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Viernes, 3 de mayo de 2024

Diferencia entre revisiones de «Discurso de Ratisbona»

De Enciclopedia Católica

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COMENTARIO AL DISCURSO DEL PAPA EN RATISBONA EL 12/09/2006
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'''DISCURSO DEL SANTO PADRE EN LA UNIVERSIDAD DE RATISBONA'''
  
Mi visión del discurso es que en sí mismo es espléndido, ya sea incluida, ya sea excluida la cita de marras. Explica la simbiosis de fe y razón, profundamente fecunda para entrambas, historia en mano.
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Martes 12 de septiembre de 2006
  
Fecunda para la civilización occidental
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'''Fe, razón y universidad.  Recuerdos y reflexiones'''
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Eminencias, Rectores Magníficos, Excelencias, Ilustres señoras y señores:
  
Originariamente grecorromana, que dio un salto cualitativo descomunal hacia adelante, al quedar impregnada de cristianismo (= fe cristiana) con todos los elementos que éste aportó a la civilización. Y se salvó de perecer tras la invasión de los bárbaros (siglo V), como había acontecido con otras civilizaciones de alto nivel cultural en la antigüedad, tras su invasión por pueblos extranjeros, gracias precisamente al cristianismo y sus estructuras eclesiales. Por el interés que tiene en esta cuestión, te envío unos pasajes de mi inédita “Historia crítica de la Filosofía”.
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Para mí es un momento emocionante encontrarme de nuevo en la universidad y poder impartir una vez más una lección magistral.  Me hace pensar en aquellos años en los que, tras un hermoso período en el Instituto Superior de Freising, inicié mi actividad como profesor en la universidad de Bonn.  Era el año 1959, cuando la antigua universidad tenía todavía profesores ordinarios.  No había auxiliares ni dactilógrafos para las cátedras, pero se daba en cambio un contacto muy directo con los alumnos y, sobre todo, entre los profesores.  Nos reuníamos antes y después de las clases en las salas de profesores.  Los contactos con los historiadores, los filósofos, los filólogos y naturalmente también entre las dos facultades teológicas eran muy estrechos.  Una vez cada semestre había un dies academicus, en el que los profesores de todas las facultades se presentaban ante los estudiantes de la universidad, haciendo posible así una experiencia de Universitas —algo a lo que hace poco ha aludido también usted, Señor Rector—; es decir, la experiencia de que, no obstante todas las especializaciones que a veces nos impiden comunicarnos entre nosotros, formamos un todo y trabajamos en el todo de la única razón con sus diferentes dimensiones, colaborando así también en la común responsabilidad respecto al recto uso de la razón: era algo que se experimentaba vivamente. Además, la universidad se sentía orgullosa de sus dos facultades teológicas.  Estaba claro que también ellas, interrogándose sobre la racionabilidad de la fe, realizan un trabajo que forma parte necesariamente del conjunto de la Universitas scientiarum, aunque no todos podían compartir la fe, a cuya correlación con la razón común se dedican los teólogos. Esta cohesión interior en el cosmos de la razón no se alteró ni siquiera cuando, en cierta ocasión, se supo que uno de los profesores había dicho que en nuestra universidad había algo extraño:  dos facultades que se ocupaban de algo que no existía:  Dios.  En el conjunto de la universidad estaba fuera de discusión que, incluso ante un escepticismo tan radical, seguía siendo necesario y razonable interrogarse sobre Dios por medio de la razón y que esto debía hacerse en el contexto de la tradición de la fe cristiana.
  
Fecunda para el cristianismo, como se desprende precisamente del precioso estudio del Papa expuesto en Ratisbona, uno de cuyos elementos medulares es precisamente ese de la simbiosis de fe y razón o “Lógos”. Como está bien clarito en su texto, me ahorro más comentarios.
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Recordé todo esto recientemente cuando leí la parte, publicada por el profesor Theodore Khoury (Münster), del diálogo que el docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez en los cuarteles de invierno del año 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el Islam, y sobre la verdad de ambos.[1] Probablemente fue el mismo emperador quien anotó ese diálogo durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402.  Así se explica que sus razonamientos se recojan con mucho más detalle que las respuestas de su interlocutor persa.[2] El diálogo abarca todo el ámbito de las estructuras de la fe contenidas en la Biblia y en el Corán, y se detiene sobre todo en la imagen de Dios y del hombre, pero también, cada vez más y necesariamente, en la relación entre las «tres Leyes», como se decía, o «tres órdenes de vida»:  Antiguo Testamento, Nuevo Testamento y Corán.  No quiero hablar ahora de ello en este discurso; sólo quisiera aludir a un aspecto —más bien marginal en la estructura de todo el diálogo— que, en el contexto del tema «fe y razón», me ha fascinado y que servirá como punto de partida para mis reflexiones sobre esta materia.
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En el séptimo coloquio (διάλεξις, controversia), editado por el profesor Khoury, el emperador toca el tema de la yihad, la guerra santa.  Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito:  «Ninguna constricción en las cosas de fe».  Según dice una parte de los expertos, es probablemente una de las suras del período inicial, en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado.  Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa.  Sin detenerse en detalles, como la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y los «incrédulos», con una brusquedad que nos sorprende, brusquedad que para nosotros resulta inaceptable, se dirige a su interlocutor llanamente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia en general, diciendo: «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba».[3] El emperador, después de pronunciarse de un modo tan duro, explica luego minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato.  La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma.  «Dios no se ν λόγω) es contrariocomplace con la sangre —dice—; no actuar según la razón (συ a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo.  Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas...  Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona».[4]
  
Simbiosis ausente en cambio del islamismo, según Theodore Khoury, citado reiteradamente por el Papa al comienzo del discurso: “El emperador, después de pronunciarse de un modo tan duro, explica luego minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no se complace con la sangre —dice—; no actuar según la razón  [sỳn lógō]) es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas... Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona».
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En esta argumentación contra la conversión mediante la violencia, la afirmación decisiva es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios.[5] El editor, Theodore Khoury, comenta: para el emperador, como bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. En cambio, para la doctrina musulmana, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está vinculada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de la racionabilidad.[6] En este contexto, Khoury cita una obra del conocido islamista francés R. Arnaldez, quien observa que Ibn Hazm llega a decir que Dios no estaría vinculado ni siquiera por su propia palabra y que nada le obligaría a revelarnos la verdad. Si él quisiera, el hombre debería practicar incluso la idolatría. [7]  
En esta argumentación contra la conversión mediante la violencia, la afirmación decisiva es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios.[5] El editor, Theodore Khoury, comenta: para el emperador, como bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. En cambio, para la doctrina musulmana, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está vinculada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de la racionabilidad.[6] En este contexto, Khoury cita una obra del conocido islamista francés R. Arnaldez, quien observa que Ibn Hazm llega a decir que Dios no estaría vinculado ni siquiera por su propia palabra y que nada le obligaría a revelarnos la verdad. Si él quisiera, el hombre debería practicar incluso la idolatría.
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Y otro elemento, amplio elemento, que me parece bonísimo de ese discurso, es todo el análisis histórico del proceso de “deshelenización” (dice el Papa) o “des-racionalización” (denomino yo) de la fe desde dentro del cristianismo mismo, cuyo inicio lo pone Benedicto XVI en Juan Duns Escoto (h1256-1308) ya que, dice el Papa, “En contraste con el llamado intelectualismo agustiniano y tomista, Juan Duns Escoto introdujo un planteamiento voluntarista que, tras sucesivos desarrollos, llevó finalmente a afirmar que sólo conocemos de Dios la voluntas ordinata [voluntad ordenada]. Más allá de ésta existiría la libertad de Dios, en virtud de la cual habría podido crear y hacer incluso lo contrario de todo lo que efectivamente ha hecho. Aquí se perfilan posiciones que pueden acercarse a las de Ibn Hazm y podrían llevar incluso a una imagen de Dios-Arbitrio, que no está vinculado ni siquiera con la verdad y el bien”. Y ese voluntarismo, añado yo, se exacerba con la doctrina del escotista Guillermo de Ockam. Y sigue más adelante:
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“A la tesis según la cual el patrimonio griego, críticamente purificado, forma parte integrante de la fe cristiana se opone la pretensión de la deshelenización del cristianismo, la cual domina cada vez más las discusiones teológicas desde el inicio de la época moderna. Si se analiza con atención, en el programa de la deshelenización pueden observarse tres etapas que, aunque vinculadas entre sí, se distinguen claramente una de otra por sus motivaciones y sus objetivos.”
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Las enuncio yo ahora sintéticamente, con palabras del mismo Papa, entresacadas de su discurso. El desarrollo de los conceptos, y sus graves consecuencias, aquí sintetizados, está claro en el texto del mismo discurso.
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A este propósito se presenta un dilema en la comprensión de Dios, y por tanto en la realización concreta de la religión, que hoy nos plantea un desafío muy directo.  La convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o vale siempre y por sí mismo?  Pienso que en este punto se manifiesta la profunda consonancia entre lo griego en su mejor sentido y lo que es fe en Dios según la Biblia.  Modificando el primer versículo del libro del Génesis, el primer versículo de toda la sagrada Escritura, san Juan comienza el prólogo de su Evangelio con las palabras:  «En el principio ya existía el Logos». Ésta es ν λόγω», conexactamente la palabra que usa el emperador:  Dios actúa «συ logos.  Logos significa tanto razón como palabra, una razón que es creadora y capaz de comunicarse, pero precisamente como razón.  De este modo, san Juan nos ha brindado la palabra conclusiva sobre el concepto bíblico de Dios, la palabra con la que todos los caminos de la fe bíblica, a menudo arduos y tortuosos, alcanzan su meta, encuentran su síntesis.  En el principio existía el logos, y el logos es Dios, nos dice el evangelista.  El encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego no era una simple casualidad.  La visión de san Pablo, ante quien se habían cerrado los caminos de Asia y que en sueños vio un macedonio que le suplicaba:  «Ven a Macedonia y ayúdanos» (cf. Hch 16, 6-10), puede interpretarse como una expresión condensada de la necesidad intrínseca de un acercamiento entre la fe bíblica y el filosofar griego.
  
1) “La deshelenización surge inicialmente en conexión con los postulados de la Reforma del siglo XVI... El principio de la sola Scriptura, en cambio, busca la forma pura primordial de la fe, tal como se encuentra originariamente en la Palabra bíblica... Kant, con su afirmación de que había tenido que renunciar a pensar para dejar espacio a la fe, desarrolló este programa con un radicalismo no previsto por los reformadores. De este modo, ancló la fe exclusivamente en la razón práctica, negándole el acceso a la realidad plena.
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En realidad, este acercamiento había comenzado desde hacía mucho tiempo.  Ya el nombre misterioso de Dios pronunciado en la zarza ardiente, que distingue a este Dios del conjunto de las divinidades con múltiples nombres, y que afirma de él simplemente «Yo soy», su ser, es una contraposición al mito, que tiene una estrecha analogía con el intento de Sócrates de batir y superar el mito mismo. [8] El proceso iniciado en la zarza llega a un nuevo desarrollo, dentro del Antiguo Testamento, durante el destierro, donde el Dios de Israel, entonces privado de la tierra y del culto, se proclama como el Dios del cielo y de la tierra, presentándose con una simple fórmula que prolonga aquellas palabras oídas desde la zarza: «Yo soy».  Juntamente con este nuevo conocimiento de Dios se da una especie de Ilustración, que se expresa drásticamente con la burla de las divinidades que no son sino obra de las manos del hombre (cf. Sal 115). De este modo, a pesar de toda la dureza del desacuerdo con los soberanos helenísticos, que querían obtener con la fuerza la adecuación al estilo de vida griego y a su culto idolátrico, la fe bíblica, durante la época helenística, salía desde sí misma al encuentro de lo mejor del pensamiento griego, hasta llegar a un contacto recíproco que después tuvo lugar especialmente en la literatura sapiencial tardía. Hoy sabemos que la traducción griega del Antiguo Testamento —la de «los Setenta»—, que se hizo en Alejandría, es algo más que una simple traducción del texto hebreo (la cual tal vez podría juzgarse poco positivamente); en efecto, es en sí mismo un testimonio textual y un importante paso específico de la historia de la Revelación, en el cual se realizó este encuentro de un modo que tuvo un significado decisivo para el nacimiento y difusión del cristianismo.[9] En el fondo, se trata del encuentro entre fe y razón, entre auténtica ilustración y religión.  Partiendo verdaderamente de la íntima naturaleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fusionado con la fe, Manuel II podía decir: No actuar «con el logos» es contrario a la naturaleza de Dios.
  
