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Jueves, 28 de marzo de 2024

El Corazón de María: el Corazón compasivo y co-redentor de María pre-redimida

De Enciclopedia Católica

Revisión de 19:51 12 ene 2010 por Sysop (Discusión | contribuciones)

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“El Corazón de la Virgen, escribía San Lorenzo Justiniano, fue conformado como espejo clarísimo de la Pasión de Cristo y una imagen perfecta de su muerte”58. Digamos más todavía: participó inclusive de manera única en el sacrificio de nuestra Redención. Se podría resumir y sintetizar la doctrina de Vaticano II a este respecto con la afirmación siguiente: María fue pre-redimida para ser salvada siendo nuestra única Corredentora debajo de y con “su” y “nuestro” único Redentor, Jesús. Lumen Gentium afirma explícitamente que el rol de María en nuestra salvación fue merecido por Cristo; privilegiado y único; físico y espiritual, doloroso y maternal59. Nos presenta la esencia y la naturaleza íntima de esta cooperación maternal como un consentimiento doloroso y co-oblativo a la muerte de Jesús, consentimiento que ratifica y prolonga el consentimiento de la Anunciación, no sin incluir el ejercicio simultáneo de la virtud moral de la obediencia y de las tres virtudes teologales. En resumen, nos presenta la cooperación de María con la obra redentora como emanada de su Corazón. ¿No es así como debe ser comprendido este texto conciliar: “vehementer cum Unigenito suo condoluit et sacrificio Ejus se materno animo sociavit, victimæ de se genitæ immolationi amanter consentiens”60 y sobre todo del parágrafo doctrinal más importante:“Filioque in cruce morienti compatiens, operi Salvatoris ptorsus modo cooperata est, obœdientia, fide, spe et flagrante caritate ad vitam animarum supernaturalem restaurandam. Quam ob causam mater nobis in ordine gratiæ existit”61 ? La afirmación doctrinal del concilio de 1964, sobre la cooperación singular de Maria con la obra del Redentor evoca, casi irresistiblemente, el espíritu de la definición dogmática de 1854, sobre el modo más sublime de la redención de María: “sublimiori modo redempta... singulari modo cooperata est operi Salvatoris”. Tal como el bienaventurado Duns Scot había afirmado que la Inmaculada Concepción y la misión redentora universal de Jesús no se oponen, así Vaticano II insinúa que la redención (pasiva) de María por Jesús y su cooperación privilegiada y única con la redención activa de todos los otros hijos de Adán, no solamente no se oponen sino son unidos por íntimo nexo de causalidad final, como resulta del texto conciliar citado con anterioridad: “nulla retardata semetipsam operi Filii sui totaliter devovit, sub Ipso et cum Ipso mysterio redemptionis inserviens”62. ¿Cómo no concluir, una vez más, a partir de estos textos que María fue redimida por Cristo crucificado de manera única y excepcional, precisamente para ser la única “sub-redentora”, la única “corredentora “ de la Iglesia y de la humanidad en dependencia de su único Redentor? ¿Cómo no concluir que fue redimida por su Hijo y Señor al punto de recibir la gracia de ser Corredentora? El amor sufriente del Corazón de María, atravesado con una espada63 de dolores por los hombres que amaron más las tinieblas que la luz (cf. Lc 2, 35 y Jn 3, 19), ha jugado, por tanto, un rol decisivo en su paso de las tinieblas del odio a la luz del amor; de la muerte a la vida (Cf. 1 Jn 2, 9 y 3, 14). Scheeben había ya traducido en imágenes, en un estilo bíblico y patrístico, lo que Vaticano II debía enseñar en términos más abstractos. “En el lenguaje alegórico de la Escritura y de los Padres, la Redención del mundo fue efectuada por la sangre del Cordero: el rescate; y por el suspiro de la Paloma: la oración santificada por el Espíritu Santo y ofrecida en nombre de los redimidos con el fin de que el rescate sea aceptado. O