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Martes, 19 de marzo de 2024

Estados Papales

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Estados pontificios, Estados de la Iglesia (italiano Lo Stato della Chiese)

Consisten en el territorio civil que por más de 1000 años (754-1870) reconocían al papa como señor temporal. La expresión "Patrimonium Sancti Petri" designaba originalmente las posesiones de tierra y sus distintos beneficios que pertenecían a la iglesia de S. Pedro de Roma. Hasta mediado el siglo octavo consistiría totalmente en la propiedad privada, pero el término se aplico a los estados de la Iglesia y más particularmente al ducado de Roma. Nuestro tema puede ser tratado convenientemente bajo los siguientes títulos: I. Patrimonio de San Pedro (origen de de los estados de la Iglesia en tiempo de Carlomagno) e II: Historia de los Estados de la Iglesia.


PATRIMONIO DE SAN PEDRO.

Posesiones patrimoniales de la Iglesia de Roma

El origen de los estados de la Iglesia es de Tiempos de Carlomagno
La ley de Constantino el Grande (321) por la que la Iglesia Cristiana fue declarada capaz de tener y transmitir propiedad dio la primera base legal a las posesiones de la iglesia de Roma.

Posteriormente las propiedades aumentaron rápidamente por donaciones. El mismo Constantino dio ejemplo, donando probablemente el Palacio Laterano. Los dones de Constantino formaron el núcleo histórico que la Leyenda de Silvestre más tarde rodeó con esa red de mitos que dio origen al documento falso conocido como Donación de Constantino.

La ley de Constantino el Grande (321) por la que la Iglesia Cristiana fue declarada capaz de tener y transmitir propiedad dio la primera base legal a las posesiones de la iglesia de Roma.
El ejemplo de Constantino fue seguido por las familias pudientes de la nobleza romana, cuyo recuerdo sobrevivió frecuentemente aún después de que las familias habían desaparecido, en los nombres de la propiedades que habían ofrecido a la sede de Roma.
Estas posesiones de tierras, distribuidas y variadas, hacían del papa el mayor propietario de Italia, lo que obligaba a los otros gobernantes italianos por pura necesidad a tratar con él y por otra parte él era el primero en sentir los problemas políticos y económicos que acuciaban al país.
La donación de grandes propiedades cesó hacia el año 600. Los emperadores bizantinos posteriores fueron menos liberales en sus regalos. De igual manera, las guerras con los lombardos tuvieron un efecto desfavorable ya que quedaron pocas familias en situación de donar grandes propiedades.
Bautisterio de la Catedral de Rávena
Aparte de un cierto número de propiedades repartidas por Oriente, Dalmacia, Galia y África, los patrimonios estaban situados principalmente en Italia y en las islas adyacentes. Las posesiones más valiosas y extensas eran las de Sicilia, alrededor de Siracusa y Palermo. Los beneficios de las propiedades de Sicilia y la Baja Italia en el siglo octavo, cuando León Isaúrico las confiscó, se estimaban en tres talentos y medio de oro.
Casiodoro, como prœfectus prœtorio bajo los ostrogodos dejó en manos del papa Juan II el cuidado de los asuntos temporales
Pero los patrimonios en las cercanías de Roma eran los más numerosos y cuando los más lejanos se perdieron en el siglo octavo, se administraron con cuidado especial. De otros patrimonios se puede mencionar el napolitano con la isla de Capri, el de Gaeta, la Toscana, el Patrimonium Tiburtinum cerca de Tivoli, fincas cerca de Rávena y Génova y ,por fin, en Istria, Cerdeña y Córcega.
Cuando el emperador Justiniano emitió la Pragmática Sanción (554), el papa, junto con el senado, fue el encargado de las medidas y pesos. Así, durante dos siglos los papas fueron los más leales apoyos del gobierno bizantino contra los lombardos y se convirtieron en indispensables al desaparecer el Senado en el 603 al mismo tiempo que ejercían como tribunales de justicia de la población romana, en defensa y protección ante las extorsiones de los funcionarios y oficiales bizantinos
Estas posesiones de tierras, distribuidas y variadas, hacían del papa el mayor propietario de Italia, lo que obligaba a los otros gobernantes italianos por pura necesidad a tratar con él y por otra parte él era el primero en sentir los problemas políticos y económicos que acuciaban al país.
Esteban II.jpg
Se puede conseguir una perspectiva de los problemas que requerían la atención del papa en la administración de su patrimonio en las cartas de Gregorio el Grande (Mon. Germ. Epist., I).
San Gregorio I detto Magno B.jpg
Papa Gregorio Magno]]
Sede pontificia en Aviñón
Los beneficios de las propiedades se empleaban no solo en propósitos administrativos para la construcción y mantenimiento de los edificios de las iglesias, el equipamiento de los conventos, la corte papal y el sostenimiento del clero, sino en gran manera para las necesidades públicas y privadas.
En tiempos de Urbano VIII estaba a merced de Francia
Casas de pobres, hospitales, orfanatos, hospicios para los peregrinos se mantenían con los beneficios de los patrimonios, muchos individuos eran ayudados directa o indirectamente y se compraba la libertad de los esclavos propiedad de los judíos o paganos. Y, sobre todo, los papas libraron a los emperadores de la reponsabilidad de proporcionar comida a Roma y más tarde defenderla de los Lombardos, una empresa que conllevaba muchas responsabilidades financieras.
Felipe el Hermoso mostró un manifiesto desprecio por el Papa Urbano VIII
Así el papa se convirtió en el campeón de todos los oprimidos, el campeón político de todos los que no querían someterse a la dominación extranjera, que no querían convertirse en lombardos o bizantinos, prefiriendo permanecer romanos.

Posición política del papado

Bajo Alejandro VI los Estados pontificios se desintegraron en una serie de estados en manos de los familiares de los Borgia. César Borgia, a quien admiraba Maquiavelo intentaba intensamente desde su ducado de la Romaña, transformar los Estados pontificios en un reino de Italia central.
Esta postura política del papado se convirtió en muy prominente con el tiempo, cuando Roma, después de trasladar la residencia imperial al Oriente, dejó de ser la sede de puestos políticos importantes. Hasta después de la partición del imperio, los emperadores occidentales prefirieron hacer de Rávena su residencia por estar mucho mejor defendida. Allí estaba el centro del poder y del gobierno ostrogodo y aquí también residía el exarca, virrey del emperador bizantino en Italia, tras la caída de los ostrogodos. En Roma el papa aparece cada vez con más frecuencia como el abogado de la población menesterosa. Así, León I intercede ante Atila y Genserico y Gelasio ante Teodorico.
La Asamblea Nacional anexó a Francia Aviñón y Venaissin
Casiodoro, como prœfectus prœtorio bajo los ostrogodos dejó en manos del papa Juan II el cuidado de los asuntos temporales. Cuando el emperador Justiniano emitió la Pragmática Sanción (554), el papa, junto con el senado, fue el encargado de las medidas y pesos. Así, durante dos siglos los papas fueron los más leales apoyos del gobierno bizantino contra los lombardos y se convirtieron en indispensables al desaparecer el Senado en el 603 al mismo tiempo que ejercían como tribunales de justicia de la población romana, en defensa y protección ante las extorsiones de los funcionarios y oficiales bizantinos. No es de extrañar, pues, que el papado fuera tan popular en Italia central y no había causa que la población nativa, que ya comenzaba a organizarse en unidades militares, defendiera con más entusiasmo que la libertad e independencia de la sede romana. Y además tomaban parte, como cuerpo separado, en la elección papal.
El tirano Bonaparte obligó al Papa Pío VI a ceder las delegaciones de Ferrara, Bolonia, Romaña a la República Cisalpina. En febrero de 1798, el general Berthier, enviado a Roma por Napoleón formó con el resto de los Estados Pontificios la Republica Romana.
Cuando los emperadores bizantinos, infectados de tendencias cesaropapistas intentaron destruir al papado, encontraron en las milicias romanas una oposición tan fuerte que nada pudieron hacer.
La gente no estaba satisfecha con las antiguas condiciones que había restablecido el Congreso de Viena. Lamentaban la división de Italia en varios estados, sin lazos de unión entre ellos y sobre todo por el hecho de que estaban gobernados por extranjeros.
El particularismo de Italia surgió y se concentró alrededor del papa. Cuando, en 692, el emperador Justiniano II intento llevar a la fuerza al papa Sergio II (como antes había hecho con el infortunado Martín I) a Constantinopla para hacerle ratificar los cánones del concilio Trullado convocado por el emperador, la milicia de Rávena y del ducado de Pentápolis se unieron para marchar sobre Roma obligando a huir al plenipotenciario del emperador.Tales casos se volvieron a repetir y adquirieron importancia como indicadores del sentimiento popular hacia el papa. Cuando el papa Constantino, el último papa que fue a Constantinopla (710) rechazó la confesión de fe del nuevo emperador, Bardanas, los romanos protestaron y rehusaron reconocer al emperador y al dux (gobernador militar) enviado por él y hasta que no supieron que el herético emperador había sido remplazado por otro con la verdadera fe, no permitieron al dux ejercer sus funciones.
Cuando el nuevo papa Gregorio XVI pidió la ayuda de Austria, Metternich estaba dispuesto a intervenir sin tardanza. Restauraron la paz en los Estados Pontificios así como en Módena y parma.
Esto sucedía en el 713. Dos años después la sede papal, que había sido ocupada por siete papas orientales fue ocupada por un romano, Gregorio II, destinado a oponerse a León III el Isáurico, en el conflicto iconoclasta.
Metternich
Estaba ya maduro el tiempo para que Roma abandonara Oriente y se volviera hacia occidente y entrase en la alianza con las naciones germano-románicas en la que se basó la civilización occidental, una de cuyas consecuencias fue la formación de los Estados de la iglesia. Hubiera sido fácil para los papas deshacerse del yugo bizantino ya en tiempos de los iconoclastas. Si se resistieron fue porque reconocían correctamente que tal intento hubiera sido prematuro. Previeron que el fin de la supremacía bizantina y el principio del poder de los lombardos hubiera coincidido y era necesario antes establecer el hecho de que los bizantinos no podían proteger ya al papa y a los romanos contra los lombardos y a continuación hallar un poder que pudiera defenderlos.
José Mazzini
Ambas condiciones se dieron a mediados del siglo octavo.

