Papa Adriano VI
De Enciclopedia Católica
El ùltimo pontìfice bárbaro (Guicciardini, XIV, v), y el único Papa de tiempos modernos, salvo Marcelo II, quien mantuvo su nombre bautismal; sucedió al Papa Leo X, desde el 9 de enero, 1522, hasta el 14 de septiembre, 1523. Nacido de parentesco humilde en Utrecht, el 2 de marzo, 1459. Perdió a su piadoso padre, Florentius Dedel, a temprana edad, y fue mantenido en la escuela por la fortaleza de su madre viuda, primero en casa, luego en Zwolle con los Hermanos de la Vida Comùn, finalmente en la Universidad de Louvain.
Después de un minucioso curso en filosofía, teología, y jurisprudencia fue creado Doctor de Divinidad en 1941. Margaret de Burgundy costeó los gastos del pobre estudiante. Su popularidad como profesor de teología en Louvain es mostrada por haber sido merecido por sus dos principales trabajos, Quaestiones quodlibeticae (1521), y su Commentarius in Lib. IV Sententiarum Petri Lombardi (1512), el cual fue publicado sin su conocimiento de notas de estudiantes, y presenció muchas ediciones. Como decano del colegio de la iglesia de San Pedro en Louvain, y vice-ministro de la universidad, trabajó para avanzar el arte y la ciencia, sagrada y profana, y dio edificación universal por una vida de singular piedad y severo ascetismo. En 1506, fue, felizmente por la iglesia , seleccionado por el Emperador Maximiliano como tutor para su nieto, el futuro Carlos V, entonces en su sexto año.
Cualquier talento que Carlos poseía, más allá del arte de guerra, se debió a los esfuerzos de Adrián; lo más precioso de todo, su inalterable cariño por la Fe de sus padres. Trasladado de las sombras académicas a la vida pública, el humilde profesor ascendió a la eminencia con maravillosa rapidez. Dentro de una década fue el asociado de Ximenes, Obispo de Tortosa, Distinguido Inquisidor de la península Española, Cardenal de la Iglesia Romana, y finalmente Regente de España. No fue menos sorprendido que el resto de la humanidad cuando la inteligencia alcanzó a aquel la voz unánime de la Escuela Sagrada que le había levantado a la más alta dignidad en la tierra. Tareas asombrosas se atribuían ante él en esta hora de mayor oscuridad del Papado. Para erradicar abusos incurables; para reformar una corte la cual prosperó sobre la corrupción, y detestaba el mismísimo nombre de reforma; para mantenerse en cuerda de príncipe joven y guerrero, listo para resaltar un desacuerdo; para refrenar el torrente ascendiente de rebelión en Alemania; para salvar La Cristiandad de los Turcos, quienes de Belgrado ahora amenazaron Hungría, y si Rodas decayera serían dueños del Mediterráneo -- estas fueron tareas poderosas para quien estaba en su sexto-tercer año, nunca había visto Italia y estaba seguro de ser despreciado por los Romanos como un "bárbaro". Adrián aceptó las responsabilidades de su cargo con unas ideas completas de sus magnitudes. Carlos estaba gozoso en las noticias de la elevación de su tutor, pero pronto encontró que el nuevo Pontífice, a pesar de su afecto por él, fue resuelto para reinar imparcialmente. Francisco I, al contrario, quien tenía su mirada sobre Adrián como una simple herramienta del Emperador y había expresado amenazas de un cisma, ante mucho tiempo consentido y envió una embajada para presentar su reverencia. Las aprehensiones de un Aviñon español, no tenían base; en la fecha más temprana posible Adrián se embarcó para Italia y hizo su solemne entrada a Roma el 29 de agosto. Dos días más tarde él recibió la triple corona. La historia no presenta figura más patética que la de este noble Pontífice, esforzándose solo contra dificultades insuperables.
A través de las imprudentes extravagancias de su predecesor, las finanzas papales estaban en una triste confusión. Los esfuerzos de Adrián para reducir gastos sólo ganaron para él de sus cortesanos necesitados el epíteto de miserable. Derechos conferidos fueron cotizados contra sus esfuerzos para reformar la curia. Su nuncio para Alemania ,Chierigati, recibió sólo escasa cortesía. Su reconocimiento exageró que la Corte Romana había sido el origen de todas las corrupciones en la Iglesia fue con anhelo aprovechado por los Reformadores como una justificación de su abandono. Su urgente apelación al príncipe de la cristiandad para apresurarse a la defensa de Rodas encontró oídos sordos; el 24 de Octubre que valientemente defendió el baluarte de la Fe Cristiana cayó en manos de los Turcos, un desastre el cual apresuró la muerte del Pontífice. Su aburrida actividad y el clima enfermizo de Roma se combinaron para hacer añicos su salud. El murió apropiadamente en la fiesta de la Exaltación de esa Cruz a la cual había sido clavado por más de un año (14 de Septiembre, 1523). Su monumento, levantado por su fiel amigo, Wilhelm Chierigati, es aún visto en Roma, en la iglesia nacional de los Alemanes, Sta. María del Alma, con su extraña inscripción, tan frecuentemente admirada, para el efecto eso se iguala al mejor de los hombres que puede nacer en tiempos incompatibles a sus virtudes: "Proh Dolor! Quantum refert in quae tempora vel optimi cujusque virtus incidat" [Gregorovius-Ampère Les tombeaux des papes Romains (Paris, 1859), 200, 201, 294,295]. A la vez, de hecho, estuvo adeudando, no por alguna falta de él, para que la amistad de Adriano VI y Carlos V no reviviera los días felices de Adriano I y Carlos el Grande.
BURRMANN, Analecta Historica de Hadriano VI (Utrecht, 1727); REUSSENS, Syntagma Theolog. Adriani VI; Anecdota de vitâ et scriptis Adriani VI (Louvain, 1862); GACHARD, Correspondence de Charles Quint et d'Adrien VI (Bruxelles, 1859); ROBINSON, The Month (1877), XXXI, 350; PASTOR, Hist. Jahrb. (1882), III, 121-130. The classic studies on this pope's life are those of CONSTANTINE VON H FLER, among others Der deutsche Kaiser und der letzte deutsche Papst (Vienna, 1876); Leben des Papstes Adrian VI (Vienna, 1880); cf. his article on Adrian VI in Kirchenlex., V, 1426-27. ARTAUD DE MONTOR, Lives and Times of the Roman Pontiffs (tr. New York, 1867), I, 698-707. For an extensive bibliography of Adrian VI see CHEVALIER Bio-Bibliogr. (2d ed., Paris, l905), 57, 58.
JAMES F. LOUGHLIN
Traducido por Zulema Barrios