Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Viernes, 29 de marzo de 2024

Monacato oriental: La restauración del monacato en rusia en el siglo XIX

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar
12705596 1032749083438527 1799881332089888569 n (1).jpg
San Serafín.jpg
Monje ruso.jpg
A partir de los tiempos del gran príncipe San Vladimir y el monasterio de las Cavernas de Kiev, el monacato siempre gozó de amor y gran prestigio en Rusia. En los cenobios vivían grandes ascetas que con sus oraciones provocaban que la bendición y la gracia de Dios sean derramadas sobre toda la tierra rusa.

Los monasterios eran fortalezas indestructibles de la Fe Ortodoxa, centros de resistencia a los invasores extranjeros, cuna de ilustradores espirituales y educadores del pueblo y sus dirigentes. La reforma de la vida eclesiástica y social realizada por el Zar Pedro I (mejor conocido en Occidente como el “Grande”) a comienzos del siglo XVIII, tomó como modelo a los Estados protestantes de Europa, lo cual cambió esencialmente la política del Estado Ruso. El Reino Ortodoxo Ruso, cuya tarea providencial había sido mantener la Fe Ortodoxa y su Iglesia, garantizando a sus súbditos todo lo que era necesario para salvar el alma y heredar la Vida Eterna en el Reino de Dios, fue sustituido por el Imperio, el cual puso en primer lugar objetivos nuevos, meramente seculares de existencia.

Al Zar Pedro y a su séquito les parecía que el ministerio religioso del monacato no tenía sentido. So pretexto de luchar contra los defectos y las supersticiones, de hecho comenzó en su lugar, a luchar contra la Ortodoxia. Una enmienda del Reglamento Eclesiástico prohibió tomar hábitos a hombres menores de 30 años y mujeres menores de 50, prohibió construir skitas y ermitas, a los monjes, por otra parte, se les prohibió dedicarse a los trabajos escritos, hasta el punto de prohibirles tener tinta y papel en su celda; el Estado Ruso reprimió, por todos los medios, la comunicación de los monjes con el pueblo. El decreto de 1723 prohibió por completo tomar hábitos y dispuso que el lugar dejado por los monjes difuntos fuera ocupado por soldados retirados, enfermos y mendigos. Las fincas de los monasterios e iglesias fueron confiscadas, los monjes mendigaban, los monasterios quedaban abandonados, se cerraban las escuelas, así como también los seminarios por falta de recursos.

En 1740, a finales del reinado de Anna Ioánnovna, el Santo Sínodo informó que la institución monástica iba a desaparecer por completo en Rusia, porque en los monasterios sólo quedaban ancianos endebles.

En 1764, la emperatriz Catalina II, con su decreto sobre la instrucción de plantillas monásticas, suspendió cerca de dos tercios de todos los monasterios. Como resultado de esta opresión a la institución monacal, fue arruinada toda la vida eclesiástica y espiritual del Estado. Las capas superiores de la sociedad se dejaron arrastrar por las ideas ateístas de la ilustración francesa, que estaban en boga entonces, o, si al contrario, se dedicaron a la mística, ésta no era Ortodoxa ni tampoco era cristiana. Entre la plebe se difundieron el sectarismo y el cisma, y como consecuencia natural, comenzó una decadencia moral general. En esos tiempos oscuros, en el seno de la militante Iglesia Rusa de Cristo surgieron grandes figuras espirituales, entre los cuales resplandecen los jerarcas Mitrofani de Vorónezh (+ 1703), Dimitri de Rostov (+ 1709), Tikon de Zandonsk (+ 1783), Innokenti de Irkursk (+ 1754) y muchos otros. Sin embargo, la verdadera resurrección de la vida eclesiástica comenzó tan sólo al final del siglo XVIII.