Colapso del poder bizantino en Italia Central

Pio IX
La extraña forma que los Estados pontificios estaban destinados a asumir desde el principio se explica por el hecho de que eran los distritos en los que la población de Italia central se había defendido hasta el final contra los lombardos.
Pio IX vivió como prisionero del Vaticano hasta su muerte
Los dos principales distritos eran Rávena, el exarcado, con el exarca como núcleo de la oposición y el ducado de Roma que abarcaba las tierras de la Toscana romana al norte del Tíber y el sur de la Campaña hasta Garigliano, donde el papa era el alma de la resistencia. Más aún, se realizaron grandes esfuerzos , mientras fue posible, para mantener el control de esos distritos y con ellos las comunicaciones por los Apeninos. De ahí la importancia estratégica de la Pentápolis (Rimini, Pesaro, Fano, Sinigaglia, Ancona) y Perugia. Si se rompía esta comunicación estratégica, ni Rávena ni Roma podrían mantenerse individualmente durante mucho tiempo. Los Lombardos lo sabían.
Rey Víctor Manuel II
Esa misma estrecha porción de tierra de hecho rompía la conexión entre sus ducados de Spoleto y Benevento y la parte mayor de los territorios del rey en el norte y por ello desde al segunda década del siglo octavo dirigieron sus ataques contra ella con energía creciente. Al principio los papas fueron capaces de recuperar lo que les había arrebatado en 728 el rey lombardo Luitprando, como el castillo de Sutri que dominaba desde Nepi el camino hacia Perugia. Pero suavizado Luitprando por los ruegos de Gregorio II, devolvió Sutri como un “regalo a los santos apóstoles Pedro y Pablo”. Esta expresión del Liber Pontificalis se interpretó erróneamente como si este regalo fuera el principio de los Estados de la iglesia.
Monedas de los Estados Pontificios
Esto era incorrecto puesto que los papas seguían reconociendo el gobierno imperial y los funcionarios griegos aún aparecían en Roma algún tiempo después.
MOnedas de plata de los Estados Pontificios
La política exterior de Napoleón tercero obligó a Francia a retirar de Italia el ejército que sostenía el poder temporal y el papa
Es cierto, sin embargo que aquí se halla la asociación de ideas sobre las que se iban a construir los estados pontificios.
Zuavo pontificio
El papa pidió a los Lombardos la devolución de Sutri en nombre del Príncipe de los Apóstoles y amenazó con castigos por parte de los santos protectores. El piadoso Luitprando era sensible a tales ruegos pero no a consideración alguna hacia los griegos. Por ello entregó Sutri a Pedro y Pablo, para no exponerse a su castigo.
Sello postal de los estados pontificios
Lo que el papa hiciera con ella, le daba lo mismo. La creencia de que el territorio romano (al principio en un sentido más restringido y después en un sentido más amplio) estaba defendido por los Príncipes de los Apóstoles se fue afirmando cada vez más.
Ela asalto a Roma comenzó por Porta Pía
Conde Cavour
En el año 738 el duque lombardo Trasamundo de Espoleto capturó el castillo de Gallese, que protegía el camino hacia Perugia, al norte de Nepi. Gregorio III, pagándole una gran suma, le indujo a devolverle a él dicho castillo y logró por una alianza que el duque Trasamundo le protegiera contra Luitprando. Pero éste conquistó Espoleto, sitió Roma, asoló el ducado de Roma y se apoderó de cuatro importantes fortalezas fronterizas (Blera, Orte, Bomarzo y Amelia), cortando las comunicaciones con Perugia y Rávena.
José Garibaldi
En esta situación el papa se volvió por primera vez (739) hacia el poderoso reino franco, bajo cuya protección Bonifacio había empezado las exitosas labores misioneras en Alemania. Envió embajadas a Carlos Martel “el poderoso mayordomo de palacio” de la monarquía franca, comandante de los francos en la famosa batalla de Tours, con el consentimiento del dux griego, pidiéndole que protegiera la tumba de los Apóstoles.
Caricatura de la época que presenta a Garibaldi, como lacayo de Víctor Manuel II, a quien calza con la "bota" italiana
Carlos Martel contestó a la embajada y agradeció los regalos, peo no quiso oponerse a los Lombardos que le estaban ayudando contra los sarracenos. Entonces Zacarías, sucesor de Gregorio II, y último griego que ocupó la sede apostólica, cambió la política seguida hacia los Lombardos. Zacarías realizó una visita personal al campamento del rey en Terni y se alió con Luitprando contra Trasamundo, recibiendo (741) los cuatro castillos en devolución. Luitprando devolvió algunas propiedades tomadas por los Lombardos y concluyó una paz de veinte años con el papa. El ducado lograba así un respiro de los ataques de los lombardos, que cayeron sobre Rávena que ya habían poseído desde 731 al 735.
Benito Mussolini puso fin a la "cuestión romana"
El exarca no tuvo más remedio que buscar la ayuda del papa. De hecho Luitprando se dejó convencer por Zacarías y devolvió la mayor parte de lo conquistado. De hecho tuvo importancia que estos distritos debieran su rescate al papa. Sólo un poco tiempo después de la muerte de Luitprando (744) Zacarías logró posponer una vez más la catástrofe. Cuando Rachis, el rey lombardo, sitiaba Perugia (749) Zacarías le insistió tanto que logró que el rey levantara el cerco. Pero debido a ello, Rachis fue depuesto y su sucesor Astulfo enseguida demostró con sus actos que no se detendría ante nada.
Pío XI fue el últimos de los papas prisioneros del Vaticano
En 751 Astulfo conquistó Rávena y decidió así el destino del exarcado y la Pentápolis, cantado desde hacía tiempo. Y cuando Astulfo que tenía bajo su poder Espoleto, dirigió todo su poder contra el ducado de Roma, parecía que había llegado su fin. Bizancio no podía enviar tropas, el emperador Constantino V Coprónimo, en respuesta a las reiteradas peticiones de ayuda del nuevo papa Esteban II, solo pudo ofrecerle el consejo de que obrara según la antigua política de Bizancio, lanzar alguna tribu germánica contra los lombardos.
Firma del tratado de Letrán
Sólo los francos era lo suficientemente poderosos para obligar a los Lombardos a mantener la paz y sólo ellos tenían una estrecha relación con el papa. Es cierto que Carlos Martel no había respondido en una primera ocasión a los peticiones de Gregorio III, pero mientras tanto las relaciones de los francos con el papa se habían profundizado. El papa Zacarías había hablado recientemente en ocasión de la sucesión de Pipino de manera que se habían terminado las dudas a favor del mayordomo de palacio carolingio. Era razonable, por consiguiente, esperar agradecimiento cuando Roma estaba corría peligro por parte de Astolfo.
La vía de la conciliación fue idea de Benito Mussolini, para recordar la creación del Estado Vaticano
Por ello Esteban II envió en secreto por medio de peregrinos, una carta a Pipino, solicitando su ayuda contra Astolfo, y pidiendo una reunión con él. Pipino envió al abad Droctegang de Jumièges a hablar con el papa y poco después mandó al duque Autchar y al obispo Chrodengang de Metz para que llevaran al papa al reino franco. Ningún papa había cruzado antes los Alpes. Mientras el papa se preparaba para el viaje, llegó un mensaje de Constantinopla, ordenando al papa que volviera a negociar con Astolfo para persuadirle de que devolviera sus conquistas.
El cardenal Pietro Gasparri y Mussolini firmando el tratado
El papa Esteban tomó consigo al mensajero imperial y a varios dignatarios del al iglesia romana, así como a miembros de la aristocracia y de la milicia de Roma y se dirigió en primer lugar a Astolfo. En 753 el papa dejó Roma y se encontró en Pavía con Astolfo, que se negó a negociar y a devolver sus conquistas. Apenas logró el papa que le dejara proseguir el viaje a tierras de los Francos.

