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Sábado, 23 de noviembre de 2024

San Bernardino de Siena

De Enciclopedia Católica

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Fue fraile Menor, misionero y reformador; frecuentemente se le llama el “Apóstol de Italia”. Nació el 8 de septiembre de 1380 en el seno de la noble familia de Albizzeschi, en Massa, un poblado sienés del que su padre era gobernador. Murió el 20 de mayo de 1444, en Aquila, en los Abruzos. A los seis años Bernardino quedó huérfano y fue educado cuidadosamente por sus piadosos tías. Su juventud transcurrió limpia y activamente. En 1397, luego de tomar un curso de derecho civil y canónico, ingresó a la Confraternidad de Nuestra Señora, adyacente al gran hospital de Santa Maria della Scala. Tres años después, la peste invadió Siena de nuevo y él abandonó la vida de reclusión y oración que había abrazado para atender a las víctimas de la plaga. Apoyado por diez compañeros se echó a cuestas la dirección del hospital. A pesar de su juventud, Bernardino hizo frente exitosamente a la tarea, pero su dedicación incansable y heroica a ella quebrantó su salud de tal manera que jamás la recuperó por completo. Habiendo repartido su patrimonio entre los pobres, Bernardino tomó el hábito de los Frailes Menores en San Francisco, en Siena, el 8 de septiembre de 1402. Pronto, sin embargo, se retiró al convento de los Observantes, en Columbaio, en las afueras de la ciudad. Profesó el 8 de septiembre de 1403, y fue ordenado sacerdote el 8 de septiembre de 1404. Alrededor de 1406, mientras predicaba en Alejandría, en el Piemonte, predijo que su manto descendería sobre un hombre que le escuchaba en ese momento y que esa persona volvería a Francia y España dejando a Bernardino la tarea de evangelizar el resto de los pueblos italianos.

Pasaron casi doce años antes de que se cumpliera la predicción. En ese período, del que no tenemos detalles, parece que Bernardino vivió en retiro en Capriola. Fue en 1417 que su don de elocuencia se hizo evidente, y al fin de ese año fue que verdaderamente comenzó su vida misionera. A partir de entonces varias ciudades se disputaban el honor de escucharlo, viéndose él obligado a predicar en los mercados, ante auditorios de más de 30,000 personas. Paulatinamente Bernardino fue ejerciendo cada vez mayor influencia en las turbulentas y lujosas ciudades italianas. Pio II, que en su juventud quedó más de una vez fascinado por la elocuencia de Bernardino, describe cómo el santo era escuchado como si se tratara de otro San Pablo, y Vespasiano de Bisticci, un biógrafo renombrado de Florencia, comenta que a través de sus sermones Bernardino “limpió a toda Italia de la gran cantidad de pecados de que adolecía”. Se cuenta que los penitentes acudían a la confesión “como hormigas”, y que en varias ciudades las reformas sugeridas por el santo quedaron incorporadas en leyes que se conocen como “Riformazioni di frate Bernardino” (Reformas de Fray Bernardino, N.T.). No se puede exagerar el éxito que coronó los trabajos de Bernardino para promover la moralidad y regenerar la sociedad. Predicaba con libertad apostólica, criticando abiertamente a Visconti, duque de Milán, y reprendiendo sin temor la maldad que existía en los puestos del gobierno debilitados por el “Quattrocento”. A dondequiera que iba denunciaba los vicios imperantes tan efectivamente que se prendían hogueras a las que se arrojaba carreta tras carreta de “vanidades”. Uno de los principales objetos del ataque del santo era la usura, y con ello contribuyó a que se establecieran sociedades benéficas de préstamo, conocidas como “Monti di Pietá” (Monte de Piedad o Montepio, N.T.). Pero el tema central de Bernardino era la paz. Recorrió a pie lo largo y ancho de Italia actuando como pacificador, y su gran elocuencia fue efectivamente utilizada para apaciguar el odio de los Güelfos y Gibelinos. En Cremona, y como resultado de su predicación, los exilados políticos no sólo fueron repatriados, sino que se les reintegraron las posesiones que se les habían confiscado. En todas partes Bernardino convencía a las partes en conflicto de retirar sus armas de los muros de palacios y templos y de escribir en ellos las iniciales “I. H. S.”. De esa manera despertó en forma sensible una gran devoción por el Santo Nombre de Jesús que siempre constituyó uno de sus temas favoritos por considerarlo un medio poderoso de suscitar el fervor popular. Acostumbraba tener frente a si, mientras predicaba, un estandarte en el que estaba grabado el sagrado monograma, en medio de rayos, para después ponerlo a la veneración de los fieles. Parece ser que inició tal costumbre en Volterra, en 1424. En Bolonia, Bernardino logró que un impresor de barajas, que había sido arruinado por sus sermones en contra del juego, pudiese ganar su vida imprimiendo y vendiendo esos estandartes. El deseo de tenerlos era tan grande entre la población, que el impresor pronto se hizo de una pequeña fortuna.

