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Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Japón: Gloriosa Historia Eclesial

De Enciclopedia Católica

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Hablar de la historia eclesial del Japón no es frecuente en estas latitudes. Menos aún llamarla gloriosa. Culminan en estos días las celebraciones del 450 aniversario de su evangelización oficial. Por eso parece conveniente hacer referencia a ese aniversario de lo que se ha llamado el "Siglo Cristiano" del Japón. O quizá mejor sería llamarlo el Tiempo Heroico de su evangelización. Y es que en esa misma época se inician los siglos de persecución contra los cristianos. Considerando el ejemplo de heroica fidelidad en la fe, para gloria de Dios, ¿resulta acaso incorrecto llamarla gloriosa historia?

El anuncio de la fe se habría iniciado en Japón con la llegada del jesuita San Francisco Javier. Al menos la evangelización "oficial" de esas tierras. El misionero llega en un junco chino a Kagoshima, el 15 de agosto de 1549. A finales de setiembre en Ijuin recibe permiso oficial de las autoridades para evangelizar.

Según parece, un mundo budista y sintoísta recibe a Francisco Javier. Sin embargo, diversos historiadores hablan de la existencia de comunidades cristianas en Japón que serían más antiguas. Ciertamente no se refieren a los posibles grupos nacidos desde la llegada de los portugueses a Tanegashima, en la occidental isla de Kyushu, en 1543. Hay teorías que hacen retroceder el tiempo de la llegada de los cristianos a tierras japonesas al siglo II. Otros fijan migraciones de pueblos continentales de creencias cristianas hacia la Isla por el siglo VIII. Éstos habrían sido identificados como poblaciones Keikyo. Y aún otros señalan el siglo XIII, aquél de las invasiones mongólicas, en que algunos de ellos llevarían la cruz como distintivo de su fe. Este trasfondo cultural y religioso sería aducido por ciertos especialistas para explicar el rápido éxito de la predicación cristiana en el siglo XVI.


Multiplicación

Cuando San Francisco Javier parte de Japón para la India, en 1551, se sabe que ya deja atrás algunos centenares de bautizados. Había estado en la zona sur. Sin embargo, también hacia el norte, en la capital Kyoto, y en las llamadas provincias centrales, donde predicará el padre G. Vilela, desde 1556 la difusión del cristianismo es notable. Para 1560, Vilela recibe permiso del Shogun Ashikaga Yoshiteru para predicar la Buena Nueva.

Hacia 1563 ya hay bonzos budistas que se han convertido a la fe. Junto a pobladores sencillos, se sabe de guerreros samurais que se bautizan, e incluso varios señores feudales, llamados daimios, se cuentan entre los cristianos. Lamentablemente el ritmo de la evangelización está sujeto a las luchas feudales japonesas. Así, unos señores feudales dan libertad para la predicación cristiana e incluso algunos asumen y apoyan el cristianismo, mientras otros se oponen a él. Con todo, millares de japoneses abrazan la fe.

En las riberas del lago Biwa, en Azuchi, se alzará un colegio para nobles que abre sus puertas en 1580. Cuatro años antes una gran iglesia es dedicada en la ciudad de Kyoto y puesta bajo la advocación de la Asunción. La evangelización del Japón tiene un marcado acento mariano. Ya en tiempos de Francisco Javier la imagen de la Virgen María con el Niño Jesús causaba una intensa impresión. En todo el período de la predicación inicial del cristianismo los frutos son abundantes. Se dice que fueron unos cuatrocientos mil japoneses convertidos a la fe, sobre una población total de alrededor de diez millones. Otros llegan a sostener un número bastante mayor de conversos.


Persecución

Pronto, hacia 1587 se inicia la persecución de los cristianos. Mediante un golpe Toyotomi Hideyoshi se hizo Shogun, controlando el poder militar. Promulga un edicto expulsando a todos los misioneros y ordenando la destrucción de las iglesias, quizá inquieto porque algunos de sus más altos oficiales se habían convertido al catolicismo. Sin embargo, la Iglesia en Japón sigue creciendo.

Una pausa en la persecución se produce cuando en 1591 retorna de Roma a Japón una embajada nipona que fuera enviada nueve años antes. El padre Alejandro Valignano acompañó a estos emisarios en una decisiva entrevista con Hideyoshi. En 1596 llega a esas tierras el primer Obispo, Mons. Martínez. Al año siguiente se inicia lo que será un largo proceso de martirio, de padecimientos y muerte. La persecución arrecia desde Edo (Tokyo). Seis franciscanos, tres jesuitas y 17 laicos, fueron crucificados en Nagasaki. Entre ellos un niño de Kyoto, que al ser reiteradamente invitado por sus verdugos a renegar de su fe, respondió renovándola y según se dice preguntando: "¿Dónde está mi cruz?" Y en ella murió mártir.

