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Martes, 3 de diciembre de 2024

Papa Gregorio XVI

De Enciclopedia Católica

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(MAURO, o BARTOLOMÉ ALBERTO CAPPELLARI).

Nacido en Belluno, entonces territorio veneciano, el 8 de sept. De y su madre 1765 y muerto en Roma el 9 de junio de 1846. Su padre Giovanni Battista y su madre Giulia Cesa-Pagani, pertenecían ambos a la pequeña nobleza del distrito y las familias de ambos habían ocupado en el pasado puestos prominentes al servicio del estado. Cuando cumplió dieciocho años dio muestras de vocación religiosa y después de una cierta oposición familiar entró en el noviciado del monasterio camandulense de San Miguel de Murano, en 1783, tomando el nombre de Mauro. Tres años después emitió los votos solemnes y en 1787 fue ordenado sacerdote.

El joven monje dio pronto señales de una dotación intelectual inusual. Se dedicó al estudio de la filosofía y teología y fue encargado de enseñar esas materias a los jóvenes de S. Miguel. En 1790 fue nombrado censor librorum para su orden así como para el Santo oficio de Venecia. Cinco años después fue enviado a Roma donde al principio vivió en una casita (que se destruyó más tarde) en la Piazza Veneta y después en el gran monasterio de S. Gregorio en el Celio.

Los tiempos no eran favorables para el papado. En1798 tuvo lugar el escandaloso secuestro de Pío VI por el general Berthier, por orden de Napoleón y al año siguiente la muerte del papa en el exilio de Valence. Este mismo año 1799, Dom Mauro publicó su libro "Il trionfo della Santa Sede", defendiendo la infalibilidad papal y su soberanía temporal. El libro no llamó mucho la atención hasta después de haber sido elegido papa, aunque tuvo tres ediciones y fue traducido a diversas lenguas. En 1800 el cardenal Chiaramonti fue elegido papa en Venecia y tomó el nombre de Pío VII, volviendo a Roma ese mismo año, en que Dom Mauro era elegido abad vicario de S. Gregorio. En 1805 el papa le nombró abad de la antigua casa. Se retiró a Venecia a descansar, pero volvió en 1897 como procurador general, para ser expulsado al año siguiente cuando el general Miollis repetía con Pió VII lo que Berthier había perpetrado con Pío VI. Dom Mauro volvió a Venecia, pero S. Miguel fue cerrado al año siguiente por orden del emperador. A pesar de ello los religiosos permanecieron, en monasterio, vestidos de seglares y Dom mauro enseñó filosofía a los estudiantes del colegio camaldulense de Murano. Pero en 1813 el colegio fue transferido al convento camaldulense de Ognissanti de Padua, ya que Venecia estaba demasiado alterado y inamistosa.

Al año siguiente Napoleón cayó Napoleón, Pío VII volvió a Roma y Dom Mauro fue enseguida llamado a la urbe, donde el sabio camaldulense fue nombrado consultor de varias Congregaciones, examinador de obispos y de nuevo abad de S. Gregorio. Le fue ofrecido el obispado por dos veces y en ambas rehusó. Se consideraba seguro que sería creado cardenal y la sorpresa fue general cuando en 1823 Pío VII eligió a Dom Placido Zurla, un geógrafo (también camaldulense). Ese mismo año murió el papa y fue elegido el cardenal della Genga que tomó el nombre de León XII. El 21 de marzo de 1825 el papa creó a Dom Mauro cardenal in petto, y hecho público al año siguiente, como cardenal de San Calisto y Prefecto de la Congregación de Propaganda. Mientras estaba en este puesto tuvo éxito en firmar concordatos (1827) entre los católicos belgas y el rey Guillermno de Holanda; entre los católicos armenios y el imperio otomano (1829). Y el día de S. Jorge de éste año Capellaria tuvo la alegría de saber que los católicos habían logrado la emancipación en las Islas Británicas. El 10 de febrero Murió León XII y Pío VIII, destrozado por las revoluciones de Francia y los Países Bajos le siguió a la tumba el 1 de diciembre de 1830. Quince días después comenzó el cónclave, que duró siete semanas. Por un momento parecía que el cardenal Giustiniani iba a conseguir los votos necesarios, pero España se opuso con un veto. Por fin, los distingos grupos llegaron a un acuerdo y el día de la Purificación fue elegido Capellaria por 31 de los 45 votos. Tomó el nombre de Gregorio XVI en honor de Gregorio XV, el fundador de Propaganda.