Intervención de los francos. Formación de los Estados Pontificios

Fotografía oficial en la que se aprecia al Cardenal Gasparri y a Mussolini, que viste uniforme diplomático
El Papa cruzó el Gran San Bernardo. Pipino le recibió en Ponthion y le prometió de palabra hacer todo lo que pudiera para recobrar el exarcado de Rávena y otros distritos tomados por Astolfo. El Papa fue a St. Denis, cerca de París donde firmó una alianza de amistad con el primer rey carolingio, probablemente en enero de 754. Ungió a Pipino como rey, a su esposa e hijos y obligó a los francos bajo pena de excomunión a elegir en adelante al rey de la familia carolingia únicamente. Al mismo tiempo otorgó a Pipino y a sus hijos el título de “Patricio de los romanos”,
Un obispo anuncia al pueblo, que esperaba en las puertas del Palacio de Letrán, el feliz sueceso
título que habían llevado los más altos funcionarios bizantinos en Italia, los exarcas. Los Francos serían ahora los protectores de Roma, en vez de los griegos. Al conferir este título, el papa obraba, probablemente, de acuerdo con la autoridad que le había conferido el emperador bizantino.
Cardenal Gasparri
Para cumplir los deseos del Papa, Pipino logró el consentimiento de los nobles para una campaña en Italia. Era una situación imperativa cuando varias embajadas enviadlas al rey Lombardo no consiguieron por medios pacíficos que devolviera las conquistas. En Quiercy sobre el Oise los nobles francos dieron su consentimiento.
Vaticano.jpg
Allí mismo Pipino prometió por escrito dar a la Iglesias ciertos territorios, lo que es el primer testimonio documentado de los Estados de la iglesia, aunque este documento, ciertamente, no se ha conservado en la versión primitiva. Hay una serie de citas, hechas durante las décadas siguientes, indicando su contenido y es muy probable que fuera la fuente del muy interpolado "Fragmentum Fantuzzianum", que data, probablemente de 778-80. En el documento original de Quiercy, Pipino prometía al papa la devolución de las tierras de Italia Central que habían sido conquistadas por Astolfo , especialmente en el Exarcado y en el ducado romano y un cierto número más o menos claramente definido de patrimonios en el reino Lombardo en los ducados de Espoleto y Benevento. Las tierras aún no estaban en manos de Pipino, habían de ser conquistadas y el regalo estaba condicionado a este evento.

En el verano de 754 Pipino con su ejército, acompañado por el papa, comenzó la marcha hacia Italia, forzando a Astolfo, que se había encerrado en su capital, a pedir la paz. El lombardo prometió devolver las ciudades del Exarcado y la Pentápolisque había conquistado, no volver a atacar o evacuar el ducado de Roma y los distritos de Venecia e Istria, y reconocer la soberanía de los Francos.

Para las ciudades del Exarcado y de la Pentápolis Pipino realizó para el papa un acto separado: la “Donación de 754”.

Apenas había Pipino vuelto a cruzar los Alpes cuando Astolfo no sólo no preparó al devolución de las ciudades sino que marchó contra Roma que hubo de soportar un sitio muy severo. El papa envió un mensajero por mar reclamando a Pipino que cumpliera de nuevo su promesa de lealtad. En 756 Pipino salió con un ejército contra Astolfo y de nuevo lo acorraló en Pavía. El lombardo volvió a prometer que devolvería al papa las ciudades añadiendo Commachio en la desembocadura del Po. Pero esta vez no se consideró suficiente la mera promesa. Mensajeros de Pipino visitaron las diversas ciudades del exarcado y la pentápolis, exigieron y recibieron las llaves de todas ellas y se llevaron a los más altos magistrados y a los más distinguidos magnates a Roma. Pipino realizó otro acto de donación de las ciudades que se rendían al papa y que junto con las llaves de las ciudades fueron depositadas en la tumba de S. Pedro (Segunda Donación de 756).

El gobierno bizantino, naturalmente, no aprobó el resultado de la intervención de los Francos. Habían esperado conseguir, aprovechando la intervención franca, las posesiones y distritos que le habían sido arrebatados por los Lombardos. Pero Pipino se levantó en armas para no para someterse al emperador bizantino, sino solamente a S. Pedro de quien esperaba conseguir la felicidad terrena y la salvación eterna.

De la misma forma que los reyes fundaban monasterios y los dotaban con propiedades y tierras para que se ofrecieran oraciones por ellos, Pipino quiso proveer al papa con territorios temporales para asegurarse de las oraciones del papa. Así pues, contestó a los embajadores bizantinos que se presentaron antes de la expedición de 756 para pedirle que devolviera al emperador las ciudades que se conquistaran a los Lombardos, que él había emprendido la expedición por S. Pedro solo y no por el emperador y que sólo devolvería las ciudades a S. Pedro. Así fundó Pipino los Estado Pontificios. Los griegos tenían sin duda el derecho formal de la soberanía pero como no habían cumplido con la obligación de protegerlos de sus enemigos extranjeros, sus derechos se habían convertido en ilusorios.

Si no hubieran interferido los Francos, el territorio hubiera pertenecido a los Lombardos por derecho de conquista. Con su intervención, Pipino impidió que Roma y la población nativa cayera en manos de conquistadores extranjeros. Los Estados de la Iglesia son en cierta manera el único resto del imperio romano de Occidente que se libró de los conquistadores extranjeros. La población romana reconoció agradecida que habían escapado del yugo de los Lombardos gracias a la mediación del papa, y que Pipino sólo intervino a favor del papa. Los resultados eran importantes:

  • Principalmente porque los Papas, gracias a la soberanía temporal recibían al garantía de su independencia, liberados de las cadenas del poder temporal obtuvieron la libertad de interferencias que es necesaria para llevar a cabo sus alta misión.
  • Porque el papado se liberó de los lazos políticos que le unían a oriente y comenzó unas relaciones con el occidente que hicieron posible el desarrollo de la civilización occidental. Esta iba a ser sobresalir especialmente bajo el hijo de Pipino, Carlomagno.

Con Carlomagno las relaciones con los Lombardos pronto se tensaron. Adriano I se quejó de que el rey lombardo Desiderio había invadido los territorios de la Iglesia y le recordó a Carlomagno de la promesa hecha en Quiercy. Puesto que Desiderio además representaba la quejas de los sobrinos de Carlomagno, ponía en peligro la unidad del reino franco y sus propios intereses aconsejaron a Carlomagno oponerse a Desiderio. En otoño de 773 Carlomagno entró en Italia y cercó a Desiderio en Pavía. Mientras se producía el asedio, Carlomagno fue a Roma en Pascua de Resurrección de 774 y a petición del papa renovó las promesas de Quiercy. Desiderio tuvo que capitular y Carlomagno se declaró rey de los lombardos en su lugar.

La actitud de Carlomagno respecto a los Estados Pontificios sufrió un cambio. Con el título de rey de los lombardos también tomó el de “Patricius Romanorum” que su padre nunca había usado y asignó a este título derechos que Pipino nunca le había atribuido. Más aún, surgieron diferencias de opinión entre Adriano y Carlomagno sobre las obligaciones que habían asumido Pipino y Carlomagno en el documento de Quiercy. Adriano pensaba que para Carlomagno debía significar un concepto de la “respublica romana” de manera que debía ceder no solo las conquistas de Astulfo en el Exarcado y en la Pentápolis sino también las conquistas anteriores de los lombardos en Italia central, como Espoleto y Benevento. Carlomagno no estaba de acuerdo con tal interpretación del documento. Como ambos querían llegar a u acuerdo se llegó a un compromiso en 781. Carlomagno reconocía la soberanía de Adriano en el ducado de Roma y en los Estados Pontificios fundados en las donaciones de Pipino de 754-56. Un nuevo documento fue redactado en el que se enumeraban todos los distritos en los que el papa era conocido como gobernante. El ducado de Roma (que no se mencionaba en documentos anteriores) encabeza la lista seguido por el Exarcado y la Pentápolis, aumentados por las ciudades que desiderio había acordado rendir al principio de su reinado (Imola, Bolonia, Faenza, ferrara, Ancona, Osimo y Umana). Los demás patrimonios se especificaban en varios grupos: la Sabina, los distritos de Espoleto y Benevento, Calabria, Toscana y Córcega. Carlomagno, como “Patricius” quería ser considerado como la corte suprema de apelación en los casos criminales de los Estados de la Iglesia. Por otra parte prometió libertad en la elección del papa y renovó la alianza de amistad que se había pactado previamente entre Pipino y Esteban II. Los acuerdos entre Carlomagno y Adriano permanecieron firmes. En 787 Carlomagno aumentó aún más los Estados de la Iglesia con nuevas donaciones: Capua y otras ciudades fronterizas del ducado de Benevento, además de varias ciudades en Lombardía, Toscana, Populonia, Roselle, Sovana, Toscanella, Viterbo, Bagnorea, Orvieto, Ferento, Orchia, Marta, y por fin Città di Castello, parece que se añadieron en este momento.

Pero todo esto se basa en deducciones complejas ya que no nos ha llegado documento alguno de tiempos de Carlomagno o de Pipino. Adriano demostró en estas negociaciones ser un buen político y se le coloca con justicia junto a Esteban II como segundo fundador de los Estados Pontificios. Los acuerdos con Carlomagno permanecieron como autoridad para las relaciones de los papas posteriores con los carolingios y con los emperadores alemanes. Estas realizaciones se expresaron con brillantez exteriormente con la coronación de Carlomagno como emperador en el año 800.


ESTADOS DE LA IGLESIA

Período de los Emperadores Carolingios

Los Estados pontificios fundados por los carolingios eran la seguridad de la amistosa alianza entre el papado y el imperio que dominaron los tiempos medievales. Pero esta amistosa alianza era además una condición necesaria para la existencia de los Estados Pontificios. Sin la protección del gran poder que estaba más allá de los Alpes, los Estados de la Iglesia no se habrían mantenido. Los peores peligros que les amenazaban no venían de los enemigos extranjeros sino de las facciones de la nobleza de la ciudad de Roma, siempre metidas en luchas para controlar el poder espiritual y temporal que rodeaba al papado. La degradación del papado alcanzó su punto más bajo cuando ya no pudo obtener protección del imperio contra el deseo de poder de las facciones de la nobleza romana o de las familias patricias de la vecindad. Este deseo de poder se manifestó principalmente en la elección del nuevo papa. Por ello, los emperadores cuando asumían la responsabilidad de defender los Estados Pontificios, también garantizaban la elección canónica y los papas ponían mucho interés en conseguir que esta obligación se renovase por cada nuevo emperador, confirmando los antiguos pactos. El más antiguo de estos documentos que se ha preservado es el "Hludovicianum" o Pactum de Luis el Piadoso (Ludovico Pío), i.e., el instrumento ejecutado por este monarca para Pascual I en 817. Con el sucesor de Pascual, Eugenio II, se renovó la alianza por orden de Ludovico Pio en 824, por su hijo mayor y colega en el imperio Lotario I. El papa, que dependía de la protección del emperador concedió a éste nuevos derechos que marcan el cenit de la influencia imperial bajo los carolingios. El emperador recibió el derecho de supervisar el gobierno y administración de la justicia en Roma por medio de enviados permanentes y ningún papa nuevo había de ser consagrado hasta que hubiera, junto con los romanos, hubiera pronunciado el juramento de alianza con el emperador en presencia de los enviados imperiales.

