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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Jesús de Nazareth: Bases y perspectivas del libro de Josef Ratzinger

De Enciclopedia Católica

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Contexto

El libro del cual hoy nos ocupamos lo comenzó a escribir el Cardenal Joseph Ratzinger a mediados de 2003, casi dos años antes de su elección a la sede de Pedro . Posteriormente, todos lo sabemos, es elegido a la Sede de Pedro y, probablemente, esta situación le apremia aún más, por lo cual, después de su elección como Papa ha usado todos los momentos libres para llevar adelante la empresa de este libro . Se trata de un libro sobre Jesús que aparece en un contexto cristológico complejo, escrito por alguien que conoce algunas presentaciones caricaturescas de Jesús de Nazaret. En el mismo libro hay una frase que puede explicar aún más su inquieta percepción de la problemática. Escribe el papa: «Los peores libros destructores de la figura de Jesús, desmanteladotes de la fe, han sido tejidos con presuntos resultados de la exégesis .

En la publicación puede existir una intencionalidad muy clara y tal vez madurada. En un primer momento pudo ser el deseo de un teólogo de escribir algo sobre Aquél que es la Verdad, como coronamiento de su tarea de buscador de la Verdad, empresa a todas luces legítima y loable. Pero creo que puede vislumbrarse una intencionalidad aún más alta ahora. Si el proyecto inicial fue presentar la labor de un teólogo, y esto era loable, hay que recordar que ese teólogo ha recibido un ministerio mucho más alto. Ese teólogo es ahora un papa, nuestro amado papa Benedicto XVI. Y al ofrecer su libro, me parece intuir el deseo de confirmar a los hermanos en la fe, compartiendo su búsqueda del rostro del Autor y Consumador de la Fe

Por eso nos acercamos con especial respeto y apertura a la obra cristológica del teólogo convertido en Papa.Bases y perspectivas cristológicas de la obra Jesús de Nazaret es el tema que me ha sido propuesto para esta aproximación al libro de S. S. Benedicto XVI. Conviene, ante todo, precisar qué entendemos por bases y perspectivas. Base es el «fundamento o apoyo principal en que estriba o descansa alguna cosa», perspectiva es el «conjunto de objetos que desde un punto determinado se presentan a la vista del espectador, especialmente cuando están lejanos».

Ayudados por el significado de las palabras propuestas en el título dado a esta presentación, se intentará indicar cuáles son los fundamentos o apoyo principal, desde el punto de vista cristológico, del libro Jesús de Nazaret y, simultáneamente, se hará también el intento de percibir el conjunto de temas, argumentos, intuiciones, meditaciones que se presentan a la consideración de quien lee el libro acerca de la persona y obra de Jesús de Nazaret.

Huelga indicar que no se pretende sustituir la lectura del libro, ni tampoco se trata de hacer polémica con o acerca del mismo. Se procura, más bien, introducir a la lectura indicando algunas de las grandezas de la obra, con los límites de tiempo propios de una presentación de esta naturaleza.

Hay que tener presente que Joseph Ratzinger, hoy nuestro amado Santo Padre Benedicto XVI, es un teólogo relevante e influyente. Podemos decir que es un teólogo de carrera y por profesión y uno de los teólogos más influyentes de los últimos decenios. Son largos los años dedicados por él al estudio y la profundización de la teología, lo cual hace que conozca muy bien los temas de la teología y su problemática.

En este sentido, es natural que Benedicto XVI conozca todo el debate cristológico de los últimos tiempos y la publicación de la obra a la cual pretendemos acercarnos es una contribución a la reflexión cristológica contemporánea.

El método usado en el libro es sugestivo. Se presenta la realidad de Jesús de Nazaret y su perenne actualidad. Se parte de un evento de la vida de Jesús o de un texto suyo, este evento o texto se explica con el fin de adentrarse en el misterio allí contenido y, posteriormente, se presenta el significado de ese texto o hecho para la Iglesia, para nosotros. En esa explicación se alude a los Padres de la Iglesia, a teólogos antiguos y modernos y muchas veces se profundiza en la verdad cristiana confrontándola con autores no católicos.

Una de las riquezas de la obra es poder sentir a Jesús cercano, diciendo algo a la vida de cada uno, permitiendo que sea Él quien esclarezca nuestro misterio, experimentándole como camino, como modelo, como maestro, como guía. El papa ayuda con su libro a experimentar la contemporaneidad permanente de Jesucristo, pues «el que sólo quiere ver a Cristo en el ayer, no lo encuentra, y el que sólo quiere tenerlo hoy, tampoco lo encuentra. Él es desde el principio el que fue, es y vendrá. Es siempre, como viviente, el que viene».

El libro consta de diez capítulos, cada uno de los cuales está centrado en un hecho o enseñanza de Jesús de Nazaret. Estos diez capítulos son: El bautismo de Jesús, las tentaciones de Jesús, el sermón de la montaña, la oración del Señor, los discípulos, el mensaje de las parábolas, las grandes imágenes joánicas, dos momentos importantes en el camino de Jesús: la confesión de Pedro y la Transfiguración; las afirmaciones de Jesús sobre sí mismo.

Bases cristológicas de la obra Jesús de Nazaret

Antes de tratar de bases y perspectivas cristológicas del libro del papa, conviene recordar qué entendemos por cristología. La cristología es el tratado teológico que explica la racionalidad de la confesión de fe: «Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios» (Mt 16, 16; Jn 20, 31; 1 Jn 2, 22; Hch 9, 22). En la frase enunciada se trata de un personaje histórico: Jesús de Nazaret, y de su función (actuación) en relación con la historia de la salvación: el Cristo, el Mesías. De este personaje que cumple una función salvífica se afirma que es el Hijo de Dios. La cristología profundiza en la realidad histórica de Jesús, en su función como Salvador de los hombres (Mesías, Cristo) y en la relación que le une con Dios (Hijo). Estas afirmaciones, aceptadas con serenidad y naturalidad por la mayor parte de nosotros, no siempre han sido suficientemente claras para todos. En este sentido, ya en la primera página de la premisa de su libro, Benedicto XVI describe la situación del debate cristológico en la década de los 50 del siglo XX:

La ruptura entre el «Jesús histórico» y el «Cristo de la fe» se hizo siempre más grande; el uno se alejó del otro visiblemente. Pero ¿qué significado puede tener la fe en Jesús el Cristo, en Jesús Hijo del Dios vivo, si el hombre Jesús era totalmente diverso de cómo lo presentan los evangelistas y de cómo, partiendo de los evangelios, lo anuncia la Iglesia? .

Esta ruptura entre el «Jesús histórico» y el «Cristo de la fe» comenzó en el siglo XVIII y se fue acentuando con el pasar de los años, hasta llegar a la situación descrita en la premisa del libro Gesù di Nazaret. Hasta el siglo XVIII el mundo cristiano no percibía distancia alguna entre el Jesús que vivió en Galilea y murió en Jerusalén y el Señor glorioso atestiguado por los primeros creyentes y presentado en los evangelios.

