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Martes, 3 de diciembre de 2024

San Ignacio de Constantinopla

De Enciclopedia Católica

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Nacido alrededor de 799; murió el 23 de octubre de 877; hijo del Emperador Miguel I y Procopia. Su nombre, originalmente Nicetas, fue cambiado a la edad de catorce a Ignacio. Leo el Armenio, habiendo depuesto al Emperador Miguel (813), hizo a Ignacio eunuco y lo encarceló en un monasterio, para que no reclamara el trono de su padre. Mientas estaba así emparedado voluntariamente abrazó la vida religiosa, y con el tiempo llegó a ser abad. Fue ordenado por Basilio, Obispo de Paros, en Hellespont. A la muerte de Teófilo (841) Teodora llegó a ser regente, así como co-soberana con su hijo, Miguel III, del Imperio Bizantino. En 847, ayudado por la buena voluntad de la emperatriz, Ignacio sucedió en el Patriarcado de Constantinopla, vacante por la muerte de Metodius. El Emperador Miguel III fue un joven licencioso que encontró compañía para su libertinaje en Bardas, su tío materno. A sugerencia de éste último, Miguel buscó la ayuda de Ignacio en un esfuerzo para obligar a Teodora a entrar en un convento, con la esperanza de asegurar para sí mismo la autoridad no dividida y libre reinado para su disolución. El patriarca se negó indignado a ser parte de tal ultraje. Teodora sin embargo, al darse cuenta de la determinación de su hijo de poseer a cualquier costo el reinado sin dividir, abdicó voluntariamente. Este rechazo a participar en sus esquemas inicuos, se agregó a una valerosa reprimenda, el cual Ignacio administró a Bardas por haber repudiado a su esposa y haber mantenido coito incestuoso con su hijastra, por lo que el César determinó que el patriarca había caído en desgracia. Surgió una revuelta insignificante, liderado por un aventurero medio ingenioso, que Bardas adujo a Ignacio, y habiendo convencido al emperador de la verdad de su acusación, causó el exilio del patriarca a la isla de Terebinthus. En su exilio fue visitado por los emisarios de Bardas, quien buscaba inducirlo a que renunciara a su oficio patriarcal. Al fracasar en su misión, le llenaron de toda clase de indignidades. Mientras tanto, un pseudo-sínodo, celebrado bajo la dirección de Gregorio de Siracusa, un obispo excomulgado, depuso a Ignacio de su sede. Bardas había seleccionado a su sucesor en la persona de Photius, un laico de dotes brillantes, y defensor del aprendizaje, pero sumamente inescrupuloso. Tenía el favor del emperador, para el cual se desempeñaba como primer secretario de estado. Habiendo sido aprobada esta elección por el pseudo-sínodo, en seis días Photius corrió toda la escala de las órdenes eclesiásticas desde el lectorado hasta el episcopado. Para intensificar los ánimos contra Ignacio y así fortalecer su propia posición, Photius acusó al obispo exiliado con cargos adicionales de sedición. El 859 otro sínodo fue llamado para llevar adelante los intereses de Photius, al proclamar nuevamente la deposición de Ignacio. Pero no todos los obispos participaron en estos vergonzosos procedimientos. Algunos pocos, con el valor de su oficio episcopal, denunciaron a Photius como un usurpador de la dignidad patriarcal. Convencido de que no podía disfrutar de un sentido de seguridad en su oficio sin la sanción del papa, Photius envió embajadores a Roma con el fin de abogar por su causa. Estos embajadores arguyeron que Ignacio, desgastado por la edad y la enfermedad, se había retirado voluntariamente a un monasterio; y que Photius había sido elegido por elección unánime de los obispos. Queriendo aparentar celo religioso, solicitaron que se enviaran delegados a Constantinopla para suprimir un recrudecimiento de la Iconoclasia, y para fortalecer la disciplina religiosa. Nicolás I envió a los delegados requeridos, pero con instrucciones de investigar el retiro de Ignacio y tratar con Photius como con un laico. Estas instrucciones fueron complementadas por una carta al emperador, condenando la deposición de Ignacio. Pero los delegados demostraron ser desleales. Intimidados por las amenazas y el cuasi-encarcelamiento, acordaron decidir a favor de Photius. En 861 se acordó un sínodo, y se citó al patriarca depuesto a presentarse como un simple monje. Se le negó el permiso de hablar con los delegados. Citando los cánones pontificios para demostrar la irregularidad de su deposición, se negó a reconocer la autoridad del sínodo y apeló al Papa. Pero sus ruegos fueron en vano. El programa previamente arreglado fue llevado a término y el venerable patriarca fue condenado y degradado. Aún después de esto, el incansable odio de Bardas le persiguió, con la esperanza de arrancar de él la renuncia a su oficio. Finalmente se emitió una orden para su ejecución, pero había huido a lugar seguro. Los delegados regresaron a Roma, meramente anunciaron que Ignacio había sido canónicamente depuesto y que Photius había sido confirmado. Sin embargo, el patriarca tuvo éxito en hacer saber al papa, a través del archimandrita Theognostus, acerca de los procedimientos ilícitos llevados a cabo en su contra. Por tanto, el papa declaró al secretario imperial, a quien Photius había enviado al papa para obtener la aprobación de sus actos, que no confirmaría el sínodo que había depuesto a Ignacio. En carta dirigida a Photius, Nicolás I reconoció a Ignacio como el legítimo Patriarca de Constantinopla. Al mismo tiempo se despachó una carta a los patriarcas del este, prohibiéndoles reconocer al usurpador. Después de otro infructuoso esfuerzo por obtener la confirmación papal, Photius dio rienda suelta a su furia en una ridícula declaración de excomunicación contra el Pontífice Romano. En 867 el Emperador Miguel fue asesinado por Basilio el Macedonio, quien le sucedió como emperador. Casi su primer acto oficial fue deponer a Photius y llamar de nuevo a Ignacio, después de nueve años de exilio y persecución, al patriarcado de Constantinopla, el 23 de noviembre de 867. Adrián II, quien había sucedido a Nicolás I, confirmó tanto la deposición de Photius como la restauración de Ignacio. Por recomendación de Ignacio, Adrián III, el 5 de octubre de 869 convocó el Octavo Concilio Ecuménico. Todos los participantes a este concilio fueron obligados a firmar un documento aprobando la acción papal en cuanto a Ignacio y a Photius.