En 1770, la cátedra de San Petersburgo le fue confiada a Gavriil Petrov, que se hizo famoso por sus trabajos dedicados a restablecer los monasterios y renovar en ellos el espíritu del antiguo monacato Ortodoxo. Recibió el titulo de metropolita en 1783, y si bien visitaba a menudo la corte real, llevaba una vida de gran ascetismo. Cuando alguien observo que su comida era muy humilde, contestó: “Hay que acostumbrarse a todo, porque con el correr del tiempo puede ocurrir que ni esto tengamos”. Poseía un don divino de orar con lágrimas y fue generoso en la limosna. Bajo el reinado del Zar Pablo, se negó valientemente a que lo condecoraran con la Orden Católica de Malta. Un historiador escribió de él: “Sin luchar inútilmente contra los obstáculos que se le ponían entonces… sin irritar a nadie con conversaciones y quejas sobre el espíritu anti-eclesiástico de aquella época y sobre la violación de los derechos de la Iglesia, concentró toda su energía en el fortalecimiento de las fuerzas interiores de la Iglesia, las que siempre brindan un triunfo mayor e incomparablemente más sólido sobre el espíritu mundano que toda clase de apoyos exteriores… El objeto predilecto de sus preocupaciones archipastorales fue el monacato, en el cual veía la mayor fuerza de la Iglesia…”

El metropolita Gavriil organizaba la vida monástica de la siguiente manera: primero se aprobaba un severo orden exterior del cenobio, luego, sobre esta base sana, se construía la parte interna, espiritual de la vida monástica. Para conseguir estos fines aplicó un medio simple, pero eficaz: para los monasterios decadentes no elegía superiores de entre los monjes instruidos, los que a su vez ocupaban los cargos científicos, y a menudo eran ajenos a la verdadera vida monacal, sino que prefería a los monjes sencillos pero experimentados en la vida espiritual que procedían de los monasterios que eran famosos por la rigurosidad y la pureza de su vida. Al cumplimiento de esta tarea contribuyó el hecho de que el metropolita Gavriil conocia a casi todos los monjes ascetas de su época, tarea en la cual colaboró su servidor Feofán, cuyo nombre secular había sido Feodor Sokolov (+ 1832).

Es celebre la vida de este asceta. A la edad de 18 años ingreso al monasterio de la Dormición, de Sarov, pero allí la vida no le pareció suficientemente rigurosa, y el joven se presento al stárets hieromonje Feodor Ushakov (+ 1791), superior del eremitorio de la Madre de Dios, de Sanaksar, el cual se hizo famoso por su reglamento riguroso y la vida voluntariamente pobre de sus monjes. El superior estimaba que por razones espirituales no era conveniente, incluso, mejorar el aspecto exterior del cenobio el cual era muy humilde. Mas tarde Feofán contó: “Buscamos una vida mas dura, para que el ministerio fuera mas cargoso. ¿En el eremitorio de Sarov? No, era todavía moderado…Acudimos entonces al padre Feodor”. Aquí Feofán conoció el ABC de la vida monastica: aprendió a ser paciente, laborioso, a cumplir estrictamente las reglas monásticas y a obedecer incondicionalmente al stárets.

En 1774, por una denuncia falsa, el stárets Feodor fue deportado a Solovkí, Feofán junto con sus amigos Ignati y Makari pasan al eremitorio de la Presentación, de Ostrov, bajo la tutela del stárets Kleopla, el cual había recibido educación espiritual viviendo en el Monte Athos, junto al venerable Paisi Velichkovski. En 1777, con la bendición del starets Kleopa, Feofán e Ignati marchan hacia el monasterio Tismanski (Moldavia-Valaquia) donde de el higúmeno Feodosi Máslov (+ 1802), amigo y correligionario del stáret Paisi, consagra monje a Feofán. Después de que Rusia y Turquía concertaron un tratado de paz en Kuchuk Kainarja, las autoridades turcas desplegaron represalias, por lo cual los hermanos del monasterio con su superior a la cabeza pidieron refugio en Rusia. Se trasladaron entonces al eremitorio de la Natividad de la Madre de Dios y de San Safroni en Molchansk (Gobernación de Kursk).

En 1782, precisaron buenos monjes ascetas para el monasterio de san Alexander Nevski, Feofán fue llamado a San Petersburgo, donde al cabo de un tiempo se convirtió en servidor del metropolita Gavriil. En este cargo modesto contribuye a restablecer los monasterios abandonados y a designar para ellos a monjes dignos que le eran personalmente conocidos. Así, en 1788, Ignati, fundador del eremitorio de San Nicolás, de Pesnosh, fue designado superior del decadente Monasterio de la Dormición, de Tijvin (eparquía de Nóvgorod). El archimandrita Ignati introdujo en el monasterio un reglamento cenobítico, el cual restableció un riguroso orden en la vida de sus monjes, y por ende, el monasterio empezó a prosperar. El metropolita Gavriil tomó parte activa en el restablecimiento del monasterio San Simón de Moscú, el cual había sido suprimido en 1788 para ser convertido en cuartel de un regimiento de caballería. Al conseguir un restablecimiento del mismo en 1795, designó a Ignati, archimandrita de Tijvin, como su superior, para se encargara de la dura tarea de re-fundarlo.