La segunda mitad del siglo mencionado verá el encenderse la chispa de un debate cristológico que aún no concluye y que ha producido las ideas más diversas y aún disparatadas sobre Jesús. Desde la publicación por Lessing de algunos fragmentos póstumos del orientalista hamburgués Hermann Samuel Reimarus, en los cuales contrapone la realidad histórica de Jesús a la presentación que de él hacen los evangelios, hasta el día de hoy, han corrido ríos de tinta.

Reimarus indicaba la existencia de fuertes motivos para mantener la distinción entre lo que cuentan los apóstoles en sus propios escritos y lo que realmente expresó y enseñó Jesús en su vida. Su postura era clara: no hay una continuidad entre lo enseñado por el Jesús de la historia, el que nació de María en Belén y murió en la cruz y lo que de él dicen los evangelios.

Esto último sería una invención eclesial . Así las cosas, se fue afirmando por algunos la precariedad de la figura de Jesús de Nazaret tal como ha sido presentada por los evangelios y testimoniada por la Iglesia. El cardenal Joseph Ratzinger trató hace unos años de esta situación denunciando la construcción de un «Jesús histórico» detrás del Jesús de los evangelios.

Y expresaba la convicción de quienes esto hacían:

Así, el Jesús de los evangelios no puede ser el Jesús real; es preciso encontrar otro y excluir de él todo lo que sólo es inteligible desde Dios. El principio constructivo sobre el que emerge este Jesús excluye por tanto lo divino de él, siguiendo el espíritu de la Ilustración: este Jesús histórico no puede ser ni Cristo ni Hijo . Jesús de Nazaret sería un personaje muy distante de lo que se nos ha presentado acerca de él. Al tratar de los resultados de la investigación histórico-crítica escribe el papa:

la figura de Jesús, sobre la que se apoya la fe, se hizo siempre más nebulosa, asumió contornos siempre menos definidos. Al mismo tiempo, las reconstrucciones de este Jesús, que debía ser buscado detrás de las tradiciones de los evangelistas y de sus fuentes, se hicieron siempre más contrastantes: del revolucionario antirromano que busca la caída de los poderes existentes y naturalmente fracasa, al manso moralista que permite todo e inexplicablemente termina por causar su propia ruina (...) Como consecuencia de esto, en el entretiempo ha crecido la desconfianza en relación con tales imágenes de Jesús; la figura misma de Jesús, sin embargo, se ha alejado todavía más de nosotros .

El libro Gesù di Nazaret quiere ayudar a quienes con fe buscamos a Cristo en esta situación a la que se ha llegado en relación con la figura de Jesús de Nazaret. Y el mismo libro presupone unas bases cristológicas, unos fundamentos que brevemente señalamos.

1)En la cristología todo comienza con Jesús de Nazaret. Una reflexión cristológica que prescindiese de la realidad de Jesús de Nazaret no sería válida. Por eso el teólogo convertido en papa desea que conozcamos a Jesús de Nazaret. El mismo título de la obra es, al respecto, relevante: Jesús de Nazaret. Con tal elección y con la temática del libro (primer volumen de una obra), Benedicto XVI nos muestra su convicción acerca de la importancia de afirmar la historicidad de Jesús. La historia personal de Cristo (sus acciones, su mensaje) es el punto de partida y de referencia de la cristología.

El contenido de la cristología es el ser, el hacer y padecer, la vida y la muerte de Jesucristo; lo que Dios y los hombres hicieron con él y lo que él hizo ante Dios y para los hombres . La obra de papa Ratzinger es un interesante y logrado esfuerzo de acercarnos a la historia de Jesús para así tener muy sentada una base de toda reflexión cristológica. La obra es una afirmación de la importancia de la historia de Jesús. La fe cristológica de la Iglesia no se basa sobre un mito o una quimera sino sobre una auténtica verdad.

No es anodino afirmar o no la verdad histórica sobre Jesús. No es irrelevante. No podemos decir, como algunos protestantes lo han dicho, que solo interesa lo que Cristo puede producir en el alma, independientemente de la historia . Esto es inadmisible e incoherente según la fe bíblica, porque para la fe bíblica, en efecto, es fundamental la referencia a eventos históricos reales. Ella no cuenta la historia como un conjunto de símbolos de verdades históricas, sino se funda sobre la historia que ha acontecido sobre la superficie de esta tierra.

El factum historicum no es para ella una clave simbólica que se pueda sustituir, sino fundamento constitutivo: Et incarnatus est – con estas palabras nosotros profesamos el efectivo ingreso de Dios en la historia real . La cristología considera que la historia personal de Jesús ayuda a llegar a su conciencia. Ese paso nos lo ayuda a dar el libro que comentamos.

2) Los evangelios son fuente válida y creíble para el conocimiento de Jesucristo. Es importante señalar esta convicción con la firmeza con que el papa lo hace, pues no han faltado quienes a lo largo de la historia han desconfiado de los evangelios como fuentes que pueden aportar algo valioso al conocimiento de Jesús. Benedicto XVI, en su obra, muestra la convicción de que los evangelios nos transmiten una figura de Jesús que se ajusta a la historia real.

Se ha indicado ya que para la fe católica es importante considerar y creer en la verdad histórica de Jesús; el paso sucesivo es establecer el o los lugares en los que podemos encontrar esa figura histórica de Jesús de Nazaret. Al respecto, papa Benedicto comparte con el lector su convicción acerca de la figura de Jesús presentada en los evangelios. Escribe el papa:

He querido hacer el intento de presentar al Jesús de los evangelios como el Jesús real, como el «Jesús histórico» en sentido verdadero y propio. Yo estoy convencido, y espero que el lector también pueda darse cuenta, que esta figura es mucho más lógica y desde el punto de vista histórico también más comprensible que las reconstrucciones con los cuales nos hemos debido confrontar en los últimos decenios. Yo considero que precisamente este Jesús – el de los evangelios – sea una figura históricamente sensata y convincente .

La certeza del papa es meridiana: a Jesús de Nazaret se llega mediante los evangelios. Ellos ofrecen una figura válida del personaje histórico que da sentido a nuestra fe en Dios que entra en la historia de los hombres para salvarlos. Sin ambages escribe el papa: «Para mi presentación de Jesús esto significa, ante todo, que yo tengo confianza en los Evangelios» .

La crucifixión es, de alguna manera, un signo de la autenticidad de la presentación evangélica de la persona y del mensaje de Jesús; lo es también la aparición de la cristología ya a veinte años de la muerte de Jesús. Esto solo se explica porque la figura y las palabras de Jesús superaron radicalmente todas las esperanzas y las expectativas de la época , y esta fue una experiencia vivida, que puede ser situada en unas concretas coordenadas espacio-temporales. Los evangelios permiten acceder al evento Cristo.

