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Martes, 30 de abril de 2024

Pío XI y la Música

De Enciclopedia Católica

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Divini cultus sanctitatem

Carta Apostólica de Pío XI

Sobre la música sagrada


Del 20 de diciembre de 1928


Venerables Hermanos Salud y bendición apostólica


I. EL DOGMA, LA LITURGIA y EL ARTE

1. Autoridad de la Iglesia sobre asuntos litúrgicos[1].

Habiendo la Iglesia recibido de su fundador Jesucristo el encargo de velar por la santidad del culto divino, tiene indudablemente autoridad, dejando siempre a salvo lo substancial del Sacrificio y de los Sacramentos, de prescribir todo aquello que sirva para regular dignamente dicho augusto ministerio público, como ceremonias, ritos, fórmulas, oraciones y canto, cuyo conjunto recibe el nombre especial de Liturgia, o sea la acción sagrada por excelencia.

2. La Liturgia y su unión con el dogma y la vida.

Y verdaderamente es cosa sagrada la liturgia, no sólo como elevación y unión de las almas hasta Dios, sino también como testimonio de nuestra fe y la estrechísima deuda que con Dios tenemos por los beneficios recibidos y de los cuales siempre necesitamos. De aquí la íntima unión que hay entre el dogma y la liturgia, lo mismo que entre el culto cristiano y la santificación del pueblo. Por eso Celestino I enseñaba ya que el canon de la fe se hallaba expreso en las venerandas fórmulas de la liturgia, y escribía: Las normas de la fe quedan establecidas por las normas de la oración. Los pastores de la grey cristiana desempeñan la misión que se les ha encomendado, y, por tanto, abogan ante la divina clemencia por la causa del género humano, y cuanto piden y oran, lo hacen acompañados de los gemidos de toda la Iglesia[2].

3. Participación del pueblo en la Liturgia y el Canto, antiguamente

Estas oraciones colectivas que primero se llamaron opus Dei[3], y después officium divinum, como deuda que debe pagarse diariamente al Señor, durante los primeros siglos de la Iglesia, hacíanse de día y de noche con gran concurso de fieles. Y es indecible cuán admirablemente ayudaban aquellas ingenuas melodías, que acompañaban a las sagradas preces y el Santo Sacrificio a encender la piedad cristiana en el pueblo. Fue entonces, especialmente en las vetustas basílicas, donde Obispos, Clero y pueblo alternaban en las divinas alabanzas, cuando, como dice la Historia, muchos de los bárbaros se educaron en la civilización cristiana. Allí, en el templo, era donde el propio opresor de la familia cristiana sentía, mejor el valor y la eficacia del dogma de la comunión de los santos. Así, el emperador arriano Valente quedó como anonadado ante la majestad con que San Basilio celebró los divinos misterios; y en Milán los herejes acusaban a San Ambrosio de hechizar a las turbas con el canto de sus himnos litúrgicos; y cierto es que aquellos mismos himnos que tanto conmovieron a San Agustín, le decidieron a abrazar la fe de Cristo. Fue también en las iglesias, donde casi todos los ciudadanos formaban como inmenso coro, en el que los artistas, arquitectos, pintores, y escultores y los mismos literatos aprendieron de la liturgia aquel conjunto de conocimientos teológicos que hoy tanto resplandecen y se admiran en los insignes monumentos de la Edad Media.

4. La Iglesia fomentó siempre la vida litúrgica.

Por aquí se echa de ver por qué los Romanos Pontífices mostraron tan grande solicitud en fomentar y proteger la Liturgia sagrada; y así como o pusieron tanto cuidado en expresar el dogma con palabras exactas, también se aplicaron a poner en las sagradas normas de la liturgia, defendiéndolas y preservándolas de adulteración. Por eso también encontramos que los Santos Padres han recomendado la liturgia, e