De esta manera el imperio recibió en la “Constitución de Lotario” una influencia indirecta sobre la elección del papa y la supervisión del gobierno papal en los Estados Pontificios. Sin embargo, los carolingios estuvieron pronto tan ocupados en sus luchas dinásticas que no tuvieron tiempo para Roma. León IV había tomado medidas, junto con algunas ciudades portuarias de Italia, para la defensa de Roma contra los Sarracenos. Los soldados, que llevaban su bendición, ganaron una brillante victoria en Ostia en 849. Como la rivera derecha del Tíber con su basílica de S. Pedro estaba expuesta al pillaje de los sarracenos, León la fortificó con una muralla (848-52), y en su honor esta parte de la ciudad protegida así se llamó Civitas Leonina.

En 850 León coronó al hijo de Lotario, Luis II, como emperador. Aunque éste se opuso valientemente a los sarracenos en la Italia Baja, su poder ya no era como el de Carlomagno, ya que se extendía solo a Italia. Para el papa, entonces Nicolás II, la regencia de Luis II fue a veces un peligro más que una protección. Su representante, el duque Lamberto de Espoleto, bajo el pretexto de supervisar la elección del papa, invadió Roma en 867 y la trató como territorio conquistado. Esto fue el periodo del miserable período que siguió a la muerte de Luis (875), cuando Roma y el papa estuvieron a la merced de los señores feudales vecinos que habían llegado a Italia con los carolingios y aunque ahora peleaban contra los carolingios de más allá de los Alpes, después luchaban entre ellos por la manzana de la discordia, la corona imperial.

En vano esperó el hábil Juan VIII la ayuda y protección del rey de los Francos occidentales, Carlos el Calvo, que había sido coronado emperador en 875. Es cierto que Carlos renovó las viejas cartas relativas a la protección y donaciones e incrementó el dominio de los Estados Pontificios con nuevas donaciones (Spoleto y Benevento); también renunció a la exigencia de tener legados presentes en la consagración del papa así como a la asignación a esos enviados de la administración de la justicia. Pero, más allá de estas donaciones sobre el papal, no hizo nada. Juan VIII, a la cabeza de su flota en cabo Circeo (877) hubo de defenderse sin ayuda contra los sarracenos.

Huyendo de los duques Lamberto de Espoleto y Adalberto de Toscana, que se comportaban como representantes del poder imperial, fue a Francia implorando en vano la ayuda de los carolingios. El Franco del este, Carlos el Gordo, que había recibido la corona imperial de Juan VIII en 881 tampoco hizo nada y Arnulfo, coronado emperador en 896 se vio obligado por una enfermedad a suspender cualquier intervención. El indefenso papa hubo de sufrir severamente por haberle ordenado que se presentara ante él. El papa Esteban V había cedido (891) a las exigencias del duque Guido de Espoleto y le concedió la corona imperial. El sucesor de Esteban, el papa Formoso, también había sido obligado a entregar la corona al hij0 de Guido, Lamberto, como asociado con su padre en el imperio (892). Por ello incurrió en la ira de lamberto cuando llamó después a Arnulfo a Roma y le coronó emperador. Cuando Lamberto, tras la muerte de Formoso, entró en Roma en 897 se vengó horriblemente con el cuerpo del papa Formoso, por medio del Esteban VI.

El papado estaba ahora a la merced de las facciones de la nobleza que luchaban unas contra otras. Benedicto IV coronó a Luis, rey de la Baja Borgoña, como emperador en 901. Había sido llamado por los nobles italianos. En 915 Juan X coronó al oponente de Luis, el marques Berengario de Friuli, que fue el último en recibir la corona imperial antes de la fundación del Imperio Romano de la Nación Alemana.

En Roma la familia de los últimos condes de Tusculum habían conseguido ser los más influyentes. Decían descender del senador y dux Teofilacto, y cuyo poder fue representado durante un tiempo por la esposa de Teofilacto, Teodora (llamada Senatrix o Vesteratrix), su hija Marozia y Teodora la Joven. El papado también cayó bajo el poder de esas mujeres.

Juan X, que había sido elevado al papado por Teodora la Mayor, junto con Alberico, marido de Marozia, derrotaron a los sarracenos en Gangliano (916). Alberico se llamó en adelante cónsul de los romanos. Después de su muerte, Marozia heredó el rango y al caer ella, a su hijo Alberico. Marozia hizo que depusieran a Juan X y colocó en la silla de S. Pedro, como Juan XI, al hijo que tuvo con su primer marido; Juan IX estuvo completamente dominado por su madre. Cuando el hijo de Marozia, Alberico II, puso fin al despótico gobierno de su madre (932), los romanos le proclamaron su señor y dueño, le dieron el poder temporal y restringieron la autoridad papal a los asuntos espirituales. Alberico, que tenía un palacio en el Aventino negó al rey alemán Otón I el permiso para entrar a Roma, cuando apareció en el norte de Italia en 951, pero la segunda vez que Otón llegó a Italia las condiciones habían cambiado.

Desde la coronación de Otón II como emperador hasta el final de la dinastía Hohenstaufen

Alberico II murió en 954. Por la promesa que le habían hecho los romanos, eligieron como papa en 955 con el nombre de Juan XII a su hijo de diecisieta años, Octaviano, que le había sucedido en el poder temporal, uniendo así tanto el poder temporal como el espiritual, pero solo en el territorio sometido a Alberico – es decir, sustancialmente el viejo ducado de Roma, o el “Patrimonium Petri. La pentápolis y el exarcado estaban en otras manos, cayendo por entonces bajo el rey Berengario de Ivrea. Juan XII recurrió a Otón I buscando protección contra Berengario de Ivrea. Otón fue el 2 de febrero de 962 y recibió la corona imperial. El 13 de febrero redactó la carta (que aún existe en una copia de caligrafía contemporánea, en los Archivos Vaticanos) en la que renovaba los bien conocidos pactos de su predecesor, aumentaba las donaciones añadiendo algunas nuevas y se aseguraba de que se realizaban canónicamente las elecciones de los papas: el papa no debía ser consagrado hasta que los enviados imperiales se habían asegurado de que la elección era legal y habían obtenido del papa el una promesa jurada de alianza (cf. Th. Sickel, "Das Privilegium Ottos I für die romische Kirche", Innsbruck, 1883).

La condición necesaria para la cooperación entre el papa y el emperador era la oposición común a Berengario. Esto se anuló cuando Juan XII, que no sin razón temía el poder de Otón, entró en negociaciones secretas con Berengario. Entonces volvió Otón a Roma, de la que el papa huyó, y exigió a los romanos un juramento de que nunca volverían a elegir un papa sin el consentimiento expreso y la sanción del emperador. El papado fue declarado súbdito del emperador, lo que se vio claramente cuando en un sínodo presidido por Otón , depuso al papa, pero León VIII que fue elegido de acuerdo con los deseo de Otón, fue incapaz de permanecer en Roma si no estaba Otón. Los romanos, después de la muerte de Juan XII, eligieron a Benedicto V, al que el emperador mandó al exilio en Hamburgo.

A Juan XII le esperaban otras aflicciones a quien habían elevado al papado en buena armonía en 966 los romanos y Otón. Juan necesitaba la protección del emperador contra los nobles rebeldes, por lo que Otón nombró un prefecto de Roma con feudatario suyo. En agradecimiento el papa coronó al hijo de Otón I (Otón II) con la corona imperial al año siguiente (967) y después le casó con la princesa griega Teofano.

Otón II tuvo que ofreces esta vez la misma protección a los papas de su tiempo. El sucesor de Juan XIII, Benedicto VI, fue encarcelado y asesinado en el castillo de Sant ´Angelo por nobles hostiles. El franco que habían elegido en su lugar, (Bonifacio VII) tuvo que huir a Constantinopla, pero a pesar de todo, la posición de Benedicto VII elevado al papado con el consentimiento de Otón II, era insegura hasta que Otón llego a Roma en 980 donde murió (983), tras ser derrotado cerca de Capo Colonne, y fue enterrado en S. Pedro. Bonifacio VII que regresó de Constantinopla, había desplazado a Juan XIV, sucesor de Benedicto VII, durante la minoridad del hijo de Otón, y le dejó morir de hambre en Sant´Angelo. Y junto a Juan XV, papa después de la caída de Bonifacio VII, el dux Crescencio, con el titulo usurpado de Patricio, gobernó Roma de manera que parecía que habían vuelto los tiempos de Alberico.

