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Martes, 3 de diciembre de 2024

Escuelas Carolingias

De Enciclopedia Católica

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Bajo los reyes merovingios se estableció una escuela en la corte - scola palatina, como la llamaron los cronistas del siglo octavo – para que los jóvenes nobles francos pudieran aprender el arte de la guerra y las ceremonias de la corte. En realidad no era una escuela en la acepción moderna del término. La educación en las letras que pudiera existir se impartía en las escuelas catedralicias y monásticas. Al ascender Carlomagno (768) se inauguró un esquema de reforma de la enseñanza, primero en la escuela de palacio y más tarde en la varias escuelas establecidas o reformadas por los decretos imperiales, en todo el vasto imperio en el que reinaba Carlomagno.

El año 780, una vez que las victorias sobre los lombardos, sajones y sarracenos se lo permitieron, emp`rendió la reforma de la escuela de Palacio, cambiando de una escuela de tácticas militares y maneras cortesanas en un lugar de estudio Pero hasta la llegada de Alcuino a Aquisgrán en 782 no comenzó la reforma de la enseñanza a tener posibilidades de éxito. Alcuino no solo dirigía la escuela imperial de Palacio sino que fue admitido al consejo del emperador en asuntos de educación y se convirtió en el “primer ministro de educación” de Carlomagno. Representaba la sabiduría de la escuela de York, que había incorporado a sus tradiciones las corrientes de reforma de la educación inauguradas en el sur de Inglaterra por Teodoro de Tarso y la corriente que desde las escuelas de irlanda se extendieron por toda la parte norte de Inglaterra. No era Alcuino, en verdad, un pensador original, pero ejerció una profunda influencia cultural en todo el reino franco debido a la gran estima que le profesaban Carlomagno y sus cortesanos. Enseñó gramática, retórica, dialéctica y elementos de geometría, astronomía y música (ver ARTES LIBERALES, LAS SIETE). Su éxito como maestro de estas ramas del saber parece haber sido reconocido por todos los cortesanos así como por su protector real. Sabemos por la biografía de Carlomagno de Einhard que el emperador, los príncipes y princesas y las familia real formaban una especie de escuela superior en el palacio, para aprender de Alcuino lo que hoy se considerarían los más elementales rudimentos.

Carlomagno se aseguró de conseguir para su escuela palatina al más hábil de los maestros de su tiempo. Siguiendo los consejos de Alcuino procedió por una serie de ordenanzas desde 787 (dos años después del triunfo final sobre los sajones) hasta 789, para inaugurar una reforma de la educación en todo el imperio. En el 787 emitió el que se ha llamado “Carta del Pensamiento Moderno”, en el que se dirige a los obispos y abades del imperio informándoles que “ha juzgado ser de utilidad que en sus obispados y monasterios confiados por el favor de Cristo a su cargo, se aseguraran de que hubiera no sólo una forma regular de vida sino también estudio de las letras, cada uno enseñándolas y aprendiéndolas según su capacidad y ayuda de Dios” . Ha observado, dice, en las cartas que durante los pasados años ha recibido de los diferentes monasterios que aunque lo pensamientos que contenían era justos, el lenguaje en el que se expresaban esos pensamientos era con frecuencia rudo, surgiendo en su mente el miedo de que se hubieran perdido la forma de escribir correctamente, y de entender menos de lo que se debiera las Sagradas Escrituras. “Que se elija, pues, a hombres( para enseñar) que quieran y puedan aprender y que se apliquen a ese trabajo con celo que iguale al celo con que nosotros se lo recomendamos “.

Se enviaron copias de esta carta a todos los obispos sufragáneos y a todos los monasterios dependientes. En el gran concilio de Aquisgrán (789) dio instrucciones más precisas sobre la educación del clero. Por el texto del capitulario de 787 está claro que Carlomagno intentaba introducir la reforma en todas las escuelas monásticas del imperio. Leemos en él:” “Que todos los monasterios y todas las abadías tengan su escuela en la que los muchachos aprendan los salmos, el sistema de notación musical, canto, aritmética y gramática. No hay duda de que por muchachos se entiende no solo los candidatos a entrar en los monasterios y los hijos de los nobles que se entregaban al cuidado de los monjes, sino también los niños del pueblo o región que rodea al monasterio para los que había generalmente una escuela adosada a un grupo de edificios monásticos. Esto quedó patente por el nombramiento de Teodulfo, obispo de Orleans para suceder a Alcuino en la corte como consejero del emperador, cuando se retiró al monasterio de Tours en 796. El documento está datado en 797, diez años después de la primera publicación del primer capitulario y ordena explícitamente” que los sacerdotes establezcan escuelas en cada pueblo y ciudad y si alguno de los fieles les quieren confiar sus hijos para prender las letras, que ellos rehúsen no aceptarlos, sino con toda caridad enseñarles … y no dejarles que extraigan precio de los hijos por sus enseñanzas ni que reciban cosa alguna de ellos excepto lo que los padres ofrezcan voluntariamente con afecto” (P.L., CV., col. 196).

