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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Discurso panegírico de Armando Nieto S.J.

De Enciclopedia Católica

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Homilía en la Misa de exequias del P. Armando nieto Vélez, SJ. Miércoles 29 de Marzo de 2017

P. Juan Dejo Bendezú S.J.

Justicia, Caridad y Vida eterna son dones que brotan del vínculo que une a Dios Padre con el Hijo, como lo dice el Evangelio de hoy ((Juan 5, 17-30). Las lecturas del día de hoy no pueden ser más acordes para el momento que hoy vivimos, pues el Evangelio de Juan nos recuerda este vínculo entre bondad y vida que, todo aquel que sigue a Cristo, debe esforzarse en mantener. Ese vínculo hoy se estremece en nuestra mente y corazón ante la partida de un compañero jesuita, insigne historiador, jesuita cabal, hombre discreto y de una humilde bondad. Virtud que jamás olvidaremos pues, incluso en situaciones complejas como las que debió vivir, nunca dejó de tener una palabra y sonrisa amable y acogedora, algo no siempre frecuente en el solemne mundo académico en el que se desempeñó. El eco del Evangelio de Juan nos recuerda la resurrección como el justo epílogo a una vida de bondad, y nos afirma en la esperanza en la vida eterna como don. Esa amabilidad y bonhomía de Armando Nieto recogía la vieja tradición propiciada en la pedagogía jesuita de Ignacio de Loyola, por la cual las Humanidades y la retórica eran herramientas para saber conversar y dialogar buscando el bien común. En el negociar con todos -dice el santo en una carta a los primeros padres enviados en misión-, “hablar poco y tarde, oír largo y con gusto”. Respeto, amabilidad, diálogo y delicadeza, fueron los rasgos del hombre, del jesuita y del historiador que trató en coherencia, al pasado del Perú, de la misma manera en que se relacionaba con todos. Los estudios que hizo en Historia y Jurisprudencia, Filosofía y Teología, le dieron una perspectiva de comprensión de la historia en momentos de debate sobre esta disciplina, en la que las oposiciones y polarizaciones eran la moda del momento. Armando, por el contrario, supo recurrir al juicio ponderado que le venía de su convicción evangélica ante todo juicio desmesurado o injusto: “Creo (cito de un articulo suyo) que el juicio moral debemos dejárselo a Dios, y contentarnos con un juicio profesional...”, y añade: “... tenemos que penetrar en las razones que los hombres tuvieron para actuar así y no de otra manera, sabiendo que las razones no son necesariamente la razón”.[1]

En tiempos de increencia y de la llamada post cristiandad, nos cuesta trabajo entender cómo puede darse el vínculo de la fe con el trabajo intelectual. Armando es uno de los pocos intelectuales sin embargo, que supo infundir su perspectiva académica de los valores evangélicos y, a la vez, no perder el espíritu crítico y la objetividad. En sus apuntes sobre la Iglesia católica en el Perú, indicaba cómo “el catolicismo peruano de los años 30 -pese a Rerum Novarum o la Quadragesimo anno (1931)– no logró afrontar con decisión y coherencia, ni en la jerarquía ni en los laicos (fuera de notables excepciones) las grandes cuestiones económico-sociales. Nos ha faltado –continúa- a los católicos de la primera mitad del siglo XX, una sólida conciencia de los deberes sociales y ha predominado en cambio, en general, el divorcio entre la fe y la actuación de esa misma fe frente a los hombres, especialmente los más desfavorecidos, y a quienes el Evangelio da la preferencia.”

De este difícil espíritu de equilibrio entre la comprensión a la historia de las personas y colectivos humanos y la advertencia crítica, pueden dar cuenta las distintas generaciones de seminaristas, sacerdotes y laicos a quienes acompañó en su fe, sin juzgar sus procedencias o estilos; mantener ese equilibrio en tiempos amenazados por distintos frentes ideológicos, no fue quizá fácil para él, quien siempre se mantuvo firme en sus convicciones amparadas en una caridad, para algunos indiscreta, pero para él, consecuente con un principio de misericordia que hoy el papa Francisco pone en el centro de la atención de nuestra fe. Decía al inicio cómo el Evangelio de hoy nos recuerda el vínculo entre bondad y vida eterna. Es en estos momentos en que nuestra esperanza debe ser fortalecida ante el ejemplo de una vida plena al servicio de la razón y de la fe, en una conjunción no siempre fácil de sobrellevar.

“Yo no puedo dividirme, soy sacerdote católico, decía Armando en una entrevista al historiador Gabriel García Higueras-. Creo que la historia es una conjunción de la libertad humana y los planes incognoscibles de Dios –no por incognoscibles menos reales–. No sabemos hacia donde nos va a llevar el curso de la historia; pero sabemos –y eso lo dice San Pablo claramente– que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios. Esa, es una visión de fe”.

Es en esa visión en la que nuestra mirada hacia el futuro, personal y colectivo, se dirigen en tiempos de incertidumbre, en los que hoy más que nunca, el testimonio de un hombre como Armando Nieto Vélez, de la Compañía de Jesús, nos arroja una luz en el camino, alumbrada por las virtudes que todos reconocimos en él y que son signo claro de la filiación que nos recuerda el Hijo en el Evangelio de hoy, pues, ser amable y humilde, fueron para muchos de nosotros, un rostro de ese Dios que nos acoge más allá de nuestras limitaciones e imperfecciones. Que este Señor da la Vida y la Bondad, te acoja a ti también Armando, desde la fuente del amor y humildad, que hicieron posible tu corazón sencillo y caritativo que compartiste con generosidad con todos nosotros. Que así sea.


[1] Esta y las siguientes dos citas se encuentran en el artículo sobre el P. Armando Nieto, en la Enciclopedia católica, de autoría de Gabriel García Higueras. http://ec.aciprensa.com/wiki/Armando_Nieto_V%C3%A9lez_S.J.