Juan V deseaba intensamente la llegada del ejército alemán, que apareció en 996 bajo el mando de Otón III – de dieciséis años. Como Juan había muerto antes de que Otón entrara en Roma, los romanos propusieron al rey alemán que propusiera un candidato y, con el consejo de los príncipes propuso a su primo el joven Bruno, que fue entonces elegido en Roma y tomó el nombre de Gregorio V (996-99). Crescencio, sitiado en Sant´Angelo, fue decapitado. Gregorio V que coronó emperador a Otón III, fue el primer papa alemán. Su sucesor y primer papa francés, el sabio Silvestre II, también fue designado por Otón, que quiso poner su residencia permanente cerca de él, en el Aventino, de manera que pudiera gobernar el occidente como habían hecho los emperadores romanos. Se decidió seguir la vieja ley romana y el ceremonial según el protocolo bizantino, pero nada concreto resultó. Sólo unos años después, en1002, el joven y visionario emperador, desilusionado amargamente, murió en su campamento a las afueras de Roma que se había levantado contra él. Y cuando Silvestre II murió en 1003, Juan Crescencio, hijo del Crescencio decapitado por Otón III, se posesionó del patriciado y tomó el gobierno de Roma. Después de su muerte, los condes de Tusculum comenzaron a luchar contra los Cescencianos por la supremacía y oponiéndose al papa colocado por sus oponentes, elevaron a uno de sus partidarios, como Benedicto VIII, reconocido como papa legal por Enrique II, al que coronó como emperador en Roma el 14 de febrero de 1014. Ambos estaban unidos por una amistad íntima y juntos planearon la reforma de la Iglesia, que desgraciadamente no se llevó a cabo.

A Benedicto le sucedió su hermano Juan XIX, un hombre monos honorable, que había tenido previamente el poder temporal de la ciudad y que como papa se ocupó la mayor parte del tiempo únicamente de los intereses de su familia que le urgía a tener buenas relaciones con el sucesor de Enrique, Conrado II, al que coronó emperador en Roma en 1027. La dignidad papal se hundió hasta el nivel más bajo con el sobrino de Juan XIX, Benedicto IX., cuya elevación al trono papal a la edad de veinte se había conseguido por su familia con simonía y violencia. Cuando los romanos le opusieron un antipapa nombrado por ellos, Silvestre III, Benedicto dudó durante algún tiempo si debía o no renunciar y finalmente entregó el pontificado a su padrino Juan Graciano, por 1000 libras de plata. El comprador había recurrido a esta medida sólo para terminar con las prácticas abominables del tusculano. Se llamó a si mismo Gregorio VI y permaneció en relaciones amistosas con los monjes cluniacenses, pero como Juan reclamó de nuevo, resultó, evidentemente, que los tres papas lo habían conseguido por medio de simonía., el partido reformador no vio otra solución que inducir al rey alemán Enrique III, a intervenir. Enrique III a través de los sínodos de Sutri y Roma, hizo que depusieran a los tres. Gregorio VI fue al exilio en Alemania con Hildebrando (más tarde Gregorio VII).

Este fue el momento del Zenit del poder del imperio en Roma, acentuado por los papas alemanes que siguieron: Clemente II, que coronó a Enrique III emperador en 1046, confiriéndole además el rango de patricio con el derecho de nombrar candidatos para la elección papal; Dámaso II, S. León IX de Alsacia con el que la tendencia a la reforma eclesiástica por fin llegó a la cátedra de Pedro; y Víctor II.

Pronto hubo reacciones. Bajo el borgoñón Nicolás II, comienza a notarse el esfuerzo para librar al papado de la influencia imperial. En el Sínodo de Pascua de Resurrección de 1059, se reguló la elección papal, poniéndola esencialmente en manos de los cardenales. El rey alemán ya no tendría el derecho de designación si al lo máximo, el de confirmación. Como la corte germana no quería ceder voluntariamente el derecho de designación que para ellos era conferido junto con el rango hereditario de patricio, comenzaron los primeros conflictos entre el imperio y el papado.

Para oponerse a Alejandro II elegido como sucesor de Nicolás II, el gobierno alemán colocó al obispo Cadalus de Parma (Honorio II). Poco después, bajo Enrique IV y Gregorio VII, el conflicto se amplió con el de las investiduras. En este contexto, el papado tenía una necesidad urgente de poder temporal en el que apoyarse contra el imperio alemán. Y ese apoya iba a venir de los Normando, cuyo estado del sur de Italia era cada vez más importante para el papado. Las relaciones entre la Santa Sede y los Normandos no siempre habían sido amistosas. Cuando en tiempos de León IX avanzaron hacia el ducado lombardo de Benevento, los habitantes trataron de defenderse expulsando al príncipe reinante y haciéndose súbditos del papa (1951) como su soberano, quedando así Benevento incorporado a los Estados Pontificios. En realidad tenían la posesión de la ciudad de Benevento y el distrito inmediato sometido a su jurisdicción y solo desde 1077. Debido a Benevento, León IX se vio involucrado en la lucha contra los normandos, que le derrotaron y tomaron cautivo cerca de Civitate en 1053. Los vencedores, sin embargo no por ello dejaron de mostrar respeto reconociendo en él al sucesor de Pedro y como resultado de las negociaciones con Nicolás II, se formó el Tratado de Melfi en 1059, en el que los normandos se reconocían vasallos de la Santa Sede en los territorios conquistados – excepto Benenvento -- y se comprometieron apagar un tributo anual. Se comprometen a defender al papado y los Estados Pontificios, así como la elección canónica del los papas. Un ejército normando dirigido por Robert Guiscard rescató a Gregorio VII en grandes apuros al llegar Enrique IV a Roma con su antipapa Clemente III que le coronó emperador y encarceló a Gregorio VII en el castillo de Sant´Angelo. Ante el poderoso ejército normando Enrique IV tuvo que retirarse de Roma en 1084.

Una valiosa aliada del papado en estas circunstancias fue la gran condesa Matilde de Toscana ante cuyo castillo de Canossa se presentó Enrique IV en enero de 1077 para pedir a Gregorio VII la absolución de la excomunión. Matilde había entregado sus estados libremente al papa, aunque en 1111 había hecho promesas a Enrique V, pero probablemente de manera que la iglesia fuera el principal propietario.

La herencia de las tierras de Matilde fue, tras su muerte, otra razón del empeoramiento de las relaciones papa – emperador. Las tierras tenían un gran valor estratégico, ya que quine las tuviera dominaba el paso de los Apeninos desde las llanuras del Po a la Toscana.

Enrique V tomó posesión inmediata de las tierras y en adelante los reyes y emperadores hasta Federico II las ocuparon o donaron a pesar de las protestas de la Curia. Pero entre todo esto también vemos con frecuencia que papa y emperador trabajan en armonía. El antipapa Anacleto II con su protector el rey Roger II de Sicilia, fue atacado por el emperador Lotario que apoyó la causa de Inocencio II. Federico I hizo ejecutar por hereje y rebelde (1155) a Arnaldo de Brescia 1ue predicaba abiertamente contra el poder temporal de los papas.

Los varios asuntos en disputa, que bajo Federico II había llevado a quince años de conflicto con Alejandro III y que se solucionó en el Tratado de Venecia, volvieron a revivirse cuando Enrique VI, marido de la heredera normanda Constanza, al morir sin hijos Guillermo II, reclamó el reino normando que incluía Sicilia e la Baja Italia. E papa, como señor superior quería tener a su disposición total el reino normando y primero se lo entregó al ilegítimo Tancredo de Leche. Pero Enrique no hizo caso y conquistó el reino al morir Tancredo en 1194. Quería transformar Italia y Alemania en una monarquía hereditaria. También sometió antiguas tierras de los Estados papales en 1195, al colocar el Margravato de Ancona, el ducado de Rávena y el antiguo exarcado (la Romaña) bajo el Justicia Mayor del reino, el Markwald de Anweiler, como su virrey.

Pero tras su muerte en 1197 sus panes de dominio del mundo se vinieron abajo. En Italia comenzó un movimiento nacional que el joven y enérgico Inocencio III utilizó para reestablecer y extender los Estado pontificios. En primer lugar afirmó la autoridad papal en Roma exigiendo un voto de alianza de los senadores y del prefecto, que había nombrado el emperador. Después casi todos los pueblos y ciudades del territorio de Matilde además del ducado de Espoleto, Asís y Perugia, se sometieron a él.

Inocencio se convirtió en restaurador de los Estados Pontificios. Tras el precedente sentado por Otón IV (Neuss, 8 junio, 1201), el hijo de Enrique VI, Federico II, que había sido protegido por Inocencio III, confirmó de nuevo, con una Bula Áurea, los Estados Pontificios en sus partes constituyentes, ejecutada en nombre del imperio en Roer el 12 de julio de 1213: estas partes eran el viejos Patrimonio desde Ceperano a Radicoifani, el ducado de Espoleto, los territorios de Matilde, el condado de Bertinoro ( sur de Rávena), el exarcado y la Pentápolis. Todas estas nuevas adquisiciones y los Estados de la Iglesias en su totalidad fueron puestos en peligro con ocasión del gran conflicto entre Federico II y la Curia. El emperador se había apoderado de todos los estados pontificios excepto la ciudad de Roma. Inocencio IV huyó a su ciudad natal, Génova, y desde allí a Lyon donde, en el treceavo concilio ecuménico de 1245 excomulgó a Federico y le depuso. El conflicto se prolongó varios años, pero la estrella de los Hohenstaufen estaba en decadencia. Enzio, hijo del emperador, comandante en jefe de Italia central y superior fue hecho prisionero por los boloñeses en 1249. El emperador murió en 1250 y su hijo Conrado IV también murió unos pocos años después (1254). Cuando Manfredo, hijo ilegítimo de Federico tomó el relevo en la lucha y se hizo coronar en Palermo, el papa francés Clemente IV llamó en su ayuda el hermano del rey Luis IX de Francia, Carlo0s de Anjou, que había aceptado el reino de Italia Inferior como feudal del papa. Carlos derrotó a Manfredo en 1266 en Benenvento y a Conradino, el joven sobrino de Federico, en Tagliacozzo en 1268, haciendo que se ejecutara en la plaza del mercado de Nápoles a este último descendiente de la casa de los Hohenstaufen. Con ello desapareció el peligro que los Hohenstaufen significaban para el papado, aunque otro mayor iba a comenzar.