La tradición ha asignado al mismo Alcuino las líneas escritas en las calles de Estrasburgo en las que se compara el atractivo de la escuela con el de la taberna: “Elige, viajero, si vas a beber también tienes que pagar dinero, pero si aprendes tendrás lo que buscas, gratis”. En estas escuelas libres el maestro era aparentemente el sacerdote del pueblo o ciudad y hasta donde podemos saber, el currículum consistía en los rudimentos de la educación general, con un curso elemental en doctrina cristiana. La “nueva enseñanza” inaugurada en la escuela palatina, que no perece haber tenido un lugar fijo sino que siguió a la corte de lugar en lugar, no tardó en expandirse por el imperio. El primer suceso noticiable ocurrió en Fulda, que desde los días de su primer abad, Sturm, había mantenido la tradición de fidelidad a los ideales de S. Benito.

El hombre al que se debió en gran medida el éxito de la escuela de Fulda fue Rábano Mauro, que siendo aun un joven monje en Fulda, al saber de la fama de Alcuino, pidió ser enviado a Tours donde, durante un año escuchó al ya anciano maestro empapándose de su celo por el estudio de los clásicos y el cultivo de las ciencias. Al volver a Fulda fue colocado a la cabeza de la escuela monástica donde, entre grandes dificultades continuó la labor de reforma intelectual de su propio monasterio y su propia tierra. Las dificultades por las que pasó podemos colegirlas por el tratamiento que recibió de su propio abad, Ratgar, que creía que lo monjes estaban mejor empleados construyendo iglesias que estudiando sus lecciones, así que clausuró al escuela y confiscó los cuadernos de notas del maestro. Las desagradables experiencias de Rábano en este asunto se reflejan en su dicho:” Sólo escapa de la calumnia en que no escribe nada en absoluto”.

Pero no se desalentó y por fin llegó el día en que, como abad de Fulda, y con autoridad completa aplicó las medidas de reforma educativa. Más tarde, como arzobispo de Maguncia continuó fomentado los programas del renacimiento carolingio y con sus esfuerzos en pro de la predicación popular, así como su apoyo a la lengua vernacular, se mereció el título de “Maestro de Alemania”.

De hecho su influencia se puede notar más allá del territorio perteneciente al monasterio de Fulda; gracias a él y a su actividad en el campo de la educación se dieron las experiencias de renovación en las escuelas de Solenhofen, Celle, Hirsfeld, Petersburg y Hirschau. Hasta Reichenau y St. Gall le deben mucho. No parece exagerado afirmar que gracias a él se empleó el “alto alemán” (“hoch Deutsch) como instrumento de expresión literaria, por ejemplo en Der Krist de Otfried.

En Francia el renacimiento carolingio fue aceptado, como hemos dicho, por el obispo de Orleans, Teodulfo que ya directamente en su diócesis o por los consejos que daba al emperador demostró ser merecedor del título de sucesor de Alcuino, quien, a su vez, después de retirarse al monasterio de Tours, dedicó su atención casi exclusivamente a la educación monástica y a la trascripción de las obras litúrgicas y teológicas.

El amor que había tenido por los clásicos, cambió en su vejez mostrando una profunda desconfianza hacia la “literatura pagana”. En esto ofrece un chocante contraste con Lupus Servatus, un discípulo de Rábano que, siendo abad de Ferrieres, a principios del siglo noveno animó y promovió el estudio de los clásicos paganos con el mismo ardor que un humanista del siglo quince. Gracias a la influencia de Alcuino, Teodulfo, Lupus y otros el renacimiento carolingio se extendió a Reims, Auxerre, Laon y Chartres donde, antes que en la escuela de París, se pusieron los cimientos de de la teología y filosofía escolásticas.

En el sur de Alemania y Suiza el renacimiento carolingio se dejó sentir antes del final del siglo octavo en Rheinau, Reichenau, St. Gall y a principios del noveno en el norte de Italia, especialmente en Pavía y Bobbio. Bajo los sucesores de Carlomagno surgieron escuelas en Utecht, Lieja y S. Laurent, en los Países Bajos donde continuó el movimiento Con la extensión y promoción de la enseñanza en el renacimiento carolingio hay que asociar también a los maestros irlandeses, rivales de Alcuino y que tienen derecho a compartir el mérito de haber sido los primeros maestros de las escuelas. Según el cronista de S. Gall que escribió la Historia de Carlomagno, dos monjes irlandeses llegaron a Francia antes de que Alcuino recibiera la invitación de Carlomagno y habiendo hecho saber, quizás de una manera presuntuosa, su deseo de enseñar la sabiduría, fueron recibidos por el emperador con honores y uno de ellos fue puesto al frente de la escuela palatina. Pero esta historia no es muy fiable. Sabemos con certeza que después de que Alcuino dejara la corte de Carlomagno, Clemente el irlandés le sucedió como maestro de la escuela de Palacio y que le llegaban discípulos hasta del monasterio de Fulda. El gramático Cruindmelus, el poeta Dungal, y el Obispo Donato de Fiesole se cuentan entre los muchos maestros irlandeses en el continente que disfrutaron del favor de Carlomagno.