3) La continuidad entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe. No hay aposición alguna entre el Jesús histórico, sus hechos, su doctrina y la presentación que de él se hace en el Nuevo Testamento y, posteriormente en la Iglesia, lo que llaman los protestantes el Cristo de la fe. Esta convicción aparece ya al inicio del libro, a modo de pregunta. Tratando de la separación entre Jesús histórico y Cristo de la fe, el papa escribe:¿Pero qué significado puede tener la fe en Jesús el Cristo, en Jesús Hijo del Dios vivo, si el hombre Jesús era tan diverso de cómo lo presentan los evangelistas o de cómo, partiendo de los Evangelios, lo anuncia la Iglesia? .

De este modo se afirma en el libro la certeza acerca de la continuidad entre Jesús histórico y Cristo de la fe. Ya desde la premisa de la obra queda claro que para el autor la separación entre Jesús histórico y Cristo de la fe es sumamente perniciosa. Sus daños se han visto sobre todo en las diversas reconstrucciones de la figura de Jesús que se han elaborado intentando liberar la verdadera figura de Jesús de las supuestas arbitrariedades de la presentación del Cristo de la fe.

Lo único que se logró con esto es que la figura de Jesús tomase contornos siempre menos definidos, que se extendiese la idea de que sabemos con certeza muy poco acerca de Jesús y, en consecuencia, la figura de Jesús se hizo cada vez más lejana. Lo dramático de esta situación es evidente y en el libro se afirma que «una situación semejante es dramática para la fe porque hace incierto su auténtico punto de referencia: la amistad íntima con Jesús, de la cual todo depende, amenaza con caer en el vacío» .

4) Al verdadero Jesús se llega a través de una interpretación propiamente teológica de la Sagrada Escritura. Esta interpretación presupone los resultados de la investigación más reciente, pero tiene como principal punto de apoyo la fe en Jesucristo. Benedicto XVI, en virtud de su seria formación teológica, conoce los criterios de la exégesis moderna, conoce el método histórico – crítico, reconoce el valor y los aportes de esta exégesis moderna. Él señala taxativamente que su libro no ha sido escrito contra la moderna exégesis, sino con grande gratitud por lo mucho que ella nos ha dado y continúa dándonos.

La moderna exégesis, reconoce el papa, nos ha ofrecido una gran cantidad de material y de conocimientos «a través de los cuales la figura de Jesús puede presentársenos con una vivacidad y profundidad que hace pocos decenios no lográbamos siquiera imaginar» . Joseph Ratzinger reconoce la importancia del método histórico-crítico, instrumento privilegiado de la exégesis moderna. Dice a propósito que «el método histórico-crítico – repitámoslo – permanece indispensable a partir de la estructura de la fe cristiana» . No obstante, el papa también reconoce los límites de este método que tanto ha aportado a la moderna exégesis.

Tres son los principales límites: dejar la Palabra en el pasado mediante su precisión por explicar el pasado; considerar la Palabra solo como palabra humana; acercarse a los textos como pertenecientes a un libro singular, olvidando la unidad de toda la Escritura . Benedicto XVI propone en su libro un modo de acercamiento a la Escritura que, aun aceptando los aportes provenientes del método histórico-crítico, pueda superar sus límites y hacer justicia al texto en cuanto inspirado por Dios y confiado a la Iglesia, pueblo de Dios.

Este modo o estilo de acercamiento a la Sagrada Escritura presupone la fe, que abre a lo que es más grande que el puro texto y permite mostrar un camino y una figura dignos de fe . Es el modo de acercamiento a los evangelios que el Santo Padre realiza en su obra, modo o método sumamente coherente con la lógica profunda de la ciencia teológica. No se puede perder de vista que la cristología es teología y el sujeto de la ciencia teológica y de la cristología, en particular, es la Iglesia. Sólo se puede hacer cristología verdadera desde un auténtico sentire cum ecclesia, desde la fe recibida a través de la Iglesia y vivida en ella.

Por eso no es de extrañar que el papa proponga acercarse a la Escritura con fe y no sólo con métodos científicos para hallar el auténtico rostro de Jesús que está presente en los Evangelios y en la Escritura toda. La fe es la conditio sine qua non del quehacer cristológico. Se trata de la fe entendida como iluminación de la inteligencia, robustecimiento de la voluntad y purificación del corazón.

Su Santidad Benedicto XVI escribe:

Yo solo he buscado, más allá de la mera interpretación histórico-crítica, aplicar los nuevos criterios metodológicos, que nos permiten una interpretación propiamente teológica de la Biblia y que, sin embargo, requieren la fe, sin con ello querer o poder renunciar para nada a la seriedad histórica .

El libro del papa hace una opción metodológica clara: acogiendo las investigaciones del método histórico crítico, sin negar el valor del mismo, ensancha el horizonte de la razón con la fe eclesial, reconociendo en el Jesús de los evangelios al verdadero Jesús, al Jesús histórico. Marca la continuidad y, más aún, la identidad entre Jesús histórico y Cristo de la fe.

5) Jesucristo es el Viviente, el Señor. Jesús no quedó sepultado en un momento de la historia de la humanidad siendo posible sólo un recuerdo suyo. Joseph Ratzinger, el creyente y teólogo convertido en el pastor universal de la Iglesia con el nombre de Benedicto XVI quiere dejar claramente sentado que Jesús de Nazaret, el Señor, no es tan sólo un objeto de estudio histórico sino un Viviente, el Hijo de Dios viviente con quien se puede entablar una relación viva y vital. Esta convicción se encuentra expresada en la conclusión del prólogo del libro, al explicar la opción por presentar ahora, en este primer volumen, los capítulos que van del bautismo en el Jordán a la confesión de Pedro. Se lee allí:

Con la segunda parte espero poder ofrecer también el capítulo sobre las narraciones de la infancia que, por el momento, los he postergado, porque me parecía sobretodo urgente presentar la figura y el mensaje de Jesús en su actividad pública, con el fin de favorecer en el lector el crecimiento de una viva relación con Él .

6) La cristología verdadera conduce al seguimiento de Cristo. En cuanto que la cristología ayuda a comprender que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Salvador, el cristiano que encuentra a Jesucristo responde siguiendo al Maestro. La vida de Jesús de Nazaret es modelo del camino del discípulo. Y es que Jesús ha de ser conocido, se ha de tener una relación con Él, y ha de ser además imitado y testimoniado. Esto es lo propio del discípulo y para ello trabaja la Iglesia, como lo señalaba de algún modo el Santo Padre en el discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Entonces dijo:

La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con él, imitar su ejemplo y dar testimonio .

A vivir esas cuatro coordenadas de la relación del discípulo con Jesucristo ayuda el libro Jesús de Nazaret siguiendo una lógica interesante y atractiva. Al presentar algunos de los misterios de la vida del Señor, nos muestra como en ellos existe una posibilidad de realización para el discípulo; los misterios de la vida del Señor no sólo le involucran a Él sino que son llamada a un modo de vida para el discípulo al igual que las enseñanzas del Nazareno.