2) “La teología liberal de los siglos XIX y XX supuso una segunda etapa en el programa de la deshelenización, cuyo representante más destacado es Adolf von Harnack... La idea central de Harnack era simplemente volver al hombre Jesús y a su mero mensaje, previo a todas las elucubraciones de la teología y, precisamente, también de las helenizaciones: este mensaje sin añadidos constituiría la verdadera culminación del desarrollo religioso de la humanidad. Jesús habría acabado con el culto sustituyéndolo con la moral. En definitiva, se presentaba a Jesús como padre de un mensaje moral humanitario.
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Por honradez, sobre este punto es preciso señalar que, en la Baja Edad Media, hubo en la teología tendencias que rompen esta síntesis entre espíritu griego y espíritu cristiano. En contraste con el llamado intelectualismo agustiniano y tomista, Juan Duns Escoto introdujo un planteamiento voluntarista que, tras sucesivos desarrollos, llevó finalmente a afirmar que sólo conocemos de Dios la voluntas ordinata. Más allá de ésta existiría la libertad de Dios, en virtud de la cual habría podido crear y hacer incluso lo contrario de todo lo que efectivamente ha hecho. Aquí se perfilan posiciones que pueden acercarse a las de Ibn Hazm y podrían llevar incluso a una imagen de Dios-Arbitrio, que no está vinculado ni siquiera con la verdad y el bien. La trascendencia y la diversidad de Dios se acentúan de una manera tan exagerada, que incluso nuestra razón, nuestro sentido de la verdad y del bien, dejan de ser un auténtico espejo de Dios, cuyas posibilidades abismales permanecen para nosotros eternamente inaccesibles y escondidas tras sus decisiones efectivas. En contraste con esto, la fe de la Iglesia se ha atenido siempre a la convicción de que entre Dios y nosotros, entre su eterno Espíritu creador y nuestra razón creada, existe una verdadera analogía, en la que ciertamente —como dice el IV concilio de Letrán en 1215— las diferencias son infinitamente más grandes que las semejanzas, pero sin llegar por ello a abolir la analogía y su lenguaje. Dios no se hace más divino por el hecho de que lo alejemos de nosotros con un voluntarismo puro e impenetrable, sino que, más bien, el Dios verdaderamente divino es el Dios que se ha manifestado como logos y ha actuado y actúa como logos lleno de amor por nosotros. Ciertamente el amor, como dice san Pablo, «rebasa» el conocimiento y por eso es capaz de percibir más que el simple pensamiento (cf. Ef 3, 19); sin embargo, sigue siendo el amor del Dios-Logos, por lo cual el culto  λατρεία», un culto quecristiano, como dice también san Pablo, es «λογικη concuerda con el Verbo eterno y con nuestra razón (cf. Rm 12, 1). [10]
  
3) “Antes de llegar a las conclusiones a las que conduce todo este razonamiento, quiero referirme brevemente a la tercera etapa de la deshelenización, que se está difundiendo actualmente. Teniendo en cuenta el encuentro entre múltiples culturas, se suele decir hoy que la síntesis con el helenismo en la Iglesia antigua fue una primera inculturación, que no debería ser vinculante para las demás culturas”.  ¡Claro −digo yo− que “se está difundiendo actualmente”! Contra esa «desculturación» de lo que unos llaman influjo filosófico griego y otros influjo juridicista romano, para poder inculturarse en otras culturas, ya sea la centroeuropea-protestante, la freudiana (sí, la freudiana, con la libido como primer motor del psiquismo humano), la incaica o  la machiguenga (y no son términos que haya enunciado yo aquí al azar) he tenido que enfrentarme intelectualmente yo a lo largo de mi vida, para defender tanto la fe como la razón misma, tanto en la docencia como en la predicación o la orientación espiritual, y tanto en España como en la Argentina o el Perú, que son los tres lugares donde, según las épocas, he ejercido tales actividades.
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Este acercamiento interior recíproco que se ha dado entre la fe bíblica y el planteamiento filosófico del pensamiento griego es un dato de importancia decisiva, no sólo desde el punto de vista de la historia de las religiones, sino también del de la historia universal, que también hoy hemos de considerar. Teniendo en cuenta este encuentro, no sorprende que el cristianismo, no obstante haber tenido su origen y un importante desarrollo en Oriente, haya encontrado finalmente su impronta decisiva en Europa. Y podemos decirlo también a la inversa: este encuentro, al que se une sucesivamente el patrimonio de Roma, creó a Europa y permanece como fundamento de lo que, con razón, se puede llamar Europa.
  
4) “Llego así a la conclusión [dice el Papa]. Este intento de crítica de la razón moderna desde su interior, expuesto sólo a grandes rasgos, no comporta de manera alguna la opinión de que hay que regresar al período anterior a la Ilustración, rechazando de plano las convicciones de la época moderna. Se debe reconocer sin reservas lo que tiene de positivo el desarrollo moderno del espíritu: todos nos sentimos agradecidos por las maravillosas posibilidades que ha abierto al hombre y por los progresos que se han logrado en la humanidad. Por lo demás, la ética de la investigación científica —como ha aludido usted, Señor Rector Magnífico—, debe implicar una voluntad de obediencia a la verdad y, por tanto, expresar una actitud que forma parte de los rasgos esenciales del espíritu cristiano. La intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizonte en toda su amplitud. En este sentido, la teología, no sólo como disciplina histórica y ciencia humana, sino como teología auténtica, es decir, como ciencia que se interroga sobre la razón de la fe, debe encontrar espacio en la universidad y en el amplio diálogo de las ciencias. Sólo así seremos capaces de entablar un auténtico diálogo entre las culturas y las religiones, del cual tenemos urgente necesidad”
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A la tesis según la cual el patrimonio griego, críticamente purificado, forma parte integrante de la fe cristiana se opone la pretensión de la deshelenización del cristianismo, la cual domina cada vez más las discusiones teológicas desde el inicio de la época moderna. Si se analiza con atención, en el programa de la deshelenización pueden observarse tres etapas que, aunque vinculadas entre sí, se distinguen claramente una de otra por sus motivaciones y sus objetivos.[11]
  
E) La exposición del Papa se hizo ante un selecto público universitario ante el cual la cita de ese pasaje de Manuel II Paleólogo (en que éste “de manera sorprendentemente brusca se dirige a su interlocutor [el erudito persa, y musulmán, quede meridianamente claro] simplemente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia, en general, diciendo:  «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba»”), no hubiera tenido más transcendencia que la de reflejar un pensamiento de uno de los interlocutores de un diálogo que, mantenido en por ambos en 1391 en Ankara, fue anotado por Manuel II, durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402, precisamente por las tropas de los correligionarios (los musulmanes) de su anterior interlocutor de Ankara. Pienso que el Papa lo hubiera omitido, de haber previsto que la ya conocida mala uva de la BBC hacia el catolicismo en general y el Papado en particular, se iba a cebar en la frasecita de Manuel II, sacándola de todo contexto y lanzándola como dardo envenenado a los cuatro vientos para que al instante lo recogiera Al Yazira... y se armase la que se armó.
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La deshelenización surge inicialmente en conexión con los postulados de la Reforma del siglo XVI. Respecto a la tradición teológica escolástica, los reformadores se vieron ante una sistematización de la teología totalmente dominada por la filosofía, es decir, por una articulación de la fe basada en un pensamiento ajeno a la fe misma. Así, la fe ya no aparecía como palabra histórica viva, sino como un elemento insertado en la estructura de un sistema filosófico. El principio de la sola Scriptura, en cambio, busca la forma pura primordial de la fe, tal como se encuentra originariamente en la Palabra bíblica. La metafísica se presenta como un presupuesto que proviene de otra fuente y del cual se debe liberar a la fe para que ésta vuelva a ser totalmente ella misma. Kant, con su afirmación de que había tenido que renunciar a pensar para dejar espacio a la fe, desarrolló este programa con un radicalismo no previsto por los reformadores. De este modo, ancló la fe exclusivamente en la razón práctica, negándole el acceso a la realidad plena.
  
Nota: Para los datos históricos, o más exactamente históriográficos, subsiguientes. he refrescado mi memoria, en los más exigentes de precisión, con la Historia de la Iglesia Católica de Llorca, G. Villoslada, P.Leturia y Montalbán de la B.A.C (4 tomos)., y la Historia del Pontificado de M Aragonés Virgili (Ed. Manuel Casulleras, Barcelona, 1945, 3 tomos).  
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La teología liberal de los siglos XIX y XX supuso una segunda etapa en el programa de la deshelenización, cuyo representante más destacado es Adolf von Harnack. En mis años de estudiante y en los primeros de mi actividad académica, este programa ejercía un gran influjo también en la teología católica. Se utilizaba como punto de partida la distinción de Pascal entre el Dios de los filósofos y el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. En mi discurso inaugural en Bonn, en 1959, traté de afrontar este asunto [12] y no quiero repetir aquí todo lo que dije en aquella ocasión. Sin embargo, me gustaría tratar de poner de relieve, al menos brevemente, la novedad que caracterizaba esta segunda etapa de deshelenización respecto a la primera. La idea central de Harnack era simplemente volver al hombre Jesús y a su mero mensaje, previo a todas las elucubraciones de la teología y, precisamente, también de las helenizaciones: este mensaje sin añadidos constituiría la verdadera culminación del desarrollo religioso de la humanidad. Jesús habría acabado con el culto sustituyéndolo con la moral. En definitiva, se presentaba a Jesús como padre de un mensaje moral humanitario. En el fondo, el objetivo de Harnack era hacer que el cristianismo estuviera en armonía con la razón moderna, librándolo precisamente de elementos aparentemente filosóficos y teológicos, como por ejemplo la fe en la divinidad de Cristo y en la trinidad de Dios. En este sentido, la exégesis histórico-crítica del Nuevo Testamento, según su punto di vista, vuelve a dar a la teología un puesto en el cosmos de la universidad: para Harnack, la teología es algo esencialmente histórico y, por tanto, estrictamente científico. Lo que investiga sobre Jesús mediante la crítica es, por decirlo así, expresión de la razón práctica y, por consiguiente, puede estar presente también en el conjunto de la universidad. En el trasfondo de todo esto subyace la autolimitación moderna de la razón, clásicamente expresada en las «críticas» de Kant, aunque radicalizada ulteriormente entre tanto por el pensamiento de las ciencias naturales. Este concepto moderno de la razón se basa, por decirlo brevemente, en una síntesis entre platonismo (cartesianismo) y empirismo, una síntesis corroborada por el éxito de la técnica. Por una parte, se presupone la estructura matemática de la materia, su racionalidad intrínseca, por decirlo así, que hace posible comprender cómo funciona y puede ser utilizada: este presupuesto de fondo es en cierto modo el elemento platónico en la comprensión moderna de la naturaleza. Por otra, se trata de la posibilidad de explotar la naturaleza para nuestros propósitos, en cuyo caso sólo la posibilidad de verificar la verdad o falsedad mediante la experimentación ofrece la certeza decisiva. El peso entre los dos polos puede ser mayor o menor entre ellos, según las circunstancias. Un pensador tan drásticamente positivista como J. Monod se declaró platónico convencido.
  
APARICIÓN DEL USO DE LA VIOLENCIA EN EL CRISTIANISMO
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Esto implica dos orientaciones fundamentales decisivas para nuestra cuestión. Sólo el tipo de certeza que deriva de la sinergia entre matemática y método empírico puede considerarse científica. Todo lo que pretenda ser ciencia ha de atenerse a este criterio. También las ciencias humanas, como la historia, la psicología, la sociología y la filosofía, han tratado de aproximarse a este canon de valor científico. Además, es importante para nuestras reflexiones constatar que este método en cuanto tal excluye el problema de Dios, presentándolo como un problema a-científico o pre-científico. Pero de este modo nos encontramos ante una reducción del ámbito de la ciencia y de la razón que es preciso poner en discusión.
  
