Corazón de Jesús: Diversos elementos del culto
De Enciclopedia Católica
Si retomamos ahora un poco los diversos elementos de este culto veremos cuánto se justifica. El objeto propio y directo es el corazón físico. Este corazón es, en efecto, digno de adoración. ¿Por qué? Porque forma parte de la naturaleza humana y porque el verbo se unió a una naturaleza perfecta: Perfectus homo(1). La misma adoración que damos a la persona divina del Verbo alcanza a todo lo que le está unido personalmente, todo lo que subsiste en ella y por ella. Esto es acierto acerca de la naturaleza humana de Jesús entera, es verdad en lo relativo a cada una de sus partes que la componen. El corazón de Jesús es el corazón de un Dios.
Pero este corazón que honramos, que adoramos en esta humanidad unida a la persona del Verbo, sirve aquí de símbolo(2). ¿Símbolo de qué? Del amor. En el lenguaje usual, el corazón es aceptado como el símbolo del amor. Cuando Dios nos dice en la Escritura: “Hijo mío, dame tu corazón”, comprendemos que el corazón significa aquí el amor. Se puede decir de alguien: le estimo le respeto, pero no puedo darle mi corazón; se destaca por esas palabras que la amistad, la intimidad y la unión son imposibles.
En la devoción al Corazón Sagrado de Jesús, honramos, pues, el amor que nos alcanza el Verbo encarnado. Primeramente amor creado. Cristo Jesús, simultáneamente, Dios y Hombre, Dios perfecto: es el misterio mismo de la encarnación. En su Calidad de “Hijo del hombre”, Cristo tiene un corazón como el nuestro, un corazón de carne, un corazón que late por nosotros con el amor más tierno, más verdadero, más noble, más fiel que pueda haber.
En su carta a los Efesios, San Pablo les dice que oraba a Dios con insistencia para hacerles conocer la extensión, la altura y la profundidad del misterio de Jesús, tanto que estaba boquiabierto por las riquezas inconmensurables que encerraba. Habría podido decir otro tanto del amor del corazón de Jesús por nosotros; por otro lado, lo dijo cuando proclamó “que este amor sobrepasaba toda ciencia”(3).
Y, en efecto, no agotaríamos jamás los tesoros de ternura, de amabilidad de benevolencia, de caridad, cuyo horno ardiente es el corazón del Hombre-Dios. Basta abrir el Evangelio; veremos, en cada página, explotar la bondad, la misericordia, y la condescendencia de Jesús respecto de los hombres. He intentado, exponiendo algunos de la vida pública, mostrar lo que este amor tiene de profundamente humano, de infinitamente delicado.
Este amor de Cristo no es una quimera, es muy real, porque se funda sobre la realidad de la encarnación misma. La Virgen María, S. Juan, Magdalena, Lázaro, lo saben bien. No es solamente un amor de voluntad, sino también de sentimiento. Cuando Cristo Jesús decía: “Tengo piedad de la multitud”(4), sintió realmente que la compasión le removía las fibras de su corazón de hombre; cuando veía a Martha y Magdalena llorar a su hermano, lloró con ellas: lágrimas muy humanas, que brotaban de la emoción que le estremecía el corazón. Por ese motivo fue que los judíos que fueron testigos de ese espectáculo dijeron: “Cuánto le quería”.
Cristo no cambia nunca. Fue ayer, es hoy, permanece en el cielo el corazón más amante y más amable que se pueda encontrar. San Pablo nos dice en términos propios que debemos tener plena confianza en Jesús porque es un pontífice compasivo que conoce nuestros sufrimientos, nuestras miserias, nuestras enfermedades, ya que se hizo igual a nosotros excepto en el pecado. Sin duda, Cristo no puede sufrir más: Mors illi ultra non dominabitur(5), pero sigue siendo aquel que se emocionó de compasión, que sufrió, que rescató a los hombres por amor: Dilexit me et tradidit semetipsum pro me.
Este amor humano de Jesús, este amor creado, ¿de dónde sacaba su fuente? ¿De dónde se derivaba? Del amor increado y divino y del amor del Verbo eterno al que la naturaleza humana está indisolublemente unido. En Cristo, aunque haya dos naturalezas perfectas y distintas, que guardan sus energías específicas y sus operaciones propias, no hay sino una sola persona divina. El amor creado de Cristo no es sino una revelación de su amor increado. Todo lo que ese amor creado realiza lo hace en unión con el al amor increado y por causa de él: el corazón de Cristo iba a sacar su bondad humana del océano divino(6).
Sobre el calvario, vemos morir a un hombre como nosotros, que fue presa de la angustia, que sufrió, que fue aplastado por los tormentos, más que ningún hombre lo será alguna vez: comprendemos el amor que este hombre nos muestra. Pero este amor, que por sus excesos sobrepasa nuestra ciencia, es la expresión concreta y tangible del amor divino. El corazón de Jesús, traspasado sobre la cruz nos revela el amor humano de Cristo; pero detrás del velo de la humanidad de Jesús, se muestra la inefable e incomprensible amor del Verbo.
¡Qué extensas perspectivas nos abre esta devoción! ¡Cómo está en su naturaleza atraer al alma fiel! Porque ella suministra el medio de honrar lo que hay de más grande y más elevado, de más eficaz en Cristo Jesús, Verbo encarnado: el amor que entrega al mundo y cuyo horno es su corazón.
1 Símbolo atribuido a S. Atanasio.
2 Prov. XXIII, 26.
3 Mat XV.
4 Mat XV
5 Rom Vi, 9
6 “En el Sagrado Corazón encontrarán el símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo, de esta caridad que nos leva a amarlo en reciprocidad”. León XIII, Bula Nahum sacrum, 25 de mayo de 1899
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa