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Viernes, 26 de abril de 2024

Ludwig van Beethoven

De Enciclopedia Católica

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Nacido en Bonn, probablemente el 16 de diciembre de 1770; muerto en Viena, el 26 de marzo de 1827. No existe testimonio definitivo de la fecha de su natalicio, aunque ésta se deduce a partir de la de su bautizo, registrada como 17 de diciembre en el acta bautismal de su templo parroquial, y habida cuenta que en los países católicos es tradicional bautizar a los niños el día siguiente a su nacimiento.

El padre de Beethoven cantaba como tenor en la capilla de la corte del Príncipe Arzobispo de Colonia, donde el abuelo, oriundo de Holanda, había ocupado la plaza de director musical durante cierto número de años. Así, fue criado desde su más tierna infancia en un ambiente musical. Mientras su progenitor era riguroso y no siempre razonable en la imposición de disciplina al joven genio, la madre a menudo era demasiado condescendiente con él, hecho que pudo influir en algunos de los rasgos del carácter que desarrolló en su posterior juventud.

Llegado a la edad de cinco años, su padre le inició en la técnica del violín; y, cumplidos los ocho, el director de orquesta Pfeifer se hizo cargo de su formación como pianista; mientras el organista de la corte, Van den Eden, y el sucesor de éste, Christian Gottlob Neefe, le instruían en el arte del órgano, la armonía y la composición. Como pianista, progresó tan rápidamente que al cabo de pocos años podía interpretar el “Clave bien temperado” de Bach, además de improvisar con estilo magistral. A la edad de trece años publicó sus primeras composiciones, una serie de seis sonatas. Más tarde, él mismo repudió y destruyó éstas y algunas otras producciones tempranas. A los quince, el joven Beethoven había llegado a ser ayudante del organista de la corte del elector Maximiliano, quien le brindó la oportunidad de visitar Viena. Una corta estancia en la ciudad imperial ejerció beneficioso influjo, al permitirle adquirir conciencia tanto de la imperfección de sus conocimientos en música como de su cultura general. Pocos años después, en 1792, su mecenas le envió de nuevo a Viena, ex profeso para que estudiara con Joseph Haydn; pero el aprendizaje con este maestro no tuvo larga continuidad temporal ni metodológica, debido a la drástica diferencia de carácter entre ambos personajes.

Beethoven pronto se abrió camino hasta el gran contrapuntista Albrechtberger, bajo cuya tutela, unida al estudio personal del tratado de teoría y contrapunto “Gradus ad Parnassum” de J. J. Fux, adquirió la solidez y libertad de estilo que pronto le granjearon la admiración de los círculos musicales. El dominio creativo que había comenzado a adquirir de Bach, se completó con la investigación asidua sobre las obras de Haendel, Haydn y Mozart. El mecenazgo de su protector, el elector Maximiliano, hermano de José II, así como sus extraordinarias dotes de intérprete e improvisador, sirvieron para, en un lapso relativamente corto, asegurarle una posición destacada en el mundo social y artístico de Viena. El archiduque Rodolfo, posteriormente cardenal, se hizo alumno y amigo suyo de por vida, en tanto que numerosos nobles melómanos patrocinaban su trabajo. Por entonces, mientras aumentaba la atención hacia él como compositor no sólo en Austria y Alemania sino en todo el mundo, el puesto de Beethoven en la vida era, seguramente, más deseable y atractivo que el de cualquier otro maestro contemporáneo o precedente. Podía vivir con relativo desahogo sin necesidad de aceptar un encargo fijo o comprometerse a ejercer la enseñanza regularmente; se solicitaba su magisterio, pero él profesaba una aversión intensa hacia la docencia. Sus producciones de tal período, si bien ya cada vez más partícipes del sello diferencial propio, todavía reflejan la influencia y estilo de sus contemporáneos Mozart y Haydn. El éxito que éstos habían alcanzado con sus oratorios, más que la noción de la sublimidad del asunto, fue, posiblemente, lo que animó a Beethoven a emprender la composición de una obra en esta forma, su “Cristo en el Monte de los Olivos”. Es bien sabido que, al cabo de los años, se arrepintió de haberla publicado. Estaba particularmente insatisfecho con el tratamiento que había concedido al papel de Cristo. Todavía no había llegado al apogeo de su talento, ni siquiera superaba la media común de su somero entorno.