Para restaurar el monasterio de Valaam, arruinado por completo, el metropolita Gavriil invita al monje Nazari (+1809) del monasterio de Sarov. Vladika Feofil, obispo de Tambor, y Pajami superior del monasterio de Sarov, tratando de impedir que el asceta se fuera, lo presentaron al Metropolita como un hombre de poco seso y mal instruido (en efecto, Nazari era poco instruido), pero Vladika Gavriil contestó: “Tengo muchas personas inteligentes, mándenme a su tonto”. Nazari restableció el viejo monasterio, impuso allí la regla cenobítica de Sarov y asentó bases firmes para su prosperidad. El propio Feofán, primero restableció el monasterio Módenski, y luego, a partir de 1793, durante 36 años dirigió el monasterio de San Cirilo, de Novoyezersk.

Otro aspecto muy importante en las actividades del metropolita Gavriil fue el de hacer resurgir la vida espiritual y el alto sentido del ascetismo monástico ortodoxo en los claustros de los monasterios rusos. Como medio principal para educar monjes fue elegida la lectura ascética de los Santos Padres. Con este fin el Metropolita Gavriil enviaba a los monasterios las obras de los venerables padres San Juan Clímaco, San Isaac de Nínive y otros doctores del monacato. Su actividad, principalmente en este terreno, ejerció una influencia benéfica sobre toda Rusia, cuyo logro más importante fue el de la traducción y edición del código eslavo de la Filocalia y otras obras ascéticas de los Padres de la Iglesia, del griego al ruso litúrgico; dichas traducciones fueron realizadas por el venerable Paisi Velichkovski. La historia de esta edición es la siguiente: Su Ilustrísima Gavriil en más de una ocasión había propuesto al venerable Paisi editar sus traducciones de las obras de los antiguos Padres de la Iglesia, pero el stárets no decidía a publicarlas temiendo ser mal interpretadas por los hombres poco avezados en la vida espiritual. Mandó sus traducciones, junto con los textos griegos, al metropolita Gavriil, que formó una comision de maestros del seminario “Alexander Nevski” para corroborar la traducción, puntualizó que los lingüistas tenían que consultar a los experimentados en la vida espiritual: al hieromonje Feofán (Sokolov); Nazari, higúmeno del monasterio de Valaam; a los hieromonjes Filaret y Afanasi del monasterio Novosspaski. Su Ilustrísima Gavriil les dijo: “Aunque ellos no conocen el griego como ustedes, en la practica conocen mejor que ustedes las verdades espirituales que no se conciben sólo con la enseñanza exterior, y por eso pueden explicar más correctamente que ustedes los preceptos contenidos en este libro”. La traducción de la Filocalia corroborada y corregida definitivamente por Nikolski, maestro del Seminario de la Trinidad y san Sergio, fue editada por vez primera en 1973 en la tipografía sinodal de Moscú. La Filocalia eslava-rusa es una enciclopedia de la espiritualidad cristiana y ha sido reeditada varias veces: en 1822, 1832 y, más tarde, hasta los comienzos del siglo XX.

Ya a fines del siglo XIX, San Teófanes el Recluso, también bajo el titulo de “Filocalia” editó una recopilación de escritos ascéticos griegos, al ruso. Pero a diferencia de la Filocalia del venerable Paisi Velichkovski y del Metropolita Gavriil, cuya versión se apega fielmente el texto antiguo original; la obra del Santo jerarca Teófanes, se caracteriza por una libre traducción y composición del texto: excluyendo algunas partes (por ejemplo, los escritos del venerable San Pedro Damasceno) e incluyendo otros textos ajenos al original griego.

Los movimientos de resurgimiento espiritual, que brotaron en los monasterios y eremitorios de Tebaida y de la entonces: Moldavia-Valaquia (actual Rumania), así como en los cenobios y las cátedras de los Santos jerarcas de Rusia, convergieron a fines del siglo XVIII, y a principios del XIX, preparando un nuevo florecimiento del monacato en la tierra rusa; florecimiento que sería interrumpido por el largo invierno soviético.

Por A. Mijáilov