Benedicto XVI tiene clara y viva conciencia que Jesús no sólo es un personaje del ayer sino inspiración válida para hoy, Él tiene realmente un hoy, es actual y por eso podemos relacionarnos con Él y hay que buscar conocerle plenamente. Al respecto señalaba hace unos años el Cardenal Joseph Ratzinger:

Para acercarme al Cristo integral y no a un fragmento percibido al azar, debo escuchar al Cristo de ayer tal y como se muestra en las fuentes, especialmente en las sagradas Escrituras. Si le escucho en su totalidad, sin recortar partes esenciales de su figura en aras de una imagen del mundo convertido en dogma, lo veo abierto al futuro y lo veo venir desde la eternidad, que abarca pasado, presente y futuro. Precisamente cuando se ha buscado y vivido esta comprensión integral, Cristo ha sido siempre un «hoy» pleno, ya que sólo impera sobre el hoy y en el hoy aquello que tiene raíces en el ayer y capacidad de crecimiento para el mañana, y está en contacto con lo eterno más allá del tiempo.

Las grandes épocas de la historia de la fe han forjado siempre su propia imagen de Cristo, desde su hoy han podido verlo en forma nueva y justamente así han conocido a «Cristo ayer, hoy y siempre» .

Benedicto XVI nos ofrece en su libro la posibilidad de encontrarnos con Cristo, de hallarle hoy y aprender de él para convertirnos en discípulos. El papa nos invita a superar toda ruptura entre las imágenes diversas del Cristo de la fe y del Jesús histórico y toda charlatanería adornada de cientificismo que ha desfigurado el rostro del Señor. Y ante la arrogancia de tantos maestros de la sospecha, del escepticismo y la resignación o de la fantasía que pretende ser científica, nos cautiva el papa con la profunda humildad de quien no pretende superar límites convirtiendo en acto magisterial lo que fue una búsqueda personal que quiere compartir. Escribe por eso al final de la Premisa:

No tengo necesidad de decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente es expresión de mi búsqueda personal del «rostro del Señor» (cfr. Sal 27, 8). Por eso cada uno es libre de contradecirme. Pido solamente a las lectoras y a los lectores un anticipo de simpatía sin el cual no hay comprensión alguna .

Una consideración fundamental presente en el libro Jesús de Nazaret podría ser tal vez considerada como la base cristológica fundamental, el fundamento de toda la fe en Jesucristo, y de todo el interés que él ha suscitado, suscita y puede seguir suscitando en los hombres. Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios. Comprender esta verdad es la clave hermenéutica de la persona, el mensaje y la obra de Jesús. Tratando de la obra de Rudolf Schackenburg, que acentúa el ser relativo de Jesús a Dios y que afirma que sin el enraizamiento en Dios la figura de Jesús permanece irreal e inexplicable, el papa escribe:

«Este es también el punto de apoyo sobre el cual se basa este libro mío: considera a Jesús a partir de su comunión con el Padre. Este es el verdadero centro de su personalidad. Sin esta comunión no se puede entender nada y partiendo de ella Él se hace presente a nosotros también hoy» .

La grandeza de Jesús es ser el Hijo de Dios encarnado, ser Hijo del Padre. Sólo desde esa verdad de fe se entiende la grandeza de su figura y la grandeza de su mensaje. Jesús no enseña como aquellos que explicaban la Ley siguiendo un estilo escolar, su enseñanza no proviene de ninguna escuela, Él enseña con autoridad porque su enseñanza viene del Padre, de su inmediato contacto con el Padre, su enseñanza es palabra del Hijo . Jesús es el Hijo y vive en comunión filial con el Padre, Él es, además, el revelador del Padre, todos sus discursos y todas sus acciones contienen la cristología .


Perspectivas cristológicas en la obra Jesús de Nazaret

Tratar de perspectivas en la obra de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, es ponerse frente al conjunto de temas, argumentos, intuiciones, meditaciones que se proponen a la consideración de quien lee el libro, acerca de la persona y el misterio de Jesús de Nazaret. Se procurará ahora mostrar algunas vetas que nos pueden ayudar a adentrarnos en el misterio de Jesucristo tal como es presentado por los evangelios, creído por la Iglesia y testimoniado por el Santo Padre en su libro.

Al inicio de su primera encíclica, escribía el papa Benedicto XVI: «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» . Esa persona es Jesucristo, el Jesús predicado por la Iglesia a través de los siglos ,que no es otro que el Jesús de los evangelios, como el papa afirma con certeza. El libro del papa Ratzinger nos ofrece algunos elementos de reflexión sobre Jesús, fruto de su largo camino interior .

A continuación algunos de los rasgos de la imagen de Jesús de Nazaret que son especialmente destacados en la obra que inspira esta presentación.

El Revelador del Padre

Ya en la introducción del libro, se presenta un trazo especialmente importante para comprender la figura de Jesús. La singularidad de la existencia de Jesús de Nazaret está, sin duda alguna, en su relación con Dios Padre; la comunión con el Padre es el centro de su personalidad . Jesús es ante todo el Hijo. Y hay que tener en cuenta que ser Hijo es algo relativo, es decir, afirma una relación; en este caso, relación con el Padre. El Hijo es desde y para el Padre, habla siempre como Hijo, la relación Padre – Hijo está en el trasfondo de su mensaje , por eso, también nos da a conocer al Padre. «A Dios ninguno lo ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado» (Jn 1, 18).

Jesús vive en la presencia de Dios no solo como amigo sino como Hijo, vive en profunda unidad con el Padre. Esa relación con el Padre es la clave de comprensión de Jesús en el Nuevo Testamento. Si se deja de lado este centro auténtico, no se capta lo específico de la figura de Jesús, que se hace entonces contradictoria y en definitiva incomprensible.

La pregunta que todo lector del Nuevo Testamento debe hacerse, ¿de dónde Jesús tomó su doctrina?, ¿dónde está la clave para explicar su comportamiento?, encuentra su verdadera respuesta solo a partir de aquí (...) La enseñanza de Jesús no proviene de un aprendizaje humano, cualesquiera pueda éste ser. Viene del contacto inmediato con el Padre, del diálogo «cara a cara», de la visión de Aquél que está «en el seno del Padre». Es la palabra del Hijo. Sin este fundamento interior sería temeridad .

Sólo desde la existencia filial de Jesús se pueden entender sus acciones, su enseñanza, su sufrimiento. Jesús no es un simple personaje extraordinario de la historia sino el Hijo de Dios Padre. Tal relación filial se concreta en su existencia terrena en el retirarse «a lo alto del monte», para «orar a solas». Jesús puede hablar del Padre porque es el Hijo y permanece en comunión con Él. Todos los dichos y acciones de Jesús están orientados a revelar al Padre.

De todo esto se sigue una realidad esperanzadora para nosotros los creyentes: «Quien ve a Jesús ve al Padre» (cfr. Jn 14, 9). El discípulo que camina con Jesús es involucrado con Él en la comunión con Dios y conoce así a Dios. Y es esto la salvación que Jesús trae: trascender los límites del ser hombre, un paso que, en Él, por su semejanza con Dios está ya predispuesto, como espera y posibilidad, desde la creación.