Apenas elegido, las llamas de la revolución se encendieron en todos los estados pontificios. Ya el 2 de febrero el duque de Módena había avisado al cardenal Albani para que el cónclave llegara a una rápida conclusión puesto que la revolución era inminente. Al día siguiente el duque cercó la casa de su anterior amigo Ciro Menotti, en Módena, y le arrestó junto con varios conspiradores. La revuelta estalló en Regio y el duque huyó a Mantua, llevándose a los prisioneros. Los disturbios se extendieron con rapidez organizada. El 4 de febrero Bolonia estalló en desórdenes, expulsó de la ciudad al pro-legado y el 8 ha había izado la bandera tricolor en vez de la papal. En quince días casi todos los estados pontificios habían repudiado la soberanía papal y el 19 el cardenal Benvenuti, enviado a reprimir la rebelión, fue hecho prisionero por el “Gobierno Provisional”. En la misma Roma la rebelión proyectada para el 12 de febrero apenas pudo ser evitada por el cardenal Benvenutti, nuevo secretario de Estado. Las fuerzas papales eran incapaces de manejar la situación y Gregorio decidió pedir socorro a Austria. Enseguida obtuvo respuesta: el 25 de febrero un potente ejército salió hacia Bolonia y el “Gobierno provisional“ huyó hacia Ancona. En un mes el movimiento había colapsado y el 27 de marzo el cardenal Benvenutti fue liberado por los líderes rebeldes con la condición de que el papa concediera una amplia amnistía. El compromiso del cardenal no estaba sustentado por la autoridad y no fue ratificado ni por el gobierno papal ni por el general austriaco. Pero de momento la rebelión fue sometida y tras un intento abortado de tomar Spoleto, del que fueron disuadidos por el arzobispo Mastai-Ferretti, todos los líderes que pudieron huyeron del país. El 3 de abril el papa pudo afirmar que se había restablecido el orden.

En ese mismo mes, los representantes de los cinco poderes, Austria, Rusia, Francia, Prusia e Inglaterra se reunieron en Roma a considerar la cuestión de la “Reforma de los Estados pontificios”. El 21 de mayo emitieron un memorandum conjunto urgiendo gobierno papal reformas en lo judicial. La introducción de laicos en la administración, elecciones populares de los consejos comunales y municipales, la administración de las finanzas por un grupo elegido sobre todo entre laicos preparados.

Gregorio intentó llevar a cabo esas reformas a medida que las creía posibles pero había dos puntos en los que no iba a ceder: la elección popular de los consejos y el establecimiento de un Consejo de Estado compuesto de laicos, paralelo al Sagrado Colegio Cardenalicio. En una sucesión de edictos, fechados el 5 de julio, y el 5 y 21 de noviembre, se puso en marcha un plan de reforma de la administración y de los tribunales. Las delegaciones habían de dividirse en una compleja jerarquía de gobiernos central, provincial y comunal y a la cabeza de cada uno de ellos debía ir un pro-legado, un gobernador o un alcalde, que representaba al papa y que estaban asistidos, y en cuestiones financieras controlados, por un consejo elegido por el gobierno de una lista triple. Todos estos organismos habían de mantener al papa informado de los deseos y necesidades de sus súbditos. La reforma de la justicia, en lo tocante a la legislación civil, aun fue más completa. Se puso fina a la confusa multiplicada de tribunales (en Roma fueron abolidas no menos de doce de entre las quince jurisdicciones conflictivas, incluyendo la del uditore santísimo) y se establecieron tres jerarquías, compuestas cada una de tres tribunales civiles, una para Bolonia y las legaciones, una para la Romaña y las Marcas y una para Roma.

