Ricardo I
De Enciclopedia Católica
Ricardo I, nació en Oxford el 6 de Septiembre de 1157; murió en Chalus, Francia, el 6 de abril de 1199; se le conoció por los juglares de una época posterior, más que por sus contemporáneos, como “Corazón de León”. Era sólo el segundo hijo de Enrique II, pero fue parte de la política de su padre, teniendo, como tenía, posesiones continentales de gran extensión y poca cohesión mutua, asignarlas a sus hijos durante su vida e incluso educar a sus hijos entre los pueblos que estaban destinados a gobernar. A Ricardo le fueron asignados los territorios del Sur de Francia que pertenecían a su madre Leonor de Aquitania, y antes de que tuviera dieciséis años fue instalado como duque de esa provincia. Un punto débil de la conducta del viejo rey respecto de sus hijos fue que, mientras que les deslumbraba con brillantes perspectivas, les investía con muy poco poder sustancial. En 1173 el joven Enrique, que, siguiendo una costumbre alemana, ya había sido coronado rey en vida de su padre, se declaró en abierta rebeldía, siendo instigado a ello por su suegro, Luis VII, rey de Francia. Bajo la influencia de su madre Leonor, amargamente resentida por las infidelidades de su marido, Godofredo y Ricardo se unieron también en 1173 a la suerte del rebelde y tomaron las armas contra su padre. Los aliados se agruparon y la situación se volvió tan amenazadora que Enrique II pensó que era bueno propiciar al cielo haciendo penitencia en la tumba del martirizado arzobispo Santo Tomás (11 de julio de 1174). Por una notable coincidencia, al día siguiente mismo, una victoria en Northumberland sobre Guillermo, rey de Escocia, terminó con el opositor más formidable de Enrique. Volviendo con una amplia fuerza a Francia, el rey lo barrió todo ante él, y aunque Ricardo se mantuvo solo por un tiempo, se vio obligado el 21 de septiembre a pedir perdón a los pies de su padre. El rey trató con indulgencia a sus hijos rebeldes, pero este primer estallido fue sólo el precursor de una serie casi ininterrumpida de intrigas desleales, fomentadas por Luis VII y por su hijo y sucesor, Felipe Augusto, en las que Ricardo, que vivía casi enteramente en Guyena y Poitou, se comprometió hasta el momento de la muerte de su padre. Adquirió para sí una merecida y gran reputación por sus proezas caballerescas, y a menudo se implicó en hazañas de caballeros, mostrando mucha energía en particular en la protección de los peregrinos que pasaban a través de sus territorios y los adyacentes en su camino hacia el santuario de Santiago de Compostela. Su hermano mayor, Enrique, se puso celoso de él e insistió en que Ricardo debía rendirle homenaje. Al resistirse éste estalló la guerra entre los hermanos. Bertrand de Born, conde de Hautefort, que era rival de Ricardo en juglaría tanto como en hechos de armas, prestó tan poderoso apoyo al joven Enrique que el viejo rey hubo de intervenir del lado de Ricardo. La muerte del joven Enrique, el 11 de junio de 1183, restauró una vez más la paz e hizo a Ricardo heredero del trono. Pero siguieron otras disputas entre Ricardo y su padre, y fue en el calor de la más desesperada de ellas, en la que la astucia de Felipe Augusto había logrado implicar al hijo preferido de Enrique, Juan, como murió el viejo rey de un ataque al corazón, el 6 de Julio de 1189. Pese a las constantes hostilidades de los últimos años, Ricardo se aseguró la sucesión sin dificultad. Vino rápidamente a Inglaterra y fue coronado en Westminster el 3 de septiembre. Pero su objetivo al visitar su tierra natal era menos tomar disposiciones para el gobierno del reino que reunir recursos para la Cruzada proyectada que ahora atraía los más fuertes, si no los mejores, instintos de su naturaleza aventurera, y con cuyo éxito esperaba sobrecoger al mundo. Ya hacia finales de 1187, cuando le llegó la noticia de la conquista de Jerusalén por Saladino, Ricardo había tomado la cruz. Felipe Augusto y Enrique II habían seguido a continuación su ejemplo, pero las disputas que habían sobrevenido habían hasta entonces impedido la realización de su piadoso designio. Ahora que estaba más libre el joven rey parece haber tomado concienzudamente en serio el poner la recuperación de Tierra Santa ante todo lo demás. Aunque los expedientes que puso en obra para reunir cada penique de dinero disponible del que pudo echar mano fueron tan faltos de escrúpulos como impolíticos, hay algo que impone respeto en la energía con que se lanzó a la tarea. Vendió cargos de sheriff y de juez, tierras de la Iglesia, y nombramientos de toda clase, tanto laicos como seculares, prácticamente al mejor postor. No estuvo falto de generosidad al disponer acerca de sus hermanos Juan y Godofredo, y mostró cierta prudencia al exigir de ellos que permanecieran fuera de Inglaterra durante tres años, para dejar las manos libres al nuevo Canciller, Guillermo de Longchamp, que iba a gobernar Inglaterra en su ausencia. Desgraciadamente se llevó con él a muchos de los hombres, vg., el arzobispo Balduino, Hubert Walter, y Ranulf Glanvill, cuyo sentido del estado y experiencia habrían sido útiles para gobernar Inglaterra y dejó tras sí a muchos espíritus inquietos como el propio Juan y Longchamp, cuya energía habría sido práctica contra el infiel.