Ignacio vivió por diez años después de su restauración, en el pacífico ejercicio de los deberes de su oficio. Fue enterrado en Santa Sofía, pero después sus restos fueron enterrados en la iglesia de San Miguel, cerca de Bósforo.

La Martiriología Romana (23 de octubre) dice: "En Constantinopla, San Ignacio, Obispo, quien, cuando desaprobó a Bardas el César por haber repudiado a su esposa, fue atacado por muchas injurias y enviado al exilio; pero habiendo sido restaurado por el Pontífice Romano Nicolás, al fin descansó en paz.

NICETAS, Vita Ignatii in MANSI, Amplissima Collectio Conciliorum, XVI, 209 sqq.; GEDEON, Archivos Patriarcales (Griego (Constantinopla, 1890); Cartas del Papa Nicolás I en MANSI, ibid., XV, 159 Sqq.; HARDUIN, Vita Ignatii, V, 119 sqq.; PHOTIUS, Epístola a Nicolás I en Baronius, ad an. 859; ANASTASIUS, Prefacio al Octavo Concilio; STYLIANUS, Epístola a Esteban VI; METROPHANES o SMYRNA, Epístola a Manuel en MANSI, XVI, 295, 414, 426; NATALIS ALEXANDER, diss. iv, In S c. IX et X; LEQUIEN, Oriens Christianus, Ign. et Phot. I, 246; FORTESCUE, La Iglesia Griega Ortodoxa (Londres, 1907), proporciona (160-61) una buena apreciación del personaje de Ignacio en cuanto a la actitud anti-romana adoptada por éste ultimo después de su restauración, cuando persuadió al príncipe búlgaro para que expulsara a la jerarquía latina de esa tierra, y esto causó que el patriarcado romano perdiera a Bulgaria; J. HERGENRÖTHER, Photius, Patriarca de Constantinopla (3 vols., Ratisbon, 1867), obra clásica sobre la materia; HEFELE, Hist. de los Concilios, nueva versión francesa por LECLERCQ (París, 1907), con bibliografía y disertación reciente.

JOHN B. O'CONNOR Transcrito por Douglas J. Potter Traducido por Lucía Lessan Dedicado al Inmaculado Corazón de la Bendita Virgen María