La cita hecha por Benedicto XVI, no tiene “desbalanceamiento” alguno, ni necesidad de acompañamiento.  
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Volveré más tarde sobre este argumento. Por el momento basta tener presente que, desde esta perspectiva, cualquier intento de mantener la teología como disciplina «científica» dejaría del cristianismo únicamente un minúsculo fragmento. Pero hemos de añadir más: si la ciencia en su conjunto es sólo esto, entonces el hombre mismo sufriría una reducción, pues los interrogantes propiamente humanos, es decir, de dónde viene y a dónde va, los interrogantes de la religión y de la ética, no pueden encontrar lugar en el espacio de la razón común descrita por la «ciencia» entendida de este modo y tienen que desplazarse al ámbito de lo subjetivo. El sujeto, basándose en su experiencia, decide lo que considera admisible en el ámbito religioso y la «conciencia» subjetiva se convierte, en definitiva, en la única instancia ética. Pero, de este modo, el ethos y la religión pierden su poder de crear una comunidad y se convierten en un asunto totalmente personal. La situación que se crea es peligrosa para la humanidad, como se puede constatar en las patologías que amenazan a la religión y a la razón, patologías que irrumpen por necesidad cuando la razón se reduce hasta el punto de que ya no le interesan las cuestiones de la religión y de la ética. Lo que queda de esos intentos de construir una ética partiendo de las reglas de la evolución, de la psicología o de la sociología, es simplemente insuficiente.
  
Primero, porque es ni más ni menos que una cita de un autor que dijo lo que dijo, y no hay por qué ponerle al lado la de otro que diga lo contrario. Segundo porque la cita no se refiere al uso genérico de la “violencia” por parte de unos u otros, como tú dices, sino al muy específico del uso de ella (admito la identificación entre “violencia” y “espada”) “para difundir” por su medio “la fe que predicaba” y precisamente como “disposición” de “Mahoma” [recogida en el Corán, preciso yo: Sura 9, aleyas 5 y 25, y practicada reiteradamente por él mismo durante su vida]. Y Tercero, porque sea lo que sea lo que haya ocurrido en la historia universal (occidente incluido), y en la del cristianismo dentro de ella, no se encuentra disposición alguna de Jesucristo, ni en el Evangelio, ni en el resto del Nuevo Testamento, ni en la práctica de Cristo durante su vida, “de difundir por medio de la espada la fe que predicaba”.
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Antes de llegar a las conclusiones a las que conduce todo este razonamiento, quiero referirme brevemente a la tercera etapa de la deshelenización, que se está difundiendo actualmente. Teniendo en cuenta el encuentro entre múltiples culturas, se suele decir hoy que la síntesis con el helenismo en la Iglesia antigua fue una primera inculturación, que no debería ser vinculante para las demás culturas. Éstas deberían tener derecho a volver atrás, hasta el momento previo a dicha inculturación, para descubrir el mensaje puro del Nuevo Testamento e inculturarlo de nuevo en sus ambientes respectivos. Esta tesis no es del todo falsa, pero sí rudimentaria e imprecisa. En efecto, el Nuevo Testamento fue escrito en griego e implica el contacto con el espíritu griego, un contacto que había madurado en el desarrollo precedente del Antiguo Testamento. Ciertamente, en el proceso de formación de la Iglesia antigua hay elementos que no deben integrarse en todas las culturas. Sin embargo, las opciones fundamentales que atañen precisamente a la relación entre la fe y la búsqueda de la razón humana forman parte de la fe misma, y son un desarrollo acorde con su propia naturaleza.
B) Efectivamente, también occidente ha pregonado y usado la violencia “con el acompañamiento de la Iglesia”. Pero esta historia es algo muy complejo que no se puede despachar con cuatro palabras de alabanza o de desprecio. Es probable que entre tu visión de la historia y la mía existan discrepancias, y sólo el exponerlas y justificar mi propia postura ante cada una de ellas, es en el fondo tener que hacer un repaso de tres niveles de la Historia:
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Historiografía (o conocimiento precientífico, por ser de singulares, y no de universales = crónica histórica-): Relato (tras la oportuna investigación de crónicas, documentos, etc.) lo más realista posible de los HECHOS: a) invasión islámica de occidente −que tú no tienes en cuenta, pero que es elemento imprescindible para entender el primero que tú sí citas: b) cruzadas, y luego c) inquisición, d) esclavitud −supongo te refieres a la acontecida en tiempos ya modernos−, e) conquista de América, (Ahí es nada, un paseo por media historia), que no concuerda para nada con que lo que se creen ingenuamente la mayor parte de los mortales como “realidad histórica”, bajo el influjo de la “ficción/mentira/calumnia histórica”, ya sea “novela histórica” (tanto literaria como cinematográfica) ya sea la visión elaborada por políticos de uno u otro signo para pretender fundamentar en una supuesta y determinada “historia” sus pretensiones,.
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Historiología (o conocimiento científico = ciencia histórica-): Estudio de las CAUSAS, EFECTOS, INTERRELACIONES SOCIO-HISTÓRICAS DE ESOS MISMOS HECHOS, pero no ya como relato de “sucesos sucedidos sucesivamente”, sino como conjuntos inter-relacionados, a considerar con la suficiente universalidad, propia de la Ciencia.
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Llego así a la conclusión. Este intento de crítica de la razón moderna desde su interior, expuesto sólo a grandes rasgos, no comporta de manera alguna la opinión de que hay que regresar al período anterior a la Ilustración, rechazando de plano las convicciones de la época moderna. Se debe reconocer sin reservas lo que tiene de positivo el desarrollo moderno del espíritu: todos nos sentimos agradecidos por las maravillosas posibilidades que ha abierto al hombre y por los progresos que se han logrado en la humanidad. Por lo demás, la ética de la investigación científica —como ha aludido usted, Señor Rector Magnífico—, debe implicar una voluntad de obediencia a la verdad y, por tanto, expresar una actitud que forma parte de los rasgos esenciales del espíritu cristiano. La intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizonte en toda su amplitud. En este sentido, la teología, no sólo como disciplina histórica y ciencia humana, sino como teología auténtica, es decir, como ciencia que se interroga sobre la razón de la fe, debe encontrar espacio en la universidad y en el amplio diálogo de las ciencias.
Historiosofía (o conocimiento filosófico = filosofía de la historia-): Estudio de las formalidades radicales del ser humano, y normas supremas de su obrar, en su devenir histórico. (Lo cual, por otra parte, es precisamente parte de la Antropología filosófica, si ésta se hace bien hecha, es decir, incluyendo el carácter histórico del hombre en cuanto hombre, y de la Ética, en su comprobación histórica de las consecuencias buenas o malas para el ser humano de unas u otras pautas de conducta).
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Renuncio absolutamente a pretender hacer nada parecido a un relato historiográfico completo no ya de los cinco temas propuestos (uno por mí y cuatro por ti). Ni siquiera creo que haga falta decir por qué. Pero, teniendo, creo, clara la perspectiva historiosófica, me atrevo a hacer unas reflexiones desde la perspectiva historiológica, apoyado en los datos suficientes de la historiografía.
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C) Aparición, y aceptación, del uso de la “violencia” por parte de los cristianos, tras la expansión inicial del cristianismo en occidente y oriente, y el tránsito de ser una religión practicada por súbditos cristianos de gobernantes paganos, a ser una religión practicada no sólo por súbditos sino también por gobernantes cristianos.
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Sólo así seremos capaces de entablar un auténtico diálogo entre las culturas y las religiones, del cual tenemos urgente necesidad. En el mundo occidental está muy difundida la opinión según la cual sólo la razón positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales. Pero las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas. Con todo, como he tratado de demostrar, la razón moderna propia de las ciencias naturales, con su elemento platónico intrínseco, conlleva un interrogante que va más allá de sí misma y que trasciende las posibilidades de su método. La razón científica moderna ha de aceptar simplemente la estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras racionales que actúan en la naturaleza como un dato de hecho, en el cual se basa su método. Ahora bien, la pregunta sobre el por qué existe este dato de hecho, la deben plantear las ciencias naturales a otros ámbitos más amplios y altos del pensamiento, como son la filosofía y la teología. Para la filosofía y, de modo diferente, para la teología, escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente las de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento; oponerse a ella sería una grave limitación de nuestra escucha y de nuestra respuesta. Aquí me vienen a la mente unas palabras que Sócrates dijo a Fedón. En los diálogos anteriores se habían expuesto muchas opiniones filosóficas erróneas; y entonces Sócrates dice: «Sería fácilmente comprensible que alguien, a quien le molestaran todas estas opiniones erróneas, desdeñara durante el resto de su vida y se burlara de toda conversación sobre el ser; pero de esta forma renunciaría a la verdad de la existencia y sufriría una gran pérdida». [13] Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su razón, y así sólo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo. «No actuar según la razón, no actuar con el logos es contrario a la naturaleza de Dios», dijo Manuel II partiendo de su imagen cristiana de Dios, respondiendo a su interlocutor persa. En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de la razón. Redescubrirla constantemente por nosotros mismos es la gran tarea de la universidad.
  
1) El Cristianismo como Religión, como reino de Dios, que “no es de este mundo” (Jn 18, 36), enseña, y vive, en Jesús, en sus discípulos y en los cristianos de los primeros siglos, una doctrina que podemos denominar sin vergüenza  ni disimulo alguno como “Pacifismo”. El cristiano se esfuerza en obrar con justicia dando a cada uno lo suyo, lo que le es debido, pero no se contenta con eso. Trata de obrar, aunque en ello le vaya la vida, amando al prójimo como Cristo nos amó (que no es lo mismo que amarlo “como a sí mismo”), dándole al prójimo más de lo que es debido, y sobre todo, perdonando a los enemigos, y renunciando a defenderse de los que le atacan. Es decir, renunciando, en beneficio de los enemigos, tanto a la venganza (=vindicta=pena=justicia penal) por los males que le han hecho a él, como a la legítima defensa contra los males que le van a hacer a él.
 
  
2) Pero el discípulo de Cristo “está en el mundo” (Jn 17,11). Más aún: es “enviado al mundo” por Él (Jn 17,18), que, orando al Padre, dice “No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno” (Jn, 17, 15). Los discípulos son enviados el mundo para una misión muy clara y universal: “Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»” (Mt 28, 18-20). Los discípulos son enviados al mundo a cristianizar, enseñando a amar como Cristo nos amó (Jn 13, 34), y con la ayuda permanente de Cristo, a todos: a judíos y gentiles, a hombres y mujeres, a griegos y romanos, a europeos, asiáticos, africanos, americanos y oceánicos, a pobres y ricos, a blancos, negros y tostados, a dedicados a actividades privadas o a actividades públicas, a súbditos y a gobernantes, a jueces, a militares... En todo caso el “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, deja bien clara (Mt 22, 21; Mc 12, 17; Lc 20, 25) la distinción entre el “Reino de Dios” y el ámbito político o “poder temporal”, como actualmente suele ser denominado. El cristianismo no es una teocracia. Pero ello no obsta para que el cristiano tenga que vivir en el mundo, sometido al poder temporal, y a veces ejerciéndolo, sin por ello quedar liberado de mantener su fe y actuar conforme a su moral.
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'''Notas'''
  
