su iniciador). Lo cierto es que sólo a partir del siglo XIX se difundió desde los países escandinavos y Alemania por Austria y Polonia. A Gran Bretaña lo llevó el consorte de la reina Victoria, Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, que era un príncipe alemán. Por la misma época –mediados del Ochocientos– pasó a Francia y un poco más tarde a los Estados Unidos. En España e Italia el árbol de Navidad data sólo del siglo XX y éste bien entrado. En cambio, en Iberoamérica se popularizó antes por el influjo de América del Norte. Hoy hasta el Papa hace colocar un árbol monumental en la Plaza de san Pedro en Roma, sirviendo de cobijo al pesebre.
El abeto navideño es ya un elemento cristianizado. Desgraciadamente, corre el peligro de volverse a paganizar y de no quedar sino como un elemento decorativo más de las “fiestas” a secas. Por eso es importantísimo que lo dotemos no sólo de los habituales adornos (bolas, lazos, manzanas), sino también de símbolos cristianos (ángeles, por ejemplo) y, sobre todo, lo coronemos con la estrella de Belén. El árbol debe ir siempre acompañando al belén. Hay quien arma éste al pie de aquél. En caso de falta de espacio, es preferible siempre prescindir del árbol antes que del pesebre. A los niños se les debe instruir en todo lo que el árbol implica como símbolo del buen Dios, de vida y de sentido sobrenatural de las cosas. Se les puede hacer la comparación con el árbol del Paraíso y la Santísima Cruz de Nuestro Señor. También se les puede decir que representa al justo, que como él da buenos frutos y que todos estamos llamados a ser santos, cuyas virtudes deben brillar como brillan las luces que adornan al árbol.
Cena de Nochebuena
Otra costumbre navideña es la cena de Nochebuena. Antiguamente, el 24 de diciembre, vigilia de Navidad, era uno de los días de ayuno y abstinencia prescritos por la Iglesia como penitencia. En ellos se hacía una sola comida fuerte al día aunque sin carnes, permitiéndose en las horas vespertinas la denominada colación nocturna, consistente en una cena muy frugal para mantener las fuerzas hasta el día siguiente. Pero la Nochebuena tenía una particularidad: después de la misa del gallo, se volvía a cenar y esta vez sin las restricciones de la víspera (ya que la obligación del ayuno y la abstinencia había cesado desde la medianoche): era lo que se llamó el resopón navideño, que podía consistir desde una chocolatada con bizcochos, pastas, polvorones y otros dulces hasta una verdadera y propia cena de varios servicios, según el apetito y las posibilidades de las familias. Con la relajación de la ley canónica en la mayor parte de los días de penitencia, desapareció la obligación de ayunar y abstenerse también en la vigilia de Navidad. El antiguo resopón posterior a la misa del gallo pasó a reemplazar a la colación nocturna del 24 convertido en la cena de Nochebuena, en la cual se ha hecho tradicional servir pavo como vianda principal, aunque otros se decantan por el lechón o aun por los mariscos (reminiscencia de los tiempos de abstinencia).
Esta cena llega a ser tan opípara que se ha creado toda una gastronomía alrededor. No hay duda de que en muchos hogares constituye ésta una ocasión para reunir a la familia con espíritu cristiano, lo cual es santo y bueno. Pero también es verdad que existe el peligro de los excesos de la gula, que no son precisamente la mejor preparación para recibir al Niño Jesús en la noche bendita de su Natividad. Un estómago repleto y una digestión pesada no son, desde luego, las mejores disposiciones con las que acudir a la misa del gallo, si es que se está en condiciones de salir de casa. Mucho menos lo son para recibir la comunión, por mucho que se haya comido antes de medianoche y legalmente se pueda acercar uno a recibir la Sagrada Eucaristía. Por ello sería muy recomendable conservar o volver a la costumbre de la cena de vigilia, aunque no sea tan parca como la antigua colación, pero a base de pescado y en cantidad moderada para poder digerirla bien y estar en condiciones decentes para ir a la iglesia.
Después de la misa del gallo, la familia podría volverse a reunir para adorar al Niño Jesús en el pesebre de casa, cantando villancicos y felicitándose recíprocamente. Entonces se podría tomar el resopón tradicional –a base de chocolate y pastas– en el que es recomendable no abusar, reservándose para la comida del día, la cual podría tener lugar, para los más devotos, al regreso de la tercera misa de Navidad, que suele ser la misa mayor. Los banquetes no están reñidos con el regocijo cristiano, siempre que se asuman con moderación. En la Sagrada Escritura son muchos los ejemplos de grandes comidas como legítima muestra de alegría: baste pensar en Jesucristo, María y los discípulos en las bodas de Caná; en el banquete mandado preparar por el padre del hijo pródigo para celebrar el regreso de éste; en las veces en las que el Maestro compara el Reino de los Cielos a un convite. Qué duda cabe que el nacimiento de nuestro Salvador es motivo de festejar con júbilo las familias cristianas, pero ha de guardarse, como en todo, la justa medida y en esto, como en muchas otras cosas, es sabia la tradición.