En el capítulo quinto, es presentado el Hijo como revelador del Padre con las siguientes palabras: «Dios no es un lejano desconocido. Él nos muestra su rostro en Jesús; en su actuar y en su voluntad reconocemos los pensamientos y la voluntad del mismo Dios» .

El Hijo solidario con los hombres

El primer capítulo del libro trata del bautismo de Jesús, escena de la cual emerge una verdad cristológica: la proexistentia . La pro-existentia es la condición existencial de Jesús de Nazaret que, si bien puede verificarse a lo largo de todo el evangelio, se muestra en modo especial ya en la escena del bautismo en el Jordán. El bautismo de Jesús por Juan el Bautista en el río Jordán, es un episodio con gran carga de revelación: una Cristofanía. Lucas nos transmite que Jesús recibió el bautismo estando en oración (3, 21).

A partir de la cruz y de la resurrección se verá claramente qué es lo que acontece en el Jordán. Jesús toma sobre sus espaldas el peso de la culpa de toda la humanidad y lleva ese peso consigo en el Jordán. Jesús da inicio a su actividad tomando el lugar de los pecadores, anticipando la cruz. El bautismo indica ya la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad, y la voz del cielo: «Este es mi Hijo, el predilecto», remite a la resurrección. Desde entonces, en los discursos de Jesús, la palabra «bautismo» designará su muerte , muerte por nosotros los hombres, expresión de una vida ofrecida en solidaridad.

El bautismo de Jesús es compendio de toda la historia, en él se retoma el pasado y se anticipa el futuro. Ingresar en el pecado de los demás es un descenso a los infiernos no solo para expectar sino para com-padecer, padecer con, con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo las puertas del abismo. Es descenso a la casa del mal, lucha con el fuerte que tiene prisionero al hombre. Ese fuerte, invencible con las solas fuerzas humanas, es vencido y atado por el más Fuerte que, siendo de la misma naturaleza de Dios, puede tomar sobre sí toda la culpa del mundo y la acaba, la aniquila, sufriéndola él. Esta lucha y victoria produce una nueva calidad del ser, prepara el cielo nuevo y la tierra nueva . El bautismo de Jesús es un episodio cargado de misterio que solo desde la fe se atisba y comienza a ser desvelado.

El Bautista llama a Jesús el «Cordero que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29). El papa comenta este texto citando a J. Jeremías, e indica que Cordero de Dios alude al siervo de Yavé y a la fiesta de Pascua. Las palabras del Bautista acerca de Jesús: «Cordero que quita el pecado del mundo» indicarían el siervo de Dios que, con su penitencia vicaria, lleva los pecados del mundo, pero al mismo tiempo, esas palabras permiten reconocer a Jesús como el verdadero cordero pascual que, expiando, borra los pecados del mundo. Así comprendido el bautismo de Jesús, se hace expresión de la universalidad de la misión de Jesús, expresión y signo de la unidad de camino y misión de Jesús, desde el inicio de la vida pública hasta Jerusalén.

En el Bautismo se abre el cielo para indicar la relación de Jesús con el Padre, se oye la voz del Padre anunciando el Ser profundo de Jesús, el Hijo predilecto; se preanuncia el misterio de la Trinidad que se mostrará paulatinamente a través del itinerario de Jesús. En el Bautismo Jesús aparece como el Hijo predilecto que es el totalmente Otro y por eso mismo puede hacerse contemporáneo de todos nosotros y, para cada uno, más íntimo que nosotros mismos. En el bautismo Jesús aparece como el Solidario por excelencia .

Jesús de Nazaret trae a Dios y afirma el primado de Dios

Un capítulo del libro especialmente bello es el segundo, que se ocupa de las tentaciones de Jesús. Hay en él una serie de consideraciones espirituales, ascéticas, pero por la naturaleza de esta disertación nos interesa lo cristológico. Jesús, solidario con el ser humano, entra en el fondo del drama de la existencia humana, atravesándolo hasta el fondo, para encontrar la oveja perdida, cargarla sobre sus espaldas y llevarla a casa. Esta solidaridad total con los hombres se da en el «descenso a los infiernos» que se profesa en el Credo pero es siempre parte de su camino. La experiencia de Jesús que se nos narra en el relato de las Tentaciones tiene que ver con el bautismo, con la solidaridad de Jesús con los pecadores. Junto a esos momentos está la lucha interior que tiene lugar antes de la Pasión, en el Huerto de los Olivos.

El relato de las tentaciones de Jesús, enseña el papa Benedicto, es una anticipación y condensa la lucha de todo su camino .En las tentaciones de Jesús se refleja la lucha interior por su misión pero, al mismo tiempo, aflora la pregunta sobre lo que verdaderamente cuenta en la vida de los hombres. En las tentaciones, el Jesús solidario se hace Maestro de vida . El núcleo de la tentación es hacer de lado a Dios cuando, ante otras urgencias de la vida, Él parece secundario y hasta superfluo y fastidioso . La sutileza de las tentaciones presentadas a Jesús (y a nosotros) es su apariencia moral: no nos invitan directamente al mal, pareciera más bien indicarnos lo mejor: es una invitación a abandonar las ilusiones y emplear las propias fuerzas para mejorar el mundo, bajo la pretensión de verdadero realismo.

La tentación presenta las cosas de Dios como secundarias, irreales, cosas de las que realmente no hay necesidad. La tentación pone en juego a Dios. ¿Es o no es Dios lo real? ¿Es él el bueno o hemos de inventar lo bueno? La cuestión de Dios se juega en la tentación. En la de Jesús y en la nuestra, enseña el papa . A través de las tentaciones el diablo propone decidirnos por lo que es racional, por la prioridad de un mundo planificado y organizado, en el cual Dios, como asunto privado, puede tener un lugar pero no interferir en nuestros propósitos esenciales.

En la tentación, como en Getsemaní, como en el llamado de atención a Pedro: «Apártate de mi vista, Satanás», se muestra a Jesús rechazando la lógica de este mundo, que es la que el tentador le propone. Ningún reino de este mundo es el reino de Dios. El reino humano será siempre reino humano y quien cree poder salvar solo el mundo, se lo entrega a satanás. Pero evidentemente, esto hace surgir una pregunta.