Desde el exilio a Aviñón hasta el final del siglo XV

El papado ahora no solo dependía de la protección de Francia, sino que estaba a su merced. Esto se puede comprobar en el completo desprecio que Felipe el Hermoso mostró hacia Bonifacio VIII y sus sucesores.

Clemente V natural del sur de Francia no se atrevió a volver a Italia tras su elección en 1305. Se hizo coronar en Lyon y desde 1309 residió en Aviñón, que se convirtió en la residencia de los papas hasta 1376, El territorio que rodeaba a Aviñón era el condado de Venaissin o Margravato de Provenza, que sobre la base de una donación anterior de los condes de Toulouse en 1273, el rey Felipe III el Atrevido se lo entregó al papa. La ciudad de Aviñón fue se convirtió en posesión de la Santa Sede cuando la compró en 1348.

Durante la estancia de los papas en Aviñón, el dominio papal sobre los Estados de la Iglesia, era casi inexistente. En Roma, los colonna y los Orsini luchaban por la supremacía. En las otras ciudades regentes franceses enviados por Aviñón tampoco encontraban una obediencia fácil. Bolonia se rebeló en 1334 contre el familiar del papa; Cola di Rienzi desorientó a los romanos con el fantasma de una república.

La primera vez que se termino con el estado de anarquía se debió a la acción del castellano Cardenal Albornoz (ver GIL DE ALBORNOZ) enviado por el papa como vicario general en 1353. Albornoz no solo sometió al papa los Estados Pontificios, sino que los reorganizó por medio de las Constituciones Egidianas, que se mantuvieron hasta 1816. Pero el éxito de Albornoz fue enseguida anulado cuando, durante la residencia en Aviñón, surgió el Gran Cisma. Una vez que terminó, Martín V (1417-31) tuvo mucho éxito al establecer una monarquía centralizada, teniendo en cuenta los distintos privilegios, derechos en conflicto y usurpaciones.

El período del Renacimiento trajo nuevas aflicciones por los visionarios de posturas radicales que pretendían ser libertadores de la tiranía. Así las conspiraciones de Stefano Porcaro que alarmaron a Nicolás V en 1453, la de 1468 en tiempos de Paulo II .Otros peligros se debían al creciente poder de algunas familias de la nobleza feudal de los Estados de la Iglesia y en el nepotismo de algunos papas que proveía para sus familiares a costa de los Estados Pontificios y a veces por la política internacional por la que los Estados padecían.

Desde el siglo XVI hasta el Tratado de Viena

Bajo Alejandro VI los Estados pontificios se desintegraron en una serie de estados en manos de los familiares de los Borgia. César Borgia, a quien admiraba Maquiavelo intentaba intensamente desde su ducado de la Romaña, transformar los Estados pontificios en un reino de Italia central. Después de su caída (1504) Venecia intentó dominar las ciudades del Adriático. Julio II impetuosamente recurrió a la fuerza para reestablecer y extender los Estados de la Iglesia. Conquistó Perugia y Bolonia y por la Liga de Cambrai forzó a Venencia a ceder Rávena, Cercia, Faenza y Rímini. Pero después de que los venecianos le hubieran dado satisfacciones, concluyó la Santa Liga para la expulsión de los franceses de Italia. Es verdad que los franceses alcanzaron una victoria más en 1512 sobre las tropas de la Liga, en Rávena, pero gracias sobre todo a los mercenarios suizos, contratados por medios del cardenal Schinner, Julio consiguió sus propósitos. Al rendirse el ducado de Milán a Maximiliano Sforza, Julio II ganó para los estados pontificios Parma y Piacenza. Reggio y Módena, que pertenecían al duque de pasaron a manos del papa, aunque en 1515, su sucesor León X tuvo que devolverlas al ducado. La vacilante política de Clemente VII trajo sobre Roma una tremenda catástrofe. Las tropas fuera de control de Carlos V recorrieron y sometieron a pillaje los Estados Pontificios, ocuparon Roma el 6 de mayo de 1527 y durante ocho días la sometieron a saqueo (Sacco di Roma). El papa permaneció cautivo en el castillo de Sant´Angelo hasta el 6 de diciembre. Las heridas tardaron en curar, aunque el papa firmó en 1529 una paz con el emperador, en Barcelona y se le devolvieron los Estados de la Iglesia. Las conclusiones de la paz fueron confirmadas por la Conferencia de Bolonia, en la que Carlos V recibió la corona imperial el 24de abril de 1530, de manos de Clemente VII.

Durante este tiempo y más tarde un número de distritos fueron separados temporalmente de los Estados de la Iglesia y entregados por los papas a sus familiares como principados separados independientes. El papa Rovere Sixto IV había hecho a Federico de Montefeltro en 1474, duque de Urbino y casó a la hija de Federico, Juana, con su sobrino Giovanni della Rovere. El hijo de este Juan, Francesco Maria della Rovere, se hizo con la posesión del ducado de Urbino durante el pontificado de otro papa della Rovere, Julio II, que además le confirió en 1512 el vicariato de Pésaro, que había feudo de Malatesta y desde 1445 de los Sforza. Hasta que no se extinguió la línea masculina Della Rovere en 1631, no volvieron a los Estados Pontificios Montefeltro, Urbino y Pesaro. Paulo III, en 1545, concedió Parma y Piacenza como ducado a su hijo Pier Luigi Farnese. Y cuando la línea Farnese se extinguió no volvieron a los Estados pontificios sino a la rama española de los Borbones y finalmente en 1860 a Cerdeña. Para compensar por esto, Ferrara que había pertenecido a Matilde de Canossa, como feudo papal, en 1208 cayó en la familia güelfa de Este y en 1471 fue convertido en ducado. Cuando la principal línea de Este se extinguió en 1597, Ferrara volvió a los Estados de la Iglesia de los que formó parte (excepto durante el periodos napoleónico) hasta la anexión italiana de 1860. Módena y Regio, sin embargo, cayeron en manos de una línea colateral de la familia Este como feudo del imperio. Así que antes del estallido de la Revolución Francesa, los Estados Pontificios abarcaban, sustancialmente el territorio que les había pertenecido en tiempos de Carlomagno, excepto por algunas partes del antiguo ducado de Espoleto que habían sido añadidos en el sur en tiempos de Inocencio III.

La Revolución Francesa precipitaron los cambios. En 1791 la Asamblea nacional Francesa anunció la unión de Aviñón y Venaissin a Francia y en la Paz de Tolentino (1797) Pío VI tuvo que cederlos mientras que al mismo tiempo hubo de entregar las delegaciones de Ferrara, Bolonia, Romaña a la República Cisalpina. En febrero de 1798, el general Berthier, enviado a Roma por Napoleón formó con el resto de los Estados Pontificios la Republica Romana. Como el Papa no quiso renunciar fue hecho prisionero y llevado cautivo a Valence donde murió (29 de agosto de 1799). La gente celebraba que el papado y la Iglesia, había llegado a su fin, aunque su gozo era, obviamente, prematuro. Bajo la protección del emperador Francisco II, los cardenales eligieron en Venencia (1800) a Pío VII como papa. Tiempos duros le esperaban. Es cierto que en 1801, Pío VII recuperó los Estrados pontificios por gracia de Napoleón, como se requería en la Paz de Tolentino, aunque la situación permanecía extremadamente precaria.

En 1806 Napoleón entregó Benenvento a Talleyrand y Pontecorvo a Bernadotte. Y en 1808 como el papa no cerraba sus puertos a los ingleses, ocupó de nuevo los Estados pontificios y en 1809 los confiscó completamente. Las Marcas, Urbino, Camerino y Macerata se anexionaron al recientemente creado Reino de Italia y el resto de les Estados de la Iglesia, para Francia. Hasta el Congreso de Viena (1817) donde el papa estaba representado por el hábil Consalvi, no volvieron a ser restablecidos, casi en su forma anterior, excepto Aviñón y Venaissin que no fueron devueltos al papa y por la estrecha franja a lo largo de la frontera con Ferrara, en el distrito norte del Po que pasaron a Austria con el derecho de establecer guarniciones en Ferrara y Comachio.

Desde la Paz de Viena a 1870

Las corrientes liberales y nacionalistas que surgían en Centro de Europa minaron los Estados pontificios, así como el resto de Italia, hallando su expresión en los altisonantes “Constitución “y “unificación nacional”. La Revolución Francesa y Napoleón habían despertado esas ideas. El nombre de reino de Italia, cuya corona había llevado Napoleón, no se perdió en el olvido. La gente no estaba satisfecha con las antiguas condiciones que había restablecido el Congreso de Viena. Lamentaban la división de Italia en varios estados, sin lazos de unión entre ellos y sobre todo por el hecho de que estaban gobernados por extranjeros. El papa y el rey de Cerdeña eran los únicos considerados gobernantes nativos. Los otros eran extranjeros. Nápoles-Sicilia en manos de la línea de los Borbones, llegados en 1738 y a los que se oponía sobre todo Sicilia. Parma y Piacenza también de los borbones, desde 1748 y volvían a gobernar desde la muerte de Maria Luisa, esposa de napoleón I. En Módena y Toscana en manos de líneas colaterales de la casa de Austria: en Módena la línea que en 1803 había heredado a la casa ducal de Este; en Toscana, una vez extintos los Medici habían caído en la casa ducal de Lorena, nacida de Fernando III, hermano del emperador Francisco I de Austria. Más aun, los austriacos eran los gobernantes del reino Venenito –lombardo.

