Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Viernes, 22 de noviembre de 2024

El Grande Otto I

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

Fue emperador romano y rey germano. Nació en 912. Murió en Memleben, el 7 de mayo del 973. Fue hijo de Enrique I y de su consorte Matilda. En 929 se casó con Edith, hija del Rey Athelstan de Inglaterra. En 936 sucedió a Enrique en el trono. Su coronación, realizada en Aachen, demostró que las tradiciones imperiales carolingias aún estaban en vigor. Otto proyectó una fuerza centralista muy poderosa, a la que se opuso el espíritu particularista alemán. Enrique, hermano de Otto, fue el cabecilla de los grandes movimientos de insurrección que Otto debió suprimir. Eberhard, nuevo Duque de Bavaria, se rehusó a dar homenaje al rey. Entonces Otto subyugó a Bavaria y concedió el trono ducal al hermano de Arnulfo, Bertoldo. Esta actitud del poder real, abiertamente adoptada, de favorecer el poder ducal, despertó enorme oposición. Los francos, antiguos rivales de los sajones, resintieron esa absorción del poder. El duque franco Eberhard se alió con el hermanastro de Otto, Thankmar, y con otros nobles descontentos. El hermano menor de Otto, Enrique, y el indisciplinado Duque Eiselbert de Lorena se levantaron en armas. La agitación se encendió a las orillas del Rin y en el palatinado real del Saale. El problema tuvo su primer momento decisivo cuando los duques Eberhard y Giselberto perecieron en la batalla de Andernach. Sin embargo, la victoria no trajo consigo el poder absoluto. Una revuelta interna que se suscitó en la Franconia entre los nobles menores y el ducado favoreció la causa del Rey. Enrique se reconcilió con su real hermano, pero la insinceridad de esa reconciliación quedó manifiesta cuando, poco después, conspiró con el Arzobispo de Mainz y con los nobles sediciosos para asesinar a Otto. El complot fue descubierto. Pero en 941 se dio la reconciliación final. El principio del monarquismo había triunfado sobre el individualismo de los nobles, y ello preparó el camino para reorganizar la constitución. Otto aprovechó bien su triunfo. Los ducados hereditarios estaban llenos de hombres estrechamente vinculados con la casa real. Otto se reservó la Franconia como posesión privada. La Lorena quedó en manos de Conrado el Rojo, su cuñado; su hermano Enrique, que había contraído nupcias con Judit, hija del Duque de Bavaria, recibió dicha región; Suavia fue otorgada al hijo de Otto, Ludolfo. Estos duques vieron sensiblemente reducidas sus fuerzas. Lo que Otto pretendía era devolver a los ducados su carácter oficial original. Esta disminución de la posición política de los ducados le convino a Otto para hacer paulatinamente de su reino un exponente único de la idea imperial. El paso decisivo en la dirección correcta consistía en establecer una monarquía hereditaria. A ello dirigió sus esfuerzos. El reino, aparentemente unificado, recurrió a las políticas de Carlomagno en aquellas regiones en las que él ya había preparado el camino. Las tribus sureñas promovieron la obra de germanización y cristianización de los vecinos estados eslavos, y paulatinamente la influencia germana se extendió al Oder y a toda Bohemia. La antigua idea de un imperio universal se había apoderado de la mente de Otto. Buscaba ampliar su soberanía hasta Francia, Burgundia e Italia. Consecuentemente, vio con buenos ojos el pleito entre Hugo de Francia y Ludovico IV, cada uno de los cuales se había desposado con una de sus hermanas. El rey y los duques franceses eran como el fiel de la balanza que Otto podía manipular en el momento que quisiera como árbitro supremo. Movido por la misma ambición también utilizó las diferencias internas de la casa reinante de Burgundia. Conrado de Burgundia llegó a aparecer como protegido de Otto. Y aún más significativa fue la actitud que asumió respecto a la complicada situación italiana. Por entonces era impactante el rebajamiento moral y espiritual de la península italiana, incluida Roma. La mención de los nombres de Teodora y Marozia traen a la mente un capítulo por demás triste de la historia de la Iglesia. El desorden reinante en la capital del cristianismo era, sin embargo, únicamente un síntoma de las condiciones que imperaban en Italia toda. La Italia del norte fue testigo de las guerras de Berengario de Friuli, coronado emperador por el hijo de Marozia, Juan XI, contra Rodolfo II de la Alta Burgundia. Luego del asesinato de Berengario en 924 la lucha se reinició entre este Rodolfo y Hugo, de la Baja Burgundia. Finalmente, Hugo se convirtió en el único gobernante de Italia y ascendió al trono imperial. Pero pronto fue derrotado por Berengario de Ivrea, contra el que, a su vez, surgió otra oposición que favorecía a Adelaida, hija de Rodolfo II de la Alta Burgundia. Para someter dicha oposición Berengario hubo de raptar a la princesa por la fuerza. Otto había estudiado todos estos desórdenes con cuidado. Convencido de la trascendencia de las antiguas ideas sobre el imperio, su mayor deseo era someter Italia bajo su autoridad, basando su derecho en su rango real. En 951 llegó a Italia, liberó a Adelaida y se casó con ella, mientras Berengario le juraba alianza. Bajo la influencia de Alberico, hijo de Marozia, el Papa Agapito se rehusó a coronar al rey germano. Pero con o sin corona, nadie dudaba de la universalidad de su reinado. De hecho se había convertido en la cabeza del Occidente. Pero ahora su poder real necesitaba el apoyo más grande que hubiese. Nuevas y peligrosas insurrecciones dejaban ver la falta de solidaridad interna. El monstruo del particularismo de nuevo mostró su cabeza. Y fue precisamente Ludolfo, hijo de Otto, quien estuvo al frente del nuevo levantamiento. El exigía participar en el gobierno y le irritaba la consorte burgundesa de su padre. Los particularistas se reunieron en torno a Ludolfo para sembrar su fermento a lo largo del ducado y surgieron brotes por todos lados. El peligro de este segundo levantamiento era mayor que el del primero. En 954 los magiares de nuevo invadieron el imperio. A causa de esta crisis se hubo de reconocer la necesidad de tener un gobierno central más fuerte y finalmente la insurrección feneció. Quedó aniquilada definitivamente durante la Dieta Imperial de Auerstadt, donde se anunció que Conrado y Ludolfo habían perdido sus ducados. Mientras eso pasaba, las hordas magiares cercaron Augsburgo. El Obispo Ulrico defendió heroicamente la ciudad. Habiendo acudido en defensa de la ciudad, Otto derrotó completamente al ejército húngaro en la gran batalla de Lechfelde, en 955. Gracias a esa victoria, Otto liberó definitivamente a Alemania de la amenaza húngara. Y al mismo tiempo provocó una crisis en la historia de la raza magiar, que a partir de entonces se tornó independiente y creó un imperio con límites bien definidos. Esto también llevó a Otto a darse cuenta que su gran sueño de impedir el uso del poder con los ducados no se lograría por la fuerza ni con sólo su prestigio como rey. Consecuentemente, se dedicó entonces a buscar el apoyo de la Iglesia alemana en todo el imperio.