Si Jesús no acepta calmar el hambre transformando las piedras en pan; si no acepta tener toda la riqueza y todo el poder, con lo cual podría haberse impuesto ante los hombres: ¿Qué trae Jesús al mundo? ¿Qué trae si no es la paz, el bienestar, el mundo mejor? Sin ambages el papa responde «Ha traído a Dios». El Dios cuyo rostro se había manifestado poco a poco a Abraham hasta la literatura sapiencial, pasando por Moisés y los profetas; el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

Jesús de Nazaret ha traído al mundo a Dios: mediante Jesús nosotros conocemos el rostro de Dios, ahora podemos invocarlo. Con Jesús y mediante él conocemos el camino que, como hombres, hemos de emprender en este mundo. Jesús ha traído a Dios y con él la verdad sobre nuestro destino y nuestro origen; ha traído la fe, la esperanza, el amor. Sólo la duritia cordis de los hombres puede pretender que este don sea poco. Con Jesús y mediante él sabemos que el poder de Dios en el mundo es silencioso pero es el poder verdadero, duradero. La causa de Dios parece encontrarse continuamente como en agonía. Pero finalmente, siempre se demuestra como lo que verdaderamente permanece y salva.

En el capítulo sobre las Bienaventuranzas, papa Ratzinger afirma que Jesús ha traído el Dios de Israel a todos los pueblos, a partir del Nazareno todos los pueblos pueden invocar al Dios de Israel y reconocer en las Escrituras de Israel la palabra de Dios. Jesús ha traído al Dios universal, es ése el fruto de su obra y lo que le cualifica como Mesías.


Jesús sale vencedor de la lucha contra Satanás. A la engañosa divinización del poder y del bienestar, a la promesa engañosa de un futuro que garantiza todo a todos mediante el poder y la economía, Jesús contrapone la naturaleza divina de Dios. A la invitación a adorar el poder, el Señor responde con palabras del mismo libro que el embustero había citado, el Deuteronomio: «Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo darás culto» (Mt 4, 10). El mandamiento fundamental de Israel es también el mandamiento fundamental del cristiano: se ha de adorar solo a Dios.

Jesús, profeta y presencia del Reino

El tercer capítulo del libro trata de lo que es el anuncio central de Jesús: el evangelio del Reino, la buena nueva del Reino. Hay que recordar siempre que el centro de la predicación y de la actividad de Jesús de Nazaret es el anuncio del reino como realidad opuesta a todo lo que es presente y terreno y, por tanto, don de Dios. Por eso el papa escribe: «El contenido central del Evangelio es: el reino de Dios está cerca. (...) Y se requiere de los hombres una respuesta a este don: conversión y fe» Durante el tiempo se ha hablado de diversos modos del Reino de Dios, más aún, el papa conoce los malos entendidos que en relación con el tema del Reino pueden darse.

Conoce asimismo un reinocentrismo que significa simplemente un mundo en el cual reinan la paz, la justicia, la salvaguarda de la creación. Un reino realizado por el hombre como punto de llegada de la historia de la humanidad. La función de las religiones sería trabajar unidas por el Reino. Pero en un reino de ese estilo Dios desaparece. En el libro que presentamos queda claramente indicada la dimensión cristológica del Reino, ya señalada por la literatura patrística.

Podemos leer: Orígenes ha llamado a Jesús – desde la lectura de sus palabras – autobasileía, es decir, el reino en persona. Jesús mismo es el “reino”; el reino no es una cosa, no es un espacio de dominio como los reinos del mundo. Es persona, es Él. La expresión “reino de Dios” sería entonces, ella misma, una cristología escondida. Con el modo en el cual habla del “reino de Dios”, Él conduce los hombres a la enormidad del hecho que en él está presente Dios mismo en medio de los hombres, que Él es presencia de Dios.

Jesús ha anunciado el Reino de Dios, no un reino cualquiera. Hablando del Reino de Dios, Jesús anuncia a Dios, el Dios viviente que es capaz de obrar concretamente en el mundo y en la historia y que ahora está operando. Anunciando el Reino, Jesús dice «Dios existe, es verdaderamente Dios», tiene en sus manos el mundo. Dios actúa ahora el Reino de Dios por medio de Jesús. El Reino no es simplemente la presencia física de Jesús sino su obrar en el Espíritu Santo. El Reino de Dios se hace presente en él y a través de él.

A través de la presencia y la actividad de Jesús Dios ha entrado en la historia en un modo completamente nuevo; en Jesús Dios viene a nuestro encuentro . Dios ocupa siempre el puesto central en el discurso de Jesús, pero precisamente porque Jesús mismo es Dios, toda su predicación es anuncio de su mismo misterio, es cristología, discurso sobre la presencia de Dios en su propio ser y obrar. Esta realidad exige una decisión por Jesús.

Jesús el Bienaventurado que hace bienaventurados

El capítulo más largo del libro es el cuarto, dedicado a la magna charta del cristianismo: el Sermón de la Montaña. El Santo Padre enseña en este capítulo que Mateo presenta a Jesús como Nuevo Moisés , en la línea del mesianismo profético que abría a la esperanza de un nuevo Moisés que cumpliese un nuevo éxodo más radical ya que la ocupación de Palestina no coincidió con el ingreso en la salvación e Israel entonces esperaba su verdadera liberación . En el Sermón de la Montaña Jesús se sienta como Maestro de toda la humanidad, como el Moisés que ensancha la Alianza a todos los pueblos.

Benedicto XVI propone el simbolismo escondido en el hecho que este discurso se pronuncio en la Montaña, nuevo Sinaí. La montaña es el lugar de la oración de Jesús, de su trato cara a cara con el Padre, por eso mismo es el lugar de su enseñanza, la misma que proviene de ese íntimo intercambio con el Padre . En Jesucristo Dios habla de modo cercano, de hombre a hombre, como hombre a los hombres . El libro presenta tres pasajes escogidos por el papa Ratzinger para, a partir de ellos, mostrar el mensaje y la figura de Jesús .

Esos tres pasajes son: las Bienaventuranzas, la nueva Torah del Mesías y la Oración del Padrenuestro, a la que dedicará el capítulo siguiente. ¿Por qué el papa teólogo Ratzinger se ocupa de las Bienaventuranzas en un libro en el cual quiere presentar la figura de Jesús de Nazarte? ¿Sólo porque ayudan a comprender el mensaje del Nazareno? Ciertamente, no. Si hay todo un capítulo dedicado al Sermón de la Montaña, que encuentra su núcleo en las Bienaventuranzas, es porque «quien lee con atención el texto de Mateo se da cuenta que las Bienaventuranzas son como una escondida biografía interior de Jesús, un retrato de su figura.

Él , que no tiene donde posar la cabeza (cfr. Mt 8, 20), es el verdadero pobre; Él, que puede decir de sí mismo: vengan a mí porque soy manso y humilde de corazón (cfr. Mt 11, 29), es el verdadero manso; es el verdadero puro de corazón y por eso contempla sin interrupción a Dios. Es el operador de paz, es Aquel que sufre por amor de Dios: en las Bienaventuranzas se manifiesta el misterio del mismo Cristo, y ellas nos llaman a la comunión con Él» .

Pero no sólo muestran a Cristo sino también, a causa de su escondido carácter cristológico, «las bienaventuranzas son unas señales que indican el camino también a la Iglesia, que en ellas debe reconocer su modelo, indicaciones para el seguimiento que interesan a todo fiel» . Mediante las bienaventuranzas el discípulo se vincula al misterio de Cristo, entra en comunión con Él , las Bienaventuranzas «son promesas en las cuales resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, el “dar vuelta de los valores”» .

