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Jueves, 28 de marzo de 2024

La Última Cena en el Arte virreinal peruano, y su correcta interpretación

De Enciclopedia Católica

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Uno de los 12 nos indica con la mirada fija que prestemos atención (segundo de izquierda a derecha). En la celebración de la Pascua que tanto había deseado Cristo celebrar con ellos. La separación del cáliz del punto focal indica que ya se usado de él, en tanto que el momento que se presencia es el ofrecimiento y la fracción del pan. Los discípulos están atentos, la gestualidad de las manos, la fijación de ñas miradas y la inclinación de los cuerpos indica atención suma, adoración y simpatía hacia nuestro señor Jesucristo y una disposición (futura) de que todos excepto Juan beberán ese mismo cáliz del Señor. Sin embargo, hay un caliz distinto, la copa de la plenitud del pecado, que escancia y alimenta Judas, que se muestra preocupado sólo de sí mismo y de sus aptencias. A huertadillas, con sigilo de gato y con los ojos puestos en él se aproxima el demonio darle el zarpaso de muerte, que fue el comer la Sagrada Eucaristía con el corazón torcido. La frutas jugosas, muy problamente nativas, cuya sapidez conoce el espectador, remiten a las dulzuras y delicias que son para el alma el Banquete Celestial
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En mis día de universitario -en mi etapa más temprana- había una expresión que los catalogadores, decodificadores, intérpretes y peritos en asuntos artísticos de cepa marxista o marxistoide, usaban a porfía: <<el discurso disidente>>.

Cometían hasta una triple equivocación: creer que el arte religioso virreinal era "creación heroica" andina, que entrañaba y transportaba un germen de resistencia, que había una identificación colectiva con los latigazos de Cristo, en la que la ellos se subrogaban, a manera de protesta por la "esclavitud de hombre andino". O sea algo así como un taqui onqoy pictórico.

Nota distintiva del <<discurso disidente>>, en lo artístico fue la absoluta prescindencia de la emblemática, la ignorancia culpable de la doctrina de la Iglesia, la luz de la Patrística y especulación arbitraria y vanidosa.

Sobre este asunto presumieron y doctoraron muchas personas, y lo hicieron durante mucho tiempo. Luego, el progreso tecnológico, de los años 80, permitió la reproducción y la comparación masiva del arte europeo y el hispano-americano.

Bastó una superficial confrontación con la alegoría mitológica clásica, para que la antedicha fantasía crítica fuese herida de muerte. ¡Y con justa razón! Porque ese corpus de afirmaciones, viciosas en su origen, no son más que un canasto de cachivaches en el que caben tanto la fantasía homoerótica como la sublimación freudiana…

Hay dos temas al que los antropólogos le han dado vuelta como matraca el por mi negado cuy (conejillo de Indias) y el Niño Manueñito. Respecto de éste último diremos que no es sino una adaptación del modelo clásico "el niño de la espina", tal como se subordinaron a la teológica y pastoral de la Iglesia latina otros elementos mitológicos, que servían de ilustración alegórica de los Misterios de la Fe: los trabajos de Hérculos, los ojos de Argos, Mercurio, la Fama, Homo bula etc etc etc.

No puede ser un cuy por varios motivos: el primero y más importante, porque sería un elemento disturbador de la finalidad pedagógica, que era modélica; es decir, no se dejaba al arbitrio o capricho del artista; en segundo lugar porque la censura inquisitorial las hubiese destruido; y en tercer lugar por iconografía universal comparada. Es un corderito.