Los sentimientos nacionalistas iban dirigidos sobre todo contra el gobierno de Austria en Milán y Venencia, odiados como gobernadores extranjeros y contra los que seguían su política y eran protegidos por Austria. Metternich se encargó de que se mantuviera el orden establecido por el Congreso de Viena en 1815 y como los Estados Pontificios fueron incluidos bajo la protección de Austria, gradualmente fue creciendo el odio a Austria.

El estrecho espíritu político de los gobiernos absolutistas que no distinguía entre lo que era justificable y lo que no hizo crecer la insatisfacción que al principio tomo forma en las sociedades secretas, como Masonería y los Carbonarios, que crecieron rápidamente. La guerra de la independencia griega que excitó la admiración universal, levantó el espíritu nacionalista en Italia. Los Sandefistas (per la santa fede), como se llamaba a los católicos leales, eran un débil apoyo del gobierno papal en los Estados de la Iglesia. Los carbonarios, dirigidos por exiliados y fugitivos desde parís, cediendo a la impresión que había causado la revolución de julio, se aprovecharon que la silla de Pedro estaba vacante tras la muerte de Pío VIII en 1830 para incrementar su número en los estados pontificios, especialmente en Bolonia. En 1831 se reunieron en Bolonia, bajo la presidencia de Mazzini, fundador de la sociedad revolucionaria "Giovane Italia", como parlamente de las provincias unidas, para establecer una forma de gobierno republicana, eligiendo un gobierno provisional

Cuando el nuevo papa Gregorio XVI pidió la ayuda de Austria, Metternich estaba dispuesto a intervenir sin tardanza. Restauraron la paz en los Estados Pontificios así como en Módena y parma. Pero apenas habían partido las tropas, surgieron nuevos desórdenes. El papa volvió a pedir auxilio a Austria y volvieron las tropas bajo el mando de Radetzky. El rey francés Luis Felipe, envió tropas a Ancona para neutralizar la influencia austriaca que permanecieron mientras los austriacos ocuparon Bolonia (hasta 1833). También hubo hombres que trataron de conseguir la unificación de Italia con el concurso del papa, en oposición a Mazzini. Su líder fue al principio el antiguo capellán del rey Carlos Alberto de Cerdeña Vincenzo Gioberti, exilado en Bruselas, y que en 1834 escribió el tratado "Il primato morale e civile degli Italiani", que causó una gran sensación. Quería que el papa fuera la cabeza de de la unión nacional de estados de Italia, de la que había que excluir a los príncipes extranjeros. Sin embargo el Piamonte debía actuar como elegido protector del papa y de Italia. El sacerdote, conde Antonio Rosmini, deseaba una confederación con el papa a la cabeza y dos cámaras deliberativas. Publicó sus ideas en 1848 en el tratado "Delle cinque piaghe della S. Chiesa", en el que además recomendaba la reforma de la Iglesia. El yerno de Mazzini, el marqués Massimo d'Azeglo, expresó las perversas condiciones políticas en Italia y especialmente en los Estados pontificios, de forma más liberal, en el tratado "Gli ultimi casi di Romagna" (1846), en el que exigía una reforma urgente pero al mismo tiempo advertía contra las conspiraciones y revoluciones. La mayoría de los entusiastas de la unificación de Italia pusieron su esperanza en el Piamonte "la spada d'Italia". Cesare Balbo en su libro "Le speranze d'Italia", que apareció en 1844, esperaba sobre todo la fundación de una unión de los estados lombardos.

La exigencia de reforma de los Estados Pontificios no dejaba de tener justificación. Se esperaba que la inaugurara el sucesor de Gregorio XVI, al que se saludaba con esperanzas extravagantes cunando, como Pío IX ascendió la Silla de Pedro, el 16 de junio de 1846. Muchos vieron en él al papa que había soñado Giobierti.

Pío IX convocó en Roma un Consejo de Estado compuesto por representantes de varias provincias, estableció un gabinete formas del consejo y sancionó la formación de la milicia de los Estados pontificios. Además sugirió a Toscana y Sicilia la formación de una unión aduanera. Pero las cosas estaban demasiado candentes para que pudiera continuar un proceso lento y pacífico. Los liberales de Roma estaban insatisfechos porque los laicos eran excluidos de la participación en el gobierno de los Estados de la Iglesia.

En 1848, antes del estallido de la Revolución Francesa de febrero, forzaron con una levantamiento popular el nombramiento de un gabinete de laicos. El 14 de marzo de 1848, Pío IX, tras muchas vacilaciones decidió proclamar la ley fundamental para el gobierno temporal de las tierras de la Santa sede. Dos cámaras debían votar las leyes que se elaborarían por un Consejo de Estado. Se prohibió a las cámaras interferir en las cuestiones puramente espirituales o de carácter mixto y el Colegio de Cardenales tenía el derecho de veto sobre las decisiones de las cámaras. Esto no resulto satisfactorio.

Se esperaba que Pío IX se acomodara a los deseos nacionales cuando Milán y Venencia, tras el estallido de la revolución en Viena, se levantaron contra los austriacos y el Piamonte se preparaba para apoyar la revuelta. Se pensaba que también el papa debía desenfundar la espada contra Austria. Cuando el papa manifestó en una encíclica, el 29 de abril de 1848, que nunca podría persuadirse de entablar una guerra contra un poder católico como Austria y que nunca asumiría el liderazgo de una confederación italiana, su popularidad en los círculos nacional-liberales desapareció completamente.

Los que, como Gioberti habían soñado en la reunificación de Italia bajo el papa, se desilusionaron. Mazzini exigió que Roma se convirtiera en una república. Una parte de la guardia cívica rodeó Sant´Angelo y obligó al papa a nombrar unos ministros liberales. Sin embargo, los republicanos revolucionarios no querían saber nada de ese compromiso. Cuando el rey Carlos Alberto fue derrotado por Radetsky en Custozza el 24-25 de julio de 1848, se volvieron más atrevidos y el partido nacional monárquico resultó un fracaso. Cuando el ministro liberal Rossi intentó reorganizar los Estados Pontificios y al mismo tiempo urgió la formación de una confederación de estados italianos, fue apuñalado en las mismas escaleras de palacio de la Cancillería el 15 de noviembre de 1848. Al día siguiente el papa estaba sitiado en el Quirinal y apenas pudo la Guardia suiza protegerle contra la furia del populacho.

El 24 de noviembre, Pío IX escapó disfrazado a Gaeta, en el reino de Nápoles, donde el rey Fernando había vuelto a tomar las riendas personalmente. Tras la huida del papa se proclamó la república en Roma el 9 de febrero de 1849 y se declaró abolido el poder temporal. Mazzini con sus seguidores internacionales regían en Roma. También se proclamó la república en Florencia, el 18 de febrero. Enseguida hubo reacciones, que se precipitaron cuando los austriacos derrotaron a los piamonteses en un Nuevo episodio armado en Mortara el 21 de marzo de 1849 y en Novara el 23 de marzo. Carlos Alberto dimitió a favor de su hijo Víctor Manuel II.

Los austriacos eran más poderosos que nunca en el norte de Italia. Devolvieron a Florencia al gran duque de Toscana. Fernando II suprimió la revolución en Sicilia y Pío IX fue enseguida escuchado cuando apeló a las potencias católicas contra la república. Para adelantarse a Austria, Luis Napoleón, entonces presidente de la Segunda República, con el consentimiento de la Asamblea Constituyente de Paris, envió una fuerza dirigida por Oudinot a los Estados Pontificios, donde, además de Manzini, se habían reunido muchos revolucionarios de otras tierras (incluido Garibaldi) gobernando un triunvirato compuesto por Manzini, Aurelio Saffi y Carlo Armellini.. La pequeña fuerza de Oudinot fue derrotada tras su desembarco en Civitavecchia, pero mientras los austriacos entraron por el norte en los Estados de la iglesia y por el sur los napolitanos. Al mismo tiempo desembarcaban fuerzas españolas en Terracita. Oudinot recibió refuerzos y comenzó el sitio de Roma. Garibaldi, con 5000 hombres logró abrirse camino para continuar la lucha en los Apeninos. El día 2 de julio Oudnot entró en Roma y de nuevo devolvió el poder temporal al papa. Pío IX volvió a Roma el 12 de abril de 1850.

Asi no solo los piamonteses, sino también los republicanos habían sido derrotados, habiendo mostrado que eran incapaces de traer la unidad a Italia: El poder militar de Austria había destruido las fuerzas italianas, pero el objetivo no se había abandonado. Ahora se adoptó un programa diferente: proceder contra el papa con ayuda extranjera, bajo el liderazgo del Piamonte, que intentaba mantener las simpatías de los liberales manteniendo la constitución mientras que los otros gobiernos de Italia habían vuelto al absolutismo. Pío IX, amargamente desilusionado declaró que mantener la constitución era completamente incompatible con los más vitales cánones de la Iglesia, así como con la libertad e independencia del papa. Entre él, los estados Pontificios, e Italia no había una salida que pudieran aceptar todos. Una guarnición francesa mantenía la soberanía del papa en Roma mientras que los austriacos mantenían la tranquilidad en las legaciones.