3) El cristiano dedicado a actividades públicas, es decir a aquellas en las que se ejerce potestad, jurisdicción y autoridad  para dirigir hacia el bien común a una sociedad política o “Reino de este mundo”, tanto si esta organizado como monarquía, como aristocracia o como democracia, tiene, como cristiano, obligación de amar al prójimo como Cristo nos amó (como antes vimos). Con todas las consecuencias que ello implica en su vida personal. Pero, como persona dotada de potestad para dirigir a otros (cristianos o no, buenos o malos, justos o injustos) hacia el bien común de la sociedad política (ya sea en el ámbito del poder legislativo como del judicial o ejecutivo, incluidas las fuerzas de seguridad), tiene obligación en su actividad pública de actuar siempre “dando a cada uno todo y solo lo que le es debido” (incluido a Dios, a quien se le debe dar lo que le es debido), es decir, ejerciendo la virtud de la justicia. Tanto si es justicia civil (ya conmutativa, ya social -y ésta bien distributiva, bien aportativa−), como si es justicia penal, (ya preventiva o legítima defensa de la sociedad y sus miembros −para evitar el delito−, ya punitiva o vindicativa −cometido el delito−). Éstos deberes no están tan explícitamente enunciados por Cristo en el Evangelio, y menos como algo ni novedoso ni exclusivo de los cristianos. Por lo pronto, porque son deberes que surgen naturalmente de la sociabilidad natural del hombre, y que además estaban explicitados en el Antiguo Testamento desde los tiempos mosaicos (Dt 5, 1-22, Dt 6,5, Lev 19, 18). Pero deberes que también, reconociéndolos como “resumen de la Ley los Profetas” (es decir, del Antiguo Testamento), los acepta implícitamente: 25Se levantó un legista, y dijo para tentarle: “Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” 26Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? Qué lees?” 27Respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” 28Díjole entonces: “Bien has respondido. Haz eso y vivirás.” (Lc 10, 25-28)
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[1] De los 26 coloquios (διάλεξις. Khoury traduce «controversia») del diálogo («Entretien»), Th. Khoury ha publicado la 7ª «controversia» con notas y una amplia introducción sobre el origen del texto, la tradición manuscrita y la estructura del diálogo, junto con breves resúmenes de las «controversias» no editadas; el texto griego va acompañado de una traducción francesa: Manuel II Paleólogo, Entretiens avec un Musulman. 7e controverse, Sources chrétiennesn. 115, París 1966. Mientras tanto, Karl Förstel ha publicado en el Corpus Islamico-Christianum (Series Graeca. Redacción de A. Th. Khoury – R. Glei) una edición comentada greco-alemana del texto: Manuel II. Palaiologus, Dialoge mit einem Muslim, 3 vols., Würzburg-Altenberge 1993-1996. Ya en 1966 E. Trapp había publicado el texto griego con una introducción como volumen II de los Wiener byzantinische Studien. Citaré a continuación según Khoury.  
  
4) La aplicación de la justicia penal (tanto preventiva como punitiva) acarrea la necesidad de que el “Reino de este mundo” tenga fuerzas de seguridad, dotadas de armas, que no son instrumentos de juego ni de exhibición, son para herir y matar, e implícitamente están aceptadas por Cristo y el Dios cristiano en los siguientes episodios: Cuando Jesús cura milagrosamente al criado del Centurión, es decir, de un oficial del ejército romano, como todos sabemos (Mt 8 5-13), expresa admiración por su fe, y no dice una sola palabra de reproche por su profesión −y no era Cristo alguien que tuviera pelos en la lengua para reprochar conductas inadmisibles: recuérdese el sermón de los “¡Hay de vosotros,... hipócritas!” (Mt 26, 13 ss)−. Igualmente, en todo el largo episodio del bautismo del Centurión Cornelio y su familia por Pedro en Cesarea, tan detallada como interesantemente narrado en los Hechos de los Apóstoles (Hch cap.10 entero), no hay una sola palabra de reproche hacia la profesión militar de Cornelio. Consta también que hubo militares entre los cristianos de esos primeros siglos en los que se vivía el espíritu pacifista hasta la propia muerte. Sin duda es pues compatible ser cristiano y ser militar (o policía o similar, en la expresión actual). Siempre que ejerza su autoridad y utilice sus armas exclusivamente al servicio del bien común y no de intereses injustos, o lo que es lo mismo, en defensa de la justicia de la sociedad a cuyo servicio está. Y si, además, renuncia a usarlas para su personal y exclusiva defensa legítima, y perdona de corazón personalmente a los que contra él personalmente han delinquido, será un cristiano que camina por la senda de la perfección.¿Cómo habrá el cristiano, a lo largo de la historia, de compatibilizar, en estructuras sociales o políticas, en circunstancias personales o colectivas, variadísimas e impredecibles, los preceptos cristianos y sus deberes terrenos o temporales cuando participa en estructuras de gobierno o defensa?. La maravillosa sabiduría de Cristo (infinita, divina sabiduría) se manifiesta a este respecto una vez más: no hace nada parecido a “dejar todo atado y bien atado”, para que sus discípulos tengan ya un código casuístico de conducta establecido para los siglos futuros. Nada más ¡y nada menos!, que dice, primero a Pedro, y luego a todos los Apóstoles que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo (Cf. Mt 16, 19, Mt 18,18), pero ayudándoles para que no yerren al atar o desatar, ya que, como vimos más arriba no los va a dejar solos: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
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[2] Sobre el origen y la redacción del diálogo puede consultarse Khoury, pp. 22-29; amplios comentarios a este respecto pueden verse también en las ediciones de Förstel y Trapp.  
  
5) El acceso de los cristianos al ejercicio de la autoridad política, y por tanto al deber de administrar la justicia civil y penal, preventiva y punitiva, “nacional e internacional” (términos modernos, pero utilizables para comprender los ámbitos “intra-imperiales e inter-imperiales”, “intra-reinales” e “inter-reinales”−o intra e inter “ducales” o “condales”−así como después los ámbitos de relación, generalmente belicosa, entre cristianos y musulmanes), supone un punto importantísimo de inflexión o salto en la historia del cristianismo. Ésta había sido un religión a veces  perseguida, a veces, como máximo, tolerada, durante sus tres primeros siglos de vida en el seno del Imperio Romano. Ser cristiano significaba arriesgar la vida, y sólo desde una profunda fe tenía sentido integrarse en él. Con el Edicto de Milán (313 d.C.) firmado por Constantino I y Licinio, dirigentes de los imperios romanos de Occidente y Oriente, respectivamente, los cristianos adquieren la libertad religiosa. El cristianismo pasa de las catacumbas a los templos, se expande, especialmente en las ciudades (los habitantes de los “pagos” o aldeas, la gente rústica, los “paganos”−a los que por su dispersión y aislamiento no ha llegado el mensaje cristiano− siguen practicando el politeísmo ancestral, de ahí que se empiece a denominar “paganismo” el culto no monoteísta) y, tras diversas vicisitudes que no hacen al caso, el Edicto de Tesalónica,  decretado por el emperador romano Teodosio el 24 de noviembre de 380, convirtió el cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano. No voy a pretender hacer aquí un intento de análisis de los beneficios (que fueron muchos) y perjuicios (que tampoco fueron escasos) que esta oficialización aportó al cristianismo en particular y a la historia de la humanidad en general. Pero lo que queda claro es que, de aquí en adelante, en muchas circunstancias históricas, a mucha gente, de cualquier nivel social, económico, político o religioso, le va a ser muy útil, el presentarse como cristiano, aunque su fe, sus principios morales, y por tanto normalmente su conducta, se hallen a mucha distancia de lo que cabría esperar de un cristiano convencido. Y también es claro que también de aquí en adelante las barbaridades cometidas por muchas personas o grupos sin fe y/o sin moral, pero que vivían, como súbditos o como gobernantes, en sociedades “oficialmente” cristianas, van a ser atribuidas, sin más, al cristianismo como tal, por simple ignorancia o por rotunda mala fe del observador de los hechos o “historiador”, que, por supuesto, se presentará indefectiblemente como “documentado” e “imparcial”.
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[3] Controversia VII 2c: Khoury, pp. 142-143; Förstel, vol. I, VII. Dialog 1.5, pp. 240-241. Lamentablemente, esta cita ha sido considerada en el mundo musulmán como expresión de mi posición personal, suscitando así una comprensible indignación. Espero que el lector de mi texto comprenda inmediatamente que esta frase no expresa mi valoración personal con respecto al Corán, hacia el cual siento el respeto que se debe al libro sagrado de una gran religión. Al citar el texto del emperador Manuel II sólo quería poner de relieve la relación esencial que existe entre la fe y la razón. En este punto estoy de acuerdo con Manuel II, pero sin hacer mía su polémica.  
  
6) Luego vendrán las grandes herejías (arrianos, nestorianos, etc.), los primeros Concilios Ecuménicos ( Nicea-325, Primero de Constantinopla-381; Éfeso-431), la invasión de los bárbaros (a partir del 406), muchos ya cristianizados, pero adeptos del arrianismo que muy lentamente se fueron convirtiendo al catolicismo, la caída del Imperio romano de Occidente y su conversión en Reinos y Señoríos feudales diferentes, con egoísmos e intereses contrapuestos. Vendrá, por supuesto, la barbarización del mundo cristiano de la Europa occidental, conservándose el Oriental, con cabeza en Bizancio/Constantinopla, como aislada grecorromanidad más pura. Como culmen de lo que a los cristianos del siglo XIX nos resulta difícil entender si nos aferramos a querer mirarlo todo con ojos del presente, y sin querer comprender las causas pasadas del pasado, tenemos, en un mundo feudal de terribles situaciones de anarquía y desgobierno, en el que se acepta con gran frecuencia que asuma el gobierno el que tiene más capacidad cultural y organizativa para ello, el surgimiento, de los Estados Pontificios, donde el Reino de Dios y el del Cesar se amalgaman. Sería inacabable el análisis de las luces y sombras que tal mixtura trajo a la Iglesia y su historia. Ni por sueño pretendo meterme en él, me basta con expresar mi alegría histórica debida a dos hechos sucesivos y aparentemente contradictorios: la conquista de Roma por el ejército de Victor Manuel II en 1870, (se acaban los Estados Pontificios y se unifica Italia), y los Pactos de Letrán del 11 de febrero de 1929 (se reconoce la independencia y soberanía de la Santa Sede y se crea el Estado de la Ciudad del Vaticano). El que quiera más detalles, que estudie la Historia de la Iglesia (la verdadera, no la de los fabricantes de ficciones de pretexto histórico, con mucho rendimiento económico/editorial/cinematográfico y poca verdad de contenidos, como, por citar sólo algunos de los últimos de ellos, Humberto Eco, Dan Brown o Ridley Scott), Iglesia que nunca ha pretendido ocultar la realidad su defectos humanos. Merece la pena recordar que actualmente, siglo XXI, el diminuto valle-estado de Andorra, tiene dos Copríncipes, cuya simultánea existencia salvaguarda a su vez su existencia como mini-estado independiente: el Obispo español de la Seo de Urgel, y el Presidente de la República francesa; la institución data del siglo XI (obviamente entonces el copríncipe francés no era el Presidente de la República, sino el conde de Caboet, pasando a serlo el vizconde de Castellbó, pasando a serlo el conde de Foix, pasando a serlo... tras los siglos el Presidente de la República) y la Constitución de Andorra de 28 de abril de 1993 la consagra como actual.  
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[4] Controversia VII 3 b-c: Khoury, pp. 144-145; Förstel vol. I, VII. Dialog 1.6, pp. 240-243.  
  
B) Invasión islámica.  
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[5] Solamente por esta afirmación cité el diálogo entre Manuel II y su interlocutor persa. Ella nos ofrece el tema de mis reflexiones sucesivas.  
  
Consideraciones históricas
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[6] Cf. Khoury, o.c., p. 144, nota 1.
  
1) La primera es que la expansión del islamismo por todo el mundo mediante el yihad o guerra santa no es algo accidental o acontecido por simples circunstancias de tiempo y lugar, sino porque tal sistema de expansión pertenece a la esencia misma del Islam .Tras la muerte de Mahoma en 632, el Islam se expande, cimitarra en mano, como una mancha de aceite fuera de la península arábiga, aprovechando la debilidad de Bizancio. En doce años, los musulmanes conquistan Palestina, Siria y Egipto (que eran regiones del Imperio Romano de Oriente y, por supuesto, cristianas), y aunque su unidad espiritual se rompe al fraccionarse sus adeptos entre sunitas -que sostenían que los califas debían ser elegidos por los fieles- y chiítas -partidarios de que el califato estuviera reservado a los descendientes de Mahoma-, la unidad política es mantenida por la dinastía omeya. En un siglo, la expansión árabe llega al Magreb y la península Ibérica por el oeste, y a las lindes de India y China por Oriente, islamizando Mesopotamia, Persia y Afganistán. A partir del siglo X, el mundo islámico se fragmentó políticamente, pero su fuerza religiosa no cesó, difundiéndose por el norte de la India, Sumatra (1290), Malasia (1400), Java y las Molucas (1450-1490). También habían venido los turcos y su intento de conquista de toda Europa penetrándola por el oriente, tras la sucesiva conquista, región a región, de lo que había sido el Imperio Romano de Oriente. Y la expansión por otras grandes regiones de Asia y África.
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[7] R. Arnaldez, Grammaire et théologie chez Ibn Hazm de Cordoue, París 1956, p. 13; cf. Khoury, p. 144. En el desarrollo ulterior de mi discurso se pondrá de manifiesto cómo en la teología de la Baja Edad Media existen posiciones semejantes.  
  