Las Bienaventuranzas son una invitación al seguimiento del crucificado, dirigidos al individuo y a la Iglesia y, en modo especial, en la Bienaventuranza que trata de los perseguidos, «Jesús atribuye a su Yo una normatividad que ningún maestro de Israel y tampoco un doctor de la Iglesia puede reivindicar para sí» ,. Jesús, al hablar de ese modo, no es solo un profeta en el sentido tradicional, es decir, un embajador de otro, es mucho más: «Él mismo es el punto de referencia de la vida recta, Él mismo es fin y centro» .

Con la ultima Bienaventuranza Jesús muestra qué significa afirmar que él es centro de la propia vida y fin de la misma, supone recorrer su mismo camino, asumir sus mismas actitudes, afirmar, en la vida cotidiana, el primado de Dios, desafiando los criterios del mundo. El Sermón de la Montaña propone la cuestión de la opción fundamental del cristiano y ayuda a adavertir la resistencia interior que podemos tener ante esta opción por ser hijos de nuestro tiempo .

El Sermón de la Montaña es, en definitiva, «una cristología escondida. Detrás de ella está la figura de Cristo, de aquel hombre que es Dios y que, precisamente por eso, desciende, se despoja, hasta la muerte en cruz» .

Jesús, la Palabra que propone la Ley y el nuevo Israel

Muchas veces se ha opuesto la presentación de Jesús que hacen los Sinópticos de la que hace Juan. Nadie puede negar la diversidad de enfoque de la cristología ascendente y la descendente. Sin embargo, ¿presentan un Jesús distinto? En el cuarto capítulo, en el apartado referido a la Torah de Jesús, se contiene una audaz y contundente afirmación:«El Jesús del cuarto evangelio y el Jesús de los sinópticos es la misma idéntica persona: el verdadero Jesús “histórico”» . Esta afirmación se encuentra en el libro ratzingeriano cuando se explica que Jesús se entiende a sí mismo como la Torah, la palabra de Dios.

Esta reivindicación la hace Jesús en el Sermón de la Montaña al proponer la Nueva ley, por eso afirma el papa Benedicto: «”El grandioso Prólogo del Evangelio de Juan –“En el principio era el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”- no dice nada diverso de lo que afirma el Jesús del Sermón de la Montaña y el Jesús de los evangelios sinópticos» . Jesús es la Palabra de Dios que propone a los hombres la Ley como camino de salvación. Ahora bien, adhiriéndose a Jesús y a su Torah, se toma parte de un nuevo Israel del cual Jesús es origen y centro.

Jesús, con su acción, con su Ley, ha abierto a todos los pueblos el conocimiento y la relación con el Dios de Israel, ha permitido que todo hombre que entra en comunión con Él entre en comunión con la voluntad de Dios. Jesús ha universalizado la familia de Dios, de los hijos que escuchan y quieren vivir de la voluntad de Dios. «El yo de Jesús personifica la comunión de voluntad del Hijo con el Padre. Es un yo que escucha y obedece. La comunión con Él es comunión filial con el Padre (...) Es el ingreso en la familia de aquellos que dicen Padre a Dios y pueden decirlo en el nosotros de aquellos que con Jesús y mediante la escucha que Le dan son unidos a la voluntad del Padre y así están en el núcleo de aquella obediencia a la cual la Torah apunta».

Jesús viene a establecer la nueva familia de Dios en la cual el vínculo esencial de pertenencia no es la pertenencia a una raza sino la comunión de voluntad con el Padre, es la comunión de voluntad con el Padre lo que se espera de aquellos que comienzan a ser hijos de Dios. Por eso «Jesús no hace nada inaudito o nuevo cuando contrapone a las normas casuísticas, prácticas, desarrolladas en la Torah, la pura voluntad divina como la “mayor justicia” (Mt 5, 20) que se debe esperar de los hijos de Dios» . Así, Jesús retoma el dinamismo intrínseco de la Ley.

Jesús, el Hijo que ora, nos hace hijos de Dios

Benedicto XVI afirma, al inciar el capítulo quinto, dedicado a la oración del Señor, que «el Sermón de la Montaña traza un cuadro completo de la verdadera humanidad» . Enseña que solo a partir de Dios se puede comprender el hombre y solo si Él vive en relación con Dios, su vida es buena. Ahora bien, «si ser hombre significa esencialmente relación con Dios, es claro que parte del ser hombre es hablar con Dios y escuchar a Dios. Por eso el Sermón de la Montaña comprende también una enseñanza sobre la oración; el Señor nos dice como debemos orar» .

El Santo Padre explica el contexto de la enseñanza del Padrenuestro tanto en el evangelio de Mateo cuanto en el de Lucas. En Lucas, nos dice el Santo Padre, el contexto es el deseo de los discípulos de aprender a orar, suscitado al contemplar la oración de Jesús. Del encuentro con el modo de orar de Jesús surge el deseo de aprender a relacionarse con Dios. En Lucas es especialmente relevante la oración de Jesús, en dicho evangelio «el conjunto del obrar de Jesús brota de su oración, y es sostenido por ella.

Así, eventos esenciales de su camino, en los cuales se revela paulatinamente su misterio, aparecen como eventos de oración» . Al enseñar a orar Jesús nos introduce en su oración, nos hace partícipes de su orar, nos introduce en el diálogo interior del Amor trinitario, eleva nuestras necesidades humanas hasta el corazón de Dios. Las palabras del Padre nuestro quieren conformarnos a imagen del Hijo, quieren ejercitarnos en los sentimientos de Cristo .

El Padre nuestro proviene del diálogo del Hijo con su Padre, de allí que es una oración que tiene una gran profundidad más allá de las palabras. El Padrenuestro nos enseña que Jesucristo es el Mediador único entre Dios y los hombres, que toda oración auténtica es trinitaria, ya que el Padre nuestro es un orar al Padre con Cristo, mediante el Espíritu Santo . Podemos decir Padre porque el Hijo se ha hecho nuestro hermano, nos ha revelado al Padre y por obra suya hemos vuelto a ser hijos de hijos de Dios. En la oración, a través del Hijo aprendemos a conocer al Padre.

El Padre nuestro «a partir del cielo –desde Jesús – nos muestra como deberíamos y como podemos transformarnos en hombres» . El Padrenuestro nos ayuda en el proceso de nuestra humanización. Cristo es en modo único la imagen de Dios, el hombre es creado a imagen de Dios, a imagen del nuevo Adán que es el canon de la humanidad. Jesús es sobre todo el Hijo, en el sentido más propio, porque es de la misma sustancia del Padre y él quiere acogernos en su ser hombre y así, en su ser Hijo, en la plena pertenencia a Dios.