En cada una de éstas, el acuerdo entre dos cortes impedía que se siguiera apelando; la mayoría de las cortes debían estar ampliamente formadas por laicos preparados en derecho. Las cortes criminales no fueron reformadas tan radicalmente pero hasta en estas se puso fin al frecuente, vejatorio y tiránico secretismo e irregularidades que habían existido hasta entonces. Estas reformas, sin embargo, a pesar de su amplitud estaban lejos de satisfacer al partido revolucionario. Las tropas austriacas se retiraron el 15 de julio de 1831 y para diciembre en gran parte de los estados pontificios campaba la revuelta. Se destacaron tropas pontificas APRA ayudar a las legaciones pero el único resultado fue la concentración de 2000 revolucionarios en Cesena. El cardenal Alabani que había sido nombrado comisionado extraordinario de as legaciones apeló por iniciativa propia al general austriaco Radetsky, que envió tropas inmediatamente. Estas fuerzas se unieron a las del papa en Cesena, atacaron y derrotaron a los rebeldes y a finales de enero habían tomado en triunfo posesión de Bolonia.

Esta vez intervino Francia y como protesta contra la ocupación austriaca tomó y retuvo Ancona, en clara violación de la ley internacional. El papa y Bernetti protestaron enérgicamente y hasta Prusia y Rusia desaprobaron el hecho, aunque después de largas negociaciones el comandante francés recibió órdenes de reprimir los ultrajes de los revolucionarios en Ancona, el caso es que las tropas francesas no se retiraron de Ancona hasta que las austriacas lo hicieron de los Estados Pontificios, en 1838. La rebelión fue suprimida y no volvió a surgir en quince años.

Pero entre todas estas alteraciones en sus estados, Gregorio no había estado libre de ansiedad por la fe en la Iglesia universal. Las revoluciones de Francia y los Países Bajos habían creado una situación difícil: se esperaba que el papa fuera la parte que condenaba los cambios y por otra parte se esperaba que los aceptara. En agosto de 1831 emitió un Breve, "Sollicitudo Ecclesiarum", en el que reiteraba las afirmaciones de sus predecesores respecto a la independencia de la Iglesia y su rechazo a verse mezclado en las políticas dinásticas.

En noviembre de ese mismo año el abad de Lamennais y sus compañeros vinieron a Roma presentar al papa las cuestiones en disputa entre el episcopado francés y el director de “L ´Avenir”. Gregorio los recibió amablemente, pero les hizo saber que por insinuaciones que el resultado de su apelación podía no serles favorable y que fueran muy prudentes en no presionar para conseguir una rápida decisión.

A pesar de la representación de Lacordaire, Lamennais persistió con el resultado de que, en la fiesta de la Asunción de 1832 el papa publicó la encíclica "Mirari vos", en la que condenaba no solo la política de “L ´Avenir”, sino también muchas de las doctrinas sociales y morales que se manifestaban en las escuelas revolucionarias. La encíclica, que ciertamente no puede ser considerada favorable a ideas que desde entonces se han convertido en lugares comunes de la política secular, levanto un tormenta de críticas en toda Europa. Es de recordar sin embargo que muchos de sus adversarios no la habían leído con mucha atención y es con frecuencia criticada por afirmaciones que no están en el texto. Dos años después e su publicación el papa creyó necesario publicar otra encíclica "Singulari nos", en la que condenaba el "Paroles d'un croyant", la réplica de Lamennais a la "Mirari vos".

Pero los errores no sólo surgían en Francia. En Alemania, los seguidores de Hermes fueron condenados por la Carta Apostólica "Dum acerbissima", del 26 septiembre de 1835. Y en 1844, al final de su pontificado, emitió la encíclica "Inter praecipuas machinationes", contra la propaganda sin escrúpulos anti católica en Italia de la London Bible Society y la New York Christian Alliance, que entonces, como después, fueron responsables del éxito de convertir a los ignorantes católicos italianos en crueles anticlericales y librepensadores.

Mientras que estaba ocupado en combatir los movimientos libertarios del momento en Europa, Gregorio hubo de luchar con los gobiernos de los estados para conseguir justicia y tolerancia para la Iglesia Católica en sus países. En Portugal el acceso al trono de la reina Maria da Gloria fue la ocasión de un estallido de legislación anticlerical. El nuncio en Lisboa fue obligado a dejar la ciudad y la nunciatura fue suprimida. Se abolieron todos los privilegios eclesiásticos, los obispados cerrados por el ex rey Dom Miguel fueron declarados vacantes y las casas religiosa suprimidas. El papa protestó en consistorio pero su protesta solo llevó a medidas severas y sus esfuerzos no tuvieron éxito alguno hasta 1841, cuando la inquietud popular obligó a la reina a ceder. En España la regente María Cristina pudo, durante la minoría de su hija la reina Isabel llevar a cabo un programa anticlerical. En 1835 se suprimieron las órdenes religiosas y después se atacó al clero secular: se dejaron sin obispo 22 diócesis y se admitió a sacerdotes jansenistas en el comité para la “reforma de la Iglesia”, además de confiscar los salarios de los curas. En 1840 los obispos fueron echados de sus sedes y cuando el nuncio protestó contra los actos arbitrarios del gobierno, fue conducido hasta la frontera. La paz volvió a al iglesia española hasta después de la muerte de Gregorio.