Los rezagos de la división feudal permiten aún que la Iglesia siga en desarrollo en medio de un creciente asedio brutal. La muerte de Hideyoshi en 1598 ofrece un nuevo respiro a los cristianos. Para 1602 hay misioneros jesuitas, franciscanos, agustinos y dominicos predicando la fe. Se fundan conventos en Miyaco, Fishima, Osaka, Edo. Ese otoño de doce años, terminará, entre otras causas, por las conspiraciones de comerciantes protestantes ingleses y holandeses contra los católicos.

Desde 1603 se hace del poder la absolutista dinastía Tokugawa. La sanguinaria campaña anticatólica decretada por el gobernante japonés Ieyasu y sus sucesores lleva prácticamente al exterminio de esa porción de la Iglesia en tierra japonesa. El siglo de oro del Japón cristiano va desde el arribo del santo misionero Francisco Javier hasta el edicto de persecución de 1613, a pesar de los hostigamientos esporádicos y según territorios. De esa fecha hasta 1660 se puede considerar el glorioso tiempo del martirio, por la intensidad de las persecuciones.

El heroísmo de millares de confesores de la fe no aminoró la persecución. Los sacerdotes que llegaban y los cristianos clandestinos al ser descubiertos caían víctimas del sistema persecutorio. Las más sofisticadas torturas y vejaciones fueron empleadas contra los japoneses convertidos al cristianismo y contra los misioneros. Páginas de oscuro horror y sádico refinamiento en las torturas se escribieron por decenas de años buscando la abjuración o exterminio de los cristianos. Los nombres de los shogunes nipones Ieyasu, Hidetada y Iemitzu se unen a hombres como Hitler y Stalin en la lista de los genocidas.

Las persecuciones y martirio de los cristianos se extienden hasta el siglo XIX. En 1856 se desata la tercera persecución Urakami contra cristianos clandestinos. Recién en 1858 el gobierno japonés de entonces reconoce la libertad religiosa, pero para los extranjeros residentes. En 1862 los primeros 26 mártires de Nagasaki son canonizados por el Papa Pío IX. Los dos siglos y medio de dominio de la anticatólica dinastía de los shogunes Tokugawa llega a su fin en 1868. En febrero de 1873 los siglos de persecución terminan, aunque de manera tácita. Sólo en 1889 la libertad religiosa es oficialmente reconocida. Al año siguiente se reúne el Primer Sínodo de la Iglesia en Japón. En aquel tiempo existían aún algunos millares de católicos descendientes de lapsarios que sucumbieron al miedo de las torturas aunque ocultamente conservaron sus creencias, o de quienes a través de ingeniosas formas lograron burlar las persecuciones.


Perseverancia

Los largos siglos de persecución dejan rastros catastróficos en el desarrollo de la Iglesia en Japón. En muchos momentos parece que se llegó casi al exterminio de los cristianos, pero algunos grupos perseveraron. El reconocimiento de la libertad prácticamente a finales del siglo XIX no implica la inmediata pérdida de la costumbre de considerar a los cristianos como foráneos. La desconfianza se extiende bien avanzado el siglo XX, y se manifiesta en diversos tipos de hostigamiento social y cultural. El análisis sereno del florecimiento del siglo XVI y principios del XVII muestra lo acertado de la creencia de San Francisco Javier de que el japonés era una persona abierta a la fe. "Esta isla de Japón está bien dispuesta para incremento de la fe en ella", escribía. Los millares de confesores que adornan a la Iglesia en Japón son una confirmación de ello. La Iglesia que actualmente peregrina en el Japón está edificada sobre la sangre de los mártires, cuya fidelidad los pone como testigos de la fe que la tortura y la muerte no han podido silenciar.

Hoy la cifra de fieles rodea el medio millón. Desde una perspectiva porcentual, la Iglesia en Japón es impresionantemente menor a la población que alcanzó en el siglo XVI y XVII. Sólo se pueden hacer hipótesis sobre lo que hubiera ocurrido si las persecuciones no hubiesen truncado el proceso de conversiones. A los ojos de la fe la gloria de los mártires se encuentra junto a la tragedia que constituyen las persecuciones en Japón. Las dificultades en el proceso evangelizador de hoy encuentran una sugerente explicación en la huella psicológica y en la secuela cultural de dichas persecuciones y de la política que las sustentó.