Cuando Beethoven contaba unos treinta años, contrajo un catarro que comenzó a desmejorar su sentido auditivo y que, por un tratamiento negligente unido a su vida descuidada y desordenada, degeneró en sordera total a largo plazo. Este padecimiento estaba destinado a causar un impacto trascendental en su vida, y a determinar en grado sumo el carácter de toda su obra. Verse impedido en gran medida del trato social que siempre había procurado por requerimiento de su generosa naturaleza, junto con su incapacidad para oír incluso sus propias creaciones, fue el destino que le afligió hasta el final de sus días. El aislamiento y la pesadumbre producidos por su dolencia, el engaño por parte de las personas en quienes había confiado, y los extravíos del sobrino a quien había adoptado, le implicaron en todo tipo de problemas económicos que le provocaron períodos de depresión adyacentes al peor desánimo. A sus cada vez más desgracias se añadieron la hipersensibilidad, irritabilidad y desconfianza hacia casi todos aquellos con quienes se veía obligado a tratar. El deterioro general de su salud evolucionó en hidropesía. En los últimos momentos, fue operado cuatro veces sin que ello le aliviase; pero, aun atravesando tal período de pruebas, nunca dejó de componer. Hasta en su lecho de muerte esbozó una nueva sinfonía. Falleció durante una tremenda tormenta de granizo, tras haber recibido devotamente los últimos sacramentos.

Beethoven nos legó unas 135 obras; entre ellas música de cámara de todo tipo, 9 sinfonías, 1 oratorio, 1 ópera y 2 misas. La mayor parte de estas creaciones hemos de contarlas entre las más sublimes composiciones musicales que haya producido el espíritu humano. En Beethoven halla culminación la música instrumental, vehículo del subjetivismo por excelencia, tras un desarrollo gradual que se extendió durante casi tres siglos. Sus manos la transforman en la voz más poderosa del Zeitgeist al uso. Viviendo en una era y en un clima de liberalismo religioso, impregnada la literatura contemporánea de panteísmo hegeliano, especialmente la ficción y la poesía de Goethe, no se pudo sustraer a tan obnubilante influencia. Su afirmación de que “la perfección y la religión son asuntos indiscutibles” da idea tanto del espíritu de su tiempo como de su propia actitud; también explica aquella otra frase de que “la música debe arrancar fuego de la mente del hombre”.

Se ha señalado que, en la mayoría de sus obras instrumentales no menos que en su ópera “Fidelio” y en la Novena Sinfonía, la última y que se cierra con un coro final sobre la “Oda a la Alegría” de Schiller, Beethoven revela y representa la lucha interior, de triunfal victoria, contra la duda. Sus dos Misas comportan el mismo carácter subjetivo: son magnas obras de arte sacro, pero deben considerarse aparte del servicio litúrgico, al cual no se sujetan. Mientras la primera, más corta, en Do mayor, encargada por el príncipe Estherhazy, no excede en longitud y forma a los cánones de su época y contiene pasajes de excepcional piedad y belleza; considerada como un todo, resulta, no obstante, de expresión demasiado violenta y personal como para ser aceptada para su utilización litúrgica. Tal puede afirmarse todavía con más rotundidad de su “Misa Solemne” en Re mayor, sobre cuya composición trabajó durante casi dos años. Esta obra monumental fue concebida como una catedral de San Esteban sonora. Su excesiva longitud y los descomunales recursos necesarios para interpretarla adecuadamente – orquesta, órgano, solistas, cuarteto y un gran coro, junto con la resistencia casi sobrehumana que exige a la parte de sopranos y tenores – son por ellos solos razón suficiente para alejarla del servicio litúrgico. En una sala de conciertos, interpretada bajo condiciones adecuadas, resulta en una poderosa profesión de fe, elevada hacia un Dios personal por uno de los más grandes genios de todos los tiempos, impelido a componer en medio de la creciente incredulidad y la amenazadora descomposición moral y espiritual de su tiempo.


SCHINDLER y MOSCHELES, Life of Beethoven (London, 1841); WEGELER V. RIES, Biograph. Notizen über L. van Beethoven Leben u. Schaffen (Berlin, 1875); Beethovens Briefe (Vienna and Leipzig, 1911); THAYER-DEITERS-RIEMANN, Ludwig van Beethovens Leben (Leipzig, 1911); AMBOS, Cultur-histor. Bilder aus dem Musikleben der Gegenvart, Das etische u. religöse Moment in Beethoven (Leipzig, 1860). JOSEPH OTTEN Transcrito por Michael T. Barrett Dedicado a Patty Cleary y al 10:30 Choir de St. Joseph. Traducción: José Benito Freijanes Martínez.