En Prusia, muy al principio de su pontificado causaba dificultades por la cuestión de los matrimonios mixtos. Pío VIII había tratado de ellos en el Breve de 28 de marzo de 1830. Pero no satisfizo al gobierno prusiano y von Bunsen, el embajador prusiano, intentó cambiar la política católica, por todos los medios honestos y deshonestos. El arzobispo de Colonia y los obispos de Paderbron, Münster y Tréveris fueron inducidos a no ejecutar la legislación papal las leyes papales; pero el arzobispo murió al año siguiente y su sucesor von Droste zu Vischering, era un hombre de calibre muy diferente. En 1836 el obispo de Tréveris, sintiendo que se acercaba su fin, revelo toda la conspiración al papa. Los hechos se sucedieron rápidamente. El nuevo arzobispo de Colonia anunció su intención de obedecer a la Santa Sede y fue inmediatamente encarcelado por el gobierno prusiano. Su arresto causó una indignación general en toda Europa y Prusia trató de justificar su acción inventando cargos contra el prelado. Nadie creyó la historia oficial y el arzobispo de Gnesen y Posen que había imitado el valiente ejemplo de su hermano en Colonia también fue apresado. Pero esta arbitraria acción levantó la indignación de los católicos alemanes y cuando el rey Federico Guillermo III murió en 1840, su sucesor estaba más dispuesto a llegar a acuerdos. Por fin, al arzobispo Droste zu Vischering le pusieron un coadjutor y se retiró a Roma; el arzobispo de Gnesen fue liberado incondicionalmente y la cuestión en disputa se decidió rápidamente a favor de la doctrina católica.

En Polonia y Francia no tuvo tanto éxito. En Polonia la religión católica estaba íntimamente unida con las aspiraciones nacionalistas. Como consecuencia se empleo toda la fuerza de la autocracia rusa en reprimirla. Con crueldad monstruosa los Uniatas Rutenos fueron metidos en la comunión ortodoxa. Los heroicas monjas de Minsk fueron torturadas y esclavizadas y más de 160 sacerdotes deportados a Siberia. Los católicos de rito latina no fueron mejor tratados. Encarcelaron a los sacerdotes deportaron a los prelados Gregorio protestó en vano y en 1845, cuando el emperador Nicolás le visitó en Roma echo en cara al autócrata su tiranía. Se dice que el Zar prometió cambiar su trato a la Iglesia, pero, como era de esperar, nada se hizo.

En Francia, el éxito del renacimiento católico había sido tan grande que los anticlericales estaban furiosos. Se presionaba al gobierno para que suprimiera a los Jesuitas, siempre los primeros en ser atacados. Guizot envió a Roma a Pelegrino Rossi, antiguo líder del partido revolucionario en Suiza, a negociar directamente con el Cardenal Lambruschini, que había sustituido a Bernetti en 1836 como secretario de Estado. Pero Gregorio y Lambruschini se opusieron firmemente a los ataques a la Compañía. Entonces Rossi entonces volvió su atención al Padre Roothan, general de los Jesuitas y a través de la Congregación de Asuntos eclesiásticos, logró obtener una carta a los provinciales franceses avisando que los noviciados y otras casas debían gradualmente vaciarse o ser abandonados.

El pontificado de Gregorio llegaba a su fin. En agosto de 1841 emprendió un viaje por algunas de las provincias con la intención de estrechas relaciones con su gente. Atravesó Umbría hacia Loreto, de allí a Ancona y hacia Fabriano, donde visitó las reliquias de S. Romualdo, el fundador de los Camaldulenses. Vovió a Asís, Viterbo y Orvieto, llegando a Roma a principios de octubre. El viaje había costado dos millones de francos, pero es dudoso de que consiguiera el resultado apetecido.