Ya para el 11 de diciembre de 1189, Ricardo estaba listo para cruzar a Calais. Se reunió con Felipe Augusto, que también iba a empezar la Cruzada, y los dos reyes juraron defender cada uno las posesiones del otro como si fueran propias. La historia de la Tercera Cruzada ya se ha contado con algún detalle (ver CRUZADAS). Era septiembre de 1190 antes de que Ricardo alcanzara Marsella; continuó hasta Messina y esperó la primavera. Allí acontecieron miserables disputas con Felipe, con cuya hermana rehusaba ahora casarse, y este problema se complicó con una interferencia en los asuntos de Sicilia, que el emperador Enrique VI observaba con ojos celosos, y que más tarde iba a costar caro a Ricardo. Zarpando en Marzo, se dirigió a Chipre, donde peleó con Isaac Comneno, capturó la isla, y se casó con Berenguela de Navarra Al final llegó a Acre en Junio y tras prodigios de valor la capturó. Felipe entonces volvió a Francia pero Ricardo hizo dos esfuerzos desesperados de alcanzar Jerusalén, el primero de los cuales pudo haber tenido éxito si hubiera conocido el pánico y la debilidad del enemigo. Saladino fue un digno oponente, pero terribles actos de crueldad tanto como de caballerosidad tuvieron lugar, notablemente cuando Ricardo mató a sus prisioneros sarracenos en un acceso de pasión. En julio de 1192, un esfuerzo adicional parecía sin esperanza, y la presencia del rey de Inglaterra se necesitaba mucho en su país para asegurar sus propias posesiones de las traidoras intrigas de Juan. Al volver apresuradamente, Ricardo naufragó en el Adriático, y al caer finalmente en manos de Leopoldo de Austria, fue vendido al emperador Enrique VI, que lo mantuvo preso por más de un año y exigió un rescate portentoso que Inglaterra se arruinó al pagar. La investigación reciente ha demostrado que los motivos de la conducta de Enrique fueron menos vengativos que políticos. Ricardo fue inducido a entregar Inglaterra al emperador (como Juan unos años después tuvo que ceder Inglaterra a la Santa Sede), y luego concedió el reino a su cautivo como feudo en la Dieta de Maguncia, en febrero de 1194 (ver Bloch, “Forschungen”, Apéndice IV). Pese a las intrigas del rey Felipe y Juan, Ricardo tuvo amigos leales en Inglaterra. Hubert Walter había llegado de vuelta al país ahora y trabajó enérgicamente con los jueces para reunir el rescate, mientras que la reina madre Leonor obtuvo de la Santa Sede una excomunión contra sus captores. Inglaterra respondió noblemente a la petición de dinero y Ricardo llegó al país en marzo de 1194.
Demostró poca gratitud a su tierra nativa, y después de pasar allí menos de dos meses la dejó por sus posesiones del extranjero para no volver nunca. Aun así, dejó un gobernante capaz en Hubert Walter, que ahora era tanto arzobispo de Canterbury como Justicia Mayor. Hubert intentó obtener créditos y servicios inconstitucionales de los empobrecidos barones y clero, pero fracasó en al menos una demanda tal ante la resuelta oposición de San Hugo de Lincoln. Los conflictos diplomáticos de Ricardo y sus campañas contra el astuto rey de Francia fueron muy costosos pero de bastante éxito. Probablemente habría triunfado al fin, pero la flecha de una ballesta le infligió una herida mortal mientras estaba sitiando el castillo de Chalus. Murió, tras recibir los últimos sacramentos con signos de sincero arrepentimiento. Pese a su codicia, su falta de principios, y, en ocasiones, su feroz salvajismo, Ricardo tuvo muchos buenos instintos. Respetó por completo a un hombre de temible integridad como San Hugo de Lincoln, y el obispo Stubbs dice de él con justicia que fue tal vez el príncipe más sinceramente religioso de su familia. “Oía diariamente misa, y en tres ocasiones hizo penitencia de manera muy notable, simplemente por el impulso de su propia conciencia angustiada. Nunca mostró la brutal impiedad de Juan”.
Lingard y todas las demás Historias de Inglaterra corrientes tratan de lleno el reinado y carácter personal de Ricardo. Pueden recomendarse especialmente las de DAVIS, A History of England in Six Volumes, II (2ª ed., Londres, 1909), y ADAMS, The Political History of England. II (Londres, 1905). Los Prefacios aportados por el Obispo Stubbs a sus ediciones de diversas Crónicas en el R. S. son también muy valiosos, notablemente los de Roger de Hoveden (Londres, 1868-71); Ralph de Diceto (1875); y Benedict de Peterborough (1867). Aparte de estos debe mencionarse en la misma serie los dos volúmenes extremadamente importantes de Crónicas y Memoriales del reinado de Ricardo I (Londres, 1864-65), editados también por Stubbs; la Magna Vita S. Hugonis, editada por Dimock, 1864; y Randulphi de Coggeshall Chronicon Anglicanum, ed. Stevenson, 1875. Ver también NORGATE, England under the Angevin Kings (Londres, 1889); LUCRAIRE Y LAVISSE, Histoire de France (París, 1902); KNELLER, Des Richard Löwenherz deutsche Gefangenshaft (Friburgo, 1893); BLOCH, Forschungen zur Politik Kaisers Heinrich VI in den Jahren 1191-1194 (Berlín, 1892); KINDT, Gründe der Gefangenschaft Richard I von England (Halle, 1892); y especialmente RÖHRICHT, Gesch. d. Konigreich Jerusalem (Innsbruck, 1890).
HERBERT THURSTON. Transcrito by Douglas J. Potter Dedicado al Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María Traducido por Francisco Vázquez