Se había iniciado el sistema de Otto, una alianza estrecha entre el reino alemán y la Iglesia. También Carlomagno había llevado a cabo un concepto grandioso de unidad entre la Iglesia y el Estado, pero el pensamiento eclesiástico le había dado tintes religiosos al Estado franco, mientras que Otto planeaba una Iglesia estatal, dueña de una jerarquía que sería una simple rama del gobierno interior del reino. Para resolver ese problema, Otto hubo de permear la Iglesia con una nueva vida espiritual y moral, y de liberarse a si mismo del dominio de la aristocracia laica. Su mejor garantía era su naturaleza profundamente religiosa. En el hijo se encontraba algo de la piedad ascética de su madre, Matilda. Y su hermano Bruno, posteriormente arzobispo de Colonia y representante de las perspectivas eclesiásticas, también ejerció una gran influencia sobre los sentimientos religiosos del rey. La unión del Estado y la Iglesia también tuvo un efecto saludable sobre ambos poderes. A base de otorgar a la Iglesia el usufructo de las tierras que no estaban en uso, el Estado podía destinar sus rentas a objetivos militares. También para los reinos aliados la situación fue causa de bendiciones, puesto que bajo la protección de los obispos se desarrolló el comercio en las tierras eclesiásticas, y las clases menos privilegiadas contaron siempre con la protección del clero frente a la nobleza. La supremacía siempre fue del imperio sobre la Iglesia: el rey podía nombrar a los obispos y abades; los obispos estaban sujetos a los tribunales reales; los sínodos podían ser convocados exclusivamente si contaban con la aprobación real. La corte germánica se convirtió en el centro de la vida religiosa y espiritual. En el así llamado “renacimiento otoniano” la mano la llevaban las mujeres, guiadas por las mujeres de la familia real: Matilde, Gerberga, Judit, Adelaida y Teofano. Quedlinburg, fundado por Otto en 936, fue un centro cultural muy influyente. Pero todo el sistema otoniano dependía de una premisa: si lo que se quiere es beneficiar al Estado, el rey debe controlar la Iglesia. Si bien, de hecho, la autoridad suprema sobre la Iglesia germana era el Papa, la política de imperialismo de Otto estaba enraizada en la premisa mencionada. La conquista de Italia debería dar como resultado la sujeción del nivel más alto de la autoridad eclesiástica a la realeza germánica. Fue por ello que Otto se vio obligado a emprender esa campaña, y así quedó resulto el tan debatido asunto de los motivos que dictaban las políticas imperiales. En aquel tiempo reinaba en Roma el indigno Juan XII. Este era hijo de Alberico, el tirano de Roma, cuyas ambiciosas miradas se dirigían hacia el Exarcado y la Pentápolis. Un rival de esas aspiraciones se mostró en Berengario, quien ansiaba ampliar su poderío sobre Roma. Otto acudió al llamado de auxilio que le hizo el Papa, porque ello coincidía con sus planes respecto a la Iglesia. Ya previamente había logrado que su hijo, Otto, aún siendo un infante, fuera elegido y ungido rey en la Dieta de Worms en 961. Dejó a su hermano Bruno y a su hijo natural, Guillermo, como regentes de Alemania y viajó a Roma a través del Brenner. Ahí fue coronado emperador el 2 de febrero de 962. En esa ocasión fue concedido el así llamado privilegio otoniano, cuya genuineidad ha sido frecuentemente, aunque injustamente, atacado. En la primera parte de tal privilegio se recuerda el Pactum Ludovici de 817. En él se confirma la concesión hecha a la Iglesia por parte de los Carolingios y sus sucesores. La segunda parte hace referencia la Constitución de Lotario (824), según la cual la consagración de los reyes no se podía realizar sin previamente jurar alianza a los gobernantes germanos. Cuando Otto avanzó en contra de Berengario, el Papa Juan entró traidoramente en relación con los enemigos del Emperador. A resultas de ello Otto retornó a Roma y forzó a los romanos a jurar que nunca elegirían un Papa sin autorización de su hijo. Juan fue depuesto y en su lugar se colocó en el trono papal a un seglar, León VIII. Por su parte, Berengario fue derrotado y llevado prisionero a Bamberg. Una vez más Roma, en continua agitación, se levantó en armas. El Papa exilado, Juan, forzó a su suplantador a huir. Pero Juan murió en 964 y los romanos eligieron a un nuevo Papa, Benedicto V. El Emperador restauró el orden haciendo uso de la fuerza y León fue devuelto a su sede. No quedaba duda de que era el Emperador quien controlaba el papado y que éste ocupaba una posición de simple eslabón en la constitución germánica. El sistema otoniano fue algo de la mayor importancia para Alemania en lo tocante a su posición ante los poderes seculares. Se hizo evidente, por el asombroso progreso que hicieron el teutonismo y la cristiandad en territorio eslavo, hasta qué punto se fortaleció el poder del rey alemán a través de la estrecha alianza entre la Iglesia y el Estado y hasta qué punto ello reforzó el prestigio del Imperio. Otto eligió Magdeburg, por el que sentía un afecto especial, para que fuera el centro de la nueva civilización y la elevó al categoría de arzobispado.