El cardenal Lambruschini, en el que el papa confiaba más y más al hacerse viejo la dirección real de los asuntos de Estado, era más arbitrario e inaccesible a las doctrinas políticas modernas que Bernetti. El descontento crecía y se hacía amenazador. En 1843 hubo intentos de revueltas en la Romaña y Umbría, suprimidas con severidad por los legados especiales, los cardenales Vanniocelli y Máximo. En septiembre 1835 la ciudad de Rímini fue capturada de nuevo por una fuerza revolucionaria, que sin embargo hubo de retirarse y buscar refugio en Toscana. Pero las apasionadas llamadas de Niccolini, Gioberti, Farini d'Azeglio, se extendieron por toda Europa y se temía con fundamente que los Estados Pontificios no sobrevivirían a Gregorio XVI.

El 20 de mayo de 1846 se sintió mal y ordenó a Cretineau-Joly escribir la historia de las sociedades secretas contra las que había luchado en vano. Unos pocos días después el papa cayó enfermo con erisipelas en el rostro. Se pensó que el ataque no era serio pero 31 de mayo le fallaron las fuerzas y se vio que el fin se acercaba. Murió el 9 de junio, temprano con dos personas que le atendían. Su tumba, obra de Amici, está en S: Pedro.

Gregorio XVI ha sido tratado con escaso respeto por los historiadores posteriores, aunque no ha merecido su desdén Es cierto que la cuestiones políticas se mostró casi tan opuesto como sus antecesores inmediatos al más mínimo progreso democrático.

Pero en esto era igual que la mayoría de los gobernantes de su tiempo, la misma Inglaterra, como apuntó sarcásticamente Bernetti, dispuesta a sugerir reformas a otros que no aplicaba en su casa.. Gregorio creyó en la autocracia y ni sus inclinaciones ni sus inclinaciones eran tales que le hicieran favorable a incrementar la libertad política. Probablemente la política de sus predecesores había hecho muy difícil para cualquiera, excepto un papa fuerte, oponerse a la creciente revolución con reformas eficientes. De cualquier manera tanto su temperamento y su política fueron tales que dejó a su sucesor una casi imposible tarea. Pero no era un oscurantista en absoluto. Su interés en el arte y el todas las formas de saber está claramente atestiguada pro la fundación de los museos etrusco y egipcio en el Vaticano, así como el Museo Cristiano del Laterano, por el apoyo que daba a hombres como los cardenales Mai y Mexxofanti, Visconti, Salvi, Marchi, Wiseman, Hurter, Rohrbacher y Guéranger y por la generosa ayuda dada para reconstrucción de S. Pablo Extramuros y de Santa Maria degli Angioli en Asís., por las investigaciones en el Foro Romano y en las catacumbas.

Su preocupación por el bienestar social de su gente se nota en la tunelación del Monte Catillo para prever la devastación de Tivoli por las inundaciones del río Anio, en el establecimiento de botes de vapor en Ostia, emisión de monedas decimales en los Estados Romanos, de una oficina de estadística en Roma, la reducción de varios impuestos y la re-compra del appanage de Eugeni Beauharnais, la fundación de baños públicos, hospitales y orfanatos.

Durante su pontificado las pérdidas de la Iglesia en Europa quedaron compensadas por sus ganancias en el resto del mundo.

Gregorio envió misioneros a Abisinia, a India, a China, a Polinesia, al los indios norteamericanos. Duplicó el nombre de Vicarios Apostólicos en Inglaterra, aumentó el número de obispos en Estados Unidos En los cinco años de su pontificado canonizó a cinco santos, treinta y cinco beatos y se fundaron muchas ordenes nuevas o se les dio apoyo a otras, la devoción de los fieles a la Inmaculada Madre de Dios aumentó. Tanto en su vida pública como privada Gregorio era notable por su piedad, amabilidad, simplicidad y firme amistad. Quizás no fuera un gran papa, o no estuviera a la altura de los complicados problemas de su tiempo, pero su devoción , su munificencia y sus trabajos, Roma y la Iglesia Universal están en deuda con él por los muchos beneficios.


Bibliografía

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Leslie A. St. L. Toke.


Transcrito por Janet van Heyst.


Traducido por Pedro Royo