2) La segunda es la reacción del mundo cristiano-occidental ante tal invasión.
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[8] Para la interpretación ampliamente discutida del episodio de la zarza que ardía sin consumirse, quisiera remitir a mi libro Einführung in das Christentum, Munich 1968, pp. 84-102. Creo que las afirmaciones que hago en ese libro, no obstante del desarrollo ulterior de la discusión, siguen siendo válidas.  
  
Tras las rápidas invasiones iniciales, se produjo una grecorromanización/racionalización (= civilización) de las belicosas pero incultas tribus arábigas, y de ahí el surgimiento del esplendor cultural de los Califatos (a partir de 660): Damasco (Siria), Basora y Bagdad (actual Irak) , y luego posteriormente el de Cordoba en España (929); esplendor cultural que no duró en Oriente más allá de las consecuencias del eficaz influjo de las prédicas y escritos de Algazel (1058-1111), como vimos en el archivo adjunto “2Fe&Razón-Islam-Cristianismo”, y en Occidente (Córdoba) más allá de la invasión de los algazelianos almohades (1147). Pero para los cristianos conquistados la situación era (y lo sigue siendo 1374 años después del comienzo de la invasión) muy dura. Nada de extraño tiene que en el ejercicio del derecho (y deber para el gobernante y la sociedad) de la legítima defensa (que en el orden político se traduce en la expresión “guerra justa”), los reinos cristianos se enfrentasen militarmente contra los invasores, y tratasen de frenarlos, rechazarlos y reconquistar los territorios por ellos invadidos. Las condiciones de legitimidad y ejercicio de la guerra justa han sido estudiadas por los grandes filósofos y teólogos a lo largo de la historia, especialmente por Francisco de Vitoria (nacido en Burgos o Vitoria, entre 1483 y 1486 - † Salamanca, 1546), en su magistral “De iure belli” (Sobre el derecho de la guerra).
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[9] Cf. A. Schenker, “L'Écriture sainte subsiste en plusieurs formes canoniques simultanées”, en: L'interpretazione della Bibbia nella Chiesa. Atti del Simposio promosso dalla Congregazione per la Dottrina della Fede, Ciudad del Vaticano 2001, pp. 178-186.  
  
Una cosa es que una guerra sea justa por parte de uno de los bandos contendientes, y otra muy distinta que todos y cada uno de sus generales, oficiales, suboficiales y soldados se comporten con exquisita y absoluta justicia en todas y cada una de sus acciones militares, y con respecto a todos y cada uno de los militares o población civil del bando enemigo (o incluso propio, o aliado). Durante una guerra se desatan toda clase de pasiones humanas, especialmente incluidas las más bajas y rastreras, con las desastrosas consecuencias que ello acarrea. Por eso sólo  puede moralmente aceptarse como recurso extremo, en circunstancias extremas, y tratando de reducir al máximo los daños infligidos. Pero no cabe duda de que hay guerras justas ante agresiones bélicas injustas. Y la reacción de los Reinos cristianos fue altamente justa defendiéndose en todo caso, reconquistando cuando pudieron, y tomando medidas preventivas para previsibles nuevas acciones de la marea invasora de los musulmanes, constante y hasta me atrevería decir perpetua −porque se lo exigía, exige y exigirá su inevolucionable fe coránica−. Aunque cuando viven entre “infieles” (ya sean cristianos, judíos o ateos), como los ya bastantes millones de musulmanes que viven en Europa, puedan ocultarlo, disimularlo y hasta negarlo. De hecho los cristianos españoles, a veces ayudados por otros europeos (como en la Batalla de las Navas de Tolosa de 1212), hubieron de luchar durante 781 años, desde que en 711 se produjo el comienzo de la invasión musulmana la Peninsula Ibérica con el desembarco de Tarik ben Ziyad en el monte Calpe (que pasó a llamarse Yebel Tarik = Gibraltar), hasta la conquista de Granada en 1492. Y sólo así lograron reconquistar su territorio.
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[10] Este tema lo he tratado más detalladamente en mi libro Der Geist der Liturgie. Eine Einführung, Friburgo 2000, pp. 38-42.  
De hecho, en la Batalla de Poitiers, que tuvo lugar en 732, entre las fuerzas comandadas por el líder franco Carlos Martel y un ejército islámico organizado por los musulmanes de la península Ibérica, cerca de la ciudad de Tours, en la actual Francia, los francos derrotaron el ejército islámico, su jefe resultó muerto, y la penetración islámica en el oeste europeo desde la península Ibérica quedaría frenada.
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De hecho, a Sicilia llegaron los musulmanes en 827, conquistando Palermo (831) y Mesina (839). Pusieron pie en la península italiana apoderándose de Tarento en 836. En 840 se adueñan de Bari y llegan a las fronteras de los Estados Pontificios. Em 846 fracasan en un ataque a Nápoles, pero una flota con 10.000 sarracenos atraca en la desembocadura del Tíber y, tras ocupar Porto y Ostia, sube hasta Roma saqueando extramuros las basílicas de San Pedro y San Pablo, y monasterios anejos. No pudiendo entrar en la ciudad se retiraron hacia Gaeta y, ante la llegada de refuerzos cristianos se reembarcaron, siendo aniquiladas las naves por una furiosa tempestad en el mar de Sicilia. Todo ello provocó fuerte reacción en la cristiandad, empezando por el Rey de Roma, el Papa, reforzamiento de la defensas terrestres de Roma, y derrota completa de los sarracenos en la batalla naval de Ostia. Pero el dominio de Sicilia por los musulmanes habría de durar en total dos siglos y medio.
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De hecho −saltándonos unos siglos, para hacer párrafo aparte de “Las Cruzadas” oficialmente tales, que acontecieron en los intermedios−, desde que en 1358, el Sultán turco Solimán capturáse Gallípoli que permitió a los turcos establecer una cabeza de puente en Europa, empezó la invasión del este y centro de Europa. Los serbios y a sus aliados fueron derrotados. Fueron cayendo Valaquia, Bulgaria, Tesalia, Macedonia. Hungría y Polonia fueron derrotadas en 1396.De hecho en 1453, cayó Constantinopla ante el embate de los turcos, y con ello el último baluarte/estorbo en la invasión musulmana de Grecia, toda la península balcánica y parte de la Europa oriental.  En 1521 Solimán capturó Belgrado y un año más tarde Rodas. En 1526, tras la batalla de Mohács, Hungríaperdió su independencia. El avance turco encontró el primer obstáculo en las murallas de Viena (1529). Por otra parte el sultán se hizo dueño del Mediterráneo, aunque no pudo dominar la resistencia de Malta. Conquistaron  Chipre y muchas islas jónicas, pero la batalla de Lepanto, en octubre de 1571, mostró a Europa que los turcos no eran en realidad invencibles. Tuvieron los turcos una época de decadencia, hasta resurgir y  comenzar con Mohamed IV (1648-87) una era más gloriosa. Pero ya las únicas conquistas fueron Creta, Podolia y parte de Ucrania. Viena fue de nuevo sitiada. Solicitada insistentemente la ayuda a los sitiados por el Papa Inocencio XI, sólo el Rey de Polonia Juan Sobieski acudió con su ejército, infligiendose una  gran derrota a los turcos en la Batalla de Viena (1683) y salvándose una vez más Centroeuropa de la marea islámica. Insistió el Papa en el espíritu de cruzada, lográndose una “Santa Liga” entre el Emperador Leopoldo I, Polonia y Venecia. Los turcos se vieron obligados a concertar la Paz de Carlowitz (1699 ), por la cual Turquía renunciaba a casi toda Hungría en favor del Emperador, además de ceder Morea (Peloponeso) a Venecia, Podolia a Polonia y Azov a Rusia. Durante los siglos XVIII XIX y XX hubo toda clase de altibajos en el éxito militar de unos (turcos) y otros (cristianos, o ateos descristianizados o desjudaizados −al menos las clases dirigentes, tras las sucesivas revoluciones de mayor o menor intensidad anticristiana, desde la francesa a las marxistas), y hubo frecuentes guerras y modificaciones de fronteras. Se efectuaron conquistas colonizadoras de países occidentales sobre regiones musulmanas de diversos continentes.
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3) ¿Hay que decir algo todavía sobre las “cruzadas”?.
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Podemos decir que, a participar en la que terminaría siendo la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), (localidad al sur de Despeñaperros, cercana a La Carolina, en la actual provincia andaluza de Jaén), fueron estimulados los europeos por la concesión de indulgencias de “cruzada” por el Papa Inocencio III, a petición del Rey Alfonso VIII de Castilla. El Rey envió al arzobispo Don Rodrigo Jiménez de Rada, a solicitarlo a Roma, y éste, tras la concesión gustosa del Romano Pontífice, predicó la cruzada por Italia, Alemania y Francia, reclutando tropas. Los cristianos del mediodía francés fueron los que respondieron con más entusiasmo (precisamente un provenzal apellidado Loustau participó en la batalla, y tuvo a bien tras ella quedarse en estas tierras). Gracias a la victoria cristiana, el imperio almohade, de musulmanes que hoy serían denominados “fundamentalistas”, que se extendía por el Norte de África desde Libia hasta el Atlántico, y con sus pretensiones expansionistas era un serio peligro para la Europa Occidental, fue primero frenado y, como consecuencia de ello, terminó disolviéndose.  
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[11] De la abundante bibliografía sobre el tema de la deshelenización, quisiera mencionar especialmente: A. Grillmeier, “Hellenisierung – Judaisierung des Christentums als Deuteprinzipien der Geschichte des kirchlichen Dogmas”, en: Id., Mit ihm und in ihm. Christologische Forschungen und Perspecktiven, Friburgo 1975, pp. 423-488.  
  