Una serie de desórdenes lo llamó a Roma. El Papa al que él había elegido, Juan XIII, encontró algunos opositores entre la nobleza romana. El Emperador realizó sus obligaciones de protector de la Iglesia aplicando estrictamente la justicia y castigando a los nobles alborotados. En respuesta, Juan XIII coronó a su hijo, Otto II, como emperador. Como consecuencia lógica de su política imperialista, abiertamente manifestó Otto I su intención de adquirir la Baja Italia. Su supremacía quedaría a salvo si lograra adueñarse de la parte sur de la península. Sin embargo, eventualmente, Otto abandonó la guerra en el sur. La perspectiva de que su hijo pudiera casarse con una novia bizantina obraron en contra de ello. El antiguo axioma germánico de la legitimidad, que había sido honrado en ese matrimonio, iba a vengarse luego en forma muy amarga.

Otto fue sepultado en Magdeburg. Sus contemporáneos comparaban su extraordinaria resistencia física la de un león. Era un verdadero sajón en todos aspectos. Había aprendido todas las artes marciales en su juventud. Víctima de tremendos arrebatos de ira, y conciente de su poder e inteligencia, en su infancia acostumbraba a orar devotamente. Era un astuto estratega, siempre convincente e incansable, y conocía perfectamente la importancia de las negociaciones diplomáticas. Tenía un agudo poder de observación y de conocimiento de la naturaleza humana, lo que le daba la posibilidad de elegir siempre a la persona adecuada para las funciones más importantes del gobierno.

KÖPKE Y DÖNNIGES, Jahrbücher des deutschen Reiches unter Otto dem Grossen (Berlín, 1838); KÖPKE Y DÜMMLER, Kaiser Otto der Grosse (Leipzig, 1876); FICKER, Das deutsche Kaiserreich in seinen universellen und nationalen Beziehungen (Innsbruck, 1861); VON SYBEL, Die deutsche Nation und das Kaiserreich (Düsseldorf, 1862); SACKUR, Die Quellen für den ersten Römerzug Ottos I in Strassburger Festschrift zur 46. Versammlung deutscher Philologen (Estrasburgo, 1901); SICKEL, Das Privilegium Otto I für die römische Kirche vom Jahre 962 (Innsbruck, 1883); MENKEL, Ottos I Beziehungen zu den deutschen Erzbischofen seiner Zeit und die Leistungen der letzteren für Staat, Kirche und Kultur (Program, Magdeburg, 1900); MITTAG, Erzbischof Friedrich von Mainz und die Politik Ottos des Grossen (Halle, 1895).

F. KAMPERS Transcrito por Gerald Rossi Traducido por Javier Algara C.