Intercambio de regalos
Toca, en fin, referirse a los regalos que se intercambian con ocasión de las fiestas natalicias. Aquí las prácticas son especialmente variadas. En países como Alemania, Bélgica y Francia, ya hay una anticipación de regalos por la fiesta de san Nicolás de Mira (6 de diciembre). ¿Por qué ha sido vinculado este santo obispo originario de Oriente (Myra en Licia) a la dadivosidad? Cuenta la tradición que san Nicolás salvó a tres doncellas de acabar prostituidas proporcionándoles de su peculio las respectivas dotes para que pudieran casarse (por eso se le representa con un cesto del cual asoman tres jovencitas). De san Nicolás deriva Papá Noel, llamado en los países anglosajones Santa Claus, contracción de san Nicolás (Nicolaus=Claus). O sea que el origen de la controvertida figura del abuelito vestido y tocado de rojo es cristiano y no pagano como pretenden algunos. Con el paso del tiempo, el imaginario colectivo, por influjo de los países escandinavos, ha añadido el trineo tirado por renos (entre los que destaca Rodolfo, el de la nariz roja), la sede en Laponia y la bajada por las chimeneas, elementos que en el hemisferio boreal tienen sentido (por celebrarse la Navidad en el solsticio de invierno), pero no en el austral (donde es pleno verano). Papá Noel (expresión de claro origen francés) o Santa Claus es quien en las Américas y la mayor parte del mundo reparte los regalos durante la Nochebuena, pero éstos no son abiertos hasta la mañana siguiente que ya es el día de Navidad. Hasta no hace mucho estaba extendida la costumbre de ir los niños en Nochebuena por las casas de su vecindad cantando en coro villancicos a cambio de una propina.
En España y las antiguas Indias (Méjico, América Central y Sudamérica) eran los Reyes Magos los que traían los regalos en la noche de Epifanía (del 5 al 6 de enero), costumbre que se ha perdido por completo del otro lado del Océano en favor de Papá Noel (por influjo de los Estados Unidos). Sin embargo, en algunos países de Sudamérica (como el Perú) y de Europa central (en especial Chequia), los obsequios corren por cuenta del mismísimo Jesús, al que se llama cariñosamente el Niño Dios. En este caso también se dejan en Nochebuena y se abren la mañana de Navidad. En España, hubo la costumbre (que aún se conserva en varios lugares, sobre todo en Valencia) de dar las estrenas de Navidad, una suerte de gratificación o pequeño aguinaldo en espera de los regalos de Reyes. Suele ser el cabeza de familia el que reparte las estrenas por estricto orden de edad a todos los presentes al final de la comida de Navidad. En la mayor parte de las veces, sin embargo, se dan ya obsequios en Navidad, con lo que se duplica la munificencia de Sus Majestades de Oriente.
La noche de Epifanía sigue prevaleciendo en España como el tiempo propio para distribuir los regalos, a imitación del Niño Jesús que recibió oro, incienso y mirra de los Reyes Magos. Como preludio de la apertura de los presentes a la mañana siguiente, tienen lugar en la tarde del 5 de enero las vistosas y popularísimas “cabalgatas de Reyes” en las ciudades españolas, durante las cuales se echa desde las carrozas multitud de golosinas para regocijo de los niños. El 6 de enero cierra el ciclo de las costumbres propias de Navidad. Por mucho que se empeñen los descreídos en despojar a estas fechas entrañables de su sentido cristiano, no pueden ellas entenderse sin las referencias religiosas que la tradición les ha dado. Por más que quieran substituir la Navidad por la celebración del solsticio de invierno (que en tierras meridionales es el de verano), los niños seguirán aprendiendo villancicos y esperando a Melchor, Gaspar y Baltasar. Además, el hecho de contar los años desde el nacimiento de Cristo es inevitablemente la admisión de que el Salvador del mundo ha sido decisivo en la Historia. Para desarraigar el cristianismo de nuestra cultura habría que cambiar el calendario y levantar otros altares (porque la Humanidad no puede vivir sin éstos, aunque sean deidades materialistas las que sobre ellos se adoran), pero eso ya lo intentó en el pasado la Revolución Francesa y fracasó estrepitosamente.
Rodolfo Vargas Rubio
Cantos de Navidad comentadas por el Maestro José Quezada Macchiavello y ejecutadas por Lima Triumphante
- Lima Triumphante 2 cashuas a la navidad [1]
- Lima Triumphante - Navidad del Perú Barroco [2]