también: esta Redención fue realizada por el acto de la Cabeza y de su poder sacerdotal y de otro lado por el amor del Corazón y los gemidos de la Esposa. Este corazón fue un sacrificio perfecto merced a su participación amante en los sufrimientos del Cordero (...). La colaboración de María en el sacrificio de Cristo recibe su expresión perfecta cuando se mira su Corazón como el altar vivo preparado en la humanidad. Sobre este altar, la ofrenda venida de su seno es ofrecida por el Cristo (...). De esta manera, el Cristo sacrificio no es tomado solamente de la humanidad y ofrecido por ella, sino que además es ofrecido en la humanidad. María, “Théotokos”, es también aquella que lleva el sacrificio”: tipo inverso del Arca de la Alianza cuando lleva a Cristo bajo su corazón y cuando lo nutre con su sangre; tipo inverso del trono de propiciación cuando ella lo lleva en su corazón mientras derrama y asperje su sangre”64. Jesús muere con el consentimiento plenamente cordial de su Madre; pero este consentimiento nuevo y supremo, ratificación última del Ecce ancilla Domini , del Fiat de la Anunciación65 ; es su muerte misma que lo merece y lo opera66 . Es Jesucristo mismo que sobre el altar inmaculado y herido de María a través del holocausto de su libertad maternal, se ofrece al Padre por todos sus hermanos. El sacrificio visible de Jesús es el sacramento, signo sagrado y eficaz del sacrificio invisible de María y de la humanidad. ¿No podemos decir al Corazón compasivo de María, parada al pie de la Cruz (Jn 19,25) lo que San Juan Damasceno decía a la Virgen de la Anunciación: “Alégrate cordera que engendraste al Cordero de Dios, instrumento de nuestra salvación”67? En el ejercicio dolorosamente amante de su actividad de Corredentora, María despliega todas las potencialidades incluidas en su maternidad divina, estado y dignidad de servicio perfecto del Redentor para el triunfo de su obra redentora. Asociándose libremente (por la fe en la sangre redentora, y por la fe en la divinidad y en la resurrección de su Hijo agonizante) a su sacrificio y a la inmolación del cuerpo que había engendrado según la carne, ella mereció engendrar espiritualmente en lágrimas, dolores y en amor a los miembros espirituales del único Hijo de su corazón virginal. Cuando llegó la hora de Jesús llegó también la de María (cf. Jn 16, 21 y 2, 4). Su Corazón, que había concebido a la Iglesia universal luego de la Anunciación, la hace nacer ahora y la entrega al mundo. Jesús crucificado la proclama Madre de la Iglesia, simbolizada por Juan68: “He ahí a tu Madre” (Jn 19, 27). Proclamación declarativa y no constitutiva, manifestada, en 1964, por la de Pablo VI. Consintiendo nuevamente, María acepta ser y hacerse la esclava de esta Iglesia universal que ella concibió en fe gozosa antes de engendrarla en lágrimas, nueva Eva unida al nuevo Adán. Pero María al pie de la Cruz no es solamente la madre de la Iglesia, sino además su miembro principal y supereminente. En ese momento, de una manera especialísima, el Corazón de María es el Corazón de la Iglesia. Cuando casi todos los otros miembros son infieles a la Cabeza, el Corazón que permanece está, más que nunca, vitalmente unido a ella en nombre del Cuerpo entero. Si San Juan simboliza a la Iglesia, hija de María, siguiendo la enseñanza de San Lorenzo Justiniano, María misma simboliza a la Iglesia69 como comunión en la caridad, sociedad de amor. Constituye el tipo trascendente, ella es la Iglesia, el corazón que vela en la fe mientras muchos duermen el sueño de la incredulidad; el corazón que difunde por todas partes la sangre, es decir la caridad. El Corazón de María al pie de la Cruz es el corazón amante de la iglesia amante. Sola, al pie de la Cruz, María mantiene perfectamente e íntegramente la fe en el Amor redentor.70 Ella personifica a la iglesia que coadyuva a su propia salvación, a la vez que