A pesar de su popularidad- o quizás a causa de ella- Bernardino hubo de sufrir persecución y oposición. Utilizando como base de un sagaz ataque los carteles usados para promover la devoción al Santo Nombre, los seguidores del dominico Manfredo de Vercelli, cuya falsa predicación acerca del Anticristo había sido denunciada por Bernardino, acusaron a éste de herejía. Se acusó al santo de haber inventado una devoción nueva y profana que exponía a la gente al riesgo de idolatría. Se le llamó a comparecer ante el Papa. Esto sucedió en 1427. Martín V recibió fríamente a Bernardino y le prohibió utilizar los carteles hasta que su comportamiento hubiese sido examinado. Humildemente, el santo obedeció y sus escritos y sermones fueron entregados a una comisión. Se fijó fecha para su juicio. Este tuvo lugar frente al Papa, en San Pedro, el 8 de junio, siendo su abogado San Juan Capistrano. La malicia y la fatuidad de los cargos contra Bernardino quedaron tan claramente demostrados que el Papa no solamente hubo de justificar y recomendar la enseñanza del santo, sino que lo invitó a predicar en Roma. Posteriormente Martín V aprobó la elección de Bernardino como obispo de Siena. Empero, el santo declinó ese honor, así como también lo hizo de las sedes de Ferrara y Urbino, que le fueron ofrecidas en 1431 y 1435, respectivamente, diciendo en tono de broma que su diócesis era toda Italia. Luego de la subida al papado de Eugenio IV, los enemigos de Bernardino volvieron a acusarlo, a lo que el Papa respondió con una bula, del 7 de enero de 1432, en la que declaraba nulas las acusaciones y sus torpes argucias, reduciendo con ello al silencio a los calumniadores. A lo que parece, el caso tampoco se reabrió durante el Concilio de Basilea, contrario a lo que algunos han afirmado. La reivindicación de la doctrina de Bernardino fue perpetuada a través de la celebración del Triunfo del Santo Nombre, autorizada primero a los Frailes Menores y luego extendida a la Iglesia Universal en 1722.

Bernardino acompañó al emperador Segismundo a Roma, en 1433, para su coronación y poco después se retiró a la soledad para redactar una serie de sermones. Reanudó sus tareas misioneras en 1436, pero hubo de abandonarlas en 1438, al ser elegido vicario general de los Observantes en Italia. Bernardino había trabajado intensamente para extender esta rama de los Frailes Menores desde el comienzo de su vida religiosa, pero ello no quiere decir que él haya sido su fundador. El origen de los Observantes se ubica a mediados del siglo XIV. Si bien no es el fundador, Bernardino se convirtió para los Observantes lo que San Bernardo para los Cistercienses: su principal apoyo e infatigable propagador. Para tener idea del celo que ponía en ello, basta saber que mientras que la orden contaba con 130 frailes al ingresar en ella Bernardino, a la muerte de éste sumaban ya más de 4,000. Y a más del número de frailes que él recibió en la orden, Bernardino personalmente fundó o reformó, al menos 300 conventos de frailes. No contento con extender su familia religiosa en casa, Bernardino envió misioneros a diferentes partes del Oriente y fue gracias a sus esfuerzos que tantos embajadores de naciones cismáticas asistieron al Concilio de Florencia, en el que encontramos al santo dirigiéndose a los Padres en griego. Habiendo persuadido en 1442 al Papa de aceptar su renuncia como vicario general para poder dedicarse únicamente a la predicación, Bernardino retomó sus labores misioneras. Aunque Eugenio IV publicó una bula el 26 de mayo de 1443, en la que encargaba a Bernardino predicar la indulgencia por la cruzada contra los turcos, no hay datos que sustenten ninguna acción de Bernardino en ese sentido. No hay tampoco razón alguna para creer que el santo haya predicado siquiera alguna vez fuera de Italia y el viaje misionero a Palestina, mencionado por alguno de sus primeros biógrafos, parece ser fruto solamente de una confusión de nombres.