Podemos decir que, en la batalla de Lepanto (1571), fueron animados los europeos mediante la predicación de una cruzada (La “Historia del Pontificado”, la menciona expresamente como “cruzada”, otros autores no la mencionan como tal, pero tampoco lo niegan). El Papa San Pio V logró concertar una “Santa Alianza”, encomendada a la Virgen del Rosario, que dispuso de una armada aliada compuesta por 70 galeras españolas (sumadas las propiamente hispanas con las de Nápoles, Sicilia, y Génova), 9 de Malta, 12 del Papado (“Estados Pontificios”) y 140 venecianas. Gracias a la victoria cristiana, y a pesar de que no los aliados no explotasen a fondo su éxito, las naves mercantes cristianas pudieron seguir surcando el Mediterráneo, y las habitantes de las costas de los países cristianos ribereños, pudieron dormir algo más tranquilos  sin estar esperando en cualquier momento una invasión turca, aunque no tanto como para no tener que temer que una razia de piratas musulmanes berberiscos les robase sus bienes o les secuestrase como esclavos/as. Hasta la dominación francesa de Argel (1830) no logró acabarse con los piratas berberiscos.
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[12] Publicada y comentada de nuevo por Heino Sonnemanns (ed.): Joseph Ratzinger-Benedikt XVI, Der Gott des Glaubens und der Gott der Philosophen. Ein Beitrag zum Problem der theologia naturalis, Johannes-Verlag Leutesdorf, 2. ergänzte Auflage 2005.  
− Podemos decir, en referencia a la victoria cristiana, entes descrita, en la batalla de Viena (1683), podemos decir que un padre capuchino, el  italiano y venerable Marco da Aviano (1631-1699), enviado por el Papa Inocencio XI ante el Emperador Leopoldo I, e infatigable, como el mismo Papa predicador de la defensa  anti-turca, aconsejó que todas las insignias imperiales llevaran la imagen de la Madre de Dios. Desde entonces las banderas militares austriacas mantendrán la efigie de la Virgen a lo largo de dos siglos y medio, hasta el momento en que Adolfo Hitler las hizo retirar. Ni La “historia de la Iglesia Católica”, ni la “Historia del Pontificado” mencionadas dicen que se predicara, ni se concedieran indulgencias como “cruzada”, pero sí hablan ambos de que la alianza y la victoria se consiguieron  gracias a la “idea de “cruzada” en que “vivía sumergido” el Papa (“Hª del Pontificado”), al “ambiente de cruzada” que logró éste expandir por Europa (“Hª de la Iglesia Católica”), gracias a lo cual, y a pesar de las múltiples colaboraciones de Luis XV de Francia con los turcos (que hacía siempre lo que podía con tal de debilitar el Imperio centroeuropeo), se consiguió que, como ya dijimos, se librara  una vez más Europa de caer en manos del Islam.
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− Podemos decir que también hubo otra serie de cruzadas, las usualmente denominadas tales, con su numeración correlativa, desde la 1ª a la 9ª promovidas por el Papa, proclamadas y organizadas con la intención de lograr la reconquista de los Santos Lugares, es decir, la Palestina en que nació, vivió, murió y resucitó Jesucristo, y acompañadas de la concesión de indulgencia plenaria a los que se alistasen en ellas. Es importante el hecho histórico de que, tras haberse mantenido esas regiones abiertas durante siglos, no solo a la convivencia relativamente pacífica de poblaciones musulmanas y cristianas (aunque éstas siempre con la categoría secundaria de “dhimmíes”), sino también a la aceptación de la llegada de peregrinos cristianos de occidente, visitantes de los Santos Lugares (eso sí, pagando tasas en cada ciudad visitada), en un momento dado todo cambió.
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Llegó al poder el califa fatimí de Egipto Al-Hakem (“Fatimí” deriva del nombre de la hija del Profeta Mahoma, Fatima az-Zahra, La dinastía fue fundada por un argelino con de descender del Profeta por vía de la hija del Profeta, Fatima Zahra, y su esposo, Ali ibn Abu Talib, primo del Profeta). Y dio orden al gobernador de Siria de destruir el Santo Sepulcro, y aniquilar en Jerusalén todo cuento tuviera sabor a cristianismo. Basílicas y monasterios fueron destruidos. De 1009 a 1020 las casas de cristianos y judíos fueron saqueadas, y sus habitantes ferozmente perseguidos. Unos huyeron, otros, apostataron, y a los que se quedaron se les obligó a llevar sobre sí distintivos infamantes. El mismo califa revocó sus decretos. Su hijo Al-Zahir mandó que se reconstruyesen los Santos Lugares, a cambio de que en Constantinopla se restaurase una antigua mezquita. Se renuevan las peregrinaciones. Las donaciones de los fervorosos peregrinos facilitan la reconstrucción. Afluyen muchedumbres innumerables de peregrinos de toda clase, origen geográfico y condición.
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Sin duda la experiencia de las anteriores opresiones , no sólo en Palestina, sino en tantos otros lugares de orientes y occidente donde los cristianos estaban dominados por musulmanes, o en lucha contra ellos, hizo que el espíritu de las peregrinaciones fuera modificándose. Fue planteándose el derecho a la reconquista de regiones invadidas por conquistadores (los musulmanes) sin más derecho para ello que las exigencias bélico-expansivas de su fe. Las peregrinaciones se convirtieron en expediciones armadas por intervención del Papa, y surgieron las “Cruzadas” Que éste fundamento jurídico haya estado contaminado con intenciones subjetivas de los actores que las emprendieron menos generosas y altruistas, es posible. Que en su realización se cometieron muchos errores militares y muchas injustas tropelías, es seguro. Que alguna, como la cuarta, terminó cambiando de objetivo y atacando a Bizancio en vez de a los musulmanes, colaborando así al fortalecimiento de éstos y al debilitamiento de los cristianos, tristemente cierto. Que el “Reino Latino de Jerusalén”,  fundado como resultado de la Primera Cruzada en 1099, destruido por primera vez por Saladino en 1187, restablecido alrededor de San Juan de Acre y mantenido hasta la captura de esa ciudad en 1291, terminó desapareciendo, es pura historia indiscutible. Lo que, con nuestra mentalidad actual de  valorarlo todo en función de su eficacia lleva a muchos a no sólo considerarlas un fracaso, que históricamente terminaron siéndolo, sino a despreciarlas como globalmente inmorales, que globalmente no lo fueron, aunque lo fueran en unos u otros momentos y actuaciones unos u otros de sus actores.
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Hubo otras cruzadas. Por ejemplo: “cruzadas bálticas” (convocada en 1193), “contra los albigenses” (convocada en 1209)...
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Que se hablado, escrito (y hasta cinematografiado en el último siglo) mucho de todas ellas, es también indiscutible. Alguna de las más citadas como “aberración” o “salvajada religiosa”, como la “Cruzada de los niños”, ni es una, sino dos movimientos diferentes a partir de dos lugares diferentes de Europa, ni fueron bendecidas, sino frenadas, por la Iglesia, ni en caso alguno llegaron a poner pie en Palestina. La versión de la “Historia de la Iglesia” mencionada, de 1945, y la de Wikipedia, de hoy mismo, tienen más coincidencias que discrepancias.
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Y en todo caso, si se quiere entender algo de todo esto, no hay que olvidar, lo que desde el principio he denominado la “barbarización” de Europa desde la invasión de los bárbaros. Los pueblos “bárbaros” eran de natural belicoso. El caballero medieval tiene mucho de hombre belicoso ansioso de disponer de causas que justifiquen el que pueda demostrar lo noble, lo fuerte, lo muy hombre que es él frente a alguien con quien tenga oportunidad de pelearse. Júntese eso con las invasiones islámicas, y la mezcla del hambre con las ganas de comer, hizo el resto.
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CONCLUSIÓN
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[13] 90 c-d. Para este texto se puede ver también R. Guardini, Der Tod des Sokrates, Maguncia-Paderborn 19875, pp. 218-221.
 
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Ni la “barbarización de Europa, ni el acceso de los cristianos a responsabilidades de gobierno, ni las amalgamas entre el “Reino de Dios” y el del “César”, son, de por sí solas ni en conjunto, explicaciones suficientes de la aparición del “espíritu de cruzada”, ni menos aún de que tal espíritu terminase a veces haciendo difícil la distinción entre la legítima defensa de personas o regiones atacadas belicosamente por herejes o directamente anticristianos (“cruzada contra los albigenses”, “cruzadas bálticas”) del intento de algunos de “imponer la fe por la espada” (como volvió a acontecer en Europa −”guerras de religión”−tras la reforma protestante: «cuius regio, eius religio» = “según la región, así su religión”), ni de la  ni la aparición de las Órdenes Militares (Templarios, Caballeros Teutónicos, Orden de Malta, o Santiago, Alcántara, Calatrava en España...). Para comprender por completo el problema hay que tener en cuenta, siempre y por encima de  todo aquello, la presión bélica que el Islam ha mantenido sobre y contra Europa, y en ella la cristiandad, siglo tras siglo desde 632 hasta... Presión bélica invasora mientras que pudo y siempre que pudo (¿cuándo fue la última invasión turca de Chipre, tras la muerte de Makarios, y la  frustrada “enosis” de los griegos?), presión bélica de pirateo (robo de bienes, arrasamiento de lo no robado, secuestro de personas) en las costas mediterráneas, mientras que pudo y siempre que pudo (¿cuando fue la última razia de los piratas berberiscos?). Y que mantuvo un “espíritu de cruzada” en los cristianos que, con su necesaria belicosidad, entreverada de religiosidad, mantuvo un clima que terminó afectando a otros ámbitos de la vida cristiana. Hablo de “explicar y comprender”, que es lo que debe hacer siempre la Historia (grafía, logía o sofía). Justificar, lo que se dice justificar, es claro que no todo es justificable. A lo largo de éstas páginas he tratado de explicar, para intentar comprender, en la medida de mis posibilidades, lo relativo a este tema, así como de justificar lo que me parecía justificable, y no pretender hacerlo de lo que no me lo parecía tanto.
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¡Pero! De estos y otros “pozos”de relajación doctrinal en que se haya metido históricamente el cristianismo, siempre hay posibilidad de salir, y de hecho se ha salido. Porque siempre hay quien recurra al Evangelio y al ejemplo de Cristo, nuestro fundamento: ¡el maravilloso, deseable y por mí siempre alabado fundamentalismo cristiano!... y se termina predicando e intentando vivir el amor al prójimo como Cristo nos amó, que implica dar la primacía a la caridad (ese amor que unifica el amor a Dios y al hombre), porque Dios es amor (Deus caritas est), como antes de pronunciar el discurso de Ratisbona, nos había dejado escrito en una encíclica el mismo Benedicto XVI.
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El Islam, en unos u otros lugares y momentos de su historia, también ha caído en “pozos” de relajación doctrinal. Y también periódicamente sale de ellos gracias a la vuelta a sus fundamentos: el Corán y la vida de Mahoma. Algazel le hizo volver a sus fuentes, los almohades, los fatimíes, le hicieron volver a sus fuentes... Los wahabíes (miembros de una secta musulmana fundada por Abdul Wahab en el Siglo XVIII, la cual floreció principalmente en Arabia Saudita y observa estrictamente el Corán), cargados ahora de petrodólares, financian la construcción de  mezquitas  por todo el orbe, incluido el mundo occidental... y a los “imanes” que en ellas prediquen y enseñen, a ser posible, el wahabismo. Cuando los musulmanes retornan a sus fuentes, a sus fundamentos, ya podemos lo demás echarnos a temblar: el (o la) “yihad” está al caer. Está cayendo.
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Expresamente quiero decir unas palabras sobre la película “EL REINO DE LOS CIELOS.- Director: Ridley Scott. Intérpretes: Orlando Bloom, Eva Green, Liam Neeson, Edward Norton. Sobre las Cruzadas”. La película es interesante, entretenida, utiliza a su conveniencia datos históricos, etc. Críticas contra sus errores y tergiversaciones históricas, ya las hay abundante en internet. Pero yo deseo resaltar que, a lo largo de ella, se va sutilmente destilando en la mente del espectador, generalmente ignorante de la historia, una mezcla de sentimiento e idea fuerza: los buenos, justos y nobles de la película, como  Saladino, el noble jefe sarraceno, sí es creyente en su fe islámica. Balian, el noble, valiente y generoso occidental que se ve llevado por las circunstancias a dirigir ejércitos de cruzados, caballeros y plebeyos, reconoce no ser ya creyente. El heroico, sufrido, sacrificado, y leproso Balduino, rey de Jerusalén, tampoco es ya creyente. Los claramente creyentes del bando cristiano son o cobardes, o traidores, o egoístas, o injustos, o estúpidos, o todo ello a la vez.¿Hay que gritar ¡Viva el cine histórico, y abajo el cristianismo!?
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El discurso del Papa en Ratisbona, es una perfecta defensa, no ya de la compatibilidad de Fe y Razón, sino de la mutua necesidad de ambas. La Encíclica “Fides et Ratio” de Juan Pablo II es también espléndida. El estudio que hice, sobre lo que Santo Tomás de Aquino dice, sobre las relaciones entre “fe y razón” en mi, repito que inédita, “Historia Crítica de la Filosofía”, te lo puedo enviar, si te interesa, pero no ya hoy, que se me acabó el tiempo, sino más adelante. Y no hace falta que te envíe nada en contra de la compatibilidad (cuando me lo encuentro, lo refuto, porque lo veo como falso, no me dedico a difundirlo). No tienes más que encender la radio o el televisor, leer un diario cualquiera, y encontrarás legiones de “cruzados contra la fe” tratando de convencerte de que la razón  demuestra que la fe en Dios (especialmente si es la fe cristiana) es falsa. Generalmente sin dar más ¿razón? que la de que los cristianos han sido siempre malos en la historia, y los no cristianos en cambio estupendos.
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'''Fray Fernando Fragoso Lousteau de la Orden de Predicadores'''
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Madrid, Convento de Santo Domingo, 23 de diciembre de 2006
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Última revisión de 19:36 30 dic 2009

DISCURSO DEL SANTO PADRE EN LA UNIVERSIDAD DE RATISBONA

Martes 12 de septiembre de 2006

Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones

Eminencias, Rectores Magníficos, Excelencias, Ilustres señoras y señores:

Para mí es un momento emocionante encontrarme de nuevo en la universidad y poder impartir una vez más una lección magistral. Me hace pensar en aquellos años en los que, tras un hermoso período en el Instituto Superior de Freising, inicié mi actividad como profesor en la universidad de Bonn. Era el año 1959, cuando la antigua universidad tenía todavía profesores ordinarios. No había auxiliares ni dactilógrafos para las cátedras, pero se daba en cambio un contacto muy directo con los alumnos y, sobre todo, entre los profesores. Nos reuníamos antes y después de las clases en las salas de profesores. Los contactos con los historiadores, los filósofos, los filólogos y naturalmente también entre las dos facultades teológicas eran muy estrechos. Una vez cada semestre había un dies academicus, en el que los profesores de todas las facultades se presentaban ante los estudiantes de la universidad, haciendo posible así una experiencia de Universitas —algo a lo que hace poco ha aludido también usted, Señor Rector—; es decir, la experiencia de que, no obstante todas las especializaciones que a veces nos impiden comunicarnos entre nosotros, formamos un todo y trabajamos en el todo de la única razón con sus diferentes dimensiones, colaborando así también en la común responsabilidad respecto al recto uso de la razón: era algo que se experimentaba vivamente. Además, la universidad se sentía orgullosa de sus dos facultades teológicas. Estaba claro que también ellas, interrogándose sobre la racionabilidad de la fe, realizan un trabajo que forma parte necesariamente del conjunto de la Universitas scientiarum, aunque no todos podían compartir la fe, a cuya correlación con la razón común se dedican los teólogos. Esta cohesión interior en el cosmos de la razón no se alteró ni siquiera cuando, en cierta ocasión, se supo que uno de los profesores había dicho que en nuestra universidad había algo extraño: dos facultades que se ocupaban de algo que no existía: Dios. En el conjunto de la universidad estaba fuera de discusión que, incluso ante un escepticismo tan radical, seguía siendo necesario y razonable interrogarse sobre Dios por medio de la razón y que esto debía hacerse en el contexto de la tradición de la fe cristiana.

Recordé todo esto recientemente cuando leí la parte, publicada por el profesor Theodore Khoury (Münster), del diálogo que el docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez en los cuarteles de invierno del año 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el Islam, y sobre la verdad de ambos.[1] Probablemente fue el mismo emperador quien anotó ese diálogo durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402. Así se explica que sus razonamientos se recojan con mucho más detalle que las respuestas de su interlocutor persa.[2] El diálogo abarca todo el ámbito de las estructuras de la fe contenidas en la Biblia y en el Corán, y se detiene sobre todo en la imagen de Dios y del hombre, pero también, cada vez más y necesariamente, en la relación entre las «tres Leyes», como se decía, o «tres órdenes de vida»: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento y Corán. No quiero hablar ahora de ello en este discurso; sólo quisiera aludir a un aspecto —más bien marginal en la estructura de todo el diálogo— que, en el contexto del tema «fe y razón», me ha fascinado y que servirá como punto de partida para mis reflexiones sobre esta materia. En el séptimo coloquio (διάλεξις, controversia), editado por el profesor Khoury, el emperador toca el tema de la yihad, la guerra santa. Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: «Ninguna constricción en las cosas de fe». Según dice una parte de los expertos, es probablemente una de las suras del período inicial, en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa. Sin detenerse en detalles, como la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y los «incrédulos», con una brusquedad que nos sorprende, brusquedad que para nosotros resulta inaceptable, se dirige a su interlocutor llanamente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia en general, diciendo: «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba».[3] El emperador, después de pronunciarse de un modo tan duro, explica luego minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no se ν λόγω) es contrariocomplace con la sangre —dice—; no actuar según la razón (συ a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas... Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona».[4]

En esta argumentación contra la conversión mediante la violencia, la afirmación decisiva es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios.[5] El editor, Theodore Khoury, comenta: para el emperador, como bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. En cambio, para la doctrina musulmana, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está vinculada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de la racionabilidad.[6] En este contexto, Khoury cita una obra del conocido islamista francés R. Arnaldez, quien observa que Ibn Hazm llega a decir que Dios no estaría vinculado ni siquiera por su propia palabra y que nada le obligaría a revelarnos la verdad. Si él quisiera, el hombre debería practicar incluso la idolatría. [7]

A este propósito se presenta un dilema en la comprensión de Dios, y por tanto en la realización concreta de la religión, que hoy nos plantea un desafío muy directo. La convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o vale siempre y por sí mismo? Pienso que en este punto se manifiesta la profunda consonancia entre lo griego en su mejor sentido y lo que es fe en Dios según la Biblia. Modificando el primer versículo del libro del Génesis, el primer versículo de toda la sagrada Escritura, san Juan comienza el prólogo de su Evangelio con las palabras: «En el principio ya existía el Logos». Ésta es ν λόγω», conexactamente la palabra que usa el emperador: Dios actúa «συ logos. Logos significa tanto razón como palabra, una razón que es creadora y capaz de comunicarse, pero precisamente como razón. De este modo, san Juan nos ha brindado la palabra conclusiva sobre el concepto bíblico de Dios, la palabra con la que todos los caminos de la fe bíblica, a menudo arduos y tortuosos, alcanzan su meta, encuentran su síntesis. En el principio existía el logos, y el logos es Dios, nos dice el evangelista. El encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego no era una simple casualidad. La visión de san Pablo, ante quien se habían cerrado los caminos de Asia y que en sueños vio un macedonio que le suplicaba: «Ven a Macedonia y ayúdanos» (cf. Hch 16, 6-10), puede interpretarse como una expresión condensada de la necesidad intrínseca de un acercamiento entre la fe bíblica y el filosofar griego.

En realidad, este acercamiento había comenzado desde hacía mucho tiempo. Ya el nombre misterioso de Dios pronunciado en la zarza ardiente, que distingue a este Dios del conjunto de las divinidades con múltiples nombres, y que afirma de él simplemente «Yo soy», su ser, es una contraposición al mito, que tiene una estrecha analogía con el intento de Sócrates de batir y superar el mito mismo. [8] El proceso iniciado en la zarza llega a un nuevo desarrollo, dentro del Antiguo Testamento, durante el destierro, donde el Dios de Israel, entonces privado de la tierra y del culto, se proclama como el Dios del cielo y de la tierra, presentándose con una simple fórmula que prolonga aquellas palabras oídas desde la zarza: «Yo soy». Juntamente con este nuevo conocimiento de Dios se da una especie de Ilustración, que se expresa drásticamente con la burla de las divinidades que no son sino obra de las manos del hombre (cf. Sal 115). De este modo, a pesar de toda la dureza del desacuerdo con los soberanos helenísticos, que querían obtener con la fuerza la adecuación al estilo de vida griego y a su culto idolátrico, la fe bíblica, durante la época helenística, salía desde sí misma al encuentro de lo mejor del pensamiento griego, hasta llegar a un contacto recíproco que después tuvo lugar especialmente en la literatura sapiencial tardía. Hoy sabemos que la traducción griega del Antiguo Testamento —la de «los Setenta»—, que se hizo en Alejandría, es algo más que una simple traducción del texto hebreo (la cual tal vez podría juzgarse poco positivamente); en efecto, es en sí mismo un testimonio textual y un importante paso específico de la historia de la Revelación, en el cual se realizó este encuentro de un modo que tuvo un significado decisivo para el nacimiento y difusión del cristianismo.[9] En el fondo, se trata del encuentro entre fe y razón, entre auténtica ilustración y religión. Partiendo verdaderamente de la íntima naturaleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fusionado con la fe, Manuel II podía decir: No actuar «con el logos» es contrario a la naturaleza de Dios.

Por honradez, sobre este punto es preciso señalar que, en la Baja Edad Media, hubo en la teología tendencias que rompen esta síntesis entre espíritu griego y espíritu cristiano. En contraste con el llamado intelectualismo agustiniano y tomista, Juan Duns Escoto introdujo un planteamiento voluntarista que, tras sucesivos desarrollos, llevó finalmente a afirmar que sólo conocemos de Dios la voluntas ordinata. Más allá de ésta existiría la libertad de Dios, en virtud de la cual habría podido crear y hacer incluso lo contrario de todo lo que efectivamente ha hecho. Aquí se perfilan posiciones que pueden acercarse a las de Ibn Hazm y podrían llevar incluso a una imagen de Dios-Arbitrio, que no está vinculado ni siquiera con la verdad y el bien. La trascendencia y la diversidad de Dios se acentúan de una manera tan exagerada, que incluso nuestra razón, nuestro sentido de la verdad y del bien, dejan de ser un auténtico espejo de Dios, cuyas posibilidades abismales permanecen para nosotros eternamente inaccesibles y escondidas tras sus decisiones efectivas. En contraste con esto, la fe de la Iglesia se ha atenido siempre a la convicción de que entre Dios y nosotros, entre su eterno Espíritu creador y nuestra razón creada, existe una verdadera analogía, en la que ciertamente —como dice el IV concilio de Letrán en 1215— las diferencias son infinitamente más grandes que las semejanzas, pero sin llegar por ello a abolir la analogía y su lenguaje. Dios no se hace más divino por el hecho de que lo alejemos de nosotros con un voluntarismo puro e impenetrable, sino que, más bien, el Dios verdaderamente divino es el Dios que se ha manifestado como logos y ha actuado y actúa como logos lleno de amor por nosotros. Ciertamente el amor, como dice san Pablo, «rebasa» el conocimiento y por eso es capaz de percibir más que el simple pensamiento (cf. Ef 3, 19); sin embargo, sigue siendo el amor del Dios-Logos, por lo cual el culto λατρεία», un culto quecristiano, como dice también san Pablo, es «λογικη concuerda con el Verbo eterno y con nuestra razón (cf. Rm 12, 1). [10]

Este acercamiento interior recíproco que se ha dado entre la fe bíblica y el planteamiento filosófico del pensamiento griego es un dato de importancia decisiva, no sólo desde el punto de vista de la historia de las religiones, sino también del de la historia universal, que también hoy hemos de considerar. Teniendo en cuenta este encuentro, no sorprende que el cristianismo, no obstante haber tenido su origen y un importante desarrollo en Oriente, haya encontrado finalmente su impronta decisiva en Europa. Y podemos decirlo también a la inversa: este encuentro, al que se une sucesivamente el patrimonio de Roma, creó a Europa y permanece como fundamento de lo que, con razón, se puede llamar Europa.

A la tesis según la cual el patrimonio griego, críticamente purificado, forma parte integrante de la fe cristiana se opone la pretensión de la deshelenización del cristianismo, la cual domina cada vez más las discusiones teológicas desde el inicio de la época moderna. Si se analiza con atención, en el programa de la deshelenización pueden observarse tres etapas que, aunque vinculadas entre sí, se distinguen claramente una de otra por sus motivaciones y sus objetivos.[11]

La deshelenización surge inicialmente en conexión con los postulados de la Reforma del siglo XVI. Respecto a la tradición teológica escolástica, los reformadores se vieron ante una sistematización de la teología totalmente dominada por la filosofía, es decir, por una articulación de la fe basada en un pensamiento ajeno a la fe misma. Así, la fe ya no aparecía como palabra histórica viva, sino como un elemento insertado en la estructura de un sistema filosófico. El principio de la sola Scriptura, en cambio, busca la forma pura primordial de la fe, tal como se encuentra originariamente en la Palabra bíblica. La metafísica se presenta como un presupuesto que proviene de otra fuente y del cual se debe liberar a la fe para que ésta vuelva a ser totalmente ella misma. Kant, con su afirmación de que había tenido que renunciar a pensar para dejar espacio a la fe, desarrolló este programa con un radicalismo no previsto por los reformadores. De este modo, ancló la fe exclusivamente en la razón práctica, negándole el acceso a la realidad plena.