hace posible esta comunión. “Dios quiso que el acto redentor que Cristo-Cabeza presentó ante a su Padre en representación nuestra fuese acompañado del acto de adhesión de María en representante de la Iglesia.”71 La Iglesia es comunión jerárquica en la fe, la esperanza y el amor que encuentra su fuente en la caridad creyente y paciente de María, su Madre y su Corazón. María, “tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la esperanza y de la unión perfecta unión de Cristo”, siguiendo la enseñanza de Vaticano II72, no es solamente tipo de la Iglesia como modelo ideal sino mucho más, porque, especialmente en el Calvario, ella se comprometió personalmente a realizar en los otros miembros de la comunidad eclesial lo que Cristo crucificado realizó típicamente en su compasión por ella73: el triunfo del amor sacrificial y oblativo. Después de haber revestido al Verbo de la vida, en el tabernáculo de su seno virginal, del hábito sacerdotal de su carne mortal, para que pudiese oficiar como nuestro soberano Pontífice sobre el altar de la cruz74, María se convierte en el Gólgota -aquí encontramos a Scheeben-75 en la diaconisa del sacrificio sacerdotal de Cristo a la vez que se convierte en representante del pueblo de Dios y ayuda consagrada (por la maternidad divina) del Sumo Sacerdote, Corazón y Madre de la Iglesia. “De esta manera viene a ser en María una verdadera colaboración al sacrificio de Cristo, colaboración” que no menoscaba “de ninguna manera la independencia y la hegemonía de la acción de Cristo”, escribía también Scheeben (ibid). Cooperación que debe ser calificada de inmediata. Sin querer entrar en un examen técnico de la doctrina de la corredención mariana76, podemos decir que la Iglesia, venerando y amando el Corazón herido y Glorificado de María, ama y venera con gratitud filial el amor meritorio y satisfactorio con el cual la Corredentora ofreció al Padre el sacrificio del único Redentor por todos los hijos de Adán. La Iglesia ama, de esta manera, el amor creado, rescatado y corredentor del que nació y que la mantiene siempre viva. Ama su propio Corazón, el Corazón que le suministra la Sangre, precio de su propio rescate, y su bebida inmortal. “Porque nadie odia jamás su propia carne, sino, por el contrario, la alimenta y la cuida” (Ef. 5, 29). La Iglesia alcanza la cumbre del amor que se debe a sí misma cuando ama su propio Corazón, a María, su Madre, Corazón maternal de la Iglesia Universal. ¿Cómo podría olvidar alguna vez lo que sufrió su madre por darle la vida” (cf. Ecci., 7,21) ? “Per te salutem hauriamus, Virgo Maria ex vulneribus Christi”77. En su Epístola Salvifici doloris sobre el “dolor salvífico”, luego del intento de asesinato de que fue víctima, Juan Pablo II nos propone la imagen de la Pietà, símbolo del Evangelio del sufrimiento ( § 25): “A través de toda su vida, María rinde un testimonio ejemplar de este Evangelio particular del sufrimiento. En ella los incontables e intensos dolores se acumularon con tal cohesión y trabazón que, a la vez que mostraba su fe inquebrantable, contribuyeron a la Redención de todos... Desde su conversación secreta con el Ángel, presintió que su misión de Madre la “destinaba” a compartir de una manera absolutamente singular la misma misión de su Hijo... Sobre el Calvario, el sufrimiento de María unido al sufrimiento de su Hijo alcanzó una cumbre difícilmente imaginable desde el punto de vista humano, pero, ciertamente, misterioso y sobrenaturalmente fecundo en el plan de la salvación universal... Las palabras que pudo recoger de sus labios fueron como una entrega solemne de este Evangelio particular, destinado a ser anunciado a toda la comunidad de creyentes. Siendo testigo presencial de la Pasión de su Hijo, participó en ella por compasión; María Santísima aportó una contribución singular al Evangelio del sufrimiento; ella realizó antes de tiempo