En 1444, Bernardino, deseoso que no quedase región en Italia sin escuchar su voz, a pesar de sus enfermedades se lanzó a evangelizar el reino de Nápoles. Demasiado enfermo para caminar, hubo de viajar a lomo de asno. Pero desgastado por cuarenta años de laborioso apostolado, e invadido por la fiebre, el santo debió ser trasladado a Aquila casi en agonía. Allí, acostado en el suelo, pasó al Señor en la vigilia de la Ascensión, el 20 de mayo, justo cuando los frailes cantaban en el coro la antífona: Pater manifestavi nomen Tuum hominibus . . . ad Te venio (Padre, he manifestado tu nombre... vengo a Ti). Los magistrados se rehusaron a permitir que el cuerpo del santo fuera llevado a Siena. En vez de eso fue sepultado en el convento de los Observantes luego de un funeral de singular esplendor. A su muerte se sucedieron muchos milagros y fue canonizado por Nicolás V el 25 de mayo de 1450. El 17 de mayo de 1472 su cuerpo fue trasladado solemnemente a la nueva iglesia de los Observantes de Aquila, que había sido construida para ese propósito, y depositado en una capilla regalada por Luis XI de Francia. Un terremoto destruyó totalmente esa capilla en 1703, pero fue substituida por otra, en donde son venerados los restos de San Bernardino hasta el día de hoy. Su fiesta se celebra el 20 de mayo.

San Bernardino es reconocido como el mayor misionero de Italia del siglo XV; el más grande predicador de su tiempo; el apóstol del Santo Nombre; el restaurador de la orden de los Frailes Menores. Sigue siendo el más popular de los santos italianos, especialmente en su nativa Siena. Pintores y escultores lo han tomado como objeto frecuente de sus obras. Los grupos de Della Robbia generalmente lo incluyen. Aunque quizás la mejor serie de pinturas acerca de la vida de Bernardino es la de Pinturicchio en el Ara Coeli, en Roma, los altorrelieves de la fachada del Oratorio en Perugia, construido por los magistrados locales en agradecimiento por los esfuerzos del santo para llevar la paz a esa ciudad, constituyen indudablemente una de las más admirables producciones del Renacimiento. El retrato más excelente de San Bernardino, sin embargo, se encuentra en sus propios sermones, sobre todo en los que pronunció en su lengua vernácula. Es gracias al piadoso esfuerzo de un tal Benedetto, un talabartero sienés que copió, palabra por palabra, grabándolos en tablillas de cera, la totalidad de los discursos de Bernardino durante la cuaresma de 1427, y luego los transcribió sobre piel, que podemos entrar a fondo en el espíritu de Le Prediche Volgari. El manuscrito original de Benedetto se ha extraviado, pero existen varias copias muy antiguas del mismo. Los 45 sermones que ahí se comprenden han sido todos publicados (Le Prediche Volgari Di Siena, 1880-88, 3 volúmenes). Dichos sermones, que en ocasiones se prolongaban hasta tres o cuatro horas, arrojan luz sobre el estilo de predicar del siglo XV y sobre las costumbres de esa época. Inscritos en el lenguaje más simple y popular- Bernardino se adaptaba siempre al dialecto y vocabulario local- abundan en ilustraciones, anécdotas, digresiones y comentarios marginales. Frecuentemente el santo recurría a la mímica y le encantaba hacer bromas. Pero su alegría nativa sienesa y la jocosidad típica de los franciscanos no restaban nada al efecto de sus sermones, y sus exhortos para que el pueblo evitara la ira de Dios a través de la penitencia, son tan poderosos como son patéticos sus llamados a la paz y la caridad. Muy diferentes de esos populares sermones italianos tomados della viva voce son los sermones latinos de Bernardino, pues éstos constituyen verdaderas disertaciones, con precisas divisiones y subdivisiones, y que tienen como objetivo aclarar su enseñanza y servir más de guía para él mismo y para otros que para su declamación formal. Aparte de esos sermones latinos, que revelan un profundo conocimiento teológico, Bernardino dejó otros escritos de gran reputación: disertaciones, ensayos, cartas acerca de teología práctica, ascética y mística, disciplina religiosa, tratados sobre la Bienaventurada Virgen María y San José, que luego han sido utilizados como lecturas en el breviario, y un comentario sobre el Apocalipsis. Sus escritos fueron recopilados y publicados por primera vez en Lyon en 1501. La edición de De la Haye, “Sti. Bernardini Senensis Ordinis Seraphici Minorum Opera Omnia”, publicada en Paris y Lyon en 1536, fue reeditada ahí mismo en 1650, y en Venecia en 1745. A consecuencia de la petición hecha a la Santa Sede por el Capítulo General de los Frailes Menores, en 1882, para que san Bernardino fuera declarado doctor de la Iglesia, se realizó un acucioso estudio en torno a la autenticidad de las obras atribuidas al santo. Algunas son indudablemente espurias; otras, o son dudosas o han sido interpoladas. Y no toda la obra del santo está a nuestro alcance en las ediciones que poseemos. Hace falta una edición completa y crítica de los escritos de San Bernardino. El Cardenal Vives hizo una excelente antología de sus escritos ascéticos (Sti. Bernardini Senensis de Dominicâ Passione, Resurrectione et SS. Nomine Jesu Contemplationes, Roma, 1903).