La teología liberal de los siglos XIX y XX supuso una segunda etapa en el programa de la deshelenización, cuyo representante más destacado es Adolf von Harnack. En mis años de estudiante y en los primeros de mi actividad académica, este programa ejercía un gran influjo también en la teología católica. Se utilizaba como punto de partida la distinción de Pascal entre el Dios de los filósofos y el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. En mi discurso inaugural en Bonn, en 1959, traté de afrontar este asunto [12] y no quiero repetir aquí todo lo que dije en aquella ocasión. Sin embargo, me gustaría tratar de poner de relieve, al menos brevemente, la novedad que caracterizaba esta segunda etapa de deshelenización respecto a la primera. La idea central de Harnack era simplemente volver al hombre Jesús y a su mero mensaje, previo a todas las elucubraciones de la teología y, precisamente, también de las helenizaciones: este mensaje sin añadidos constituiría la verdadera culminación del desarrollo religioso de la humanidad. Jesús habría acabado con el culto sustituyéndolo con la moral. En definitiva, se presentaba a Jesús como padre de un mensaje moral humanitario. En el fondo, el objetivo de Harnack era hacer que el cristianismo estuviera en armonía con la razón moderna, librándolo precisamente de elementos aparentemente filosóficos y teológicos, como por ejemplo la fe en la divinidad de Cristo y en la trinidad de Dios. En este sentido, la exégesis histórico-crítica del Nuevo Testamento, según su punto di vista, vuelve a dar a la teología un puesto en el cosmos de la universidad: para Harnack, la teología es algo esencialmente histórico y, por tanto, estrictamente científico. Lo que investiga sobre Jesús mediante la crítica es, por decirlo así, expresión de la razón práctica y, por consiguiente, puede estar presente también en el conjunto de la universidad. En el trasfondo de todo esto subyace la autolimitación moderna de la razón, clásicamente expresada en las «críticas» de Kant, aunque radicalizada ulteriormente entre tanto por el pensamiento de las ciencias naturales. Este concepto moderno de la razón se basa, por decirlo brevemente, en una síntesis entre platonismo (cartesianismo) y empirismo, una síntesis corroborada por el éxito de la técnica. Por una parte, se presupone la estructura matemática de la materia, su racionalidad intrínseca, por decirlo así, que hace posible comprender cómo funciona y puede ser utilizada: este presupuesto de fondo es en cierto modo el elemento platónico en la comprensión moderna de la naturaleza. Por otra, se trata de la posibilidad de explotar la naturaleza para nuestros propósitos, en cuyo caso sólo la posibilidad de verificar la verdad o falsedad mediante la experimentación ofrece la certeza decisiva. El peso entre los dos polos puede ser mayor o menor entre ellos, según las circunstancias. Un pensador tan drásticamente positivista como J. Monod se declaró platónico convencido.

Esto implica dos orientaciones fundamentales decisivas para nuestra cuestión. Sólo el tipo de certeza que deriva de la sinergia entre matemática y método empírico puede considerarse científica. Todo lo que pretenda ser ciencia ha de atenerse a este criterio. También las ciencias humanas, como la historia, la psicología, la sociología y la filosofía, han tratado de aproximarse a este canon de valor científico. Además, es importante para nuestras reflexiones constatar que este método en cuanto tal excluye el problema de Dios, presentándolo como un problema a-científico o pre-científico. Pero de este modo nos encontramos ante una reducción del ámbito de la ciencia y de la razón que es preciso poner en discusión.

Volveré más tarde sobre este argumento. Por el momento basta tener presente que, desde esta perspectiva, cualquier intento de mantener la teología como disciplina «científica» dejaría del cristianismo únicamente un minúsculo fragmento. Pero hemos de añadir más: si la ciencia en su conjunto es sólo esto, entonces el hombre mismo sufriría una reducción, pues los interrogantes propiamente humanos, es decir, de dónde viene y a dónde va, los interrogantes de la religión y de la ética, no pueden encontrar lugar en el espacio de la razón común descrita por la «ciencia» entendida de este modo y tienen que desplazarse al ámbito de lo subjetivo. El sujeto, basándose en su experiencia, decide lo que considera admisible en el ámbito religioso y la «conciencia» subjetiva se convierte, en definitiva, en la única instancia ética. Pero, de este modo, el ethos y la religión pierden su poder de crear una comunidad y se convierten en un asunto totalmente personal. La situación que se crea es peligrosa para la humanidad, como se puede constatar en las patologías que amenazan a la religión y a la razón, patologías que irrumpen por necesidad cuando la razón se reduce hasta el punto de que ya no le interesan las cuestiones de la religión y de la ética. Lo que queda de esos intentos de construir una ética partiendo de las reglas de la evolución, de la psicología o de la sociología, es simplemente insuficiente.

Antes de llegar a las conclusiones a las que conduce todo este razonamiento, quiero referirme brevemente a la tercera etapa de la deshelenización, que se está difundiendo actualmente. Teniendo en cuenta el encuentro entre múltiples culturas, se suele decir hoy que la síntesis con el helenismo en la Iglesia antigua fue una primera inculturación, que no debería ser vinculante para las demás culturas. Éstas deberían tener derecho a volver atrás, hasta el momento previo a dicha inculturación, para descubrir el mensaje puro del Nuevo Testamento e inculturarlo de nuevo en sus ambientes respectivos. Esta tesis no es del todo falsa, pero sí rudimentaria e imprecisa. En efecto, el Nuevo Testamento fue escrito en griego e implica el contacto con el espíritu griego, un contacto que había madurado en el desarrollo precedente del Antiguo Testamento. Ciertamente, en el proceso de formación de la Iglesia antigua hay elementos que no deben integrarse en todas las culturas. Sin embargo, las opciones fundamentales que atañen precisamente a la relación entre la fe y la búsqueda de la razón humana forman parte de la fe misma, y son un desarrollo acorde con su propia naturaleza.

Llego así a la conclusión. Este intento de crítica de la razón moderna desde su interior, expuesto sólo a grandes rasgos, no comporta de manera alguna la opinión de que hay que regresar al período anterior a la Ilustración, rechazando de plano las convicciones de la época moderna. Se debe reconocer sin reservas lo que tiene de positivo el desarrollo moderno del espíritu: todos nos sentimos agradecidos por las maravillosas posibilidades que ha abierto al hombre y por los progresos que se han logrado en la humanidad. Por lo demás, la ética de la investigación científica —como ha aludido usted, Señor Rector Magnífico—, debe implicar una voluntad de obediencia a la verdad y, por tanto, expresar una actitud que forma parte de los rasgos esenciales del espíritu cristiano. La intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizonte en toda su amplitud. En este sentido, la teología, no sólo como disciplina histórica y ciencia humana, sino como teología auténtica, es decir, como ciencia que se interroga sobre la razón de la fe, debe encontrar espacio en la universidad y en el amplio diálogo de las ciencias.

Sólo así seremos capaces de entablar un auténtico diálogo entre las culturas y las religiones, del cual tenemos urgente necesidad. En el mundo occidental está muy difundida la opinión según la cual sólo la razón positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales. Pero las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas. Con todo, como he tratado de demostrar, la razón moderna propia de las ciencias naturales, con su elemento platónico intrínseco, conlleva un interrogante que va más allá de sí misma y que trasciende las posibilidades de su método. La razón científica moderna ha de aceptar simplemente la estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras racionales que actúan en la naturaleza como un dato de hecho, en el cual se basa su método. Ahora bien, la pregunta sobre el por qué existe este dato de hecho, la deben plantear las ciencias naturales a otros ámbitos más amplios y altos del pensamiento, como son la filosofía y la teología. Para la filosofía y, de modo diferente, para la teología, escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente las de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento; oponerse a ella sería una grave limitación de nuestra escucha y de nuestra respuesta. Aquí me vienen a la mente unas palabras que Sócrates dijo a Fedón. En los diálogos anteriores se habían expuesto muchas opiniones filosóficas erróneas; y entonces Sócrates dice: «Sería fácilmente comprensible que alguien, a quien le molestaran todas estas opiniones erróneas, desdeñara durante el resto de su vida y se burlara de toda conversación sobre el ser; pero de esta forma renunciaría a la verdad de la existencia y sufriría una gran pérdida». [13] Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su razón, y así sólo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo. «No actuar según la razón, no actuar con el logos es contrario a la naturaleza de Dios», dijo Manuel II partiendo de su imagen cristiana de Dios, respondiendo a su interlocutor persa. En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de la razón. Redescubrirla constantemente por nosotros mismos es la gran tarea de la universidad.


Notas

[1] De los 26 coloquios (διάλεξις. Khoury traduce «controversia») del diálogo («Entretien»), Th. Khoury ha publicado la 7ª «controversia» con notas y una amplia introducción sobre el origen del texto, la tradición manuscrita y la estructura del diálogo, junto con breves resúmenes de las «controversias» no editadas; el texto griego va acompañado de una traducción francesa: Manuel II Paleólogo, Entretiens avec un Musulman. 7e controverse, Sources chrétiennesn. 115, París 1966. Mientras tanto, Karl Förstel ha publicado en el Corpus Islamico-Christianum (Series Graeca. Redacción de A. Th. Khoury – R. Glei) una edición comentada greco-alemana del texto: Manuel II. Palaiologus, Dialoge mit einem Muslim, 3 vols., Würzburg-Altenberge 1993-1996. Ya en 1966 E. Trapp había publicado el texto griego con una introducción como volumen II de los Wiener byzantinische Studien. Citaré a continuación según Khoury.

[2] Sobre el origen y la redacción del diálogo puede consultarse Khoury, pp. 22-29; amplios comentarios a este respecto pueden verse también en las ediciones de Förstel y Trapp.

[3] Controversia VII 2c: Khoury, pp. 142-143; Förstel, vol. I, VII. Dialog 1.5, pp. 240-241. Lamentablemente, esta cita ha sido considerada en el mundo musulmán como expresión de mi posición personal, suscitando así una comprensible indignación. Espero que el lector de mi texto comprenda inmediatamente que esta frase no expresa mi valoración personal con respecto al Corán, hacia el cual siento el respeto que se debe al libro sagrado de una gran religión. Al citar el texto del emperador Manuel II sólo quería poner de relieve la relación esencial que existe entre la fe y la razón. En este punto estoy de acuerdo con Manuel II, pero sin hacer mía su polémica.

[4] Controversia VII 3 b-c: Khoury, pp. 144-145; Förstel vol. I, VII. Dialog 1.6, pp. 240-243.

[5] Solamente por esta afirmación cité el diálogo entre Manuel II y su interlocutor persa. Ella nos ofrece el tema de mis reflexiones sucesivas.

[6] Cf. Khoury, o.c., p. 144, nota 1.

[7] R. Arnaldez, Grammaire et théologie chez Ibn Hazm de Cordoue, París 1956, p. 13; cf. Khoury, p. 144. En el desarrollo ulterior de mi discurso se pondrá de manifiesto cómo en la teología de la Baja Edad Media existen posiciones semejantes.

[8] Para la interpretación ampliamente discutida del episodio de la zarza que ardía sin consumirse, quisiera remitir a mi libro Einführung in das Christentum, Munich 1968, pp. 84-102. Creo que las afirmaciones que hago en ese libro, no obstante del desarrollo ulterior de la discusión, siguen siendo válidas.

[9] Cf. A. Schenker, “L'Écriture sainte subsiste en plusieurs formes canoniques simultanées”, en: L'interpretazione della Bibbia nella Chiesa. Atti del Simposio promosso dalla Congregazione per la Dottrina della Fede, Ciudad del Vaticano 2001, pp. 178-186.

[10] Este tema lo he tratado más detalladamente en mi libro Der Geist der Liturgie. Eine Einführung, Friburgo 2000, pp. 38-42.

[11] De la abundante bibliografía sobre el tema de la deshelenización, quisiera mencionar especialmente: A. Grillmeier, “Hellenisierung – Judaisierung des Christentums als Deuteprinzipien der Geschichte des kirchlichen Dogmas”, en: Id., Mit ihm und in ihm. Christologische Forschungen und Perspecktiven, Friburgo 1975, pp. 423-488.

[12] Publicada y comentada de nuevo por Heino Sonnemanns (ed.): Joseph Ratzinger-Benedikt XVI, Der Gott des Glaubens und der Gott der Philosophen. Ein Beitrag zum Problem der theologia naturalis, Johannes-Verlag Leutesdorf, 2. ergänzte Auflage 2005.

[13] 90 c-d. Para este texto se puede ver también R. Guardini, Der Tod des Sokrates, Maguncia-Paderborn 19875, pp. 218-221.