La cuestión era: ¿cuánto tiempo podrán dos poderes extranjeros continuar armoniosamente uno junto al otro en Italia? La cuestión tuvo la respuesta cuando Napoleón III decidió mostrar Europa el esplendor de su poder imperial y obligando a Austria a abandonar la supremacía militar en Italia. El cambio de postura en los círculos italianos que intentaban la unificación nacional se mostró en el nuevo tratado de Gioberti, que en 1843 en su "Primato" había asignado al papa el papel de guía. En 1851 publicó su libro "Rinnovamento civile d'Italia" en el cual establecía que la unificación podía conseguirse sin Roma. Y hasta contra Roma, con la ayuda del Piamonte.

Preparar al Piamonte para tu papel fue la tarea de Camillo Cavour, nombrado primer ministro en 1852. También fue él quien encontró para Cerdeña el aliado que la unió contra Austria. En julio de 1859, en Plombières, un centro de baños termales en Lorena, interesó a Napoleón en sus planes y se acordaron todos los detalles hasta los más mínimos. Los piamonteses lograron unir sus fuerzas al ejército francés y los aliados derrotaron a los austriacos en Magenta y Solferino. Sin embargo Napoleón enseguida firmó con el emperador Francisco José la Paz de Villafranca-Zürich, por la que Austria entregaría Lombardía pero no Venecia; se hacían provisiones para una Italia confederada en la que todos los estados, incluida Austria (por Venecia) habían de entrar y sobre la que debía presidir el papa. Napoleón temía la intervención de otros poderes y al mismo tiempo quería ser considerado con los sentimientos de los católicos franceses. En los círculos nacionalistas los hombres estaban al principio furiosos por el tratado de paz, pero pronto volvió la calma al ver que Napoleón no parecía preparar la vuelta de los príncipes y nobles expulsados y al ver que el papa no tenía intención de aceptar el papel que se le asignaba. Cavour pudo continuar con sus esfuerzos conspiratorios para conseguir sus objetivos.

Se establecieron gobiernos aparentemente independientes, instigados por él, en Florencia, Módena y Bolonia; en realidad, sin embargo, eran dirigidos desde Turín y estaban apoyados por Inglaterra que no deseaba que el reino de Italia dependiera de Francia., en la Toscana, el distrito Modena-Parma, que se había constituido en la República de Emilia, y en las legaciones, se los habitantes votaron en 15-20 de marzo de 1860 unánimemente a favor de la anexión a Cerdeña.

Napoleón mismo había deseado este engañoso expediente por el que él había conseguido el poder, para tener una excusa para dejar que las cosas siguieran su propio curso. Así conseguía la seguridad, estipulada por adelantado, para interferir en Italia, es decir, en Saboya y Niza, que en una votación popular se declararon a si mismas a favor de Francia.

El papa no aceptó la anexión de las delegaciones y excomulgó a Víctor Manuel y a los que le habían ayudado. Y al mismo tiempo llamó a la formación de un ejército de voluntarios, al que se unieron muchos de los legitimistas franceses. El mando se le dio a un enemigo de Napoleón el general Lamoricière, que se había distinguido en Argelia. El ejército de voluntarios entró en acción rápidamente. Garibaldi había llegado de Génova con mil insurgentes armados, desembarcando en Marsala en mayo de 1860, después de revolucionar Sicilia, marchaba contra Nápoles. El gobierno de Turín que al principio permitió a Garibaldi obrar a su gusto, veía ahora con disgusto el progreso de los republicanos y temía que se anticiparan en Roma y Nápoles. Envió un ejército al sur. Napoleón, cuya aprobación había buscado Cavour para su choque contra el papa, envió a Turín un mensaje “"Fate presto" (actuad rápidamente) y cruzó a Argelia como para no ver qué pasaba.

En Castelfidardo, no lejos de Ancona, los piamonteses se enfrentaron a las fuerzas papales de Lamoricière, que fue derrotado el 18 de septiembre de 1860. Los piamonteses ocuparon Las Marcas y avanzaron sobre el reino de Nápoles. El 21 de septiembre un voto de la población se declaró a favor de la anexión a Cerdeña: El rey Francisco II de Nápoles fue forzado a capitular en Gaeta, tras una valiente defensa, el 13 de febrero de 1681, retirándose a Roma a continuación. Todas las provincias anexionadas enviaron representantes al parlamente de Turín y Víctor Manuel II fue allí proclamado rey de Italia el 13 de marzo de 1861. Solo faltaba tomar Roma y Venecia. Venencia se añadió a Italia en 1866 como resultado de las victorias de los aliados prusianos. Roma seguiría enseguida. Napoleón había retirado la pequeña guarnición francesa de Roma en diciembre de 1866. Es verdad que una legión extranjera formada casi solo por soldados y oficiales franceses, se preparó en Antibes para la protección de Roma, pero suposición era muy crítica.

Garibaldi, invadió los Estados Pontificios con sus insurgentes en el otoño de 1867. Napoleón envió una vez más una fuerza desde Toulon, que junto con las fuerzas papales rechazaron a Garibaldi cerca de Mantana, al noreste de Roma, el 3 de noviembre de 1867. la guarnición francesa permaneció en Roma después de esto, puesto que el gobierno de París tenía que ceder a los deseos de los católicos de Francia. Las tropas no se retiraron hasta el 20 de julio de 1870, después de que estallara la guerra franco –alemana. Después de que Napoleón fuera hecho prisionero en Sedán, Italia, que había trasladado la capital a Florencia, envió tropas contra Roma dirigidas por Cardona, que tomaron la ciudad penetrando por una brecha en porta Pía el 20 de septiembre de 1870. Un voto que declaró a favor de la anexión de Turín sirvió también para la aprobación de la ocupación.

Pío IX excomulgó a todos los participantes y autores de la ocupación de los Estados Pontificios. Todos los católicos condenaron la acción de Italia, que para protegerse de las reacciones emitió el 13 de mayo de 1871 la Ley de las Garantías Papales que aseguraba la soberanía papal, la inviolabilidad de su persona, la libertad de conclave y de los concilios ecuménicos, además de una pensión anual de 3, 225,000 de francos. Se declararon extraterritoriales el Vaticano, El Laterano y Castel Gandolfo. Pío IX para mantener su protesta por la captura de los Estados Pontificios se negó a aceptar la ley y se encerró en el Vaticano Roma fue declarada capital de Italia a pesar de las protestas del papa, el 30 de junio de 1871. Pío IX , por el decreto “Non expedit” del 29 de febrerote 1868 había prohibido a los católicos italianos participar en la vida política especialmente en la elección de los representantes del Reino de Italia, aunque con el paso del tiempo se fue acentuando la tendencia a que las relaciones mejoraran. Aunque Pío X se adhiere al “Non expedit”, debido a los principios que estaban en juego, permitió la participación de los católicos en las elecciones administrativas (elecciones municipales y provinciales) y desde la encíclica "Certum Consilium" de 11 junio, 1905, en ciertos casos y por recomendación de los obispos, también en las elecciones al parlamento. Desde entonces los católicos toman parte en la vida política de Italia (en 1909 obtuvieron 22 representantes).

Pero la solución del conflicto de la Cuestión Romana no llegó hasta que el 11 de febrero de 1929 se firmaron los Pactos de Letrán entre Mussolini en nombre de Víctor Manuel II y el cardenal Gasparri en nombre de y Pío XI. El papa reconocía a Italia como estado Soberano e Italia reconocía la Ciudad del Vaticano como Estado independiente bajo la jurisdicción papal.


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OBRAS ESPECIALES PARA LOS PERIODOS PRIMERO Y SEGUNDO.

HARTMANN, Geschichte Italiens im Mittelalter, III (Gotha, 1908-11); FICKER, Forschungen zur Reicks- u. Rechtsgesch. Italiens (4 vols., Innsbruck, 1868-74); NIEHUES, Gesch. des Verhältnisses zwischen Kaisertum u. Papsttum im Mittelalter, I (2 vols., 2nd ed., Münster, 1877), 87; GIESEBRECHT, Gesch. der deutschen Kaiserzeit (6 vols., Leipzig, 1881-95); SIMSON, Jahrbücher des fränkischen Reiches unter Ludwig d. Frommen (2 vols., Leipzig, 1874-76); DÜMMLER, Gesch. des ostfränkischen Reiches (2nd ed., 3 vols., Leipzig, 1887-); DOPFFEL, Kaisertum u. Papsttum unter den Karolingern (Freiburg, 1889); SICKEL, Die Verträge der Päpste mit den Karolingern und das neue Kaisertum in Deutsche Zeitschr. für Geschichtswissenschaft (1894-95); IDEM, Alberich II und der Kirchenstaat in Mitteil. des Instituts für österreich. Geschichtsforschung, XXIII (1902); SCHEFFER-BOICHORST, Zu den Mathildischen Schenkungen in Mitt. des Instituts für österr. Geschichtsforschung, IX (1888); OVERMANN, Gräfin Mathilde von Tuscien, ihre Besitzungen: Gesch. ihres Gutes von 1115-1230 (Innsbruck, 1895); LUCHAIRE, Innocent III, Rome et l'Italie (2nd ed., Paris, 1906); WINKELMANN, Philipp v. Schwaben u. Otto IV (2 vols., Leipzig, 1873-78); IDEM, Kaiser Friedrich II (2 vols., Leipzig, 1889-97).

PARA EL TERCERO Y CUARTO PERIODOS.

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Traducido por Pedro Royo.