Tenemos la suerte de poseer varias biografías muy detalladas de San Bernardino, escritas por contemporáneos suyos. Tres de ellas son incluidas totalmente en las Acta Sanctorum Maji, V, con Comm. Preav. de Henschen. La más antigua es la de Bernabaeus Senensis, un testigo ocular de mucho de lo que él escribe. Esta obra fue compilada poco después de la muerte del santo. La segunda es obra del célebre humanista Maphaeus Vegius, quien trató personalmente a Bernardino, y que fue publicada en 1453. La tercera, por Fray Ludovicus Vincentinus de Aquila, fue editada luego de la traslación del cuerpo del santo en 1472. Una cuarta biografía contemporánea es la de un fraile Menor, desconocida hasta 1906, fue publicada a la vez por el Padre Van Ortroy, S.J. en los Anales Bolland. (XXV, 1906, pp.304-389) y por el Padre Ferdinand M. D’Ardules, O.F.M, (Roma, 1906). La vida de San Bernardino escrita en italiano bajo el nombre del Bienaventurado Bernardino de Fossa (muerto en 1503), y mencionada por Sbaralea y otros, no parece haber llegado a nosotros. Pero la obra de este último “Chronica Fratrum Minorum Observantiae”, editada por Lemmens (Roma, 1902), contiene varias referencias importantes. Una valiosa descripción de la juventud de Bernardino la hace Leonardus (Benvoglienti) Senensis, embajador de Siena ante el Papa. Dicha obra, editada por el Padre Van Ortroy en la Anales Bolland., XXI (1902), 53-80, fue compilada en 1446 a petición de San Juan Capistrano. La “Vida” de San Bernardino que se atribuye al mismo San Juan, y la que fue transcrita por Surius en su “Vita SS.” (1618), V, 267-281, al igual que los panegíricos de Pio II a Bernardino y San Antonio, así como las actas de canonización, se encuentran en el volumen I de la edición de De la Haye de la obra de San Bernardino.

Wadding, Annales, XII, ad ann. 1450, n. I y Scriptores (1650), 57-58; Sbaralea, Supplementum (1806), 131-134, 725; Amadio Luzzo, Vita di S. Bernardino (Venecia, 1744; Roma, 1826; Siena, 1854; Monza, 1873); Berthaumier, Hist. De S. Bernardin (Paris, 1862); Toussaint, Das Leben des H. Bernardin von Siena (Ratisbona, 1873); Life of St. Bernardine of Siena (Londres, 1873); Leo de Clary, Lives of the Saints of the Three Orders of St. Francis (Taunton, 1886), II, 220-275; Leon, Vie de St. Bernardin (Vanves, 1893); Alessio, Storia di S. Bernardino e del suo tempo (Mondovi, 1899); Ronzoni, L'Eloquenza di S. Bernardino (Siena, 1899). Indudablemente la mejor biografía moderna de San Bernardino es la de Paul Thureau-Dangin de la Academia Francesa: Un predicateur populaire dans l'Italie de la Renaissance: S. Bernardin de Siene (Paris, 1896). Esta brillante monografía ha sido traducida a varios idiomas: italiano (1897), alemán (1904), e inglés (1906).

PASCHAL ROBINSON Transcrito por Olivia Olivares Dedicado a la memoria del Cardenal Joseph Bernardin (1928-1996) Traducción de Javier Algara Cossío.