Al emperador, según Einhard, "le gustaban los extranjeros" y "tenía por los irlandeses una estima especial”. Sus sucesores siguieron invitando a irlandeses a su corte. Ludovico Pió apadrinó al geógrafo irlandés Dicuil. Lotario II tuvo una relación similar con el poeta y escriba irlandés Sedulio, fundador de la escuela de Lieja y Carlos el Calvo igualó a su abuelo en su afectiva estima de los maestros irlandeses. En su tiempo Elías enseñó en Laon, Dunchar en Reims, Israel en Auxerre y el mayor de los sabios irlandeses Juan Escoto Eríugena, fue director de la escuela de Palacio. Naturalmente, estos maestros irlandeses acudían a los lugares ya conocidos por ellos debido a la actividad misionera de sus compatriotas de generaciones anteriores. Los hallamos en Reichenau, St. Gall y Bobbio, "una rebaño de filósofos" como dice un escritor del siglo noveno. Todo monasterio o catedral en la que aparecían mostraba pronto los efectos de su influencia.

A su currículo ya conocido en las escuelas carolingias, los maestros irlandeses añadían el estudio del griego y allí donde enseñaban filosofía o teología( dialéctica y la interpretación de las Escrituras) se notaba ampliamente la influencia de los neoplatónicos y de las obras de los padres griegos. Respecto a los detalles del trabajo escolar en las instituciones fundadas o reformadas por Carlomagno, las crónicas contemporáneas no facilitan toda la información que desearíamos.

Sabemos que el curso de los estudios en las escuelas de los pueblos y ciudades (per villas et vicos) comprendía al menos los elementos de la Doctrina Cristiana, canto llano, los rudimentos de gramática y quizás, donde la influencia de la regla de S. Benito se hacía sentir, alguna clase de trabajo manual. En las escuelas monásticas catedralicias, el currículum incluía gramática ( que correspondía al trabajo sobre la lengua en general y al estudio de la poesía), retórica, dialéctica, geometría, aritmética, música y astronomía.

El libro de texto de estos temas era, allí donde se imponían los maestros irlandeses Martianus Capella “De Nuptiis Mercurii et philologiae"; en otros lugares, como en las escuelas en las que enseñaba Alcuino, el maestro compilaba tratados de gramática etc. de las obras de Casiodoro S. Isidoro de Sevilla o Beda el Venerable. En algunos casos las obra de Bocio se utilizaban como textos en la dialéctica. El maestro (Scholastic’s o archischolus (o antes capiscola), tenía bajo su mando, además de sus asistentes un proscholus, o prefecto de disciplina, cuya obligación consistía (al menos en la escuela de Fulda) en enseñar “como caminar, como saludar a los extranjeros y como comportarse en presencia de los superiores”. El maestro leía (legere era sinónimo de docere) mientras los discípulos tomaban notas al dictado en sus encerados (tablas con cera). La sala de la escuela era, hasta bien adelantado el siglo doce, el claustro del monasterio y en el caso de algunos maestros muy populares, la calle o la plaza pública. El suelo de la escuela se cubría de paja en la que se sentaban los discípulos. Los suelos con tablas o bancos no parece que se usaran hasta el siglo quince, aunque en Cluny se proveía con cierta clase de sillas, en el siglo doce, es decir, cajas de madera que servían al doble propósito de asiento y cajón donde apoyar los materiales de escribir.

La disciplina la mantenían en las escuelas carolingias el proscholus, y que los discípulos medievales temían el palo esta claro por el episodio de la escuela de S. Gall donde, para escapar de los azotes, los muchachos prendieron fuego al monasterio. Había reglas higiénicas, sobre las horas de trabajo y la siesta de medio día etc., que muestran que se ponía atención a una cierta comodidad y a la salud de los alumnos.

Tras al muerte de Carlomagno y el desmembramiento del imperio, las reformas que había introducido en la enseñanza se relajaron. Hubo un breve período con Carlos el Calvo en que se favoreció de nuevo a los escolares pero con la llegada del siglo diez, otras preocupaciones ocuparon la mente real. Sin embargo, las escuelas monásticas e episcopales, y también las de los pueblos, continuaron allí donde la guerra y el pillaje no hacía imposible su existencia. La influencia del renacimiento de la enseñanza continuó de una u otra manera hasta la que comenzó la era de la educación universitaria en el siglo trece.

William Turner.

Transcrito poor Michael C. Tinkle.

Traducido por Pedro Royo

The Catholic Encyclopedia, Volume III. Published 1908. New York: Robert Appleton Company. Nihil Obstat, November 1, 1908. Remy Lafort, S.T.D., Censor. Imprimatur. +John Cardinal Farley, Archbishop of New York