Mediante nuestra profunda comunión con Jesús nos hacemos hijos, ser hijos de Dios es el equivalente de seguir a Cristo . Ser hijos no significa cualquier tipo de dependencia sino «aquel permanecer en la relación de amor que sostiene la existencia humana, le da sentido y grandeza» .

Pedir el Reino que es Cristo. La comunión con Cristo, que nos hace hijos, es un don a pedir, y es lo que se suplica en el Padrenuestro cuando se dice «venga a nosotros tu Reino», ya que el reino es Cristo, y donde está Él, está el reino de Dios, es la súplica para tener el corazón dócil, para entrar en comunión con Cristo, para ser siempre más Uno con Él, por el verdadero seguimiento, que se hace comunión y nos hace un solo cuerpo con Él . Pedir el Reino es pedir «Haznos tuyos, Señor! Vive en nosotros.

Hágase tu voluntad. El Padrenuestro nos muestra también que la fuente de la vida de Jesús es ser una sola cosa con la voluntad del Pare. «La unidad de voluntad con el Padre es el núcleo de su ser en absoluto» : Esto aparece muy claramente en el pasaje de la oración en el huerto. Y también en la reflexión de la carta a los Hebreos, en la cual aparece el pasaje: «He aquí que yo vengo, para hacer tu voluntad», palabras en las que se sintetiza toda la existencia de Jesús y que ayuda a comprender lñas palabras del Señor: «Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado» .

Jesús el rostro del Padre

Escribe Joseph Ratzinger en el segundo apartado del capítulo séptimo de su libro: «Querer explicar aún solo una buena parte de las parábolas de Jesús iría más allá de los límites consentidos a este libro. Quiero por tanto limitarme a los tres grandes relatos en parábolas del evangelio de Lucas, cuya belleza y profundidad toca siempre en modo espontáneo también a quien no cree: la histopria del buen samaritano, la parábola de los dos hermanos, la narración del rico Epulón y del pobre Lázaro» El papa comienza ocupándose de la parábola del buen samaritano y, llegado a un punto, justifica una interpretación cristológica de la parábola, propia de los Padres, que aunque algunos rechazan por alegórica, él reivindica pues toda parábola trata del Reino y el Reino es Cristo.

Benedicto XVI señala que la víctima de la emboscada es la humanidad, «entonces el samaritano solo puede ser la imagen de Jesucristo. Dios mismo, que para nosotros es el extranjero y lejano, se ha encaminado para venir a cuidar su creatura herida. Dios, el lejano, en Jesucristo se ha hecho prójimo. Pone aceite y vino sobre nuestras heridas – un gesto en el cual se ha visto una imagen del don salvífico de los sacramentos – y nos condice a la hospedería, la Iglesia, en la cual nos hace curar y dona también el anticipo por el costo de la asistencia» . Todo hombre debe recibir el don, el amor, para poder amar. Toda persona debe ser curada, pero luego, toda persona debe también hacerse samaritano – seguir a Cristo y hacerse como Él. Entonces vivimos en el modo adecuado. Entonces amamos en el modo justo, si nos hacemos semejantes a Él que nos ha amado primero.

En la parábola de los dos hermanos, llamada comúnmente del hijo pròdigo, el papa indica también el elemento cristológico. Ayudado por Grelot señala que Jesús, con esta parábola como con las precedentes, «justifica la propia bondad con los pecadores, su acogida de los pecadores con el comportamiento del padre en la parábola. Con esta actitud Jesús “se hace revelación viviente de Aquel que él llamaba su Padre”» .

Hay pues una cristología implícita. Jesús justifica su comportamiento, mediante esta parábola, dirigiéndolo o viéndolo desde el Padre, identificándolo con Él. A través de la figura del Padre Cristo se encuentra al centro de la parábola como actuación concreta del actuar paterno. Jesús identifica su bondad con los pecadores con la bondad del Padre en la parábola, la parábola trata de lo que acaece en el mundo por medio de Jesús.

Estas palabras buscan que sus adversarios entren a participar en la alegría del retorno a casa y la reconciliación. Estas palabras quedan en el evangelio como una invitación implorante formulada luego por Pablo: « En nombre de Cristo os suplico: dejaos reconciliar por Dios» (2 Cor 5, 20).

Luz de luz

Un episodio al que Benedicto XVI da espacio en su libro es el de la Transfiguración del Señor. Después de aludir a las diversas teorías acerca de la ocasión histórica de la Transfiguración, el papa da más fuerza a la fiesta de las Tiendas, relacionada con la Ley. Asimismo, recuerda el significado del monte como lugar de la salida, de la ascención interior: el monte como liberación de la vida cotidiana, como respirar aire puro de la creación; el monte como ofrecimiento de un panorama que permite percibir la amplitud y belleza de la creación, el monte que da altura y permite intuir al Creador.

Allí, en el monte, está Jesús con tres de sus discípulos. Allí Jesús ora. La Transfiguración es un evento de oración, en ese episodio se hace visible lo que acaece en el diálogo entre Jesús y el Padre: la íntima compenetración de su ser con Dios, que se hace pura luz. En su ser uno con el Padre, Jesús es Luz de Luz. Lo que él es en su interior se revela: aparece el ser de Jesús en la luz de Dios, su ser luz en cuanto Hijo. En el Éxodo se nos cuenta que al hablar Moisés con Dios su rostro resplandecía, era alcanzado por la luz de Dios. Aquí, Jesús resplandece desde dentro: Luz de Luz. El papa recuerda que también nosotros, mediante el bautismo, somos revestidos de luz con Jesús y nos transformamos en luz. (356-358)

Moisés y Elías hablan con Jesús, la Ley y los Profetas. Su argumento de conversación es la cruz, entendida como éxodo de Jesús que acontecería en Jerusalén. Cruz que es éxodo, salir de esta vida, atravesar el “mar rojo” de la pasión y entrar en la gloria. Posteriormente estará la conversación de Jesús con sus tres discípulos, con ellos habla de resurrección... Pero durante el suceso los tres discípulos quedan estupefactos, llenos del temor del Señor, como se ha visto en otros momentos en los que advierten la cercanía de Dios en Jesús e intuyen la propia miseria.

Con la Transfiguración irrumpe con fuerza la época mesiánica. En lo alto del Monte los discípulos ven brillar la gloria del Reino de Dios en Jesús, sobre el monte la nube sagrada de Dios les envuelve con su sombra, sobre el monte ellos reconocen que la verdadera fiesta de las Tiendas llegó, sobre el monte aprenden que Jesús es la Torah viviente, la Palabra de Dios. En lo alto del monte ven la potencia del Reino que viene en Cristo. Pero aún en esa circunstancia tienen que aprender la fuerza de la cruz.

La potencia del Reino futuro aparece para ellos en Jesús transfigurado que habla con los testigos de la Antigua Alianza de la necesidad de su pasión como camino hacia la gloria, Los discípulos ven así la Parusía anticipada, son iniciados poco a poco en la total profundidad del misterio de Cristo.


Doctor Pedro Hidalgo, Pbro.

Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima

Rector Magnífico