lo que afirmaba San Pablo: entre otros títulos muy especiales, ella puede decir que “completó en su carne -como lo había hecho ya en su Corazón- lo que falta a las tribulaciones de Cristo”(Col 1, 24). En este texto del 11 de febrero de 1983, el Papa nos dice que, gracias al de María, el sufrimiento penetrado de amor se vuelve buena y alegre nueva para cada uno de nosotros. La Virgen parada al pie de la Cruz la abrazó en acción de gracias en nombre nuestro. Tres años después, Juan Pablo II nos ayuda a ver en el Evangelio del sufrimiento del Corazón de María un aspecto capital de misterio pascual de su Hijo: “Si la maternidad de María frente a los hombres había sido anteriormente anunciada, es ahora claramente precisada y establecida: resulta del cumplimiento pleno del misterio pascual del Redención. La Madre de Cristo encontrándose justo en el medio de la irradiación de este misterio en donde están implicados los hombres - todos y cada uno- es ofrecida a los hombres; a todos y a cada uno, como Madre” (La Madre del Redentor, § 25). De ahí resulta este corolario: el misterio pascual no es plenamente conocido, reconocido y anunciado si es desconocida y silenciada la compasión del Corazón de María al pie de la Cruz. La naturaleza exacta de esta compasión es profundizada por el Vicario de Cristo en una alocución pronunciada en Innsbrück (Austria), el 27 de junio de 1988: “Con María miramos al que fue Traspasado (Jn 19,37). ¿Por qué con María? Porque ella unió su vida a la obra salvífica de Jesús, como ningún otro ser humano lo hizo nunca. Con toda la fuerza de su Corazón de Madre, participa en los sufrimientos de su Hijo en la batalla contra la muerte y acepta que se entregue al Padre para que el mundo encuentre en Él su salvación. Stabat Mater dolorosa ... Esta experiencia excepcional concede a María una visión sobre el mensaje salvífico que viene de la cruz de Jesucristo. Jesús aparece como herido por el furor y la cólera de Dios (Os 11,9) cuando toma sobre él todos los pecados del mundo. Pero María supo ver con mayor profundidad: no era el furor de la cólera lo que amenazaba aniquilar a su Hijo, sino el ardor del amor de Dios que consumía al Cordero del sacrificio y mostraba así que aceptaba la ofrenda de su propia vida. Tal disposición absoluta a la oblación por nosotros no procedía, ciertamente, de la estrechez y de la debilidad de un simple corazón de hombre, sino procedía del Santo, del Hijo de Dios en persona, del cual María había devenido Madre según las palabras del Ángel”. Viendo en su Hijo, bajo la acción del Espíritu, una víctima amante y voluntaria, María podía participar en su oblación, enseñándonos a seguirla. De ahí los bellos prefacios del Misal mariano en las misas votivas que exaltan a María junto a Jesús crucificado.

“Por un misterioso designio de la Providencia, Tu quisiste que, junto a la cruz de tu Hijo, se mantuviese su Madre, sostenida por la fe... Junto a la Cruz, la madre de Jesús brilla como la Nueva Eva: la primera mujer contribuyó a dar la muerte; otra mujer contribuyó a dar la vida. Junto a la Cruz, recibe con corazón maternal a tus hijos dispersos, que la muerte de Cristo reunió. Junto a la Cruz, la Iglesia contempla la fe sin desfallecimiento de María para guardar intacta la fe que entregó a su Esposo sin dejarse asustar por la amenazas ni quebrar por las persecuciones. Ella, que había parido sin dolor conoció las más vivos sufrimientos para nuestro nuevo nacimiento. En sus hijos, está el Hijo que ama. Tú diste a la Virgen María, pura de todo pecado un corazón lleno de piedad por los pecadores; pensando en su amor maternal, acuden a ella para implorar tu perdón; contemplando su pureza, se apartan de la fealdad del pecado”. El corazón de María nos facilita, inefablemente, la conversión.

Bertrand de Margerie S.J.

Traducido del francés por José Gálvez para la Enciclopedia Católica